Declaimer: InuYasha y sus personajes no son de mi autoría. Si fuera así, este chico tonto se hubiese decidido desde un primer momento.
Nota: El siguiente OS está basado en dos fanart, así que la idea no es cien por cien mía. El primero de ellos es el mini cómic de Len y el segundo de Akeemi-chan. El de Len pueden encontrarlo en mi página de Facebook. Sin él no sería posible ésto.
Igual a papá
Kagome se detuvo para escuchar la inquietud del hombre. Moroha, su hija de casi cuatro años, soltó un bufido tan idéntico al de su esposo que tuvo que luchar para no reír a viva voz. A su pequeña no le gustaba compartirla cuando ambas tenían un tiempo de chicas.
No existía un "día no laborable" en el Sengoku, pero había aprendido a base de esfuerzo —y, por qué no, maldiciones por parte de InuYasha a cuanto aldeado se atreviera a molestarla por tonterías— que sí o sí necesitaba un día de descanso ahora que las actividades de Kaede eran nulas. Lo había denominado tiempo de chicas porque básicamente su tiempo giraba en torno a consentir a su hija. Ni siquiera su esposo lograba penetrar aquella burbuja.
¿Pero cómo se le explicaba a una niña de cuatro años que hay casos importantes que no distingen el momento?
—InuYasha no se encuentra, así que llevaré a esta dulzura junto a Sango e iré a ver cómo sigue su esposa.
El hombre sonrió, y si algo había amado Kagome desde su regreso era la aceptación que se olía en cada rincón de la aldea. Era una aceptación que Incluso logró mantener a su esposo emocionado cuando los aldeanos hicieron una celebración al enterarse de su embarazo. No lloró, pero se aferró a ella con tanta fuerza bajo las sábanas del lecho matrimonial, cuando la fiesta concluyó y se refugiaron en su hogar, que no necesitó palabras o reacciones.
A ella le gustaba recordarle que era admirado, querido y apreciado por todos. Y ahora su hija también corría con la misma suerte. Además, ¿quién podría negarse ante tanta ternura? Tenía la pícara sonrisa, la mirada expresiva y los ojos dorados de su padre. Por su lado, había sacado lo parlanchina y las ganas de ayudar, aunque la cuota de problemas y pocas pulgas era una perfecta mezcla de ambos. También Moroha tenía su característico cabello azabache y una carga significativa de poder espiritual a pesar de ser una hanyō.
A simple vista no había rasgos que delataran su sangre demoníaca, ni siquiera aquellas hermosas orejas peludas que tanto amaba en InuYasha. A diferencia de su esposo, se había sentido un poco decepcionada. El anciano Mioga les había dicho que no era para nada irregular la falta de éstas en su hija. InuYasha era un semi demonio y ella una humana, así que el porcentaje de tener rasgos demoníacos era bastante bajo visto y considerando que había una gran cantidad de sangre humana en la cuestión. Así mismo, esa carga más de sangre parecía haber puesto en equilibrio los estados de su hija: no había una luna nueva que la transformarse en humana.
De todos modos, sus quejas por la falta de aquellas orejas no duraron mucho. Todo se disolvió cuando conoció a las hijas de Sesshōmaru: Setsuna y Towa. Eran dos gemelas hermosas. Y sí, había que admitir que los hijos de Inu-No hacían unos descendientes que podían quitar el aliento. Sin embargo, la perspectiva de su cuñado como padre seguía siendo un poco de locos: él, el Gran Señor del Oeste, enamorándose de una humana y teniendo dos gemelas híbridas.
Ya decían que el fruto no podía caer muy lejos del árbol. Y Rin era una chica afortunada, creada para hablandar el corazón de la bestia.
Todo estaba en el lugar que correspondía.
Habían llegado al mañana.
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Esos lindos ojos de cachorro le estrujaron el corazón.
—¿Qué pasa, hija?
Moroha hizo un pequeño puchero y observó su reflejo por última vez en el espejo de su madre. No estaba segura de hablar. Su mamá podía converserla y ella en verdad quería parecerse a su padre.
—No puedo ayudarte si te quedas ahí callada. Habla conmigo.
La niña contuvo el aliento y pensó que era lo mejor. Ella siempre había confiado en su okāsan.
—Quiero... quiero ser como papá.
La frase había sido dicha en un murmullo tan bajo que Kagome tuvo verdaderos problemas para recogerla.
—Pero ya eres como él —aclaró tiernamente.
—No. Papá tiene orejas peludas y graciosas que todos quieren tocar.
—Y lo odia —rió—. Sabes tan bien como yo que a papá le molesta cuando extraños se le quedan viendo. Menos tocar.
—Pero otōsan sí nos deja a nosotras. Quiero verme igual de bonita que él.
Kagome sabía que por más que intentara decirle lo contrario jamás lo lograría. Cuando una cosa se metía en la cabeza de Moroha no había poder en el mundo que pudiera doblegarla. Eran tan cabeza dura como su padre; además, ¡qué rayos!, no iba a negar que la idea le atraía un poco.
—Ven —la llamó mientras se dirigía a paso rápido hacia la habitación—. Trae el espejo contigo.
Era una bendición que InuYasha procurara traerle todo tipo de cosas al volver de sus viejes con Miroku. La gran mayor de las veces eran telas de diferentes texturas y colores, como para que pudiera confeccionar lo que quisiera. Ya algo le había dicho que aquella manía de su esposo daría sus frutos.
Rebuscó la tela que quería, cortó un pedazo considerable y empujó amablemente a su hija hasta el tocador. Ser una mujer del futuro y tener un marido dispuesto a cumplir sus miles de caprichos sólo para que se sintiera más cómoda en aquella época tenía sus ventajas.
—Sostén fuerte el espejo frente a tí —dijo mientras comenzaba a trabajar en la sedosa cabellera de su hija.
Cinco minutos después, Moroha sonreía encantada. Su madre le había hecho una coleta y el lazo blanco que sostenía su cabello simulaba dos grandes orejas triangulares que se mantenían gallardas sobresaliendo por encima de su cabeza.
—¡Son como las de papá!
—También son suaves al tacto —tocó un lado del moño para mostrar su teoría—. ¿Por qué no vas y se las muestras? Acabo de escuchar que se despidió del tío Miroku.
Su hija no necesitó más, la mención de su padre era lo único que necesitaba para que se pusiera en marcha. Kagome la siguió con una sonrisa y la emoción a flor de piel. Moroha lograba emocionarla con cada pequeña cosa, y así había sido desde el momento que supo de su existencia. La amaba con el mismo fervor con el que amaba a InuYasha. Eran su hogar. Su mañana soñado y prometido.
InuYasha aún le quitaba el aliento. No era la larga ausencia de una semana —que sí, era importante y le provocaba extrañarlo horrores—, era el amor y la devoción que salía por cada poro de su cuerpo cada vez que lo veía. Ni siquiera quería pensar en los tres largos años que estuvieron separados ahora que acumulaban día tras día. Seguían siendo ellos: se peleaban por tonterías, más por no perder la costumbre que por otra cosa, y se dejaban escuchar vários osuwari, pero se amaban con locura. Moroha era la prueba viviente.
El hanyō atrapó a la cachorra que corría con los brazos extendidos. Ésta lanzó una risa musical cuando la levantó sin mucho esfuerzo a la altura del rostro.
—¡Mira, mira, otōsan! —señaló su cabeza con efusividad—. ¡Soy igual a tí! ¡Igual!
Su habilidad, claramente, seguía sin ser la de expresar emociones tal y como lo hacia Kagome. Él continuaba siendo bastante raudo, aunque su compañera podía casi desarmarlo con una sola de sus miradas... o eso pensaba hasta que su cachorra ingresó en su vida.
Esa niña podría lograr que besara la asquerosa mejilla de Sesshōmaru si se lo proponía. Y ni muerto lo haría por propia voluntad, mucho menos después de soportar la mirada de superioridad que le dió cuando vió que sólo logró embarazar a su mujer con un cachorro mientras que él le hizo a la suya dos de un tirón.
Hasta en éso el bastardo competía para humillarlo. Pero ya se las pagaría. No pararía hasta convencer a Kagome de relajar los recaudos y hacerle otra cría. O dos.
Demonios, debía detener el tren de pensamiento ahora y sólo concentrarse en Moroha y en lo tierna que se veía.
—Mamá dice que incluso son suaves, así que soy igual a papá. Las usaré a partir de ahora.
InuYasha pudo reconocer la tela que un tiempo atrás le trajo en uno de sus viajes a su esposa. Por supuesto que serían suaves.
Se le llenó el pecho de orgullo mientras la contemplaba un instantes más.
—Sí, cachorra. Igual a papá.
Moroha levantó los brazos a modo de victoria y aplaudió.
—¡Igual a papá!
Fin
¡Hola a todo el mundo!
Sé que estoy desaparecida y que aún les debo, para aquellos que siguen dichos fics, la conclusión de Cápsula del tiempo y Vicios. Puedo decir con franqueza, como siempre, que he intentado escribir y reescribir el primero de éstos más veces de las que recuerdo, pero NADA me gusta. Espero que el anuncio de esta secuela de InuYasha me ayude a inspirarme lo suficiente como para decir "es un capítulo decente" y traerles el dichoso final.
¿Están tan emocionados como yo con esta secuela? Mi adolescencia pasa adelante de mis ojos.
En cuestiones rápidas sobre qué he estado haciendo estos últimos años (las más relevantes): me mudé de casa, sumé una nueva mascota (ya son cuatro en total) y salí publicada en un libro, junto a otros diez autores, por un cuento corto de no más de tres páginas. Hasta nos dieron diplomas y tuvimos que firmar ejemplares xDD. Dinero: cero. Todo fue por amor al arte. El concurso fue organizado por el municipio en donde vivo. Me había planteado participar también este año, pero el Covid-19 dejó en tiempo muerto la vida de todos.
Espero que estén bien en estos momentos tan cruciales. Por mi parte, encerrada en casa haciendo la cuarentena.
Gracias a todos los que aún se siguen acordando de mis viejas historias y las minan con un comentario, un alerta o agregar a favoritos. Ojala se animen a dejarle, si es que lo vale, amor a este OS.
Deseo que este año tan raro nos vuelva a encontrar por aquí más pronto que tarde.
Saludos infinitos,
Lis-Sama