LA SUMA DE LAS NOCHES
uno.
Giyuu exprime su haori empapado tan pronto como entra al baño de su habitación en la posada; el agua cae como un chorro y se escurre por las cañerías, de un marrón rojizo por el barro y la sangre de una desafortunada alma a la que no han podido salvar. A su lado, Kocho frota suavemente su cabello contra una toalla que ha encontrado en la repisa del aseo. La ruidosa lluvia golpea con violencia las tejas del techo, llenando el silencio que se instala entre ellos.
No es falta de cupo sino de presupuesto lo que les ha obligado a compartir habitación. Ambos perdieron torpemente sus monedas mientras combatían a una horda de demonios considerable. Quizá un par de decenas. No los han contado. Con el poco dinero que se mantuvo en sus bolsillos pagaron dos comidas y una habitación sencilla en la posada más humilde del pueblo cercano. Volverán a casa tan pronto como amanezca y la lluvia cese. Si siguen su camino sin contratiempos su retorno no debería demorar más de seis horas.
Tomioka echa un vistazo fugaz a la Pilar del Insecto; la ve deslizar su haori de mariposa por los hombros hasta que no está vistiéndolo más. Se hace a un lado y la deja escurrir su prenda; ella lo hace con más delicadeza de la que él ha usado con la suya propia.
—No tenemos ropa seca —el tono dicharachero de la pilar no está en ninguna parte, suena en cambio cansada, lo cual es un hito en alguien tan activa como ella.
Kocho alza la mirada hasta encontrarse con la de Giyuu, pero parece no encontrar respuesta en su semblante sereno y se marcha del baño y de la habitación sin mediar una sola palabra. Vuelve veinte minutos después detrás de la anciana casera que ha traído una bandeja con su cena, cargando un bulto de ropa. Se deshace en agradecimientos con su tono jovial de siempre, el cual se apaga un poco tan pronto la puerta se cierra y la anfitriona desaparece.
—He conseguido ropa para esta noche. Debemos cambiarnos y procurar poner nuestros uniformes en algún lugar donde puedan secarse.
No espera respuesta, toma la mitad de la pila de ropa y se encierra en el baño por un breve periodo; vuelve vestida con una yukata vieja color arena que le queda evidentemente grande. Las mangas son demasiado largas para sus menudos brazos, la tela le queda holgada por más que se apriete el cintillo y el dobladillo se arrastra contra el suelo, impidiéndole caminar con libertad. No parece molestarle en absoluto. Le señala el baño y lo anima a cambiarse de ropa con un asentimiento de cabeza.
—La yukata era de su hija; se fue de casa para casarse hace seis meses. Tu ropa era de su esposo. Murió hace cinco años —explica brevemente, solo por informar.
A diferencia de ella, a Giyuu el pantalón roído y la camisa le han quedado adecuadamente, al talle. Kocho no hace ningún comentario, sino que sorbe su sopa caliente con calma, sentada frente a la única mesita de la habitación. Ha puesto la mesa para ambos, así que él se une en premeditado silencio.
Giyuu ha salido en suficientes misiones con Kocho para comprender un poco su estado de ánimo. Probablemente enfrenta el duelo por las víctimas de los demonios. No es algo a la que la gente llegue a acostumbrarse. Y, si existe un sentimiento al que Giyuu es perceptivo y puede ser también empático, es a ese. La ve cerrarse en sus pensamientos y su ceño fruncirse como antaño, cuando recién se unió al cuerpo de los cazadores, quizás involuntariamente. Le parece curioso que intente hacer memoria de cuándo fue la última vez que la vio molesta de forma franca.
La cena transcurre en silencio, sin comentarios jocosos por parte de ella ni interrupciones de ningún tipo.
El mutismo de la pilar femenina hace competencia al suyo propio y, aunque varias veces Tomioka pensó que una Kocho silenciosa es mejor que una Kocho tocando constantemente su brazo para conseguir su atención, ahora que la tiene de frente así, taciturna, se da cuenta de que aquello no es lo que de verdad desea y una extranjera necesidad de escucharla hablar lo pone ansioso.
—Dormiré en el suelo —lamentablemente Tomioka no sabe consolar y acordar la manera en la que pasarán la noche en una habitación con un solo futón es el único consuelo que puede proveer.
—No seas ridículo, Tomioka-san —el comentario suena más áspero de lo que se podría esperar de ella, pero lo deja pasar. La situación en la que están lo amerita—. Es un futón grande, cabemos los dos perfectamente. Cada quien puede tomar una frazada. Con eso debería bastar.
Kocho recoge los platos sucios de la cena, los coloca en la bandeja y la deja fuera de la habitación. No acepta réplicas ni nuevas propuestas sobre el acomodo. En su lugar corre la mesa y extiende el futón ante la expresión perpleja del Pilar del Agua.
—Apaga la lámpara —ordena.
Giyuu hace lo dicho, extrañamente consciente de que éste es el intercambio de palabras más corto que ha tenido con Kocho durante una misión. Se mete en el futón arropándose con su propia frazada y se da cuenta de que la mujer ha tenido razón, el futón es lo suficientemente grande para ambos. No necesita colocarse a la orilla para estar a dos pies de distancia de ella, pero de igual modo lo hace. Aun con un solo lecho para dormitar, se da cuenta de que les han otorgado una habitación para dos. Agradece silenciosamente no tener qué dormir en el suelo de madera y la da la espalda a la pilar para evitar situaciones incómodas al despertar. Él suele quedarse quieto mientras duerme, no es una molestia en absoluto.
Buscar el sueño es algo más difícil, pero lo intenta. Concentra sus pensamientos en el sonido de su respiración y en el de la lluvia que cae. Intenta no pensar en el lugar ni en la persona a su lado. Cuando sus párpados están pesados y se siente dispuesto a dejar de intentar comprender la absurda situación en la que ahora se encuentra, escucha a Kocho revolverse en su lado del futón. Y lo sabe antes de sentir su pequeño aliento tibio en su espalda. Sabe que ella está ahora a un palmo de distancia.
Es inapropiado.
A juzgar por el ritmo de su respiración lo ha hecho de forma consciente. Ella tampoco está dormida.
—¿No es cansado para ti también, Tomioka-san? —su susurro deja entrever un tono menos dulce y estridente de lo habitual; no lleno de amargura o molestia como cada vez que ha hablado esta extraña noche, sino que está teñido de una frágil resignación. No debería sonar así. Es una pilar. No debería mostrar debilidad. Sin embargo, Giyuu no hace ninguna reprimenda y la deja continuar mientras se mantiene quieto como una gárgola. Afuera de la posada, los relámpagos siguen iluminando el paisaje nocturno—. No importa lo mucho que hagamos. La gente sigue muriendo frente a nuestros ojos.
Hay una pausa en su conversación o, más bien dicho, en el soliloquio de ella. Giyuu alza la vista hasta la ventana, el viento agita las bisagras. El estruendo de un rayo impactando contra la tierra llena sus oídos y hace vibrar ligeramente el suelo.
—Tenemos un trabajo sin esperanza —Kocho sigue, sin inmutarse ante la tormenta que ha arreciado.
Lo siguiente que sabe Giyuu es el toque gentil de su mano por encima de la frazada, bajo sus omóplatos. La siente también recargar su frente contra su espalda en un gesto sobrecogedor. Se tensa en automático sin estar seguro siquiera de seguir respirando, no sabe lo que se supone que debe responder.
Se siente incómodo.
—Aunque estemos varados por culpa de la tormenta me alegro de que ambos estemos vivos. Por favor no mueras antes que yo, Tomioka-san.
Un segundo después, Shinobu se separa.
.
La tormenta continúa la mañana siguiente. Con pocas horas de sueño por causa de las pesadillas constantes, Giyuu se levanta y enciende una vela en un rincón de la habitación. Ha encontrado un libro viejo dentro del armario la noche anterior; algún huésped debe haberlo olvidado. Está lleno de bosquejos torpes de paisajes titulados con nombres de lugares, fechas y cientos de anotaciones por todas partes escritas apresuradamente, casi ilegibles; es un diario de viaje. Entre sus páginas, sin embargo, hay algo más interesante. Media decena de cartas sin enviar ocultas entre las páginas. No tienen sello, ni siquiera sobre. Todo data de tres años atrás. Vuelve a echar un vistazo por la ventana: la lluvia sigue cayendo con prisa, vaciándose con furia sobre los tejados de las casas; el sol continúa sin asomarse.
A falta de algo mejor que hacer, el Pilar del Agua desdobla la primera carta. Es breve, concisa. La caligrafía temblorosa.
Te extraño, Sayo.
Dos años han pasado desde nuestra despedida y todavía puedo sentir el peso de tu cuerpo entre mis brazos tan resl que me vuelven a brotar las lágrimas cada vez que recuerdo que te perdí de una vez y para siempre.
Cada hoja, cada árbol, cada montaña me recuerda a ti. Mi vida es ahora una larga desgracia, pero no puedo rendirme. Me pediste que no lo hiciera, ¿cómo podría fallarte? Cumpliré nuestras promesas, veré los lugares a los que prometí llevarte, pensando que los ves conmigo.
Siempre tuyo, Kenichi.
Es una carta de amor. La cierra tan pronto como se da cuenta del hecho, avergonzado; con un rubor en las mejillas que no se creía capaz de poseer.
—¿Qué pasa, Tomioka-san? —desde el lecho, Kocho le llama. No parece que acabe de despertar. ¿Cuánto tiempo lo ha estado observando?—. ¿Qué estabas leyendo que te ha asustado tanto?
—No es nada —corta. Guarda la carta entre las páginas del libro y lo cierra con violencia.
Kocho, quien ha vuelto a la normalidad después de unas horas de sueño, no lo deja pasar. Sale del futón envuelta en la frazada. Se acerca a él y le arrebata el libro con un movimiento rápido, busca entre las páginas y saca una carta cualquiera, posiblemente no es la misma que Tomioka tuvo entre sus manos.
La lee.
—Debe haberla amado mucho —concluyó Shinobu, doblando con cuidado la hoja de papel al finalizar—. Incluso cuando ella ya no estaba viva. ¿No es romántico, Tomioka-san? ¿Alguna vez has sentido algo así por alguien?
Eso no es algo que Giyuu vaya a responder, sin embargo, el recuerdo de su hermana aparece en su cabeza, también el de Sabito. Las personas que más ha querido en su vida. Quizá no de la misma forma que ese hombre a su prometida fallecida, pero el sentimiento que perdura puede comprenderlo.
—Seguro debes tener a alguien —prosigue—. Todos nos unimos al cuerpo por ese motivo.
Kocho dirige su vista a su haori, pobremente iluminado por la luz de la única vela encendida. Giyuu sabe la historia, es simple: Kocho Kanae se encontró con una luna superior y murió debido a las heridas de la batalla, después de eso Shinobu se convirtió en pilar y apareció vistiendo el atuendo de su hermana en un gato que él admira profundamente. Simple pero significativo; su propio haori cuenta dos historias desastrosas a la vez.
—Aunque posiblemente jamás hayas sentido el tipo de amor que ese hombre sintió por su prometida, ¿verdad, Tomioka-san? ¿Siquiera sabes lo que es el amor de pareja?
La mediocre pulla es un mal intento de Kocho para volver a su estado de ánimo normal, no obstante, lo único que consigue es eliminar la atmósfera melancólica. No hay nada normal en dos pilares discutiendo la vida trágica romántica de un desconocido plasmada en cartas.
—Sigue lloviendo y no tenemos dinero para pagar otra noche aquí. Para ser honesta no me queda ni para un desayuno. ¿Seguro que no tienes dinero extra en alguna parte?
—Te entregué todo lo que tenía ayer.
Kocho suspira.
—Hablaré con la casera. Tú te quedarás en silencio y aceptarás hacer todo lo que se te proponga, ¿de acuerdo?
Él asiente, sabiendo que el día será muy largo. Ella regresa al futón, decidiendo que es demasiado temprano como para estar levantadas.
—Vuelve a dormir —le pide, dando palmadas suaves en su lugar. No cierra los ojos hasta estar segura de que él va a volver.
.
Giyuu comprende que Kocho tiene un don: puede convencer a las personas en cualquier circunstancia a hacer cosas que incluso podrían ser desventajosas para ellos. Ha intercambiado los quehaceres de la posada por un techo para dormir y comida en su mesa; y ha conseguido un poco de dinero de bolsillo proveyendo sus servicios como médico al resto de los inquilinos: masajes, consultas, un poco de acupuntura. Giyuu no creyó que la dueña aceptaría. Es una vieja de más de 60 que contó incluso la última moneda que le dieron con mirada inquisidora cuando llegaron. La posada tampoco es tan grande, no hay mucho para hacer.
Afuera, la lluvia continúa cayendo.
—¿Están casados? —le pregunta la casera mientras le señala los rincones del suelo que debe fregar con más esfuerzo. Ante el silencio del Pilar del Agua, deja que su imaginación se vuelva palabras—. No tienen anillos de bodas, ¿se han escapado? Deben casarse lo más pronto posible. Las personas podrían señalarla.
Tomioka se pregunta qué es peor: si negarlo y hacer perder a Kocho su virtud en el proceso o aceptar la excusa de la casera con un asentimiento sin mayores daños. Sin embargo, elige la tercera opción—. ¿Para qué necesita saberlo? No es de su incumbencia.
.
La lluvia amaina cuando cae el crepúsculo, demasiado tarde para emprender nada. Los caminos deben estar completamente fangosos, algún río debe haberse desbordado en algún lugar. Giyuu está ansioso por abandonar la posada, pero comprende que no son las condiciones adecuadas para emprender la marcha.
Cuando la lluvia ha cesado y ni una sola gota cae del cielo es Kocho quien entra a su habitación compartida como una tempestad, azotando la puerta.
—¿Cómo pudiste contestarle así a la casera, Tomioka-san? ¡Es una señora mayor! No parece que conozcas los modales. Tuve que disculparme en tu nombre porque te quería echar.
—No dije nada que no fuera verdad.
La sonrisa de ella se tensa—. Aunque sea verdad esa no es forma de decir las cosas.
Entiende vagamente que la Pilar del Insecto le está regañando por una absurdez, empero, sus pensamientos se encuentran navegando en otra dirección.
—¿Qué le respondiste?
Ella arquea una ceja, intrigada. Él intenta explicarse más.
—Debe haberte preguntado lo mismo.
—¡Ah! —su rostro se ilumina, sabionda—. ¡No te preocupes, Tomioka-san, no he dicho nada que pudiera perjudicarte!
Está siendo obtusa, piensa para sus adentros. Él no se refiere a eso.
—No hablo de mí.
Pero Kocho ha dejado el tema ir y anuncia que es su deber preparar la cena.
.
Tomioka se acuesta en la orilla del futón esa noche, envuelto nuevamente en su propia frazada. La luz de la vela ha sido apagada y Kocho está en su mitad, tapada con su propia manta. Él está alerta por si las acciones de la noche anterior llegan a repetirse, pero está esperando una conversación que nunca llega y un toque que nunca se hace presente.
La respiración de Kocho se hace más lenta y profunda en cuestión de minutos: está dormida.
Giyuu se toma el atrevimiento de girarse y mirarla. Está tan oscuro que apenas y logra identificar la silueta de su nariz respingona y su cabello negro esparcido sobre la almohadilla blanca. Nota que duerme acurrucada, como una niñita. En realidad, con su cuerpo tan pequeño, puede pasar como una.
La escucha respirar por largos minutos. Concentra su atención en sus exhalaciones. En algún momento se pregunta qué está haciendo allí, tumbado en un futón compartido en un rincón poco poblado del país ayudando a hacer tareas domésticas y escuchando a Kocho respirar. Esta no es la manera en la que eligió vivir su vida. Un día tan mundano no encaja a lo que él está acostumbrado.
Se gira dándole la espalda a la Pilar del Insecto e intenta dormir.
.
—Tomioka-san, Tomioka-san. ¿Me escuchas, Tomioka-san? —la voz cantarina de Kocho lo despierta horas después. La ventana está abierta y puede notar que el alba está a punto de romper. Los cielos están despejados y se escuchan cantar los pajarillos en el bosque aledaño. Kocho, por su parte, ha abandonado la yukata y viste de nuevo su uniforme negro de cazadora—. Si ya estás despierto cámbiate, Tomioka-san. Es hora de marcharnos.
Giyuu hace lo que se le pide, después de todo, él es el más interesado en marcharse. La Pilar del Insecto se despide de la casera cuando están a punto de salir, quien los mira con reprobación evidente a ambos. No luce triste de que se vayan.
Emprenden la marcha en silencio, solo el sonido de sus pasos contra el césped se escucha entre los dos. Es una caminata tranquila.
—¡Vaya fin de semana, ¿no lo crees, Tomioka-san?! ¡No creí que acabaríamos varados en un lugar como este?
Es exactamente lo que él ha pensado los últimos dos días.
—Siempre tan callado, Tomioka-san. A veces siento que estoy hablando con las nubes. Pero no importa, Tomioka-san —pone una mano en su pecho para añadir dramatismo—. Yo te entiendo aunque te quedes en silencio.
La conversación acaba y aceleran el paso. Giyuu intenta por una vez ir al ritmo de los pies cortos de Kocho en lugar de liderar el paso, en consideración a sus esfuerzos durante su estancia en la posada.
En el pueblo siguiente, a casi hora y media de caminata apresurada, se encuentra una Casa de Glicinas. Kocho sugiere pasar primero allí para almorzar algo, Tomioka se niega. En medio de la discusión, el cuervo de Kocho aparece, anunciándole su nueva misión.
—Parece que tendrás que regresar a casa solo.
Él asiente.
—Mantente vivo hasta la próxima vez que nos veamos Tomioka-san.
Dicho eso, separan sus caminos.
.
Giyuu no sabe cuándo volverá a ver a Kocho, pero se la encuentra en sus sueños tres noches después. Es una escena insustancial y conocida, como un fragmento de tiempo grabado. Sueña que cenan juntos, que ella hace comentarios jocosos por aquí y por allá que, extrañamente, no le molestan en lo absoluto. Sueña que deben dormir y, aunque no hay ninguna excusa en su sueño para que compartan futón, lo hacen nuevamente, sin rechistar. La frente de ella recargada contra su espalda y sus respiraciones acompasadas.
Por mañana Giyuu se despierta desconcertado y pasa distraído el resto del día.
tengo tantos problemas intentando crear romance para esta historia que no los voy a mencionar. abusé del "Tomioka-san?", lo noté yo también. segundo y último capítulo la próxima semana. gracias por leer :)