Code Geass: Bloodlines

Capítulo 2

Fantasmas

Gilbert G. P. Guilford les echó un nuevo vistazo a las hojas del registro. Estaba despeinado, agotado y sin ducharse. Llevaba trabajando en un viejo caso que aparentemente se resistía a cerrarse. Se trataba de una serie de desapariciones. Los blancos eran vagabundos, drogadictos y prostitutas. Gente que nadie extrañaría, en definitiva; aunque son ciudadanos de Pendragón, al fin y al cabo. ¿Acaso un Jack El Destripador del siglo XXI? Podría ser si los cuerpos fueran encontrados, pero nada que ver. Había acusado a cuatro posibles sospechosos y todos fueron exonerados por falta de pruebas. Y devuelta al comienzo. Gilbert bebió un trago de su café. Arrugó la nariz: le sentó amargo en el estómago. El trabajo del fiscal era más duro y estresante de lo que se creía. Alguien tocó su puerta.

—Pase —dijo mientras sus ojos se trasladaban a la página diez. Nada saltó a la vista.

La puerta se abrió. Suzaku estaba allí.

—Perdone, señor. Tengo que hablar con usted.

—¡Ah, fiscal Kururugi! Adelante —consintió. Suzaku obedeció—. ¿Qué se le ofrece?

Suzaku puso sobre la mesa del fiscal un expediente.

—Deme este caso, por favor —pidió. A pesar de la elección de palabras amables, su tono era autoritario.

Gilbert revisó el número del expediente y se lo señaló con el bolígrafo que tenía a la mano.

—¿Sabe quién es el acusado de este caso? —preguntó con seriedad—. Es el vicepresidente de Britannia Corps. Los medios de comunicación andan husmeando lo que pueden para filtrar información. Será difícil…

—Sin querer alardear, señor, he manejado ya dos casos grandes. Creo que puedo encargarme —insistió.

—No dudo que pueda, sino que usted tiene demasiados casos sin cerrar: recibo muchas quejas de la administración. Está atrasado con el trabajo porque pierde el tiempo yendo a la escena del crimen a verificar todo. Dicen que incluso una vez siguió a los detectives en su replanteo.

—En la ley no hay nada que prohíba a los fiscales ir a la escena del crimen —se defendió.

—Fiscal Kururugi, sabe que no me refiero a eso. Todos tenemos un campo para el que hemos decidido trabajar: es deber de los detectives capturar a los sospechosos y el nuestro es llevar a cabo la investigación y entregar la documentación necesaria al juez —suspiró, armándose de paciencia—. No puede seguir así.

—Con el debido respeto, señor: no considero que sea pérdida de tiempo ir a las escenas del crimen. Las investigaciones, como usted dijo, son realizadas por fiscales y detectives. Y todos son personas, por lo que existe el peligro de que se cometa algún error y los que más sufren son los involucrados y sus familias —explicó Suzaku—. Como fiscal, debo procurar que no se hagan juicios equivocados. Así que, aunque me lo imponga, seguiré yendo —declaró.

Gilbert fracasó reprimiendo una sonrisa. No quería mostrar complicidad, pero no podía actuar indiferente. De manera que la sonrisa se desfiguró en una mueca. No esperaba esa respuesta. La convicción de Suzaku le recordaba a sí mismo cuando comenzó a trabajar. La energía de los jóvenes fiscales como él lo contagiaba renovando su espíritu.

—¿Por qué quiere este caso? —inquirió, curioso.

—Porque conozco a la presunta víctima de agresión sexual y Britanna lleva años ocultando sus actividades ilegales. Ha sabido mofarse de la ley, pero eso puede cambiar ahora. Esta es la oportunidad de hacer que enfrente a la justicia. No me perdonaría que esta empresa hiciera daño a una persona que conozco —agregó. Un matiz de dolor mal disimulado se escuchó en esa última frase—. No sabiendo que puedo detenerlos —concluyó tajante.

Gilbert fijó una mirada en Suzaku. Había entrado con determinación y terminó revelando sus colores. Parecía desesperado por obtener el caso. Gilbert conocía a Suzaku desde que ingresó a la fiscalía. Cuando se empeñaba en algo, difícilmente podía dejarlo en paz. Esa tenacidad era admirable y un rasgo indispensable para un buen fiscal, a pesar de que, a la larga, opinaba que podría suscitarle problemas. Gilbert volvió a suspirar.

—Bien. El caso es suyo —cedió.

—¡Gracias, señor! Le prometo que haré mi mejor esfuerzo para no perder mi integridad como fiscal.

Suzaku se inclinó, cortés. Y se marchó. Pocos como él estaban felices de trabajar.


C.C. empujó la puerta y pasó al interior. Lelouch le había enviado la dirección del despacho que había comprado. Según él, mientras más pronto se familiarizaban con el lugar en el que iban a trabajar, mejor. C.C. escudriñó el entorno. No tenía la pinta de una oficina. Se adentró a la exploración. Subió tres escalones pequeños para acceder a la habitación principal. Esta era espaciosa. No estaba todo el mobiliario. Le gustó la alfombra circular tendida en el centro. No se podía negar el gusto refinado de Lelouch. Movió la cabeza. Percibió que, a la derecha, había un pasillo largo y oscuro que conducía a otra parte. Parecía que la propiedad se dividía en dos. A la derecha había otro cuarto. Entró. Era una cocina. Abrió los armarios inferiores. Vacíos. Los volvió a cerrar. Salió. No pudo evitar arquear la espalda. Se abrazó a sí misma. Era capaz de sentirlo. En esto, vio a Urabe y Minami cargar un bello escritorio negro. Cada uno lo sujetaba por un extremo. Lo transportaban al pasillo.

—¡Buenos días, C.C.! ¿Cómo estás? —saludó Urabe con gentileza.

Se fueron. La mudanza no estaba completa. Quizá llegó demasiado temprano.

—C.C., viniste —susurró una voz reposada. Reconocible. Lelouch surgió del pasillo. Tenía las manos en su espalda—. ¿Te gusta?

—Esta "oficina" es una casa. ¿Es la que solías vivir? ¿Vas a convertir el lugar en donde tu madre fue asesinada en tu oficina? —preguntó.

Los labios de Lelouch esbozaron una sonrisa enigmática.

—Un hombre siempre vuelve a sus raíces para no olvidar quién es —repuso.

—En este edificio hay fantasmas —comentó C.C., intimidada—. Ya veo por qué nadie quiso comprarlo y por qué dijiste que el propietario estaba feliz de deshacerse de ella.

—Debe ser la calefacción. No funciona. Llamaré al técnico para que lo solucione. En estas fechas, hace frío —dijo Lelouch manoteando en el aire—. ¿Vienes conmigo?

Era una pregunta retórica. Se deslizó por el pasillo a paso sinuoso. Ella fue tras él. Llegaron a una habitación más estrecha. Al fondo había una estantería llena de libros. Debían estar en la biblioteca de la casa. Advirtió que fue lo único que no había sido tocado, en tanto los hombres cambiaban la mobiliaria. En uno de los estantes estaba una estatua de piedra de la Dama de la Justicia. En algún momento le mencionó que su madre era abogada. Tal vez ella fue quien la compró y, por respeto, les ordenó a los hombres de Tamaki que no la tocaran. O tal vez por su amor a la lectura la sacralizó. Estaba equivocada en sus suposiciones. Lelouch giró la estatua. El librero que estaba al final reculó y se desplazó lentamente hacia la izquierda dejando divisar unas escaleras. La mujer de pelo verde le lanzó una mirada a Lelouch. «¿Un cuarto secreto?». Mediante un gesto, le indicó seguirlo. Los dos bajaron.

—En el juicio, hace diecisiete años, yo declaré que me había escondido en el dormitorio de Nunnally. Mentí. En realidad, estaba aquí —confesó—. Esta casa no es grande, pero guarda sus secretos. Puede transformarse en un bufete de abogados fácilmente.

—No es un búnker, ¿o sí? ¿Por qué construirían una habitación secreta?

A diferencia de arriba, este cuarto estaba bien amueblado. Fue el primero en que se ocuparon de hacerlo, indiscutiblemente. El sillón de terciopelo encarnado le daba un toque elegante a la habitación pequeña que bien podría ser tenebrosa. Sería el último sitio en el mundo en el que C.C. le gustaría quedarse de noche. Al lado del sillón había una mesita sobre la que estaba una lámpara. La luz chocaba contra las paredes imprimiéndoles unas tonalidades rojizas. Era el lugar más cálido del bufete. De seguro se debía a que estaba abajo. Lo que llamaba más la atención era la pared de la derecha. Lelouch había construido un mapa de relaciones de todos sus objetivos con fotos y artículos recortados. Pasó tanto tiempo hablándole de ellos que C.C. podía decir quién era quién, aun si era la primera vez que veía sus rostros. Debió estar desde la madrugada para montar este muro. Lelouch pasó por detrás. En la esquina había un armario de cristal. Dentro estaba colgado un traje púrpura con una capa negra larga.

—Precioso, ¿no? —afirmó Lelouch, orgulloso.

De reojo, el abogado evaluó la expresión de C.C. No estaba convencida de que era una buena idea comprar su antigua casa. Él la comprendía. A sus ojos, debía parecer un acto masoquista revivir aquella noche. Sin embargo, Lelouch tenía otro punto de vista. No todos los recuerdos desempolvados eran malos. Al volver a entrar en la biblioteca tras diecisiete años, se acordó de que su madre solía bailar cuando estaba de buen humor. Normalmente, por ganar un caso o para celebrar el triunfo de sus hijos. Una vez lo interrumpió mientras estaba leyendo.

—¡Lulú! Suelta ese libro y ven para acá. ¡Baila conmigo!

—No quiero. No me gusta bailar —gruñó con gesto huraño hundiendo la naricilla en su libro.

—¡Oh, bueno! No importa. Bailaré por los dos. ¡Nunnally, amor! ¡Ven!

A Nunnally no necesitabas preguntarle dos veces si quería bailar. Menos con su madre. Ella era una mujer alegre. ¿Cómo la depresión postparto podía ser la causa de su muerte?

—¡Lelouch! ¡Lelouch! —una voz exaltada sacó a Lelouch del trance. Tamaki bajó corriendo y se les unió—. ¡Aquí estás! La televisión está lista. ¿Quieres verla? ¡Ah! Hola, Catherine.

C.C. puso los ojos en blanco. No era que Lelouch tuviera muchísimas ganas de ver televisión en ese momento, pero accedió de buena gana. Era posible que pescara algo que le interesara que los otros vieran.

—Estuviste ocupado todo el día —le soltó C.C., asegurándose de bajar el volumen de su voz para que Lelouch solo la escuchara

—Cómo no te imaginas —afirmó.

Los tres penetraron en la primera habitación, la cual Lelouch tenía planes para convertirla en una sala de espera. Había una televisión sobre una mesa. Estaba encendida. Las imágenes se veían nítidas y el audio sonaba perfecto.

—Bien hecho, Tamaki. Gracias.

—¡Aj, carajo, se me olvidaba! —exclamó, rascándose la cabeza. Sacó un libro y se lo tendió a Lelouch—. Aquí tienes lo que me pediste.

—Excelente, pero consérvalo. Tú y C.C. serán quienes lo implanten. Y ya que están los dos, les puedo informar cuál será el primer caso que atenderemos —les indicó. Lelouch cogió el control remoto que estaba sobre la mesa de centro redonda y pasó uno a uno los canales hasta dar con lo que buscaba. Como era una noticia reciente, esperaba que alguno la transmitiera—. Al vicepresidente de Britannia Corps lo acusan de agresión sexual. Lo vamos a defender.

—¿El vicepresidente del conglomerado más poderoso del país? ¡Joder! —silbó Tamaki—. ¡Un caso de alto perfil! No te mereces menos, compadre —celebró. Acto seguido, le propinó un golpe amistoso en el brazo a Lelouch. El abogado reprimió una mueca de enfado cerrando los párpados brevemente—. ¿Y cuándo empezaremos la investigación y eso?

—Luego de que obtengamos el caso, claro —contestó como si estuviera diciendo lo obvio—. Ahora está en manos del abogado Gottwald —agregó, sacudiéndose el sucio del brazo que tocó Tamaki.

—¡Oh, ya entiendo! Se lo pediremos prestado, ¿eh? —le sonrió Tamaki, guiñándole un ojo. Lelouch desvió la mirada.

—No exactamente. Visitaré al vicepresidente en su celda y nos dará su caso. Claro, de forma voluntaria. ¡Devuelta a la rutina! —suspiró—. Creo que mi destino me ha designado rescatar miserables de las prisiones —Tamaki soltó una risotada, tomándoselo a broma. Solo C.C. se dio cuenta de la carga malintencionada del comentario. Lelouch le dirigió la misma sonrisa aterradoramente inocente que le lanzó a Kallen ayer—. Vengan. Hay que ir a Britannia Corps. Que Urabe se encargue de llevar el resto del mobiliario. Ya le di unas instrucciones precisas y confío que lo hará excelente. ¿Tienen la identificación y el carrito tal como les solicité?

Ellos asintieron con la cabeza. Lelouch se mostró complacido. Extendió el brazo y dejó que se adelantaran.


El fiscal Kururugi visitó la escena del crimen en compañía de su leal investigadora, Cécile Croomy. En cuanto enseñó su insignia de fiscal y les explicó a los oficiales que estaba a cargo del caso: le permitieron el acceso. Había leído en el informe que entregó el departamento de policía que una mujer caucásica fue asaltada sexualmente en el coche del victimario la noche anterior. El vehículo estaba en un estacionamiento perteneciente al restaurante japonés Horai.

—Dijeron que no pudieron obtener la grabación de la CCTV, ¿correcto? —indagó Suzaku, dirigiéndose al detective asignado.

—Así es —afirmó el aludido—. La razón fue porque la cámara estaba en un punto ciego. No pudimos tener un ángulo que capturara la escena.

—Y la caja negra del automóvil del delito no funcionaba —completó Suzaku—. Está bien. Obtenga un registro de los automóviles que se estacionaron aquí a las ocho y quince y junte todas las cajas negras. Alguna tuvo que haber grabado algo. Si es así, tráigamela rápido.

—Bien.

—El auto se lo han llevado. No hay nada más que investigar. Retirémonos —ordenó Suzaku. Posteriormente, despachó al detective y a los policías. Se volvió hacia Cécile.

—¿Ahora veremos a la víctima? —le preguntó.

—Todavía no —repuso. Ladeó la cabeza y concentró la mirada en un punto lejano—. Acaba de ser agredida. Es probable que ella no se sienta cómoda conmigo. Esperemos un poco más. Vayamos a Britannia Corps y entrevistemos a los trabajadores.

Cécile, quien estaba frente al joven, se reubicó a su lado. Quería ver lo que él estaba mirando. Era la puerta del estacionamiento, por la cual los implicados bajaron. Se suponía que era una cena de la compañía. La víctima no debía estar ahí puesto que los comensales trabajaban en Constructora Britannia, la sede principal de Britannia Corps, y ella operaba en quizá la más importante subsidiaria de la empresa: Químicos Britannia —de hecho, tenía entendido de que no había trabajado para ellos por largo tiempo—. Sin embargo, se sabía del lema de que todos en Britannia Corps son una gran familia. De acuerdo con las declaraciones de los testigos, el vicepresidente se emborrachó y ella se ofrece en llevarlo hasta su auto, en tanto llamaba a un conductor. Fue cuando pasó.

Suzaku apretó los labios con ira tan solo al imaginar la escena terrible. Los casos de mujeres abusadas y niños maltratados lo indignaban mucho. ¿Cómo puede haber gente tan perversa? Por suerte, existe la ley para proteger a esos desamparados. El fiscal Kururugi le indicó a su investigadora que era momento de irse y eso hicieron.


El abogado Jeremiah Gottwald fue encomendado por el mismísimo Charles zi Britannia la tarea de defender al vicepresidente. No era cosa extraña considerando que, durante el avance del juicio, los nombres del vicepresidente, la víctima y la familia Britannia estarían en boca de los habitantes de Pendragón. Y, si bien, era normal que los ojos de todos estuvieran puestos sobre ellos, la imagen de la compañía nunca estaba en juego. Britannia sabía que no precisaba a todos sus abogados, solo al mejor, ¿y quién sino aquel abogado que demostró la inocencia de Luciano Bradley hace diecisiete años? La noticia prorrumpió en un gran escándalo difícil de controlar. Las semejanzas entre ese viejo caso y este eran tantas que se temía que Britannia cayera definitivamente. Jeremiah estaba acostumbrado. No era la primera vez que sacaba las patas del barro a la empresa por algún descuido de un empleado imbécil. De modo que, una vez más, le tocaba arremangarse las mangas hasta los codos y meter las manos en la mierda, por su jefe, para sacar el tapón que obstruía el fluir del agua. Estaba en su oficina preparando su defensa cuando su secretaria le pasó una llamada inesperada. El interlocutor alegaba que era urgente contactarlo. ¿Quién podría ser? Jeremiah no aceptaba llamadas de desconocidos, pero la curiosidad le impidió rechazarla.

—¿Sí? Soy el abogado Gottwald —se presentó.

—¿Es usted el propietario del coche 89082? —preguntó una voz masculina. No la identificó.

—Así es.

—Lo siento. Tiene una abolladura en el parachoques —informó el interlocutor misterioso.

—Bien —dijo comprendiendo la situación—. Iré para allá.

El abogado avisó a su secretaria que volvería dentro de diez minutos y, en seguida, abandonó su oficina. En breves instantes, entró una mujer ataviada con el uniforme de los empleados del mantenimiento. Arrastraba un carro de limpieza y en su mano llevaba una bolsa negra.

—Vengo a recoger la basura —explicó lacónica la mujer.

La secretaria asintió y continuó en lo suyo. La mujer sacó la basura de la papelera de la sala de espera y la vertió en el interior de la bolsa que trajo. Luego entró al despacho desprotegido del abogado. La mujer dio unos golpecitos al carrito. Este se abrió solo desde arriba. Tamaki se paró de golpe. Se ventiló zarandeando su camisa.

—¡Maldita sea! Allá adentro hace un calor infernal. La próxima vez te metes tú, Cassandra.

—No tenemos mucho tiempo. Andando —le recordó C.C.

Tamaki hizo un ademán de aprobación. Se inclinó en donde estaba parado y sacó un libro de Formulario de Derecho Civil. El mismo que intentó dar a Lelouch. Se lo entregó a C.C. En el lomo tenía una pequeña lente y como la tapadura era negra, no se distinguía a simple vista. C.C. cogió uno de los libros del estante del abogado y efectuó el intercambio. El sustituido lo metió en el carrito. Finalmente, fue a sacar la basura para cubrir las apariencias.

Por otro lado, el abogado Gottwald salió hacia al estacionamiento. Su Volkswagen, en efecto, había sido golpeado por un flamante volvo negro que intentaba aparcar en el puesto vecino. Jeremiah flexionó las rodillas para examinar los daños. No había sido grave, gracias al cielo. El propietario del otro vehículo estaba ahí. Era quien lo llamó. Un hombre joven vestido con un traje elegante.

—Deme su información de contacto. Veré que la compañía de seguros…

—¿Es de verdad el abogado Jeremiah Gottwald? —lo interrumpió. El interesado ahora era el responsable del choque—. ¡Yo también soy abogado! —anunció. Del bolsillo interior de su chaqueta negra extrajo una tarjeta y se la mostró—. Lelouch Lamperouge

Alargó la mano para estrechársela. Jeremiah vaciló antes de hacerlo. Su instinto de alerta se activó en ese momento.

—¿Qué es lo que quiere? —indagó con sequedad.

«¡Ah, así que nos vamos a la ofensiva de una vez!».

—Ya que usted lo pregunta: el caso del vicepresidente de la compañía Britannia Corps, Taizo Kirihara. ¿Me lo podría pasar?

La pregunta formulada en el tono cortés tornaba la escandalosa solicitud en un cinismo total. Jeremiah se echó a reír de forma inaudible.

—¡Tks! ¿Está de broma? Retire su auto. Haré de cuenta que esto jamás pasó y yo no lo conocí —le dijo girándose sobre sus talones.

Lelouch no lo dejó marchar, lo agarró del hombro.

—Sé que esta no es la manera y he sido muy atrevido chocarlo adrede para hablar con usted, pero realmente lo necesito —persistió Lelouch con una sonrisa de disculpa.

—Comprendo que no debe ser sencillo conseguir trabajo —dijo Jeremiah evitando cruzar su mirada con la del otro—. Alrededor de dos mil abogados egresan de la Escuela de Derecho y las personas no confían en ellos ya que son novatos así que los abogados pelean unos contra otros como perros callejeros mordiéndose las colas y las orejas por las sobras que nadie quiere o los casos absurdos que no estimulan su experiencia. Me siento mal por usted que tuvo que ir muy lejos, pero no puedo hacer nada. Es imposible que le transfiera este caso —espetó. Le tomó la mano que lo sujetaba y se la quitó de encima. Sin más dilación, se alejó. Pero Lelouch no iba a darse por vencido tan rápido.

—¡Señor abogado!

Se precipitó sobre él. El abogado Gottwald no se detuvo. Tenía intención de llegar a su oficina y cerrarle la puerta en la nariz. Hasta allí no podría seguirlo. Se cansaría de esperarlo afuera, a largo plazo. Por otro lado, Lelouch no era veloz. Sabía que Jeremiah lo estaba ignorando y lo perdería. Pero la separación se produjo antes de lo esperado cuando Lelouch reconoció a dos hombres cuyos caminos estaban por encontrarse en el lobby de Britannia Corps. Se ocultó atrás de una columna. Los comparecidos eran el fiscal Kururugi, seguido por la investigadora Croomy, y el presidente de Vitalicia Britannia, Schneizel el Britannia. Era un hombre de piel clara y cabello rubio de seda que le caía sobre la nuca. A pesar del estrés que conllevaba ser el segundo hijo de Charles, sus labios siempre estiraban una deslumbrante sonrisa. A menudo se le veía llevar singulares trajes blancos que algunos murmuraban eran confeccionados por un excéntrico diseñador italiano. Eso sí, lo que nunca faltaba en el porte de Schneizel era un anillo de obsidiana en el índice derecho. Obsequio de un hechicero. O era lo que afirmaban los rumores, pues todos los negocios que hacía Schneizel los coronaba con éxito. Suerte o quizás la habilidad era hereditaria y, con razón, los allegados a Charles decían que él era parecido a su padre cuando era joven. Algo que objetaban ambos.

—Pero si es el Caballero Blanco de Pendragón, ¿cómo está? ¿A qué debemos el honor de su visita? —saludó el presidente Schneizel.

Suzaku sonrió con timidez al escuchar ese apodo. Se lo habían dado los medios cuando ganó el juicio contra el alcalde. Usaba un traje blanco como el que tenía Schneizel.

—Bien, presidente Schneizel. ¿Honor? Ninguno —se aclaró la garganta—. Solo vine a hacer mi trabajo.

—Claro, entiendo. El caso de nuestro vicepresidente —dijo con repentina preocupación—. ¿Los trabajadores colaboraron con su investigación? Le ordenamos hacer lo que la fiscalía y la policía dispusieran.

—Sí, fueron diligentes y amables con nosotros. Pudimos terminar antes —indicó, lanzándole una mirada rápida a la investigadora Croomy.

—Muy bien. No lo distraigo más. Es tranquilizador saber que la investigación de la fiscalía está en sus manos. Confío en que el juicio la verdad será revelada —afirmó—. Felicitaciones por su premio, por cierto —añadió en un susurro pasando por su lado.

Schneizel prosiguió de largo. Sus guardaespaldas fueron con él. Lelouch reflexionó en lo que acababa de escuchar. Conque Suzaku era el fiscal asignado al caso del vicepresidente. ¡Qué divertida coincidencia! Su reencuentro no se va a limitar en los pasillos de los tribunales, sino en el juicio. Había observado en la televisión que su viejo amigo recibió el premio del fiscal del año. Suzaku invirtió su esfuerzo en cosas productivas estos últimos años. De repente, el abogado manifestó curiosidad: ¿continuaría siendo el niño que conoció hace años?

Ya averiguaría la clase de hombre que se había convertido cuando tuviera la oportunidad de tantear su carácter. Se reunió con C.C. y Tamaki en la camioneta de este. Tenía que discutir un par de asuntos. C.C. tenía la cabeza asomada por la ventana. Estaba fumando y necesitaba expulsar el humo. Tamaki estaba orgulloso de reportar que reemplazaron el libro justo antes de que llegara el abogado Gottwald. Lelouch no les quiso compartir qué había descubierto a quién se enfrentaría en el juicio.

—Excelente. Ahora necesitamos vigilar a nuestro hombre. Es más que seguro que Charles zi Britannia lo telefoneará o Jeremiah se pondrá en contacto con él en algún punto del transcurso del día. C.C., te designaré esta tarea —dijo—. Tamaki, averigua todo sobre nuestra víctima. No escatimes en los detalles. Si encuentras algo que crees que pueda servir, notifícamelo. Su nombre es Nina Einstein.

—¡No te defraudaré, compadre! ¡Está hecho! —confirmó Tamaki vigorosamente.

—¿Y tú qué harás? —preguntó C.C.

—Yo voy a acudir a una cita con Euphemia li Britannia —respondió Lelouch. Dio una ojeada a la hora en su reloj de bolsillo de oro—. Llegaré a tiempo si me voy en este momento.

—¿Nosotros trabajaremos y tú te divertirás? La vida no es justa —comentó C.C. tirando su cigarrillo por la ventana—. Pobre Euphemia.

—¿La compadeces? —indagó Lelouch. Intrigado ante la idea de que C.C. pudiera interesarse en alguien más que en sí misma.

—Claro que no. Solo pensé en la situación: te invita a salir porque cree que su destino le puso en su vida alguien confiable que no le importa su fortuna o su familia, sino ella. En otras palabras, cree que puede cultivar una bonita amistad. Pero lo que ha hecho fue meterse en la cueva de un lobo hambriento que ansía la sangre de su familia, incluyéndola —observó C.C. recostando la cabeza del asiento—. Objetivamente hablando, ¿no es cruel hacerla la clave de destrucción de su familia?

—En la escuela de derecho, aprendí que las deudas no se esfuman cuando los padres mueren, sus hijos las heredan. En la antigua Grecia, era así. Correspondía a los hijos terminar lo que sus padres empezaron o sobrellevar el peso de sus pecados. ¿Injusto? Tal vez, pero si alguien hizo algo malo: debe haber un castigo. No sabía que se te daba bien la poesía, C.C. —sonrió Lelouch—. Bueno, ya me voy…

Y salió.


El fiscal Kururugi y la investigadora Croomy fueron a casa de la Srta. Einstein. La víctima. Era la última parada que debían realizar antes de organizar todo lo que recolectaron. El juicio se celebraría pronto debido a la magnitud del caso.

—Dime, ¿cómo conoces a la víctima? —inquirió Cécile—. ¿Una vieja amiga de la escuela? ¿Su primer amor?

—No. Fue una compañera del instituto.

—Una compañera muy cercana, supongo.

—No. Una compañera simplemente.

«¿Y por una simple compañera del instituto está moviendo cielo y tierra?». La mujer pensó que el fiscal Kururugi era admirable. La entrega a cada caso que le asignaba era inigualable. Ningún fiscal haría lo que él sí. Ambos se pararon en el tapete de "Bienvenido". El hombre iba a presionar el timbre, no obstante, alguien abrió la puerta: una mujer escuálida de rizos negros que tenía unas enormes gafas sobre los ojos. Su piel era tan pálida como quien nunca se ha expuesto al sol. Nina. Suzaku la identificó fácilmente: aún recordaba cómo era ella de adolescente. No ha cambiado en absoluto. No sabía si eso era bueno o malo.

—¿Suzaku? —preguntó Nina arrugando la frente. Lo reconoció también—. ¿Qué haces aquí?

Por lo visto, no había notado la presencia de Cécile.

—Vine a visitarte junto a mi colega, Cécile Croomy —contestó él, presentando mediante un ademán a su acompañante. Nina la miró por el rabillo del ojo—. ¿Llegamos en mal momento? ¿Vas a salir?

—¿Cómo? ¡Ah, sí! Me dirijo a la jefatura. Tengo que retirar una denuncia —especificó, sin dirigirse a ninguno de los dos.

De lance en lance, cerró la puerta y se fue. Aunque sus pasos eran cortos, caminaba de forma apresurada. Suzaku y Cécile pudieron alcanzarla. Era la misma chica del instituto. Su vestido era de mangas largas (jamás la vio llevar lo contrario), siempre con la vista hacia abajo como aquel que está sujeto a sus desvaríos, evitando las miradas de los demás, murmurando su lista de cosas por hacer o hablando consigo misma a propósito de algo que la atormentaba y, claro, su inconfundible modo rápido de hablar.

—¿Retirar una denuncia? ¿Por qué? —preguntó Suzaku.

—Porque fui una tonta. ¡¿Cómo pude pensar que lo van a procesar o lo hallarán culpable?! ¡Soy tonta! ¡Una tonta! —farfulló. Era evidente que conversaba consigo misma, aun cuando caminaba lado a lado del fiscal y la investigadora de su juicio—. Ahora me voy a quedar sin trabajo… ¡Mierda!

—¿Por qué serías despedida? ¿Qué te hace pensar que la fiscalía liberará al sospechoso? —preguntó ansioso Suzaku.

—¡Porque el hombre al que denuncié es el vicepresidente de Britannia Corps! La compañía más poderosa de este país. Debe estar moviendo sus influencias para esconder las pruebas o para sobornar al juez —jadeó Nina. Sus palabras se atropellaban las unas con las otras, pero él consiguió captar el sentido de todo—. O quizá no haga falta: vivimos en un mundo en que los fiscales son tontos y los abogados, muy astutos —Nina se detuvo como recordando algo. Se volvió a Suzaku por segunda vez en la charla—. No mencioné a la fiscalía, ¿cómo supiste?

—Porque soy el fiscal que trabaja en tu caso —explicó Suzaku. La mujer abrió los ojos como platos y se llevó dos dedos a la boca, apenada por lo que había dicho de los fiscales hace un momento, ¿cómo haría para retractarse? El fiscal no se detenía en ese punto—: lamento que tú pienses así de la fiscalía. Yo te doy mi palabra de que la mayoría de nosotros damos nuestro mejor esfuerzo, pero siempre hay algunos que nos dan mala reputación. Nina, te prometo que trabajaré sin descanso hasta obtener la evidencia que ponga a Taizo Kirihara en prisión por lo que te hizo —aseguró vehemente—. Vine aquí con mi investigadora porque quería hacerte un par de preguntas. Sé que el detective te interrogó, pero quería que supieras que en el juicio: pelearé por ti hasta el final. Puedes estar tranquila.

Nina lo miró de hito en hito. Sin saber qué responder. Posiblemente sea el tono aplomado en su voz o su mirada o que sabe quién es, pero podía sentir como su corazón se desaceleraba. No quería ser ella quien rompiera el contacto visual. Algo en su interior la inducía a darle un voto de confianza. ¿Por eso sería que se referían a él como el Caballero Blanco de Pendragón?


Lelouch y Euphemia almorzaron en un café francés. Para ambos, fue reanudar lo que habían dejado inacabado en el restaurante italiano. Euphemia supo que Lelouch había aprendido a tocar el piano a corta edad; además de la pintura, apreciaba la música, la literatura y el cine (su película favorita era El Padrino) y lo que más disfrutaba hacer en una tarde despreocupada era pasar el tiempo con su hermana o jugar una partida de ajedrez. Lelouch averiguó que ella amaba la comida mediterránea; había viajado a varios países de Europa, América y Asia; le gustaba el golf y era trilingüe. Euphemia le hizo prometer a Lelouch que alguna vez tocaría para ella y él accedió a componer una melodía para ella si a su vez se comprometía a enseñarle francés. Los dos sellaron el trato. Como en la anterior ocasión Euphemia pagó ya que Lelouch era recién llegado, él pagó hoy. Le aclaró que tenía el dinero ante la vacilación de Euphemia.

—Mi tasa de éxitos es de 100% —manifestó con un orgullo sutil—. Mis clientes pagan bien por el servicio que les prometo apenas ven que estoy respaldado por la tasa. Gracias a eso, me he comprado un pent-house en una linda urbanización. Algún día deberías venir.

—¿Una tasa de éxitos de 100%? —repitió—. ¡Guau! Tuviste que haber estudiado y esforzado mucho para obtenerla —Euphemia agachó la cabeza y tamborileó los dedos sobre la mesa—. Disculpa que me haya ido abruptamente la otra vez. Mi hermano llegó de realizar un viaje de negocios. Le fue estupendo. Bueno, él nació para ser empresario. No conozco a nadie que sea mejor, excepto quizás mi hermana, pero incluso ella confirma su superioridad. Tuvimos una reunión familiar en el que papá anunció que iba a poner la compañía en las manos de mi hermano para entregarse a la carrera política.

Tres meses atrás, se hizo eco la noticia de que el magnate, Charles zi Britannia, se postulaba para las elecciones primaria de uno de los partidos más populares. Al principio, la recepción fue tibia. Charles había tenido menos apariciones en público que cualquiera de sus hijos. Era de ese tipo de personas que prefería que sus acciones hablaran por ellos y solo así era que los ciudadanos tenían una vaga idea de quién era. Sin embargo, una vez que tomó el micrófono y dirigió sus primeros discursos a su nación comenzó a ganar apoyo gradualmente. Charles no era como otros políticos. Era transparente, iba al grano y disertaba sobre problemas que a la gente le preocupaba. Sin anestesia. Lelouch supo entonces que esa era la señal de que debía regresar a la ciudad. Ya, en el pasado, miembros de la familia Britannia se habían involucrado en la política, pero nada como esto. La fama y los triunfos de la familia Britannia alcanzaron su punto más alto con la inminente candidatura a la presidencia de Charles.

—Entiendo su decisión, por una parte. Con su campaña política, va a estar ocupado durante los próximos meses y necesita designar a un presidente interino, pero "abdicar" a favor de tu hermano me parece imprudente. El presidente Charles está confiado o está cansado de sus funciones —dijo Lelouch con aire comprensivo. Euphemia alzó la mirada al oír la segunda opción—. De todas formas, felicidades al presidente Schneizel —le sonrió. La mujer no pudo devolvérsela—. ¿Qué ocurre? ¿Es por mi opinión?

—No, no. No es tu culpa —se apuró a decir—. Es que… Bueno, es una tontería. ¿Conoces la historia de mi familia?

—He oído tantas cosas que creo que cada versión nueva que oigo difiere de la anterior.

—Bien. En todas las versiones, ellos debieron haberte contado que nosotros descendemos de un inmigrante inglés llamado Ricardo Britannia. Era un hábil comerciante y llegó a trabajar para el hombre más rico de la región. Al morir, no dejó herederos, por lo que tomó la decisión de nombrar a su mano derecha como el legítimo sucesor, pues él conocía su empresa. Nadie reunía las cualidades que tenía él —explicó Euphemia, mientras miraba la ventana tratando de recordar cómo iba la historia. Se volvió a su interlocutor—. ¿Así más o menos te contaron?

—Sí, salvo por un detalle: Ricardo Britannia se quedó con la presidencia porque él alteró el testamento con la ayuda de la esposa de su jefe, Elizabeth, su amante, y que su muerte no fue a causa de una enfermedad mortal, sino un complot entre ambos. Dicho de otra forma, él fue engañado y traicionado por las personas que más confiaba —respondió Lelouch a secas.

Euphemia respiró hondo. No parecía disgustada ni sorprendida. Tampoco se burló del rumor. En sus ojos violáceos relucía la ansiedad.

—Esa es la versión que da crédito a las palabras de la madre del fallecido. La segunda parte de la historia narra su intervención: un día, ella apareció en la casa y acusó a Ricardo de haber matado a su hijo. Nadie le creyó: todos la tomaban por una anciana decrépita que decía puras incoherencias y ella no tenía pruebas. Ricardo ordenó que la sacaran por haber interrumpido la paz de su hogar. Ella se fue, pero no sin antes de echarle una maldición a él y a todos sus descendientes, pues, aunque él lo planificó, su viuda estuvo en el complot. Sus hijos pagarían por sus pecados y, de esta manera, conocería el dolor que ella sufrió. Dijo que un crimen de sangre solo podía limpiarse con la sangre de quien lo cometió, pero la suya era tan sucia que iba a ser insuficiente; en consecuencia, hasta que nuestra familia compensara con su sangre la que derramó, no pararía de haber muertos. La soberbia y la violencia sobre la que Ricardo fundó su casa llevarían a su estirpe a la ruina gradualmente —la lánguida voz de Euphemia se quebró. Un escalofrío recorrió su espalda y se estremeció. Lelouch observó cómo entrelazó sus delicados y largos dedos. Se había hecho la manicura: sus uñas estaban pintadas de rosa—. Para consolidar su maldición, le regaló un reloj de arena. Dijo que se rompería el día en que la maldición acabara con la familia Britannia. Él no le creyó, desde luego…

—Y se deshizo del reloj.

—No, lo conservó —rectificó. Lelouch enarcó las cejas. Euphemia se encogió de hombros—. Consideraba que, si lo botaba, la gente diría que tomó en serio sus palabras y tiene miedo. Está en nuestra casa aún. Es como nuestra broma familiar. Ni Ricardo ni el abuelo ni papá les asustaron las maldiciones.

—¿Y tú? —preguntó Lelouch ladeando la cabeza.

Los vellos de los brazos se le pararon de punta. Disimuladamente se abrazó e inhaló despacio en un intento de recobrar la compostura.

—Estos meses, estuve investigando nuestro árbol genealógico: no todos los hijos de Ricardo sobrevivieron y es cierto que, desde entonces, ha habido una cadena de muertes prematuras: por accidente, enfermedad, abortos espontáneos, algunos suicidios y dos asesinatos —musitó Euphemia—. La generación del abuelo fue serena. Llegaron a decir que nuestra "mala suerte" se acabó con él; pero ahora que papá se postuló para la presidencia, temo que haga enemigos. Sabes cómo funciona la política. Amo a mi familia. No quiero que nada ocurra —Euphemia ahogó un gemido—. ¿Tú no crees en estas cosas? —indagó con cautela.

—He escuchado sobre experiencias paranormales que les han sucedido a personas a través de otros, pero yo no creo en nada que mis sentidos no perciban, ¿cómo pueden comprobarse las maldiciones? —Lelouch chasqueó la lengua, pensativo—. Mi hermana, sí. Es una católica devota. No creo que sea malo. Todos somos supersticiosos en cierta medida. Los antiguos atribuían la razón de sus desgracias a las malas acciones de sus ancestros y sostenían que las culpas eran hereditarias. Un pensamiento primitivo. La madre de ese hombre lo era: al clamar por la sangre de Ricardo y su familia está claro que deseaba venganza, no justicia.

—¿Tú lo eres?

—¿Católico? No. Mi hermana lo sabe y lo respeta. Al igual que yo lo hago por sus creencias. En sus primeros años, adaptarse a la parálisis y la ceguera fue muy duro. En su religión halló un consuelo que yo no podía darle.

—Supongo que es más que obvio que no fue lo que hallaste tú.

—Lo que yo hallé fue un abismo de falsas promesas, codicia, depravación y mentiras —dijo. Ella clavó sus ojos violáceos en Lelouch. ¿Algún día su elocuencia y su manera de pensar no la asombraría? Por otro lado, él sintió que su respiración se cortaba. Cuando ella se le quedaba así, era dolorosamente sostenerle la mirada. Su candor y amabilidad le recordaba a Nunnally en ocasiones. Perturbado, agregó—: ¿tú eres creyente?

—Mi familia tiene una iglesia, que heredó mi padre de mi abuelo materno, pero yo jamás me he sentido vinculada a la religión, aunque tampoco la niego. Me gustaría creer que existe una fuerza que nos excede. Solo que no puede demostrarse.

—Comprendo. Temía haberte ofendido.

—No te preocupes. Me gusta que seas sincero —jadeó cabeceando.

—Me alegra saberlo. No me sentiría bien conmigo mismo mintiéndote —confesó Lelouch. Sonriéndole, se inclinó, extendió su mano y la puso sobre su muñeca—. Te recomendaría no hacer caso a esos comentarios detractores contra tu familia y enfocarte nada más en las cosas que tus sentidos puedan percibir. No puedes enfrentar lo que no existe.

Estando los dos muy cerca, se miraron el uno al otro. Euphemia se dio cuenta de la finura de su cutis. Para ser un hombre, sus rasgos eran casi femeninos. Lejos de parecerle ridículo, más bien, realzaban su atractivo. Lelouch sentía un cosquilleo en la palma con que había agarrado su muñeca. Se avergonzó de su actitud temerosa. No podía ser que se portara como un adolescente con esta clase de cosas. Entonces, su exquisito perfume floral llegó hasta él. Se ruborizó instantáneamente. Vuelto en sí, el joven abogado retiró la mano.

—Tienes razón —se echó a reír Euphemia, a modo de recuperar el aliento—. Por culpa de esa estúpida maldición, la gente cree que no somos unidos. Que hay conspiraciones entre nosotros como la que concibió supuestamente Ricardo. En contestación a eso, tenemos un lema. El abuelo lo recitaba todo el tiempo. ¿Lo conoces?

—Sangre de mi sangre, ¿no? —declamó Lelouch. Euphemia asintió.

—Sí. Primero, la sangre de mi sangre y después la nada. Es bonito. Yo concordaba con él: la familia es lo más importante —afirmó—. Habrá una fiesta para celebrar el nombramiento de mi hermano —cambió de tema.

—¡Ah! ¡Formidable! Te divertirás —dijo Lelouch con entusiasmo.

—Sí. Cada cuando organizamos grandes fiestas. Es agotador. Ya que somos los anfitriones, hay que recibir y saludar a los invitados… —suspiró.

—Pero son viejos conocidos. Debes sentirte cómoda con ellos.

—Realmente no. Son asociados de papá. Supongo que, debido a su campaña, muchas figuras políticas influyentes estarán presentes.

—Entiendo. Es una lástima que no puedas disfrutar tu propia fiesta —comentó Lelouch con subyugadora franqueza—. Si al menos tus hermanos estuvieran contigo o no, no es menester. Con un prometido o un amigo que nunca te dejara sola: amenizaría la velada ya que tendrías con quien conversar y un compañero de baile, ¿no conoces a nadie así a quien invitar?

Euphemia estaba a punto de puntualizar que no sería era tan aburrido como parecía, pero al escuchar las razones de Lelouch: no podía refutarle. No se divertiría tanto en una fiesta sola que con un compañero.

Lelouch dio otro sorbo a su café mientras espiaba a Euphemia. Bajo la luz del sol, se admiraba mejor su belleza. Era tan encantadora y guapa como todos expresaban. Lo había constatado. Sin embargo, C.C. estaba en lo cierto: sus deseos por trabar una amistad con alguien estaban despejándole el camino. Escogerla como objetivo fue una brillante idea. Llegaría a la familia Britannia mucho más rápido.

—¡Lelouch!

—¿Uhm?...


Era otro día más de trabajo para Kallen en la pizzería. Aunque Ohgi la había contratado como repartidora esencialmente, no es como si llamaran cada dos por tres para solicitar el servicio a domicilio, así que, para matar el tiempo, atendía la caja o sino preparaba pizzas. Aprendió al poco tiempo. No era una experta en la cocina, pero conocía las bases desde que era pequeña (por no decir que se adaptaba con facilidad) y a menudo improvisaba. Dos veces intentó crear una nueva pizza. Hoy salió dos veces a entregar dos órdenes. En la mañana trabajó de cajera y luego, en la tarde, Ohgi la relevó y fue a la trastienda a cocinar. Kallen esperaba una llamada especial. Cuando regresó del apartamento de Lelouch, no le dijo a Ohgi qué hubo problemas y mintió sobre la razón de su tardanza. Ya que habían decidido que todo quedaría entre ellos, ¿para qué alarmarlo? Alrededor de las cuatro en punto recibió un mensaje para encontrarse en frente del Centro Comercial Otomensando. Confirmó y dijo a Ohgi que saldría temprano. Se cambió de ropa —Ohgi vivía en el piso de arriba de la pizzería y Kallen se había mudado ahí desde que cumplió los dieciocho: fue su propio regalo de cumpleaños—, cogió las llaves de la moto y partió antes de que Ohgi pudiera preguntarle a dónde iba.

Llegó al punto de reunión y no vio rastros de Lelouch. Kallen resopló. Para su fuero interior, rogaba que no la hiciera aguantar demasiado. Se moría de ganas de que todo acabara. Se paró bajo la sombra de un árbol y se entretuvo mirando las redes sociales en el celular. Cuando se hartó, enfocó la mirada expectante en las escaleras. Individuos, parejas, familias entraban y salían. Kallen apartó la vista al fijarse en una niña venir con un chico, su hermano a lo mejor. Al hacer eso, notó una situación irregular que estaba sucediendo en la acera de enfrente. Se trataba de un puesto de perros calientes. Unos hombres molestaban al vendedor.

—Sino fuera por nosotros, no tendrías dónde vender tus malditos perros, ¿lo sabes? —ladró uno de ellos—. ¡Desagradecido! ¡Así no se trata bien a los clientes!

—No tiene por qué usar ese lenguaje conmigo. ¡También me merezco respeto! —aun cuando había escogido las palabras correctas, la exigencia del vendedor salió como un chillido.

—¡Qué respeto ni que nada! ¡No te pases de abusador! ¿En dónde crees que estás para exigir nada! Esta es nuestra casa y si no aprendes a tratar mejor a tus clientes, ¡regrésate a Japón!

Precedido por sus palabras, uno de los provocadores aplastó el perro caliente que cargaba en su cara. Ensuciándolo de salsa y mostaza. En esto, oyeron el flash de una cámara. Al volverse, notaron a Kallen que estaba detrás de ellos tomándoles fotos.

—¡Eso! ¡Sigan así! Yo nada más estoy grabándolos —espetó Kallen—. Mejor contéstenme dónde creen que están ustedes: ¡esto es violencia pública, regulación 2.2.! Cuando presente a la policía las fotos y el vídeo que tengo, los demandaré y, mínimo, pasarán dos meses en la cárcel, ¿creen que porque no son inmigrantes su país los protegerán? ¡SE EQUIVOCARON! ¡Aquí hay leyes y aplican para todos, hayan nacido en este suelo o no!

Temblaba de ira, pero su voz se mantuvo firme. Los ataques xenófobos contra los japoneses eran un problema común que la sacaba de sus casillas. Kallen detuvo la grabación y guardó el celular en el bolsillo de su chaqueta.

—¡Pfff! ¿Qué cosas está diciendo esta perra loca? ¡No te entrometas en lo que no te incumbe!

El hombre se acercó a Kallen mientras zarandeaba el dedo en su dirección. A una velocidad fulminante, lo cogió de la muñeca y se la retorció. El hombre soltó un alarido, pero no tuvo piedad: lo jaló hacia ella de sopetón y lo pateó en la ingle. El agresor cayó de rodillas. Ya sin fuerzas.

—No soy una perra, soy una maldita mujer o una loca. Como prefieras —le gruñó. Kallen se dirigió a los demás. Estos retrocedieron instintivamente—. ¿Quién quiere terminar como él y con una demanda adicional?

No tuvo que repetirlo. Los bravucones echaron a volar abandonando a su colega a la suerte. Lelouch era el único espectador de la escena. Estuvo tentado a interferir, pero se resistió por un motivo: deseaba conocer cómo Kallen se desenvolvía. Todo estuvo bajo control. No tuvo que atemorizarlos con el volvo. Era indudable que sabía cuidarse sola. El pendenciero se fue a duras penas pudo: era una tontería enfrentar de nuevo a la pelirroja. Observó como ella le daba su información de contacto al vendedor con la finalidad de enviarle las fotos y el vídeo. Lo guiaría en el proceso de la demanda seguramente. Aguardó que se despidiera y cruzara la acera para llamar su atención con el claxon. Kallen dio un respingo. Lelouch le hizo un gesto y bajó el vidrio.

—Llegas tarde, charlatana —le reprochó Lelouch con una sonrisa burlona.

—¡¿Tarde?! Si tú… —empezó a gruñir Kallen.

—Ven. Hablemos en mi auto —la atajó Lelouch.

—¿En tu auto? ¡¿Por qué?! ¡No! Hablemos afuera —balbuceó Kallen.

—Estaremos más cómodos aquí —insistió suavemente—. No te voy a secuestrar y si llego a sobrepasarme, puedes pegarme un puñetazo en la nariz —agregó queriendo hacer una broma. Lelouch lo lamentó de inmediato. Tras ver como embistió aquel hombre, era capaz de tomarle la palabra. Pero ya no podía retractarse.

—Bien —rumió Kallen.

Sin embargo, había dicho lo necesario para convencerla. Su aspecto no era intimidante. Creía que podía con él. En sus ojos era por donde el peligro se asomaba. Kallen se subió al asiento del copiloto. Se cepilló los muslos y se metió un mechón, que se le había pegado en los labios durante la pelea, detrás de la oreja, a modo de controlar los nervios. Él observó que su oreja derecha tenía un piercing industrial y otro en el cartílago. En verdad que era cómodo ahí. Los asientos eran blandos y duros a la vez. El aire acondicionado estaba encendido. Y la luz azul atenuaba la oscuridad del interior. Ella meneó la cabeza. Se estaba distrayendo. Sacó el dinero y lo puso sobre el tablero.

—Aquí está. Revísalo si quieres, pero no falta nada —dijo. Lelouch contó el efectivo—. ¿Me prometes que no demandarás a la pizzería?

—Soy un hombre de palabra. Ese incidente será enterrado —anunció.

—Más te vale, porque si me pongo al corriente de que rompiste tu promesa: tengo tu número registrado en mi celular, sé dónde vives y recuerdo tu cara.

La pelirroja hizo énfasis señalando su semblante con el dedo. Lelouch sonrió, agarró su mano y se la apartó con delicadeza.

—No creo que sea difícil que la olvides.

—¡No te hagas el gracioso! —rezongó, recuperando su mano con brusquedad—. Después de esto, no nos volvamos… —un tono de llamada los interrumpió. No era el celular de Lelouch. Era el de ella—. Disculpa —dijo Kallen. De un solo movimiento, sacó su teléfono. El número aparecía identificado como «Hospital». Kallen sintió los latidos de su corazón acelerarse—. Lo siento… Debo… —ni siquiera concluyó la frase. La atendió—. ¿Sí? Soy Kallen Stadtfeld.

Lelouch no alcanzó a escuchar con quién intercambiaba palabras. Sin embargo, a juzgar por el progresivo cambio de su expresión, de seria a sombría; el tono casi inaudible de su voz; el juego que se traía con uñas inconscientemente, intuyó que algo andaba muy mal. Solo al final suplicó a su interlocutor que la esperara. Luego colgó y se guardó el teléfono. Aun si se estaba conteniendo, era tangible su consternación.

—Tengo que irme. Bien, Lelouch, espero que, después de esto, no nos volvamos a ver nunca —remató Kallen con una voz terriblemente aguda. Ajena a ella.


Lelouch tenía curiosidad en averiguar qué pudo pasar para descolocarla. Podía pedirle a C.C. investigarlo o él mismo podría hacerlo, pero la manera más rápida de enterarse era seguirla. En el momento en que ella estaba cerrando el bolso en el que había sacado el dinero, escabulló la mano en el bolsillo en que metió el teléfono (afortunadamente, el que estaba hacia su lado) y lo ocultó. Kallen no cayó en cuenta. Bajó con torpeza y brincó en su moto. Lelouch esperó que tomara la ventaja y, acto continuo, pisó el acelerador. En las calles, Kallen era escurridiza y ligera. Parecía que la moto volaba encima del asfalto. Pero la velocidad del volvo no había que subestimarla y, al volante, Lelouch era diestro. Su rastro lo condujo a un hospital público. Kallen sabía con exactitud a dónde ir porque no preguntó nada en la recepción. La atravesó directamente. O sea, que ya había estado aquí antes. Lelouch temió que esta vez sí la perdería. La gente estaba en constante vaivén y la mujer sorteaba a las personas con magistral precisión y velocidad. Tuvo que parar a una de las enfermeras para preguntar a qué habitaciones llevaba el pasillo en que Kallen se metió. Solo había una respuesta a su interrogante.

Kallen conversaba con un médico que estaba delante de una puerta cuya descripción rezaba: «Unidad de cuidados intensivos». Lelouch mantuvo una distancia prudente.

—¡Haga la operación, doctor! Se lo suplico —gimió Kallen—. Ya le deposité todo el dinero que gané en la quincena.

—Comprenda nuestra postura, señorita. Hay que insertarle un stent, ¿cómo vamos a realizarle una intervención tan cara a una paciente en coma? No merece la pena. Todo tiene un límite. Dese por vencida —disuadió el médico apenado. Tampoco era sencillo para él.

La pelirroja recibió las palabras del hombre como un frío flagelo golpeándole el rostro. ¿Qué se diera por vencida?

—N-no, usted no puede estar diciéndolo de corazón —tartamudeó. Ahora estaba sintiendo un picor en los ojos—. ¿Sabe cuántos casos ha habido de pacientes en coma que despertaron tras diecisiete años? ¿Qué tal si mi madre debe esperar lo mismo? Si la desconecto, jamás lo podré saber ni me lo perdonaré. Su corazón late aún luego de que han transcurrido once años, ¿por qué vamos a ser nosotros los que nos rindamos si ella no lo ha hecho? ¿No lo interpreta como un signo de que está luchando por vivir? ¡Yo sí! —declaró, golpeándose el pecho. El médico cerró los ojos con fuerza y agachó la cabeza. Kallen lo agarró de la bata—. ¡¿Cómo a usted puede importarle más que no tenga dinero que la vida de su paciente?! —el médico la agarró de las manos frenando sus sacudidas. Sus ojos se habían preñado de lágrimas—. Le dije que le pagaría, pienso cumplir, pero, por favor, ¡póngale el stent!

—Opérala —terció una voz profunda y reposada. Kallen solo estaba familiarizada con una persona que articulaba las palabras de un modo muy pausado, como acariciando las sílabas. Se enjuagó una lágrima furtiva y giró la cabeza tan violentamente que se mareó. Lelouch estaba en mitad del pasillo. Los había escuchado—. Yo cubriré los gastos, así que hágasela.

—Perdón, ¿quién es usted? —inquirió el médico atónito.

—Soy su jefe —contestó al instante—. No prolongue más el sufrimiento de mi empleada y efectúe la operación lo más pronto posible.

¡¿Pero qué estaba diciendo?! ¡¿Por qué mintió?! Miró del médico a Lelouch y viceversa sin comprender bien qué sucedió. El abogado se dio la vuelta y empezó a alejarse. Kallen volvió en sí y lo persiguió. En cuestión de segundos, lo paró.

—¡Oye! ¡Te dije que no volviéramos a vernos! ¡Me seguiste! ¿No eras un hombre que cumple sus promesas? ¡¿Y por qué hiciste eso?!

—Que yo sepa, nunca prometí dejar de hablarte. Esa fuiste tú. Te seguí para devolverte esto: lo olvidaste en mi auto —Lelouch sacó del bolsillo interior de su chaqueta su celular. Se lo entregó en sus manos. Kallen abrió los ojos desmesuradamente: estaba segurísima que había metido el teléfono en su bolsillo, ¿cómo se salió? Volvió a mirar a Lelouch—. Lo hice porque quise y porque tengo dinero.

—¿Ah, sí? ¿Es que tú vas de hospital en hospital mintiendo y pagando las cirugías de los que no pueden porque estás podrido en pasta? ¡Tsk! —se mofó Kallen. Que hubiera recuperado su tono desafiante era tranquilizador. Debía admitir que verla tan vulnerable lo había azorado, de sobremanera. Por ello, decidió ignorar el matiz mordaz en su pregunta—. ¡Hablo en serio! ¿Por qué me ayudaste?

—No estaba mintiendo o digamos que quisiera convertir esa mentira en realidad. Quiero que trabajes para mí —repuso Lelouch, saltándose olímpicamente al meollo del asunto—. Verás, regresé a la ciudad luego de una larga ausencia y abrí un bufete. Me gustaría contar con otros abogados en mi despacho y deseo que tú seas la primera.

—¡¿Qué?! ¿Enloqueciste? —exclamó Kallen—. No quiero que me des trabajo, lo único que quiero de ti es tu número de cuenta para devolverte el dinero.

—Puedes trabajar para mí y hacer de cuenta que estás saldando tu deuda.

—¡No! —discrepó—. ¡Aj! ¡Mierda! Dije que no quería volver a verte. Si trabajo para ti hasta pagar mi deuda, ¡no podré! —gimoteó con frustración.

—Dime, charlatana, ¿qué te enoja más? ¿Estar en deuda conmigo? ¿Trabajar para mí? ¿Ver mi rostro? ¿Qué quizás yo sea la única persona que está dispuesto a contratarte? ¿O que fui yo el que pagó la operación de tu madre en tu lugar? ¿O todas las anteriores? Porque esto no lo hice a cambio de un favor. Fue hecho por desinterés. Y no he escuchado hasta ahora ningún «gracias».

En un sentido irónico, pese la dureza que había asumido su voz, la emoción no había llegado hasta sus ojos. Eso la avergonzó a un nivel que no creía que existía. Sus mejillas se pintaron de un rojo tan intenso como su cabello. ¿Cómo podía evitar juzgarla, limitándose a preguntar? ¡Doble mierda! Odiaba reconocerlo, pero él estaba en lo cierto. En todo absolutamente. No quería tener que contestar a esa pregunta. Lelouch guardó silencio. A la espera de su reacción.

—Lo siento —susurró. Había bajado la guardia—. Gracias, de veras —creía que las palabras demorarían más en salir por la antipatía que le profesaba al abogado, pero ese no fue el caso—. Infinitas gracias —recalcó.

Inhaló al sentir que los ojos iban a llenarse de lágrimas otra vez de tan solo recordar la escena atrás. Ella agachó la cabeza cerciorándose de que no pudiera leer su expresión. Él asintió.

—Eso está mejor. Escucha, supongo que no estás ejerciendo, ya que eres repartidora. Y si tú estudiaste derecho fue porque tenías la intención de ejercer. No tienes qué contarme por qué no estás trabajando si no quieres. Es lo de menos. Enfócate en lo que deseas. Quieres trabajar, ¿no?

—¡¿Qué pregunta es esa?! ¡Claro que quiero trabajar! —exclamó levantando la mirada.

—Bien. Yo te ofrezco una propuesta que puede satisfacer tu deseo. Te pagaría tanto o incluso más que lo que ganabas en tu antiguo empleo. Eso ya lo veríamos. Por ahora, ve con tu mamá —Lelouch se sintió extraño pronunciando esa palabra—, que estuviste a punto de perderla, así que querrás estar a su lado. Y piensa en lo que te dije. Tienes mi número, ¿no? Llámame cuando te decidas.

—¡Por favor! —soltó Kallen cuando Lelouch se había dado media vuelta—. No digas nada a nadie lo que viste.

Lelouch asintió imperceptiblemente y continuó su marcha. Kallen exhaló hondo. Sintió que sus hombros descargaban un peso enorme. Derrotada, se pasó la mano por el rostro y la nuca. Regresó con su madre, quien yacía en su cama de hospital con los párpados cerrados. Llevaba años así. Su semblante era tranquilo. En paz. «¿En qué estaría soñando?». No en Kallen. Sus recuerdos con ella debían causarle dolor. Como si la hubieran abofeteado, con violencia ladeó la cabeza. La palabra removió su interior. Escarbando algo que empezó abrirse camino en su mente. De vez en cuando, la pelirroja recordaba el día en que su madre la envió a vivir con su padre. Tenía diez años, raspones en las rodillas, su pelo era una mata roja rebelde y estaba mudando dientes de leche. La tomó de la mano y le dijo que iban a salir. La pequeña Kallen no estaba segura de cómo reaccionar. Aún así, no dijo nada. Estuvieron caminando por largo tiempo. Ya creía que estaban dando vueltas sinsentido hasta que lo vio de pie junto a su auto. La niña miró primero a su madre, después a ese hombre y fue atando cabos poco a poco.

—A partir de este momento, no soy tu madre —le había dicho la Sra. Kōzuki con frialdad—. Ese caballero que está ahí es tu papá. Sé inteligente y haz lo que haga falta para ganarte su reconocimiento.

—Mami… —sollozaba la joven Kallen.

Había extendido su mano para aferrarse a ella, pero su madre se la apartó de un golpazo.

—¡No llores! —reprendía, severa—. ¡Vete! —le había ordenado. Enseguida, Sra. Kōzuki le dio la espalda y añadió—: no vengas a buscarme y si de casualidad me ves pretende que no me conoces.

Y se fue sin mirar atrás a la desconsolada niña que lloraba. Kallen había intentado desterrar esa imagen para siempre. Pero esos fantasmas del pasado insistían en regresar. Era mentira que uno no se desprendía de las memorias más tempestuosas. En realidad, sí. Solo que estas volvían con más detalles. Recientemente Kallen se acordó de que aquella vez su madre estaba apretando los puños cuando le dijo que no la buscara y que se desentendiera por completo de ella. Había creído fervientemente que lo hacía porque no la amaba. ¿Y si fue para ocultar sus sentimientos? ¿Lloró esa noche tanto como ella? Tenía que saberlo. Su madre no podría morir sin revelárselo. Sin darle la oportunidad de disculparse.


Posterior a su inopinada parada en el hospital, Lelouch regresó a su apartamento. El día había sido agotador. No por las razones que creyó. Y no terminaba. Tenía un lugar más a dónde ir y no podía postergarlo. Solo que primero debía hablar con C.C. No estaba en el bufete cuando se asomó, así que debía estar en casa. Había alguien allí, efectivamente. ¿Cómo lo sabía? Por Wagner. Sus melodías operísticas llenaban los rincones del hogar. Significaba que Nunnally estaba presente ya que casi siempre ponía música clásica por nostalgia. Avanzó hacia la sala. Ella estaba en la mesa del comedor elaborando pulseras tejidas de macramé junto a Sayoko. C.C. estaba sentada en el lado opuesto de la mesa, ociosa como de costumbre, atisbando a su hermana hacer manualidades con la mucama, a la par que fumaba con gesto distraído.

—¿Estás en casa, querido hermano? —preguntó Nunnally—. Oí la puerta cerrarse. ¡Pasa! Te tengo una cosa —lo animó. Lelouch se sentó en la silla a su derecha. Ella tanteó con la mano en la superficie hasta que se topó con una pulsera negra, la cogió y se la mostró—. Hice esta pulsera con Sayoko en la mañana. Utilizamos un macramé negro ya que es tu color favorito —aclaró. Lelouch le lanzó una mirada a Sayoko. Esta hizo un movimiento afirmativo con la cabeza—. ¡Pruébatela! Dime cómo te queda y si te gusta.

Lelouch deslizó la pulsera en su muñeca izquierda.

—Es muy bonita, Nunnally. Me queda perfecta. Gracias —le sonrió.

—¡Genial, aunque sin Sayoko no me hubiera quedado tan estupenda! También hice una para mí. Una malva, mi color favorito. ¡Así estaremos combinados! —ella alzó la muñeca derecha enseñándole su pulsera. Luego cerró la mano y dejó en alto el meñique. Lelouch lo engarzó con el suyo—. Ahora que cada uno tiene su pulsera: estaremos unidos para siempre, da igual en dónde estemos. Es una promesa, ¿lo es, hermanito?

—Lo es —murmuró Lelouch sin voz.

Nunnally le sonrió de oreja a oreja. Alargó su mano libre. Lelouch entendió lo que pretendía e inclinó la cabeza a su altura. Ella le acarició la mejilla apenas la tocó. Él le correspondió el gesto tomándola del dorso de la mano. Incluso si ya no podía abrir sus párpados, él recordaba cómo eran sus grandes e inocentes ojos violáceos antes de perderlos y podía imaginar cómo estos lo verían con ternura.

Los hermanos Lamperouge eran tan distintos que todo parecía indicar que lo único que tenían en común era la sangre que corría por sus venas. A C.C. le gustaba compararlos con el azúcar y la sal. No obstante, era tal el cariño que sentían el uno por el otro que nadie podía dudar de su vínculo. Considerando las desventuras que habían tenido que atravesar juntos, no era para menos que esto los uniera más. Quizá su contraste era lo que embellecía el cuadro familiar.

—Y vas a dejarme salir con más frecuencia. ¿Es una promesa?

—Bueno… —titubeó Lelouch.

—¡Me gusta estar en casa! Pero de vez en cuando es muy asfixiante vivir encerrada. Te dije antes de que nos mudáramos que aquí sería diferente, ¡que me iba a rebelar contra ti si hacía falta! ¿Lo recuerdas? —indagó suavizando el tono enérgico de su voz con la pregunta—. No te preocupes que no pienso ir a ninguna parte sin Sayoko. No puedo ir muy lejos sin ella, de todos modos —suspiró con tristeza—. ¿Vienes de recorrer la ciudad?

—Sí.

—Estos días estuve visitando lugares y establecimientos públicos para escribir sobre ellos en el blog y recomendar los mejores. Además, mis seguidores estaban al tanto de mi mudanza. La ciudad es mucho más ruidosa que donde estábamos, pero me gusta: está viva. Hay muchos árboles y flores que despiden un aroma delicioso; la gente es muy amable y la calidez del sol es agradable.

—¿Aroma delicioso? Si a dónde quiera que iba, me asombraba encontrar las calles tan sucias, apestosas e infestadas de enormes bolsas de basura. La especulación en los establecimientos es el colmo de las barbaries, los ataques xenofóbicos son el pan de cada día y la criminalidad es una fuerza imparable. Ya veo por qué Pendragón es el paraíso para los abogados: los casos no faltan. Por no hablar de que el alumbrado funciona intermitente en unos trechos y en otros no. Creí que no encontraría el camino a casa hasta mañana —rezongó Lelouch con desprecio.

—¡No sé en qué parte de la ciudad estuviste, queridísimo hermano, pero parece que fuimos a dos sitios totalmente opuestos! —exclamó Nunnally estupefacta—. ¡Por cierto, no lo vas a creer! Escuché que Suzaku fue premiado al Fiscal del Año. Si te acuerdas de él, ¿verdad? Me caía muy bien. Compartimos tantos momentos divertidos, ¿te acuerdas cuando jugábamos a los superhéroes? Era nuestro juego favorito. Suzaku acudía en mi rescate mientras procuraba detener tus planes malvados. No sé por qué tú nunca jugaste al héroe, apuesto que lo hubieras hecho maravilloso…

—¿Te acuerdas de eso? —gimió Lelouch fijándose como su recuerdo capturaba el interés de C.C.

—¡Claro que sí! Son recuerdos que siempre atesoraré. De cierta manera que Suzaku y tú se hayan convertido en fiscal y abogado es una vuelta al pasado, ¡tiene que ser cosa del destino! ¿No te parece? Podrían enfrentarse en un juicio, pero, no te preocupes, yo apoyaré siempre a mi hermano…

—Señorita, son las seis… —susurró Sayoko.

—¿Eh? ¡Oh, sí! Hermano, continuemos esta charla después de mi baño, ¿está bien? Quisiera que me describieras detalladamente todo lo que tus ojos percibieron. Aun si no fue agradable, me gustaría imaginármelo —pidió—. Vamos, Sayoko.

La sirvienta asintió. Cogió la silla de ruedas de la joven y se la llevó. Quedaron a solas C.C. y Lelouch. La mujer aplastó la colilla del cigarro en el cenicero. De inmediato, prendió otro.

—Tu hermana y tú son dos gotas de agua. No sabría cómo diferenciarlos si fueran del mismo sexo —comentó C.C., sardónica.

—Estoy cansado de tener que repetirte que no fumes en presencia de mi hermana. Hazlo en tu habitación a puerta cerrada —gruñó Lelouch—. ¿Tienes novedades de Jeremiah?

La mujer colocó un pendrive sobre la mesa y dándole un golpecito con el dedo se lo envió a Lelouch. Este se deslizó a lo largo de toda la mesa hasta chocar contra su mano. Lo agarró y se puso de pie.

—Voy a salir.

—Bien. Si tu hermana sale y no has regresado, le diré que fuiste a la misa a rezar por nuestras almas. Como buen católico. Cuenta conmigo —dijo C.C., guiñándole el ojo traviesamente.

Se sacó de los labios el cigarro para expulsar el humo. Le dedicó una sonrisa burlona. Lelouch resolló. Si le refutaba estaría cediendo a su provocación. Se decantó por no tomarla en cuenta.

Se puso en rumbo a la prisión donde se hallaba confinado Taizo Kirihara. Solicitó verlo y el permiso le fue concedido. El vicepresidente se había reunido no hace mucho con el abogado Gottwald, así que se sorprendió ante esta visita insospechada. ¿Podría ser algún miembro de su familia? ¿Un desafortunado incidente a deshora? Previo a siquiera barajar la posibilidad, conoció al misterioso visitante. Ya sentado en el otro lado del vidrio. Lelouch lo saludó con una sonrisa. El vicepresidente se tendió en su silla y lo estudió de cerca. Su rostro era afilado, le recordó a un felino, animal asociado a la inteligencia despierta y la arrogancia; a lo mejor era porque evocaba esas sensaciones en él. Para los negocios, el presidiario descubrió cuán útil era aprender a conocer a las personas a través de sus rostros y compararlos con animales lo ayudaba en su misión de reconocimiento visual.

—¿Quién es…? —comenzó a preguntar el Sr. Taizo.

—No nos hemos presentado. Esta es la primera vez que nos tratamos —dijo—. Soy Lelouch Lamperouge, un abogado. Estoy aquí porque me gustaría trabajar en su caso.

Lamperouge, ese apellido lo había escuchado alguna vez. El Sr. Taizo frunció el entrecejo sin comprender.

—¿Está diciendo que quiere mi caso? Lo siento, pero yo ya tengo un abogado…

—El abogado Gottwald, lo sé —volvió a atajarlo Lelouch—. Solo tenemos quince minutos, así que otórgueme diez para explicarle por qué debería contratarme. Es todo lo que necesito. Se lo desglosaré en tres razones: uno, el abogado Gottwald no tiene intención de ganar ya que usted fue abandonado por el presidente Charles y aquí tengo la prueba que lo confirma.

Lelouch miró por encima del hombro al policía que los estaba custodiando. Este asintió con la cabeza una vez. No los molestarían. Él sacó su celular y puso a correr el vídeo que C.C. le había descargado en el pendrive. Kirihara se inclinó. Las imágenes en movimiento atañían al abogado Gottwald hablando por teléfono en su despacho.

Sí, seguiré el plan. Esta no es la primera vez que pierdo un juicio por usted. Él nunca se enterará. Cuando obtengamos el veredicto de culpable, le diré que presentaré una apelación. Se quedará tranquilo con eso y ya no molestará más.

Lelouch pausó el vídeo. El vicepresidente se quedó de piedra.

—Pregúntense cuántas visitas le ha hecho el presidente Charles desde que lo arrestaron, señor Taizo. ¿No crees que si estuviera preocupado por usted se habría reunido con él o, al menos, le hubiese dejado un recado con su abogado? —inquirió con malicia—. Es simple curiosidad.

—¿Y cómo obtuvo esto? Si le pagó a alguien por el vídeo, tuvo que haber valido una fortuna.

—Si quisiera dinero e información, montaría un burdel —se rió Lelouch ante la sugerencia—. No hay mejor red de espionaje cuando este viene de la mano del placer —guardó el celular en el interior de su chaqueta—. Hagamos esto: yo no le indico cómo debe dirigir una empresa y usted no me pregunta sobre cómo hago mi trabajo. El punto número dos se trata del fiscal Kururugi. Lo conozco bastante bien y puedo prever la estrategia que usará contra usted en el juicio. Si ya con que usted sea un hombre y ella es una mujer y lo acusen de asalto sexual es malo; que sea su superior y ella, su subordinada: es peor. Será imputado por abuso de poder. Y tercer punto: mi tasa de éxitos es de 100%. Todo caso que decido defender, lo gano —dijo Lelouch sacándose del bolsillo una tarjeta de identificación y estampándosela en el vidrio—. Escuche, Sr. Kirihara, si pierde el juicio, el único que sale derrotado es usted: si es culpable, Britannia Corps se habrá deshecho airosamente de alguien que deshonraba su reputación, no olvide que la campaña electoral del presidente Charles va a viento en popa; y si es inocente, pregúntense por qué el presidente Charles dio la orden a su abogado que perdiera a propósito. No, mejor, pregúntense qué sabe usted para que Britannia lo quiera en prisión. Con respecto a mí, si usted abusó de ella: no me importa. El trabajo de un abogado no es juzgar a su cliente. Al fiscal Kururugi puede decirle lo que quiera, a mí nada más tiene qué decirme la verdad y yo mentiré por usted; pero antes tiene que tomar una decisión. Quiere abrazar a su familia de nuevo, ¿no? —Lelouch hizo una pausa para aflojarse la corbata que estaba un poco apretada. Fijó en el vicepresidente una mirada penetrante, fue como ser tragado por un agujero negro—. Mis diez minutos han terminado. ¿Qué va a hacer, Sr. Kirihara? Le quedan cinco…


N/A: siempre me pone los vellos de punta la última parte de este capítulo, ¿ustedes, no? Siento que fue lo mejor. Lelouch nos acaba de dar una cátedra de retórica. La manera en que el fiscal Kururugi y el abogado Lamperouge llevaron a cabo sus investigaciones dice mucho sobre ellos, ¿no creen? Parece que los viejos amigos se reunirán por primera vez, tras diecisiete años, en un juicio, ¿a quién apoyarán? Con lo que han llegado a ver, ¿les parece que el Sr. Taizo es culpable o es una víctima de Britannia Corps? Comenten, comenten, al menos por la Nunnally influencer. Sin más, me despido.

Nuestra próxima cita será en julio, en el capítulo: Memorias.

Hasta entonces, se les quiere y se les respeta.


Respondiendo comentarios:

Ephemeral: la verdad es que las transiciones del primer capítulo fueron muy especiales. Estoy orgullosa de cómo me quedaron. En una película se vería de una manera fluida. Es una lástima que no será así en los posteriores capítulos. Pienso que el idealismo de Suzaku se verá mejor plasmado en su trabajo como fiscal en el fanfic y lo mismo puedo decir de las motivaciones de Kallen en su trabajo como abogada, aunque sus pequeñas interacciones cotidianas también nos ofrecen vistazos de sus creencias y convicciones. Suzaku me inspira mucha ternura. Es un amor de persona. Y Kallen sigue siendo una mujer badass. Es alguien chévere, pero que puede destrozarte los pulgares si aprietas el botón que no es. También era importante establecer las dinámicas de Suzaku con sus compañeros. Qué bueno que sientas que los personajes eran fieles a sus contrapartes en el animé. Eso procuré :3 Sobre "romper la cuarta pared", de vez en cuando me gusta insertar recursos metaficcionales en mis obras. Es una de mis firmas. Estás en lo cierto. El final del primer capítulo es una remembranza del comienzo. Fue un capítulo circular ya que inicia en donde termina. Lelouch se nos pinta como el propio Lucifer ni más ni menos. En fin, querido, espero de corazón que este segundo capítulo haya superado o cumplido tus expectativas. ¡Nos vemos en el próximo mes! ¡Un abrazo!

Coconuts: trabajé duro para que los personajes de CG sean fieles a sus contrapartes del animé ya que esto sigue siendo un fanfic; pero también aporté mi toquecito personal ya que, después de todo, es la misma historia contada en otro contexto en la que nuestros personajes han vivido otras experiencias y son unos adultos. Como expliqué arriba, me enorgullece de cómo logré hilar las cuatro tramas de una forma súper orgánica. En esta novela, existen cinco personajes principales con sus correspondientes tramas. La novela tiene un ritmo lento (no por nada es una historia larga); pero van pasando tantas cosas y todas son muy interesantes que apenas se notan. Aquí tienes la continuación y aspiro que haya sido tan intrigante como la anterior. Siento que esta es una historia que va de bien a mejor. ¡Ja, ja, ja! Agradezco la nota. Cierto es que estos capítulos no se hicieron en un día. Fue un trabajo que requirió su tiempo y dedicación. En fin, querido, espero que nos leamos pronto en el tercer capítulo de esta apasionante historia. ¡Cuídate!

Mili Sáez: ¡hola, querida! No sé por qué no se envió el PM contestando a tu comentario, pero aquí voy: para todo escritor es un halago saber que sus escritos logran mover las teclas de sus lectores. Esa fue la intención. Es una situación injusta y el lector tiene que indignarse junto a su protagonista. ¡Muchísimas gracias, querida! Espero poder leerte más seguido en esta plataforma. ¡Saludos!