Disclaimer: El Príncipe Dragón no me pertenece, es propiedad de Aaron Ehasz y Justin Richmond.

Una pizca de amabilidad y un tanto más de diversión

De todos los reyes de la pentarquía, la reina Aanya siempre terminaba centrando su atención en el rey de Katolis, un niño que, de verdad, no sabía qué estaba haciendo allí.

Siempre estaba atento, pero se mostraba de los más inapropiado con el resto de los reyes, y, en ocasiones, la indignaba un poco esa sonrisa simpática que le obsequiaba como diciéndole que estaban en el mismo barco por ambos ser niños, pero no era cierto, Aanya sabía que ella era mejor, ¿en qué? Pues no estaba segura.

Ezran siempre salía con ideas extravagantes para resolver sus conflictos, unas posibles y otras, simplemente, inverosímiles. Además, amaba depender de otros, y eso no estaba mal, pero era cierto que los roces conflictivos entre humanos y elfos aún no cesaban, y simplemente no podían estar confiando en ellos para todo. Por eso eran cinco reinos humanos asociados, porque debían demostrarle al mundo que ellos podían valerse por sí mismos.

El mérito que le podía dar era que, de todos exceptuándola, era el único que no dudaba en tomar una decisión, sopesando sus posibilidades con lentitud, pero siempre tenía una palabra final. Y, de paso sea dicho, casi siempre era muy asertivo. Quizás, en ese aspecto, podía igualarse a ella, siempre tan calculadora.

Sin embargo, no pudo evitar resoplar cuando Ezran, luego de que anunciaran un descanso, dejó escapar una interjección de júbilo, bajándose de su trono y corriendo hacia afuera. El resto de los reyes sonrieron de forma condescendiente, como si les enterneciera el jolgorio del más joven de todos.

Aanya vio que era detenido por el príncipe Callum, y quiso imaginar que su consejero era quien lograba mantener a raya su infantilidad, pero eso murió al notar cómo se hacían caras graciosas entre ellos, hasta que llegó la elfa de la luna, Rayla, y, a pesar de reírse, parecía ser la que los mantenía atados a la realidad. Aun así, ambos dejaron que el chico corriera hacia el bosque.

Aanya suspiró, procurando que no se notara un ademán tan irrespetuoso como ese. Se puso en pie de forma digna y elegante, y se excusó, porque admitía que el aire en la sala de reuniones de la pentarquía siempre era asfixiante. Se dirigió al bosque, pidiéndole a su escolta que no la siguieran.

Después de visitar Xadia, sin poder evitarlo, Aanya había hecho de un pasatiempos ver las diferencias entre ambos. Después de todo, quería sacarles provecho a esas diferencias para fortalecer sus rutas de comercio y establecer nuevas. Los elfos y los humanos siempre serían diferentes y, si entre sus distintas especies había conflictos, era natural creer que seguiría habiéndolo entre ellos; sin embargo, quería creer en el futuro que la realeza de Katolis había pintado para todos.

Estaba tan absorta en sus pensamientos, que apenas pudo reaccionar al banther que iba a arrollarla. Ahogó un grito y reculó varios pasos hasta caer sobre su trasero, aterrorizada porque era bien sabido que eran criaturas peligrosas.

—Tranquila, ¿con qué te encontraste? —Escuchó una voz conocida, consolando al animal como si no hubiera intentado devorarla.

Detrás de la enorme cabeza, se vio el característico cabello rizado del rey Ezran. Portaba una sonrisa en los labios, pero se esfumó cuando vio a Aanya tendida en el suelo, pasando la mirada de los ojos dorados de la gigantesca criatura a los del pequeño rey, de un brillante azul como el cielo.

A pesar de todas las veces que había intentado hablar con ella, aún después de que los hubiera salvado en Xadia, la reina siempre mantenía una actitud distante con él. Era como si, mientras él avanzaba un paso, ella se alejara cinco. Y lo único que Ezran quería era tener un amigo —humano, cabe recalcar— de su edad. Pero, a esas alturas y después de tantas miradas penetrantes capaces de explorar su alma, debía admitir que la chica le daba un poquito de miedo, aunque era Ezran, y sabía que eso no iba a amedrarlo aún.

—Reina Aanya, ¿estás bien?

—¡Cla-claro que sí! —repuso, guardando la compostura y parándose, recogiendo los trozos de su dignidad que se le habían desperdigado en su trágico descenso.

—Oh... —Ezran decidió bajarse del lomo del banther—. ¿Te pide disculpas?

—¿Eh?

—El... El banther —explicó, recordando que, hacía poco, había decido confesarle a la pentarquía sobre su capacidad de hablar con los animales—. Bueno, de hecho, se llama Azhalea y es una buena chica, ¿verdad? —Rascó su mentón con una sonrisa, pero carraspeó y encaró a la reina con más seriedad—. Dice que te dejará mimarla si la perdonas.

—¿Disculpa? —Miró al banther con incredulidad; sin embargo, ante las miradas de ambos individuos, les cedió esa victoria y suspiró, encorvando un poco la espalda como si por fin pudiera relajarse—. De acuerdo, disculpas aceptadas.

Ezran sonrió y Aanya rascó con reticencia el sitio que anteriormente ocupaba el rey. Un atronador ronroneo se escapó de la garganta de la criatura, y Aanya se escuchó reír por primera vez en un sitio que no era en la privacidad de su castillo.

—Así que sí sabes reírte —comentó Ezran con una sonrisa de lo más inapropiada.

—Obviamente —espetó, mirándolo sin dejarse intimidar—. ¿Por quién me tomas?

—Entonces... —Miró el banther y se le ocurrió una brillante idea—. ¡Montemos juntos!

—No voy...

—¡Vamos! —pidió, atreviéndose a tomar su mano entre las de él, que continuaban siendo un poco más pequeñas que las de ella, pero era tan cálidas, que creyó que todo lo que tocaba se contagiaba de esa sensación de alborozo surgiendo en su pecho.

—De acuerdo —volvió a ceder, y no pudo creer que estuviera flaqueando ante él por sobre todas las otras personas.

Ezran sonrió de forma brillante, y no pudo evitar devolverle el gesto con más moderación.

En ese momento, con sus manos aunadas y trepando por el pelaje del banther, Aanya se percató de que eso que catalogaba como debilidad e irresponsabilidad, simplemente era amabilidad. Por su parte, Ezran confirmó que lo único que le hacía falta a la reina de Duren era ser una niña y divertirse como una.

¡Muchas gracias por leer!

Siento que Aanya me quedó más altanera de lo que pretendía, pero me divertí mucho escribiendo sobre estos dos. Desde el final de la tercera temporada, no he parado de pensar en la relación que podrían tener ambos. Después de todo, Aanya fue criada, desde la muerte de sus madres, para ser una reina centrada, y supongo que por eso podría chocar con Ezran por su personalidad más traviesa.

En fin, me despido deseándoles un excelente día ^^