Albedo. Despertar.

El ciclo se completa con una nueva albedo, que esta vez significa el color blanco, la vida, la nueva luz, lo puro y prístino, el crecimiento de la esperanza, la promesa de un nuevo comienzo, la resurrección del alma.

La primera sensación que percibió Severus Snape cuando recuperó la consciencia una semana después en la cama del hospital, antes incluso que el dolor punzante de la herida todavía reciente en su cuello, fue el fresco tacto de una mano sobre la suya. "Estoy vivo…" Abriendo los ojos lentamente, reconoció la sala en la luz de la mañana "…en San Mungo…", giró la cabeza con cuidado, debido a la herida, y vio a la chica dormida en una butaca junto al lecho "…Hermione está conmigo."

Maravillado de no estar muerto y solo después de haberlo esperado tanto tiempo, tomó la mano de Hermione en la suya, pero al intentar incorporarse con ayuda de la otra, descubrió que no podía moverla. "Y cautivo."

El mundo se le vino encima. Convencido de su propia extinción, había cometido el grave error de no prever lo que ocurriría en caso de sobrevivir. "Iluso… ¿qué esperabas?" Y ahora las inexorables consecuencias de sus aparentemente taimados actos le caían como un jarro de agua fría. El futuro, lejos del efímero gozo que había experimentado un momento antes, se presentaba ante él como un camino de espinas.

No tenía coartadas, nadie hablaría en su favor. El jugador de ajedrez sangriento que lo había utilizado como la pieza sacrificable infiltrada en campo enemigo, el único conocedor de su verdadera lealtad, había muerto por sus propias manos sin desvelar a nadie que todo fue maniobra suya, del viejo estratega. Sin dejarle otra salida que la muerte, o en el caso presente, la infamia y Azkabán.

Las únicas pruebas de su inocencia, claramente insuficientes en un juicio, máxime considerando sus dotes para la Oclumancia y el engaño, eran su propia palabra y los recuerdos de la intriga entregados a Potter en forma de pensamientos. Nunca se preocupó por sí mismo, por su seguridad, por dejar un testigo de su sacrificio, una línea de vida que lo guiara de vuelta al mundo de la luz tras las tinieblas.

Todo este razonamiento le llevó apenas un segundo y lo dejó frío. Lo que provocó su desesperación, la auténtica causa de su zozobra, fue que, estando él preso, Hermione estuviera a su lado, cogiéndole la mano. Recordó lo ocurrido, lo que atisbó en su mente en la Casa de los Gritos, cómo lo había rastreado para encontrarlo y salvarle la vida, e intuyó que la chica se había enredado mucho más de lo que debiera.

Lo enfureció el altruismo y la falta de instinto de supervivencia de ambos. Deseó haber sucumbido, por no ligarla a él. Se arrepintió de la decisión de aferrarse a una mínima esperanza. Ahora iba a hacer pagar sus deudas a la persona que menos lo merecía.

Debía averiguar por qué Hermione seguía allí, hasta qué punto recordaba y disuadirla, alejarla, tajantemente. Pero no podría hacerlo penetrando su mente, o el Vínculo se restablecería. Se exasperó por haberse permitido un fugaz instante de felicidad al sentir la mano fresca que todavía estrechaba con la suya libre, ahora como el recordatorio de aquello a lo que nunca debió aspirar. Apartándola de sí bruscamente, incorporándose en la cama, y ocluyendo todo sentimiento romántico, "No creo que me lea, nunca lo hizo sin permiso, pero por si acaso…", gritó:

-¡Granger!

Hermione despertó de golpe, sobresaltada.

-¿Qué hace aquí? ¿Acaso me está custodiando? – con sus peores modos.

Ella reaccionó, pero no a sus palabras, sino al hecho de que se había recuperado, y con su sonrisa radiante y su voz aterciopelada llena de ilusionado asombro, volvió a cogerle la mano libre con las suyas, estrechándosela.

-Sever… profesor Snape, ¡se ha despertado!

Aunque la alegría de la chica lo desarmó, se mantuvo fiel a su determinación, acostumbrado a la dicotomía de su mente, tan útil para ocultar lo que sentía.

-Obviamente – dijo sarcástico, y crispado, librándose de la caricia de un manotazo - ¡Quíteme las manos de encima! ¿No ve que no puedo moverme?

La sonrisa de Hermione se congeló y sus ojos perdieron su brillo, pero no el asombro. "La estoy hiriendo," pensó Snape, pero no cejó.

-¿No pensó que habría preferido no hacerlo? – siguió increpándola - ¿Por qué me salvó la vida, sabelotodo entrometida?

Hermione podría haberse marchado tras el interrogatorio de los funcionarios, ser custodiada en otro lugar, incluso en Hogwarts, mientras se decidía si iría a juicio. Pero se había quedado allí, durmiendo en la butaca o en el suelo sobre unas mantas que le dejaron cuando ya no soportaba la postura, sólo porque Severus no se encontrara solo al despertar y poder comunicarle las buenas noticias. Y después de todo lo pasado estaba furioso con ella… ¡por haberlo salvado!

Podría darle muchas razones: que siempre había confiado en él, salvo una corta temporada, influida por los demás… Que vio en el espejo lo que había pasado entre ellos, aunque eso quizá sólo fuera una ilusión… Que escuchó su voz mental en la Casa de los Gritos, cuando le mintió para protegerla… Que ahora Harry también creía en él, tras las revelaciones del Pensadero, y que había proclamado su inocencia ante todos, incluido el propio Voldemort… Voldemort. Recordó que el profesor cayó inconsciente antes del final de la batalla.

- Voldemort está muerto – dijo al fin.

-Claro que lo está, de lo contrario lo estaríamos nosotros – replicó Snape con un gesto de desdén – Eso no responde mi pregunta.

Hermione se debatía sin escoger una respuesta convincente.

-Yo… yo… creí en usted.

-¿Que creyó en mí, Granger? ¿Y qué la empujó a esa maldita conclusión?

Hermione eligió la versión oficial.

-Usted es un héroe, Harry nos contó lo que vio en el Pensadero…

Esto exasperó a Snape todavía más.

-¿Un héroe? ¿Preso en una cama de hospital?

Hermione ya casi ni se atrevía a hablar.

-Eso es momentáneo – musitó – Se ha descubierto un docu…

A Snape no le importaba ahora mismo su propia situación, se daba una vez más por perdido. Por eso no le permitió terminar, acorralándola, queriendo saber qué recordaba ella, hasta qué punto estaba implicada. Más que nunca, debía ser implacable.

-¡Usted no sabía nada de todo eso cuando me trajo aquí! ¡Responda a mi pregunta!

Hermione se sintió desfallecer, al borde del llanto. Snape estaba tratándola peor que en su peor clase de Pociones. Se avergonzó enormemente de lo que había vislumbrado en Oesed y lo ocluyó en su mente, una cosa más que sabía hacer sin entender cómo, por si la leía. Superó su congoja, y muy digna, eligió darle la respuesta que lo comprometía a él.

-Usted nos oyó en la Casa de los Gritos. Sabía que estábamos allí y no se lo dijo a Voldemort. Nos protegió aun sabiendo que iba a morir…

Aunque la muchacha pretendía mostrarse impasible, revivir aquel momento terrible la conmovió, y tuvo que luchar de nuevo por tragarse las lágrimas que afloraban a sus ojos.

Snape sabía que la chica se estaba callando muchas cosas, pero lo enterneció su sincera tristeza y su dura mirada cambió.

Ella creía en él, pero apenas recordaba.

Él lo recordaba todo y apenas ahora comenzaba a creer.

Siguió interrogándola, pero había mudado su tono de voz. Sin llegar a ser amable, se permitió ser por lo menos educado. Si la hacía llorar, considerando lo que habían hecho esas lágrimas por él, se derrumbaría, y no podía permitírselo.

-Dígame, Granger, ¿qué es lo que está haciendo aquí? ¿Recibió también alguna herida?

Hermione fue muy consciente del cambio de actitud del profesor. Era casi académico, como si volvieran a estar en el colegio, pero sin el sarcasmo habitual. Apreció que ahora pretendía crear cierta confianza, para hacerla hablar. No entendió por qué no le leía la mente de una vez y se dejaba de historias. Decidió que sólo le diría la verdad hasta cierto punto, no iba a rebajarse. Le respondió sin mirarlo, con la vista fija en un punto de la pared y los brazos cruzados sobre el pecho.

-También estoy en custodia.

Snape se alarmó, pero no lo dejó traslucir.

-¿Cómo es posible? ¿Qué ha hecho?

-Ayudarle a usted.

"Tal y como esperaba". La había arrastrado consigo. Nunca debió dejar abierta la puerta del recuerdo, nunca debió permitirse sobrevivir.

-Pero no puede ser tan grave… Usted actuó como sanadora, no se retiene a nadie por eso.

Hermione dudaba si continuar. No quería reconocer hasta qué punto se había comprometido por él. Al final decidió contárselo, iba a enterarse tarde o temprano.

-Cuando aparecimos aquí, el medimago de guardia se negó a atenderle – comenzó, en el mismo tono neutro y sin mirarlo – Tuve que modificar su aspecto y emplear un Imperius. Hubiera muerto desangrado de no hacerlo.

Snape se quedó atónito. Hermione no sólo lo había curado con sus propias lágrimas, sino que había arriesgado su libertad usando una maldición imperdonable a la vista de todos… por él. Se sintió atravesado por una corriente de profundo agradecimiento y admiración. La muchacha era la perfecta síntesis de Gryffindor y Slytherin, "saltándose valerosamente las normas." Quiso saborear la revelación, perdiéndose en gratos recuerdos…

Pero se dominó. La parte de su mente que siempre estaba alerta lo devolvió a la realidad. Aquello había llegado demasiado lejos y ya estaba fuera de su control.

-¿Está loca? – simuló una furia contenida que estaba lejos de sentir - ¡Podría haberse ahorrado las molestias!

Hermione ya estaba curtida ante sus continuos ataques y esta vez no la afectó. Siguió hablando en el mismo tono indiferente.

-Sé que todo se aclarará. Mi proceso está ligado al suyo, así que cuando sea exonerado…

Esto ya fue el colmo para Snape. La situación no podía ser más grave. La libertad de Hermione dependía de su propio veredicto, y él sabía que sería condenado sin remedio. ¿Cómo podía seguir allí, tan tranquila? Esta vez no necesitó fingir la ira.

-¿Y qué está haciendo aquí? ¿Por qué no la custodian en otro lugar? Debe separarse, alejarse lo más posible de mí. ¿No comprende que yo ya estoy sentenciado? La arrastraré a Azkabán…

Snape se había quitado la máscara al fin. Asumía que iba a correr la peor suerte y que ella lo acompañaría. Hermione lo encaró, estudiándolo, apreciando que la rabia ocultaba desesperación, y comprendió que su actitud hostil había sido una fachada para alejarla de él y que no sufriera su infortunio. Ella le importaba. Y eso estaba bien, porque ya era tarde para desvincularse. Ambos estaban en el mismo barco, el de los que hacen el bien en la sombra, siendo vilipendiados por ello. Ella por salvarlo a él, y él a todos los demás.

La invadió la misma sensación cálida que había sentido frente al espejo, pero más intensa, porque ahora él era real, y estaba tan cerca... Le perdonó todos sus desplantes, sus malos modos, porque estaba simulándolo todo para protegerla… y la que estaba haciéndolo todo al revés era ella.

Sabía sobradamente que Severus era un hombre atormentado, sin esperanza, que siempre asumía lo peor, y había dejado que dominase la conversación, haciéndola desatender las auténticas razones por las que estaba allí. Para contarle las buenas nuevas. Para averiguar qué vínculo los unía.

-Estoy aquí – comenzó a hablarle con su más dulce voz mientras se levantaba de la butaca y se sentaba en la cama, a su lado – porque no he querido que te despertaras solo.

Se alegró de que estuviera inmóvil porque así no tendría escapatoria. Lo tomó de la mano con fuerza, previendo que intentaría resistirse.

Pero él no lo hizo. Sus barreras mentales caían, como siempre que ella lo trataba con cariño. Y ahora que la suerte estaba echada, no la heriría más.

-Estamos juntos en esto – siguió la muchacha, al tiempo que le retiraba tiernamente un mechón azabache de la cara. Él sintió ese contacto como un bálsamo que sanaba las heridas de su maltrecha alma.

Lo miró fijamente a los pozos negros, que se debatían entre el estupor y la adoración, y continuó:

-Tengo buenas noticias que darte, pero no me dejas hablar… - al tiempo que acercaba peligrosamente la boca a la suya.

"Esto no, sí que no", pensó Severus, e iba a replicar, pero no pudo, porque Hermione dejó en suspenso su frase besándole los labios. No le devolvió el beso, porque su muro mental se había derrumbado por completo, y si se le iba de las manos, no habría vuelta atrás.

-Hermione… no… - musitó apartando la cara.

Pero a ella no se le escapó que la había llamado por su nombre, y siguió persiguiendo su boca y besándolo cada vez que intentaba hablar.

-Está bien… para… - ahora el acorralado era él, intentando huir de su dulzura – Te escucharé…

Hermione se apartó, haciendo un mohín de decepción con los labios, pero sus ojos sonreían.

-Como te iba diciendo… ha aparecido un documento que Dumbledore entregó a McGonagall antes de morir. Debía ser desvelado cuando acabara la guerra. Al parecer estaba fuertemente hechizado para evitar que se conociera su contenido antes de que Voldemort fuera destruido por completo – lo miró fijamente, adoptando una actitud grave, para que el mensaje que le transmitía calara hondo en él – El documento habla de ti, Severus. Detalla toda tu participación, incluida la eutanasia de Dumbledore, y va acompañado de informes medimágicos sobre la maldición que sufría y que lo estaba matando. Están verificando todos los datos, es cuestión de horas que quedemos libres… Severus… ¡Severus!

Él había echado atrás la cabeza, apoyándola contra el cabecero de la cama. De sus ojos cerrados brotaron dos lágrimas que corrieron lentamente por su rostro. Hermione lo abrazó.

Una ola de alivio y calidez lo inundó. ¡Hermione no sería condenada! Y él… también sería libre. Saldría por fin a la luz, después de décadas de oscuridad, de ocultarse, de mentir, de convivir a diario con el Mal. Había pagado con creces los errores de juventud y por fin podría empezar a vivir. "A Vivir".

El viejo manipulador se había acordado de él, y se lo agradecía, pero no lo perdonaba, sería la última espina que le quedaría clavada. Cierto que el anciano director había sido por años lo más parecido a un padre que había conocido, y había renunciado al poco tiempo que le quedaba por la causa. Pero desvelar el documento tras la caída de Voldemort, según el ardid de Dumbledore, quien le constaba había planeado todo el enredo sobre la Varita de Saúco, sólo hubiera supuesto para él un reconocimiento póstumo, el canto inútil al héroe sacrificado en aras del Bien Mayor, si no hubiera sido por Hermione.

"Hermione…" Él nunca había pretendido honores. Había regresado del infierno y ya sólo le quedaba un deseo. La tenía ahí mismo, al alcance de su mano, y había estado hostigándola sin piedad, aunque lo hubiera hecho con el fin de protegerla. La estrechó con fuerza con su brazo libre, enterrando el rostro en los rebeldes rizos castaños.

-Hermione… Hermione… - la llamó quedamente, llenándose la boca de su nombre, pronunciándolo por fin después de tanto tiempo de evocarlo en silencio – Perdóname… por favor… Yo sólo quería…

Ella se apartó de él para enfrentarlo, atajándolo dulcemente:

-No hay nada que perdonar, ya sé por qué lo hacías. Perdóname tú a mí, debí contártelo todo en cuanto despertaste.

Ella siempre lo comprendió tan bien… Desde mucho antes de enseñarle a leerlo, era capaz de intuir lo que pensaba.

Le quedaba una duda.

-¿Cómo supiste…? – le preguntó.

-Nos vi en el espejo de Oesed. Hablaste en mi mente. Me hiciste recordar

"El deseo más profundo de su corazón."

Le clavó los ojos de ónix, ardientes.

-Me mirabas como ahora…

No podía hacer más. Debía empezar ella.

Hermione entendió y se lanzó sobre él, hundiendo las manos en su cabello azabache, y uniendo sus bocas en un beso largo, apasionado, ávido, de labios y lenguas explorándose, reconociéndose. Y al mismo tiempo se fundieron sus mentes, por arte de la reversión del Obliviate, pues Severus la hechizó aquella noche aciaga de modo que el contrahechizo fuera un beso, para que si no se cumplía su destino fatal y volvían a encontrarse, y volvía a enamorarla, ese primer beso le devolviera todos sus recuerdos perdidos.

Y por la mente de ambos desfilaron en torrente todas las vivencias que compusieron su historia, olvidadas por ella, reprimidas por él, experimentando de nuevo cada sensación, cada emoción: todas las miradas sostenidas, en la distancia del Gran Comedor, sobre el vapor de los calderos, al cruzarse en los corredores tras buscarse mutuamente…

Todos los roces de sus dedos, accidentales o intencionados, al intercambiar unos pergaminos o un libro; la presión de la mano de él en su hombro, al hacerla voltearse para hablarle…

Todas las palabras dichas, de amor y de ciencia, en la penumbra de los corredores o en habitaciones privadas, estudiando juntos algún texto a la luz de las velas, o bajo la luna en jardines apartados.

Todas las caricias: Hermione recorriendo los firmes rasgos de él con la punta de los dedos, las oscuras cejas, los párpados cerrados, los pómulos, el afilado mentón, la fina línea de los labios… Severus tomándola por la barbilla, para atraer su cálida mirada, penetrándola con los ojos, observando su boca, inclinándose hacia ella…

Todos los besos: besos leves en el filo de los labios, besos entreabiertos que demandan un contacto mayor, pero se contienen; besos entregados, sin reservas, profundos, que entrecortan la respiración hasta convertirla en gemidos anhelantes… todos los besos reunidos en un único beso total, cósmico.

Y más: las manos de ambos acariciándose, vestidos; Hermione desabrochándole la camisa, deleitándose en su delgado y sólido torso; Severus recorriendo los blancos muslos de ella por debajo de la falda, hasta llegar a sus caderas, atrayéndola hacia sí, haciéndole sentir su dureza candente en el centro de su cuerpo; el rumor de las ropas deslizándose, cayendo al suelo; el camino de fuego abierto por los besos de Severus sobre la piel de Hermione con destino a su húmedo jardín, su boca bebiéndola con deleite exquisito…

Hermione jadeó, sin desprenderse de él, pues las sensaciones eran tan vívidas como si todo ocurriera en ese mismo instante. Severus, con el íntimo sabor de ella en la boca, fuera ya de todo control, la besó todavía más profundamente…

Los cuerpos desnudos de ambos, iluminados por las velas o el claro de luna, sumergiéndose en un mar de caricias demoradas o urgentes, devorándose con las bocas y los ojos; la firmeza de él en el umbral de ella, demandando permiso, obteniéndolo, vulnerándola al fin, progresando lentamente, envolviéndose en su calidez, retirándose y volviendo a avanzar, haciéndola suya, cada paso un poco más lejos, hasta colmarla por completo…

Una vez, decenas de veces, los recuerdos de todas las noches se fundían en una sola, la representación de su unión mística, pues se habían adentrado juntos en la senda de los amantes predestinados, transitando los pasos que los llevaron a iniciarse en el conocimiento de la Magia Roja, la magia del Amor, que dejaron en suspenso por culpa de la guerra, y que ahora, al fin, podrían completar.

Estallaron en un éxtasis eco de innumerables éxtasis, y se separaron entre gemidos, sin resuello, sobrecogidos y traspasados por la experiencia. Quedaron frente contra frente, recuperando poco a poco el aliento, mirándose, adorándose.

Hermione rompió el silencio, todavía jadeante.

-¿Va a ser así… cada vez… que nos besemos…?

Con voz ronca por el goce, Severus le respondió.

-No, boba… Sólo ha sido el efecto del contrahechizo.

-¡Qué lástima! – exclamó ella.

-En cuanto recupere mi varita… te oblivio otra vez – bromeó él, y volvió a besarla.

A/N: Si os ha gustado el relato, os invito a leer el final alternativo del mismo, 'Los Verdaderos Héroes', que publicaré en breve.