Disclaimer: los personajes de esta historia pertenecen a George Martin.

Este es un regalo (envenenado) para Gui por haber ganado la porra, aunque su triunfo no haya supuesto el triunfo de todos (Vientos de Invierno). Yo también pido perdón. A esta modalidad la llamaremos la histórica-paródica, aunque no la manejo tan bien como tú.

De súbita forma se abrió de par en par la puerta de la posada, aquella situada en una Encrucijada. Era el lugar por el que los protagonistas de la contienda ―uno el héroe y el otro el villano, según se mirase― se habían inclinado y, para tal ocasión, Masha Heddle a los demás huéspedes había botado. Temiéndose lo peor, como sangre, vísceras y música de estertor, la posadera se había hartado de brío en aquel enésimo día de estío.

Con una sonrisa sangrienta recibió al Señor de la Tormenta.

―¿Cerveza?

―La duda ofende.

Bajó una copa tras otra, hasta que Masha le dio un pichel, y entonces bebió uno tras otro, coronando la hazaña con regüeldo sonoro. Lejos de estar beodo, Robert Baratheon trataba de encandilarla casi por rutina, vicio o ejercicio, con elocuente discurso y semblante de conquistador. Como el agua al sediento, pareciera que la cerveza le proporcionaba ahínco y vigor.

Y entonces apareció el príncipe de los Siete Reinos, tan erguido como una vara, si bien Masha reconoció que no llevaba buena cara. Se acomodó tan lejos de la tormenta como podía y oíd lo que Su Alteza decía:

―Deseo dar esta disputa por zanjada, por ello os retorno a vuestra prometida: completamente inmaculada. Creía estar yo en lo cierto, con un tema mío que me provoca desconcierto, pero con tremendo enojo os confieso que mis pesquisas no han llegado a buen puerto. Estábamos ya en Poza de la Doncella cuando los cuervos nos detuvieron la yegua. Llegaron con su ala negra y la revelación funesta.

―¿Y cuál era tan terrible noticia? ―Curioseó su oyente.

―El salvador del mundo, nada menos, un asunto candente. Sugerían las señales que de mi semilla nacería, pero en el Muro se halla ya el predilecto de los dioses, puede que limpiando una letrina. En un mayordomo lo han convertido, de Pena un seudónimo le han concedido.

―Qué escándalo ―convino―. Qué chasco.

―Y no sabe qué desilusión llevo ―añadió Rhaegar―. Me doy asco.

La posadera le sirvió hidromiel, que con tanto disgusto le supo a hiel. El príncipe tendió una mano al otro, dudoso, pero en un momento le sorprendió un abrazo de oso.

―No tenía yo muchas ganas de pelea ―admitió Baratheon―. De menuda me liberas, aunque alguna explicación habrás de dar por tus maneras.

―No temas, amigo, si así os puedo llamar; que mi perdón todo Poniente va a escuchar. Además, os advierto que lady Lyanna, aunque muy bella, también es muy pesada.

―¿Mi Lyanna?

―La misma.

―No es posible.

―Durante el camino solo quiso hablar de caballos, casi imploré a los dioses que la partiese un rayo.

Y así estuvieron un rato más el héroe y el villano, entre hidromiel y cerveza, charlando con viveza.