Hola a todos :)

El presente fanfic es el primero que escribo para éste fandom, espero que sea de su agrado aunque sea un poquito.

Saint Seiya fue uno de los animes que más disfruté de niña, aunque siempre lo conocí como Los Caballeros del Zodiaco. Sin embargo, con el paso de los años dejé de lado las aventuras de los chicos de Bronce. Simplemente, la vida real reclama todo de ti y nunca vuelves a tener el mismo tiempo que cuando eres niño.

Más tarde, llegué a FF y jamás imaginé que quizás volvería a interesarme por Saint Seiya, no porque no me gustara, si no porque ese cariño se quedó dormido por un buen rato. Hasta que un día llegó alguien que fue muy insistente en darme recomendaciones del fandom XD Y pues... tardó en convencerme, pero lo hizo :D y se lo agradezco enormemente.

Querida Tsuki, éste fanfic está dedicado a ti, con mucho cariño :3

Gracias por despertar el interés que estaba dormido por Saint Seiya. Debido a tus sugerencias, se me atravesó The Lost Canvas en el camino, lo cual fue toda una novedad que me inspiró a comenzar a escribir ésta historia con sus personajes. Claro que no he dejado de lado la saga original, la estoy viendo de nuevo con calma, lenta pero segura. Sé que en algún momento también escribiré algo de los santos dorados más queridos de la franquicia.

Pero por el momento, deseo contribuir al multiverso de Saint Seiya con mi granito de arena. Más específicamente, al fandom de Albafica y Agasha. Ojala les agrade esta pequeña aportación y de antemano, agradezco su tiempo de lectura y los comentarios que gusten regalarme :3

Aclaraciones:

-Me voy a tomar varias licencias creativas para algunos temas ;D

-Las referencias a Mitos Griegos serán adaptadas a lo que se requiera en la trama :D

-La historia es clasificación T, pero más adelante tengo pensado cambiarla a M, porque la trama lo ameritará ;D

Sin más que decir, sean Bienvenidos.


Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. Los OC son de mi autoría personal, así como la historia, la cual solamente escribí por gusto y diversión.


CONTACTO HUMANO

Capítulo 1: El Pacto

Límites del Santuario.

El cielo se mantenía impasible con grandes nubes blancas deambulando de un lado a otro. Los rayos del sol aún caían con fuerza sobre su rostro, mientras una suave brisa acariciaba su mejilla y alborotaba levemente un mechón de su azulado cabello.

De repente, el silencio se volvió desquiciante.

El santo dorado de Piscis yacía en el suelo, rodeado de algunas rosas muertas, sangrando debido a sus huesos rotos y su piel desgarrada. Atragantándose debido a los espasmos musculares que anunciaban su próxima muerte. Su cuerpo, torcido en una posición antinatural, aún tenía signos vitales y la agonía era inenarrable para el pobre guerrero. Y a pesar de lo insoportable que era el dolor, la rabia y la impotencia, lo eran mucho más.

Lágrimas carmesí rodaron por sus mejillas.

– ¡M-maldita s-sea! – murmuró en agonizante tono. – ¡M-me niego a morir así…! –

Su cerebro se aferraba a la vida, pero las señales nerviosas de su cuerpo respondían desconsoladamente que eso no sería posible. La devastadora fuerza que lo destrozó había dañado no sólo sus huesos, sino también sus órganos internos y sus diferentes sistemas biológicos. Simplemente, la vida se le escapaba con cada inhalación.

– ¡M-maldito seas… M-Minos! – escupió sangre por la boca.

El dolor de Albafica no sólo radicaba en sus heridas físicas, sino también en su orgullo propio. En el hecho de no haber podido hacer algo más para cumplir con su misión de santo dorado. Le lastimaba la terrible realidad: El juez del infierno arrasaría con todo lo que él conocía, con todo lo que valoraba y amaba en silencio.

A su mente aletargada llegó la imagen del pueblo de Rodorio, su encantadora estampa bucólica, su entorno pacífico y su gente amable. Desde que llegara al santuario para tomar el lugar de su maestro Lugonis como santo de Piscis, esa aldea se había convertido en su lugar favorito para distraerse de sus deberes. Aquel sitio era como un oasis donde podía conocer y sentir lo que era tener la compañía de otros humanos y olvidarse por un rato de su obligada soledad.

Esa maldita soledad a la que estaba condenado por su sangre envenenada.

No se arrepentía de nada, su padre adoptivo fue lo mejor que le pudo haber sucedido a un huérfano abandonado como él. Lamentablemente, el precio de convertirse en el heredero de Piscis había sido muy alto. Por lo anterior, Albafica disfrutaba de visitar el pueblo de vez en cuando y caminar entre las personas en silencio. No necesitaba interactuar con ellos, lo mejor era mantener la distancia. No obstante, el sentir su cercanía, el escucharlos hablar y observarlos ir y venir, era lo más cercano que podía experimentar como contacto humano.

Lo único que no le agradaba, era la inevitable atracción que ejercía involuntariamente cuando no iba debidamente cubierto. Su belleza física era innegable y, por lo tanto, siempre llamaba la atención por donde quiera que caminara. Sin embargo, con el paso del tiempo, los pueblerinos se acostumbraron a sus fríos rechazos y advertencias de no acercarse a él. Gracias a esto, podía pasearse por las calles, siendo únicamente objeto de miradas distantes.

Un precio que estaba dispuesto a pagar por obtener, aunque fuera sólo un poco, de aquello que añoraba tanto.

Después de la muerte de Lugonis, fue difícil adaptarse a la soledad del jardín de rosas, por lo que migró al santuario. Una vez convertido en santo de oro, se enfrentó de nuevo al aislamiento, pero por voluntad propia. Si bien sus compañeros de élite lo recibieron amablemente, él no se prestó para convivir con ellos, debido al recelo que sentía por tener veneno en la sangre.

Por esto mismo, en Rodorio se sentía más cómodo, mirando a la distancia y sin tocar. Tan cerca y tan lejos de su más anhelado deseo. Podría sonar contradictoria su manera de pensar, pero la verdad era que, Albafica de Piscis, se sentía con más libertad en medio de desconocidos, que entre sus propios homólogos dorados.

Desgraciadamente, siendo el pueblo más cercano al santuario, era el más expuesto a las amenazas y, por lo tanto, el principal objetivo de Minos. El desquiciado emisario del inframundo avanzaría sin contemplación, tomando la vida de los inocentes habitantes, derrumbando sus hogares y aplastando toda esperanza.

Un nuevo dolor lo hizo jadear con malestar. Justo ahora que estaba al borde de la muerte, su mente comenzaba a rendirse a los pensamientos que guardaba en lo más profundo de su ser. Emociones que cualquier ser humano poseía en su interior. Pasiones y anhelos que todos tenían derecho a sentir. Y porque no, un deseo ambicioso también.

Albafica de Piscis tenía derecho a ser egoísta, aunque esa conclusión llegara demasiado tarde. Por lo tanto, dedicaría su último pensamiento a alguien. El esbozo de unos ojos verdes se presentó en medio de su delirio y después, la imagen de la jovencita que cultivaba hermosas flores se hizo presente por completo. Jamás olvidaría la primera vez que la vio y su amorosa forma de hablarle a las plantas.

Súbitamente, otro espasmo lo obligó a vomitar sangre una vez más, cortando de tajo su remembranza.

–Agasha… – susurró apenas en un entrecortado aliento.

Entonces y de manera inesperada, un extraño escalofrío le erizó los cabellos de la nuca. Lo sintió claramente a pesar de la tortura física. Mantenía los párpados apretados y sin fuerzas para querer separarlos, pero lo que percibió lo obligó a abrirlos, porque inmediatamente se dio cuenta de que ya no estaba solo. Una presencia indescriptible lo observaba fijamente.

Su mirada tardó un par de segundos en enfocar la figura que yacía de pie a su izquierda.

Se trataba de una mujer de mediana edad, cuyo rostro era de rasgos finos y tez clara. Su largo cabello castaño caía en definidos caireles a lo largo de la espalda. Sus ojos eran de un intenso color dorado y hacían una bella combinación con la tiara que adornaba su cabeza. El adorno era un complejo entramado que tenía el brillo del oro y estaba engarzado con espigas de trigo resplandeciente, hojas intensamente verdes y hermosas flores de multiformas coloridas.

Su atuendo consistía en una larga túnica de elegante tonalidad esmeralda que llegaba hasta el suelo y cubría sus pies. Estaba sujetada en ambos hombros con broches amarillos, dejando al descubierto sus brazos y se mantenía fajada en su cintura con un fino ceñidor azul cielo, que resaltaba su esbelta figura. Por detrás de ella, una fina capa verde de tela vaporosa ondulaba con la tenue brisa.

La mujer mantenía las manos juntas por delante. Su mirada era serena y calidad, su suave sonrisa era relajante y agradable. Albafica no supo interpretar esa imagen, pero extrañamente, comenzó a sentir mucha tranquilidad. Quizás era una mensajera de la muerte que venía por su alma. Aunque él todavía no deseaba marcharse de éste mundo.

–No quieres irte todavía, ¿Cierto? – habló la fémina con hermosa y delicada voz.

El guerrero dorado trató de articular la respuesta, sorprendido porque ella hubiese leído sus pensamientos.

– ¿Q-quién…? – intentó preguntar a pesar de lo difícil que era el tan sólo tratar de respirar.

–No hay tiempo para presentaciones, Albafica de Piscis– interrumpió ella con amabilidad. –La niña de ojos verdes está en grave peligro… –

Un estremecimiento recorrió el cuerpo del santo dorado y el dolor en su pecho se hizo más agudo. Por alguna extraña razón, comprendió que esa entidad no era humana y que, además, sabía todo de él. No quiso darle demasiadas vueltas a semejante idea, porque no tenía tiempo. Así que sólo le bastó con escuchar la referencia hacia Agasha para concentrar toda su atención en la enigmática mujer.

– ¿Deseas protegerla?, ¿Quieres salvar a los habitantes del pueblo? – interrogó, arrodillándose junto a él. –Dime, soldado de Athena, ¿Estarías dispuesto a hacer un trato conmigo para ayudarlos y castigar al que te hizo esto? –

El caballero de la doceava casa no se tomó el tiempo adecuado para razonar su respuesta. O no quiso hacerlo.

En menos de un segundo, asintió con un torpe movimiento.

– ¡Si…! –

Una punzada arañó su lastimado sistema nervioso, haciéndolo gemir de dolor nuevamente. Pero no le importó en absoluto. No sabía quién era la dama de ojos dorados, pero su instinto le dijo que podía confiar en ella. Además, la rabia contenida por su reciente derrota seguía burbujeando dentro de él y anhelaba ser liberada. Minos de Grifo era una amenaza para su diosa, para su credo, para el pueblo de Rodorio y para ella… la joven de ojos verdes.

La enigmática mujer sonrió.

–Entonces tenemos un pacto: Yo te daré la oportunidad de redimirte y tú me deberás un favor, el cual no será revelado por el momento– dijo, acercando su mano y posándola sobre la frente del guerrero caído. Se acercó a su oído y mientras le cerraba los párpados, pronunció un mandato. –Ahora, levántate de nuevo, que el campo de batalla permanece en espera de tu victoria, Albafica de Piscis. –

El suave calor de su toque lo relajó de inmediato y luego todo fue oscuridad por breves segundos, hasta que súbitamente, el aire llenó su pecho de forma brusca. En su interior, el cosmos dorado pulsó con gran fuerza y poder. El dolor de todo su cuerpo casi desapareció. Abrió los ojos de nuevo y se sentó de golpe, tratando de comprender qué estaba sucediendo.

La misteriosa fémina ya no estaba a su lado. La buscó con la mirada, pero ella se había esfumado, su extraña aura ya no era perceptible para él. Entonces revisó su estado físico, los rastros de sangre y algunas heridas superficiales aún estaban ahí, pero el terrible daño de sus huesos y órganos internos, había sido sanado por completo y de una forma tan rápida, que sólo podría catalogarse como un milagro.

Pero eso no le importaba a Albafica en éste momento.

Sus labios formaron una extraña y fría sonrisa, mientras tomaba una de las flores que aún conservaba con él. Una hermosa rosa blanca, cuyo tallo clavó momentáneamente en una de las heridas de su brazo. Los pétalos se tiñeron de carmesí rápidamente. Unos momentos después, la retiró goteando todavía y se la colocó en la boca.

Se puso de pie con un gesto de total determinación. Había recibido una segunda oportunidad y no la desperdiciaría.

¿Quién se la había otorgado?… no lo sabía.

¿Por qué hizo ese extraño pacto de palabra con la mujer de ojos dorados?… porque deseaba proteger a su diosa, a la joven florista, a los habitantes del pueblo y… ansiaba hacerle pagar a Minos de Grifo por llamarlo hermoso.

¿Entonces por qué también tenía la sensación de que esa milagrosa entidad le pediría algo poco común más adelante?… la respuesta no le interesaba por ahora.

Se dirigió de inmediato a Rodorio, tenía una cita pendiente con ese maldito espectro.

El doceavo caballero llegó a tiempo para salvar a su amigo Shion de los mortales hilos. Y también pudo respirar aliviado al ver que la joven Agasha estaba a salvo. Pero, si justamente ella estaba ahí, haciendo un gesto de protección para con la rosa que él le había regalado, eso significaba que Minos había estado a punto de atacarla.

La furia hirvió dentro de Albafica. Ese despreciable espectro se atrevió a destruir parte de Rodorio y lastimar a sus pobladores. Había osado atentar contra lo que él apreciaba. Entonces, lo haría pagar con sangre.

Todo había terminado.

El santo dorado de Piscis venció al juez del infierno y ahora podía descansar en paz. O eso es lo que él creía. Después de celebrar los ritos funerarios propios de la élite dorada, su cuerpo reposaba sobre la plancha de piedra, a la espera de su entierro. No podía ver, sentir ni percibir nada, solamente una tranquilidad sumamente agradable. La cual fue interrumpida de repente por una voz.

–Caballero de Athena, he venido por ti. –

Albafica sintió un tirón y de pronto, su imagen astral se incorporó. Su mirada desconcertada vagó por el silencioso lugar y luego miró sobre sí mismo, viéndose tendido encima de la plataforma. Entonces algo comenzó a brillar a unos cuantos metros frente a él.

La entidad que se le había aparecido anteriormente, se materializó en medio de un remolino de luminiscencias verdes y hojas danzantes. La fémina de largo cabello castaño y ojos dorados le sonrió de nuevo, llamándolo con un gesto de su mano.

–Ven conmigo. –

– ¿Quién eres? – preguntó inquieto, al mismo tiempo que se ponía de pie y caminaba hacia ella.

La mujer tenía casi su misma estatura, los rasgos de una bella dama y la sobriedad de la experiencia en su mirada. Pero su presencia y cosmos no eran humanos, sino divinos. Ahora podía percibirlo mucho mejor estando fuera de su cuerpo físico.

Entonces lo supo, se encontraba ante una diosa.

–Mi nombre es Deméter– dijo ella, sin perder su suave expresión.

El santo dorado abrió los ojos enormemente, tardando un par de segundos en razonar lo que había escuchado, debido a la sorpresa que esto le provocó. Casi de inmediato, se arrodilló ante ella en sumisa reverencia.

–Diosa madre… – susurró incrédulo, agachando la cabeza.

Albafica ahora sabía perfectamente quién era ella. La deidad conocida como la "madre distribuidora", la "portadora de las estaciones", la generadora del "brote verde", la que "fecunda la tierra" … la diosa que podría matar de hambre a la humanidad si así lo deseara y sin la necesidad de iniciar una guerra santa.

Afortunadamente, ella no era así.

Su personalidad nada tenía que ver con los comportamientos caprichosos de Zeus, Poseidón, Hades e incluso con la insegura Athena. Deméter era todo lo contrario, conocida principalmente como la divinidad protectora de la agricultura, las cosechas y los campos. Ella era la responsable del nacimiento y la regeneración de toda la vida vegetal… incluyendo las rosas que él usaba.

Por lo tanto, una de las diosas a la que también le rendía pleitesía, sin entrar en conflicto con la representante de la guerra y la sabiduría.

–Así es, mi devoto floricultor– confirmó la dama, colocando afectuosamente su mano sobre el cabello de Albafica. –Y tú eres uno de mis más fieles seguidores, tus hermosas rosas son siempre una ofrenda preciosa en mi altar. –

El santo dorado asintió sin saber qué decir. Jamás creyó que en algún momento la diosa que le enseñó a la humanidad a cultivar los productos de la tierra, aparecería frente a él. Y menos que le debería un favor.

Tenía muchas dudas y la primera era saber porque apareció ante él y lo ayudó. Sin embargo, estaba demasiado impactado y no atinaba a comprender lo que estaba sucediendo.

–Le… le debo un favor, mi señora… ¿Qué puedo hacer por usted? – dijo con inquietud, recordando de inmediato el pacto.

Deméter deslizó la mano, colocándola debajo de su mentón para después hacerlo levantar la cara y que la mirara. Su cálida sonrisa iluminó su rostro.

–Ya lo sabrás a su debido tiempo– contestó con gentileza. –Es algo importante para mí y también para ti, sólo que de distinta forma. –

El caballero confirmó despacio. No podía intuir de qué se trataba, pero lo haría, fuera lo que fuera. Ya que, gracias al favor de la diosa, él pudo cumplir con su misión.

–Ahora duerme, mi querido floricultor… duerme hasta que llegue el momento– colocó su otra mano sobre los ojos de Albafica para cerrarle los párpados nuevamente.

El representante de Piscis sintió como una relajante sensación de sopor lo envolvió por completo. No sabía qué es lo que sucedería, pero eso ya no importaba por el momento. Ahora sólo quería descansar.

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Pueblo de Rodorio.

Agasha lloraba lágrimas silenciosas mientras miraba por la ventana del cuarto de la humilde posada. Comenzaba a caer la noche y había estado nublado, con una ligera llovizna precipitándose sobre la villa. Después del ataque del espectro, buena parte de Rodorio se encontraba en ruinas, así que mucha gente tuvo la necesidad de solicitar alojamiento en otros sitios.

Afortunadamente ella y su padre contaban con algunos ahorros y habían rentado ese cuarto por un tiempo. Su progenitor estaba convaleciente, descansando en una cama al fondo del lugar. El hombre tuvo mucha suerte, ya que después de que ella escapó en busca de ayuda, otros ciudadanos tuvieron la gentileza de sacarlo de entre los escombros.

La joven florista había acompañado al santo de Aries y al caído Albafica hasta el Santuario, pero no se le permitió el paso más allá de la primera casa zodiacal después de que ese misterioso chico de cabello lila apareciese de la nada. Simplemente era por seguridad, ahora que la guerra comenzaba, todos los soldados de Athena estaban en alerta, por lo tanto, los pueblerinos debían mantenerse a distancia y bajo toque de queda para no arriesgarse ante el enemigo.

Así que, con todo el dolor de su corazón, no le quedó más remedio que despedirse del caballero de Piscis con una triste mirada y luego regresar sobre sus pasos.

Liberó un largo suspiró, dirigiendo su atención a una mesita en medio del cuarto, donde una bella rosa roja permanecía en una pequeña vasija con tierra. Era un ejemplar increíblemente raro y especial. No era la variante tóxica obviamente, pero sí procedía de la misma especie que usaba Albafica de Piscis. Tan extraña como era, la flor aún no se marchitaba a pesar de que ya había pasado una semana desde que él se la regaló. Únicamente la había mantenido en agua y eso fue suficiente hasta el día de hoy.

Inmediatamente después de regresar y ayudar a su padre, se encargó de sembrarla para intentar mantenerla con vida un poco más de tiempo. Con sus amplios conocimientos sobre cultivo de plantas, seguramente lo conseguiría. Era lo menos que podía hacer en nombre del santo dorado y lo único que podía conservar de él.

Se secó las lágrimas y se alejó de la ventana para luego arrodillarse frente a la rosa. Estaba cansada de llorar casi toda la tarde, pero ya no tenía caso continuar, a pesar de lo doloroso que fue el ver morir al guerrero de cabello azul. Unió las manos sobre su pecho y se dispuso a elevar una oración para él.

De repente, algo la alertó.

–Agasha… –

La voz fue como un susurro en su mente. Ella volteó a su alrededor, buscando quién más estaba ahí. No fue su padre, dado que él dormía profundamente. Parpadeó extrañada y se puso de pie, dando unos pasos hacia atrás con algo de inquietud.

–Lo has conseguido, esa rosa vive gracias a ti. –

La joven respingó asustada, porque ahora las palabras se escucharon mucho más claras y con un matiz femenino.

– ¿Quién es? – preguntó nerviosa.

De pronto, algo llamó su atención. Un resplandor comenzó a manifestarse en una de las esquinas del cuarto. Agasha se llevó la mano a la boca para no gritar de la sorpresa cuando la figura de una mujer se materializó entre luces verdes y pétalos de flores. Otros se habrían alterado bastante con semejante escenario, pero la joven no. Después de todo, ya había visto a un espectro de Hades y, además, ella siempre ha creído en las manifestaciones misteriosas de los entes que también conviven con los humanos.

Una sensación cálida y tranquila la envolvió, indicándole que esa entidad no era mala. Tal y como su padre le había enseñado, Agasha supo de inmediato quién era la que se manifestaba ante ella. Su efigie era muy conocida y venerada en muchos pueblos agricultores desde la antigüedad. Y ambos floristas le habían dedicado infinidad de plegarias para que sus flores siempre crecieran bellas y que, en la huerta familiar, nunca faltaran los buenos frutos.

La diosa de las cosechas le sonrió con ternura.

–Me imagino que ya sabes quién soy Agasha, tu padre te enseñó a venerarme desde pequeña– su mirada se desvió a la roja flor. –Y tú eres la florista que estaba buscando, ahora no me queda duda– dijo la divinidad, acercándose con paso lento.

La jovencita parpadeó sin comprender bien lo que estaba pasando, así que sólo atinó a hincarse en dirección de la deidad.

–D-diosa Deméter, mis humildes respetos para usted– pasó saliva con nervios, al mismo tiempo que agachaba el rostro reverentemente.

La divinidad llegó frente a la mesita y se inclinó un poco.

–Mírame pequeña– solicitó con amabilidad. –Y escucha con atención. –

Agasha levantó la mirada, quedando fascinada ante el halo celestial que desprendía la deidad. Su bella tiara de espigas y flores resplandecía hermosamente, sus ojos dorados y su sonrisa eran cordiales. Su cabello largo caía por el frente y por la espalda en una bonita cascada de rizos cafés. Su elegante túnica y su fina capa se movían con gran soltura, enmarcando su presencia con cada movimiento.

Todas las estatuas que ella había visto en su honor, se quedaban infinitamente cortas en su burdo intento de representarla.

–Has logrado prolongar la vida de esta flor, así que tengo una misión especial para ti– le dijo. –Deseo que continúes cuidándola y reproduciéndola, hasta que llegue el momento adecuado. –

La chiquilla asintió con un gesto de sorpresa por tan curiosa petición.

–Lo haré, mi señora… pero no entiendo… –

–No te preocupes Agasha– interrumpió Deméter con otra sonrisa. –Yo vendré cuando el ciclo para un nuevo ritual haya llegado, en ese momento, te explicaré todo… mientras tanto, espera a mi siguiente visita y encárgate de ella. –

Su mano hizo un ademán alrededor de la vasija con la rosa, provocando que una estela de luz verde la envolviera por completo. El resplandor se apagó después de unos segundos y la diosa se incorporó de nuevo.

Agasha miraba encandilada el regalo de Piscis, ahora la flor parecía más viva y resplandeciente que nunca. De nuevo miró a la divinidad y asintió con otra solemne reverencia.

–La esperaré pacientemente, madre de las cosechas. –

Deméter ya no dijo nada más, dio media vuelta y se encaminó hacia la esquina para luego desaparecer lentamente en el aire, dejando tras de sí, tenues luces que después se disiparon. La florista parpadeó un par de veces, tratando de asimilar lo sucedido.

Miró de nuevo la rosa y sonrió.

–Nunca lo olvidaré, señor Albafica. –

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Santuario.

Sasha permanecía a los pies de la enorme estatua que la representaba.

A pesar de estar concentrada en su labor de mantener estable la barrera con su cosmos, no podía evitar la tristeza que la embargaba cada vez que uno de sus santos moría a manos de los espectros de Hades. Hace tan sólo unas horas atrás, pudo percibir claramente cómo se extinguían las vidas de más caballeros de plata y uno de oro.

Afortunadamente, esos sacrificios valieron la pena, porque las bajas del enemigo también eran de consideración. Uno de los jueces del infierno había caído, llevándose al representante de Piscis con él. Pero Athena sabía perfectamente que la guerra era así, el sacrificio de unos cuantos, por el bienestar del resto de la humanidad.

Faltaba poco para el anochecer y el crepúsculo ya se cernía sobre esas tierras, provocando colores anaranjados en el horizonte. Sasha se mantenía estoica, mirando a la lejanía y no muy lejos de ella, recargado en una columna, permanecía en silenciosa meditación el jovencito Atla, acompañándola servicialmente.

De repente, una extraña atmósfera envolvió esa zona, alcanzándola a ella y al lemuriano, aislándolos momentáneamente de todo en el exterior. Sasha giró el rostro y sonrió sutilmente al identificar esa presencia. A unos metros delante de ella, comenzó a manifestarse la diosa Deméter en medio de un remolino de coloridos fulgores.

La diosa de la agricultura la miró con gesto sereno. Se aproximó despacio y le dio un rápido vistazo al niño de lunares en la frente, confirmando que su magia lo había dejado completamente dormido y cabeceando contra la columna. Era sumamente importante que no hubiera testigos de esta reunión.

–Hola pequeña Athena– saludó.

–Diosa Deméter, es un honor tener de nuevo su visita– dijo Sasha.

–Te vez triste, querida– dijo la mujer, acariciando su mejilla lentamente. –Lamento que tengas que pasar por esto a cada rato, ese ambicioso de Hades es un maldito. –

La joven de cabello lila negó con lentitud.

–Yo lo entiendo perfectamente, los otros dioses nunca perdonaron que mi padre me encomendara la Tierra a mí y no a ellos– suspiró con resignación. –Pero a veces es tan difícil… –

–Puedes hacerlo Athena, yo confió en ti– la consoló la diosa de las cosechas. –Todo saldrá bien… qué más quisiera poder ayudarte, sin embargo, tengo estrictamente prohibido intervenir en las guerras santas. –

–Lo sé, tú no puedes hacer eso, tu credo es la paz y tu responsabilidad es gigantesca para con la humanidad, sin ti, el hambre arrasaría con todo. –

Deméter asintió lentamente. Le dolía ver a su sobrina en semejante situación, sin embargo, ella no podía hacer nada. Tenía demasiado compromiso en otros asuntos y la guerra no era su especialidad. Le dio un cálido abrazo materno a la joven y luego besó su frente.

–No te rindas pequeña– le sonrió afable. –Te tengo buenas noticias, el linaje de las rosas que usan tus santos de Piscis, ya está protegido y asegurado. –

Athena se apartó lentamente y le regresó el mismo gesto alegre. Escuchar eso era la mejor noticia en estos días.

–Así que… Albafica hizo el pacto contigo, me alegra tanto el saberlo– se llevó una mano al pecho. –Él era tan solitario, que cuando lo veía, podía sentir claramente su dolor… pero gracias a ti, podrá tener una nueva oportunidad. –

–Shh niña, no hables en voz alta– Deméter le hizo un gesto para que bajara la voz. –Recuerda que yo no estoy aquí, yo no te he hecho una visita para atender tu petición y no te voy a ayudar en nada de lo que me pidas– le guiñó un ojo en gesto cómplice.

Sasha se llevó una mano a la boca para disimular una risita. Su tía tenía razón, no debían hablar de esos acuerdos que, por debajo del agua, ambas diosas llevaban a cabo. Pero bueno, las otras divinidades estaban demasiado lejos y ocupadas como para enterarse de las reuniones de Athena y Deméter.

Pero el asunto era de vital importancia.

La joven reencarnación había quedado sumamente preocupada al enterarse de que Albafica no entrenó a un discípulo para su armadura. Aunque eso no era tanto el problema, ya que el patriarca se encargaría de buscar nuevos santos para las casas del zodiaco cuando finalizara la guerra.

La verdadera preocupación radicaba en que no había nadie que hubiera heredado el arte de las rosas demoníacas. El linaje del pez dorado se distinguía porque los portadores de dicha armadura sabían utilizar las técnicas de las diferentes flores, cuyos métodos de uso pasaban de maestro a discípulo de viva voz y por enseñanza práctica.

Nada de escritos, nada de registros, nada que documentara tan importante y valioso secreto.

Y es que Albafica se negó rotundamente a entrenar aprendices, diciendo siempre que no estaba listo para tomar a alguien bajo su tutela y condenarlo a una posible muerte, debido a su sangre envenenada. Por lo tanto, con su fallecimiento, la técnica de dichas flores se perdía para siempre.

A menos claro, que la mismísima diosa de la vida vegetal interviniera.

Tan pronto Athena se enteró de que Albafica sería la primera línea de defensa contra los espectros, mandó a llamar en secreto a Deméter para pedirle ayuda con éste importante favor. Ya presentía de antemano que el guerrero se enfrentaría a un poderoso enemigo y que no dudaría en sacrificarse si era necesario. Debido a esto, a ella sólo le quedaba hacer todo lo posible para conservar el secreto de las rosas demoníacas.

La divinidad de las cosechas aceptó de inmediato la petición de su sobrina, ya que el santo dorado también era uno de sus fieles seguidores y ella siempre había bendecido a los floricultores de Piscis desde hace siglos. No iba a permitir que tan valiosos ejemplares de flores se perdieran.

–Te lo agradezco infinitamente– dijo Sasha. –Pero no me has dicho todavía si lograste rescatar una de las rosas de Albafica. –

Lamentablemente, cuando el santo de Piscis estaba agonizando, de inmediato el jardín de rosas rojas que protegía el camino hacia el edificio patriarcal, comenzó a morir. Evidentemente nadie pudo hacer nada, la fragancia venenosa no permitió que alguien se acercara para atender a las flores.

Athena estaba preocupaba, sin ningún ejemplar, todo estaría perdido.

–No pequeña, no pude conseguir ninguna rosa, éstas comenzaron a morir en el mismo instante en que tu soldado se debilitaba en su último aliento– suspiró cansada Deméter. –Apenas si llegué a tiempo para ayudarlo, pero afortunadamente después, cuando fui por su alma para resguardarla, indagué un poco más en sus recuerdos finales– sonrió de nuevo. –Pude ver a una jovencita a la cual, él le regaló una de sus flores y ya fui a buscarla. –

– ¿Una jovencita?, ¿Y Albafica le dio una flor?, eso no me lo esperaba– contestó Sasha con asombro.

–Sorprendente, lo sé, pero esa chiquilla la tiene en su poder y ha conseguido mantenerla viva– confirmó, mirando detenidamente a su sobrina. –Por lo que pude percibir, esa flor fue cultivada aparte y no estaba del todo vinculada con Albafica, por eso no murió, así que la he bendecido para conservar sus singulares características. Yo me encargaré de todo, pero será necesario esperar, en lo que llega el tiempo para mi siguiente ritual de fertilidad. –

Los rituales en honor a Deméter se hacían cada seis años y en ellos se veneraba a la divinidad para que siempre estuviera al tanto de la tierra, las cosechas y todo tipo de vida vegetal. Era una especie de fiesta en la que se agradecían todas sus bendiciones.

–Probablemente yo ya no estaré aquí– suspiró Athena con melancolía. –Pero dejaré instrucciones precisas para que cuando llegué el momento adecuado, el patriarca se encargue de todo. –

Deméter asintió.

–Entonces me retiro y ya sabes que tienes todo mi apoyo– le dio otro abrazo. –Dale unas cuantas patadas a ese imbécil de Hades por mí– se apartó con otro guiño de ojo.

La diosa de la guerra y la sabiduría confirmó con una leve sonrisa. Sabía que no volvería a encontrarse con su tía por un buen tiempo, al menos no hasta que todo esto terminara y ella volviera al Olimpo.

La deidad de la agricultura se alejó caminando elegantemente y conforme bajaba las escaleras, empezó a dispersarse en el aire hasta desaparecer, convertida en una ventisca de hojas que voló hacia el cielo.

La atmósfera que se utilizó para ocultar la reunión se desintegró y unos segundos después, Atla abrió los ojos con un gesto de confusión. Sasha le dirigió una sonrisa tranquila, confirmándole con eso, que nada había sucedido.


Continuará...

Muchas gracias por darle una oportunidad a éste fanfic ;3