MIRRORS

Abajo, muy por debajo de los sótanos, los garajes, el metro y el alcantarillado, mucho más abajo que las tuberías y ramificaciones de las metálicas arterias de luz y gas que nutren los cuerpos amorfos de hormigón de las ciudades donde los humanos habitan; aún más abajo que los sondeos de científicos e ingenieros, residen ellos.

Si bien no es un abajo en el sentido literal de la palabra, pues podíamos hablar de una superposición de mundos más que de lugares físicos, si es abajo, ya que realmente no se puede ser enterrado más profundamente que cayendo en este lugar. De hecho, ningún hombre vivo ha llegado hasta aquí jamás, siendo necesario para poner el pie en sus tenebrosos páramos haber pasado por el trámite previo de desprenderse de todo lo material, absolutamente todo.

Allí la oscuridad es lo que a la Tierra el sol, y la única iluminación proviene de las llamas que arden desde el principio de los tiempos, pues el fuego como sinónimo de destrucción voraz es la esencia de este Reino. La destrucción y la eternidad, pues también el tiempo tiene su propia copia corrupta aquí, escalofriante como la sonrisa de una calavera, ya que no acaba. Nada tiene final aquí, el tormento jamás acabará.

Ellos saben, ellos siempre saben que es lo que, en el fondo de las almas cautivas, aterroriza a sus prisioneros. Eficientes en grado sumo, aplican con cruel frialdad los horrores que cada cual guarda en su interior, pues nadie es un verdugo más sádico que la mente que se sabe culpable.

Y si esa mente es la de una de esas criaturas nacida del odio y del dolor, si esa criatura es un demonio, la capacidad de dañar de su mente es tal que el solo acto de respirar suponía una tortura como ningún otro ser podría soportar.

Esteban. Su amigo, su hermano de armas, de lucha… muerto por su mano.

La sucia botella de tequila difuminaba la luz del ardiente sol de México, que se colaba como un cuchillo a través de la ventana. Con una descarnada nitidez, mostraba cada detalle de la extraña y pétrea mano llena de grietas y hendiduras y de arcanos símbolos que reposaba en la mesa junto a la botella, como un artefacto de otro mundo, con sus articulaciones antinaturales y esa textura imposible que, en ese momento, a su portador le recordaba a la piedra podrida de las estatuas de algún cementerio olvidado hace décadas. Era pesada… muy pesada y torpe, dura como el mazo de un picapedrero, e igual de delicada.

Suspiró y cambió la cabeza, que reposaba sobre la mesa, de posición. No tenía ni fuerzas ni ganas para levantarla siquiera. También su cabeza era pesada… su cráneo masivo, su enorme mandíbula, las dos astas recortadas que sobresalían de su frente… muy pesada…como la carga sobre sus hombros. Se sentía como un viejo caballo del ejército al que las fuerzas han fallado por arrastrar durante millas por las montañas un cañon de gran calibre. Solo deseaba quedarse ahí, diluir sus pensamientos en el sueño alcohólico que no era una liberación, sino mas bien un precario paliativo para un dolor que sabía que jamás desaparecería. El dolor de ver como otro pagaba con su vida por los errores propios.

Unos pasos en el entarimado de madera le hicieron abrir de mala gana uno de los párpados rojos, revelando un nublado ojo del color del corazón de las llamas.

Hellboy? Prepárate, chico… quedan diez minutos para tu siguiente combate

Con dificultad, el aludido puso en pie sus dos metros largos de estatura, tambaleándose ligeramente sobre sus anchas pezuñas. Necesitaba dinero para poder seguir bebiendo, y lo que mejor sabía hacer era pelear… Y allí, en los suburbios mexicanos, había encontrado un lugar donde su extraño aspecto sólo le suponía una ventaja: los bizarros combates de lucha libre que se celebraban en sórdidos almacenes de pueblos perdidos en medio del desierto. No eran combates reales, por supuesto… eran más un espectáculo circense donde dos tíos realmente grandes vestidos con mallas y peculiares máscaras fingían darse golpes espectaculares ante una muchedumbre de sencillos trabajadores que encontraban en aquel supuesto deporte una válvula de escape de sus monótonas vidas. Si los combates hubieran sido reales, Hellboy ni siquiera habría puesto un pie en uno de aquellos cuadriláteros… de ningún modo pondría en peligro más vidas humanas, ya había fracasado bastante.

Congra...-balbuceó con la boca pastosa, y se irguió un poco- contra quien peleo ahora?

Su interlocutor le miró. Era un luchador retirado, tras más de quince años dándose de tortas en un ring, y le apenaba ver así a alguien tan poderoso… y tan noble. Un buen hombre tratando de ahogarse en alcohol.

Estás en condiciones, muchacho? Has comido y descansado lo suficiente? Puedo poner a Melquiades el Mulo a luchar contra otro hoy…

N…no, no… estoy en forma. Así saludo al bueno de Melqui…- esbozó una sonrisa que era más una mueca- y no vamos a decepcionar al público…

Con paso lento, salió de la taberna y entró dos puertas más allá en un viejo edificio de color arena. Una mujer vieja, seca como una momia y de agrio carácter, le miró y le hizo una seña para que se diera prisa. Era la encargada de cobrar las entradas, la que lavaba la ropa de los luchadores, la enfermera, la limpiadora, la cocinera…y todos esos trabajos los hacía siempre con aquella cara de estar tragándose un puñado de gachas secas en mitad del desierto.

Andale! Muévete ya, y no vuelvas a romper tu ropa, grandulón… no voy a volver a coser tus calzones, me oiste?

Oh, pero si ya se que te encanta hacerlo, vieja…- Hellboy nunca hablaba español, y daba sus parcas y escasas contestaciones en inglés. No obstante, se entendía perfectamente con todas aquellas gentes, porque para entender algo solo hay que escuchar con atención

La mujer entró tras el en el cuartito que hacía las veces de vestuario para los luchadores. El lugar era tan miserable como todo lo demás, con un banco desvencijado, unos viejos muebles que se usaban como taquillas y una sola ducha que hacía mucho tiempo que había perdido el rociador de fábrica y que alguien, con más maña que acierto, había sustituido por un bote de conservas agujereado. De un baúl extrajo un enorme traje de luchador de color azul, elástico y ceñido, con ribetes rojos, y la máscara a juego. Al ver que el demonio apenas acertaba a quitarse su ropa debido a la borrachera, la impaciente mujer empezó sin reparos a desnudarlo y a ponerle, con una impensable firmeza y diligencia para su avanzada edad y quebradiza complexión, el uniforme.

Bonitos estamos, mijo…- resueltamente, agarró la gruesa cola roja para pasarla por el lugar previsto en el pantalón para ella- mas pareces peonza que guerrero hoy..

Dejame ya en paz, quieres? –gruñó, peleándose con una bota- Además, creo que hoy tengo que perder…

La cabeza la has perdido ya, bueno para nada…- con un ultimo tirón, ella acabó de colocarle la ropa y le encasquetó la máscara- venga, sal…

El griterío de la multitud congregada le devolvió un poco de sobriedad cuando salió al local, abarrotado, en el centro del cual se alzaba el ring. Una ovación le saludó cuando sus pezuñas, que asomaban por la punta recortada de sus botas, pisaron el polvoriento suelo al dirigirse al cuadrilátero. Al público le encantaba Hellboy. Su apariencia, su vistosa mano gigante con la que conectaba unos golpes demoledores, su sinuosa cola roja, sus astas recortadas.. muchos pensaban que no era más que una caracterización, pero realmente no les importaba. Era el favorito de la multitud, por su fuerza y por su forma de luchar, poderosa y definitiva, pero desprovista de crueldad.

Llegó hasta los pies del ring y su contrincante, un hombre enorme y muy musculado, pero con cara de buenazo, le miró y le soltó una bravata, muy del gusto del público.

Viniste para que pueda fregar el suelo con tu cara, pobre diablo…

Ya sabía yo que tu verdadera vocación era la de fregasuelos, Melquiades…- contestó socarronamente. La borrachera empezaba a abandonarle. Se acercó a la cara del tipo y le enseño los dientes en una sarcástica sonrisa- Dicen por ahí que se te ve el plumero…

Como era de esperar, Melquiades quiso (o fingió querer más bien) estrangularle allí mismo, y el árbitro tuvo que intervenir, gritando para hacerse oír entre las risas y los rugidos de ánimo del público.

-Basta, animalotes! Al ring, cada uno a su rincón!

Los luchadores se colaron entre las cuerdas y se colocaron en sus lugares asignados, sin dejar de amenazarse mutuamente y de llamarse de todo. No importaba que la noche anterior hubieran estado compartiendo penas ambos junto a una botella. Ahora estaban trabajando, y el espectáculo debía continuar.

Mientras los luchadores se abalanzaban el uno sobre el otro al sonido de la campana, en la periferia de la ruidosa multitud, dos hombres no prestaban atención al combate. Hablaban casi con la boca pegada a la oreja del otro, en parte por el casi insoportable nivel de ruido, y en parte porque su diálogo era alto secreto.

…unos doscientos habitantes en el peor de los casos, y ya de cierta edad- un hombre delgado, moreno y de aspecto nervioso estaba diciéndole a su compañero- pero con estos combates, fácilmente alcanzan los cuatrocientos cincuenta…

Pero nos interesa que haya de todas las franjas de edad… no valen solo viejos – el otro hombre, bastante más grueso y con la piel brillante por el sudor que le provocaba el cálido clima, fumaba rápidamente un cigarrillo- los sujetos tienen que ser variados, si no, la extrapolación de los datos no podrá hacerse a gran escala.

Las voces agudas de un grupo de niños, que se habían ido colando entre las piernas de los adultos para ver y animar mejor a su luchador favorito, atrajeron la atención del más delgado. Una miserable sonrisa apareció en la cara del tipo.

Si… hemos pensado en eso. Fíjese que estos pueblerinos vienen con toda la familia a ver esta bazofia. Ahora hay niños, y también mujeres, aunque seguramente a ellas las tienen encerradas en las casas fregando.

Tras el segundo asalto, que se había acabado con un brutal (y bien preparado) espaldazo de Melquiades en la lona, los dos combatientes fueron separados por el árbitro. Hellboy, en el rincón rojo, se secó el sudor de la cara y echó un trago de agua. Había ganado claramente los dos primeros asaltos; ahora le tocaba fingir que su contrincante le encajaba un golpe lo bastante fuerte como para dejarle fuera de combate. Habían ensayado ya varias veces una secuencia que comenzaba con un ataque de castigo al hígado, que ponía al demonio contra las cuerdas, una finta y un amago de golpeo por la derecha, y finalmente un supuesto directo a la mandíbula para tumbarle. Le pondría fácil a Melquiades la artimaña para acabar el combate como se suponía que debía hacerlo.

Miró a un niño y le guiño un ojo sin muchas ganas. Le gustaba verles felices, pero no por ver a dos hombres luchar. Sin embargo, más allá vio algo que atrajo su atención. Entre las sombras se movía alguien. Una persona, pero…con presencia de depredador

Su instinto de detective y sus años de adiestramiento entraron en acción sin que él pudiera evitarlo. En una fracción de segundo, analizó al individuo: varón, blanco, unos treinta años, sobre metro ochenta, alrededor de 90 kilos, atlético, ropa que le permite ocultar el rostro y posibles armas, movimientos sigilosos y buscando entre la multitud. Su aspecto era convencional, pero algún lugar situado entre el corazón y el estómago del demonio le decía a este que ese individuo no tenía nada de convencional. Realmente, sentía como si todo el resto de la gente que estaba allí no fueran más que patitos en un estanque y el recién llegado fuese un letal caimán gigante…

La campana había sonado en algún lugar, pero la atención de Hellboy no estaba en el combate y eso le hizo ganarse un duro directo a la cara. Se tambaleó ligeramente y retrocedió, sacudiendo la cola con furia. Su primer impulso fue devolver el golpe con el puño de piedra, pero luego recordó donde estaba. " No debería meterme. Está claro que no sirvo como investigador…no puedo ni salvar a un amigo". Hizo un esfuerzo para centrarse en su lugar, y amagó un par de ganchos antes de colocarle a su contrincante un izquierdazo en el plexo solar para que no fuese muy evidente que estaba fingiendo.

El golpe fue más fuerte de lo que el demonio había previsto y le sacó a Melquiades todo el aire. Decidió dejarle espacio a su compañero, y se fue al otro extremo del ring con intención de subirse a las cuerdas para hacer un salto espectacular con el objetivo de aplastarle (y que el otro esquivaría muy fácilmente) pero por el rabillo del ojo volvió a captar sin querer al extraño que había atraído su atención.

Si. Iba de caza. Y había fijado un objetivo.

Dos individuos con aspecto de americanos que hablaban entre ellos eran las presas que el extraño había elegido. De algún modo, Hellboy supo que estaba a punto de asesinarlos, y que no tenía tiempo de acabar el combate si quería salvarles la vida. Así que en lugar de saltar hacia dentro del ring… saltó hacia afuera.

Me retiro! – le gritó al árbitro, mientras se abría paso entre la multitud para llegar al lugar donde los hombres, ajenos a lo que se les venía encima, seguían conversando.

El extraño individuo estaba ya muy cerca de su objetivo… cuando una mole roja sudorosa se interpuso en su camino.

Buscas algo, rapero? – le interpeló en inglés.

Los tipos parecieron darse cuenta al instante del peligro mortal en el que estaban, y empezaron a huir, dando golpes y codazos a la multitud en su prisa por alejarse. El extraño individuo miró a Hellboy enseñando los dientes.

Quítate del medio, gilipollas

Nada de eso, no has dicho por favor

Del recién llegado empezó a salir una extraña sustancia, como un humo oscuros surcado de venas rojas… no, no era humo…era como si su cuerpo fuese cambiando, deformándose y creciendo, hasta convertir sus brazos en una suerte de garras gigantes, de aspecto sarmentoso y brillo de alquitrán. Hellboy ya estaba preparado para el combate, y desde luego, no iba a asustarse ante aquello… o al menos no más de lo que solía asustarse en su trabajo, pero la gente del local sí que empezó a gritar y a correr, especialmente cuando el extraño se lanzó con la velocidad de un felino sobre el demonio, que se revolvió como un toro de rodeo para evitar que aquellas garras le atravesaran.

Así que quieres bailar, preciosidad – gruñó, tratando de meter un puñetazo por algún hueco- Pues muy bien, aunque deberías haberme invitado a una copa primero…

Tras un par de minutos de ese juego, uno tratando de ensartar a su enemigo y el otro de dejarlo inconsciente de un mazazo del puño de piedra, el hombre de la capucha estaba desconcertado, aunque complacido de algún modo. Aquel idiota entrometido le había echado a perder una paciente búsqueda de dos de sus objetivos más importantes, aunque no dudaba de que volvería a encontrarlos… tenía todo el tiempo del mundo para eso.

Sin embargo, no estaba acostumbrado a encontrar oponentes a los que era imposible tumbar. No es que no hubiera conseguido herir al demonio, pero nada de consideración, cuando en la mitad de tiempo ya habría matado y consumido a tres tipos de su mismo tamaño. Era rápido, fuerte y ágil, y le obligaba a estar en constante alerta porque de algún modo sabía que si ese puño lítico le alcanzaba sería mucho peor que un disparo de gran calibre.

Los individuos que había ido a matar el encapuchado ya estaban casi en la puerta. Hellboy podía oírles gritar, apartando a los locales para salir ellos primero. Eran americanos, sin duda. El demonio también estaba desconcertado por su extraño enemigo. No era un monstruo al uso, pero utilizaba su cuerpo para formar apéndices a cada cual más letal. Había pasado de las garras a una gigantesca cuchilla semiorgánica, que latía con un horrible pulso propio, siendo este visible en las venas gruesas como cables que resaltaban aquí y allá sobre la carne negra. Tenía gran alcance y estaba mortalmente afilada. Decidió tratar de desconcentrarle para ganar algo de ventaja.

Que tienes contra mis compatriotas, tio? –gruñó, esquivando una estocada y agarrándose a aquella cosa para poder asestar una patada en la rodilla de su enemigo- Por qué has elegido a dos americanos entre decenas de mexicanos?

Uno de los chavales que habían estado viendo el espectáculo pasó corriendo, aterrorizado, por delante de los dos combatientes. Un brillo en la mirada del hombre encapuchado y una sonrisa sardónica le revelaron a Hellboy una terrible certeza.

NO! – aulló, y se giró para proteger con su cuerpo al niño de la cuchillada mortal

Y todo se volvió oscuro.

Cuando el investigador despertó, su cuerpo se negó a moverse de forma normal. Era como si estuviese suspendido en un tanque lleno de petróleo. Gruñó y trató de mover los brazos. Entonces se dio cuenta de que los tenía por encima de la cabeza, fuertemente sujetos. Forcejeó y sintió como sus piernas también estaban inmovilizadas. Le faltaba el aire. Mascullando maldiciones sacudió la cabeza y trató de despejarla, al tiempo que abría los ojos.

Volvió a cerrarlos. Le parecía que estaba en una pesadilla.

No había abandonado la sala donde había estado combatiendo en el ring, y que había estado llena por tanta gente, pero en un primer momento no la reconoció. Y es que lo que él veía eran sarmientos negros. Estaban por todas partes, atravesando suelo y techo, gruesos como troncos de árboles, rodeándole, inmovilizándole. Le tenían suspendido del techo por los brazos, pero también estaban enroscados en sus piernas, en su cola y en su cuello. Cada vez que forcejeaba, aquellas serpientes de carne negra se apretaban más a su alrededor

Y en el centro estaba sentado el encapuchado.

La sombra que proyectaba la tela no le permitía ver su cara, pero no necesitaba los ojos para saber que estaba sonriendo. Aquellas cuerdas provenían del cuerpo del hombre, formaban parte de lo que quiera que fuese él. Le había capturado utilizando uno de los trucos más simples del mundo, pero ¿Qué otra cosa podría haber hecho? Poner al niño en peligro no era una opción. Viendo que cuanto más forcejeaba, más se ahogaba (habían empezado a aparecer luces brillantes tras sus ojos y su pecho subía y bajaba aceleradamente tratando de llenar de aire sus pulmones) probó a relajarse. Si aflojaba, quería decir que al menos tendría tiempo para recuperarse y quizás incluso para negociar; si no…bueno, pues Dios diría…

Tal como había pensado, la intolerable presión en su cuello comenzó a ceder tan pronto como se quedó quieto. Aliviado, pudo respirar con más comodidad, pese a que otro tentáculo se enroscó alrededor de su torso para evitar que pudiese hinchar el pecho al máximo y así poder hacer más fuerza para soltarse.

Ya te has calmado? – con voz tranquila, el encapuchado le habló- Nada como una buena siesta para relajarse, verdad? Yo hace tanto que no duermo…

Bajame. Podemos hablar igual si me pones en el suelo- le había quitado la máscara que ocultaba su rostro en algún momento mientras estaba inconsciente- Verás, si…

Cállate! Dime solo quien te ha dado la orden de proteger a esos hombres.

El demonio se quedó bastante sorprendido. Así que por eso había optado por capturarle… pensaba que los tipos a los que había estado a punto de matar antes eran sus protegidos.

Nadie me ha ordenado nada. Solo ví que ibas a matarlos

Nadie arriesga su vida por defender a dos desconocidos…- de nuevo, los apéndices tentaculares empezaron a apretar con fuerza. Hellboy jadeó y apretó los dientes.

Pues yo si! – Haciendo un esfuerzo por respirar, miró al encapuchado a la cara- ¿Por qué quieres matar a esos hombres? ¿Quién eres?

Una risa sin alegría resonó en el ahora oscuro local. El lazo de acero de los sarmientos de carne se cerró aún mas, clavándose en la piel del joven investigador.

Yo ya no tengo nombre. Ahora responde a mis preguntas, o te romperé cada hueso del cuerpo.

Que… poco…original- gruñó trabajosamente el demonio- no puedo darte la respuesta que buscas, porque es mentira. Yo…ah!...tio…afloja…aunque me rompas los huesos, seguirás sin poder oír lo que quieres…

El encapuchado torció el gesto y empezó a separar los tentáculos, convirtiendo el cuerpo del investigador en una tensa cuerda de músculos rojos. Hellboy cerró los ojos y contuvo el dolor hasta que no pudo más. Finalmente, un bramido agónico retumbó en la sala, despertando ecos extraños en los rincones negros que aquellos apéndices creaban.

El nombre

…hah… hah…no hay ningún…hah… nombre…

Maldito seas…estás acostumbrado al dolor… me pregunto si…- un apéndice fino se metió por el cuello de la camiseta de Hellboy y le desgarró la tela de arriba abajo. Su captor se acercó y estudió su torso con ojo crítico. No había ni rastro de las heridas de las afiladísimas garras del ex científico- …si, supuesto confirmado; te regeneras. Mmm, comprendo. Entonces, voy a buscar otro punto débil

Sonriendo sardónicamente, creó un par de finas cuchillas a partir de dos largos tentáculos y las acercó al rostro del demonio.

Ya me he afeitado…bueno, tal vez necesite un repaso, pero ya lo hago yo, gracias…

Tras bailar delante de él como dos cobras, se metieron simultáneamente por su pantalón. Hellboy se encogió, esperando sentir los cortes en un lugar muy comprometido, pero en lugar de eso, su pantalón cayó hecho jirones.

Eh! Pero… que haces? Me has confundido con un plátano? – con precisión quirúrgica, las cuchillas le despojaron metódicamente primero del pantalón, y luego de los jirones de la camiseta que le quedaban. El color rojo de la piel del demonio se hizo más intenso cuando los tentáculos destrozaron también su ropa interior.

El encapuchado se puso de pie y se acercó un poco más al joven investigador. Como científico que fue en algún momento de su vida, la extraña criatura que tenía delante había despertado su interés. Había visto más de una criatura que guardaba cierto parecido con el ser que tenía delante, pero eran los Cazadores, los abominables seres que se formaban a partir del Blacklife como grotescos engendros que remedaban criaturas vivas. Sin embargo, el ejemplar que tenía delante no parecía ningún ser corrupto hecho a partir de un virus.

Veamos… macho, unos dos metros de altura, estructura física masiva, musculado, aproximadamente unos ciento cuarenta kilos. Piel rojo intenso. Características híbridas de primate y bóvido… - con afán científico, el extraño hombre murmuraba para sí las características más sobresalientes de aquella extraña criatura, como si estuviera en su laboratorio y efectuara el examen preliminar con ayuda de su grabadora.

Eh… oye…- el avergonzado demonio forcejeó con los tentáculos que le sujetaban. Parecía ahora más preocupado que antes- dame mi ropa, vale? No sé qué quieres conseguir, pero la gente decente no despelota a sus prisioneros…

El ex científico giró en torno a su prisionero, y sus manos finas pasaron rozando la larga cola, que permanecía bien sujeta, en toda su longitud. Hellboy sintió un extraño escalofrío que le partía de la nuca.

Interesante…es prensil? – preguntó con tranquilidad. Hacía tiempo que nada le llamaba tanto la atención

Es de New York, igual que yo…- contestó con voz ronca- oye…mmm, mira, rapero, no sé ni cómo dirigirme a ti, cuanto menos la razón de la que me trates así…

Mercer, Alex Mercer

Hellboy notaba un desagradable calor que se extendía por su cara, y veía en la periferia de su visión sus altos pómulos enrojecerse aún más de lo habitual. Llevaba sin estar completamente sereno desde que mató accidentalmente a Camazotz, el monstruoso vampiro zombificado en el que habían transformado a su amigo Esteban, y aún tenía bastante alcohol en la sangre como para no pensar con total lucidez. Sin embargo, pese a que varias brujas, alguna vampiresa e incluso una diosa le habían insinuado que estarían más que dispuestas a desnudarle, nunca se había visto en aquella tesitura.

Bueno, pues mira, Mercer, corta el rollo. No soy un mono de laboratorio para que me examines de esa forma- por la cabeza le pasó la ocasión en la que los nazis ocultos en un laboratorio secreto de la Antártida le habían capturado y tratado de usar como sujeto experimental. Al menos ellos si tuvieron la amabilidad de dejarle los boxers- Y tampoco puedo darte la información que quieres, ya te lo he dicho. Realmente, solo trataba de proteger a los lugareños porque soy…- sacudió la cabeza- un pringado sentimental, esa es la verdad.

Alex Mercer permaneció en silencio, contemplándole. Un grupo de apéndices se separaron de la masa oscura que les rodeaba y se acercaron al cautivo demonio. Pero esta vez no eran afilados ni puntiagudos. Eran largos, delgados y sensibles, con puntas redondeadas que empezaron a recorrer todo el cuerpo de Hellboy, sin hacer excep-ciones. El investigador paranormal se sintió de pronto como si hubiese caído en un tanque lleno de pulpos curiosos.

Mercer…

Los apéndices parecían tener vida propia, tanteando, palpando, estudiando cada músculo y cada hueso; algunos aplicaban una leve presión, ora en la espalda sintiendo las vértebras, ora en la cuadrada mandíbula para apreciar el desarrollo de los poderosos maseteros; otros se deslizaban suavemente sobre sus pies, analizando la extraña conformación de éstos donde se aunaba la pezuña de dos dedos de un toro con el calcáneo redondeado de un talón humano. Si no fuera una locura, Hellboy diría que parecían fascinados por ellos. Un par de tentáculos subieron por sus tobillos en dirección a los gemelos, que fueron también examinados antes de pasar a las rodillas.

Estas rodillas no están hechas para ir en esa posición…- murmuró el ex científico para sí- me pregunto qué te ha empujado a caminar como un hombre si está claro que eres un ser infinitamente mejor que ellos…

En el exterior, los dos americanos apremiaban a los peones que arrastraban como podían los bidones grasientos llenos de gasolina de contrabando que habían confiscado en la ferretería, en el taller y en la farmacia del pueblo. Un par de muchachos jóvenes, aún aterrorizados por lo que habían visto en el interior del local donde se había desatado aquel infierno de muerte negra, se acercaron transportando con gran trabajo un tanque metálico perteneciente a una fábrica de pinturas. Estaba lleno a medias de inflamable disolvente sintético.

Más deprisa, muchachos, más deprisa – gritaba el gordo, haciendo aspavientos- no… no! Eso ahí! Tú… tú!, a ti te digo, hombre! – volviéndose hacia su compañero, hizo una mueca y, sin molestarse en bajar la voz, le dijo- estos paletos atrasados no se enteran de nada. Si dejamos un hueco, Zeus escapará del fuego

Tienen demasiado miedo –comentó el otro- entre lo que han visto y las supersticiones en las que creen, me sorprende que hayamos conseguido que estos individuos trabajen.

Y realmente no han visto nada de lo que puede hacer…

Un recipiente, apilado inestablemente sobre otro, se volcó con estrépito. Su oleoso contenido se esparció como sangre negra sobre la arena.

Joder! Manazas! Ahora…-los efluvios del combustible eran tan fuertes que los aldeanos retrocedieron, cubiertas las bocas y narices con la manga de las camisas- no… hay que terminar el trab…

Un violento ataque de tos interrumpió las órdenes del americano. Los vapores tóxicos eran realmente peligrosos, y se vio obligado a retroceder también. Su delgado compañero se llevó las manos al escuálido cuello.

Vámonos. Un tiro desde lejos tal vez incendie todo esto…

Mientras se alejaban, el viento cambió súbitamente, introduciendo en el edificio de combates los vapores tóxicos.

Dentro, el metódico escrutinio continuaba. Mercer nunca había encontrado un sujeto de estudio tan interesante como aquella criatura. Podía intuir su fuerza, su potencia, y tenía algo…un misterioso poder latente que le atraía como un imán. Por dos veces ya sus apéndices se habían acercado al extraño brazo derecho de su rojizo prisionero, y por dos veces se habían retirado como se retiran los dedos automáticamente al quemarse con la llama de una vela. Los labios del ex científico se curvaron en una aviesa sonrisa. Se sentía a la vez molesto por tener un rival a su altura y complacido por ello.

Hellboy por su parte seguía sin estar de acuerdo con nada de aquello. Tosió un par de veces al olfatear el aire y luego volvió a tratar de razonar con su captor. Sin embargo, le dio la clara impresión de que el virus con forma humana ya no parecía pensar que estuviese ocultando información, sino que lo que ahora deseaba era informarse a fondo sobre él mismo. Mientras los tentáculos registraban las inserciones de sus masivos cuádriceps, volvió a hablarle:

Mercer… de verdad, déjame en el suelo. Creo que ya te has convencido de que de nada sirvo a tus propósitos – una extremidad negra rozó el juego de abdominales como si rasgara las tensas cuerdas de una guitarra- si no vas a matarme, no veo porqué sigues haciendo esto. Hay que salir de aquí…

¿Que fuerza de choque aguantan? ¿Has hecho alguna prueba de laboratorio, o lo has medido de alguna manera?- la punta sensora de un tentáculo daba golpecitos suaves sobre el recto abdominal del demonio. Mientras tanto, otro apéndice llegó hasta la unión de la cola y el tronco. El demonio contuvo el aire con un sobresalto.

Yo… eh… una vez encajé la embestida de un minotauro de piedra sin que me derribara, pero…- empezaba a sudar por alguna razón

Interesante – comentó Alex. A él le habían arrollado coches con el resultado de siniestro total del vehículo. Le daba la impresión de que el demonio también podía hacer aquello. Notaba que su piel estaba más caliente que al principio y volvió a sonreir. Ahora estaba examinando sus pectorales- ¿Cual es la máxima fuerza que puedes desarrollar?¿ Puedes levantar tu peso cuatro, cinco veces?

El joven investigador empezaba a sentirse raro. No es que hubiera dejado de intentar escapar, pero ya no se debatía contra los tentáculos. Aquello no le servía, pues ya le había quedado claro que no podía soltarse de aquella criatura. No sabía que era, pero lo que sí sabía es que no se había enfrentado jamás con algo así. Y aunque hasta ahora no había renunciado a salir de tan extraña situación algo le estaba ocurriendo. Sentía un ligero mareo, y ya no percibía que el aura de letalidad de aquello que parecía un hombre joven fuese un peligro mortal inmediato. No. Algo había cambiado y ahora percibía muchas otras cosas. Tal vez, pensó, empezaba a sentir sus emociones a través de su contacto… o no… bueno, él no era el psíquico, que demonios. Pero a veces sí le pasaban cosas de esas. Su naturaleza atraía lo paranormal, las perturbaciones en el tejido de lo mundano, los entes fuera de las reglas de lo habitual. Y, muy frecuentemente, los comprendía. Podía sentir su dolor, su ira, su sentimiento de incomprensión. Él podría haber sido uno de esos seres más allá de la realidad, si no hubiera sido porque había sido encontrado por las gentes correctas, pero Hellboy se consideraba muy afortunado. Para la mayoría de aquellas excepciones, nunca era así.

No…no lo sé. Tal vez diez, o…- ese tentáculo en la cola le estaba poniendo toda la piel de gallina, pero no precisamente por miedo. Cielo santo… Alex no tenía ni idea de lo sensible que era ese lugar- o…veinte…no se cuanto pesa un camión cisterna…- sin querer, se le escapó un jadeo. Llevaba demasiado tiempo sin mimarse. Le miró avergonzado, esperando una reacción de burla o desprecio por parte de Alex.

No se había dado cuenta de lo suaves que eran aquellas puntas, aquella extraña piel negra. Notaba, sabía sin lugar a dudas que podían atravesar piedra y carne, que eran armas letales diseñadas para matar con devastadora eficiencia… sin embargo, en ese momento, parecían suave seda al pasar de su pecho a sus dorsales, escurriéndose como aceite tibio por los surcos entre los músculos, derramándose sobre sus recios lumbares y sumergiendo sus glúteos en un líquido apretón antes de pasar por sus ingles hacia...

P…para…-gimió casi. No. Aquello no podía ser más que algún tipo de malvada broma, no podía creer que el ex científico estuviera acariciándole, haciendo despertar su ser dormido por el alcohol y el olvido. Hellboy tenía desde hacía un rato los ojos cerrados con fuerza, tratando de controlar el indecoroso comportamiento de su cuerpo, pero un suave soplo de aire tibio muy cerca de su cara le hizo abrirlos- Tienes que dejar de hacer…oh!

Unos ojos intensamente azules, de un color tan vivo que parecían tener luz propia, estaban clavados en los suyos propios. Y entonces supo. En el centro de un cambiante organismo asesino creado en laboratorio había un hombre. Un hombre solo, diferente, especial. Arrastraba una pesada cruz. Ya nadie le creía un hombre, sino un arma. Un arma capaz de destruir el mundo, de quemarlo hasta los cimientos, dejando solo fuego y muerte, sangre y blacklife.

Y a través de esos ojos vio, miró y se reflejó.

Un espejo.

Los tentáculos tomaron con delicadeza sus testículos, empezando a masajearlos con cuidado, suavemente. A la mayoría de los hombres no les gustan nada las caricias bruscas en esa parte, pero otro varón desde luego tiene experiencia en cómo deben tratarse. Este pensamiento sorprendió a Hellboy casi más que el hecho de que su miembro había empezado a endurecerse. Volvió a gemir, pero ya no se sentía avergonzado. La mirada del joven moreno no abandonaba sus ojos del color de la llama, pero ahora se sentía bien. Era de locos, pero estaba a gusto. Apenas se tensó cuando notó otro apéndice acariciando primero su cola por debajo, y luego su entrada.

En realidad, no era Hellboy el único que había visto su reflejo en un espejo. Tampoco la única criatura nacida del odio y del dolor. Había otro demonio en la estancia, otro al que torturaba incluso respirar.

Alzándose hasta la altura del detective suspendido del techo apoyado sobre una suerte de sarmientos negros, Mercer cambió la conformación de la piel de su torso, pareciendo éste ahora desnudo. Una mano acarició la rasposa mejilla del demonio, y en su afán científico, se preguntó a qué sabrían sus labios. Ahora no tenía más laboratorio que su propio y mejorado cuerpo, y desde luego, era el mejor con el que se podía contar. De modo que hizo la prueba, provocando que su sujeto experimental abriese los ojos al máximo. Calientes. Muy calientes…tabaco, tequila…también podía captar su olor en ese momento. No era a azufre, como cabía esperar. Aún sucio por el sudor del combate, el aroma de su piel, aunque potente, no era desagradable. Si era característico, sin embargo… recordaba al cuero y quizá al almizcle…a algún tipo de bestia poderosa y exótica. En ese momento, la tensa mandíbula cuadrada de Hellboy se entreabrió y la lengua de Mercer se deslizó como una serpiente entre las dos formidables filas de dientes, buscando conocer el auténtico sabor de su boca… y se sintió sorprendido de nuevo por su descubrimiento. Sangre y leche. Era la esencia de la vida, pero también de la muerte. Una dualidad fascinante, un manso aniquilador, una bestial inocencia.

Pero el joven investigador no iba a permitir ese registro pasivo sin hacer nada. Él no era de esos tipos. Todos sus músculos tenían una potencia inusitada, y sabía bien como sacarles el mejor rendimiento. Su gruesa lengua enroscó la del ex científico fuertemente, queriendo saber más de aquel misterio que tenía enfrente. Y halló un muro oscuro que le rechazaba con una potencia tan tangible que casi podía sentir como si hubiese chocado contra una pared de piedra. Pero, ah! Ahí estaba… un resquicio, una grieta en el muro, por donde atisbar lo que había detrás. Y había pena y culpa. El amargo sabor de un cigarro viejo ofrecido en las trincheras por un soldado desahuciado.

Sin embargo, no pudo adentrarse más en su investigación ya que los tentáculos abrían nuevos frentes. Ahora recorrían toda la longitud de su miembro, con caricias rítmicas y acompasadas. Sin poder evitarlo, gimió en la boca del otro. Eso no estaba bien… no debía comportarse así, pero…dios! Es que si que estaba muy bien…

Vamos- Alex separó sus labios azulados de tan pálidos que eran y sonrió con cierta malicia- hagamos un experimento más entretenido… veamos tu respuesta a un estímulo más intenso- y comenzó a descender, bajado por sus versátiles apéndices.

Eh… u…un estímulo más…?- miró hacia abajo, comprendiendo las intenciones de su compañero de un solo golpe- oye… no…no!

Oh, sí, claro que sí…

Y así fue. Como si unos dedos helados le recorrieran el abdomen, Hellboy se encogió al sentir aquella boca en su miembro. A su mente le parecía muy raro, una situación inaceptable, pero a su cuerpo, no tanto. No, desde luego que no tanto. Echó un avergonzado vistazo para abajo para ver lo que se estaba temiendo. Y es que estaba enhiesto como un maldito asno en celo. Nunca había tenido sexo oral y desde luego, jamás contacto de ese tipo con un hombre, y el resultado era que estaba bramando como un búfalo al ritmo que le marcaban los labios del moreno… la situación no podía ser más embarazosa.

Forcejeando, consiguió soltar por fin el brazo derecho, la omnipotente Mano del Destino. Ahora, pensó, le agarraré del cuello y le obligaré a dejar de hacer eso. Le demostraré que no voy a tolerar que otro como yo me use a su antojo.

Mercer sintió la caricia de la dermis pétrea en su mejilla, delicada y ruda en un equilibrio exquisito. Sabiendo que nada debía temer ya del demonio, ni el demonio de él, le liberó de su incómoda posición, cayendo los dos en un insólito lecho viviente de tentáculos negros, que se abrieron y adaptaron para acogerles con calidez. Una parte de la mente del investigador parecía estar fuera de él, contemplando la escena y censurando duramente su comportamiento. No era eso lo que le habían enseñado. Lo que estaba haciendo era impropio y antinatural.

Ahora Hellboy también acariciaba todo el cuerpo del joven. Su piel parecía tan huérfana de cariño que no pudo evitar quererle y abrazarle, prestándole su corazón para aliviar su alma y su cuerpo para calmar su ansia. Y allí, muy al fondo, las nubes negras se abrieron para dejar brillar un pequeño retal de cielo azul, sereno y despejado. Y en verdad sí era eso era lo que le habían enseñado… a acabar con los monstruos, a calmar y a consolar a las víctimas y a comprender los misterios del vasto mundo. ¿Y que importaba si en este caso el monstruo y la víctima era el mismo ser?

Parpadeó al sentir el agua en la cara, y abrió los ojos. El infinito manto azul del cielo mexicano le hizo recordar en donde había visto primero el color de esos ojos y sonrió.

Melquiades el Mulo entró en su campo de visión, aún provisto de un cubo que goteaba agua. El corpulento luchador parecía preocupado por su compañero, al que habían sacado a rastras del local con gran trabajo, que ardía con ganas por el extremo más alejado al lugar donde se encontraban.

Compadre,¿como te encuentras? Un poco más y te conviertes en elote asado…

La vieja encargada de los luchadores se abrió paso a codazos entre el grupo de curiosos que rodeaban a Hellboy que, aún tendido en el suelo, empezaba a incorporarse. Llevaba una toalla que le echó por encima para cubrirle y un enorme cuenco de leche, que puso bruscamente en sus manos.

Bébetela toda. Has respirado todo ese humo tan dañoso por casi una hora.

Aturdido aún, el demonio miró a su alrededor, buscando a Alex, aunque en realidad ya sabía que no iba a encontrarle. Estaba seguro de que ya estaría lejos, muy lejos del alcance de cualquiera. Su mirada se encontró con dos hombres americanos a los que se estaban llevando en un destartalado coche de policía. Comprendió que ellos habían provocado el incendio, y que alguien había avisado a las autoridades. Eso quería decir que a no mucho tardar, vendría alguien a buscarle para llevarle de nuevo al Bureau. Y le pareció bien. Quedaban muchas personas aún a las que él era el único que podía ayudar.

Sobre una azotea de un motel a cientos de kilómetros de allí, Alex fumaba tranquilamente un cigarrillo mirando la puesta de sol, en paz por primera vez desde donde le alcanzaba la memoria.