Advertencia: Se recomienda leer con discreción, ya que esta historia tratará temas delicados como la depresión o el suicidio.

Aclaraciones: ¡Hola! Llevo escribiendo esta historia durante mucho tiempo. Me había planteado no empezar a publicarla hasta que no la terminara (para evitar el tan temido hiatus), así que podéis estar tranquilos si decidís empezar a leerla porque no se va a quedar suspendida indefinidamente. De hecho, en mi página de Facebook he colgado un post con las fechas de actualización de cada capítulo, que son 6 en total.

Sin más preámbulos, aquí os dejo el primero de ellos.
Espero que os guste :)


S E I S


TEMPORIBUS PECCATA LATENT ET TEMPORE PARENT
(«Las culpas que se olvidan durante un tiempo, pueden ser recordadas en algún momento para acusar algo que hicimos mal»)

ACERBA SEMPER ET IMMATURA MORS EORUM QUI IMMORTALE ALIQUID PARANT
(«Siempre resulta amarga y prematura la muerte de aquellos que proyectan algo inmortal»)


Capítulo 1.


Forsan miseros meliora sequentur
(«Para aquellos en la miseria, quizás ocurrirán cosas mejores»)

[Una frase en la que se habla de la esperanza]


Draco se sentaba con resignación en el mugriento colchón de su cochambrosa celda. Mantenía las rodillas apretadas contra su pecho mientras las rodeaba con los brazos. Cualquiera hubiera dicho que estaba en medio de una profunda reflexión, pero en realidad no pasaba ningún pensamiento por su mente.

Hacía tiempo que prefería simplemente ver las horas pasar en lugar de enfrentarse a sus demonios, que eran muchos, y a veces gritaban demasiado… pero sus voces a menudo no podían ser acalladas, y la frustración surgida de los innumerables intentos fallidos le había enseñado a no tratar de eliminarlos. Vivían en su cabeza, eran la prueba constante de que los actos de uno tienen, en ocasiones, terribles consecuencias.

Recostado contra la fría pared, y con la mirada fija en la misma esquina de la celda, se recordaba durante horas que estaba pagando su condena. Su condena con él mismo, con la sociedad. La condena derivada de creencias ajenas. Su destino por dejarse arrastrar.

No era inocente, sabía que nunca lo había sido. Incluso aunque él no hubiera arrebatado una sola vida con sus propias manos, sí que había sido testigo silencioso de infinidad de crímenes horribles, y el simple hecho de no haber intervenido en ninguno ya era motivo más que suficiente para que lo encerraran de por vida. Estaba de acuerdo con su sentencia, pero sus sentimientos eran terriblemente contradictorios. ¿Qué era más condena, malvivir rodeado de mugre y rendirse a subsistir comiendo pan rancio a diario, o no tener la más mínima posibilidad de acabar con todo?

Al principio de su ingreso, cuando había empezado a ser totalmente consciente de que esas cuatro paredes serían lo único que vería por el resto de su vida, había dejado que la idea del suicidio rondara por su cabeza durante más tiempo del debido. Porque realmente era difícil aceptar que lo había perdido todo; su casa, su dinero, a sus padres. Ya ni siquiera le importaban cosas tan banales como su estúpida reputación o su estatus dentro de una sociedad que ya no lo quería. Lo único que ahora ansiaba era recuperar su libertad, abandonar aquel lugar de mala muerte y empezar una nueva vida lejos de todo y de todos. ¡Maldición, podía incluso renunciar a su magia si fuera condición necesaria para que modificaran su sentencia! Pero no podía y no quería seguir viviendo si era allí. Y aunque sabía que merecía el sufrimiento, todavía seguía siendo lo suficientemente egoísta como para tratar de buscar la salida fácil a todo aquello. En realidad era bastante frustrante que la idea del suicidio le resultara tan tentadora, sobre todo porque no había manera de poder llevar a cabo un plan de manera exitosa. Los barrotes de su celda tenían integrado un hechizo acolchador con el que, con suerte, solo conseguiría provocarse dolor de cabeza si intentaba darse golpes contra ellos. Lo mismo pasaba con las paredes y el suelo. Miró a su alrededor. Aparte del colchón solo tenía una fina y agujereada sábana… sábana que tal vez hubiera podido resultarle útil de haber habido algo en el techo donde colgarla, pero simplemente no había nada en ningún lugar que pudiera usar para poner fin a su condena.

Un ruido de llaves lo trajo de vuelta al presente de manera abrupta, haciendo que una corriente eléctrica atravesara todo su maltrecho cuerpo y descargara en su garganta. Pegó la espalda contra la pared en un movimiento instintivo. Rara vez se escuchaba algo en los pasillos de Azkaban, y cuando lo hacía, por lo general no era una buena señal. Miró con una mezcla de recelo y miedo al guardia que estaba abriendo la puerta de su celda. Este, a su vez, le devolvió una fría y displicente mirada.

—Levanta —le ordenó—. Tienes visita.

—¿Vi…? —No sabía exactamente cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había dicho algo en voz alta, pero en ese momento necesitó aclararse la garganta para que sus cuerdas vocales pudieran articular aquella palabra—. ¿Visita?

—Sí, visita —escupió el guardia—. ¿Estás sordo? Levanta y estira las manos.

Draco quiso obedecer, pero sus piernas estaban tan entumecidas que necesitó un momento para que la sangre volviera a circular por ellas con normalidad. Cuando al fin consiguió ponerse en pie, un leve mareo amenazó con hacerle perder la estabilidad, pero el hombre hizo aparecer unas esposas que rodearon sus muñecas y, antes de que pudiera caerse, ambos estuvieron en una habitación completamente diferente a su celda. La inesperada desaparición provocó que las rodillas del preso impactaran contra el suelo. Sentía que todo estaba yendo demasiado rápido, necesitaba de otro momento para hacer que todo dejara de dar vueltas y recuperar el aliento… pero el guardia jaló de su roída y sucia camisa y lo hizo volver a ponerse en pie con rudeza.

Agotado y prácticamente sin fuerzas, Draco logró levantar la cabeza para toparse con una persona conocida.

—Usted… —susurró.

Oyó los pasos del guardia a sus espaldas mientras se dirigía a la puerta que no habían usado para llegar.

—Estaré fuera. Tiene media hora.

El hombre frente a Draco se levantó con premura de la silla en la que se encontraba y se acercó a él para ayudarlo a sentarse en la suya.

—Usted… —repitió el chico con asombro, su voz sonando todavía pastosa y apagada—. Usted fue quien me representó en el juicio.

El hombre asintió mientras volvía a tomar asiento frente a él. Ni todo su asqueroso dinero había conseguido comprar a un abogado que consiguiera evitar su ingreso de por vida en aquel maldito sitio. No había sido suficiente. Arrepentirse de todo no había sido suficiente para nadie.

No sabía qué podía traer a aquella persona por allí, pero hacía tiempo que había perdido la esperanza de volver a recuperar su vida. La sentencia había sido clara y concisa. Se pudriría de manera inevitable en el diminuto habitáculo que le habían asignado tras el juicio.

—Su caso ha dado un giro inesperado, señor Malfoy.

Tuvo que repetir aquellas palabras varias veces en su cabeza para conseguir asimilarlas, y aun así no estuvo muy seguro de haber entendido lo que quería decir con ellas.

—¿Puede ser más específico?

—Esta misma mañana he recibido una carta urgente del Ministerio —comentó, abriendo su cartera y sacando un pergamino perfectamente doblado. Se lo tendió a Draco a la vez que añadía—: Quieren proponerle un trato.

El chico tomó la hoja y la desdobló. Podía ver los trazos de tinta en el papel, pero su vista estaba todavía demasiado nublada como para poder distinguir las palabras.

—Prefiero que me lo lea usted —murmuró.

El abogado cogió de vuelta el documento y se aclaró la garganta.

—Iré directamente a la parte trascendental, ¿de acuerdo? —Draco asintió y él volvió a carraspear suavemente antes de poner toda su atención en el papel—. Tras el anteriormente mencionado fallecimiento de la señorita Hermione Jean Granger, y habiendo hecho alusión a nuestra intención de solventar la situación, se le informa pues a Don Peterson nuestro firme deseo de llegar a un acuerdo con su representado para beneficio de ambas partes. Se le recuerda de nuevo el carácter privado del asunto en cuestión, siendo duramente castigado cualquier acto que repercuta negativamente al Ministerio o rompa el acuerdo de confidencialidad previamente firmado. —John Peterson dobló de nuevo el pergamino y lo hizo a un lado de la mesa—. Sí, me han hecho firmar un contrato en el que me comprometo a no hablar de esto con nadie a excepción de usted, señor Malfoy.

Pero hacía tiempo que Draco había dejado de escucharlo. No le importaba una mierda que hubiera tenido que firmar un contrato para tener acceso al documento que el Ministerio había expedido sobre él, no desde que un molesto pitido había empezado a sonar en sus tímpanos con aquella primera frase: "Tras el anteriormente mencionado fallecimiento de la señorita Hermione Jean Granger…"

—¿Granger ha muerto? —preguntó sombríamente.

—Sí. Bueno, en realidad… —dijo, hablando lentamente y analizando con cuidado la expresión de su rostro antes de continuar—. En realidad se ha suicidado.

A Draco le costaba comprender de lo que hablaba. ¿Granger estaba muerta? ¿Hermione Granger se había suicidado? ¿La misma Hermione Granger que él conocía? ¿Por qué? ¿En realidad era eso lo que estaba diciendo ese hombre? No estaba del todo claro que sus sentidos fueran de fiar en ese momento.

—No lo estoy entendiendo —decidió decir.

—Es comprensible, yo tampoco lo entendí al principio —lo tranquilizó el hombre—. Según esto, la señorita Granger decidió quitarse la vida hace unos días, pero solo lo saben unos pocos, entre ellos usted, yo y algunas personas del Ministerio. Quieren enviarle a una misión para evitar tan trágico final.

—Un momento —le interrumpió—. Ella está muerta, ¿verdad? Usted ha dicho que se suicidó hace unos días. ¿Cómo podría yo evitar que muera si ya está muerta?

—Al parecer el ministro se reserva el derecho de no entrar en detalles. Al menos no por escrito. Como sea que quieran hacerlo, solo se lo dirán a usted. Pero en resumidas cuentas, señor Malfoy, el Ministerio le ofrece el indulto absoluto si accede a trabajar con ellos.

—¿Me ofrecen la libertad?

—Le ofrecen la oportunidad de volver a ser un hombre libre, sí.

Todo aquello le estaba resultando tan descabellado que no descartó la idea de estar soñando. Seguramente se despertara en cualquier momento y se encontrara de nuevo sobre su viejo colchón, con la cara a escasos centímetros del suelo de su celda e inhalando el polvo acumulado en él durante décadas. No quería hacerse ilusiones, no soportaría caer de nuevo en el vil y despiadado juego de su inconsciente.

—¿Cómo sé que esto es real?

—Porque el ministro le recibirá en persona tan pronto como firme este acuerdo de confidencialidad —le informó, abriendo de nuevo su cartera y sacando otro pergamino—. Alguien vendrá a buscarle para escoltarle hasta el Ministerio si accede a, al menos, informarse.

A Draco no le importó que su abogado no hubiera entendido del todo su pregunta, aquella respuesta había sido suficiente. Se dejó llevar por sus impulsos, tanto que no fue realmente consciente de haber tomado la pluma que John le ofrecía y de haber firmado en el papel hasta que vio su nombre escrito con trazos irregulares y temblorosos.

El antiguo Draco nunca hubiera firmado ningún documento que no hubiera leído antes de manera minuciosa. El Draco de ahora, el Draco sucio, resignado y famélico, firmaba cualquier cosa que le pusieran por delante con tal de no volver a ser encerrado en su celda.


Draco caminaba por los pasillos del Ministerio con cuatro escoltas, dos a cada lado, otro delante y otro atrás. Sus muñecas eran prisioneras de unas esposas y sus tobillos de unos grilletes, pero ya apenas le quedaba orgullo en el cuerpo para verse afectado al respecto.

En realidad sentía cierto grado de satisfacción. Por primera vez en mucho tiempo vestía ropa limpia. Ropa que se parecía a lo que solía ponerse los fines de semana para ir a Hogsmeade en su tiempo en Hogwarts. ¡Y le habían dado permiso para ducharse! Ni siquiera había imaginado que pudiera existir una habitación con duchas en aquel lugar inmundo en el que había estado encerrado demasiado tiempo.

Todavía sentía el agua caliente cayendo por su cuerpo, desplazando la suciedad acumulada y la vergüenza de su apellido hacia el sumidero, aunque esto último en menor medida. Había deseado tanto ese momento que había atesorado la sensación en su memoria por si más adelante no pudiera repetirlo. Aquello incluso hacía más liviano el hecho de caminar por aquel interminable pasillo sin ver el final.

En un momento dado había creído que los trabajadores del Ministerio se le echarían encima tan pronto como se dieran cuenta de su presencia allí (sabía bien que él y sus padres ya no eran bien recibidos en la sociedad mágica), pero en realidad nadie se atrevió a increparle… porque no había nadie más allí. Tanto él como los guardias caminaban tranquilos, sin interrupciones de ningún tipo. Si ya estaba encadenado y no había nadie de quien salvarle… ¿de verdad necesitaba a cuatro hombres para custodiarlo? Si lo pensaba detenidamente podía imaginar que la precaución se debía a la extremada confidencialidad del lugar. Había innumerables puertas a cada lado del corredor, Merlín sabía qué misterios albergaban dentro.

Aunque si realmente se habían tomado tantas molestias por miedo a que pudiera descubrir algo que no debiera ver, se podrían haber ahorrado el esfuerzo. Su curiosidad no pesaba tanto como para arruinar la única posibilidad que tenía de recuperar su tan ansiada libertad.

El ministro lo recibió con una sonrisa en cuanto entraron por la puerta de su despacho secreto.

—¡Hola! Pasad, os estaba esperando. Por favor, liberad a nuestro invitado de las cadenas —le pidió a los guardias. Esperó a que cumplieran sus órdenes y luego les hizo un gesto con la cabeza para que se fueran. En cuanto estuvieron solos, Kingsley Shacklebolt se acercó a él y le tendió la mano. Draco se quedó mirándola un momento, receloso, antes de decidir estrecharla casi sin fuerza—: Antes de pasar a lo importante déjame ofrecerte algo de comer, ¿quieres?

Sin darle tiempo a responder, movió su varita e hizo aparecer un gran plato de pollo asado con patatas sobre la mesa de reuniones. El simple olor del alimento dilató sus pupilas y lo hizo enloquecer al instante. Había pasado un año entero comiendo solo restos de pan duro, pan quemado o pan rancio. El chico corrió hacia la mesa y, literalmente, empezó a comer directamente con las manos. Sus ojos se humedecieron al notar el alimento caliente bajar por su garganta. Apartó la copa de vino y alcanzó la botella de agua que había detrás. Estaba tan sediento como hambriento. El agua solía tener que lamerla del suelo de la celda al derramarse del vaso cuando los guardias le tiraban la bandeja con desdén. Y aquella práctica era habitual en ellos.

Tan pronto como Draco se dio cuenta de su indeliberado comportamiento, cogió una servilleta y se apresuró a limpiar el desastre de su rostro y manos.

—Lo siento.

—No te disculpes, tu conducta es normal teniendo en cuenta que acabas de salir de Azkaban —dijo el hombre, restándole importancia. Era como si ya hubiera esperado que reaccionara de esa manera tan instintiva de antemano—. ¿Quieres algo más?

Se había terminado todo el plato en lo que terminó de hablar, esta vez usando el cubierto.

—Más agua, por favor.

Cuando se hubo terminado aquella segunda botella, le dejó reposar un par de minutos antes de proponer:

—¿Damos un paseo? Así ayudas a bajar la comida.

A Draco le costó ponerse en pie después de todo lo que había comido de una sentada, pero obedeció lo que decía. Ambos salieron del despacho y empezaron a caminar. Los guardias les dieron unos segundos de margen antes de seguirlos por el largo pasillo.

En cierto modo, el silencio hizo que el camino se sintiera incómodo. De vez en cuando miraba al ministro por el rabillo del ojo y veía su ceño fruncido. Como si quisiera tocar de una vez el tema que le había llevado hasta allí pero no fuera capaz de encontrar las palabras adecuadas.

—Está bien —dijo Draco con impaciencia cuando ya no aguantó más—. Usted quiere algo de mí y yo quiero mi libertad. ¿Cuándo empezamos a negociar?

El hombre pareció brevemente sorprendido. Escasos pasos más allá, se paró justo frente a una puerta. Puso una mano sobre un lector de pared y acto seguido se escuchó cómo se desbloqueaba con un chasquido. Suspiró con verdadero pesar antes de volver a hablar.

—El señor Peterson te informó sobre la muerte de Hermione Granger, ¿cierto? —La mención de aquel nombre hizo que el chico experimentara un escalofrío, pero aun así asintió—. Su cadáver está aquí dentro. Necesitas verlo para entender lo que tienes que hacer.

Draco no tuvo oportunidad de negarse. Antes de darse cuenta, el ministro había abierto la puerta y entrado en la habitación. Podía notarse un aire gélido saliendo del interior, y desde donde estaba podía ver unos pies inmóviles sobre una camilla metálica. En aquel momento tuvo muy claras dos cosas: La primera era que sabía bien que no quería entrar allí. La segunda, que si no lo hacía volvería de cabeza a su celda en Azkaban.

Apoyó una mano en el marco de la puerta y se dejó caer un poco sobre ella. Necesitaba concienciarse antes de caminar hacia donde yacía el cuerpo sin vida de la chica, pero la presión de verse bajo la atenta mirada de los guardias hizo que se apresurara a seguir al ministro antes de sentirse preparado para ello. Una vez junto a la camilla, rehusó mirarla directamente hasta que el hombre a su lado levantó un poco la sábana que cubría su cuerpo desnudo y dejó al descubierto su antebrazo izquierdo. Una profunda abertura dejaba a la vista los músculos y huesos que había desde su muñeca hasta casi la mitad del brazo.

Draco lamentó no haberse concienciado lo suficiente. La comida que acaba de ingerir amenazó con volver a salir cuando su estómago se contrajo violentamente. Un rápido hechizo de Kingsley alivió sus náuseas lo suficiente como para que no vomitara allí mismo.

—Maldita sea —murmuró Draco, su corazón experimentando una arritmia repentina que le provocó un acaloramiento inesperado.

—¿Estás bien? —le preguntó, y al no recibir respuesta añadió—: Lo siento, no creí que fuera a afectarte de esta manera.

Draco hizo una mueca. ¿No creyó que pudiera afectarle ver el cadáver de una chica a la que conocía desde los once años? ¿Cómo de desalmado pensaba que era? Había hecho cosas horribles en el pasado, sí, pero se arrepentía de todas ellas. Y aunque el ministro no tuviera ni idea, en ese momento tan bajo de su vida, "redención" definitivamente era una palabra nueva en su vocabulario.

Fuera como fuere, el silencio del momento lo empujó a posar sus ojos en el rostro de la chica. Le resultó impactante que pareciera que dormía. Sin embargo, la muerte ya se había encargado de dejar rastro a su paso. En la piel de sus mejillas ya no quedaba ni un atisbo del rubor que solía acompañarla durante el cambio de clases en Hogwarts. Estaba nívea, tanto que podía ver a través de ella con relativa facilidad. Sus ojos cerrados, sus labios levemente entreabiertos. Y quieta, muy quieta, completamente estática.

Draco cerró los ojos y trató que aquel suspiro que emanó de sus labios no sonara demasiado dramático. El peso de las muertes de la guerra recaía sobre su conciencia a diario. ¿Qué tan inhumano debía ser para que no le afectaran en absoluto? Sobre todo cuando había tenido tiempo de sobra para pensar en todas las vidas perdidas.

Estaba seguro que la de esa chica tenía algo que ver con todo eso.

Abrió los ojos de nuevo, pero no miró al hombre. Quería zanjar aquel tema cuanto antes.

—Queréis que yo evite su muerte. —Sintió cómo Kingsley asentía a su lado—. Todavía no entiendo esa parte.

—Bueno, el fallecimiento de la señorita Granger se ha tomado con bastante discreción por un motivo de peso, y es que queremos recuperarla. —Hizo una pequeña pausa en la que pareció lamentarse—. Nadie lo vio venir, ¿sabes? Nunca mostró indicios de que estaba pasando por un mal momento ni de que tenía ese tipo de pensamientos. Y es demasiado apreciada por todos nosotros como para simplemente dejarla ir. ¡Salvó al mundo mágico! ¡Nos salvó a todos! ¿Y nosotros no hemos podido ser capaces siquiera de ver que necesitaba ayuda? Por eso nos gustaría ofrecerle una alternativa a su suicidio. Ya sabes, apoyo, terapia... algo que la haga recapacitar y volver a tener ilusión por vivir, algo que le devuelva esa alegría que no sabíamos que había perdido. Por suerte, el Ministerio cuenta con una valiosa herramienta secreta que puede hacer esto realidad. —El hombre hizo una pequeña pausa en lo que volvía a extender la sábana por el antebrazo de Granger—. Sígueme.

Ambos salieron de la fría habitación y caminaron otro tanto hasta otra. Kingsley la desbloqueó, entró y dejó que Draco lo siguiera. Los guardias volvieron a quedarse fuera.

El chico examinó brevemente aquel segundo cuarto. Era mucho más pequeño que el anterior y estaba vacío, a excepción de una enorme e imponente puerta de roble justo en la mitad. Por la rendija de abajo escapaba un fuerte resplandor que proporcionaba la única luz de lugar.

Draco miró al hombre con confusión.

—¿Qué es esto?

Kingsley esbozó el atisbo de una sonrisa.

—Una puerta del tiempo. En realidad, la puerta del tiempo. No existe otra igual en todo el mundo.

El joven la miró por unos largos segundos.

—Entiendo.

—No, créeme que no.

—Lo que usted quiere es que entre ahí, viaje en el tiempo, evite que Granger se suicide y vuelva con ella al Ministerio, ¿no?

—Exacto, pero no será tan fácil como crees. —Los ojos de Draco volaron hacia él en busca de respuestas. El tono de voz del hombre se volvió un tanto sombrío al añadir—: Verás, todos nuestros trabajadores llevan integrado en su cuerpo un hechizo avanzado que avisa al Ministerio cuando se encuentran en peligro. Este hechizo nos proporciona la hora y el lugar exacto en el que están, pero por desgracia nosotros no logramos llegar a tiempo para salvarla. Esta puerta puede ser configurada para reproducir en bucle una situación del pasado. Sabemos el lugar. Sabemos el intervalo de tiempo en el que transcurre. Tu cometido será evitar que Hermione Granger se quite la vida.

—¿Dónde está la complicación?

Kingsley frunció el ceño.

—No he terminado —le dijo, ceñudo. Luego añadió en un tono mucho más serio—: No tenemos forma de saber si ella intentará agredirte cuando te vea. Probablemente lo haga, ya que es muy posible que te encuentres a una Hermione Granger… ¿Cómo decirlo? "Fuera de sí" no parece un término que se ajuste demasiado a la situación.

—Loca —arguyó él, y luego vio al ministro asentir muy a su pesar.

—Sí, loca.

—¿Por qué lo dice? Siempre ha sido una chica bastante cuerda, al menos a mis ojos.

El ministro suspiró con pesar.

—Si se encontraba tan mal que lo que quería era morir, había muchos otros medios para conseguirlo, maneras menos… sanguinarias, con las que apenas habría sentido dolor. La encontramos en medio de un enorme charco de sangre con un cuchillo a su vera. ¿De qué manera tuvo que perder la cabeza para querer morir así? Ya has visto el tajo de su brazo. Tuvo que haber pasado un suplicio desde que se lo hizo hasta morir, un suplicio que ella misma quiso.

—Ahora entiendo por qué cree que perdió la cabeza.

—El problema de eso es que… si ella lograra herirte, si consiguiera matarte antes…

—No volvería.

—No, no lo harías. No habría más oportunidades para ti. Si aceptas, el Draco Malfoy que entraría por esa puerta sería el Draco Malfoy del presente. Serías una especie de intruso en el pasado, y si mueres, morirás definitivamente. Tu existencia acabaría en el presente, por lo que no habría un futuro para ti. La puerta reproduce una situación del pasado que se quiere cambiar, pero no tiene la capacidad de sanar las heridas del que la atraviesa con ese objetivo. Una vez que entres, si te tuerces el tobillo, volverás con el tobillo torcido.

—Pero si acepto… —Un inusual brillo centelleó en los ojos del ministro—. Si acepto ir a la misión me devolverían mi varita, ¿verdad? No hay arma blanca que pueda vencer el poder de la magia.

—Hay otra dificultad aparte de la posible demencia de Hermione. —Draco entrecerró los ojos, expectante por saber qué era lo próximo que diría—. Solo tienes seis intentos. Después, la puerta desechará la información recibida y tú te quedarás atrapado en el espacio tiempo, desapareciendo de la faz de la Tierra para siempre.

Un pesado silencio los envolvió a ambos hasta que pudo escucharse el sonido de la saliva bajando por su garganta.

—Si se trata de una misión de estas características… ¿por qué no va Potter? —preguntó después de un momento—. Él es el salvador del mundo mágico, fue la única persona del mundo que logró vencer al señor Tenebroso. Tiene una medalla a la valentía, ¿verdad? Vosotros mismos se la entregasteis poco después del final de la guerra. ¿Por qué motivo confiaríais en mí? Yo solo soy un traidor a la sociedad mágica.

—Poco después de que ingresaras en Azkaban, Harry Potter expresó su deseo de no ser contactado por un tiempo indefinido. Se fue de Londres, no sé a qué lugar. Supongo que necesitaba volver a conectar consigo mismo después de tanta tragedia ocurrida en su vida. Realmente tampoco es que disfrutara mucho la fama. —Hizo una pausa antes de continuar—. Si quieres que te diga la verdad, fui yo el que apostó por ti en el consejo secreto que creé para solventar este tema. Sinceramente, creí que serías el ideal entre los posibles candidatos.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Bueno, el precio a pagar es muy alto, pero también lo es la recompensa. Teniendo en cuenta los lujos de tu vida anterior, estoy seguro de que eres uno de los presos que peor está llevando su encarcelamiento en Azkaban. No tengo manera de saber qué tan complicada será la misión, ya te lo he dicho, pero soy consciente de que valoras demasiado tu vida y, por ende, sé que te esforzarás al máximo para salir victorioso de ella y conseguir lo que quieres.

Draco quiso reír ante la ironía. Una vez se había mostrado tan orgulloso y egocéntrico que hasta el mismísimo ministro pensaba que aún quedaba gran parte de su ego en él. Pero no quedaba nada. No quedaba absolutamente nada de la personalidad y creencias que una vez tuvo. Aquella cárcel había arrancado cada parte de su antiguo ser de la manera más despiadada, haciéndolo trizas. Lo único que quedaba en él era un irrefrenable deseo por recuperar algo a lo que nunca le había dado importancia: su libertad.
Ese hombre le estaba ofreciendo la posibilidad de equilibrar la balanza para volver a ser libre, le estaba dando lo que en el juicio no le habían otorgado.

Otra oportunidad.

Porque si conseguía traer a Hermione Granger de vuelta volvería a ser libre, y si fallaba… tendría lo que tanto había deseado durante las interminables horas que había pasado encerrado en su celda. Y lo cierto es que era menor condena enfrentar la muerte que volver a aquella prisión del demonio. Y eso lo sabía con absoluta y rotunda certeza.

También sabía que no importaba lo mal que se lo pintara o lo mucho que le advirtiera sobre los peligros; iba a hacerlo, iba a aceptar la propuesta de aquel hombre y a tratar de salir vivo de ella, y con Granger.

Draco torció el gesto ante ese pensamiento, sintiéndose repentinamente culpable. No sabía qué cosas había estado atravesando la chica como para decidir ponerle fin a todo, pero él no hubiera querido que lo trajeran de vuelta a la vida para seguir malviviendo en Azkaban. Prefería morir joven a pasar una eternidad allí. Podía suponer que lo mismo le pasaría a ella, y la verdad es que no estaba muy seguro de si era moralmente correcto forzar a alguien a volver al mundo cuando ya había tomado la decisión de partir. Tampoco creía que fuera del todo legal mandarlo allí a sabiendas de que podía morir por el camino.

—¿Conoce mi abogado las consecuencias si esto saliera mal?

—A estas alturas tu abogado ya no recordará nada de lo que estamos hablando.

—¿Qué significa…?

No terminó su propia frase. Draco asintió una vez que entendió a lo que se refería. Por supuesto que le habrían borrado la memoria, sobre todo cuando el tema era tan delicado y confidencial para el Ministerio.

Así que si lograba cumplir su cometido recuperaría su libertad, y si fallaba, sería como si nunca hubiera existido. Simplemente desaparecería y nadie más se acordaría de él nunca.

La segunda opción era incluso ventajosa.

—¿Y bien?

—¿Dónde firmo?


Segundo capítulo el 01/05/2020

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Cristy.