La barra del bar es incómoda. Eso fue lo primero que pensó Yata el día siguiente.
[...]
La respiración de Izumo, caliente y vibrante, le acariciaba el cuello. Misaki se encontraba apoyado sobre la madera dura y lustrosa de la barra.
—Yata-chan.
Su nombre pronunciado así, en ese tipo de situación, no le sentaba nada bien. Jadeó.
Se distrajo pensando en las marcas que quedarían posteriormente en su pecho, sobre su vientre y en sus brazos, dada la posición en la que se encontraba.
—No deberías distraerte.
Kusanagi afianzó el agarre en su cintura, empujó más fuerte y le besó la espalda.
—Deberías pensar en mí.