Holita.
Dios, este fic me tomó mucho tiempo. Por eso es algo largo (según mis parámetros). No crean que siempre voy a hacer historias extensas.
Tengo que dejar algunas cosas claras.
Primero, Kurumada es dueño de Saint Seiya.
Segundo, Saint Seiya: Saintia Sho es propiedad de Chimaki Kuori.
Tercero, Advertencia: Posible OoC, lenguaje medio vulgar, temas algo tabúes (menstruación, virginidad, sexo, violencia de género, veras xenofobia sos concienzudo). Algunas referencias locas. Intento de comedia...¿gris? (porque ni es puramente blanca ni puramente negra)
Menciones de sucesos de SS: Saintia Sho y roces entre personajes originales del Spin Off con la serie original.
Emparejamientos: MarínxAioria, ShiryuxShunrei, MiloxShaina, SeiyaxShoko (Todos de forma implícita, los últimos dos son unilaterales, adivinen :)
Y vino Andrés
...
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La voz monótona que Shion estaba utilizando para su disertación le otorgaba más seriedad y formalidad a la reunión que había congregado a los caballeros dorados en la sala patriarcal con Athena y el Patriarca. Esas prestigiosas reuniones estaban destinadas a exponer y dictaminar problemáticas de índole confidencial a fin de secundar el orden y la paz entre todos los guerreros atenienses mediante la estabilidad que la orden dorada de élite causaba en los rangos menores de la jerarquía.
Esos momentos mensuales le permitían secretamente a Saori mejorar sus habilidades de oratoria de manera más práctica, pues no existía un material teórico para actuar como diosa debido a que se suponía que debía ser algo instintivo, no adquirible. Pero ella igual pensaba que siempre se podía mejorar, por más que ella fuera un ser divino y Shion un simple mortal. En particular le gustaba la manera en como él se desenvolvía con soltura y autoridad delante de las multitudes, más de dos siglos teniendo la responsabilidad de ser el Pope hablaban de sus pulidas habilidades que ella aspiraba a refinar, reconocimiento que irritaría a su familia, situación que siempre ocurría cuando ella elogiaba a un mortal.
Por otro lado, además de solventar y prevenir problemas internos, ella podía interactuar con sus guerreros inamovibles de los doce templos y conocer más en profundidad a los nobles hombres que habían entregado su vida en el Muro de los Lamentos.
Sin embargo, la actual situación no le podía parecer más engorrosa e interminable.
El silencio le daba demasiada tranquilidad, la cual alentaba el cansancio que el sueño de la noche anterior no había logrado acabar, de hecho, ayer le había costado horrores pegar un ojo, sin contar que el lapso previo a lograrlo había sido un viaje de desesperación y ansiedad. Obviamente no podía excusarse de la programada reunión por un motivo tan egoísta e insignificante para una divinidad griega como ella. Sus caballeros pasaban constantemente por estados anímicos peores y a base de disciplina y fuerza de voluntad avanzaban, por lo que, de la misma manera ella tenía que ser así de abnegada por mucho que quisiera recostarse para aliviar su indisposición.
Tratando de retomar determinación abandonó su posición recargada en el trono para obtener la atención de todos al ponerse de pie y así dirigir la exhortación en un tema que careció de importancia cuando comprendió de la peor forma posible por qué estaba con el abdomen hinchado desde hace varios días.
—Señorita Athena, ¿qué le ocurre? —preguntó Shion viendo el mutismo de su diosa y su cara de incredulidad que pasó a demostrar pánico abandonando en consecuencia todo rastro de sangre de la cara, logrando una palidez que hacía juego con la blancura de su vestido para encender las alertas de todos los presentes ante la falta de respuesta.
Ella retrocedió cuando su representante terrenal quiso acercarse tratando de captar qué le sucedía. Nadie entendió a continuación la razón que tuvo para mirarse sus inmaculadas vestiduras y mostrarles a quienes estaban a su alrededor una mirada cargada de inseguridad, pues ella seguía sin decir nada, incapaz de encontrar las palabras más adecuadas para explicar su condición, ya que se suponía que ese fenómeno debía suceder la siguiente semana según su calendario menstrual. El flujo sanguíneo recién despertados entorpecía su diplomacia.
Era visible que la presencia de tanto público masculino en ese momento tan bochornoso y femenino complicaba más su situación. Shion intentó ser más considerado y probó comunicarse psíquicamente con ella, recibiendo así un rechazo escueto de Saori que le causó una intensa migraña. A continuación no buscó otra manera de tratar de ministrarle porque la guardia privada de Athena irrumpió en el lugar.
La joven Kido las había llamado telepáticamente en el preciso momento que sintió como caía algo caliente de entre sus piernas, para resguardarla. Limitada por su estado, lo único que podía hacer era apretar los muslos intentando cerrarle el paso a la sangre viscosa para que no avanzara hacia zonas más visibles y peligrosas.
Aunque no quería ni con amenaza de muerte volver a sentarse en su trono, la confianza y apoyo que le proporcionaban la inmediata presencia de sus Saintias por su llamado vía cosmos, hizo que ignorara sus miedos y le hiciera caso a la petición que Mii, Xiaoling y Shoko le hicieron, ya que ellas le prometían taparla de la visión de los hombres para no comprometer su privacidad como mujer. Casi quiso llorar de alegría al sentirse contenida y entendida con el apoyo moral que sus tres doncellas expresaban en palabras susurradas.
Al tener muchas tareas a realizar debido a la alerta roja y sabiendo que no podían desperdiciar tiempo, las doncellas habían decidido repartirse las tareas para acabar simultáneamente. Kyoko estaba en una de las despensas más recónditas de los interiores privados de Athena buscando los productos higiénicos femeninos designados para el período. Cabía destacar que a excepción de Athena, solo su guardia personal podía acceder a esa parte del Santuario, lo que quería decir que incluso los caballeros dorados tenían prohibido ingresar ahí.
En cuanto a la élite dorada, al notar que esas tres jóvenes actuaban con conocimiento de causa, quisieron resolver sus dudas, olvidando que el protocolo les obligaba, por más santo de oros fueran, a no interferir en los asuntos de su diosa con sus doncellas. Quienes ya las conocían, les llamó la atención que no llevaran puestas sus respectivas armaduras a pesar de que la situación se percibía crítica, por el contrario estaban con sus vestidos blancos a la rodilla. También al estar muy metidos deseando descifrar lo que esas jóvenes estaban hablando con Athena, no prestaron atención a como se les acercaban dos Saintias más.
—Caballeros —saludó con cortesía una de las dos doncella. Algunos supusieron que por fin les iban a notificar qué le sucedía a Athena—. Deben irse —agregó sin más.
El grupo de santos disgustados por esa notificación originaron un murmullo por la confusión que no se esclarecía. Katja de Corona Boreal no se inmutó ante los constantes reclamos que proliferaron con insistencia por la condición de Athena y la razón por la cuál ellos se debían ir.
—Katja, espera, ¿qué le sucede a la señorita Athena? —preguntó Saga siendo la voz de sus compañeros debido a que se sentía el más indicada de tratar con la joven rubia.
En cambio, en vez de sentir confianza, a ella le provocaba inquietud el solo hecho de cruzarse con el caballero de Géminis, pero la prontitud que requería el cumplimiento de su tarea respaldaron su compostura y no quebró su expresión fría ni al mirarlo fijamente a los ojos.
—Es confidencial, caballero. No puedo decirles más que eso. Les reitero que se marchen —el tiempo era primordial y por lo que veía, no había alguna señal de que esos hombres iban a abandonar el lugar.
Era razonable que después de pasar 13 años sin cuestionar ninguna orden, los caballeros de oro estuvieran siendo muy renuentes a hacer caso a una encomienda sin una razón válida, o por lo menos eso se repetía la joven para no demostrar el desagrado que le daba la disposición nula de algunos de ellos para irse. Ya era muy tensa la relación entre ellas con los Santos Femeninos para decidir enemistarse con los Santos de Oro, sin embargo, parecía que cuanto más se le repitiera que se largasen, ellos con más firmeza prometían quedarse y hacer más preguntas.
—Pero responde, mujer, ¿qué le sucede a la señorita Athena?
—¿Por qué está así Athena?
—¿Por qué no podemos saber?
—¿Está herida?
—No voy a obedecer órdenes de unas niñatas que ni siquiera tienen puestas sus armaduras.
El tiempo gastado en esa confrontación fue el preciso para que Shion socavara su curiosidad y decidiera apoyar y cumplir la orden. Pero tan mala suerte tuvo que no pudo hacerlo porque en su lugar vio como Elda de Cassiopeia; otra ilustre saintia, perdía los estribos.
—¡¿Qué diablos les pasa?! ¡¿Acaso debemos rogarle que sigan una maldita orden?! ¿O no les entra en sus cabezas? —al igual que a su amiga, a ella le hartaba que los supuesto iconos de la virtuosa lealtad, se quedaran pegados como unos estorbos— ¡LÁRGUENSE DE UNA BENDITA BUENA VEZ! —la pausa que mantuvo por unos segundos fue arrolladora porque enseguida volvió a hablar con una tranquilidad siniestra, esas que dan horror—, y Usted… —miró a Shion, al Pope, de una manera que en otra época la hubiera hecho perder la cabeza, pero que en ese presente imponia el tipo de terror que muchos pensaban que solo alguien como DM había podido obtener—, como el Patriarca dé el ejemplo, váyase, nosotras nos encargamos ahora de la señorita Athena, y no espere que lo vuelva a repetir: déjennos trabajar.
Si la joven rubia a muchos les ponía casi la piel de gallina, la Saintia que les gritaba cohibía en proporción a la agresividad que desbordaba, pero debido a lo que contaba el ligero temblor de su cuerpo, esa misma emoción cubría su desesperación genuina, detalle que no se le escapó a Su Santidad, quien por reflejo miró a su viejo amigo queriendo comprobar no ser único en percatarse de eso.
—Shion… —dijo Dohko tocando su hombro con las claras intenciones de marcharse y que los demás hicieran lo mismo. El Patriarca asintió, soltó un suspiro y habló:
—Señoritas, nos disculpamos solemnemente por nuestra negligencia —dijo con un tono conciliador al mismo tiempo que agarraba los bíceps de Aioria y Kanon para evitar que cometieran una tontería—. Nos encaminamos confiando en la guardia personal de la señorita Athena. Perdonen las molestias —concluyó apretando con fuerza los extremidades de esos caballeros que forcejearon en vano porque fueron arrastrados como dos niños caprichosos a las afueras de la sala patriarcal en compañía de los restantes santos dorados. Por supuesto estuvieron quienes se fueron con buena disposición, otros lo hicieron con resignación o indignación y no faltó quienes las criticaron por hacerles un escándalo por nada. Cierto provocador mencionó con la clara intención de que ellas, primordialmente Elda, escucharan que al parecer algunas saintias tenían un carácter menos refinado que los caballeros femeninos.
Pero a pesar de todas las adversidades, las doncellas quedaron aliviadas al quedar únicamente en el lugar, y procedieron a trasladarse a los cuartos exclusivos donde moraba Saori. Aunque había una serie de manchas que cubrían la blancura de su vestido, por suerte la sangre no había tocado ni el trono ni quedado visible en alguna parte de la ceremoniosa sala.
Parecía que la fortuna seguía extendiéndose cuando vieron a Kyoko acercarse, pero por el contrario hasta ahí llegó, porque vino con un pronóstico lúgubre.
—No hay más toallas sanitarias —sentenció seria y decepcionada del fracaso de su búsqueda.
—¡¿QUÉ?! —del lado de afuera de las puertas, Katja y Elda escucharon el grito unísono de sus compañeras, pero aunque la intriga las movía a abandonar su posición, la desconfianza que le tenían a la curiosidad insana de los dorados las plantó todavía en su puesto de guardia para proteger la privacidad de la joven diosa. Era mejor así, porque de saber el motivo ellas las habrían imitado y sucumbido al mismo pánico.
—Kyoko, antigua Saintia de Caballo Menor, ¿juras por tu honor de doncella de nuestra Diosa Athena estar segura de que revisaste bien la despensa? —cuestionó Mii no queriendo caer en la realidad tan horripilante.
—¿No te olvidaste del anexo mega secreto para las súper emergencias? —agregó sucesivamente Xiaoling estando dudosa de la posibilidad de que justo en ese momento tan urgente no hubiera quedado nada de nada de toallas femeninas.
—¡Hermana!, ¿qué vamos a hacer? la señorita Saori está complicadísima —Shoko agarraba la mano de la indispuesta diosa tratando de confortarla y darle más apoyo, pero tenía las palmas tan sudadas que se le resbalaba, y no hacía falta agregar que quien parecía necesitar más apaciguamiento urgente era otra persona.
—La revisé un total de 14 veces, me fijé 18 veces el anexo mega secreto y me costó poco no investigar la habitación de Su Ilustrísima, ¡NO HAY NADA! y ... —sus dos compañeras seguían incrédulas a esa trágica declaración, la Diosa de la Guerra y la Sabiduría contenía el llanto al no saber cómo proceder mientras su hermana no ocultaba su lloriqueo. Todo se volvía cada vez más caótico en comparación a como se lo había imaginado desde un primer momento, teorizó que las tres doncellas estaban atravesando intensamente el SPM.
Siendo consciente que de entre ellas, su hermanita era la que más perturbaba a todas en general, pero especialmente a Saori, Kyoko decidió mirarla de esa manera que desde pequeñas siempre usó para llamarle la atención sin decir nada, así logró hacerla reaccionar y con su concentración puesta en ella, sacó de su costado una billetera blanca.
—...Shoko, tienes que ir a comprar más, A-H-O-R-A —le lanzó el objeto que su hermana aun con las manos resbaladizas atrapó. De inmediato salió disparada hacia las escaleras de los doce templos. Era cuestión de vida o muerte.
El tiempo estaba tan reducido que la joven prefería pedir perdón que permiso, así que iba a atropellar a quien se interpusiera en su camino sin dar explicaciones. Las primeras en experimentarlo fueran sus propias compañeras que casi fueron aplastado por las grandes compuertas cuando estas fueran abiertas desde adentro por un individuo que se movía como una bala. Shoko se sintió algo limitaba al recorrer las escaleras, pero igual intentó mantener un ritmo veloz y recuperar impulso en los rellanos de las escaleras. Pero no contaba que el exceso de velocidad aumentaba su atolondramiento, en las escaleras que descienden a Sagitario se tropezó con un escalón, siendo que si hubiera estaba caminado lentamente lo que habría pasado sería nada más que un pequeño tropiezo. Pero como no se había permitido ir despacio por la prontitud de su labor, al caerse empezó a rodar por las escaleras con más rapidez que un meteoro. De esa manera atravesó con más precipitación el noveno templo y sus consiguiente escaleras hasta que Milo de Escorpio percibió unos ruidos estrepitosos de un objeto que venía cayendo como una avalancha hacia su morada. Se asustó al darse cuenta que era un persona y se acercó más para poder parar la trayectoria. Casi se murió al descubrir quien venía rodando al igual que una bola de nieve.
—¡Shoko! ¡No te muevas! —su pedido no sirvió porque ella quiso incorporarse fallando y pronunciando un quejido por el escozor que recorría cada extremo de su cuerpo. Apretó los dientes y los ojos para no llorar—. Respira y quédate quieta —casi le suplicó dispuesto a enterarse qué ser peligroso la había lastimado y quizás atentando contra el bienestar de Athena. Trató de cargarla para darle los primeros auxilios pero ella se levantó como un resorte rechazando su ayuda.
—No me toque señor Milo, debo irme, ¡La señorita Saori me necesita! —gritó tanto por desesperación como por medida para desahogar el dolor que recorría y se intensificaba en las zonas morotoneadas y peladas con cada paso que sus maltratadas piernas querían hacer como caminata que parecía más cojeada.
Una corazonada le dio a Milo la idea de que posiblemente ella se había tropezado y rodado escaleras abajo hasta su templo para terminar en el estado en el que se veían esos traumatismos, y que debía haberse caído desde Capricornio por lo menos para quedar así de mal. El guardia de la Casa de Escorpio oscilaba entre intentar otra vez detenerla de una forma menos convencional; como noquearla o usar su aguja Escarlata; o dejar que se moviera en ese estado tan delicado. Pero cuando notó cierto accesorio bastante femenino tirado en una esquina, la llamó.
—¡Oye Shoko!
—No se meta en mi camino señor Milo, le aseguro que si tengo que pasar por encima suyo, lo haré —dijo luchando por apartarse más del lugar peleando contra un enemigo formidable: el dolor de su maltratado cuerpo.
El susodicho se consternó por la inesperada respuesta, los golpes tal vez habían hecho estragos en la cabeza de la joven toda magullada que al apenas mantenerse de pie actualmente se veía todavía más parecida a Seiya de Pegaso.
—¡Por Athena, niña! ¡No camines más! ¿Esto es tuyo? —gritó.
—Déjeme en paz —le respondió ignorando su pregunta, más enfrascada en cruzar los templos que le quedaban. Por supuesto, la terquedad que la empujaba a nunca darse por vencida en ocasiones provocaba que perdiera pequeñas detalles de su entorno, como por ejemplo las palabras de Milo.
Después del asombro, le surgió un creciente molestia al experimentar una falta de respeto tan grande, el ser ignorado. La sensación era muy sobresaliente porque la persona que le hacía eso era alguien que él apreciaba mucho. Guiado por su enojo y con un poco de decepción por el trato de esa mocosa quería remarcarle su error y reclamar una disculpa, sus pasos para interceptarla casi que partían las cerámicas cuando el Santo de Sagitario apareció corriendo a su templo.
—¡Milo, es suficiente! —exclamó muy exaltado logrando que Milo se quedara quieto por inercia, dejando de lado su asunto con la japonesa.
—¿Aioros? —le sorprendía el enojo que esa siempre pacífica cara mostraba en ese momento. Ciertamente así veía más las similitudes que Aioria había heredado de su hermano.
—No puedes forzar a una doncella, y menos a una que forma parte de la guardia personal de la señorita Athena.
Si en lugar de Aioros, cualquier otro de sus colegas hubiera aparecido no habría pensado las barbaridades que estaba escuchando, pues él había dejado muy en claro a sus compañeros y amigos que ambas partes, o sea, Shoko y él, no se veían de esa manera. Era claro como el agua que a esa mocosa le gustaba el burro de Seiya y además, él también tenía fija la mente en alguien. Sin embargo, los trece años que el caballero de Sagitario había pasado muerto le habían hecho perder esa información relevante.
—Aioros… —quiso corregirlo.
—¿Acaso quieren mancillar su pureza por tus frustraciones personales? Sé que te duele que Shaina se muestre reacia a tus movimientos, pero no vuelques tu insaciable libido en ella.
De pronto se volvió indispensable que su despistado compañero cerrara la boca porque cada tontería que pronunciaba perjudicaba su autocontrol y por ende la integridad de su historial limpio de actos viles contra individuos inocentes.
—No es lo que pien...
—Lo mejor será hablar con el Santo Padre, él puede ayudarte querido Milo —volvió a interrumpirlo.
—¡AIOROS! —ese "querido" tan amistoso pero desagradable para él debido al contexto actual, por poco lo hacía perder el control. Así que si no hubiera gritado llamándolo, quien en su lugar gritaría habría sido la persona que lo estaba llevando al punto de tener deseos homicidas.
—¿Qué?
—Yo no tengo esa relación con Shoko.
—¿Por qué llamas por su nombre a una Saintia?
Todavía permanecía irresoluble el misterio de por qué aunque Saga, Kanon y Aioros fueran de la misma edad, el caballero de Sagitario tuviera algunos criterios más anticuado en comparación de los gemelos. Las opiniones más respaldadas eran que el joven era un caballero con ideales inalterables por la época, o la otra perspectiva que Milo apoyaba era simple: los 13 años muertos no vienen solos. Debido a eso, su comentario mojigato lo fastidió.
—La conozco hace varios años a ella y a su hermana. No preguntes el cómo, no tengo ganas explicarte una historia tan larga. Pero sí te aclaro que a la honorable Saintia de Caballo Menor se le cayó esta billetera y quería dársela...y Shaina no es reacia, es sólo algo tímida.
Por consiguiente, Shoko luego de repetirse unas miles de veces hasta convencer de la veracidad de la conocida frase de Buda «El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional» se desenvolvió ocultando mejor su lamentable estado. Estaba por pasar sin detenerse por la casa de Cáncer hasta que vio a una cierta persona que podía darle una ayuda fundamental a su causa.
—¡Sensei! —se acercó emocionada de verla, robándole la oportunidad a Aioria de ser el primero en hablar con Marín y acaparar su atención.
Con respecto a la Santo de Águila, esta no había esperado encontrarse con su pseudo pupila y menos siendo que había arreglado verse con Aioria en ese momento. Pero igualmente no pensó en ser cortante, sino que se sintió intrigada por los hematomas que su piel exhibía en ese vestido blanco muy renegrido y se dio todo el tiempo para desentrañar el enigma. Shoko le restó importancia a sus heridas queriendo encarar el asunto principal en el que pedía su colaboración.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó más expectante. Debe mencionarse que ellas seguían ubicadas en las escaleras que descienden de Leo a Cáncer, así que Aioria estaba contemplándolas desde hacía rato esperando que Marín fuera liberada de esa inconveniente conversación con la joven que era compañera de esas Saintias que habían echado a patadas a todos los dorados por un asunto que continuaban desconociendo.
Antes de decírselo, Shoko giró su cabeza a la izquierda y la derecha cerciorándose de que ningún tercero tuviera el oído al alcance de su charla. Al darse la media vuelta identificó al caballero que casi había coaccionado a Elda y Katja horas antes, quien en reacción a ella arqueó la ceja confundido por su repentino movimiento, y en consecuencia se acercó más a su maestra para responderle con susurros.
—¿Usted tiene consigo toallas sanitarias? —preguntó diciendo más despacio las dos últimas palabras que Marín no escuchó bien pero pudo suponer.
—¿Son para ti?
—A la señorita Saori le vino repentinamente —su interlocutora chasqueó la lengua entendiendo la complejidad de la situación y sintiendo pena como mujer que también menstruaba en un espacio lleno de hombres—, y si usted tiene yo no tendré que ir como lo estoy haciendo ahora a comprar más suministros.
—Puedo ayudarte —Shoko le agarró las manos muy contenta y agradecida—. Técnicamente no tengo toallas, pero si tampones que… —la joven que la estaba por poco estrechando de felicidad, la soltó y retrocedió como si Marín acabara de declarar una barbaridad.
—¡No! ¡¿Ha perdido el juicio sensei?! —chilló en total desacuerdo, olvidándose de la discreción y la prudencia en su voz, sin importarle que otros la escucharan, viendo a su anterior salvadora como una completa demente—. No vuelva a sugerir eso jamás, ¡Es una falta de respeto, no, una herejía a la castidad perpetua de la Diosa Athena! Con su permiso, me marcho —concluyó dejando confundida por un instante a Marín, hasta que su rápida reflexión le dio la respuesta a qué relación había entre un tampón y la virginidad de Saori.
Lastimosamente la joven se había ido, así que no podía decirle que la idea que ella tenía era una creencia en boca de muchos y totalmente desmentida por pruebas empíricas. Por consiguiente, ella se dedicó a recordar la actividad que le proporcionó entre muchas conclusiones, la certeza de que el tampón no desvirga. Así pues sintió en su hombro la mano de la persona que colaboró con ella activamente en esa primera y no última ocasión.
—¿Qué pasa Aioria? —le preguntó viendo el contraste de las tiernas caricias que él le daba a su hombro mientras que su otra mano manifestaba en un puño la molestia que notaba en sus ojos pero que no estaba dirigida a ella, pero que igual le causó un mal augurio.
—Parece que las Saintias son lo suficiente arrogantes para actuar irreverentemente.
—Fue solo un malentendido —refutó con la intención de no darle material a quienes les encantaba hablar de la supuesta enemistad entre los Santos Femeninos y las Saintias, a la vez que, trataba de quitarle el ceño fruncido al Caballero de Leo, lo que no iba a ser fácil por la reacción que notó en él. Cuando le tenía idea a alguien difícilmente se le iba.
—No debe ser una excusa para ese exceso de confianza hacia ti, ¿o hay algún motivo para qué esa chiquilla te gritara?
De cierta manera sí, pero explicarle la razón de eso a él era tan contraproducente como lo habría sido para los dorados resucitados por Hades hablar de su plan de cruzar las doce casas por la cabeza de Athena queriendo en realidad brindarle su armadura.
—Tiene el tiempo contado para ayudar a Athena y me pidió ayuda —dijo deseando que no le diera más vueltas al asunto, un ingenuo anhelo.
—¿Por qué a ti? ¿No se supone que solo ellas deben encargarse de eso?
—Athena tiene una herida —eligió con cautela esas palabras, pues no le gustaba mentirle pero en igual medida conocía lo boca suelta que él solía ser por lo que lo mejor era darle respuestas ambiguas. De cierto modo el sangrado puede considerarse una herida.
—¿Por eso nos echaron a todos en medio de la reunión? Nosotros no la vimos lastimarse en ningún momentos ni vimos alguna herida desangrandose —con esa respuesta ella supo que debía cambiar su conducta para hacer que dejara el tema de una vez por todas.
Revisando su propio comportamiento debía abandonar su actitud pasiva debido a la forma en la que Aioria dirigía la conversación, sin mencionar que se estaba exasperando. Naturalmente la paciencia a alguien como ella se le terminaba y aunque amaba al hombre que la miraba serio, le salió responderle con más severidad.
—Es un corte no profundo que se hizo por accidente. Desconozco la causa específica pero no fue de origen malicioso. No la viste porque fue en una zona que ningún caballero debe ver sin el permiso de una mujer, y mucho menos si se trata de Athena. Así que si tu miramiento y lealtad a ella son más firmes que tu curiosidad y entrometimiento no me preguntarás nada más, ¿está claro? —se mordió el labio para no morirse de la risa por el asentimiento que Aioria dio impactado por su reacción que no daba lugar a ninguna queja. Por suerte la máscara evitó que toda sus palabras perdieran su efecto por la sonrisa de satisfacción que tenía, se despidió del todavía anonadado caballero y se fue a su vivienda a buscar tampones para Saori.
Caminando por las calles de Grecia, Shoko se adentró en un mercado para dirigirse a la góndola donde encontraría los elementos necesarios para ese día ignorando olímpicamente el estante extravagante que anunciaba la imperdible oferta de una llamativa marca de esos desfloradores tampones que ella jamás usaría hasta que se casara como bien le había dicho su padre cuando se hizo señorita. Por consiguiente, se dio cuenta que había sido muy dura e insensible con la maestra Marín, pues aunque también era japonesa como ella, tenía entendido que no había tenido una infancia rodeada de figuras protectoras que la instruyeran con paciencia y cariño en todos los temas, por lo que obviamente habría cosas que diría desde la ignorancia. Resolvió que cuando la volviera a ver, iba a disculparse por ser tan impulsiva y cruel. Al estar tan distraída ideando como remediar su falta con su maestra no se dio cuenta de cómo las personas la contemplaban preocupantes de la gravedad de sus hematomas y de su indiferencia a ellas, como si padeciera insensibilidad congénita al dolor.
Sin embargo, el recuerdo de la cara de confusión de la Santo de Plata momentos atrás quedó eclipsado al identificar entre la multitud, a una persona conocida cerca de esa pasillo, y no era cualquier persona conocida con la que uno se conforma en verla pasar, teniendo en cuenta que ella se aproximó a la ubicación de ese joven como si de momento a otro fuera a desaparecer.
Casi al mismo tiempo, Marín y Shaina iban a ver a Athena y solventar su situación con las discretas cajas que llevaban ocultas de los ojos de guardianes de cada templo. Habían estado hablando antes con tranquilidad de lo que les había dicho Dohko en la casa de Libra hasta que luego de toparse en Escorpio con su guardián, salieron de ahí con una sensación incómoda que desprendía la Caballero de Ophiuco y su compañera buscaba remediar.
—No puedes ignorarlo como si tuviera lepra, es una falta de respeto.
—Me humilló, Marín. No dirigirle la palabra no se compara a lo que me hizo pasar.
—Entonces, dile que lo que hizo estuvo mal. Milo no es estúpido
—Es hombre, es sinónimo.
—Shaina...
—Basta Marín. Sigue jodiendo con eso y te prometo que esta tarde te voy a dejar en peor estado físico que Aioria cuando está en celo.
—No hagas promesas que van a destrozarse como lo haré yo contigo.
—Recuerda yo no estoy regalando mi caja de provisiones por una condición de entrenamiento en la que dudo de poder hacerte comer tierra. Te voy a aplastar.
—Veremos a que precio —respondió quedando con la última palabra, ya que a Shaina no le fue posible dar alguna replica porque vieron a dos Saintias haciendo guardia en las puertas de la recámara de Athena.
—Athena en este momento no puede recibirlas, Santos de Plata —soltó Katja luego de recibir sus saludos.
—Estamos al tanto de la delicada situación que ella está pasando y vinimos a abastecer los suministros faltantes.
—¿Cómo saben sobre eso? —espetó Elda impaciente—. Ahora deben decirnos de boca de quién se enteraron, Athena lo estaba manteniendo en completa confidencialidad y no podemos permitir que ello se filtre a oídos incorrectos.
—Shoko me lo mencionó alarmada. Me pidió una mano y acepté.
—¿Dónde está ella, entonces?
—Continúa cumpliendo con su tarea asignada.
—La máscara no nos anula la visita del mes, lamentablemente. Por lo que no tienen que escandalizarse como si fuéramos hombres, porque nuestra ayuda es más apropiada para la siniestra situación que está pasando la diosa —agregó Shaina.
Katja se molestó por la decisión apresurada de su compañera, una completa falta de apego a las órdenes. Ahora por su culpa, las ponía en una situación incómoda. A pesar de que no pronunció ninguna queja o despectivo a la causante de todo, su rostro insinuaba los posibles insultos impresos de rabia. Lo que llevó a que Elda, quien estaba muchísimo más accesible, fuera quien les diera una respuesta a las Santos Femeninos.
—¿Qué se le va a hacer? Después tendremos una pequeña charla con ella. Ahora quiero lo que tienen, se lo daremos a Athena —extendió la mano.
—¿No esperarás que te demos eso aquí, a la vista de todo el mundo? —respondió Shaina señalando el pasillo.
Elda se sintió sumamente estúpida al cometer un error tan básico, pero aun así ella y Katja no vieron con buenos ojos la idea de que ellas avanzaran, sin embargo, entendía que quién tenía la última palabra era la líder del Santuario. Aunque no lo pareciese, a la joven de Cassiopeia le caían bien los Santos Femeninos, por no decir que había ciertas características que envidiaba no tener como Saintia. Como sentía que ellas no merecían tanto recelo, decidió ser la intermediaria en lugar de la rubia, para así persuadir a cualquiera que se opusiera. Katja no pudo oponerse y se quedó vigilando a las dos mujeres.
El período de espera fue breve, pues no hubo desacuerdo entre la decisión de Athena y lo que pensaban sus acompañantes, ellas con solo escuchar que Marín de Águila quería proporcionar ayuda, accedieron.
La especial situación que se vivía desvalidó cualquier tipo de formalidad. La alegría de las jóvenes por la llegada de las Santos Femeninos destacó porque con solo una frase de Marín pasó a ser perplejidad, como si avisarle que le traían tampones a Athena fuera un sacrilegio, peor que si les hubiera propuesto embargarse en el libertinaje y la profanación. Enseguida las doncellas retrocedieron protegiendo a Saori guiadas por la irracional idea de que la cercanía del paquete de apositos era peligroso.
Debido a la anterior experiencia con Shoko, para esta oportunidad Marín le había pedido a su compañera que la acompañara porque no dudaba de que encontraría esa reacción prejuiciosa, y reconocía que sola no iba a poder lidiar con ella.
—¡No vamos a permitir que erradiquen la virginidad de la señorita Saori! —exclamó Mii.
—La castidad de la señorita Athena es ancestral y virtuosa, corromperla es un deshonor por razones tan insignificante, es inaceptable —dijo Kyoko.
—La señorita Athena no puede ser ridiculizada de esa manera —concluyó Xiaoling.
Saori sentía más pinchazos en la sien que manifestaban el estrés que no decía, no obstante vio necesario intervenir para escuchar las palabras de sus Caballeros Femeninos, comprendiendo que la actitud terca de sus doncellas lo impediría.
—Quiero escuchar lo que tengan que decir, antes que nada —dijo calmando a su guardia y apaciguando a las recién llegadas. Ella compartía la opinión de sus fieles Saintias ante la solución tan poco convencional propuesta pero había momentos en los que todos merecían el beneficio de la duda.
—Los tampones no quitan la virginidad, diosa Athena —comenzó Shaina—. Si no me equivoco la castidad encierra más que solo el estado del himen, usted se ha mantenido casta de cualquier tipo de práctica con el sexo opuesto, englobando muchas que no afectan ni atentan contra la membrana, ¿no es así?
—Usted nunca lo ha intentado, pero confíe en que un tampón colocado por razones higiénicas no le despertará ningún tipo de placer ni quitará su virginidad. Si decide luego no usarlo por razones subjetivas será comprensible. Pero debido a esta urgencia, por favor, sea indulgente —persuadió Marín.
Saori no dudaba jamás en decir que su implacable récord de victorias contra Hades y Poseidón se debía en parte a la participación de sus leales guerreros y en la confianza que ella deposita en ellos. Por eso, con esos pensamientos en mente, aceptó la ayuda que le brindaban las Santos Femeninos, por más inseguridad que le surgía. Se recordó que la incertidumbre al confiar su castidad era poco en comparación a la cantidad de veces que encargó su vida y seguridad a sus caballeros, quienes no la defraudaron nunca y menos ahora.
—Yo la acompañaré, señorita Athena —dijo Marín molestando a Mii por su impertinente iniciativa en un ámbito que por más Saintia que fuera, ella por el contrario, carecía. Debido a que Saori se concentró en el que por fín se iba a quitar el trozo de papel higiénico que se había puesto como medida provisional, la exaltación de la siempre apacible Mii la sorprendió.
—Maestra Marín, es el deber de las Saintias asistir a la señorita Athena, no de usted, recuerde su rango —dijo seria provocándole a la susodicha una mueca de risa pues en solo unos momentos atrás, había visto cómo se había sonrojado al escuchar "himen". Se imaginaba la cómica escena de ella tratando de explicarle a Saori como colocarse un apósito sofocada de la vergüenza por habersela dado de aires.
—Mii, basta, no seas tan cerrada.
—No te pongas de su parte, Kyoko. No admito que quieran pasarme por arriba.
—Ah perdón, no me di cuenta de que por tu posición tan superior a la mía sabes lo suficiente de tampones para explicarle a la señorita Athena como ponérselo, discúlpame, Mii de Dolphin, por hacer una suposición tan errada —expresó la Santo de Águila con la obvia intención de dejarle en claro a la aludida de que su ofrecimiento no guardaba relación con desmeritar su estatus de Saintia.
—Señorita Athena, admito que como parte de su guardia personal ahora no somos de mucha conveniencia, perdónenos. Lo mejor es que vaya con la Maestra Marín —le sugirió Xiaolong enorgulleciendo a la hermana de Shoko y dejando sorprendida y sin palabras a la rubia.
—Si quieren, alguna de ustedes puede acompañarnos —les ofreció Saori a sus doncellas, sin embargo, dos pensaban que no hacía falta y una declinó cohibida y humillada por su comportamiento tan impulsivo y poco pulcro. Diosa y Santo Femenino partieron al baño de la recámara.
Luego de indicarle que se mojara en la ducha para quitarse los restos de sangre, Marín se dio la vuelta por respeto hasta que la joven terminara de desvestirse, recién dejó de dar la espalda cuando escuchó el ruido que hizo la cortina de la bañera al cerrarse con Saori adentro de ella. A continuación emergió el sonido del agua saliendo de la ducha.
—¿Cuánta es la cantidad de sangre que le viene regularmente? —empezó con una serie de preguntas básica para determinar qué tamaño de apósito era el más propicio para ella.
—¿Eh? Creo que no es mucha, normalmente uso cuatro toallas sanitarias por día, el cual me dura también cuatro días —respondió Saori haciendo los cálculos y asegurándose de no estar confundida viendo como la sangre se iba de su cuerpo diluida por el agua.
Al notar discretamente el aspecto del vestido y debido a las palabras anterior, Marín supo que ella era parte de las afortunadas que no les venía mucho durante la regla. En parte le dio un poco de envidia pues ella pertenecía al grupo que sangraba entre bastante y mucho.
—No todas las mujeres usan el mismo tamaño de tampón. Por lo que usted me dice, creo que le corresponde la medida pequeña, pero puede ser que en realidad me equivoque y requiera de una medida mediana. Para determinar eso, lo sabremos ahora.
—¿Me va a doler mucho?
—Le va a incomodar un poco, duele más si no se está relajada. Le recomiendo que se tomé su tiempo hasta sentirse preparada. Dentro de la caja que dejaré aquí hay un instructivo detallado que le sacará todas las dudas que tiene. Igualmente yo esperaré detrás de la puerta por si necesita algo más —concluyó saliendo del baño y reclinándose en el marco de la puerta.
Con la oreja apoyada en la ranura percibió el movimiento repentino de la cortina, las pisadas de Saori, el sonido tenue que hacía el papel de instrucciones al desplegarse, el ruido del embalaje al romperse y la voz de la joven llamándola.
—Dígame.
—¿Cómo sé si estoy preparada?
Como respuesta, Marín le recordó que debía estar tranquila, relajada y que además debía esperar hasta que sintiera que salía un poco más de sangre porque permitiría que el apósito entrara más fácilmente por la propiedad lubricante de la menstruación. Saori estuvo de acuerdo en esperar. Cuando volvió a llamarla pensó que ya había bajado más flujo, pero en cambio, sus palabras fueron otras.
—¿Qué pasa si lo coloco mal?
—Sáqueselo y pruebe con otro. Si se lo ponga bien no debe sentirse. Es cuestión de prueba y error.
—¿Y si se rompe el cordón?
—Intente hacerlo con uno, verá si puede hacerlo.
Por el orificio escuchó como se tironeaba y tensaba el cordón.
—Tienes razón, no pude.
Durante el camino, ella había reprochado a Shaina por ser irrespetuosa con un Santo de Oro, pero ahora ella trataba de no hacer algo peor, reírse de las ocurrencias inocentonas de su Diosa. Primero que nada porque era un atrevimiento temerario, además que con lo susceptible que estaba Saori podía ofenderse o entristecerse.
Se daba cuenta que era agradable tratar con su lado más inexperto y humano. Se podía que era igual de atrayente que su lado divino y de carácter de líder.
—Gracias por todo.
—No hay de qué, señorita Athena.
—De verdad lo digo, hice un escándalo sin precedentes por una tontería. Soy la diosa de la Guerra y la Sabiduría, pero eso último brilló por su ausencia. Y ni hablar de Estrategia. Los Santos de Oro seguramente ya habrán deducido que fue lo que me ocurrió en la sala patriarcal. Si no hubiera sido por todas ustedes, Saintias y Santos Femeninos por igual, las cosas hubieran estado peor —confesó Saori tratando de controlar la voz ya que hacer eso con las lágrimas había sido imposible.
En las ocasiones en donde peleando en Guerras Santas contra Poseidón o Hades, ella quedaba cautiva, había una estrategia planificada con anterioridad que hacia parecer su rapto como un hecho desastroso cuando en realidad escondía un plan que junto a la colaboración de sus caballeros efectuaba la victoria. Sin embargo, todo lo sucedido desde que le había bajado de repente la había posicionado en un lugar impotente, inmóvil o mejor dicho, dependientemente inútil. Saori se sentía inútil, una basura que no podía ni por un momento valerse por si misma , ni siquiera siendo buena para pedir ayudar.
Los pocos segundos que tardó Marín en responder le valieron a Saori para machacarse más diciendo que lo había arruinado todo.
—Señorita Athena, le agradezco que me confíe las frustraciones que la agobian. Espero que eso le permita hallar algo de alivio. Sin embargo, entienda que nosotros, sus caballeros no estamos solo para pelear por usted o para defenderla. Estamos para ayudarla en lo que sea, quizá algunos seamos más apropiados para determinadas labores y menos para otras pero no hay duda de que hasta el más reciente soldado raso colaboraría en lo que le pida.
»Con respecto a los santos de oro, despreocúpese. Encaminándonos aquí, nos cruzamos con el Anciano Maestro que estaba en compañía de Su Santidad en el Templo de Libra. Como sabe, el Anciano Maestro crío a la novia de Shiryu, por lo que está familiarizado con los asuntos de naturaleza femenina. Él nos aseguró que ningunos de los demás caballeros sabe la verdad acerca del asunto a excepción de él y el Patriarca. Pero le suplican que la próxima vez que ocurra algo de esa clase, los tenga en cuenta.
—Necesito llorar por un momento. Luego me pondré el tampón. Y luego hablaré con ellos, avísales, por favor.
—Como ordene, señorita Athena. Recuerde relajarse.
Seiya de Pegaso enfocó los ojos en la lista de compras en su mano. Debía descifrar que producto debía agregar a continuación en la canasta. El obstáculo era que solo Seika entendía su letra tamaño miniatura. Ellos siempre hacían las compras mensuales juntos desde que se reencontraron. Pero ahora hermosa era su suerte ya que de último momento a su hermana le agarraron los famosos dolores de mujeres en el estómago y lo dejó solo a su suerte en el mercado con un listado en un tamaño ilegible para la capacidad de sus ojos.
En su estado distante de su entorno, unos gritos que vociferaban su nombre lo hicieron respingar y hacer volar por los aires una lata de coca cola que había agarrado antes.
No dudaba que en esa sacudida había usado fuerza que personas sin cosmos no tiene, así que desesperado y con miedo a que la lata lastimara gravemente a alguien, soltó su canasta para aproximarse a ella. Pero solo pudo dar unos pasos, la persona que lo llamaba, además de conocerlo fue capaz de agarrar la lata antes que él. Al estar más cerca de ella, la reconoció al fin.
—¿Shoko? —la joven acentúo la sonrisa, más feliz con su reconocimiento.
—Hola Seiya —correspondió y le extendió el refresco— ¿Esto es tuyo?
—Ah sí, gracias, evitaste que lastimara a alguien.
—Perdón por asustarte.
—Nah, no pasa nada. ¿Qué andas haciendo por aquí?
—Comprando cosas.
—Bueno ,¿qué estás haciendo si no? Me doy cuenta que no fue una buena pregunta, ¿verdad?
Shoko soltó una corta pero igualmente contagiosa y animada carcajada. Seiya le explicó que se encontraba comprando sin su hermana y ella le mencionó que venía sola por órdenes también de su hermana. Así se le ocurrió preguntarle si le interesaba descubrir las palabras inentendibles de la lista. Ella reaccionó como le estuviera pidiendo matrimonio y aceptó la propuesta con mucha efusividad.
Se debe indicar que a partir de que ella reconociera a Seiya, olvidó la urgencia de su misión y hasta la misma misión con solo verlo. El caballero de Pegaso, por su parte, no notó los sobresalientes moretones de la chica y demás heridas hasta que ella se quedo quieta analizando la lista. Se puede decir que al captarlo, se quedó paralizado de la impresión sin llegar a los extremos.
—¿Por qué estás toda magulladas? —su descubrimiento tardío le hizo rememorar a ella la razón por la que estaba en el mercado en primer lugar.
—Oh no, ¡la señorita Saori! —exclamó pinchando el talón de Aquiles de Seiya llevándose toda la racionalidad y lógica de su ser. El pobre chico atormentado y muy inclinado a las catástrofes actúo.
—¡¿QUÉ LE OCURRIÓ A SAORI?! —gritó alarmado sujetándola con fuerza de los hombros para que lo viera directamente y le respondiera rápido. Lo que contó que es que su apretón podía no generarle nada a un Santo entrenado pero si a una que tuviera un nivel de heridas y fragilidad de Shoko. Sin mencionar que la chica era gritona de por sí.
De repente, el grito de Seiya se sintió bajo en comparación al que pegó Shoko del ardor infernal que persistía aunque ella se había liberado de su agarre. Mientras ella trataba de frenar sin éxitos el llanto, él trataba de mantener a raya los dos pensamientos que lo dejaba intranquilo, el daño de Shoko y la seguridad de Saori.
Con cada uno en lo suyo, no pudieron ver en ningún momento a la personas que les habían empezado a prestar atención desde que Seiya revoleo la bebida, que se amontonaron con miradas serias al ver el estado maltratado de la joven que estaba acompañada de un tipo que parecía su novio. Ambos japoneses o en todo caso, orientales. Todo les parecía sospechoso. Por supuesto, no les quedó duda que el sujeto japonés era un maltratador de mujeres cuando vieron como la lastimó delante de sus ojos.
Ellos lo vieron como una provocación del arrogante extranjero, así que en respuesta no se quedaron en el molde, tomaron cartas en el asunto como nobles ciudadanos griegos. Llamaron a las autoridades y hasta que aparecieron retuvieron a la pareja.
—¡A las mujeres ni con el pétalo de una rosa, escoria! —le gritó un oficial golpeando cuando se resistió.
El abusador japonés quiso librarse negando la acusación y afirmando ser menor de edad, declaración falsa invalidada con una simple mirada a su aspecto de adulto joven.
La joven víctima se notaba asustada y escandalizada por el arresto de su ex-pareja y abusador. Presentó los primeros síntomas del síndrome de Estocolmo justificando el maltrato recibido. Se le brindó atención médica de emergencia para tratar su traumatismo.
En cuatro horas llegaron los noticias al Santuario del encarcelamiento de Seiya de Pegaso y la relevancia mediática que Shoko de Caballo Menor estaba teniendo en los medios de comunicación.
Bueno bueno, que puedo decir.
La idea de esta historia surgió un día que me fui a comprar tampones y me vino la idea ¿Qué pasaría si a Saori le baja en medio de una reunión con los dorados? Así salió este desmadre.
No sé si los momentos cómicos fueron cómicos y los serios totalmente serios, capaz desentona un toque, pero a mí realmente me gustó hacer este fic.
Además hace rato que quería hacer un fic con los personajes de Saintia Sho, es que me encantan. Y realmente espero que ellas tengan más interacciones con los Santos Femeninos en el futuro según lo vaya conformado Kuori.
Gracias por leer.
Hasta otra.