Naruto nunca había sentido nada así, algo que parecía real e irreal a la vez. Era una pesadilla. Jamás había tenido tanto miedo. Cada vez que miraba a su esposa, quería gritar de angustia y de rabia.

Hinata estaba muy pálida, y sus labios empezaban a adquirir un preocupante color morado. La pérdida de sangre la había debilitado mucho. Estaba apoyada en su regazo con las piernas extendidas por el asiento del carruaje. A pesar de que la habían cubierto con abrigos y mantas, se estremecía de forma continuada. Tras arroparla una vez más con la ropa para que estuviera más cómoda, comprobó el vendaje que había elaborado. Había doblado varios pañuelos hasta formar una almohadilla que aseguró con unas corbatas que ató al hombro y al brazo, cruzándolas sobre la articulación y asegurándolas debajo del otro brazo. No podía dejar de recordar el momento en el que se derrumbó en sus brazos mientras la sangre manaba sin cesar por la herida.

Solo había sido cuestión de segundos. Había echado un vistazo por encima del hombro para asegurarse de que Hinata había atravesado la distancia que los separaba del carruaje, y en su lugar había visto a Drago luchando para abrirse paso entre la multitud para dirigirse hacia la esquina del edificio, donde Hinata charlaba con una desconocida. La mujer se había sacado algo de la manga, y él vio el revelador temblor de su brazo cuando abría una navaja. La corta y afilada hoja había reflejado las luces del teatro cuando la levantó en el aire.

Naruto había llegado hasta el lugar donde se encontraba Hinata solo un segundo después de Drago, pero, en ese momento, la mujer ya le había clavado la hoja de la navaja.

—¿No sería raro que muriera por esto? —comentó Hinata, estremeciéndose contra su pecho—. Nuestros nietos no se sentirían nada impresionados. Preferiría que me hubieran apuñalado mientras hacía algo heroico, como rescatar a alguien. Quizá podrías decírselo..., aunque, claro... Supongo que si muero, no tendremos nietos nunca, ¿verdad?

—No vas a morir —repuso Naruto de forma concisa.

—Todavía no he encontrado una imprenta adecuada —dijo ella, preocupada.

—¿Qué? —preguntó él, pensando que deliraba.

—Esto podría retrasar la producción. Del juego de mesa. Tiene que estar para Navidad.

—Todavía hay tiempo de sobra, bychan —intervino Taruho, que estaba sentado junto a Shion en el asiento de enfrente—. No te preocupes por eso.

Hinata se relajó, ya más tranquila, y cerró el puño en un pliegue de su camisa, como si fuera un bebé.

El señor Taruho la miró como si quisiera preguntarle algo.

Con el pretexto de alisarle el pelo, Naruto puso la mano sobre el oído bueno de Hinata y le dirigió al otro hombre una expresión inquisitiva.

—¿La sangre sale a borbotones? —preguntó Taruho en voz baja—.¿Como el latido de un corazón?

Naruto negó con la cabeza.

El empresario se relajó un poco y se frotó la parte inferior de la mandíbula.

Tras apartar la mano de la oreja de Hinata, siguió acariciándole el pelo, hasta que vio que había cerrado los ojos. La incorporó un poco contra su pecho.

—Mi amor, no puedes dormirte.

—Tengo frío —se quejó ella lastimeramente—. Me duele el hombro. Y el carruaje de Shion es incómodo. —Hizo un sonido de dolor cuando el vehículo dobló una esquina, sacudiéndose con fuerza.

—Estamos llegando a Cork Street —explicó él antes de besarle la húmeda y fría frente—. En cuanto te lleve al interior, te darán un poco de morfina.

El carruaje se detuvo en ese momento. La levantó con sumo cuidado y la llevó al interior del edificio, sintiéndola muy ligera entre sus brazos, como si sus huesos fueran finos como los de un pájaro. Ella apoyó la cabeza en su hombro, y se le bamboleó mientras caminaba. Naruto quiso transmitirle su fuerza, llenarle las venas con su sangre. Quería suplicar, sobornar, amenazar, herir a alguien.

El interior del edificio había sido renovado hacía poco tiempo, y ahora disponía de una entrada bien ventilada e iluminada. Pasaron junto a varias puertas de apertura automática que estaban identificadas claramente con los letreros correspondientes: enfermería, dispensario, oficinas administrativas, consultas, salas de examen y, al final del pasillo, una sala de operaciones.

Naruto sabía que Taruho tenía empleados a dos médicos a tiempo completo de los que se beneficiaban los cientos de hombres y mujeres que trabajaban para él. Sin embargo, los mejores doctores solían asistir a pacientes de clase alta, mientras que la clase media y los trabajadores tenían que conformarse con los servicios de profesionales con menos talento. Naruto había imaginado que se encontrarían con un lugar en mal estado y unas consultas de calidad mediocre donde atenderían un par de médicos desganados. Pero debería había haber sabido que Taruho no había escatimado gastos a la hora de construir un centro médico.

Fueron recibidos en el vestíbulo de la zona de cirugía por un médico de mediana edad con una espesa cabellera blanca, frente ancha, ojos penetrantes y rasgos agrestes. Tenía el aspecto que debería tener un cirujano: capaz y digno, con los recursos que dan los conocimientos obtenidos tras décadas de experiencia.

—Saint Namikaze —dijo Taruho—, te presento al doctor Havelock.

Una enfermera con el pelo rubio pálido entró con rapidez en el espacio, sin que le importaran mucho las presentaciones. Estaba vestida con una falda pantalón y llevaba la misma bata blanca de lino que el cirujano. Su cara era joven y limpia, y poseía unos agudos ojos verdes, con los que evaluaba a los recién llegados.

—Milord —le dijo la mujer a Naruto—, por favor, traiga aquí a lady Saint Namikaze —le ordenó sin andarse con rodeos.

Él la siguió a una de las salas de examen, que estaba bien iluminada con lámparas quirúrgicas y reflectores. También estaba impoluta; las paredes aparecían cubiertas con placas de cristal y el suelo era de baldosas vidriadas, con algunos surcos para desviar el líquido. En el aire flotaba el aroma a productos químicos: ácido carbólico, alcohol destilado y algo de benceno. Naruto deslizó la vista por una gran variedad de vasos metálicos, aparatos de vapor para esterilizar, mesas con lavabos y bandejas con instrumental, así como un fregadero de gres.

—Mi esposa tiene mucho dolor —dijo bruscamente, mirando a la mujer por encima del hombro. Se preguntó por qué no les habría acompañado el doctor.

—Ya tengo preparada una inyección hipodérmica con morfina —repuso la enfermera—. ¿Ha comido algo en las últimas cuatro horas?

—No.

—Excelente. Por favor, deposítela con suavidad en la camilla.

La voz era clara y firme. Un poco impertinente por el aire de autoridad que proporcionaba la bata de cirujano, y que la hacía parecer otro médico más.

A pesar de que Hinata tenía los labios apretados, soltó un gemido cuando Naruto la dejó en la camilla de cuero. La superficie tenía una parte móvil, que servía para elevar ligeramente la parte superior del cuerpo. La enfermera retiró la capa que cubría el corpiño de encaje blanco, ahora empapado de sangre, y cubrió a Hinata con una manta.

—Ah, hola —saludó Hinata con un hilo de voz mientras jadeaba de forma superficial, mirando a la mujer con los ojos apagados y nublados por el dolor.

La enfermera sonrió al tiempo que tomaba la muñeca de Hinata para comprobar su pulso.

—Cuando te invité a conocer el nuevo consultorio —murmuró la joven—, no me refería a que lo hicieras como paciente.

Hinata curvó los labios resecos mientras la mujer examinaba la dilatación de sus pupilas.

—Vas a tener que ponerme un parche —dijo Hinata.

—¿La conoces? —preguntó Naruto, desconcertado.

—De hecho, milord, soy amiga de la familia. —La enfermera cogió un artilugio que consistía en una placa auricular, un tubo flexible cubierto de seda y un trozo de madera en forma de trompeta. Llevó un extremo a la oreja, aplicó el otro en varios lugares del pecho de Hinata y escuchó con atención.

Cada vez más nervioso, Naruto miró hacia la puerta, preguntándose dónde demonios estaba el doctor Havelock.

La enfermera tomó un trozo de algodón, lo humedeció en la solución que había en un pequeño frasco y limpió un trozo de piel en el brazo izquierdo de Hinata. Posteriormente, se acercó a una bandeja de instrumental para coger una jeringuilla de vidrio provista de una aguja hueca. Poniéndola en posición vertical, apretó el pistón para eliminar el aire que había en la cámara.

—¿Te han puesto antes una inyección? —le preguntó a Hinata con suavidad.

—No. —Hinata tendió la mano hacia él, y Naruto entrelazó sus dedos fríos.

—Vas a sentir un pinchazo —advirtió la enfermera—, pero será muy breve. Luego notarás una oleada de calor y el dolor desaparecerá.

—¿No debería ser un médico el que hiciera esto? —preguntó Naruto bruscamente, mientras la enfermera buscaba una vena en el brazo de Hinata.

Ella no respondió en el momento, ya que había clavado la aguja. Presionó el émbolo lentamente mientras Hinata le apretaba los dedos. Naruto la observó sin poder hacer nada, y luchó para mantenerse sereno y firme, a pesar de que todo su ser le impulsaba a explotar. Todo lo que le importaba estaba en aquel frágil cuerpo que reposaba en la camilla de cuero. Notó que la morfina empezaba a hacer efecto, que Hinata relajaba los dedos, y que desaparecía la tensión que percibía alrededor de sus ojos y su boca.

«¡Gracias a Dios!»

—Soy la doctora Shiho Gibson —se presentó la joven, tras dejar a un lado la hipodérmica vacía—. Tengo titulación como médico; he sido entrenada por sir Joseph Lister en su método antiséptico. De hecho, le he ayudado a realizar operaciones quirúrgicas en la Sorbona.

—¿Doctora? —preguntó Naruto, al que había pillado con la guardia baja pensar que una mujer podía haber estudiado medicina.

Ella lo miró con ironía.

—Soy la única con titulación en Inglaterra hasta el momento. La Asociación Médica del Reino Unido ha hecho todo lo posible para asegurarse de que ninguna otra mujer sigue mis pasos.

Naruto no quería que fuera ella la que asistiera a Hinata. No había manera de saber qué podía esperar de una doctora en una sala de operaciones, y no quería que la intervención de su esposa estuviera rodeada por circunstancias extravagantes. Quería que la atendiera un doctor, un hombre con experiencia y seguridad en sí mismo. Quería que todo fuera convencional, seguro y normal.

—Necesito intercambiar unas palabras con Havelock antes de que continúe con la cirugía —pidió él.

La doctora Shiho no pareció sorprendida.

—Por supuesto —respondió en un tono uniforme—. Pero me gustaría pedirle que retrasara la conversación hasta que haya evaluado el estado de lady Saint Namikaze.

El doctor Havelock entró en ese momento en la estancia y se acercó a la camilla.

—Ha llegado ya la enfermera y está lavándose —murmuró el médico a la doctora Shiho antes de volverse hacia Naruto—. Milord, hay una zona de espera junto a la sala de operaciones. Podría esperar allí con los señores Winterborne mientras echamos un vistazo al hombro de su esposa.

Tras besar los dedos helados de Hinata y dirigirle una sonrisa tranquilizadora, Naruto salió del quirófano.

Una vez que encontró la zona de espera, se dirigió al lugar donde se encontraba sentado Winterborne. Su esposa no estaba a la vista.

—¿Una doctora? —exigió con el ceño fruncido.

Taruho pareció sentirse algo culpable.

—No consideré que fuera necesario contártelo. Pero respondo por ella; supervisó el parto de Shion y el puerperio.

—Esa cuestión es muy diferente a una cirugía —aseguró Naruto en tono seco.

—En América hay doctoras desde hace más de veinte años —señaló Taruho.

—Me importa un bledo lo que hacen en Estados Unidos. Quiero que Hinata disfrute del mejor tratamiento médico posible.

—Lister ha mencionado públicamente que la doctora Shiho es una de las mejores cirujanas que ha podido tutelar.

Naruto negó con la cabeza.

—Si voy a poner la vida de Hinata en manos de desconocidos, quiero que sea alguien con experiencia. No una mujer que apenas tiene edad suficiente para haber pasado por la universidad. No quiero que ayude en la intervención de mi esposa.

Taruho abrió la boca para discutir, pero pareció pensárselo mejor.

—Es muy probable que yo mismo tuviera pensamientos similares si estuviera en tu lugar —admitió—. Lleva un tiempo acostumbrarse a la idea de que una mujer pueda ser médico.

Naruto se dejó caer en una silla cercana. Se dio cuenta entonces de que notaba una especie de vibración en las extremidades, un zumbido constante por culpa de la tensión nerviosa.

Lady Shion se acercó en ese momento con una pequeña toalla blanca doblada. La tela estaba húmeda y desprendía vapor. Sin decir palabra, se acercó a él y le limpió la mejilla y parte inferior de la mandíbula. Cuando bajó la toalla, él vio que estaba manchada de sangre. Luego bajó el paño y empezó a limpiarle la sangre que se le había secado en los pliegues de los nudillos y entre los dedos. Ni siquiera se había dado cuenta. Agarró la tela para hacerlo por sí mismo, pero ella no soltó el tejido.

—Por favor —dijo Shion en voz baja—. Tengo que hacer algo.

Él se relajó y la dejó continuar. Poco después de que terminara, entró el doctor Havelock en la sala de espera. Naruto se levantó con el corazón acelerado.

El médico tenía una expresión muy seria.

—Milord, al examinar a lady Saint Namikaze con el estetoscopio, hemos detectado un latido en el lugar de la lesión, lo que indica que hay corriente arterial. La arteria subclavia ha sido dañada o parcialmente seccionada. Si tratamos de reparar la laceración, corremos el riesgo de que ocurran ciertas complicaciones que pongan en peligro la vida de su esposa. Por lo tanto, la solución más segura es practicar una doble ligadura. Ayudaré a la doctora Shiho en el proceso, pero podríamos tardar hasta dos horas antes de finalizarlo. Mientras tanto...

—Espere un momento —lo interrumpió Naruto con cautela—. ¿No querrá decir que la doctora Shiho le ayudará a usted?

—No, milord. Será ella la que realice la cirugía. Está más versada en las últimas y más avanzadas técnicas.

—Quiero que lo haga usted.

—Milord, hay muy pocos cirujanos en Inglaterra capaces de poder realizar esta operación. Yo no soy uno de ellos. La arteria que tiene dañada lady Saint Namikaze está muy profunda y parcialmente cubierta por el hueso de la clavícula. La zona de la operación no ocupa más de cinco centímetros. La sutura es cuestión de milímetros. La doctora Shiho es una cirujana muy meticulosa. Tiene la cabeza fría. Sus manos son capaces, sensibles y experimentadas, perfectas para procedimientos delicados como este. Además, está entrenada en cirugía antiséptica moderna, lo que hace que la ligadura de arterias sea mucho menos peligrosa que en el pasado.

—Quiero una segunda opinión.

El médico asintió con calma, pero su mirada era penetrante.

—Nuestras instalaciones están disponibles para cualquier persona que elija, y puede contar con nuestra ayuda para lo que necesite. Pero es mejor actuar cuanto antes. En los últimos treinta años, solo he visto sobre media docena de casos con lesiones similares a la que tiene lady Saint Namikaze que hayan llegado a la mesa de operaciones. Es cuestión de minutos que se produzca una insuficiencia cardíaca.

Naruto notó que se le paralizaban todos los músculos y que se le congelaba en la garganta un grito de angustia. No podía aceptar lo que estaba ocurriendo.

Pero no había otra opción. A pesar de haber sido bendecido con una vida llena de infinitas posibilidades y alternativas que la mayoría de los seres humanos no disfrutaban, en ese momento no tenía más que una opción. En ese momento, justo cuando más importaba.

—De los casos que llegaron a la mesa de operaciones —preguntó con voz ronca—, ¿cuántos sobrevivieron?

Havelock desvió la vista antes de responder.

—El pronóstico en este tipo de lesiones es desfavorable. Pero su esposa tiene más posibilidades en manos de la doctora Shiho.

Lo que significaba que no tenía ninguna.

Naruto notó que las piernas se le aflojaban y, por un momento, pensó que se caería de rodillas.

—Dígale que adelante —llegó a decir.

—¿Nos da su consentimiento para que la doctora Shiho realice la operación?

—Sí.