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IV
Sin Memorias
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Implorando una explicación y que la dejasen salir, entre llamados y golpeteos a la puerta, Seraphina se confirmó que estaba completamente confundida, y sí, un poco asustada también. De no ser porque conocía a Dégel de toda una vida y sabía que, a su lado, ella estaba bien protegida, Seraphina se habría vuelto loca de la desesperación y el miedo.
Cansada, la joven dama pegó su frente contra la puerta que golpeaba (cada vez más débil) con sus puños.
—Dégel —lo llamó en un susurro por última vez. Suspiró con tristeza.
Vamos, tenía que calmarse. Él no la encerraría en una habitación, así como así.
¿Qué era lo último que recordaba?
»Lamento mucho decírselo, señor Unity… pero la señorita está muy mal —el eco de esa voz rebotó en la cabeza de Seraphina.
»¡No puede ser! ¡Hagan algo! ¡Salven a mi hermana!
»E-es imposible… a estas alturas, la enfermedad ya ha avanzado demasiado.
Sintiendo sus nudillos doler, Seraphina dejó de golpear la puerta.
Con la mente trabajando al mil, la pobre mujer desubicada de la realidad, se ajustó la capa blanca de Dégel, alrededor de su cuerpo. Más tarde se sentó con finos movimientos sobre la pulcra cama de sábanas lisas, las cuales acarició con sus manos, dándose cuenta de que esta alcoba estaba muy ordenada y limpia… justo como se esperaría de Dégel.
¿Qué estaba haciendo aquí? Donde el clima era cálido, tanto que podía andar descalza y desnuda y no sentiría frío de ningún modo.
Incapaz de recordar nada más que su patético estado de enfermedad, Seraphina se acostó por un rato sobre la cama, pero luego volvió a sentarse con la capa cubriéndola por completo. Inquieta, más tarde, se paró y se puso a andar en círculos.
¿Por qué no recordaba nada salvo sus momentos de enfermedad en Siberia?
La capa se arrastraba si no la alzaba bien, por lo que Seraphina procuró ser cuidadosa ya que esta prenda no era suya.
»Dégel —si lo pensaba con más fuerza, recordaba sus últimos angustiosos y tristes pensamientos mientras estaba en su propia cama, en Siberia, sintiendo que la vida se le iba—. Dégel…
En esos duros momentos, Seraphina imploraba poder volver a verlo. Sujetar su fuerte mano y que él fuese su último recuerdo antes de cerrar los ojos para morir en paz.
De pronto, en medio de sus dolencias ella se quedó dormida.
Seraphina recordaba haber caído en un sueño profundo del que (estaba segura) jamás saldría, pues la conversación que su hermano había tenido con los doctores afuera de su alcoba, cuando creían que ella no oía, le había dicho que sus días (o minutos) estaban contados.
Pero, estaba viva.
No encontrando sentido en nada de lo que recordaba y lo que estaba pasando actualmente, Seraphina pensó que jamás volvería a ver a Dégel. A su querido mago de hielo y agua.
»Dégel —ese fue su último pensamiento antes de cerrar sus ojos. Pero, momentos después, que para ella fueron unos segundos, la oscuridad se hizo luz y poco después el frío había desaparecido para abrir paso a una temperatura inmensamente templada.
Había caído sobre algo duro, pero se sentía segura sobre él. Luego abrió los ojos y lo vio.
Ella estaba tan sorprendida como Dégel, pues ambos estaban tan lejos el uno del otro que, Seraphina no comprendía cómo era que el Santo había llegado tan rápido hasta su posición. O más bien, cómo es que ella había llegado al Santuario, el cual estaba ubicado en Grecia, si los doctores le habían dicho a su hermano que sacarla siquiera de su alcoba podría ser peligroso debido a las fuertes tormentas y su delicado estado.
Ni siquiera tres colchas gruesas, una chimenea encendida, tés calientes, ni el amor de su hermano, la habían ayudado a quitarle el frío del cuerpo. El dolor. La angustia.
En esos tenebrosos momentos, Seraphina ya no tenía dudas sobre su pronta muerte, al igual que la verdad sobre sus sentimientos hacia Dégel.
Lo amaba. Lo amaba, con tanta fuerza, que suplicaba porque una vez que ella muriera, él pudiese (¡al menos!) Recordarla poniéndole su nombre a alguna de sus hijas futuras… claro, si es que Dégel las tendría…
No le importaba que otra mujer tuviese la oportunidad de ganar su corazón. Sólo quería que él fuese feliz.
Lo amaba tanto. Amaba cada aspecto físico y mental de él. Como hombre, Dégel era apuesto y lo que le siguiese. Él se caracterizaba principalmente por ese hermoso cabello verde y esos grandes y afilados ojos púrpuras que invitaban a perderte en ellos. Además, su galanura, caballerosidad y masculinidad al hablar y expresase… era tan impresionante que a Seraphina le costaba no suspirar cada vez que lo tenía cerca.
Amaba también cada gesto sutil que hacía cuando algo lo sacaba de circulación. Amaba verlo leer o escribir. Y cada vez que él pronunciaba su nombre, ella sentía que su estómago se llenaba de mariposas alborotadas.
Mientras Seraphina agonizaba en esa cama, lejos de su amado, ella estaba convencida de que el tiempo para decirle a Dégel sus sentimientos se había acabado. Pero, también supo que tampoco se sentiría tranquila hasta que no pudiese decirle a ese noble caballero lo que ella sentía por él. Ella incluso pensó en escribir una carta antes de morir (porque sabía que lo haría) pero fue tarde, su cuerpo estaba demasiado débil incluso para mantener los ojos abiertos, cuanto menos pudo escribir o relatar su última voluntad.
En esos últimos momentos de conciencia sobre la cama, ella quería ver una última vez a su querido Dégel, pues, estaba segura de lo que sentía por él y ahora que, fuese como fuese, ella no solo no estaba muerta sino tampoco enferma y se encontraba cerca de él, no temía decírselo cuando tuviese la oportunidad.
Lamentablemente, a todas luces, el que no se sentía feliz de verla aquí era él.
¿Qué había pasado? ¿Cómo es que ella había llegado al Santuario? ¿Y cómo es que ya no sentía dolor o fatiga? Era… hasta anormal para ella sentirse así de bien.
Durante algunos minutos esas preguntas rebotaron por toda su cabeza estrellándose con otros más de menor relevancia como, por ejemplo: ¿dónde estaba Unity?, hasta que escuchó unos toques a la puerta.
—¿Dégel? —se esperanzó.
—Perdón, no soy él —dijo una chica afuera.
¿Quién era ella y que hacía en el templo de Dégel?
Seraphina se extrañó y casi desmotivó. ¿Acaso Dégel tenía chicas en su casa en el Santuario?
De acuerdo, había dicho que estaba dispuesta a ver a Dégel feliz, aunque no fuese con ella, pero…
—El señor Dégel me envió… dijo que necesitaría ropa.
—¿Qui-quién es usted? —quiso saber Seraphina, con el corazón asustado.
—Mi nombre es Agasha, y con su permiso voy a pasar.
Manteniendo sus modales de alta alcurnia y pulcra rectitud de damisela, Seraphina estuvo a punto de decirle a esa chica que Dégel había sellado la puerta, cuando de pronto, un estruendo la hizo saltar en su sitio.
La puerta se abrió haciendo un débil chillido, al mismo tiempo que una pequeña figura se adentró.
—Buenas noches —dijo amable, la joven vestida con una sencilla toga morada.
En estatura, la muchacha era 11 centímetros más pequeña que Seraphina, tenía cabello castaño amarrado en una coleta que descansaba sobre su hombro derecho y sus ojos…
¿Qué eran esos?
—Bu-buenos no-noches.
Seraphina parpadeó varias veces tratando de descubrir si estaba alucinando que esa chica tenía ojos completamente negros o si la poca iluminación del cuarto estaba haciendo esto.
—Disculpa si te incomodan —dijo ella, con una voz tan tierna que, de no ser por esos ojos, Seraphina la abrazaría como a un peluche.
—¿Qué?
—Mis ojos.
Con una confianza bastante pronunciada, Agasha se acercó para dejar algunas prendas sobre la cama y alejarse prudentemente.
—Es una larga historia —dijo la chica con sencillez—, pero te aseguro que no soy peligrosa.
Aunque ella haya dicho eso, Seraphina, con recelo, miró atrás de Agasha hacia la puerta.
El corazón se le hizo pequeño cuando descubrió que Dégel no sólo había sellado la puerta con el seguro, sino que, también, la había congelado.
Pero, esta chica había destruido dicha cerradura de un golpe. ¿Sería acaso una guerrera? Seraphina volvió sus ojos hacia Agasha. ¿No se supone que las amazonas también usaban armaduras? Además, para ser una guerrera con años de experiencia, esa muchacha se veía muy delgada. Era evidente la falta de músculos.
—¿Qu-qué es usted de-de Dégel? —trató de ser cordial, aunque una cierta incertidumbre le martillase la conciencia.
—Soy una amiga —dijo con sencillez, viéndola desde arriba mientras Seraphina permanecía sentada—. El señor Dégel es amigo y compañero de mi señor, Albafica de Piscis.
—¿Piscis? ¿Se refiere al Santo Dorado? —si Seraphina mal no recordaba, ese Santo en especial era bien reconocido por ser el más atractivo de entre los 88 Santos de Athena, y el más exiliado también.
O eso era lo que se contaba.
La chica asintió con una notable mirada enamorada.
—Así es —dijo feliz—, él y yo… al fin dimos ese paso, aunque preferimos mantenerlo en secreto.
—¿Por qué? —se extrañó Seraphina.
—Porque queremos privacidad y si la gente de Rodorio se entera de que nosotros… bueno, usted entiende… van a empezar a preguntarme cosas que no quiero responder —alzó los hombros—. Además, él tiene un deber que cumplir, y el admitir que tiene a una mujer podría acarrearle más enemigos de los que debería tener ahora mismo.
Seraphina no comprendió bien eso de no hacerlo oficial. Sin embargo, la voz de esta chica no tenía dudas al respecto y aparentemente estaba feliz de vivir así.
—Entiendo —musitó no siendo del todo sincera.
—¿Y usted es…?
De golpe y soltando un suspiro, la dama se incorporó avergonzándose por su falta de modales, ocasionando que Agasha diese un paso atrás por la sorpresa. Sin embargo, Seraphina se apresuró a dar un pequeño gesto cordial bajando las rodillas e inclinándose un poco hacia adelante cual princesa.
—Mi nombre es Seraphina, señorita.
Agasha se rio.
—No es necesaria tanta formalidad —le guiñó uno de esos excéntricos ojos—, vea, le traje ropa para que se cambie. Mmm por lo que veo, usted es más alta que yo así que quizás le queden algo pequeñas, pero no se preocupe, mañana conseguiremos algo mejor. ¿De acuerdo?
Seraphina miró la ropa típicamente griega que la joven puso sobre la cama.
—Agradezco su amabilidad —dijo cuidadosa—, por cierto… Dégel está…
—No tardará, está hablando con mi señor —respondió amable—, cuando termine volverá aquí.
—Ya veo —musitó desanimada.
Agasha la vio, analizándola.
—¿Le ocurre algo?
Algo en el interior de Seraphina le dijo que confiase en esta chica, qué le dijese lo que estaba preocupándola y que la ayudase a orientarse mejor. Sus instintos, le dijeron que le confesase que ella no sabía ni en qué día estaba viviendo y que por favor se lo explicase lo que ocurría. Pero estaba temerosa. No quería pasar como una loca, y tampoco tenía idea de cómo admitir que no sabía qué estaba haciendo aquí.
¿Habría perdido la memoria? No le dolía la cabeza ni nada parecido, bueno, las sienes le punzaban; pero eso sin duda era por estar pensando demasiado.
Tampoco podría decir que estaba soñando, Seraphina ya se había pellizcado la palma de la mano varias veces descubriendo que le dolía mucho por lo que no estaba imaginando ni soñando nada de esto, lo que hacía su situación más confusa de lo que ya era.
—No —respondió tímida al final—. Estoy bien.
Cuando la volvió a ver, Seraphina se sintió intimidada pues la señorita la observaba seriamente con los labios fruncidos.
—Le aviso que yo he vivido con esa frase pegada a mi frente durante toda mi vida como para reconocerla cuando la oigo —dijo con dureza—, y sé que no está bien. Sé que está asustada y no precisamente por estos —con su dedo señaló sus ojos—. Pero, si usted desea mantenerse callada ante sus temores, sólo le diré que está cometiendo un grave error.
La muchachita alzó una mano y se miró las uñas.
—Sé que nos acabamos de conocer, pero le aseguro que puede confiar en mí. Cualquier cosa.
—N-no estoy mintiendo —desvió la mirada; ante el silencio de Agasha, no tuvo más remedio que volver a enfrentarse a su escrutinio.
Los parpados de la chica temblaron, quizás si hubiese tenido ojos normales, estos se habrían alzado hacia arriba.
—Lo está, pero no voy a obligarla a decirme nada porque sé que no es de mi incumbencia —Seraphina se sintió pequeña ante esta muchacha que era aproximadamente más baja en estatura que ella—, sólo puedo decirle que no está soñando y nosotros tampoco lo hacemos… aunque eso quisiéramos.
Presionada por esa mirada, la dama bajó la cabeza al piso.
—No sé qué hago aquí —soltó entristecida—, ni tampoco por qué Dégel me encerró apenas me vio.
Agasha inhaló profundo.
—Los hombres son tontos a veces —comentó.
Seraphina se ofendió.
—Él no es así —espetó en su defensa—. Dégel siempre ha sido…
—Respeto al señor Dégel, pero él es un ser humano —insistió la chica—, y como todo ser humano… por muy listo que sea, hace alguna tontería al menos una vez al día.
Seraphina se quedó callada, aunque quería seguir refutando que eso no era verdad, pues ella lo conocía de toda su vida y sabía que Dégel no era de los que iba errando de un extremo al otro, prefirió no discutir.
Aunque, Dégel jamás la habría tratado tampoco de ese modo tan frío. A menos que algo malo le estuviese pasando. Qué hubiese en él algo malo que ella desconocía, y que ese algo estuviese atormentando a su… amigo.
—Lamento si le ofendí. A veces no controlo lo que digo —habló la muchacha con una extraña tranquilidad que dejaba a Seraphina pensativa—. Pero no se preocupe tanto, él vendrá pronto, así ustedes podrán hablar de lo que está pasando.
—¿Crees que me encierre de nuevo? —los ojos de Seraphina se deslizaron tímidamente hacia la puerta arruinada, cubierta aún con pedazos de hielo que se derretían con lentitud.
Agasha chasqueó la lengua.
—Algún día esa puerta se abrirá otra vez y usted podrá abofetearlo por eso —dijo con sencillez—, créame que es liberador hacerlo. No digo que deba ser su pasatiempo, pero, a veces…
—¡Jamás! —se negó rotundamente—, nunca le pegaría a Dégel… y no es como si yo pudiese hacerle daño de cualquier forma —susurró conociendo bien sus limitaciones y la extraordinaria fuerza sobrenatural que Dégel poseía.
—Conozco el sentimiento —respondió Agasha.
Cuando Seraphina menos se dio cuenta, la chica se acercó de más tomando su rostro con ambas manos. Ella era tibia y sus manos ásperas; trataba de ser delicada con su agarre y sin embargo era firme. Seraphina al ver los ojos negros se dio cuenta que éstos tenían brillos azules en su interior, como si estuviese viendo el cielo nocturno, estrellado, en los ojos de esta chica.
—¿Qué es usted? —articuló asustada.
Agasha sonrió sin ofenderse.
—Soy alguien que ha probado la muerte, el dolor y la desesperación —Seraphina fue liberada del suave agarre con lentitud—. Y soy alguien que está dispuesta a ser su amiga, si usted quiere.
Con un semblante pacífico, Agasha se retiró lo suficiente para estirarle una mano.
—Usted es Seraphina, la amiga de la infancia del señor Dégel —dijo con un tono maternal—. Y yo soy Agasha, la mujer de Albafica de Piscis y amiga nueva del señor Dégel. Por favor, acepte mi amistad y llevémonos bien.
Seraphina se lo pensó. ¿Sería sensato aceptar? Siendo apenas se conocían…
Pero, esta mujer era la pareja del Santo de Piscis, lo que quería decir que también debía ser cercana a Dégel. Con eso último en mente, Seraphina miró la mano de Agasha con cierta desconfianza, sin embargo, sus modales interfirieron de manera abrupta haciéndola aceptar el saludo de esa extraña chica que, a decir verdad, le daba un poco de miedo.
—De acuerdo —susurró no del todo segura—, seamos amigas.
Agasha sonrió cerrando sus ojos.
—Entonces, bienvenida sea al Santuario, ¿qué le parece si mañana paso por usted y le conseguimos ropa decente? Rodorio tiene a los mejores sastres.
—Me parece bien —dijo Seraphina recordando que estaba desnuda bajo la capa de Dégel. Se sonrojó al hacer esa conexión y descubrir que él debió haberla visto antes de taparla con su propia capa.
Oh… por… dios.
¿Qué habría estado haciendo ella desnuda con…? ¿No estarían…?
Imposible. ¡Ellos jamás…!
Ahora el misterio de su aparición en la Casa de Acuario era todavía más confusa para ella.
¿Acaso estaba perdiendo la memoria?
—Perfecto —dijo Agasha, ajena a sus preocupaciones—. Bueno, me retiro. Es un gusto conocerla, señorita Seraphina.
—E-el gusto es mío.
Cuando la vio salir fue que Seraphina pudo respirar tranquila; no era por ser maleducada, pero la presencia de esa chica le daba escalofríos. Más cuando la tocó. Como si quiera descubrir alguna trampa o un error y pudiese (o quisiera) atacarla.
De hecho, apenas se encontró sola, Seraphina se apresuró a la puerta y la cerró ella misma notando que en efecto, el seguro de ésta se había arruinado. Luego se giró y miró por un rato las prendas. Decidió que no podía quedarse desnuda para siempre, por lo que se quitó la capa y la dejó sobre la cama.
Aprovechando que Dégel estaba afuera y quizás tardaría en volver, Seraphina inspeccionó su cuerpo descubriendo que su pecho izquierdo estaba algo rojo como si la hubiesen golpeado en esa zona.
Ella tocó el contorno de su pezón recordando que ese había sido el sitio que le había dolido apenas recuperó un poco la conciencia.
Algo frío la golpeó ahí pero no sabía con exactitud qué había sido; luego cayó en los brazos de Dégel.
No recordaba nada más allá de eso.
Suspirando, Seraphina tomó la toga que más bien parecía ser un camisón de piyama. Con listones para sostenerse de los hombros y un listón rojo para ajustar por la parte inferior del pecho, la toga era bastante decente, pero el listón rojo no lo amarró, y aunque sintió que la prenda era algo pequeña para ella, sobre todo por el área de los pechos, no le incomodaba tampoco. Podía moverse bien.
La falda de la toga caía hasta por debajo de sus rodillas. Cómo le gustaría tener de vuelta su ropa interior al menos, pero el que la falda fuese demasiado suelta le daba confort y seguridad de que no se notaría la ausencia de más ropa.
Se acarició los brazos antes de recoger la capa de Dégel y ponérsela encima otra vez. Luego miró la cama.
La cama de Dégel.
Con delicadeza y respeto, Seraphina se acostó sobre el colchón, mientras sentía que sus mejillas se calentaban sobre su débil sonrisa, se tapó con la capa como si esta fuese una cobija, y se mantuvo en espera de verlo otra vez.
Lo que ella no supo mientras se dejaba ir nuevamente en el suelo, fue el verdadero motivo por el cual esa chica, Agasha, le había tocado el rostro cuando estaban hablando. Pero de cierto modo era mejor que creyese que ella era extraña por eso y no que Agasha en verdad había querido ver si era una amenaza o no.
…
Ajena a los pensamientos temerosos de Seraphina sobre ella, Agasha la había apartado de su mente apenas salió del templo ya que tendría tiempo para eso después. Mientras se mantenía de pie sobre las escaleras que dividían Acuario de Piscis, miraba con atención el cielo escuchando a las estrellas nuevamente gritar.
¡Está muriendo! ¡El veneno corre y el tiempo se acaba!
¡No debe morir!
¡Ya viene! ¡Viene por toda la vida!
¡Su ira es inmensa! ¡Busca lo que se le ha arrebatado! ¡Lo que anhelaba!
¡No olvida! ¡No perdona!
¡Su ambición lo destruirá todo!
—¿Quién se está muriendo? ¿Quién es el de la ambición? ¿Hay buenos en esto? ¿Cuántos idiotas queriendo acabar con el mundo me faltan por contar? —refunfuñó entre dientes sintiéndose profundamente irritada, luego resopló haciendo mover ligeramente su fleco—. Y yo aquí esperando a que me digan algo útil —fastidiada fue bajando la cabeza tratando de hacer oídos sordos a los sonidos que su mente traducía para ella en forma de oraciones de clemencia.
El sonido real era como el que producía una vara de madera fina agitándose de un lado a otro sobre el viento, cortándolo. O el que podría hacer una caracola solitaria en una playa.
El sonido que el cerebro de Agasha traducía eran los gritos desesperados del cosmos que no le decían nada concreto…
Y esos ruidos estaban desquiciándola.
Desde esta tarde, cuando pudo lavar la sangre de su boca y calmarse un poco; Agasha empezó a armar varias piezas en su cabeza. Hablar con Albafica le ayudó bastante.
Estaba más que claro que sus habilidades como Sỹdixx estaban incrementándose sin que ella las entrenase. Como si se alimentasen de algo y se multiplicaran, dándole dones, que en definitiva no quería con ella. Oír el cosmos era una de esas cosas, pues estaba hartándose de escuchar solamente gritos.
No pensó que al igual que con el señor Dégel, aquella mujer pudiese ocasionar una reacción en ella.
En esta ocasión, nadie poseyó su cuerpo, Agasha sólo pudo ver una serie de hechos sin secuencia alguna. Confusos y revueltos.
Ella lo presentía, su poder estaba incrementándose a niveles alarmantes. Cuando tocó al señor Dégel, por ejemplo, entró en un estado de shock que al parecer también había atraído hacia ella, un ente oscuro que quería vengarse por algo… pero ahora que tocó a la señorita Seraphina… bueno, Agasha vio…
Agasha vio la verdad en ella.
Los recuerdos iban a parte.
La absoluta verdad, a la que Agasha se refería, era la que habitaba en su alma. Seraphina era un ser humano puro, noble, honesto y justo. Pocas veces en su vida, Agasha se había sentido tan segura de algo como ahora. Y esta mujer no era ningún peligro.
Además, Agasha también aseguraba que esta mujer no era una impostora. Era la auténtica Seraphina, la amiga de la infancia del señor Dégel.
Nadie le dijo eso, pero Agasha lo supo, incluso supo el nombre del hermano que ella tenía en Siberia y debería estarla esperando. También vio algunos recuerdos de la mujer, hasta donde la propia alma de ella le permitió hacerlo. Ninguno era bastante claro, pero eso era normal dado que apenas se conocían y por alguna razón, Seraphina no confiaba del todo en ella.
Y aquí venía el verdadero maldito problema.
Agasha había visto que esta mujer debía estar muerta y alguien la había resucitado. La esencia de la muerte, algo con lo que Agasha ya estaba familiarizada, estaba en esa mujer.
Lo curioso acá era que Seraphina, a diferencia de muchos otros como Albafica y ella misma en un pasado no muy lejano, ni siquiera lo sabía. No recordaba haber muerto o que debería estarlo.
Seraphina tampoco era un cadáver andante que tuviese un límite de tiempo antes de hacerse cenizas como usualmente los dioses hacían para asegurarse de no romper el equilibrio de la vida.
En ella, Agasha sentía a una mujer resucitada tal cual.
¿Pero cómo era posible? No sentía la presencia de un dios o algo maligno en Seraphina.
¿Qué, o quién la había traído de regreso al mundo mortal? ¿Y por qué o para qué?
Esta mujer había sido resucitada en carne y hueso de forma perfecta; sin errores perceptibles… o no tanto. Pues a simple vista, era como si esta mujer nunca hubiese entrado en el hades y regresado sin problemas. Porque, incluso el alma de Seraphina estaba inmaculada. Llena de amor. Pero, con justa razón, con mucha confusión también.
Si Agasha no se equivocaba en su presentimiento, cuando tocó a Lady Seraphina, entonces la chica podría decir que esa mujer había vuelto a nacer sin la conciencia de su muerte y por eso se encontraba tan desconectada del mundo.
He ahí el detalle. Seraphina no estaba consciente de que ya había muerto. ¿Por qué?
«Los dioses son traicioneros, no dan nada si no reciben algo a cambio… a menos que estén jugando» una idea muy macabra se incrustó en su cabeza, «¿y si le impidieron reconocer que estaba muerta y fue resucitada? ¿Acaso si alguien se lo dice y ella cae en cuenta de ello, será un modo de volverla a matar?».
Ese era un cruel pensamiento que Agasha tuvo de pronto, pero desde lo que ocurrió hoy por la tarde, se dijo a sí misma que no volvería a desconfiar de sus presentimientos, sobre todo de los que tuviese al caer la noche y le trajesen malas sensaciones.
Ojalá se equivocase en eso último; sea como sea, tenía que buscar al señor Dégel rápido y darle toda la información que había podido recolectar.
Y ojalá, el señor Dégel y la señora Seraphina tuviesen mejor suerte que Albafica y ella misma, cuando pasaron por su primera prueba.
Qué los dioses tuviesen piedad de todos, porque si los señores Érebo y Nyx estaban en problemas, nadie más iba a ayudarlos.
—CONTINUARÁ—
Supongo que varios esperan que el "dios destructor" se haga presente pronto, además de que por lo que veo, ya se dejó claro que éste no pertenece al panteón griego.
Sin embargo, aun hay tiempo para eso.
Por otro lado, ¿cómo sintieron la convivencia de Agasha y Seraphina? Yo, en mis fics, usualmente pongo a Agasha con Gioca, pero me interesa mucho saber cómo sería la amistad entre las chicas de los gaidens de forma aleatoria, por eso, mi meta es juntar a todas las posibles.
Quiero recordarles también que este fic va a ir de la mano con la tercera novela. Esta parte de la historia tiene dos lados... o quizás más, y por eso... CRÉANME cuando les digo que ya hasta tengo un calendario para fichar los días y eventos importantes y no crear tantos huecos argumentales ¡uuufff! En serio esta saga tiene lo que otras no, mucho esfuerzo de su servidora.
Ahora, todos concuerdan en que Dégel no suele ser tan frío como Camus. Pero en mi opinión, ninguno de los dos es frío, sólo suelen llevarse más por la lógica (jajajaja con un Acuario en mi familia, ya más o menos me hago la idea de cómo son esos dos en sus cabezas jajaja) lo que a veces les da la apariencia de ser algo insensibles. Pero, viendo al pobre Dégel, ni siquiera lo he dejado dormir jajaja pobrecito, que no les parezca raro que llegue a explotar en una de estas jajaja.
Esperemos que tanto él como Seraphina la lleven mejor que Albafica y Agasha.
¡Por el momento, es todo de mi parte!
¡Gracias por leer y sus comentarios a...!
camilo navas, Malon 630, LadySirin.
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