Epílogo

3 años después...

— Carlie cariño —la reprendí con voz dulce—, recoge tus juguetes o un día acabaré cayéndome.

Mi pequeña rió con picardía desde el otro lado del salón y sus ojos verdes como los de Edward brillaron.

— Vale —rezongó poniéndose en pie y quitando de en medio el coche con el que había tropezado.

Un coche... sí, entre Emmett y Jasper habían hecho a mi pequeña una fanática de los coches, tal era su admiración ante esos vehículos de cuatro ruedas que cuando Edward y yo le comprábamos una muñeca, esta acababa olvidada en algún cajón sin que le prestase atención.

— ¿Cuando llega papá? —preguntó unos minutos después mientras yo colocaba una bandeja repleta de sándwiches sobre la mesa.

— En un par de horas... pero antes vendrán el tío Emmett y el tío Jazz —todavía no había acabado de hablar cuando el timbre de la puerta sonó y Carlie salió corriendo—. ¡No corras en la casa! —la reprendí inútilmente porque me ignoró y continuó su camino a toda velocidad.

— ¡Tío Emm! —gritó en cuanto abrió la puerta.

Yo solo rodé los ojos y me encaminé de nuevo a la cocina para continuar preparando cosas. Poco después, un niño rubio, con los ojos azules como el cielo y unos impresionantes hoyuelos en sus mejillas entró por la puerta y me miró avergonzado.

— Tía Bella —susurró mirando al suelo y jugueteando con el dobladillo de su suéter— ¿Cuándo llega el tío Eguar?

— Hola Scott —lo saludé revolviendo sus rizos color oro—, el tío llegará en un rato... ¿por qué?

— Papá tá comendo un sanwich —dijo con su vocecita infantil en un susurro.

— ¡Emmett! —chillé desde la cocina.

— No eftoy hafiendo nafa —contestó con la boca llena desde la sala.

No sabía si echarme a reír o salir en busca de mi hermano mayor para hacer que escupiese hasta la última miga de comida que estaba robando, pero lo pensé mejor y decidí dejarlo por imposible, pedirle a Emmett que deje de comer es un caso perdido antes incluso de poder planteártelo.

— Scott cielo, ve a jugar con Carlie que ya me ocupo yo de tu papá —le susurré a mi sobrino antes de besar una de sus mejillas y que desapareciese de mi vista en medio segundo.

Cogí otra bandeja con diferentes aperitivos y me dispuse a llevarla también a la mesa que había dispuesto en la sala para la celebración, pero antes de que llegase a la puerta, una bola de pelo color chocolate se interpuso en mi camino y me cortó el paso.

— ¿Qué quieres tú? —pregunté alzando una ceja cruzando mi mirada con la suya, del mismo color que su pelo.

El perro dejó salir un gemido lastimero, como siempre hacía que olía salchicha, y aunque me propusiese lo contrario, siempre acababa cediendo y dándole una.

— Toma Pan —susurré socando la salchicha de uno de los perritos calientes que llevaba en la bandeja y lanzándola al aire, el perro dio un salto y la cogió entre sus dientes haciéndola desaparecer en un suspiro.

Sí... Edward había cumplido su promesa justo el día que Carlie cumplió dos años, nos había comprado un labrador color chocolate como en que habíamos visto en el parque solo unos días atrás. La única condición fue que él le pondría nombre.

Carlie estaba encantada con el perrito, lo adoraba, y yo no puedo negar que me se cayó la baba en cuanto lo vi. Era un cachorrito adorable, torpe y aventurero, que hacía varias travesuras a la vez, hasta acabar de morros en el suelo o enredado entre algunas de las madejas de lana que tenía en una bolsa cuando intenté tejer un suéter para Edward.

¿Lo malo del perro? La condición que había puesto Edward, ya que su nombre me parecía absurdo y horrible, pero él se enorgullecía diciendo que era lo único que había pedido, que por favor cumpliésemos su capricho. Al principio no me pareció bien... el cachorrito tenía carita de un nombre más dulce, Latte por el color chocolate de su pelaje, o algo relativo a su personalidad como Bandit, por lo travieso que era... pero fue inútil, Edward se había empecinado y el perro acabó llamándose como él quería: "Páncreas". Lo gracioso del caso es que el veterinario nos había dicho que al ser un nombre tan largo el perro no lo recordaría, pero Páncreas parecía ser muy inteligente, porque enseguida se acostumbró a él.

Páncreas, ya feliz después de su aperitivo, me dejó vía libre para pasar y entré en la sala dejando la bandeja junto a la de los sándwiches, que cosas extrañas de la vida, tenía casi la mitad del contenido con la que lo había dejado. Miré a Emmett con los ojos entrecerrados, y él solo sonrió ampliamente mostrando sus hoyuelos y parpadeando repetidas veces hasta que consiguió ablandarme y yo también sonreí.

Me giré cuando escuché el timbre de nuevo, y aunque no lo veía porque quedaba a mi espalda, casi podía ver como Emmett se escabullía para robar un perrito caliente y darle un mordisco antes de que yo me voltease para comprobar que no tocaba nada. Lo que no sabía es que en esta ocasión no miraría, como ya había dicho antes estaba resignada a no poder contra el estómago de mi hermano.

— ¿Dónde mierda está la salchicha? —oí que preguntó justo antes de recibir un capón de Rosalie, ya que "Mierda" era una de las palaras prohibidas desde que Carlie y Scott comenzaron a hablar por miedo a que repitiesen lo que no debían.

Abrí la puerta y en cuanto lo hice un torbellino de cabello negro y que no levantaba más de un metro de altura, pasó entre mis piernas mientras gritaba un efusivo "¡Oaaaa!" que creó que se escuchó a dos kilómetros a la redonda.

— Alie... Jazz —los saludé con un abrazo y un beso a cada uno, con Alice con un poco más de cuidado para no despertar a la bolita que dormía entre sus brazos— ¡Hola Chris! —le grité al torbellino— hola Alex... ¿qué tal ha estado mi princesita? —susurre acariciando el cabello rubio de la hija de mis amigo y mi cuñada.

— Esta noche apenas nos ha dejado dormir... tiene gases y todo le molesta —se quejó Alice bostezando justo después.

— Sé de lo hablas —afirmé recordando las noches en vela con Carlie.

— Yo también lo sé —masculló un ojeroso Jasper caminando casi como un zombi.

Solté una risita y seguí a mis amigos hasta la sala, donde Scott, Carlie y Christian compartían juegos sentados en la alfombra, en cuanto entramos Rosalie dio un respingo en el sofá y le arrebató a Alexandra a Alice de las manos comenzando a hacerle carantoñas aunque ella estuviese dormida.

— Si tanto te gusta mi hija, no sé porque no te haces una —gruñó Jasper dejándose caer en el sofá al lado de Emmett.

— Yo tampoco lo entiendo —dijo el mismo Emmett.

— Porque corro el riesgo de que nazca otro niño... no podría con otro Swan... necesito un Hale y esta princesita es todo con lo que siempre he soñado —murmuró Rosalie mirando como Alex fruncía su ceño todavía entre sueños.

— Pues es mía... —protestó Jasper en tono infantil, poniéndose en pie y arrebatándosela de las manos— si quieres una te la haces... —gruñó.

— Jazz déjala... si quiere se la dejamos una semana para que así podamos dormir —añadió Alice con despreocupación.

Todos estallamos en carcajadas siendo interrumpidos de nuevo por el sonido del timbre, me apresuré en ir a abrir y René y Esme entraron sin apenas saludarme ni mirarme ni un segundo, para ellas lo único realmente importante eran sus nietos, los cuatro, los adoraban, para ellas eran como sus hijos pero sin la responsabilidad de tener que educarlos, por lo que disfrutaban de cada segundo a su lado. Charlie me dio un abrazo y me besó en la frente, Carlisle, como era costumbre últimamente, me revolvió el cabello haciendo que gruñese.

Entré en la sala de nuevo para encontrarme a Renée sentada en la alfombra mientras cantaban una canción con Carlie, Chris y Scott, y a Esme con la pequeña Alex en brazos mientras le tarareaba una nana.

Así era mi familia, lo había aceptado con el tiempo. Cada uno tenía su personalidad, sus características propias... y así era como los quería a todos y cada uno de ellos.

Suspiré mirando como Carlie fruncía el ceño del mismo modo que yo lo hacía, era clavadita a Edward, pero tenía todos mis gestos y mi misma poca coordinación, a la pobre le había tocado vivir más tiempo en el suelo que sobre sus dos pies. Pero Edward estaba trabajando en ello, haciendo diferentes equilibrios de psicomotricidad para estimularla.

— ¿Cuando llega Edward? ¡Tengo hambre! —se quejó Emmett.

Lo miré con los ojos entrecerrados, pero preferí ahorrarme la regañina.

— En unos minutos —contesté con indiferencia mientras continuaba mirando a mi hija.

Todos comenzaron a entretenerse con sus cosas pero en cuanto escuché como se abría la puerta del garaje, Alice nos pidió amablemente, es un modo sutil de decir que nos obligó, que guardásemos silencio.

Corrí para tomar a Carlie en brazos y colocarme lo más cerca de la puerta que pude, mientras mi pequeña se tapaba la boca con una mano para no estallar en risas con sus mejillas completamente coloreadas.

Escuché los pasos de Edward en el porche, como su maletín golpeaba contra el horrible macetero que Renée se empeñó en colocar junto a las escaleras porque decía que le daba un aire distinguido a la casa, después se detuvo para abrir la puerta y esta lo hizo lentamente, como si realmente supiese que algo diferente le esperaba al otro lado. La puerta se abrió por completo y su ceño fruncido fue lo primero que pude ver, lo que indicaba que su día no había sido del todo bueno, pero en cuanto nos vio a todos allí reunidos su expresión se modificó por una de completa sorpresa.

— Una —comenzó a susurrar Rosalie—, dos... ¡tres!

— ¡Sorpresa! —gritamos todos.

El rostro de Edward pasó de la sorpresa a una enorme y radiante sonrisa cuando se acercó a nosotras y nos abrazó besando repetidas veces la mejilla de Carlie hasta que ella se quejó con un gruñido y lo alejó con sus pequeños bracitos.

— ¡Papá pesao! —casi chilló.

Edward adoraba a nuestra pequeña, y nunca se cansaba de demostrárselo con achuchones y besos que ella al comienzo recibía gustosa, pero acaba cansándose y alejándolo con carita de enojada.

— Gracias —susurró en mi oído al abrazarme.

Y yo me abandoné al abrazo cerrando los ojos y aspirando con fuerza su perfume, estaba mezclado con el olor a desinfectante del hospital, pero continuaba teniendo el olor característico y embriagante de Edward, ese que me mareaba y me hacía perder la cabeza.

— Feliz cumpleaños —le dije.

Él se alejó sonriendo y me besó lentamente, dejando que sus labios se deslizasen por los míos suavemente, dejándome saborear su aliento y disfrutar de todas y cada una de las sensaciones que ese beso me provocaba.

— La comida está sobre la mesa... no te la comas a ella, deja a mi hermana de una pieza—vociferó Emmett rompiendo la magia por completo.

Me alejé de Edward bruscamente y miré a mi hermano con ganas de tirarle algo a la cabeza, había pasado por alto su comportamiento durante la noche porque era un día especial, pero eso acaba de rebosar mi vaso de paciencia.

— Es Emmett... déjalo —susurró Edward en mi oído justo antes de besar mi cuello y hacer que perdiese el hilo de mis pensamientos... ¡tramposo!

Después Edward saludó a todos y cada uno recibiendo felicitaciones, besos y abrazos. Además de unas cuantas lágrimas de Esme porque su niño se hacía mayor.

La noche comenzó a pasar como era costumbre ente los Hale, los Swan y los Cullen, comida, bromas... la tónica de cada una de nuestras cenas. Exceptuando que al acabar esta, Edward tendría una montaña de regalos para celebrar que cumplía treinta años.

Un balón de básket de parte de Emmett y Jasper, un vale por una tarde de compras con Alice, unos cuantos discos de música de Rosalie, dos libros de medicina por parte de Carlisle, una guitarra de Esme, dibujos... muchos dibujos de Carlie, Chris y Scott y entre Carlie y yo le regalamos una foto de los tres hecha un rompecabezas para que lo montásemos en las tardes de lluvia de los domingos.

Edward recibió todos y cada uno de los regalos con una radiante sonrisa, que no se borró cuando todos se hubieron ido después de que los niños se quedasen dormidos sobre la alfombra mientras jugaban con Páncreas.

Intenté poner un poco de orden, todo eran vasos sucios, papeles en el suelo, pero recordé la hora que era y fui hacia el baño para tomar mi píldora anticonceptiva como cada día, mientras intentaba hacerlo, los brazos de Edward rodeando mi cintura me lo impidieron.

— ¿Todo mi regalo ha sido solo el rompecabezas? —preguntó con voz sugerente cruzando su mirada con la mía a través del espejo.

— ¿Qué... qué más quieres? —pregunté con voz ahogada.

Edward cogió la tableta de mis anticonceptivos que tenía en la mano y la dejó sobre el mármol del lavabo, me giró entre sus brazos y me besó profundamente haciendo que su lengua se enredase con la mía de un modo que casi me hace desfallecer.

Se alejó antes siquiera de que pudiese asimilar que me estaba besando y yo me quedé jadeando mientras apoyaba mi frente en su barbilla.

— Quiero otro bebé —susurró justo antes de besarme en la frente.

Me alejé de él y lo miré a los ojos, no sé que esperaba encontrar en ellos, pero solo pude ver amor, un amor tan fuerte como el mío y que me hizo contener la respiración.

— ¿Qué? —pregunté confundida.

— Quiero que tengamos otro bebé —dijo con convencimiento—, Carlie ya tiene tres años y te prometí que tendríamos al menos dos... quiero que sea ahora, en este momento.

— Edward... sabes que aunque me quede embarazada ahora mismo... el bebé tardará nueve meses en nacer —dije ocultando una sonrisa.

— Chica lista —rodó los ojos—. Lo sé perfectamente, pero quiero que comencemos a intentarlo hoy... ahora mismo —comenzó a besar mi cuello y mis ojos se cerraron.

— Puede que tengamos que intentarlo varias veces... Carlie tardó tres meses en hacerse esperar —murmuré aturdida.

— No me importa —dijo contra la piel de mi hombro que había descubierto segundos antes—, haré el amor contigo las veces que haga falta... cuanto más practiquemos más guapo saldrá.

Me mordisqueó el cuello y yo jadeé.

— ¿Guapo? —pregunté— ¿Quieres un niño?

— Quiero un hijo tuyo —sus manos se coloraron bajo mi suéter hasta que llegaron a mi sostén y lo desabrochó—. Me da igual lo que sea mientras sea tuyo.

— Edward... —gemí cuando ahuecó uno de mis pechos entre sus manos.

— Dime Bella —susurró contra mis labios rozándolos casi imperceptiblemente— ¿quieres tener otro hijo conmigo?

— Sí... —susurré, aunque pareció casi un quejido.

Edward no necesitó más, me quitó el suéter por la cabeza llevándose mi sostén en con él, mientras besaba y succionaba mis pechos, acarició mis muslos hasta llegar a mi ropa interior bajo la falda y deslizó por mis piernas las braguitas negras que llevaba puestas.

— ¿Tienes prisa? —pregunté entre jadeos porque uno de sus dedos estaba bombeando en mi interior.

— Mucha... —gruñó al comprobar que dos de sus dedos entraban con perfecta facilidad— pero no te preocupes, después te haré el amor en la cama como realmente mereces... ahora necesito esto.

— Rápido... fuerte —gemí en cada arremetida de sus dedos en mí.

Con su mano libre se desabrochó el pantalón y dejó que se deslizase por sus piernas, después bajó un poco e bóxer gris que llevaba.

— ¿Has visto como me tienes? —murmuró tomando una de mis manos y llevándola hasta su erección.

Gemí al imaginarme eso dentro de mí... comencé a acariciar toda su longitud a la vez que sus dedos todavía hacían magia conmigo. En un movimiento inesperado y brusco, Edward me tomó de la cintura y me sentó en el lavabo con mis piernas abiertas quedando él en pie entre ellas. Sin dejar de besarme me penetró de golpe y yo tuve que alejarme de él para jadear de la impresión.

— ¡Edward! —casi grité.

Él solo gruñó en mi oído y se deslizó hacia atrás volviendo a penetrarme en un solo movimiento.

Cerré mis ojos con fuerza y comencé a dejarme llevar por las sensaciones, sus manos en mi piel, su aliento en mi cuello mientras jadeaba, su miembro en mi interior. Estaba tan cerca de mi orgasmo, sus palabras, la agilidad de sus dedos... y ahora las embestidas me estaban llevando al paraíso. Apreté mi agarré en sus hombros, casi clavando mis uñas en él si no fuese por la camisa que lo cubría.

— Déjalo ir cariño... —masculló— quiero oír y sentir como te corres conmigo.

Mis dientes se apretaron y las paredes de mi sexo también, la tensión de mi vientre se hizo casi insoportable, un cosquilleo recorrió mis piernas que se enrollaban en su cintura, y sentí como una ola de calor y placer barría con todo a su paso.

Edward gimió de nuevo, un gemido ronco y hosco contra el hueco de mi cuello. Su aliento quemaba y las gotas de sudor de su frente humedecían mi hombro.

Ambos acabamos jadeando, ni medio vestidos ni medio desnudos, abrazados, unidos...

— Te amo —susurré aferrándome con más fuerza a sus hombros.

— Y yo a ti —besó la piel de mi cuello haciendo que me estremeciese.

Sin mediar más palabra me tomó en brazos y me llevó a nuestra habitación, me desnudó por completo y me ayudó a tumbarme en la cama. Él también se desnudó y se tumbó a mi lado, enredando sus piernas con las mías y acariciando mi vientre con la yema de sus dedos haciendo círculos sobre mi piel.

— Carlie... —susurré.

— Estaba agotada... dormirá como un bebe —dijo con la voz amortiguada contra mi cuello— Por cierto... ¿recuerdas a James?

Me alejé un poco de él y lo miré a los ojos.

— Sí... ¿por qué? —pregunté.

— Ha estado esta tarde en el hospital, estaba ebrio y se calló por unas escaleras... nada grave —añadió al ver mi cara de asombro—. Es solo que... ¿nunca te han dicho que los borrachos y los niños nunca mienten? James me contó algo interesante esta tarde.

— ¿El qué? —pregunté confundida.

Edward me miró y acarició una de mis mejillas.

— Me dijo que intentó recuperarte cuando estabas embarazada de Carlie... y tú te negaste —dijo sin alejar su mirada de la mía.

Me quedé paralizada sin poder alejar mis ojos de los suyos.

— Yo... Edward... —balbuceé.

— ¿Por qué no me dijiste nada? —preguntó— Yo... —continuó sin dejarme acabar— tienes que contarme ese tipo de cosas... somos un matrimonio, somos dos, yo...

— No pasó nada Edward... solo fue una conversación sin importancia —añadí despertando de mi aturdimiento.

— Pero tenías que habérmelo dicho —repitió.

— Lo siento, pero... —me silenció con un beso.

— Ahora no importa —dijo—, pero que no se vuelva a repetir, por favor. No te imaginas lo mal que lo he pasado imaginándote a su lado, sé que no ha pasado nada pero... hasta que te vi al llegar a casa no pude estar completamente tranquilo.

— Eh... te amo... tenemos a Carlie, somos felices —dije acunando sus mejillas con mis manos— No dejes que nadie se interponga, mucho menos algo que pasó hace más de tres años.

— Te has olvidado de algo —dijo sonriendo de lado— tendremos otro hijo... seremos el doble de felices.

— Sí... —sonreí— ¿quién nos diría que nuestro pacto de amigos acabaría así?

— Yo me alegro de que así sea —dijo antes de besarme.

— Yo también...

— Te amo... —dijo con adoración.

— Y yo a ti —contesté con el corazón en la mano.

Fin