Ya saben que los personajes le pertenecen a JKR, sin embargo, la historia es mía, ocasionada por el encierro que esta cuarentena me ha traído.

Es un fic cortito, entre humor y romance dedicado a las chicas del grupo de "Yo también estoy esperando un nuevo capítulo de Muérdago y Mortífagos". Un beso a todas y recuerden #QuédenseEnCasa.

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1.—Día 00/ Ten cuidado con lo que deseas

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—Te he dicho que te estés quieto, Malfoy —chilló por tercera o cuarta vez Hermione mientras miraba a la sobrecargo con vergüenza.

Malfoy se giró lo más que pudo mientras el cinturón de seguridad lo estrangulaba por el estómago, intentó fingir su cara aburrida, pero no logró disimular el pánico cuando atravesaron una turbulencia.

—No puedo, Granger —dijo Malfoy mientras se ponía más pálido si cabía—. Este maldito avión me matará, ¿ése era tu plan desde el inicio?

Hermione suspiró como si el aire contuviera paciencia y no oxígeno y tomó la revista de frente de su asiento, dispuesta a ignorar a Malfoy durante la hora que faltaba de vuelo.

—¿Me puedes repetir porqué es necesario viajar en avión para esta misión? —preguntó al cabo de un minuto después el rubio, mientras se sentaba recto intentando aparentar arrogancia—. Pudimos aparecernos y ya.

—No, no podemos —replicó la chica sin mirarlo—. Cerraron la frontera mágica mucho antes que la muggle. Por eso estamos viajando por aquí. Ahora, quédate quieto y callado, tu voz hace que quiera morirme una vez más por haberte traído conmigo.

—Mi voz hace muchas cosas, pero no que te quieras morir. O sea, sí, pero por un orgasmo o de amor no correspondido, pero no porque te hable. Además, admítelo, jamás pensaste sentarte a mi lado tanto tiempo y tan cerca, tu pierna está rozando la mía y eso seguro hace que te quieras morir, pero de deseo…

Hermione volvió a suspirar mientras lo ignoraba, entonces abrió la ventanita de su lado y Malfoy palideció, callándose en el acto.

—Así que… Un asiduo jugador de Quidditch, el rey de las serpientes, sangre pura, el último descendiente de los Malfoy, aquél que lleva el apellido de los sagrados veintiocho… ¿Le tiene miedo a un artilugio muggle?

Malfoy soltó un bufido y se cruzó de brazos, mirándola de reojo.

—Por supuesto que sí, Granger, son tan idiotas e inferiores, que me da pánico morir por culpa de uno de ustedes.

—¿Disculpe, señor? —le llamó la sobrecargo. Malfoy se giró y la mujer se sonrojó—, ¿le puedo ayudar?

—Claro que me podrías ayudar, con tu nombre, por ejemplo —contestó Malfoy mirándola con su mejor expresión de seducción. La azafata se sonrojó un poco, pero soltó una risita boba.

—Nancy.

—Qué bello nombre, Nancy —susurró Malfoy dejando la última palabra que saliera como una exhalación seductora.

—¿Hay algo más en que pueda ayudarlo? Veo que está sufriendo un poco… ¿Le puedo proporcionar algo?, ¿alguna pastilla para calmarse?

—¡Sí, gracias! —respondió Hermione por él, pegándole con la revista discretamente. La sobrecargo parpadeó atontada y se alejó, apretando el brazo del chico antes de dar la vuelta.

—Claro que me puedes dar algo, preciosa —susurró Malfoy mirándola alejarse con descaro.

—Eres un cerdo, Malfoy —le reprendió Hermione golpeándole con la revista con fuerza. El rubio se giró y sonrió de lado, acercándose a ella.

—También tú me puedes dar algo, Granger. O mejor yo te doy a ti hasta que quedes exhausta —dijo el chico mientras arqueaba una ceja. La castaña se sonrojó y le apartó con la revista, como si fuera un escudo.

—¿Señor? —le llamó la azafata mientras lo miraba con un mohín, pues Malfoy estaba casi encima de Hermione, tanto como el cinturón de seguridad le permitía, mientras ella se escudaba en la revista—, aquí está— Y le tendió un vasito con agua y una pastilla. Después se alejó con los hombros caídos.

Malfoy se giró malhumorado hacia Granger y la miró con un gesto hosco.

—¿Qué? —preguntó enfadada la chica.

—Me quitaste la oportunidad de comprobar si soy tan flexible con mis principios… haciéndome amigo de una muggle.

—¿Flexible? —inquirió la chica alzando una ceja—, si lo que quieres es ver tu flexibilidad, háblale al lindo rapado que está a tu lado, te ha echado miraditas todo el tiempo. Eso sí sería ser flexible.

Malfoy se giró y vio a un señor de unos cuarenta, totalmente rapado y de traje que le lanzó un beso en cuanto sus miradas se encontraron. Malfoy, asustado, se sentó de nuevo totalmente envarado y se aferró a su asiento.

—¿Qué, eso es demasiado flexible para ti, querido? —preguntó con dulzura fingida la castaña.

—Cuéntame algo, Granger —exigió Malfoy después de un rato, aburrido, quitándole la revista a la chica.

—Eres tan enfadoso, Malfoy… ¿Por qué no te entretienes con la pantalla? Tiene juegos, películas, música y libros.

—Mejor vamos a entretenernos juntos —sugirió el chico levantando las cejas. Hermione lo golpeó de nuevo con la mano y se sonrojó.

—No soporto estar ni a tu lado dos horas, menos soportaría otras cosas, me vomito —aseguró la castaña con arrogancia.

—¿Eso es un reto? —preguntó Malfoy mientras levantaba una ceja, mirándola con retintín.

—No.

—Apuesto que si pasas una semana conmigo, te enamoras.

—Me enamoraría… pero de mi soledad —refunfuñó Hermione, incómoda.

—Vamos, Granger. Apostemos. Ah, desearía pasar una semana contigo, sólo para hacerte enfadar…

—Ni loca apostaría contigo, Malfoy.

—¿Qué tienes que perder? —le picó el chico con un deje de superioridad y Hermione lo miró, evaluativamente.

—¿Y qué ganaría?

Malfoy sonrió para sí mismo, ya la tenía.

—Lo que más desees en el mundo, eso te daré. Una casa, una escoba… un dragón.

Hermione sonrió, porque sabía que jamás, jamás se enamoraría de alguien como él. Abrió la boca para decir algo, cuando de pronto, el avión se tambaleó un poco y se escuchó una voz por las bocinas:

Estamos por llegar a Londres, por favor, abróchense los cinturones, pronto comenzaremos el descenso, gracias.

Malfoy se puso pálido de nuevo y se aferró a los brazos de su asiento, en el impulso, le tomó la mano a la castaña, quien hizo una mueca de dolor de lo fuerte que la apretaba, pero no se quejó, entendía que la primera vez podía ser difícil para los magos, obviando claro, que Draco Malfoy le estaba tomando la mano, a ella.

—Creo que no me siento bien —gimió el chico mientras comenzaba a sudar. Hermione puso los ojos en blanco, seguro era el estrés del vuelo, de ir juntos… porque ella también se sentía muy mal.

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Cuando bajaron del avión, Malfoy estaba de muy mal humor, odiaba esos cacharros muggles y le enfadaba tener, sobre todo, que ir con la cabezota de Granger, pero a decir verdad, todos esos años pasados después de Hogwarts, le habían sentado muy bien, ya no llevaba el cabello hecho un nido ni los puños de la camisa llenos de tinta, pero sobre todo, expiraba un aura de seguridad y tranquilidad que lo exasperaba a sobremanera.

Hacía cinco días había recibido una carta del ministerio, que lo invitaba apremiantemente a volver a su país, dado los recientes casos de una gripe desconocida que había afectado tanto a magos como a muggles, al ser una de las pocas enfermedades que no habían encontrado cura ni en un mundo ni en el otro, se les exhortaba regresar a sus casas para evitar la propagación de dicho virus en lo que los mejores sanadores de San Mungo se ponían en contacto y colaboraban con los "mejores" científicos muggles en aras de vencer dicha enfermedad, que si no era grave al inicio, causaba, hasta el momento sabían, sensación de gripe con fiebre, vómito y lagrimeo, piel hiper sensible, todo esto de un color naranja radioactivo en las primeras etapas y si no se atendía a tiempo, después las personas se hinchaban como globos y al final, reventaban y su piel quedaba flácida. Para los magos, a parte del conjunto naranja cárcel, esta enfermedad les afectaba al nivel de que la magia se descontrolaba, así que un simple accio podría convertirse en bombarda máxima y otras cosas peores... Los primeros reportes hablaban de magos siendo convertidos en árboles o quedando inconscientes durante días al intentar invocar agua… Catastrófico y muy peligroso. Todo apuntaba a que había sido algo creado en el mundo mágico, sin embargo, afectaba de la misma manera a los muggles y era altamente contagiosa, ¿qué tanto y cómo se transmitía? Nadie lo sabía.

Así que Malfoy, harto de las hipocondrías del ministerio en últimos tiempos, ignoró el mensaje y siguió recogiendo hierbas turcas para sus nuevas investigaciones sobre pociones que llevaba a cabo en el departamento de pociones experimentales de las cuales él era el jefe en mando. Así que no se sorprendió mucho cuando, una noche mientras estaba cubierto de barro cortando con un finísimo cuchillo de plata raíces de flor de luna, apareció alguien del ministerio que lo multaría como no regresara a su país, sin embargo, nunca se imaginó que aquella, sería la mismísima Hermione Granger, segunda al mando del ministro, jefa del departamento de regulación de aplicación y leyes de seres mágicos.

Se veía ridícula con su faldita muggle de tubo blanca y sus tacones también blancos, hundiéndose en el fango mientras Malfoy, metido hasta la mitad del cuerpo, la escuchaba echarle la letanía del ministerio, incitarle que saliera inmediatamente del país con ella, la última agente del ministro en el país. Malfoy terminó de cortar su tan preciada flor de luna y después se las pasó, ensuciándola en el acto con toda la maldad del mundo. Se tardó un poco más mientras la miraba intentar retroceder en el fango y hundirse un poco más, hasta los tobillos. Fingió tropezarse y le embarró la falda de fango.

Ella soltó una exclamación y se apartó, tropezando y cayendo de sentón sobre el fango, Malfoy rio y entró a su tienda de campar para darse una ducha, antes de marcharse, dejándola tirada.

Para cuando salió, Granger ya se había limpiado las manchas de fango, sin embargo, se notaba sucia su antes impoluta falda, estaba exasperada por la tardanza y aferraba su maletín como si de ello dependiera su cordura.

—Anda, ¿dónde está el traslador? —preguntó el rubio cuando la vio subirse a uno de esos autotomiles (o algo así) muggles y encenderlo. Entonces fue el turno de ella de sonreírle de lado y mirarlo con superioridad.

—Nos ha dejado hace media hora, dado que la princesa se ha tardado más de dos horas en salir. Así que iremos en avión y si te resistes en salir del país, deberé volverte un ratón. Órdenes del ministerio.

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Así que ahí estaban, pasando controles de seguridad donde les tomaban la temperatura con unos aparatitos blancos que apenas les apuntaban, como varitas de plástico. Después les preguntaron de dónde venían y Malfoy, enfadado, fingió hablar ruso para que Granger contestara por él. Ningún muggle merecía que le dirigiera unas palabras, excepto quizá Nancy y aquella morena de shorts cortos o esa otra asiática… o la poli de pantalones ajustados…. uugh, muggles.

—Listo, Malfoy, último filtro y seremos libres el uno del otro —dijo Granger, bastante cansada de contestar todo por él, mirando las puertas del Londres Heatrow como si fueran un súper héroe o algo así—. Es un filtro mágico —le explicó, cuando él le lanzó una mirada de duda—. Sólo procura ser normal esta vez, son de los tuyos.

Malfoy sonrió y se acercaron a unos señores cincuentones quienes les pidieron sus credenciales, vestían una bata blanca como si fueran doctores muggles, pero llevaban encima cubrebocas mágicos y su varita.

—Hermione Jane Granger, jefa del departamento de regulación de aplicación y leyes de seres mágicos, vengo de Ankara,Turquía. Pasé a recoger al señor Malfoy para poder tomar el último transporte hacia Inglaterra.

—Draco Lucius Malfoy, jefe en mando del departamento de pociones experimentales, estuve en estancia de investigación en Capadocia, Turquía. Y sí, ella me trajo de una oreja—dijo Malfoy mientras miraba de reojo a Granger quien golpeaba con el pie, impaciente por salir de ahí y perderlo. Sonrió de lado y le dio las gracias a los magos que les devolvieron sus identificaciones y dieron dos pasos lejos de ellos, rumbo a la libertad.

—Es todo, han pasado todos los filtros, bienvenidos a casa señor y señora Malfoy —dijo el más rechoncho.

—No es mi esposo—dijo, enfadada. El mago más delgado arqueó las cejas.

—Lo siento, su prometido—rectificó—. Esa sortija es de compromiso, tiene razón.

Hermione apretó los labios, enfadada de tener que pasar siempre por que la confundieran con la esposa de alguien más, y ahora más que nunca tratándose bueno de Malfoy. Decidió no decir nada y mejor irse de ahí. A lo lejos, al otro lado de las puertas, estaba Ron haciendo aspavientos con la mano, sonriéndole. Su corazón se inundó de una sensación cálida y caminó un poco más deprisa que Malfoy, dispuesta a salir de ahí y olvidar las últimas horas de incomodidad y perpetuo enfado por tener que arrastrar con aquél rubio oxigenado. Apretó su maletín y se giró, porque una cosa era no aguantarlo y otra distinta ser grosera.

—Bueno, adiós —dijo ella a modo de despedida y se dio la vuelta, dando un paso más hacia su libertad.

¡ACHÚ!

Se hizo un silencio a su alrededor y todos giraron hacia ella, mirándola atemorizados, pero Hermione también se giró, palideciendo, porque ella no había estornudado… pero Malfoy sí y la estaba mirando, asustado y medio… ¿ruborizado? No. Por Merlín, NARANJA. Tanto muggles como magos los miraban y después se hizo el caos, la gente entró en pánico y echaron a correr, creando una estampida lo más lejos posible de ellos. Hermione quiso también correr con los brazos extendidos y desaparecerse, pero como si le leyeran la mente, el sanador rechoncho los apuntó con la varita y una burbuja apareció sobre ella, haciéndose más pequeña y obligándola a replegarse hacia Malfoy, resbaló y cayó encima del pecho del chico, golpeándose con su codo en el acto. Malfoy la empujó sin delicadeza, pero ambos resbalaron y quedaron en una posición extraña, uno encima del otro, como dos ratoncitos en una bola para correr, excepto que la bola era muy pequeña y Malfoy muy largo, así que ella quedó entre las piernas de él, medio sentada, medio empujándolo, sin mucho éxito.

Después se desaparecieron, junto con los sanadores.

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