Disclaimer: Digimon es propiedad de Akiyoshi Hongō y y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos. La portada del fic tampoco me pertenece, es un fanart hecho por Dralamy en DevianArt.
Mimatosis
Para Mid
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Término que, si bien de origen desconocido, se cree que fue acuñado en redes sociales para referirse a la fiebre por el Mimato, que es la palabra con la que los fans designan a la pareja compuesta por el vocalista de Knife of day, Yamato Ishida, y su novia, Mimi Tachikawa.
Extraído de Digimon Wiki
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Yamato podía ser muy celoso con su espacio personal, extremadamente celoso según algunos. Pero si te detenías a pensarlo no era difícil entender sus motivos y hasta empatizar con él. Cuando vives casi toda tu vida con tu padre, que podrá no pasar mucho en el departamento pero las veces que está ensucia por los días que no estuvo, y tienes además un hermano entrometido que no respeta tu privacidad, es normal que quieras tener un lugar para ti solo.
Por esa razón, cuando ya fue mayor de edad y la fama de su banda despegó lo suficiente como para poder mudarse en busca de su independencia, no lo pensó dos veces.
¿Qué importaba que fuera un departamento pequeño y con una ubicación poco conveniente? Aquellos eran simples detalles. Ni siquiera que Taichi y Mimi le molestaran diciendo que era enano le quitaba el encanto a la idea de construir su propio refugio. El refugio del lobo, lo bautizaron los medios, en parte por su fama de solitario y en otra porque se hallaba tan en la periferia que casi hubiera podido irse a vivir a una cueva en su lugar y se hubiera tardado lo mismo en llegar al centro de Tokio.
Lo único que podía reclamar era que, para quejarse tanto, ese par y también los demás, solían pasarse mucho a visitarlo. Y es que claro, la mayoría si no seguía compartiendo casa con sus progenitores vivía en las incómodas y poco privadas residencias universitarias, esas que siempre se veían mejor en las películas que en la realidad; mirándolo desde ese punto de vista su departamento de soltero tardaba un tris en convertirse en un oasis.
Justamente aquella tarde habían celebrado una junta, una junta de la que Yamato no se enteró hasta última hora, como solía ser la tónica en el último tiempo. Por fortuna, la mayoría tenia cosas que hacer o Yamato no habría podido deshacerse de ellos hasta el otro día. Taichi y Sora acababan de irse hace unos quince minutos y, para sorpresa del anfitrión, la única que todavía no se iba era Mimi.
Miró el reloj con forma de guitarra pegado en la pared justo encima del televisor, uno de los pocos artículos de decoración que podía permitirse para no saturar el espacio. Pasaban ya de las diez de la noche.
Mimi estaba sentada en el único sofá del que disponía el piso, y el único que cabría en un espacio tan reducido en cualquier caso, mirando su celular como si no se enterara de nada de lo que pasaba a su alrededor. Seguramente estaría revisando sus redes sociales. La chica pasaba demasiado tiempo en su vida cibernética según el rubio, pero eso no era algo que fuera a mencionar en ese momento. La relación entre ambos ya era lo suficientemente problemática como para echarle más leña al fuego.
Dejó el paño con el que había estado secando los vasos sobre la mesa y se acercó a su amiga.
—Oye, Mimi…
La chica alzó la cabeza de golpe al escuchar su nombre y miró en todas direcciones, viéndose perdida por unos segundos, como si no recordara dónde estaba o qué hacía exactamente allí. Una vez que pareció identificar el lugar se volvió hacia Yamato, quien la miraba desde el costado del sofá con los brazos cruzados.
—¿Dónde están todos?
—Ya se fueron, tenían cosas que hacer.
—¡Aish! Le dije a Sora que me avisara para irme con ella y Taichi.
—Creo que lo hicieron.
—Bah, da igual. Supongo que puedo tomar el metro —comentó haciendo un mohín. Todos sabían que no era fanática del transporte público. Lo usaba, como plebeya que era, por más que estuviera segura de haber sido una princesa en su vida pasada, pero solo cuando era estrictamente necesario.
—La estación más cercana está a veinte minutos de aquí a pie. ¿Traes dinero para un taxi?
—Eso creo.
—Vale, entonces te acompaño a esperar abajo.
—No es necesario.
Yamato examinó la expresión en el rostro de la chica. Parecía sorprendida del ofrecimiento, como si él fuera un patán incapaz de preocuparse por una amiga.
Estuvo a punto, a punto, de soltar algún comentario sarcástico, pero se arrepintió a último minuto. Milagrosamente habían sobrevivido esa tarde sin pelear, ¿por qué arruinarlo ahora?
En su lugar, abrió la boca para decirle que bajaría con ella de todos modos, pero justo entonces el timbre del celular de Mimi los interrumpió.
—¡Sora! —exclamó ella apenas descolgó la llamada—. Te dije que me avisaras…no, no te escuché… ¿cómo dices? Eso es imposible, no pueden hacer eso, ¿con qué derecho? Ya, lo sé, no es algo que… ya, ya. —Se apartó el celular de la oreja un momento para poder dirigirse a Yamato—: ¿Podrías encender el televisor, por favor?
El chico la miró confundido ante lo repentino de la petición, pero no dudó en hurgar en el sofá en busca del dichoso mando a distancia.
—Ponte el noticiero —indicó Mimi una vez que el televisor estuvo encendido.
Yamato volvió a hacerle caso sin preguntar y sintonizó el canal de Fuji TV por costumbre.
Las luces de la pantalla destellaron ante los ojos de ambos jóvenes, revelándoles en letras negritas lo siguiente:
NOTICIA DE ÚLTIMA HORA: Gobierno extrema las medidas frente al incumplimiento de cuarentena por el Digivirus [1]. Transporte público cierra por catorce días.
—Sí, Sora. Lo estamos viendo. Supongo que tienes razón, pero todavía puedo tomar un uber. Debe haber alguien que esté trabajando…tienes razón, no lo había pensado. Oh my godness, no puedo creerlo.
El chico, que como es lógico no entendía bien porque escuchaba solo un lado de la conversación, comenzó a ponerse nervioso.
—No, no creo que sea para tanto. Sora, por favor… ¿quedarme aquí? Eso es… —Mimi dirigió una breve mirada a Yamato, que se había puesto repentinamente pálido, por encima del hombro. Se mordió el labio inferior y volvió a darle la espalda antes de seguir hablando por teléfono—. Sabes que nosotros no… —suspiró—. Se lo diré. Cuídate también, un beso. —Cortó la comunicación y dejó caer lánguidamente a un costado de su cuerpo la mano que sostenía el aparato.
Por varios segundos todo lo que se escuchó en el pequeño espacio fue la voz del presentador del noticiario explicando los pormenores de la nueva medida decretada por el gobierno.
Yamato había dejado de prestar atención y lo que oía en vez de palabras era ruido como de estática. Mimi le daba la espalda, tardó un tiempo más en volverse hacia él, pero cuando lo hizo parecía obligarse sí misma a sonreír.
—Esto será un lío, pero supongo que un uber es mi única opción, ¿podrías ir pidiéndolo? Creo que tengo efectivo suficiente. Debería ir yéndome ya, antes de que se haga más tarde.
De inmediato se puso a recuperar todos sus objetos personales que, por alguna razón que Yamato ignoraba, se hallaban desperdigados por todo el sofá. Apenas encontraba uno la echaba a su enorme cartera de cualquier forma, sin preocuparse de la forma en que caía adentro. Maquillaje, unos lentes de sol que no venían a cuento en pleno invierno, su billetera, una botella con agua, un pañuelo, algunas monedas sueltas…
De seguro su bolso era un revoltijo.
Yamato se encontró a sí mismo siguiendo sus movimientos como un autómata. Era como si estuviera hipnotizado y no pudiera salir del trance. Una voz en su interior le decía que debería estar deteniéndola en vez de observándola como un tonto, pero otra voz, de la que se sentía profundamente avergonzado, le decía que sería mejor dejar que se marchara de una vez.
¡Y un demonio! No podía ser así de canalla. Por más que todo su cuerpo le gritara que sí, sus principios le impedían echarla a la calle en plena noche de cuarentena, incluso si la chica era la última persona en el universo con la que alguna vez estaría dispuesto a compartir piso.
—Mimi, no puedes tomar un uber.
—Debe haber alguien trabajando en estas circunstancias, no creo que…
—No. —Yamato fue tajante—. Vives al otro lado de la ciudad, sería un gasto ridículamente alto.
—Pero no tengo otra opción. —Los labios de Mimi se inclinaron en un puchero.
—Por supuesto que tienes una opción. Puedes quedarte aquí.
—¿Yo? ¿Aquí? ¿Contigo? ¿Realmente crees que sea una buena idea?
—No. —La palabra resbaló de su boca antes de que alcanzara a contenerla—. Pero no tenemos otra opción.
—Ya. —bufó—. Tampoco hace falta que te muestres tan emocionado, sé que no te hace ninguna gracia tenerme aquí… —Se puso la cartera en un brazo—. No necesitas ser el caballero de brillante armadura. Puedo ser una princesa moderna y encontrar mi camino a casa, gracias.
—No seas ridícula. Te quedarás —replicó ya un poco cabreado.
¿Por qué la chica tenía que ser así en esas circunstancias? ¿No podía por una vez en la vida ser…menos ella y ponerle las cosas más fáciles?
—¿Es una orden? —preguntó a la defensiva.
Por supuesto que no. Con ella jamás las cosas iban a ser fáciles. Se repelían como el agua y el aceite. Chisporroteaban al primer contacto, al más mínimo roce.
—Considéralo una advertencia. Si cruzas esa puerta te traeré de vuelta aunque sea a cuestas.
La chica lo miró sorprendida, como si no lo creyera capaz de algo así y con el desafío bailando en sus pupilas. Yamato lo supo, sería capaz de salir corriendo solo para ver si cumplía su palabra. No le daría en el gusto.
—Ahora vuelvo. Tú quédate donde estás —dijo antes de darse la vuelta y encerrarse en el baño.
Se golpeó la cabeza contra la puerta un par de veces y soltó un suspiro de frustración. Aquello no le gustaba nada.
El sonido de su celular lo distrajo. Lo sacó del bolsillo de su pantalón y vio la foto de Sora acaparando su pantalla. Descolgó sin pensarlo.
—¿Hola, Yama?
—Sí.
—Este… llamaba para… es que Mimi no contesta y solo…supongo que, ya sabes…
—Quieres saber si mandé a Mimi a casa, ¿no? —respondió al comprender el titubeo de su amiga.
—Sí, o sea no, sé que no lo harías, pero…
Pero igual no estaba segura. Yamato no podía culparla, ellos se llevaban fatal. Tan mal como para que la pelirroja se preocupara de que fuera tan desalmado para abandonarla a su suerte en plena noche de cuarentena.
—Tranquilizate, Sora. Se quedará aquí.
La pelirroja no contestó. Se tardó varios segundos en volver a hablar.
—¿Yama?
—Sí.
—Sé que Mimi puede ser un poco irritante a veces y que ustedes no se llevan bien, pero… solo serán unos cuantos días…
—¿Cuál es tu punto?
—Nada, solo creo que deberían tratar de llevar la fiesta en paz. Ya sabes, por el bien de ambos.
—Hablas como si temieras que nos matáramos, tampoco es para tanto.
—¿De verdad? Pues me alegra oírlo. Estaremos en contacto, ¿de acuerdo?
—Sí, ahora tengo que colgar.
—Sí, sí, vale. Hablamos luego.
Yamato cortó la comunicación y apoyó la espalda contra la puerta para descansar un momento.
A pesar de que lo irritaba un poco la desconfianza de Sora, hablar con ella había servido para tranquilizarlo y ver las cosas con más perspectiva.
Que eran dos adultos, joder.
Podían lidiar con sus diferencias. En cualquier caso solo serían un par de días. Solo tendría que trazarle una línea bien clara a Mimi para que cada uno tuviera su espacio y estarían bien.
Sí, eso es lo que haría. Lo haría en ese mismo instante.
Sintiéndose más optimista, salió del baño y fue a su dormitorio con la idea de buscar cobijas y una almohada extra. El sofá era bastante amplio y cómodo, con lo pequeña que era Mimi podría dormir muy bien ahí.
Pero en cuanto llegó al lugar se encontró a su inesperada huésped instalada en su cama. Y cuando decía instalada era literal.
Mimi no solo había entrado a su dormitorio sin su permiso, lo que ya era lo bastante reprochable por sí solo, sino que además yacía profundamente dormida, con el pelo desparramado sobre la almohada, descartando cualquier posibilidad de hablar con ella y menos sacarla de allí.
¿Qué estaba haciendo en su cama? ¿Qué clase de persona maleducada abusaba de la hospitalidad de alguien invadiendo su espacio personal?
Totalmente frustrado, regresó sobre sus pasos y cerró la puerta con cuidado a sus espaldas. No le quedaba más opción que arreglar cuentas con ella al día siguiente. Pero al menos en lo que a esa noche concernía, tendría que conformarse con el sofá.
Tarde recordó que ni siquiera había sacado cobijas para él.
En la sala, el amplio mueble de cuero negro lo esperaba desnudo y frío. La noche amenazaba con ser larga.
Dentro del dormitorio, Mimi sonrió complacida al escuchar el suave clic de la puerta al cerrarse. Su táctica para apoderarse de la cama había funcionado.
Día 1
Despertó con dolor de cuello y un humor de perros. Había dormido fatal, y eso cuando dejó de darse vueltas tratando de coger algo de calor (la calefacción no funcionaba del todo bien) o una posición más cómoda, cualquiera de las opciones le hubiera venido bien. Se imaginó que habría caído dormido producto del cansancio en algún momento de la madrugada.
Si bien su sofá era grande, se quedaba pequeño para su metro ochenta y dos. Claramente Mimi hubiera dormido mucho mejor en él, tendría que decírselo.
Con dificultad, se incorporó hasta quedar sentado y echó un vistazo al reloj. Las siete de la mañana. Todavía era temprano, pero sabiendo que le sería imposible seguir durmiendo se levantó para prepararse desayuno.
En eso estaba, haciendo unos panqueques en el sartén, cuando Mimi apareció de repente.
—¡Y aquí está él, chicos, nuestro anfitrión, el famoso Yamato Ishida, en vivo y en directo solo para ustedes!
Se giró asustado solo para encontrarse a la chica pegada a él y apuntándolos a ambos con su celular.
—Mierda. —Perdió la concentración y el panqueque, que en ese momento estaba volteando, terminó cayendo al suelo—. ¿Qué crees que haces? —preguntó mientras apagaba el fuego para evitar un accidente.
—Grabo un vídeo para mis fans —sonrió la chica, entusiasmada, sin dejar de grabar—. Se me ocurrió que puedo hacer una especie de diario virtual contando mi experiencia. Justo ahora les contaba que fuiste muy amable de dejar que me quedara en tu departamento. ¿Quieres saludar o decir algo?
—No.
—Vamos Yama. Solo di hola, es todo.
—Que no. Apaga eso, ¿quieres? —pidió al tiempo que empujaba el celular con una mano. Suficiente tenía con los paparazzi queriendo saberlo todo de su vida como para tener a una dentro de su propio departamento.
—Pero…
—¡Que lo apagues!
—Uf, eres un amargado. —Mimi frunció los labios—. Buenos, chicos, como ven Yamato no amaneció de buen humor hoy, pero ya les dirá algunas palabras otro día. Ahora les mostraré su departamento.
—¿Qué? ¡No, espera!
Correteó detrás de ella intentando que dejara de grabar, pero la chica fue más rápida y tras filmar todo lo que pudo se encerró en la habitación.
—Mimi, tenemos que hablar —dijo apoyado con ambas palmas contra la puerta.
—¡Luego! —replicó la chica desde el interior.
Yamato inspiró profundo. ¿Luego? ¡¿Luego?! Estaba en su dormitorio, ¿y te atrevía a decirle que luego?
«—No pierdas la calma —se dijo—. No pierdas la calma».
Apenas era el primer día.
Día 3
No lo descubrió hasta el tercer día. Se pasó dos días tratando de hablar con Mimi para intercambiar lugares, quedarse él con la cama y ella con el sofá (¡es que era lo más lógico!), pero la chica lo evitaba. Apenas salía para ir al baño y robar algo de su despensa de tanto en tanto. Estaba casi literalmente parapetada en su dormitorio.
¡Y solo entonces lo supo! Lo de la primera noche evidentemente había sido un truco sucio para ganarle la cama. No podía creer lo estúpido que fue. Pero incluso si le quedaba alguna duda, el siguiente mensaje se lo confirmó:
De: Taichi
[10:15 AM]: Hola Yama. ¿Cómo va la cuarentena con la princesa? Supongo que le habrás pasado la cama, ¿no? Porque es lo que todo hombre con un poco de caballerosidad haría. Y tú tienes la pinta de ser un caballero debajo de toda esa onda de todo me importa un mierda, ¿a qué sí?
De: Yamato
[10:29 AM]: ¿Te ha pedido Mimi que me escribas? Está encerrada en mi dormitorio solo el diablo sabe haciendo qué cosas, no quiero ni imaginarlo.
De: Taichi
[10:33 AM]: No irás a mandarla al sofá, ¿verdad? Eres la razón por la que las mujeres dicen que la caballerosidad ha muerto.
De: Yamato
[10:39 AM]: Sí que te escribió. Se apoderó de mi dormitorio, ¿te dijo eso?
De: Taichi
[10:42 AM]: Yama, no puedes ser tan mal anfitrión. Déjala que se quede la cama. Nosotros estamos hechos para dormir en cualquier parte. No te portes como Ricitos de oro.
De: Yamato
[10:44 AM]: Lo haré si promete no tocar nada y me deja entrar. Que es mi puto dormitorio, a ver si se lo recuerdas.
Taichi no contestó, pero a los cinco minutos Mimi abrió la puerta y apareció por ella en son de paz.
Día 5
Ya estaba durmiendo mucho mejor. Lo cierto era que con un par de cobijas y almohadones el sofá se convirtió en un lecho bastante aceptable a pesar de todo.
Las cosas con Mimi no iban mal, o más bien no iban en lo absoluto. Incluso si desayunaban y almorzaban juntos, no hablaban mucho, ella se la pasaba pegada al celular.
Ese día comenzaba a sentirse optimista. Podría aprovechar la cuarentena para componer. Tenía el tiempo en sus manos como hace mucho no le pasaba. Quizá también podría leerse aquel libro que Takeru le regaló por su cumpleaños sobre el universo.
Sí, aquel pintaba para ser un buen día.
—¡Buenos días, Yama! —saludó Mimi al tiempo que abría las cortinas de la sala de un tirón—. Uf, ¡qué oscuro está aquí! Necesitas más luz. Con un par de lámparas bastaría, pero la luz natural siempre es mejor.
El aludido gruñó algo ininteligible y se volteó para evitar que el sol le molestara en los ojos, cubriéndose la cabeza con la almohada, la que segundos más tarde le fue arrebatada por su irritante inquilina.
—Oh, no, no, no. ¡Arriba dormilón! Vamos a hacer ejercicio. Vamos arriba. Necesito mover el sofá.
—¿Qué hora es? —preguntó Yamato abriendo un ojo.
—Siete y media.
—¿Tú estás loca? ¿Cómo es que te despiertas tan temprano? Pensé que serías del tipo dormilona.
—Oh, sé que soy bonita, pero verme así de perfecta toma tiempo. Necesito estar despierta desde temprano para seleccionar peinado, maquillaje y ropa.
—En realidad lo decía porque no creí que se pudiera ser así de irritante desde tan temprano —rumió Yamato, más para sí mismo que para ella.
—¿Se supone que debería ofenderme por eso? No harás que me enfade hoy, Yama. Hay que empezar bien el día con un poco de ejercicio. ¿No sientes tus músculos atrofiados de estar tanto tiempo encerrado?
—Llevamos menos de una semana.
—Ya, por eso lo digo.
Yamato suspiró. Ellos evidentemente no hablaban el mismo idioma.
—Como sea. Si tanto quieres hacer ejercicio hazlo en el dormitorio. Ya me quitaste ese espacio, no te daré también este.
—Si lo pones así, te dejaré dormir Ricitos de oro.
Yamato estaba tan sorprendido y feliz de que por una vez lo dejara ganar que ignoró su pulla y se volteó, dispuesto a tratar de seguir durmiendo.
Aquello fue un error.
Un minuto más tarde se levantaba de un salto, asustado por la música que Mimi había puesto al máximo en la televisión.
Terminó por encerrarse en el dormitorio, pero fue imposible seguir durmiendo. Media hora más tarde el teléfono empezó a sonar con las quejas de sus vecinos para que bajara la música.
Día 7
No le molestaba que estuviera en su cocina ni que la dejara hecha un desastre después de cocinar pastelitos. Al parecer estaba haciendo un tutorial de gastronomía.
No, no le molestaba.
Él estaba en el sofá leyendo un libro sobre Reflexología y manejo del estrés que Jou había autopublicado hace un año y que recién se dignaba a leer. Estaba solo. La vida era perfecta y tranquila. Si cerraba los ojos, casi podía imaginarse que estaba solo, ¿verdad?
Se concentró en su fantasía. Ese día no se estresaría por nada.
Estaba solo, solo, totalmente solo.
Un estrépito de vidrios rompiéndose lo sobresaltó.
—¿Yama?
Mimi acababa de romper un juego de platillos franceses por un descuido y le miraba desde el otro lado de la barra del comedor con expresión culpable.
Su boca, su molesta y pequeña boca, formaba una perfecta "o".
Yamato se hundió en el sofá y fingió que no estaba ahí.
No, no estaba enfadado.
Día 9
Se sintió mal por el desastre con los platos, así que ese día se saltó su rutina matutina de ejercicio y cogió la canasta de la ropa. El edificio se había coordinado para evitar aglomeraciones en la sala de lavado. La tarde anterior escuchó a Yamato hablar con el conserje, por eso sabía que les correspondía a ellos.
Nunca había lavado ropa, pero no podía ser tan difícil. Solo había que meter todo a la lavadora y darle a encendido, ¿cierto? Pan comido.
Cuando volvió una hora más tarde con el lavado se encontró a Yamato desayunando en la barra.
—¿Qué traes ahí? ¿Dónde estabas?
—Quería disculparme por lo del otro día, así que bajé a lavar la ropa.
El chico la miró sorprendido.
—Eso es… considerado de tu parte —comentó como si no pudiera creérselo.
Mimi se hubiera ofendido si no fuera por lo siguiente que tenía que decir.
—Yama, lo siento —dijo afligida.
—¿Qué? ¿Por qué te disculpas? —Entrecerró los ojos en su dirección—. ¿Por qué no me dejas ver la ropa?
Cuando Mimi extendió una de sus camisas favoritas, negra obviamente, frente a sus ojos, Yamato se atragantó y escupió el café, ensuciando todo a su alrededor.
—¡Eres una tonta! ¡¿Nadie te dijo nunca que no se mezcla la ropa blanca con la de color?!
—¡Ay, tampoco es para que me grites así! Solo quería ayudar.
—Si así ayudas, preferiría que no lo hicieras.
—¡No hay cómo lidiar contigo!
—¿Me lo estás diciendo a mí? ¿Qué hay de ti? ¡Vives en una nube!
—Al menos no soy una amargada.
—Ni yo una niñita tonta y mimada.
—¡Argh, eres desesperante! Además debes tener cien camisas iguales, eres tan aburrido. ¿Qué importa que se hayan arruinado unas cuantas? Yo solo quería hacer algo bueno por ti.
—¿Unas cuántas? ¿Qué quieres de…?
Antes de que alcanzara a terminar de hablar, Mimi pasó por su lado hecha una furia y se encerró en su dormitorio, dando un portazo que retumbó en todo el departamento e hizo que Yamato se mordiera la lengua.
Cuando se atrevió a echar un vistazo a la canasta de ropa recién lavada le dio un tic en el ojo al ver una docena de sus camisas con manchas rosadas. ¡Estaban inservibles!
Niñata estúpida.
Día 11
De: Tachi
[10:28 AM]: No puede ser para tanto.
De: Yamato
[10:33 AM]: Te lo estoy diciendo, es una pesadilla. Ya se apoderó del departamento, solo falta que pinte las paredes de rosado. En cualquier momento me echa o me empieza a cobrar una renta.
De: Taichi
[10:38 AM]: Vaya reina del drama estás hecho.
De: Yamato
[10:41 AM]: Sí. Ja ja ja. Velo por ti mismo.
Yamato ha enviado una fotografía.
En ella aparecía su baño. El pequeño mueble empotrado en una esquina aparecía atestado de cremas, maquillaje, cera depilatoria y otros artículos femeninos.
El espejo tenía un beso marcado con labial rojo.
De: Taichi
[10:44 AM]: JAJAJA. Pues no lo sé, Yama. A mí ese beso me parece un mensaje subliminal.
De: Yamato
[10:47 AM]: ¡Idiota! ¿Solo con eso te has quedado?
No sabía ni por qué se molestaba. Taich y Mimi estaban cortados por la misma tijera. Tendría que buscar una mejor vía de desahogo.
Si solo pudiera concentrarse en componer. Lo había intentado, lo había intentado desesperadamente, pero Mimi estaba en todos lados. Cada que tomaba el bajo aparecía en la pequeña sala con la excusa de cocinar algo o grabar un vídeo.
Y no entendía. Simplemente no le entraba en la cabeza que una cosa tan pequeña pudiera ser tan molesta e invasiva.
Daba igual lo mucho que se esforzara por poner límites, ella los derribaba todos.
Día 13
Nada mejor que una ducha para relajarse antes de irse a dormir. No solía quedarse tanto tiempo en la ducha, pero últimamente había descubierto que era de los pocos espacios en su departamento donde podía disfrutar de unos minutos de soledad y calma, ¡añorada calma! De ahí que se tomara esa licencia.
Salió del baño con una toalla firmemente atada alrededor de la cintura y otra en el cuello.
Mimi ya se había ido a dormir, por lo que no le importó volver a la sala así. Iba secándose el cabello con uno de los extremos de la toalla cuando la vio por el rabillo del ojo.
La chica estaba sentada en su cama, léase sofá, de espaldas a él y grabando con su celular. Él acababa de aparecer por accidente de fondo.
Gritó.
—¡¿Acaso no sabes lo que es la privacidad?! —protestó.
—Oh, miren quién ha decidido salir en mi vídeo. Saluda, cariño.
—¿Tú estás demente? ¡Borra eso inmediatamente!
Mimi, como siempre, se encerró en el dormitorio.
Yamato y su dignidad fueron relegadas una vez más al sofá.
Lo único que lo consolaba era que mañana sería el último día. Solo una día más y su tortura habría terminado.
Día 15
No debió hacerse ilusiones, quizá así la noticia no lo hubiera afectado tanto. El gobierno había decidido extender la cuarentena por una semana más solo para estar seguros.
Probablemente fuera lo mejor, pero en su caso parecía una pesadilla que no acababa. Solo siete días más, solo siete días más y sería libre, todo volvería a la normalidad.
Si Meiko no hubiera resfriado a los digimon, no se habría creado el Digivirus y sus nefastas consecuencias [2]. Claro que eso el mundo no lo sabía. El mundo seguía echándole la culpa a los chinos, Japón no figuraba en la lista de posibles culpables ni por asomo, mucho menos los alguna vez llamados niños elegidos ni los digimon.
Tenían suerte de que la humanidad fuera tan ingenua y enfocara su ira y desesperación en el primero que se les cruzaba.
Pero volviendo a lo que importaba, seguía allí, atrapado en su propio y diminuto departamento con Mimi.
¡Que alguien se apiadara de él!
Entró a su dormitorio y lo encontró hecho un desastre. Solo necesitaba una nueva camisa, pero no pudo evitar recoger un par de prendas desperdigadas por el suelo y dejarlas sobre una silla. Se agachó a recoger otra que asomaba por debajo de la cama.
Cuando Mimi entró, sin avisar por supuesto (¿por qué iba a avisar nada si esa no era su casa ni su dormitorio? Nótese el sarcasmo), lo encontró de pie a un lado de la cama examinado un bonito sujetador fucsia con la cabeza ligeramente ladeada.
Para cuando Yamato se dio cuenta de qué era lo que sostenía en las manos ya era demasiado tarde. La chica lo miraba con una mueca de diversión y los brazos cruzados desde el umbral.
—Vaya, Yama. No te tenía por esos pervertidos que huelen la ropa interior de las chicas a escondidas.
—¡¿Quién está oliendo nada?! —gritó rojo como un tomate—. ¡Solo levantaba tu desorden! ¡Ordena un poco!
Se retiró de la habitación en medio de grandes aspavientos, pero la risita de Mimi, divertida y burlona, lo persiguió hasta el salón.
Esa noche soñó con Mimi desnuda y despertó un tanto acalorado.
Día 17
Su estúpido e inservible celular no había dejado de sonar esos días. Cada vez que lo hacía maldecía a Mimi. Al final no importó cuánto se lo pidió, e incluso suplicó: la chica había subido a sus redes sociales el vídeo en el que él salía detrás de ella a torso desnudo, lo que causó que internet básicamente estallara.
En cuestión de horas se volvió Trending topic en todas las plataformas. Pero eso no era, ni de lejos, lo peor. La gente, por algún motivo enfermizo que Yamato no llegaba a entender, malinterpretó la situación y comenzó a shippearlos; tuvo que telefonear a Takeru para que le explicara qué significaba esa palabra, por lo visto su dignidad no dejaba de ser pisoteada.
Había un hashtag que decía TodosUnidosPorLaMimatosis, el cual claramente buscaba incitar a la gente a seguir compartiendo el vídeo para hacerlo viral.
Más tarde, cuando se enteró, descubrió que el rumor no era tan absurdo para los seguidores de Mimi, que llevaba días subiendo vídeos y fotos que tenían como fondo su departamento.
Para el mundo, ellos estaban viviendo su pequeño romance dentro de esas cuatro paredes.
Para Yamato, aquello se convirtió rápidamente en un calvario.
Cuando su mánager lo llamó temió que estuviera enfadado, pero todo lo contrario: estaba encantado. Al final no supo si porque al parecer creyó que era gay (y eso no era muy aceptado en la industria) o porque la venta de sus discos se había disparado. Cortó la llamada en cuanto empezó a hablar de conseguirle un contrato para grabar un cortometraje contra el Digivirus en el que él y Mimi fueran los rostros.
Ridículo. El mundo comenzaba a volverse loco, pero al parecer solo él se daba cuenta.
Ese día llegaron las cuentas de la luz y el agua. Cuando abrió el correo para ver el monto y encargarse de ese asunto de inmediato, por poco le dio un infarto.
¡La cuenta se había duplicado! ¿Qué demonios?
¿Cómo era posible que de un mes a otro el consumo de ambos servicios hubiera aumentado tanto? Estaba bien que estando en casa se gastara más y que la economía mundial estuviera en crisis, pero aquello era un abuso, una usura.
Iba a telefonearlos para averiguar qué estaba pasando cuando algo hizo clic dentro de su cabeza.
—¡Mimiiiii!
La chica tardó en salir del dormitorio.
—¿Qué? ¿Qué ocurre? —pregunto asustada.
—Ven a ver esto.
—¿Tiene que ser ahora? Es que estoy algo ocupada haciendo…
—Ahora.
La chica bufó y se acercó a él para mirar la pantalla del computador por encima de su hombro.
—Son las cuentas. ¿Qué se supone que tengo que ver?
—Esto es ridículo. Ni siquiera cuando Taichi se queda aquí gasto tanto.
—Espera. ¿Me estás echando la culpa?
—¿Y a quién si no?
—¡Yo no consumo tanto!
—Pues yo no he gastado todo eso. Así que empiezas a gastar menos o…
—¿O qué? ¿Me echarás? ¿Realmente lo harás?
Yamato se frotó ambas sienes, más que estresado.
—No he dicho eso.
—Eres un tacaño, ni siquiera es para tanto.
—Pues págame la mitad de la cuenta.
—¿Pagarte? ¡Ni siquiera llevo un mes aquí!
—¡Exacto! Y ya te apropiaste del departamento, de mi departamento.
—Pues me largo.
—¿Qué? ¡No te irás en plena cuarentena! —Se levantó de golpe, temiendo que con lo impulsiva que era fuera a salir corriendo en cualquier momento.
—¡Como si no estuvieras harto de tenerme aquí!
—Eso no significa que vaya a lanzarte a la calle.
—Pues ya no hace falta, porque me voy —replicó yendo hacia el dormitorio, presuntamente a buscar sus cosas.
Yamato la siguió y se coló tras ella antes de que pudiera cerrarle la puerta en la cara como se había hecho su maldita costumbre.
—No te irás a ningún lado.
—¿Ah, si? ¿Y quién va a detenerme? ¿Tú? —preguntó ella sin dejar de echar cosas a su cartera.
El chico fue incapaz de rebatirla. Por un segundo se quedó ensimismado viendo cómo seguía echando cosas sin parar. Era la primera vez que se daba cuenta de todo lo que le cabía en ese bolso. ¿De dónde, si no, había sacado todas las cosas que había ido dejando por el departamento como una marca personal? Algunas las había comprado por internet, pero estaba claro que cargaba con la mayoría de ellas.
—No saldrás del departamento.
—Buena suerte con eso, darling. Tú no eres mi papá y ni siquiera a él le hago tanto caso, así que no te hagas ilusiones. —Trató de pasar por su lado y darle un empujón, pero su metro sesenta poco tenía que hacer contra la altura de Yamato, que la sujetó bruscamente de una muñeca, deteniéndola en el acto.
—¡Suéltame! —chilló.
Yamato hizo una mueca de dolor, como si le hubieran estallado los tímpanos.
—¿Tienes que ser siempre tan chillona?
—¡Pues si tanto te molesta deja que me vaya!
—Eres insoportable.
—Y tú un amargado.
—¡Niñata estúpida!
—¡Rubio desabrido!
—¡Ese celular te está chupando el cerebro!
—¡Y tú vives en el siglo pasado abuelito!
Poco a poco los insultos y sus voces fueron subiendo de tono en medio del forcejeo.
—¡ENANA MALCRIADA!
—¡IDIO…!
Silencio. Corazones latiendo a mil producto de la discusión sin sentido. Respiraciones agitadas.
—Espera. —La voz de Mimi sonó ridículamente baja—. ¿Acabas de meterte con mi estatura? —Enarcó una ceja, Yamato estuvo tentado a extender un dedo y bajársela. ¡Aquel era un gesto suyo! Pero se contuvo—. ¿De verdad? ¿Enana malcriada? ¿No se te ocurrió nada mejor?
Yamato abrió la boca para responder y solo entonces se dio cuenta de que se había quedado sin palabras. Se apresuró a cerrarla y desear con todas sus fuerzas no haberse sonrojado como sentía que lo había hecho.
Aquel insulto era más digno de un niño de jardín de infantes. O de Taichi.
—Como si me importara —bufo Mimi, mirando hacia otro lado y agitándose el cabello con una mano en un gesto despectivo.
—Pues si no lo hace, ¿por qué siempre andas con esos zancos?
—¿Mis tacones? Veo que te fijas hasta en mi calzado, Yama.
—Yo no he dicho…
—Pero si creíste que me acompleja ser pequeña, te equivocas. En todo caso, soy demasiado linda para ser una enana. Claramente sería una ninfa o un hada —Yamato bufó con incredulidad—. ¿Te atreves a burlarte? Y aun así quieres que me quede. Lo siento, pero me voy.
Se hizo a un lado para pasar, pero Yamato fue lo suficientemente ágil para moverse al mismo tiempo y cortarle la retirada.
—Esto es ridículo. Tú eres ridículo. Déjame pasar, Yama —pidió haciendo un mohín.
—No lo haré.
—Que me dejes.
Lo que sucedió a continuación no estaba claro. Yamato alegaría que fue Mimi, Mimi diría que fue Yamato; por descontado todo el mundo le creería a Mimi, así había sido siempre y así seguiría siendo, lo hacía más divertido. Pero probablemente fueron los dos o, si acaso, resultado de la pura inercia, un accidente.
Mimi puso una mano en el pecho del chico y lo empujó, Yamato se resistió. Uno hizo fuerza de más, o de menos. La cosa es que acabaron besándose.
Fue extraño e inesperado, como darse de bruces con una pared que hubiera aparecido de pronto. Aunque desde luego mucho menos doloroso.
Antes de darse cuenta de lo que sucedía sus labios ya estaban envueltos en una guerra muda y mucho más placentera que las discusiones verbales que solían tener.
Mimi abrió la boca sorprendida, Yamato coló la lengua en ella, y por varios segundos se perdieron en ese beso.
La mano del chico acarició la mejilla femenina para luego tomarla de la cintura y se aferraron mutuamente. Primero con duda, con miedo, pero luego con más desesperación. Se besaron y mordieron los labios hasta quedar sin aire.
Y de pronto, tan repentinamente como había empezado, terminó.
Se separaron.
La chica se hizo hacia atrás. Yamato la soltó, dejándola marchar.
Un solo, ridículo e impertinente pensamiento apareció en su mente. Recordó aquella vez que Taichi le dijo que él y Mimi tenían una tensión sexual no resuelta.
¿Cuánto tiempo hacía de eso? No lo recordaba. No estaba pensando con claridad.
Pero lo que sí recordaba era lo que le había dicho. Le dijo que era un idiota y que se imaginaba cosas, que entre ellos no había nada más que una aversión mutua. Que nunca sería más que una aversión mutua.
—Si creer eso te deja tranquilo, puedes creer lo que quieras, Yama —le dijo el castaño para zanjar la conversación.
Mimi se recuperó. Se puso en puntas de pie y rodeó el cuello de Yamato con una mano para obligarlo a mirarla. Lo besó.
Pero la mente del chico era un caos. Se apartó y agitó la cabeza, negando.
Terminó por encerrarse en el baño. Estuvo sentado durante horas sobre la tapa del retrete, a ratos divagando sobre lo ocurrido y en otros tratando de escuchar si había ruido del otro lado.
Para cuando salió ya era de noche. Se asomó a su dormitorio y encontró a Mimi dormida sobre la cama.
No sabía si era la chica o la cuarentena, pero sintió que se estaba volviendo loco, o al menos que acabaría irremediablemente loco.
Alguien debió advertirle que tanto tiempo con Mimi podía desatar un caso de Mimitis aguda, algo incluso más letal que la amenaza mundial del Digivirus. Porque algo le decía que mientras un resfriado como el Digivirus saldría en algún momento de tu organismo, al menos en la mayoría de los casos, él ya no podría sacarse más a Mimi de la mente ni el recuerdo de su tacto de los labios o de la piel.
Día 19
Llevaban dos días sin hablar, todo un récord. El día anterior solo se cruzaron una vez en la mañana. Él estaba en la cocina preparándose el desayuno y ella salió del dormitorio para ir por algo de comer.
Cuando se encontraron de frente se quedaron paralizados. Yamato temió que ella fuera a preguntarle por lo del día anterior, por un segundo pareció a punto de hacerlo, pero entonces le pidió permiso, se puso en puntas de pie para sacar una barrita energética de uno de los estantes superiores y volvió al dormitorio.
Él solo soltó el aire en cuanto sintió la puerta cerrarse y se odió por ello. Por ser tan cobarde. Y también por dejar que Taichi se metiera en su cabeza.
¿Por qué había pensado en él en un momento como ese? ¿Por qué había tenido que recordar sus palabras de tanto tiempo atrás? ¿Por qué no se dejó llevar?
Se pasó todo el día cuestionándose esas y muchas cosas más.
-.-
Yamato se removió incómodo en el sofá, aunque poco tenía que ver con el motivo de las primeras noches. Estaba en ese punto incierto entre el sueño y la vigilia.
—¿Yama?
—Mhm…
—Yamato, despierta.
Alguien estaba ahí, una mano en su hombro lo remecía suavemente. Le costó toda su fuerza de voluntad abrir los ojos, velados por el sueño, frente a los cuales encontró el rostro de Mimi cerca suyo, demasiado cerca.
La chica estaba acuclillada a su lado y le miraba con preocupación.
—¿Qué estás…? ¿Dónde?
Le tomó algunos segundos ubicarse en el tiempo y el espacio. Todo estaba a oscuras, así que todavía debía ser de noche o dentro de las primeras horas de la madrugada. Y estaban en su piso, por supuesto. Llevaban diecinueve días de cuarentena; no era que llevara la cuenta, no.
—¿Estás bien? Te oí hablar en sueños y me preocupé.
—Estoy bien. —La voz le salió espesa y ronca.
La chica no le creyó. Llevó la mano, la misma con la que lo había agitado del hombro, donde a Yamato la piel ahora parecía escocerle por el contacto, hasta la frente del chico sin que él pudiera detenerla.
—Tienes fiebre… ay no, ¿qué deberíamos hacer? ¿Tienes antiinflamatorios? Deberíamos llamar al superior Jou, ¿te habrás contagiado?
—No.
—Pero puede ser. Fuimos una vez al supermercado y encargué cosas por internet. Iré por mi celular, ¿dónde guardas las medicinas? —preguntó apresurándose a levantarse.
—Mimi, no.
—Ya las encontraré yo, no te preocupes. —Trató de alejarse, pero el chico enrolló sus dedos alrededor de su muñeca para frenarla—. ¿Qué ocurre, Yama? ¡No me digas que eres de esos hombres que no van al médico ni toman medicinas!
—No, no es eso. No estoy enfermo… —comentó incorporándose hasta quedar sentado en el sofá, con la parte baja de la espalda contra uno de los brazos del mueble.
—Tienes fiebre. La fiebre es señal de…
—No —replicó, tozudo—. Te digo que no. Conozco mi organismo. Me pasa desde que soy pequeño.
—¿El qué?
—Cada vez que pienso mucho las cosas… o me guardo lo que siento.
—¿Tratas de decir que cuando no dices lo que sientes te da fiebre?
Yamato asintió con un débil movimiento de cabeza. No parecía feliz de tener que decírselo precisamente a ella.
—Hazme un lado —exigió Mimi. Él bajó las piernas y se apretó contra el brazo del sofá, buscando mantener las distancias—. Eso sí es raro.
—Lo sé…
—Entonces, hay algo que te estas guardando, ¿eh?
—Mimi.
—Lo sé. No quieres hablar sobre ello, pero lo que pasó el otro día… ¿tan mal te pareció?
—¿Qué te hace pensar eso?
—Pues no lo sé —replicó ella sarcásticamente—. Déjame ver, ¿la cara de espanto que pusiste cuando te besé la segunda vez? Y que conste que tú me besaste primero.
—¿Estás de broma? ¡Tú me besaste a mí!
—Que fuiste tú, pero no importa. Está bien si me quieres negar.
—No te estoy negando.
—¿Y entonces qué estás haciendo?
Yamato se inclinó hacia adelante y se frotó el rostro con ambas manos.
—¿Para ser honesto? No tengo ni puta idea. Estábamos…yo estaba… cuando te besé, pensé en Taichi.
—Oh. Vaya, yo no tenía idea. Ustedes… ¿cuándo sucedió?
—Espera, ¿qué? —Alzó la cabeza y comprendió por la forma en que Mimi lo miraba que, o sea había explicado muy mal, o ella malinterpretó todo—. No, Taichi y yo somos amigos, nosotros nunca hemos tenido nada ni lo tendremos.
—Pero dijiste que pensaste en él cuando nos besamos —comentó la chica, sin darle mucho crédito a lo que decía.
—Estúpido Taichi. No es lo que quise decir. Él… ¿sabes qué? Olvídalo.
—No, quiero oírlo.
—Hace tiempo me dijo que la razón por la que tú y yo peleamos es porque tenemos una tensión sexual no resuelta. —Mimi, contrario a lo que se esperaba, no comentó nada al respecto, por lo que decidió continuar—: Me pareció una estupidez, obviamente.
—¿Pero ahora no estás seguro?
Yamato no supo qué contestar. Estaba incómodo, terriblemente incómodo. Alzó la mirada, aun sin saber qué le diría, pero entonces se encontró con sus ojos, claros y brillantes como dos estrellas, y un deseo irrefrenable por besarla lo invadió. Estaba arrebatadora así, con su cabello desordenado y una vieja camisa negra que era de él y que se había subido por sus muslos al estar sentada. Hasta ese momento no sabía que se había atrevido a meterse en su armario, territorio prohibido para cualquiera, y en cualquier otra circunstancia hubiera estado verdaderamente cabreado por ello, pero no lo estaba. Algo más poderoso ocupaba sus pensamientos. La deseaba.
Se inclinó con torpeza y con una mano la sujetó del cuello para acercarla a su boca.
Lo averiguaría. Si aquella era una tensión sexual no resuelta, lo averiguaría y lo arreglaría.
Mimi se arrimó a él y en cuestión de segundos estuvieron besándose con desesperación. Sus manos se enredaron en el cuerpo del otro, primero por encima y luego por debajo de la ropa. Las manos de la chica eran pequeñas y le hacían cosquillas.
—Yama, ¿estás seguro…? —preguntó ella con dificultad.
—Completamente.
—No, no me refiero a esto. Hablo de… ¿seguro que no deberíamos hacerte una prueba para descartar el Digivirus?
—No hay tiempo.
La risa de Mimi le hizo cosquillas a él en todo el cuerpo y aquello, si era posible, lo puso todavía más a punto.
—No pensé que fueras tan fogoso, Yama. Con lo desabrido que eres siempre —se burló mientras él le besaba y chupaba alternadamente el cuello.
—¿Quieres ir al dormitorio?
Mimi se deshizo de él negando con la cabeza.
—Aquí —le dijo mientras se agarraba de sus hombros y se sentaba a horcajadas sobre él—. Quiero que me tomes aquí.
Día 22
El departamento estaba en penumbras cuando, sin previo aviso, alguien introdujo la llave en la cerradura de la puerta y la giró tres veces hasta abrir.
Dos siluetas indistinguibles en un primer instante, salvo por el hecho de ser una más grande que la otra, entraron por ella y se acercaron sigilosamente al sofá, el que si bien se hallaba acondicionado como una cama, no albergaba a persona alguna.
—Taichi, no creo que esto esté bien… ¿desde cuándo tienes una copia de su llave? —preguntó una voz femenina y cautelosa.
—La saqué una vez que Yama me dejó las suyas, solo por si acaso.
—Pues no está bien, esto es una invasión a su privacidad.
—Vamos Sora, si entramos y salimos sin ser vistos no cuenta como invasión. Además, tú también estabas preocupada, ¿no?
—Sí, es cierto… —suspiró.
La cuarentena había terminado el día anterior, pero sus amigos llevaban tres días sin contestar llamadas ni mensajes, y ese par se llevaba tan mal que una parte de Sora, una parte poco realista quizá, temía que hubieran acabado matándose.
—Parece que Yama ya no duerme en el sofá —comentó Taichi con tono sugerente—. Tal vez la Mimatosis sea real después de todo.
—No seas ridículo, ellos nunca… —Calló de repente, dudando por primera vez sobre algo que hace cinco minutos atrás le hubiera parecido imposible.
—Pues solo hay una forma de averiguarlo.
—¿Qué? Espera, no…no Taichi, vuelve acá. —Trató de detenerlo, pero el castaño se zafó de su agarre y fue hasta el dormitorio en puntas de pie—. ¡Espera! —gritó lo más despacio que pudo, siguiéndolo.
Taichi puso la mano sobre el picaporte y lo empujó hacia abajo para abrir. Ambos se asomaron con cautela y contemplaron atónitos la imagen que les ofrecía el interior del cuarto.
Yamato yacía sobre su estómago en medio de la cama, con un brazo lánguidamente estirado por encima de la cabeza y el rostro volteado hacia ellos enseñando una expresión relajada. Estaba a torso desnudo, vistiendo únicamente unos pantalones oscuros. Y acurrucada sobre él, con su largo y hermoso cabello castaño desparramado entre la espalda del chico y las sábanas, Mimi dormía con una sonrisa plácida, su cuerpo cubierto por lo que solo podía ser una camisa de Yamato.
Sora no podía creerlo. Tuvo que llevarse una mano a la boca para ahogar en ella un grito de sorpresa. Taichi, mientras tanto, sacó el celular del bolsillo y tomó una fotografía de la escena. Un hecho así claramente tenía que quedar registrado.
La cuarentena podía volver locas a las personas, pero incluso si en tiempos de crisis el amor podía florecer entre las cuatro paredes de un pequeño departamento, la humanidad no podía estar tan perdida. Quizá el propósito escondido de la pandemia que habían vivido era ese: restaurar el equilibrio del mundo; hacer una pausa, replantearse la forma en que estaban viviendo, siempre apresurados y sin ser conscientes de lo que les rodeaba. Quizá la lección era amarse más y pelear un poco menos. Al menos para ellos había funcionado.
Fin.
[1] Digivirus: Es la forma en la que decidí llamar al Coronavirus, bajo el entendido de que en este contexto la pandemia se originó en el Digimundo por motivos que son explicados en el mismo fic.
[2] La idea de Meiko causando el Digivirus/Coronavirus pertenece a la maravillosa Gene. Lo dijo en un grupo que compartimos y no pude evitar usarla aquí.
Notas finales:
¡Mid! Disculpa la tardanza. Cuando te dije que te escribiría este Mimato lo hice porque pensé que podría tenerlo pronto, pero las cosas se fueron complicando y bueno... tardé mucho más de lo esperado. Es que también la idea se veía muy diferente en mi cabeza, creí que sería algo corto narrado a través de pequeñas escenas, pero cada vez que abría el documento iba creciendo más y más.
Ahora soy incapaz de saber qué tal habrá quedado, pero espero que te guste y no te decepcione. Lo escribí con mucho cariño, pero escribir Mimato siempre es un desafío.
Y si alguien más llega hasta aquí abajo tengo tres cosas que decirte, así que no te vayas todavía:
Primero, cuídate mucho a ti y a los tuyos durante esta crisis sanitaria que estamos viviendo.
Segundo, recuerda que el virus no se transmite a través de reviews jaja así que sí, puedes dejar uno tranquilamente.
Y tercero, ¡gracias por leer!