Disclaimer: nada me pertenece.
Las miradas de ambas se cruzan y entre ellas se forma un acuerdo que sellan con un guiño…
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Lyanna aprecia las flores, pero considera el gesto del príncipe como un atrevimiento.
Elia la ve llegar… y se sobresalta al comprobar que Lyanna Stark es una niña, no una mujer: no es más que una cachorrilla de loba ataviada en ropajes azules que obviamente no están hechos para ella.
Pasada la sorpresa inicial, la guía hacia la tienda de su esposo. El camino no es muy largo, pero ambas conversan sobre las acciones que tomarán en cuanto se presenten ante el príncipe…
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—¡Príncipe Rhaegar! —grita Lyanna—. Traigo aquí la corona de rosas que me entregasteis…
Rhaegar alza las cejas y las mira, confundido.
—Pero, ¿se puede saber qué hacéis las dos juntas?
—Eso quisiera saber yo —interviene Elia—. Mi señor esposo me convirtió en objeto de habladurías cuando entregó esa corona a una doncella prometida…
—En presencia de mi hermano mayor, príncipe. Hermano que, sin duda, ha tomado su acción como un insulto a mi honor…
—¡No saquéis conclusiones apresuradas! —exclama Rhaegar poniéndose de pie—. Si queréis respuestas, las tendréis.
La sorpresa en sus rostros es evidente.
—¿El príncipe habla en serio? —Lyanna lo contempla, expectante.
—Es algo muy obvio, lady Stark… —explica Rhaegar, paseándose por la tienda—. No podía coronar a mi esposa (que los dioses la bendigan) delante de todos porque sería lo incorrecto…
Elia lo mira, incrédula. Lyanna mueve la cabeza, sin dar crédito a sus oídos… ¡qué falta de respeto y consideración hacia su esposa, qué…!
—Las rosas con las que fabricaron la corona resultaron ser azules… ¡no del color que yo había pedido! —Rhaegar cierra los ojos y hace un gesto de dolor con las manos—. Así que os vi: a vos, noble dama, ataviada en un hermoso vestido azul, tan parecido al color de las rosas… ¡cómo iba a coronar reina del amor y la belleza a mi dulce esposa cuando lleva un vestido naranja y no azul! ¡Qué mal se vería! Estaba en mis manos el evitar aquel problema, mis señoras, y lo hice. Soy culpable, sí…
Mientras Rhaegar suspira y se lleva las manos al rostro en gestos exagerados, ambas se miran; es esa mirada que comparten las mujeres en presencia de los inusuales comportamientos de los hombres…
Nadie añade más, y ambas abandonan la tienda sin hacer el menor ruido. Rhaegar está convencido de haber salvado al reino de un desastroso espectáculo… y así le dejan creer.