Pecado.
Si hay alguna divinidad observando, ojala los perdone por su pecado.
Escucha la puerta abrirse.
No la despertó, es difícil dormir siendo consciente de lo que vendría en cuando la puerta se abriera.
Siente calor en el pecho.
Se incorpora de la cama con los codos y se muerde el labio a ver aquel dios griego entrar sólo con sus pantalones de pijama.
Dios, ¿Cómo puede tener esos músculos si hace años que dejó la academia de karate?
Él se acerca sin despegar su mirada de la de ella, encendiéndola más en cuando pone una rodilla en la cama.
—Ichigo.
Él no da una respuesta en palabras, siempre ha sido de acción.
En especial cuando es reciproco.
Roba su boca y en vez de rechazarlo, lo acepta con gusto, rodeando su cuello con los brazos, y abre su boca para que entre la lengua de su asaltante nocturno.
Le encanta la forma en cómo su cuerpo se apega al de él, la forma en cómo él la arrincona en la cama, como si fueran amoldados perfecto para estar juntos.
Cuanta ironía hay en ello.
—Ichigo. —Susurra apenas sus labios se separan por falta de aire. Sus jadeos se mezclaban, colisionaban.
Sus ojos de nuevo se encuentran y una vez más ella pide perdón por su pecado.
Por amarlo.
No pone objeción para que le quita el camisón y las bragas.
Porque no puede mentirse.
Lo desea tanto como él.
Sostiene sus mejillas y lo besa, con hambre, con anhelo.
—Orihime. —Dice ronco en su cuello.
Por fin. Por fin él se digna en hablar, en decir su nombre, y le encanta su voz. Desde la escuela le ha fascinado su voz, la manera en cómo le habla hasta para pedir algo tonto como un lápiz… o con deseo en sus besos… o con deseo mientras se unen sexualmente una y otra vez.
—Te amo. —Le dice, otra vez cruzando miradas, que vea que habla en serio.
Pero no hay nada que dudar.
Desde los quince años sabe que sus sentimientos son reales.
—Yo también te amo, Ichigo. —Le jura tomando su mano y lo apoya en su pecho para que sienta el latido frenético de su corazón. —Sólo tú provocas esto.
Y ardera en el Infierno por ello.
Arderán juntos.
Vuelven a besarse, con más hambre y necesidad. Sus piernas lo rodean en la cintura, negándose a que le quiten a su hombre y gime al sentir su pene ya erecto, rozándole su clítoris a pesar que el pantalón los separa.
—Quítatelos. —Le ordena con urgencia, queriendo sentirlo tan desnudo como ella.
Sonriendo socarrón, él le hace caso, aunque apenas porque no querían separarse mucho.
Cuando empiezan, no pueden separarse hasta culminar o morirán.
De nuevo sobre ella y la besa otra vez, luego se encarga de darle cariño a su cuello y Orihime responde rodeándolo otra vez con sus piernas, frotando otra vez sus sexos que termina soltando un par de gemidos, rogando que lo que pasa allí no se escuche en el segundo piso.
Ichigo une los senos y así puede enterrar mejor su cara en ellos, oliendo su aroma antes de agarrar un pezón con los dientes y con los dedos aprisiona el otro.
Orihime no puede hacer otra cosa que gemir, sin dejar de verlo mientras se muerde un dedo. Tiene miedo que se le escape un sonido fuerte de la garganta.
La tortura placentera parece que ha sido eterno hasta que por fin su hombre libera sus senos y se concentra en ir más abajo. Le agarra su pelo naranja, mismo color de ella pero más claro, al verlo cada vez más cerca en donde quería realmente que estuviera esa boca masculina.
Pero se lo salta, a propósito, sabiendo que soltaría un bufido de frustración e Ichigo sólo sonríe y le murmura que sea paciente.
Esto es en lo único en que no es paciente.
Él le besa los muslos y al oírla suplicar, le cumple su deseo. Besa su clítoris, oyéndola suspira, y entonces mete su lengua en el interior de su vagina y la hace gritar bajo.
—Cuidado Orihime o despertaras a Kazui.
Oh, qué hombre cruel.
Vuelve a meterse en su coño y Orihime tiene que callarse mordiéndose los labios mientras sus piernas rodean su cabeza y sus manos, agarrando el pelo de su hombre, como si así pudiera meterlo más adentro. Los dientes también participan, rozándole el clítoris como su dedo pulgar y eso la vuelve loca.
Y todavía no tiene su pene ahí dentro.
—Me… vengo…
—Hazlo… córrete para mí Orihime.
Mordiéndose el dedo y arqueando su espalda, siente como su orgasmo le sacude todo su cuerpo.
Se siente en la gloria.
Jadeando, cierra sus ojos y al abrirlos, encuentra los de Ichigo.
Lo agarra de la nuca y lo atrae para besarlo.
—Hazme el amor, Ichigo.
—Hasta que me muera.
Una lágrima cae por su declaración.
¿Cómo no amarlo?
Se vuelven a besar, con amor e intensidad. Las manos de Ichigo acarician su piel hasta llegar al trasero, se lo agarra firme y así puede guiar su pene al interior de Orihime.
Ambos gimen de placer, contentos de estar unidos por fin.
De ser sólo un ser.
Orihime rodea su cintura con sus piernas e Ichigo aprovecha la oportunidad para tenerla bien sujeta entre él y el colchón. Agarra sus manos delicadas, entrelazan sus dedos y las apoya sobre la cabeza de Orihime.
—Te amo Orihime.
—Te amo Ichigo.
—Te amo… aun cuando no debo.
—Shh… yo también pequé. —Otra lágrima. —Caeremos juntos.
Y con otro beso Ichigo empieza a mover sus caderas, primero con suavidad porque extrañaba estar dentro de ella desde el primer segundo que salió.
Aumenta la velocidad y Orihime jadea más fuerte que debe callarla con un beso. Ambos ocultan su necesidad de expresarse oralmente con besos.
No deben oírlos en el segundo piso de la casa.
Es una regla.
O serán castigados.
Sus dedos presionan más la mano del otro, de seguro él más que ella, pero el dolor no importa. Es otra señal de lo unidos que están. De que se aman. Que no quieren soltarse.
Ella quiere más fuerte, más profundo, porque así están más unidos. Él lo sabe y la cumple, la embiste con tanta fuerza que podía llegar a su útero, Orihime lo sabía.
Pensar que han estado así desde los quince años y aquel fuego y amor no se apaga.
Sólo crece más.
Se necesitan más para respirar. Para vivir.
Ichigo consigue que tenga otro orgasmo, de esos que le hace ver las estrellas y capaz de sacudirle su cuerpo de placer como si le dificultara respirar.
Y otro.
Y otro.
Y otro.
Y ya en este él se digna por fin a correrse con ella, en invadirla no sólo con su pene, sino también con su semen. Es tanto que no alcanza estar todo allí, se puede ver en la unión de sus sexos como sale aquel líquido blanco a chorros y ensuciar todo a su paso.
Y está noche han pecado otra vez.
Ella despierta.
Sola.
Se levanta y se viste con la misma ropa de ayer, ya se cambiara luego de preparar el desayuno.
Ya en la cocina empieza a preparar el desayuno.
Incómoda se frota un seno.
A pesar que Ichigo le ha sacado mucho anoche, los sigue sintiendo pesados de lo llenos que están.
Una vez deja todo listo, sube las escaleras y ya en el segundo piso, escucha un llanto.
—Ya voy Kazui. —Dice aun sabiendo que un bebé de dos meses no le puede responder.
El cuarto del bebé tiene la puerta abierta y no tarda en encontrar a su hijo de cabellera naranja llorando por hambre.
—Ya, ya. —Lo toma entre sus brazos. —Tu mamá ya está aquí.
Sonríe amorosamente de esa carita llena de ternura e inocencia.
Deja un seno libre y apenas acerca al bebé, éste empieza a chupar y alimentarse, provocando otra sonrisa en su madre.
Hasta ahora no enseña ninguna dificultad.
Y espera que sea así.
O la mataran junto a Ichigo.
¿Y qué harán con su Kazui?
El sólo pensarlo la aterra.
—Tu madre te va a proteger.
Sus ojos la miran un segundo, como si la entendiera, y los cierra ya calmado de tener su leche.
—Orihime.
La voz de su marido.
Voltea y lo ve arreglarse la corbata.
—Ya de temprano con hambre nuestro Kazui, ¿Eh?
—Buenos días Tsukishima. —Saluda manteniendo la sonrisa de una esposa amorosa.
—Buenos días… este resfriado me está matando pero no puedo faltar al trabajo.
—Lamento no poder ayudar.
—No te disculpes, ya haces mucho por la casa y cuidando a nuestro hijo… como muero por acercarme pero no quiero contagiarlo.
—El desayuno está listo por si te quieres adelantar.
—Gracias… lamento que tengas que dormir abajo mientras estoy con gripe.
—Oh, no te preocupes. Es obvio que no puedo enfermarme o nadie estaría para darle leche a Kazui… ¿No?—Pregunta viendo al pequeño.
Kazui ya está durmiendo y Orihime lo deja con cuidado en la cuna.
Escucha otra puerta abrirse, la única que falta por estar abierta.
La del baño.
Y ahí debe estar saliendo él.
Su hombre.
Con una toalla sobre su cabello naranja, jeans y una camisa.
Por un segundo se quedo sin aire.
—Buenos días Ichigo.
—Buenos días Tsukishima… ¿Kazui está bien?
—Sólo tenía hambre, pero su mamá vino al rescate.
Orihime sonríe ante el elogio, pero por dentro le corroe la culpa.
—Gracias por dejarme quedar en tu casa en lo que terminan de fumigar mi departamento.
—Es obvio que íbamos a dejarte, te sale más a cuenta por tu trabajo en la escuela… y si no te dejaba, Orihime me habría matado… ella te ama más que a mí. —Bromea.
Oh, cuánta verdad ha dicho y no se ha enterado.
—Buenos días Orihime.
Y aquí se rompe la fantasía y regresan a la realidad.
Debe saludarlo como corresponde.
Como lo ha hecho desde que tiene consciencia.
—Buenos días Ichi-nii.
Ichi-nii.
Su hermano mayor.
Y padre de Kazui.
—Bueno, vamos a desayunar. —Dije Tsukishima ya bajando al primer piso.
Apenas se aseguran que allí se queda, Ichigo la toma de las mejillas y la besa.
Su mayor pecado es enamorarse de su hermano.
¿Y lo peor? No se arrepiente.
—Buenos días Orihime.
—Buenos días Ichigo. —Lo besa, apegándose a su cuerpo. —Buenos días mi marido.
Ante el mundo es Shuukurou Orihime.
Pero en su cuerpo, en su alma, en su corazón…
Ella es Kurosaki Orihime.
No por nacimiento.
Sino por ser la esposa de Ichigo.
—Te amo. —Susurran al mismo tiempo su pecado.
FIN.