El hombre sin rostro

La calles son un lugar aterrador cuando eres pequeño. Pero son aún más aterradoras cuando a parte de ser pequeño, estás solo. Hay tanto ruido y tantas personas. Veo enormes edificios que desaparecen entre las nubes y un mar de abrigos grises. Las personas pasan a mi lado, empujándome y pisándome y cubriéndose con paraguas negros que parecen murciélagos gigantes. El mundo se ve tan grande desde aquí abajo. Pero prefiero estar aquí y no en casa. No camino muy lejos, solo hasta la esquina donde está la tienda de juguetes. Me gusta este lugar aunque nunca he estado adentro. Me detengo cerca de la entrada, donde no molesto a las personas y donde la lluvia no moja tanto. Me asomo a la ventana. Hay tantos juguetes… de todos los tamaños y colores y se puede oír la música hasta aquí afuera. Veo a otros niños entrando a la tienda acompañados por sus mamás. Yo estoy solo. Pero quisiera ver. Quisiera ver qué hay adentro. Aunque sea solo una vez.

Empujo la puerta de vidrio con cuidado, abriéndome un pequeño espacio para poder entrar. Aquí ya no hace frío. Me detengo. Hay tantos, tantos juguetes. Autos y pelotas, libros y muñecos. Cerca de la caja también hay dulces y chocolates.

Camino lentamente por los pasillos, mirando todo lo que hay a mi alrededor. Me detengo delante de los estantes donde están los peluches. Hay osos y conejos y otros animales que no conozco. Me gustan los conejos, tienen orejas largas. Se ven muy suaves, pero no me atrevo a tocar nada. Solo los miro.

Siempre quise tener un juguete, uno solo. Si pudiera escoger uno, sería un muñeco. Ni siquiera necesito que sea uno grande. Puede ser pequeño, como yo.

Los estantes son tan altos. Casi llegan hasta el techo. Levanto la cabeza para poder mirar. Y allá arriba, entre todos los animales de peluche, veo un muñeco diferente. No es un animal. Me acerco con cuidado y me tengo que parar de puntas para poder verlo bien. Apoyo mis manos sobre la repisa. Es un payaso! Tiene el cabello verde y su ropa es de color rojo. Estiro mis brazos para poder alcanzarlo. Lo tomo en mis manos. Su boca está pintada de rojo y me sonríe. Paso mis dedos por su cabello. Es suave. No es muy grande. De hecho cabe perfecto entre mis brazos.

De pronto alguien me jala del brazo.

- Dónde andabas?

Es mamá.

- Regresa eso a su lugar! Sabes que no tengo dinero.

Pongo el muñeco de vuelta en la repisa. Mamá toma mi mano y me lleva hacia la salida. Yo trato de resistirme. Quiero quedarme aquí.

- Vámonos! - dice mamá enojada.

Me toma del brazo y me jala con fuerza. Me asusta y me lastima. No quiero ir de vuelta a casa. No quiero. No me gusta cuando él está ahí. Tengo miedo y me pongo a llorar.

- Deja de llorar y vamos a casa!

La señora de la caja ha visto toda la escena. Se acerca a nosotros y pone una mano sobre mi hombro. Levanto la vista. En sus manos sostiene al payaso que estaba mirando hace un instante. La miro asustado. Seguro me regañará por haber tocado el juguete sin su permiso.

- Por qué lloras, pequeño?

No logro decir nada. Pero ella me mira con una cara amable.

- Te gusta este?- pregunta.

Asiento con la cabeza.

- Quieres llevarlo contigo?

- Mhm.

- No tengo dinero para comprar nada, señora. Ya nos íbamos. Vamos, Arthur!

- No se preocupe.- le dice la mujer y se inclina hasta estar a mi altura. Me seca las lágrimas y sonríe.

- Te llamas Arthur?

- Si señora.

- Si te regalo al señor payaso, prometes ya no llorar?

- Mhm.

La mujer me entrega el muñeco y lo abrazo fuerte contra mi pecho.

- Es tuyo.- me dice y acaricia suavemente mi cabeza. - Ahora ve a casa con mamá, de acuerdo?-

Mamá tira nuevamente de mi mano y me lleva hacia la puerta. Volteo para ver a la señora.

- Gracias…- murmuro.

Esa noche me duermo feliz. Me siento el niño más afortunado del mundo. Por fin tengo un amigo.

A veces los recuerdos son muy claros, como éste. Aparecen de pronto sin que los invoque. Me acordaba de mi juguete, pero no me acordaba de cómo llegó a mí. Siempre pensé que Penny debió dármelo. Ahora veo que no. Pero no todos los recuerdos son claros. Muchas veces son solo fragmentos, pequeñas piezas sin contexto. Intento reconstruir mi memoria, pero es como intentar armar un rompecabezas al que le faltan demasiadas piezas.

De todas las cosas que no termino de reconstruir, hay una en particular que me atormenta y me mantiene despierto incluso cuando trato con todas mis fuerzas de dejar de pensar. Hay una cosa que me persigue y me tortura. Es la cara de aquel hombre. La cara de ese demonio al que mi mamá traía a casa, es algo que se ha borrado por completo de mi mente. Cuando intento recordar los momentos en que me escondía de él, logro oír sus gritos, siento sus pasos y veo sus zapatos. Pero cuando miro hacia arriba no logro ver su cara. Sus facciones se pierden detrás de una especie de neblina y sin importar cuanto lo intente, no puedo ponerle un rostro a la voz que aún me sigue atormentando más de veinte años después.