El frío que quemaba dejaba de ser un problema, la sangre caliente que provenía de mi interior comenzaba a arroparme, yacía ahí, en aquella cama de nieve, que comenzaba a teñirse de carmín, maldiciendo a aquel joven que había logrado atravesar mi abdomen repetidas veces con aquella arma de caza.ñ.

-¡Le e dado!.- gritaban a lo lejos, esas voces que durante tanto tiempo me habían causado dolor de cabeza, mientras los ladridos de los canes de caza se aproximaban aún más pronto.

Tratar de levantarme ya era inútil. Mis piernas dejaban de responder y mi vista se tornaba borrosa. Un dolor agudo me recordó que aún no moría del todo y al bajar la vista hacia donde provenía lograba visualizar al can que había llegado antes, llendo sobre mi muslo, agitando la cabeza mientras apretaba sus mandíbulas, como si de arrancar mi extremidad se tratara. Enseguida lo alcanzaron los demás caninos, y aldeanos se hicieron presente a mis alrededores. Mi boca entreabierta no emitía sonido alguno y aún así entre los ecos, logre distinguirlos. Los gritos de mi preciosa dama, suplicando que se detuvieran. Cómo si eso fuera a lograr que los 5 perros de caza que tenía sobre mi, desgarrandome se pararan en seco. Estaba tan débil que no podía siquiera girar la vista para mirarla por última vez. ¿Cómo demonios el gran Alastor había terminado de esta manera? El estúpido amor era la respuesta, oh, aquel veneno que volvía débil a cualquiera, me había atrapado a mi.

No me quedó más que imaginarla como aquella noche, en la que en aquel enorme jardín la mire tan inocente, mientras sus padres la encomendaban a mi protección.

Cerrando los ojos y aceptando aquel final que no había visto venir, mi último respiro se interrumpió por el disparo de aquel arrogante joven, que sin duda no tenía reparo. La sangre escurrió de mi frente, terminando de pintar todo mi cuerpo de aquel color tan llamativo.

Era inevitable.

Sonó aquel viejo despertador de mi buró, anunciando que el sol despertaba a un nuevo día. Enseguida me levanté a apagarlo, poniéndome de pie para mirar el espejo

-Buenos días chicos.- Cantorrie burlón a mi reflejo, que inmediatamente se comenzó a distorsionar. Bueno, a nadie le gustaba ser sacrificado y aprisionado. -Oh vamos, sonrían aún que sea un poco ¡Es un día nuevo!.- Respondí ante aquel intento de amenaza esbozando mi tan característica sonrisa mientras comenzaba a alistarme para ir a mi adorado trabajo.

Baje las escaleras de caracol para llegar al comedor, donde ya me esperaba un elaborado desayuno, sin embargo, solo tome una manzana y tome mi abrigo del perchero.-¡Niffty, querida!.- Saludé sonriente a la pequeña ama de llaves.

-Señor Alastor ¿De nuevo saldrá sin desayunar? .- Dijo casi en reclamo, así que me límite a despedirme con un ademán antes de salir por la puerta. Oh es que eran días difíciles, tenia que apresurarme a llegar antes al trabajo, las noticias terribles eran mi pan de cada día y me ponían ansioso de verdad ¡Adoraba ser el primero en enterarme! Iba tan sumido en mis pensamientos, que no me había percatado del escándalo que me rodeaba hasta que unas gotas de inconfundible líquido rojo casi mancharon mis zapatos. Cómo si de algo normal tratara, solté una leve risa y mire frente a mi al dueño de aquella lluvia carmesí

-Ayudeme, por favor…- Oh pero si era un oficial de policía. Sólo le mire con mi sonrisa apartándome un poco mientras alzaba una ceja ¡Claro! Lo había olvidado. El pueblo se había revelado contra el alcalde querían lincharlo a él y a su familia. -Oh los Magne.- Dije por lo bajo, borrando mi sonrisa ¡Cómo demonios lo había olvidado! Después de todo, me habían pagado anticipadamente. Oh Alastor, solo tú le puedes restar importancia a un asunto de vida o muerte como este. Sin pensarlo dos veces me abrí paso entre la multitud. Quienes me reconocían se hacían a un lado por si solos, sabían que a este locutor no le gustaba que la gentuza lo tocara. Entre los gritos de los manifestantes sobresalió la voz de un guardia de seguridad que me nombró abriéndome paso atrás vez de las cintas amarillas, para llegar a una reja de seguridad.

-Alastor, debiste llegar por la puerta trasera.- Me dijo a regañadientes aquella elegante chica que trataba de cubrir su identidad con un saco y gafas

-¡Oh Molly! ¡Que gusto verte!.- respondí alegre, pero ella rápidamente me empujó hacia el portón haciéndome entrar, borre mi sonrisa y la mire molesto, odiaba que se tomará tantas libertades conmigo. Caminamos a paso rápido al jardín trasero, donde una llorosa señora Magne sostenía en brazos a aquel hombre que ahora perseguían , por relacionarlo con la familia de mafiosos del pueblo, a la que por supuesto pertenecía Molly. Se le miraba débil, al parecer habían seguido mis instrucciones al pie de la letra. Me acerque un poco más con un toque de seriedad en mi rostro, cosa que se esfumó de inmediato cuando el señor Magne gruño al verme.

- ¡Alastor,hicimos un trato!.- Dijo con dificultad, se le veía débil. La sangre le escurría de la boca mientras Lilith, la señora Magne lo abrazaba contra su pecho, como si eso fuera a evitar su muerte. Las cosas se habían puesto feas en el pueblo y ahora pedían su cabeza y la de su familia. El secreto a voces del brujo del vudú les había echo correr a mi, el señor Magne, desesperado, me entregaría su alma, a cambio de proteger la vida de sus dos mujeres más amadas.

Le mire con una sonrisa mientras ladeaba la cabeza.

-Oh señor Magne… lamento informarle que no puedo ocultarle dos almas a los espíritus a cambio de solo una alma.- Dije en un tono burlón, fingiendo lástima mientras me ponía en cunclillas para hablarle a su altura. El pobre hombre, recargado en el pecho de su esposa, se atragantaba con su sangre.

-Alastor este no era el trato… e tomado el veneno que me diste, dijiste que cuidarías de Lilith y de mi hija…- dijo en apenas un susurro mientras desviaba la mirada, estaba tan débil que ni si quiera podía gritarme. Me enderece y mire a Lilith desde lo alto.

-Querida, si fuera tu, seguiría su mismo camino.-. Dije en un tono de voz bajo, casi dulce. No podía hacer mucho por las dos mujeres, no las estaban casando unos simples mortales, ya mis amigos del más allá me habían advertido, que detrás de esto había magia negra también.

La mujer me miró arrugando el entre cejo, como una leona furiosa mientras sostenía a su moribundo marido en brazos, quien ya no emitía más que quejidos muy bajos. De manera gentil, acarició la mejilla del hombre, para después depositar un ligero beso en su frente, en señal de despedida, lo recostó en el césped quitándole aquel sombrero de copa que adornaba su cabellera rubia. Apreté la boca tratando de no sonreír, era lo mínimo que podía hacer ante aquel momento.

.-Alastor, es está vida te burlas tu, pero en la próxima serás tú quien sufra.- dijo mientras sacaba una daga, que sin inmutarse la clavo en su propio pecho, dejándose caer junto al cuerpo de su amado. Sus palabras no tuvieron sentido para mí, así que decidí no darles importancia. De mi cinto saque una daga con un mango de madera y adornada con un pequeño rubi y sin pensarlo mucho, me incline a proceder a tomar sus corazones. Y pensar que está mañana creí que llegaría temprano a mi trabajo, maldita sea, debía avisar que tal vez ni si quiera llegaría el día de hoy.

Me quite los guantes para tomar los corazones y meterlos en una pequeña bolsa de tela que siempre llevaba conmigo. Una lástima que está familia terminara de esta manera. ¿Quién era el otro brujo que había actuado en su contra? Eso me llenaba de curiosidad. Limpie mi daga con mi lengua, haciendo que la sangre de los cuerpos se evaporarse, convirtiéndose en humo rojo, que entró a mi boca y ojos de manera rápida. Con eso debía bastar para proteger a aquella niña por la que estos dos se habían vuelto seres debiles. Me adentre al gran jardín, siguiendo el sonido de un llanto ahogado, encontrándome con ella.

Sin duda era hija de Lilith, su cabellera rubia y larga combinaba a la perfección con su blanca piel y sus rosadas mejillas, se veía apetitosa.

No pude evitar sonreír al imaginar su sabor, pero no iba a eso. Caminé hacia ella en pasos lentos , sacudiendo mi saco del polvo y limpiando una gota de sangre con mi pulgar de la comisura de mi boca. Al llegar a aquel rosal en el que ella se abrazaba a si misma con los ojos cerrados, me puse los guantes de nuevo, para tocarle el hombro.

-Es hora de irnos querida.- Susurré con una sonrisa leve. La chica de inmediato se me abalanzó abrazándome por el cuello. Oh no, odiaba este tipo de contacto fisico. Parecía que ella sabía que venía a ayudar, no encontraba otra explicación a esa horrible reacción física.

De manera sutil retire sus brazos con una risa incómoda y arrugando un poco la nariz. Ella solo me miró con los ojos llorosos.

-Si no te apresuras serás comida de can.- Dije en un tono burlón mientras le ofrecía un pañuelo. No le había echo gracia mi comentario, su cara lo mostraba. Se puso en pie y la tomé de los hombros por detrás, para cubrirla con mi gabardina y en un chasquido de dedos, desaparecer de ahí.

De un brinco, se despegó de mi cuerpo, cayendo al suelo, quizá mi aroma a sangre no era tan grato para ella. Le mire sonriendo. -Linda, está será tu habitación de ahora en adelante. No podrás salir hasta dentro de unos días, que se calmen las aguas.- Ni si quiera me miraba. Ah, así era mejor, pronto encontraría alguna tarea para mantenerla ocupada a diario.

-Señor Alastor...-dijo en un tono muy bajo, mientras se ponía de pie.- No entiendo..-Se acerco a mi mientras secaba sus lágrimas. -¿Por qué no pudo ayudar a mis padres?.

Le mire entrecerrando los ojos, buscando una manera de explicarle las cosas pero no encontraba la indicada, era como querer explicarle a un chimpancé lo que es la astronomía.

-Querida, tus papás se sacrificaron para protegerte, ahora solo preocúpate por mantenerte viva y por complacerme, ahora eres de mi propiedad.- Le Susurré acariciando su mejilla, era bastante suave. Tenía bastante sin satisfacer mis deseos humanos y pecaminosos, pero no era el momento. No podía devorarla, no ahora, ese no era el trato, y como yo soy un hombre de palabra no podría romperlo. Salí de la habitación sin decirle nada más, dejando atrás a esa niña confundida. Era incómodo, no tenía ganas de que me arruinara este espléndido día.

Camine a la sala, y de la pared tome mi bastón, para darle golpes rítmicos a la misma. Casi de inmediato se formó un agujero con llamas en su interior.

-¡Buenos días compatriotas, es un excelente miercoles! ¡Justo a mitad de semana, y e venido a intercambiarles dos almas in-cre-i-bles!.- En un ademán veloz saque la bolsa de tela con ambos corazones.-¡¿Apetitosos, no es así?! Ja!.- Las llamas se avivaron, respondiendo a mi animada pronta propuesta. -Solo les pediré una cosa! Una insignificante! La niña Magne se queda conmigo!.- Mi sonrisa titubio por un momento al tener de respuesta un rojo fuego vivo amenazante, después de todo, soy un humano, un simple mortal.

Di dos pasos atrás y relaje mi rostro, regresando a mi compostura. -Oh vamos, son los corazones de Lilith y Lucifer Magne! Para algo te deben servir.- Dije retirando mi guante para poder tomar los corazones en mis manos y dejando caer mi bastón. -Ademas, mis sombras ya me dijeron que estás haciendo tratos con otro! Es indecente ofrecerte le a dos hombres a la ves.- Las llamas me mostraron la imagen de un chico joven, vestido con una gabardina verde con negro, pero solo le reste importancia lanzando ambos corazones al fuego .-No se encariñen mis diabólicos amigos, por que encontraré a ese otro brujo y le arrancaré el corazón de una mordida.- El fuego desapareció junto al agujero de la pared, cerrando se mientras le daba la espalda. Sonreí de manera tranquila, sentía como me volvía mas fuerte, pero junto a ese poder, también me inundaba una nube de deseo de terminar con la vida de la chica por igual, una familia completa como sacrificio…- Suspiré imaginandolo, entonces escuché un golpe sordo, proveniente de la habitación de la dulce Charlotte .

-¿Qué necesita un hombre para tener tranquilidad en su propia casa?.- Dije en voz alta, pero era obvio que Nifty no estaba en esos momentos. Hice un chasquido con mis dedos tratando de aparecer en la habitación, pero no funcionó. Rodé los ojos con fastidio y camine hacia el segundo piso tarareando una melodía espléndida que justo el día anterior había escuchado, con mi sonrisa relajada, abrí la puerta.

-Dejame salir de aquí, tu, maldito pedófilo!.- Alce una ceja y me eche a reír ante tal reclamo.

-Oh no linda, eso no. Podré ser brujo, caníbal y hasta distraído! Pero pedófilo no! Además, no es mucha la diferencia de edad, solo unos 10 años, quizá.- Respondí divertido sin perder la compostura, pero eso a mí parecer la había molestando, ya que en un rápido movimiento, saco mi daga de su funda y se dirigió a mi yugular. Sin dejar de sonreír y con calma, tome de su muñeca y la alejé un poco.

-No con esa daga querida, si esa daga me toca, los dos estaremos muertos en menos de un segundo! Harás enojar a mis amigos y ninguno de los dos quiere eso. JAJA.-No pude evitar reír, me causaba gracia que quisiera acabar conmigo. Confundida dejo caer la daga y caminó hacia atrás.

-Se supone que tú le ayudarías a mis padres a mantenerme a salvo! No a tenerme prisionera!.- Ah, Charlie, que graciosa era su apariencia molesta, me recordaba a una tierna anciana tratando de lucir amenazante.

-Querida, la puerta no la cerré con llave, ni si quiera intentaste abrirla, nadie te tiene de prisionera.- Le contesté burlón acercándome, mientras ella seguía retrocediendo.

-Ah.. aún así, te ordeno que me digas que está pasando!.-me miró nerviosa.- Por favor?.-Añadio con miedo al ver qué la pared le impedía alejarse de mí. Agrande mi sonrisa, sintiendo como mi mirada se afilaba. Me detuve cuando me di cuenta de que si avanzaba mas, la chica chocaría con mi pecho, su estatura era bastante baja. Me incline y mirando su rostro reí divertido.

-Querida, por que tanto miedo? Solo quiero invitarte a cenar.- Termine aquella divertida charla dándome la vuelta. Error. La pequeña rubia aprovechó para abalanzarse sobre mi espalda, tomándome del cuello. Mi expresión paso de diversión a sorpresa e incomodidad. ¿El pequeño mono rubio estaba tratando de asfixiarme?.

- Maldito fenómeno! Tu deberías obedecerme a mi! Mis padres pagaron para eso!.- La pobre no podía estar más confundida. Sin dudarlo, con la mano que tenía descubierta, sin mi guante le tomé el antebrazo, clavándole mis uñas, para después levantarla como si de un muñeco de trapo tratara. La levanté lo suficiente para quedar cara a cara con ella.

-Escucha bien querida, yo no soy sirviente de nadie. Debiste haber entendido mal lo que tus padres llegaron a decirte sobre nuestro trato, pero mi deber no es enseñarte del mundo de la magia negra y del más allá. Ahora, debo dejarte algo en claro. No deseo que me toques, ni tú ni nadie debe de tocarme, no soporto el contacto fisico, lo repudio.- Sentía los músculos de mi cara doler por mi sonrisa. – Hay un pacto de sangre que reafirma que eres de mi propiedad, y yo cuido muy bien lo que es de mi propiedad, aún más siendo tu una huérfana, no pienso llevar las cosas de manera desordenada contigo si tú, sigues al pie de la letra mis reglas.- Una mueca de dolor en su rostro me hizo volver en mi, había olvidado mi fuerza, le lastimaba el brazo. Solté mi agarre dejándola caer al suelo, para después ofrecerle mi mano.

-Me gusta la formalidad querida, eso es todo. – Le ayude a levantarse cuando temerosa tomo mi mano.- Soy más fuerte que tú, más listo que tú, y por qué no, mucho más grande en todos los sentidos.- Enfatice lo último en un tono juguetón sin dejar mi sonrisa. -Cualquier intento por dañarme saldrá contraproducente para ti. Le mire con lástima, oh pobre criatura, pagando por los pecados de sus padres, en este mundo inhumano, totalmente despiadado, se acababa de encontrar a la deriva, lo mejor sería que intentaste llevar las cosas en paz conmigo, después de todo la estaba protegiendo.

-Señor… Señor Alastor.-Dijo en apenas un murmullo caminando hacia mi.

-Alastor querida, dime Alastor.

- Alastor, no entiendo muy bien que es lo que está pasando.- dijo con lágrimas en los ojos.- Pero quizá es un mal entendido, quizá se pueda arreglar. Si hablamos con el pueblo y yo..

-No querida, es inútil, esto va más allá de los problemas comunes que se arreglan con charlas.-le interrumpo.-Lo mejor, será que te escondas por un tiempo, la raza humana cada vez se vuelve más salvaje, más sedienta de sangre.- Contesté mirando por una de las ventanas hacia afuera sonriendo.

-Mi prometido me buscará! El puede ayudarnos! .- Replicó aún con esperanza en su mirar tirando de mi gabardina. Mi sonrisa se torció un poco, está niña no estaba entendiendo a qué me refería con el contacto fisico.

-Charlotte, char, Charlie, Charlotte… podrías solo aceptar lo que ya te he dicho y dejar de darle vueltas al asunto? Te quedarás aquí hasta que se calme el alboroto de afuera. -Tome su mano que jaloneaba de mi ropa con ambas manos quedando frente a ella.-Y mantén estas pequeñas manitas escurridizas tuyas en su lugar, Ja! Lejos de mi, ok?.- Asintió con la cabeza soltando mi agarre.

La noche llegó pronto, yo me había quedado unas horas en la biblioteca de mi casa leyendo algunas cosas interesantes, mientras Charlotte estaba con Niffty, mi fiel ama de llaves que había vuelto de hacer unas compras y ahora se encontraba enseñándole la casa a la pequeña y pobre huérfana rubiecilla .

Fui directo a mi habitación, había sido un día entretenido, no estaba cansado pero tenis mis horarios. Me prepare para dormir, doblando la ropa que había utilizado el día de hoy para depositarla en una canasta que se encontraba en el rincón de la habitación, para después usar mi pijama. En un chasquido de dedos, las luces se apagaron y me dispuse a dormir.

No solía tener sueños más que uno recurrente que me pronosticaba algo. Era un ciervo, en la nieve. Parecía que recién le habían cazado, que horror, esos animales tan puros siendo codiciados por la avaricia del ser humano. Y así pasaba toda la noche, mirándolo morir en la nieve, con sus cuernos rotos, sin poder emitir ni un sonido de dolor la criatura solo me miraba desangrándose.

Estaba ya sumido en los brazos de Morfeo, cuando sentí una calidez en mi mejilla. Que espanto. Abrí los ojos de golpe y vi esa figura al costado de mi cama, temblaba y la luz de la luna que entraba por mi ventana solo me permitía ver escasas partes de su rostro y de su cuerpo, que era cubierto por un camisón de seda.

-Al… Alastor…- Decía mientras me movía queriendo despertarme. Respiré hondo y gire mi cara hacia ella.

-Niña, no es bueno que una dama entre así a la habitación de un hombre a estás horas de la noche.- Dije apretando mi sonrisa algo impacientando .

-Si, lo se… es que yo..- Respondió sentándose en la orilla de mi cama con toda la libertad del mundo. Oh, y yo pensé que esto sería sencillo.- No puedo dormir… no puedo olvidar la imagen de mi madre llorando… Y mi padre …-Casi de inmediato sus lágrimas comenzaron a brotar. Me senté en la cama y encendí la lamparita de buró. La entendía en cierto punto, acababa de perder a sus padres, y bueno, ahora dependía de mi, sonaba magnífico para mi, pero no para ella.

-Querida, tranquila, no llores, no permitas que te siga viendo llorar! Ya no eres una niña, tienes dos décadas, no es así?.-Le mire con una sonrisa de fastidio, oh vamos, el sueño era vida y ella me lo estaba quitando. Pero tenía que ser paciente, tenía que ganarme su confianza, si no, nada saldría bien. Suspire cansado y rodé los ojos sin dejar de sonreír. -Debes estar fuerte, por que encontraremos al responsable de este desorden, te lo prometo.- La tome del hombro.- Te doy mi palabra de caballero, ahora por favor retiraré a tu habitación, no me conoces querida, que tal si fuese uno de esos hombres, que solo piensan en una sola cosa…-Dije en un tono insinuante mientras jugueteaba con un mechon de su cabello.

-En dinero?.-Respondio confundida, no pude evitar soltar una fuerte risa.

-Si querida, dinero. Ve a descansar, mañana será un largo día. Saldremos a buscar a ese prometido tuyo.-Mi miró con esperanza y secó sus lágrimas.

- Gracias Alastor!.- Chilló en un tono dulce para después darme un beso en la mejilla e irse. ¿ERA IMPOSIBLE HACERLE ENTENDER LO DEL CONTACTO FISICO? Rasque con desesperación mi mejilla dejándola roja, para después apagar la lamparita y volver a dormir.