AQUI LES TRAIGO MI NUEVA ADAPTACION ESPERO LES GUSTE

Los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer al final les digo el nombre del autor

((((((LA HISTORIA LE PERTENECE A ELISE MAYR)))))


CAPÍTULO DIEZ

Cuando Bella volvió de dar su paseo a caballo, vio un coche extraño aparcado frente a la casa. ¿Serían visitas de Edward? Comenzó a desensillar el caballo cuando uno de los vaqueros del rancho se apresuró a ayudarla.

—Gracias —le dijo ella, con una sonrisa—. ¿Sabe quién ha venido en ese coche?

—Sí. La abeja reina en persona —dijo el hombre. Al darse cuenta de que estaba hablando con una Cullen, apartó la mirada avergonzado—. Quiero decir que es… la señora de Carlisle Cullen.

—¿Esme? —preguntó Bella.

Se sintió como si hubiera recibido un puñetazo en el estómago. La impresión la dejó petrificada durante unos segundos. Entonces, sintió tal miedo por Natalie que salió corriendo hacia la casa.

Cuando Bella entró en el vestíbulo, vio a Billy rondando junto a la puerta del salón. Él se encogió de hombros en un gesto de disculpa, y señaló hacia la puerta de la estancia. Bella se acercó y vio a Esme, vestida con un elegante traje de lino blanco, presidiendo la escena ante una bandeja de té. Y frente a ella, Natalie estaba sentada en una profunda butaca, sosteniendo cuidadosamente en alto una taza de té, con una expresión asustada.

Con pasos seguros, Bella se acercó a su hija y le tendió una mano para que la niña le entregara la taza. Natalie se la dio con una sonrisa de alivio. Y entonces, Bella miró a su antigua suegra, cuyos ojos eran igual de fríos que una noche de invierno en Siberia. Sus miradas se quedaron atrapadas.

—Hola, Esme —dijo Bella, con una tranquilidad que no sentía—. Veo que has conocido a mi hija Natalie, que es demasiado pequeña como para beber un té tan fuerte, pero gracias —Bella dejó la taza en la bandeja y se quedó junto a su hija como un guardaespaldas dispuesto a entrar en acción.

—Bueno, por Dios, yo no quería hacerle ningún daño a la niña —respondió Esme—. Creo que nunca es demasiado pronto para aprender las habilidades sociales.

—Es cierto. Recuerdo que tú me enseñabas las habilidades sociales y aprovechabas para mortificarme a cada minuto. Sin embargo, puedo vivir con ello. Lo que me resulta más difícil de entender son algunas de las habilidades sociales que le enseñaste a tu hijo a los catorce años, como por ejemplo, el arte de servir martinis permitiendo que los probara. Después, a lo largo de su vida, hizo un buen uso de esas habilidades.

Esme se quedó blanca. Entonces, se le congestionó la cara.

—Delante de la niña no —dijo en voz baja. Miró a Natalie con una sonrisa forzada y le preguntó—: Cariño, ¿por qué no te vas a jugar un rato?

Natalie miró a su madre. Bella recordó que, con Esme, cualquier conversación podía volverse desagradable.

—¿Nos disculpas un momento, Esme? —Bella tomó la mano de Natalie y la llevó hasta la puerta—. Billy, ¿podrías cuidar a Natalie durante un rato? —le preguntó, con una mirada elocuente.

—Claro —respondió él. Tomó a Natalie de la mano y se la llevó hacia la puerta trasera.

Bella volvió al salón. Esme había recuperado la compostura. Estaba sentada, majestuosamente en la silla, con una taza de té en las manos.

—Veo que has conseguido colarte de nuevo en la casa —le dijo a Bella, sin preámbulo.

—No me he colado. Edward me invitó. Y ahora, ésta es su casa, no tuya. Tú eres una invitada, exactamente igual que yo.

—Yo no diría eso.

—Edward sí.

Bella observó cómo Esme abría mucho los ojos de la sorpresa, antes de que comenzaran a brillarle de furia. Apretó el asa de la taza con tanta fuerza que Bella pensó que iba a romperla.

Después, Esme miró a Bella de pies a cabeza.

—¿Acaso mi hijastro y tú se estan haciendo íntimos? ¿Es eso? Bueno, tienes bastante buen aspecto —admitió de mala gana, pero al segundo, su expresión se volvió despreciativa—. Para tu tipo. Tienes algo que parece que atrae a los hombres. Yo no lo veo.

—¿No? —le preguntó Bella con calma, sin dejar que su tono malicioso la afectara—. Sospecho que ese «algo» del que hablas, si es que existe, es algo que tú y yo tenemos en común, Emerald.

Esme miró a Bella como si la muchacha le hubiera echado un cubo de agua por la cabeza.

—Me llamo Esme, y tú y yo no tenemos nada en común.

—En el carácter y en la personalidad no, pero sí en nuestro pasado.

Edward me lo ha contado todo sobre ti, así que ya puedes dejar esa actitud de señora del castillo.

—¡Edward no tenía derecho a decirte nada sobre mí! —escupió Esme.

Entonces, esbozó una sonrisa despreciativa—. Ah, ya entiendo. Se lo sacaste en la cama, ¿verdad? Charlas de almohada.

Aunque Bella sintió que le ardían las mejillas, se mantuvo en calma.

—Vaya, vaya. Y mi nieta durmiendo en la habitación de al lado.

Bella tuvo ganas de quitarle la taza de las manos a Esme y tirársela a la cara, pero no lo hizo. En vez de eso, su cara se convirtió en una máscara inexpresiva. No podía permitirse el lujo de revelarle sus miedos a Esme.

—¿Por qué piensas que Natalie es tu nieta?

—Lo he sabido con sólo verla. Y por su edad. Y… —Esme hizo una pausa dramática—. Edward me lo dijo.

Bella se estremeció, y aquella reacción no se le escapó a Esme.

—Edward me lo dijo, y Edward no miente —dijo Esme, con una sonrisa triunfante.

—¿Te llamó para decírtelo? No lo creo.

—No me llamó él. Me llamó otra persona. Yo todavía tengo amigos en esta zona. Pero Edward no lo negó cuando lo telefoneé, hace un par de noches.

—¿Le dijiste que ibas a venir hoy al rancho?

—Le dije que quería conocer a la hija de Jasper.

—¿Pero le dijiste que ibas a venir hoy?

—No. ¿Pero qué más da el día que venga?

Edward no le había tendido una trampa. Al menos, no parecía que él supiera que Esme fuera a llegar inmediatamente al Diamond C. ¿Se habría quedado en el rancho si hubiera sabido que su madrastra iba a ir?

Bella quería creer que él se habría quedado para ayudarla a enfrentarse con Esme. Se lo había prometido, pero también le había asegurado que Esme no aparecería por allí en todo el verano.

—Natalie se parece a su padre, ¿verdad? —comentó Esme, con la voz entrecortada.

—Sí, se parece mucho —respondió Bella, con la ternura que siempre sentía cuando hablaba de su hija—. Bien, has dicho que querías verla. Ya la has visto — añadió.

Aunque no lo dijera, su expresión indicaba claramente que ya había llegado el momento de que Esme se marchara.

—No creerás que voy a contentarme con esta visita, ¿verdad? —le preguntó Esme—. Ni siquiera tú puedes ser tan ingenua. Ella es mi única nieta, y quiero que forme parte de mi vida.

—¡No!

Esme dejó la taza en la mesa y se puso en pie.

—He logrado lo que quería: ver a Natalie para estar segura de que es la hija de Jasper, y no un truco tuyo para sacarle dinero a la familia. Pero esto no es el final.

Volveré. Tengo derecho a visitar a mi querida nieta —le dijo.

Con una mirada final, se volvió y salió por la puerta, con cuidado de no acercarse demasiado a Bella.

Bella se acercó a la ventana. Cuando el coche de Esme se alejó, comenzó a recuperar el ritmo normal de respiración. Sin embargo, aquella leve sensación de alivio sólo duró unos segundos. Enseguida vio con claridad todas las implicaciones de aquel encuentro.

Lo que más temía había sucedido. Esme quería formar parte de la vida de su nieta, y ejercería una odiosa influencia sobre ella. Bella se estremeció. Y Edward la había vendido. Le había contado a su madrastra que Natalie era su nieta. Aquello era lo que más le dolía.

Pese a que Billy intentó calmarla y convencerla de que no se marchara, y que Natalie comenzó a llorar al saber que tendría que separarse del viejo vaquero, de Príncipe, de Nifty y de su tío Edward, Bella no cedió. Recogió todas sus cosas y las de la niña, las metió en el coche y, después de darle a Billy un abrazo fiero, dejó el rancho para siempre.

Aquella noche,Rose las recibió cariñosamente y no hizo preguntas hasta que Natalie estuvo en la cama. Después llenó dos vasos de té helado e invitó a Bella a sentarse con ella en el columpio del porche.

Cansada, Bella le contó a su prima lo que había ocurrido. Cuando terminó la narración, esperó a que Rose, que estaba muy callada, le diera su opinión.

—Vamos, dímelo —le dijo Bella—. Es evidente que no apruebas que me marchara de allí.

—No, no es eso, pero me pregunto si no habría sido mejor que esperaras a que Edward volviera a casa.

—¿Por qué?

—Porque él te habría ayudado con Esme, y…

—¡Ja! Fue él quien le habló de Natalie. ¡Me traicionó! Yo me enamoré de él, y él me traiciona —dijo Bella» y rompió a llorar. En el hombro de su prima, lloró hasta que no le quedaron lágrimas.

Al día siguiente, Bella se despertó con los ojos hinchados y se arrastró hacia el baño. Sin embargo, ni siquiera una ducha caliente y larga consiguió relajarla.

Se vistió y bajó las escaleras.

—Te has levantado muy pronto —le dijo Rose, observándola atentamente.

—¿Has conseguido dormir algo?

—Un poco.

—¿Qué te apetece desayunar?

—Nada, gracias. No tengo hambre. Voy al apartamento, a abrir las ventanas y limpiar un poco. Después me pasaré por el trabajo para preguntarle a mi jefe cuándo puedo reincorporarme.

—¿Y por qué no te tomas unas pequeñas vacaciones? Me dijiste que has ahorrado casi todo el dinero que ganaste en el juicio.

—Quiero tener ese dinero guardado. Además, cuando antes comience a trabajar, mejor. Tengo que mantenerme ocupada.

—Eso no va a conseguir que olvides.

—¿Olvidar qué?

Rose puso los ojos en blanco.

—A Edward. El hombre del que estás locamente enamorada.

—Yo no diría eso, pero sí diría que quizá estoy loca. ¿Cómo iba a explicar, si no, que me haya sentido atraída por otro Cullen? —Bella levantó la mano para acallar a Rose—. Por favor, dile a Natalie que volveré antes de cenar.

Después de lavar los platos de la cena, las dos primas volvieron a sentarse en el porche.

—¿He tenido alguna llamada?

Bella había querido hacer aquella pregunta desde las cuatro de la tarde. El hecho de que hubiera conseguido contenerse más de tres horas la agradaba.

Demostraba que aún tenía algo de control sobre su vida. ¡Ja!

—No. Todavía no —respondió Rose.

—Entonces, posiblemente no tendré ninguna. Él no va a llamar. Es evidente que Edward sabe que me ha traicionado.

—No te he traicionado.

Las dos mujeres se sobresaltaron. Bella saltó del columpio y se acercó a las escaleras del porche. Mirando hacia la oscuridad, dijo:

—¿Edward? ¿Cómo me has encontrado?

—¿Puedo subir al porche, Rose? —preguntó Edward, educadamente.

—No, no puedes —respondió Bella.

—¿Rose? —preguntó de nuevo Edward.

Siempre amable, Rose le pidió que subiera con ellas.

—No tan rápido —dijo Bella—. No has respondido a mi pregunta.

Edward no se detuvo, y Bella tuvo que apartarse del último peldaño.

—Fui primero a tu apartamento. Como no estabas allí, sabía que tenías que estar aquí. Natalie me había dicho el apellido de tu prima, así que no me resultó difícil encontrar su casa.

—¿Le sonsacaste esa información a una niña de cinco años?

—Yo no le he sonsacado nada. Cuando su tía y sus primos salieron en la conversación, Natalie me dijo el apellido. Yo me acordaba.

—¿Y ahora que me has encontrado, qué quieres?

—¿Tienes que preguntármelo? —inquirió Edward, sin dar crédito—. ¿Podemos hablar en privado en algún sitio?

—¡Yo no voy a ninguna parte contigo, Judas!

—Bella—dijo Edward, intentando contener su temperamento—. He hecho un largo viaje de vuelta al rancho, y ¿qué encontré? Que te habías ido de nuevo.

¿Es que no puedo marcharme sin arriesgarme a que te escapes?

—¿No te ha contado Billy lo que ocurrió? ¿No te parece que tenía razones para irme?

—No, no me lo parece.

—Perdonadme los dos —interrumpió Rose—. Me voy dentro. Tienen todo el porche para ustedes solos. Con el ruido del aire acondicionado, todas las ventanas están cerradas, así que nadie os va a oír, ¿de acuerdo?

—No —dijo Bella.

—Sí —replicó Edward—. ¿Es que tienes miedo de quedarte sola conmigo?

—No, claro que no. Oh, está bien. Entra en casa, Rose.

En cuanto su prima se marchó, Bella tomó aire para hablar.

—Tú sabías cuál era mi mayor miedo. ¿Y qué hiciste? Le confirmaste a Esme que Natalie era su nieta. ¿Y tienes la frescura de decir que eso no es una traición?

—Yo no sabía que ella seguía en contacto con la dueña del supermercado de Crossroads. Sue le habló de ti y de Natalie.

—Tú podías habérselo negado todo. ¡Pero no! Se lo dijiste alegremente. Ésta era tu oportunidad perfecta para vengarte de mí por abandonar a tu hermano.

A Edward se le acabó la paciencia.

—¡Ésa es una acusación ridícula! Escúchame…

—¿Ridícula? Yo no lo creo. Tú has dicho que la muerte de Jasper fue culpa mía.

—¡Bueno, pues estaba equivocado!

Aquello era lo último que Bella pensaba que Edward iba a decir. Ella se quedó sin palabras. Miró a Edward sin decir nada. El estaba demacrado y exhausto.

—He pensado mucho en el pasado. En todo. Si tú hubieras sido mía, yo habría ido a buscarte, pero Jasper no podía. Por muchas razones. Antes, yo no me daba cuenta de eso, o quizá no quisiera admitirlo porque entonces también tendría que admitir que yo tuve mucho que ver en la forma que se malcrió a mi hermano. Y también permití que Esme lo malcriara. Pero todo eso pertenece al pasado, y tal y como tú has dicho, no podemos cambiarlo.

—Entonces, si no querías vengarte de mí, ¿por qué le has dicho a tu madrastra que Natalie es su nieta?

—Bella, ¿de verdad piensas que podrías guardar el secreto para siempre?

Yo estoy asombrado porque ninguno lo averiguáramos antes. Mentir a Esme sólo habría servido para que se enfadara. Mentir no es la solución. ¿Es que no lo entiendes?

Bella se encogió de hombros. No quería admitir que él tema razón.

—Pero ¿por qué no me dijiste que había llamado? Eso es lo que no entiendo.

No me lo dijiste y te marchaste. Me dejaste para que me enfrentara a ella yo sola. A mí me parece que eso fue venderme.

—Yo no te he vendido.

—¡Ja! No te atrevas a…

Edward le puso la mano en la boca suavemente antes de apretarla contra su cuerpo y besarla.

Al principio, Bella se quedó demasiado impresionada como para resistirse.

Después, la dulzura del beso la invadió como un poderoso narcótico. Era Edward el que la estaba abrazando. Notó su sabor, sus caricias mágicas, su esencia seductora, y estuvo apunto de dejarse llevar. Sin embargo, en el último momento, su ira y su dolor pudieron más que todo aquello, y Bella se liberó de su abrazo.

—¡No! Aunque me beses, no vas a conseguir que me olvide de que me has traicionado.

—No te he traicionado. Lo que ocurrió fue totalmente inesperado. Te lo habría contado todo si no hubiera tenido que irme a mitad de la noche. Y tuve que irme tan repentinamente porque mi tía me dijo que mi madre estaba en el hospital.

Aquella revelación dejó a Bella sin palabras de nuevo. Cuando se recuperó, le preguntó:

—¿Has ido a ver a tu madre?

Edward se dio cuenta, animado, que la voz de Kaya era mucho más suave.

—¿Y qué ha ocurrido?

—La vi, y estuvimos hablando. Fue muy extraño… un hombre adulto que ve a su madre por primera vez. No es la bruja sin corazón que yo había creído durante todos estos años. Aclaramos muchos secretos, y nos perdonamos muchos pecados — le contó Edward. Se acercó a la barandilla del porche y se quedó mirando a la oscuridad.

Bella lo siguió y se puso a su lado.

—Me has dicho que estaba ingresada en un hospital. ¿Qué le ocurre?

—La han operado por un problema de vesícula. La operación salió bien, pero yo no podía irme hasta saber que ella estaba fuera de peligro.

—Claro que no. Nadie habría esperado que te marcharas, pero podías haberme llamado por teléfono para contarme lo que estaba ocurriendo.

—Me pareció que sería mejor decírtelo en persona. No tenía ni idea de que Esme saldría corriendo hacia el Diamond C. Cuando vivía en el rancho, le llevaba un día entero sólo decidir lo que iba a meter en la maleta para un viaje. Estaba seguro de que yo volvería antes que ella apareciera por allí. Te juro que lo último que quería era que tuvieras que encontrarte con ella a solas. Tienes que creerme.

A la débil luz del farolillo del porche, Bella observó la cara de Edward.

Quería creerlo con todas sus fuerzas. Quería confiar en él con todo su corazón.

Edward la abrazó y le clavó los ojos en la boca.

—Ni se te ocurra volver a besarme —le dijo Bella, pero la ira que había sentido se estaba desvaneciendo rápidamente. Sintió que su cuerpo se derretía contra el de Edward.

—Siempre estoy pensando en besarte. En mitad de una reunión de negocios, moviendo un rebaño, conduciendo, o en mi cama. Sobre todo, cuando estoy en la cama.

¿Quieres saber en qué pienso cuando estoy tumbado en mi solitaria cama?

—¡No! —Bella se estaba muriendo por saberlo, pero no iba a admitirlo.

— Lo que quiero saber es qué vas a hacer con respecto a Esme. Si tú me has encontrado aquí, ella también me encontrará, más tarde o más temprano.

—Tú no vas a quedarte en casa de Rose.

—¿No? ¿Y dónde vamos a estar Natalie y yo?

—En el rancho. Aquél es su lugar.

—Edward, habla en serio. Ése es el primer sitio donde buscaría Esme.

—Déjala —dijo Edward, muy ocupado en quitarle las horquillas del pelo a Bella.

—¿Qué dices? —le preguntó ella, intentando no prestarle atención a sus caricias.

—¿Es que no puedes ser lo suficientemente generosa como para permitirle unas cuantas visitas a su nieta?

—Si fuera eso todo lo que quiere, no me importaría, pero me temo que no es así. Quiere participar en la educación de Natalie, para enseñarle las «habilidades sociales», porque estoy segura de que piensa que yo no soy capaz. No la has oído. Ella…

—Bella, conozco el modo perfecto de impedir que intente jugar un papel importante en la vida de Natalie. Me sorprende que no se te haya ocurrido.

La voz de Edward se dulcificó y adoptó aquel tono aterciopelado que acariciaba los oídos de Bella.

—¿De qué modo?

Antes de hablar, Edward le deslizó la mano por la nuca. Quería sentir y ver su reacción al mismo tiempo.

—El matrimonio. Si nos casamos, nadie podrá decirnos cómo educar a Natalie.

Ni siquiera Esme —le dijo.

Entonces, sintió que todo su cuerpo se quedaba rígido de la sorpresa.

Después de unos cuantos segundos, durante los cuales Edward contuvo la respiración, ella habló de nuevo.

—¿Acabas de pedirme que me case contigo?

—Sí.

—Bueno, es muy noble por tu parte que quieras casarte para proteger a Natalie, pero…

—¿Noble? Demonios, no tiene nada de noble. Es cierto que quiero a mi sobrina, pero también deseo tener a la madre. Te he deseado desde el día en que volviste a aparecer en mi , estoy loco por ti. Tienes que haberte dado cuenta, porque no he podido disimularlo demasiado.

Ella se quedó mirándolo en silencio, con los ojos muy abiertos. Estaba claro que Edward tendría que demostrarle todo aquello con hechos, lo cual le vendría muy bien.

Al fin y al cabo, él era un hombre de acción.

Se llenó las manos de su pelo suave antes de reclamar su boca, de hacer que se derritiera contra él, de conseguir que sus labios se abrieran. Era toda dulzura y pasión, y le respondió pese a todas sus dudas. Él borraría aquellas dudas. La haría suya, de igual modo que él le pertenecía. La besó hasta que los besos amenazaron con acabar con su cordura y su control.

—Será mejor que me marche antes de que todo esto se me vaya de las manos.

Volveré mañana. Piensa en el tipo de boda que quieres. Que duermas bien —le dijo.

La besó de nuevo, saltó las escaleras del porche y desapareció en la oscuridad.

Bella entró tambaleándose en la casa, con el corazón acelerado.

Rápidamente, subió las escaleras. No podía ver a Rose, no podía hablar de lo que acababa de suceder.

Edward le había pedido que se casara con ella. Aunque fuera increíble, había sucedido. Bella se desvistió, se puso el pijama y se metió en la cama.

Tardó un rato en dormirse. Se movió y dio vueltas con inquietud. Edward quería casarse con ella, pero no había dicho lo más importante: «Te quiero». ¿Qué era un matrimonio sin amor? Cierto, ella lo quería, pero aquello no era suficiente. ¿O sí?

Aquella mañana, temprano, llamaron varias veces a la puerta.

Primero, para llevarle a Bella un desayuno especial, que incluía una botella de champán y zumo de naranja. Después, un enorme ramo de rosas que inundó de una exquisita fragancia el salón de la casa de Rose, y una enorme caja de bombones. Y, finalmente, fue el mismo Edward quien apareció en el umbral.

—Vaya, ¿tú no vienes con un lazo rojo? Todo lo demás que ha llegado esta mañana estaba atado con un lazo rojo —le dijo Bella.

Él sonrió.

—Si me prefieres con un lazo rojo, puedo arreglarlo.

Bella reprimió una sonrisa.

—Edward, ¿qué pretendes con todos estos regalos?

—He pensado que no te he cortejado adecuadamente. Nunca te he enviado flores ni bombones.

—¿Así que has pensado en compensarme de una vez?

—He pensado que empezaría esta misma mañana. No tiene sentido perder el tiempo. Bueno, ¿has pensado en lo que te dije anoche?

—No he pensado en otra cosa.

—Yo tampoco —le dijo Edward, y se sacó algo del bolsillo del pantalón.

— Antes de que se me olvide, tengo algo más que está atado con un lazo rojo —le entregó una pequeña cajita.

— Ábrela.

Ella abrió el paquetito con los dedos temblorosos y se quedó sin aliento.

—¿Te gusta?

—Es precioso.

—Como tú —Edward sacó el anillo de la caja—. Extiende la mano izquierda, Bella.

Sin decir una palabra, ella obedeció. Cuando él le puso el anillo de compromiso en el dedo, Bella murmuró:

—No tienes por qué hacer todo esto.

—¡Te equivocas! Tengo que hacerlo. Tengo que casarme contigo. Estoy seguro de que me has hechizado. No puedo vivir sin ti. Es tan sencillo como eso —dijo Edward, mirándola a los ojos. Y al ver que ella no decía nada, añadió—: Iba a pedirte que te casaras conmigo antes de que terminara el verano, de todas formas. La visita de Esme sólo ha servido para acelerar las cosas —Edward levantó la mano de Bella y se la besó. Después se la apretó contra la mejilla.

—¿Ibas a pedirme que me casara contigo?

—Claro. No iba a dejar que volvieras a Abilene.

—Pero nunca me insinuaste…

—No quería asustarte antes de tener la oportunidad de ver si te gustaba vivir en el rancho. A Natalie le encanta vivir allí, y yo creo que a ti también. ¿No?

Bella asintió. No podía hablar.

—Todo esto ha sido muy rápido…

—Lo sé, pero no soy paciente. El amor no es paciente, y yo te quiero.

—¿Qué has dicho?

Al ver su expresión de sorpresa, Edward le preguntó:

—¿No te dije ayer que te quiero?

Ella sacudió la cabeza.

—Si me lo hubieras dicho, me acordaría. Dijiste que estabas loco por mí, pero eso no es lo mismo que quererme —Bella le pasó los brazos por detrás del cuello.

—Y no mentí. Estoy loco por ti, Bella, pero también te quiero. Te prometo que te lo diré todos los días de todos los años que viva.

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas de felicidad.

—Yo también te quiero, y me encantará ser tu mujer —le dijo—, ¿Sabes una cosa que Natalie lamenta más que nada?

—¿Qué?

—Ser hija única. Ella quiere tener un hermano o una hermana. O las dos cosas. Nosotros llenaremos esa vieja casa de niños y felicidad —susurró Bella contra sus labios antes de besarlo, concediéndole su vida y su amor para siempre.

Fin.


MUCHAS GRACIAS POR SUS REVIEWS Y POR AGREGARLA A FAVORITOS ESPERO LES HAYA GUSTADO LA ADAPTACION