Capítulo uno

Todos creen que mi vida ha sido sencilla. Que el haber quedado huérfana, fue una condición de la cual debo estar siempre agradecida, pues me permitió ser adoptada por una honorable familia. Y no me mal entiendan. Amo a profundamente a mi padre Thomas y mi madre Eloise: "El señor y la señora Britter", pero, el hecho de ingresar a la alta sociedad con un estigma como este a tus espaldas —aún bajo la condición que me obligaron a memorizar— no fue fácil para mi. Hubo momentos en los que me sentí tan pequeñita e insignificante, como una hoja liviana que se desprende de un gran árbol en otoño. ¿Ubican esa emoción?. Pues bien, cuando esto sucedía, la memoria de aquel gallardo muchacho tocando su gaita, al que nombre: "Mi Príncipe de la Colina", siempre reconfortó mis penas.

Recuerdo perfectamente el día en que lo encontré…

Como todos los niños, fui tremendamente inquieta, y poco antes de ser adoptada, corrí —ya siendo un hábito— colina arriba para trepar uno de los altos abetos y así admirar la puesta de sol. Pero nadie me preparó para la escena que me toparía: "Un joven rubio tocando un instrumento, que hacía un ruido tan extraño, como si fueran caracoles arrastrándose". Lo miré por unos cuantos segundos. Él, ni siquiera notaba mi presencia, así que, con la curiosidad natural de mi edad me dedique a llenarme de su imagen, con su elegante vestimenta… ¡Parecía un príncipe!. Solo, que uno algo triste, pues aquella melodía, me hizo sentir nostalgia; la misma que erizó mis poros al perder a Annie, la tarde en que fue adoptada por la familia Legan.

En ese instante, algo en mi corazón se estrujó, me motivó para acercarme y preguntarle si se encontraba bien, más no pude hacerlo, pues, inmediatamente, otra voz se escuchó a lo lejos llamándolo; haciendo que aquel príncipe desapareciera ante mis ojos en un parpadeo. "Su padre" — Intenté adivinar.

De igual manera, decidí llegar a lugar exacto en donde segundos antes él había estado. Sólo pude ver a lo lejos, colina abajo, una lujosa limosina negra dejando una estela de polvo tras de sí. Di media vuelta, y cuando pensaba regresar sobre mis pasos, mis pies sintieron algo extraño. Para mi sorpresa, cuando bajé la vista, me topé con un hermoso broche con un águila dorada al centro y una letra "A" resaltando de ella en incrustaciones rojas. ¡Era el más precioso que hubiera visto en mi vida!. Entonces, lo guardé celosamente dentro de mi caja de tesoros, y desde ese momento… su recuerdo siempre fue el más bello e inocente amor infantil. Las subsecuentes semanas, regresé todas las tardes pidiendo al cielo mirar sus ojos de nuevo, pero, tristemente, eso nunca sucedió. Mi príncipe nunca volvió… Aunque sí lo hacía en mis sueños.

Pero no todo fueron desventuras. Como comenté hubo muchos "pros" en mi crianza. Y aunque nunca encajé por completo en el prototipo de "dama de sociedad" —que los estándares de la época dictaban—, los señores Briter siempre me apoyaron y motivaron para seguir mis sueños. Siendo ese el motivo que me llevó a estudiar enfermería a los dieciséis años.

Lo que siguió para una dama "algo subversiva" como yo, fue lógico.

Evidentemente, fui criticada por la mayoría de las personas. Sabía que siempre hablaban a mis espaldas, pero eso jamás mermó la convicción en mi interior; y el amor creciente hacia la profesión valía cualquier sacrificio.

Sin embargo, un buen día — y tras un desafortunado accidente— hice amigos de verdad.

¿Recuerdan a mi amiga Annie?. Bien, pues llegó al hospital Santa Juana donde yo estudiaba. —Y sí, el mundo es tan pequeño, pero tan pequeño, que, dentro de todos los nosocomios que existen en Chicago, tuve la suerte de que los señores Legan escogieran ese, o eso pensé inocentemente—. ¡Me emocioné tanto y tan genuinamente al volver a verla!. Recuerdo que en nuestra niñez éramos inseparables en el "Hogar de Pony" —el orfanato donde nos abandonaron—. Y aunque al principio, ella no se mostró muy amable en su trato,—lo cual supuse, era por el dolor que causaba la torcedura en su tobillo—, su novio Archibald sí lo fue, al igual que su hermano Stear Cornwell Andrew. Un par de jóvenes amables y sencillos —pese a su evidente estatus—, altos y bastante atractivos. Stear era moreno de ojos avellana y Archie rubio de irises azules. Congeniamos de inmediato.

Lamentablemente, pude percatarme —con el pasar de las semanas—, que el corazón de mi querida amiga había cambiado. Ahora se parecía mucho, al de sus hermanos adoptivos: "Eliza y Niel"—un par de chiquillos mal criados y egocéntricos, en palabras de mis nuevos amigos—, y aunque se mostraba amable en presencia de los hermanos Conrwell, cuando estos nos dejaban solas, no nos llevábamos muy bien que digamos. Realmente departíamos, cuando Stear y Achie nos invitaban a algún sitio juntas. Aun así, agradecí a la vida, por dejarme conocer personas tan especiales.

Sin embargo, hubo muchas ocasiones, en que los chicos fueron a visitarme —por su cuenta— a la casa de mis padres, solo para pasar el rato entre juegos de mesa, caminatas por el jardín, o discutiendo algún libro mientras tomábamos el té juntos.

Fue en una de esas entrevistas, cuando Stear, muy animado, me contó sobre la pequeña reunión familiar, que sus padres pensaban realizar en honor al cumpleaños de su hermano, en la casa de campo que tenían en el condado de Lakewood.

Recuerdo particularmente ese momento.

Íbamos caminando con mi doncella en dirección a una boutique para comprar unos guantes. El cumpleaños de la madre de Annie —la señora Sara Legan— se aproximaba, y Archibald quería tener listo el presente para la ocasión. "Te avisamos con un mes de anticipación para que puedas convencer a tus padres Candy. Recuerda que es todo el fin de semana", habían dicho con algarabía casi al unísono.

Pero como era de esperarse, fue terriblemente difícil hacerlo. No era bien visto que una señorita "altamente educada", asistiera sola a una casa ajena por tanto tiempo—aun con su dama de compañía— sin importar que ésta, perteneciera a una de las familias más importantes de todo el país.

Pero… ¿creen que eso me detuvo?.

Claro que no.

Puedo llegar a ser un tanto obstinada y persistente cuando lo amerita la ocasión. Aunque "Los Britter" tampoco son un "hueso fácil de roer".

Fue después de insistir vehementemente durante un mes, que finalmente otorgaron el tan anhelado permiso. Justo tres días antes de la fecha requerida. Así que, en cuanto escuché la frase: "Esta bien querida, puedes ir", corrí a mi cuarto para escribir una nota de confirmación. Prácticamente volé escaleras abajo, para encomendarle a Jacob —el mayordomo— llevarla a casa de los Cornwell. Ya saben, mas valía actuar rápidamente, por si se arrepentían.

El tiempo restante corrió, y en un parpadeo me encontraba llegando a casa de los Andrew en Lakewood — Evidentemente, con Dorothy a mi lado para hacer la respectiva guardia.

Estoy legítimamente feliz.

El trayecto no fue tan largo como lo esperaba. Traía conmigo una novela de Jane Austen, así que sumergida entre las frases del señor Darcy y Elizabeth Bennet, no hice caso del pasar de los minutos.

Decir que aquello era una "Casa de Campo" como la habían llamado mis amigos, era una total falsedad. ¡Por Dios es la mansión más grande que hubiese visto en mi corta vida!. Poco antes de llegar, entramos por un camino de rosas rojas y blancas perfectamente cultivado. Era tan largo que pensé que nunca terminaría, así que, sin más, me permití disfrutar de la suave caricia que provocaba el ligero viento primaveral sobre mis mejillas. Cuando Carson —el chofer de nuestra familia— paró el automóvil por unos instantes, para que la reja de entrada fuera abierta, mi curiosidad natural me obligó a mirar por el parabrisas. Fue entonces, cuando mis pulmones casi colapsan dejándome sin aire, y por poco hiperventilo debido a la ansiedad creciente que se acumulaba en mi cuerpo.

El escudo forjado de hierro frente a mi, era exactamente igual al broche que atesoraba desde niña…

Me tallé los ojos de manera instintiva muchas veces para cerciorarme que no estaba imaginando nada, y, al hacerlo, todo mi ser se estremeció al pensar que la vida, probablemente me estaba regalando la oportunidad de volver a ver a mi príncipe.

Los nervios recorrían mi cuerpo, dándome esa sensación de querer bajarme de inmediato. Pero debía controlarme, por lo que comencé a respirar lento y pausado, pues al paso que iba, estaba segura de que sufriría una crisis nerviosa en cuestión de minutos.

Cuando el momento llegó, con el mayor acopio de mi estabilidad emocional, esperé paciente hasta que fue tiempo de bajar.

Me repuse lo mejor que pude, no podía olvidar el motivo de mi visita. Creo que hubiera sido completamente descortés de mi parte, resaltar mi evidente interés para con aquel escudo y todo lo relacionado con el jovencito rubio de mi niñez. Así que por el momento me enfoqué en los rostros conocidos.

Stear y Archie estaban tan gallardos como siempre, enfundados en impolutos trajes de tres piezas en colores azul marino y celeste respectivamente. Pero lo más maravilloso, era la sonrisa abierta y sincera que siempre me regalaban al verme.

Rápidamente felicité a Archie por su cumpleaños número dieciocho, pero éste, aprovechando la oportunidad, plantó un fugaz beso en mi mejilla al agradecerme. Posterior a eso, solo pude observar el enojo contenido de una vieja dragona a modo de reclamo, diciendo: "Recuerda tus modales para con nuestra invitada, querido".

Su voz era aguda y sentenciosa.

Sí… efectivamente era una dragona reencarnada. No hacía falta convivir con ella mucho tiempo para percatarse de aquello, pues su semblante desdeñoso, así como la gélida mirada oscura que sostenían sus profundos ojos negros, tenían un claro letrero que decía: "No me agradas", pese a que sus palabras manifestaban una preocupación hacia mi persona, aparentemente…

Quiero pensar, que los chicos notaron lo mismo, puesto que el ambiente se tornó tenso por unos segundos. Ella continuaba acechándonos con su silencioso escrutinio e iba escupir fuego de nuevo, cuando una grave y cadenciosa voz la interrumpió

—Tía… creo que no es necesario que se incordie tanto. Hoy es un día de fiesta, ¿recuerda?. Estoy completamente seguro de que los chicos sabrán guardar la compostura. ¿Cierto? —Miró a mis amigos con amabilidad y complicidad.

—¡Claro tía abuela!. ¡No tiene de qué preocuparse!. Le prometo que no volverá a presenciar tal exuberante muestra de afecto por nuestra parte —Confirmó Stear, con cierto tono pícaro en su voz, al tiempo en que llevaba una mano a su pecho en señal de juramento.

Volteando a mirar al menor de los Andrew preguntó:

—¿No es así hermanito?.

—Cla-claro tía abuela. Así será —Respondió tartamudeando un poco, y rojo de la vergüenza. Era evidente para todos que se sintió expuesto por su efusiva demostración de afecto hacia mi persona

—Eso espero… ahora: ¿No crees que deberías presentarnos a tu invitada querido?.

—Por supuesto.

De inmediato se recompuso, acomodó el saco de su traje celeste, se colocó a mi lado, y con toda la educación aristocrática que poseía comenzó a decir:

—Es para mi un placer presentarles a mi invitada de honor. Tía abuela Elroy, tío William, ella es Candice Britter.

—Finalmente… —espetó lentamente la anciana y con tono severo—. Conozco a tus padres y no entiendo cómo es que te permiten estudiar. Pido a Dios recapaciten. Espero que la pequeña estadía en nuestra casa te ayude a concientizar tu rol en esta sociedad, querida.

Creo firmemente que, si aquellas palabras me las hubiera dicho cuando comencé a estudiar enfermería seis meses atrás, me hubieran molestado un poco, pero, después de tanto cotilleo a mis costillas, ya no me preocupaba en lo absoluto la reacción de otras personas hacia mi comportamiento. Así que con la mejor de mis sonrisas, y posterior a un pequeña reverencia protocolaria, le contesté segura de que me tacharía de la lista de amistades de su distinguidísima familia.

—Gracias por recibirme en su casa. Es un placer conocerla señora Elroy, pero, debo comunicarle que mis padres también oran a Dios, pero por mi felicidad. Ellos me apoyan por completo, así que no tenemos nada que concientizar o recapacitar. Muchas gracias por su preocupación.

La cara que puso "La Indómita escupe fuego" en ese momento, fue suficiente para saber que, seguramente, mis amorosos padres, buscarían la sanción adecuada por la pésima contestación que di, pues la septuagenaria mujer no creo que se quede callada. Aun así no borré mi delicada e inocente sonrisa. Como si lo que recién dije no hubiera herido alguna susceptibilidad.

Miré casi al instante, que el rebate a mi tan poco aristocrático reclamo, pretendía salir de su ansiosa boca, sin embargo, fue interrumpida, por aquel caballero que intervino para salvar a mi amigo un par de minutos atrás.

—Es un placer al fin conocerla señorita Britter. Los chicos no han dejado de hablar sobre usted durante los últimos meses.

No pude evitar ponerme roja cual granada en cuanto tomó mi mano. Su mirada era sumamente intensa, aunque no me incomodaba en lo absoluto.

¡Que alguien me lleve al médico porque estoy ciega o supero el rango de distracción, que cualquier ser humano normal puede llegar a experimentar!

¡Cómo es posible que no alcé la cabeza para mirar a este personaje!.

La única explicación que encuentro para esto, es que, debido a la tensión del momento, y a que la mayoría del tiempo en que este hombre medió entre sus sobrinos y "Doña Elroy-Dragonas-Andrew", tuve la vista enfocada en un punto perdido sobre las jardineras. Por eso no pude percatarme de lo increíblemente atractivo que era.

—Lo mismo digo —Fue lo único coherente que alcance a coordinar entre mi cerebro y mi boca.

—¿En serio?, ¿mis sobrinos tampoco han parado de hablar de mi? —Sonrió sin bajar la mirada ni soltar mi mano.

Es innegable que la genética de los Andrew es una verdadera maravilla. El señor Andrew no podía negar aunque quisiera su parecido con Archie. Pero, ¿cómo describirlo?, ¿cuál sería la palabra exacta para eso?. Él es más… más… ¿más qué Candy?, piensa. Bueno… realmente no lo sé explicar. También es rubio y de ojos azules, pero los suyos son por mucho más claros que los de mi elegante amigo. Metafóricamente, diría que se carga el cielo reflejado en su mirada. Además, es definitivo que lo supera en estatura, aunque con Stear no se nota tanto la diferencia. Si acaso un par de centímetros mayor.

Con la mayor delicadeza —y antes de que se percatara de mis indagaciones sobre su persona— me solté de su agarre, y aun con las mejillas arreboladas por la pena, lo corregí lo más tranquila que pude.

—Perdone. Me refería a que es un gusto conocerlo. Aunque también sé por los muchachos que tienen muy buena relación con usted. Disculpe si me malinterpretó.

En ese momento otro carro hacía su entrada por el portal de rosas que yo crucé momentos antes. Fue la matriarca familiar quien se pronunció:

—Niños, muévanse, y por favor instalen correctamente a la señorita Britter. Nosotros debemos atender a la invitada de tu tío.

—Sí claro. Como interrumpir la entrada triunfal de la señorita "Tara Blackstock"—Respondieron en ipso facto.

No pude evitar soltar una pequeña risa por la expresión de exagerada educación en la cara de mis amigos.

—Chicos… —Volvió a hablar aquel barítono natural.

—Está bien tío. Los dejamos solos con la delicada florecilla. Ven con nosotros Candy. —Dijo Stear ofreciéndome su brazo, y provocando un chistoso berrinche en Archie por haberle ganado.

Subimos lentamente los escalones, y justo cuando pensaba poner un pie dentro del recinto, no pude evitarlo y volteé por curiosidad para ver a la "Señorita Blackstock". Aunque a decir verdad el apellido no me suena en lo absoluto, y vaya que aunque no sea la candidata de esposa ideal para muchas familias —por mi comportamiento revolucionario—, sí fui a múltiples tardes de té con mi madre y escuché hasta el cansancio los más "honorables" apellidos del país. Pero "Blackstock" no logro relacionarlo con nadie. ¿Será extranjera?. Creo que más tarde tendré oportunidad para enterarme, pues no alcancé a mirar nada más allá de unos cabellos rojos y lacios ocultos bajo su lindo sombrero

Cuando entramos a la mansión, no pude hallarme menos sorprendida. El apellido Andrew denota poder y opulencia al mismo tiempo, pues han trascendido de generación en generación, formando un poderío económico a base de consorcios financieros y bancos, que sustentan en la actualidad, prácticamente un tercio de la economía nacional —o eso es lo que siempre afirman los periódicos, y las "damas comunicativas" en las reuniones sociales a las que fui con mi madre—, por lo tanto, era de suponerse, que aquel lugar estuviera insuperablemente decorado con muebles de maderas finas adornando por aquí y allá. Pisos de mármol tan pulidos, que daba miedo conocer, a quien le tocara tan terrible tarea de frotarlos a mano limpia, dejando tras de sí su espalda —con su respectiva lumbalgia—. Alcé la vista un momento. Resplandecientes arañas de cristal en el techo brillando en todo su esplendor nos recibían soberbias y orgullosas —como su dueña—. Las observé unos segundos. Seguramente iluminaron en muchas ocasiones todas las reuniones sociales, que, innegablemente ofreció la elegante "Señora escupe fuego".

—Las habitaciones para los huéspedes están en el segundo piso, y he escogido para ti la más hermosa gatita. Vamos. —Comentó Archie al tiempo en que soltaba mi mano del brazo de Stear, sacándome así de mis pensamientos, mientras prácticamente me arrastraba a su lado para caminar escaleras arriba.

Doy gracias al cielo que, nos detuvimos casi al instante, pues, al escuchar la traviesa e inquieta vocecilla de su hermano, el menor paró su tarea.

—Archie… ¿recuerdas aquel favorcito pequeñito, pequeñito, pero muy importantito, que nos ha pedido la tía abuela hace unos momentos?.

—¿Ah? —Se descolocó de inmediato.

Stear se acercó rápido a mi, y con un delicado gesto me regresó hasta su brazo ante mi risa contenida, pues ese par siempre lograba entretenerme con sus ocurrencias.

—¿No?. Excelente. Voy a refrescar tu escuálida memoria. —Sonrió.

—No empieces… por favor… —Entornó los ojos.

—Te recuerdo que no debes monopolizar de esa manera tan efusiva la atención de "nuestra" invitada, la cual sea dicho de paso, de gata no tiene un pelo. Además, "hermanito", permíteme recordarte que Annie, "tu novia", no tarda en llegar, así que no hay que demorarnos tanto.

—¿Seguimos Candy?—Volteó a decirme con su usual frescura al hablar.

—jaja Claro.

Y así con mi cómplice sonrisa, no pude evitar decir:

—Si sigues haciendo berrinche seguro te arrugarás muy pronto Archie. ¿Por qué no me mejor andamos los tres juntos?.

—¡Por supuesto! —Me contestó con emoción.

Después de un par de minutos que me parecieron interminables —por la cantidad de escalones que subimos y el largo camino por uno de los pasillos—, llegamos a mi puerta, la cual estaba situada al fondo de la sección para huéspedes en el ala derecha.

El rubio no había sido en lo absoluto pretensioso cuando me advirtió sobre la belleza de mi pieza. Jamás me quejaría por la que mis padres me otorgaron desde niña, pues es lindísima, pero esto es completamente diferente. Una enorme, pero enorme cama blanca con dosel se encontraba al centro. Los muebles finos y delicados en color caoba le daban un toque serio, pero a la vez muy femenino, el color champagne de las paredes era tranquilizador. Todo conservaba aun el olor a jazmín con el que imagino fue lavado, pero, lo que más llamó mi atención, fue el precioso ventanal que me regalaba una nítida vista del jardín trasero cubierto de rosas blancas. Absolutamente los Andrew tenían un invaluable floricultor, pues supo disponer con precisión las fuentes y los diferentes rosedales. Y ni hablar del imponente laberinto que se miraba a la distancia.

Hubiera prolongado mi ensoñación, de no ser por mi querido amigo pelioscuro, quien deteniéndose casi a mi lado, con inusual algarabía le dijo a su hermano:

—¡Mira Archie! ¡Desde aquí puedo observar el carro de los Legan!. ¡Anda ven a ver!.

—¡Tan pronto!. Pero si les he citado una hora posterior para tener más tiempo de…

—¿Con que usando artimañas eh?

Yo no pude evitar fisgonear, así que me metí en su conversación.

—¿Se puede saber que complotan ahora? —Pregunté mientras observaba a lo lejos el vehículo del que hablaban.

—Eso es exactamente lo mismo que quisiera averiguar yo, querida Candy. Pero parece que este plan solo es de Archie. Así que: ¿Podrías informarnos de qué se trata estimadísimo hermano?.

Se escuchó un gran suspiro en la habitación.

—No era nada del otro mundo Stear. Sólo quería ganar un poco de espacio y así enseñarle a Candy el jardín y el laberinto.

—¿Solos? —Preguntó con sus orbes casi desorbitadas.

—¡No seas ridículo!. ¡Evidentemente que contigo!. —Rodó los ojos—. Jamás expondría a Candy a las habladurías.

—Pues la idea me resulta muy tentadora, solo ahora seremos cuatro con Annie.

Lo sé… tuve que fingir un poco de la alegría que ya no sentía al estar junto a mi amiga, aunque mi corazón la siguiera queriendo como cuando éramos niñas. Pero Archie en verdad es un chico de buenos sentimientos, y, si ha decidido estar con ella, es porque él sí puede ver la belleza en su corazón que yo no alcanzo a comprender.

—Cierto… —Respondió algo quedo.

—Querrás decir que seremos seis. No podemos olvidar a sus caricaturescos hermanos Eliza y Niel. —Corrigió Stear.

—Entonces finalmente voy a conocerlos hoy.

—Créeme mi querido conejillo de indias, cuando te digo que no te has perdido de nada bueno. Ese par son las escoria y la envidia ´personificadas. Pero no te preocupes, conmigo a tu lado para protegerte nada malo ha de pasarte.

—Con "nosotros" querrás decir. —Corrigió de inmediato Archie.

—Claro, claro. Seremos algo así como tus paladines ante esos dos.

—jaja No lo dudo. Pero es mejor que vayan a dar la bienvenida, si no quieren que los vuelvan a retar.

—El almuerzo empieza dentro de una hora. Te dejamos para que te refresques y descanses gatita.

—Archivald… —Lo retó— En fin. Seguramente Dorothy está terminando de conocer al personal. No creo que tarde en venir para lo que necesites. Nos veremos en un rato más Candy.

—Claro chicos y gracias por la habitación. Efectivamente es bellísima. —Sonreí.

Continuará…