Disclaimer: Yuri! on Ice ni sus personajes me pertenece, es propiedad de Mitsuuro Kubo, Sayo Yamamoto y Estudios MAPPA.

Pareja: Viktor x Yuuri, leve Yuri x Yuuri

ADVERTENCIAS: Dinámicas Alfa/Beta/Omega, futuro contenido sexual explícito, temas de salud mental.


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"El arte es el mejor amante que puede haber, siempre y cuando haya amor de por medio." – Morgana

Un.

Deux.

Trois.

El público suspiró ante el nacimiento de un perfecto grand jetté en tournant y, con los brazos extendidos hacia el cielo y las piernas abiertas cual compás en pleno vuelo, la etérea figura continuó con su danza en la soledad del escenario.

Su cuerpo fluía con cada nota del adagio, La valse d'Amélie, como si la composición hubiese sido hecha para que sólo él pudiera interpretarla. Elevó su rostro hacia la tribuna y con cada fouetté, fue cerrando la distancia entre su persona y el borde de la tarima. Su apretada trenza platinada daba vueltas junto a él, golpeando su espalda cada vez que terminaba un giro y comenzaba otro.

Las puntas de sus zapatillas rozaron contra el proscenio y supo que era momento de detenerse. La sinfonía llegaba a su fin y con ella una majestuosa danza que tenía al auditorio comiendo de su palma.

Era su primer solo, después de todo. Se encargaría de que todos recordaran su nombre.

Acunó su cuerpo con manos trémulas, recorriendo parsimoniosamente los pliegues y hendiduras que el traje bañado en pedrería swarovski le ofrecía. Ante la última nota, irguió su cuerpo una vez más, culminando el espectáculo con un croisé devant como pose final.

No había notado que cerró los ojos hasta que el estallido del aplauso le obligó a abrirlos de par en par. Grandes orbes cerúleos miraban con orgullo como el tumulto de gente había abandonado su asiento en favor de ovacionarlo de pie. Dando una elegante reverencia, dio media vuelta para salir del escenario mientras sentía el corazón a punto de explotar en sus oídos.

—¡Viktor!

Apenas puso un pie en bambalinas, las felicitaciones llovieron por doquier. Compañeros, profesores e incluso uno que otro reportero para el periódico, le atiborraron de abrazos y besos furtivos en la mejilla; peligrosamente cerca de los labios. Viktor correspondió a cada uno con una sonrisa de corazón bailando en su rostro. Pronto, divisó una alta figura ataviada en una gabardina negra abriéndose paso entre la gente hasta llegar donde él y entregarle un ramo de hermosas gerberas, rosas y bromelias. Sin poder evitarlo llevó las flores hacia su rostro, suspirando por el aroma.

—Oh, Yakov. ¡Son hermosas! No era necesario. —Canturreó Viktor con falsa humildad, pues ni bien apretó el ramo contra su pecho ya estaba husmeando alrededor en busca de más obsequios.

Las palabras del bailarín no hicieron más que provocar un bufido en el recién llegado. —Bueno, después de todo muy pocos consiguen el éxito que tú en su debut. Espero que no sea algo de una sola vez.

Yakov Feltsman, aquel entrenador que no paraba de gritarle día y noche que mejorara sus puntas, el mismo que le hacía repetir un movimiento hasta que sus piernas se entumieran y sus dedos sangraran. Estaba ahí, dándole un ramo de flores acompañado de las palabras que más había ansiado escuchar desde que inició su incursión al ballet.

Su debut fue un éxito.

Sintiendo las lágrimas picar en las orillas de sus ojos, Viktor se acercó con timidez y apoyó su frente contra el hombro ajeno. Yakov soltó un suspiro y dejó que su alumno llorara en silencio, dándole palmadas en la espalda para recordarle que seguían en el teatro.

—¡Oi, apúrate! No tengo tiempo para tus niñerías. —Una voz agresiva cortó con la atmósfera delicada del lugar.

Curioso, Viktor secó sus lágrimas y se alejó de su entrenador para buscar el origen de ese comentario, encontrándolo en un niño rubio mucho más bajo que él.

—Ah, casi lo olvido. Viktor, él es Yuri, nieto de Nikolai. Yuri, ven aquí y preséntate.

La expresión de Yuri se deformó al escuchar la petición, como si Yakov le hubiese insultado. A Viktor le resultó gracioso.

—¡Yo no vine aquí a simpatizar con bailarinas cabeza hueca! —Rugió, cruzándose de brazos y girando el rostro. Su flequillo recto tambaleándose con el movimiento.

—¡Cuida tu vocabulario! —Bramó Yakov con la misma intensidad, retándole con la mirada.

Un murmullo se generó alrededor de ellos y Viktor ni siquiera se inmutó en imaginar la escena, pues las feromonas de omega estresado le escocían la nariz. Su párpado tembló al pensar eso.

Omegas.

Fingiendo arreglar su cabello, le dio una rápida ojeada al resto de bailarines. Algunos yacían cabizbajos mientras que otros buscaban refugio entre los brazos de un compañero; betas probablemente.

No, betas seguramente. El ballet era algo exclusivo de omegas y betas, al fin y al cabo. Una idea bastante segregadora si le preguntaban a Viktor, quien a pesar de tener 15 años estaba muy consciente de cómo funcionaba el mundo a su alrededor, sobretodo a sabiendas de que con cada año que pasaba estaba más cerca de presentarse como lo primero o lo segundo.

Decidió detener sus pensamientos ahí mismo. Había una situación que debía resolver primero.

—Yakov, está bien. —Le tomó por el brazo, dedicándole una sonrisa tensa.

—Sí, Yakov, hazle caso a la estúpida bailarina y llévame a ver a mi abuelo. —Yuri atacó de forma agresiva, dando zancadas hasta donde estaban Viktor y su entrenador.

—¡Yu-…!

—Yuri, ¿verdad? —Fue Viktor quien interrumpió a Yakov esta vez, dirigiendo su mirada hacia el pequeño rubio.

Al no obtener más que un entrecejo fruncido como respuesta, el de cabellos plateados tomó de entre el ramo una bella gerbera y se encorvó con ligereza para quedar a la altura del otro.

—Tienes unos ojos muy lindos como para estar enojado todo el tiempo. —Jugueteó con la flor entre sus dedos y posteriormente la colocó frente a Yuri para que la tomara. —¿Te gusta? Puedo darte el resto de ellas si prometes portarte bien.

Los orbes de Yuri se ensancharon cómicamente a la par que sus labios se entreabrieron con sorpresa. Por un momento, Viktor pensó que su táctica para calmar el berrinche del niño había funcionado, pero pronto se arrepintió del pensamiento prematuro.

—¿Es fácil para ti, ¿no? ¿Piensas que todos harán lo quieres sólo porque tú lo dices? —Las manos empuñadas de Yuri temblaban a sus costados, suaves manchas rojizas tiñendo sus mejillas debido a la ira que burbujeaba en su pecho. — ¡El hecho que hayas tenido suerte de principiante en tu debut no significa nada! Si quieres ser la prima ballerina de Rusia tendrás que hacer más que eso y no lo tendrás fácil conmigo. ¡Soy Yuri Plisetsky! Recuerda bien mi nombre porque es el que estarán vitoreando cuando te destroce.

Sin dar tiempo a Viktor de responder, arrebató la gerbera de sus manos y la arrojó al suelo, pisándola sin pensarlo dos veces. Furioso, clavó sus ojos en Yakov.

—¡QUIERO IR A VER A MI ABUELO AHORA! —Gritó, para después salir corriendo de ahí.

—¡Yuri, espera! Demonios… Viktor, perdónalo, sólo tiene 11 años.

—¿Es bailarín? —Fue lo único que preguntó, voz neutral en sus palabras.

Yakov tardó un par de segundos en responder, buscando las palabras adecuadas.

—Lo es, uhm… Es estudiante de la Escuela de Ballet Real.

—¿Reino Unido? Vaya, su ruso es muy bueno…

—Sí, bueno, él es ruso. —Sintiendo la mirada de sorpresa sobre él, Yakov carraspeó un poco. —Intentó aplicar a esta misma escuela, el Teatro Bolshói, pero su solicitud fue rechazada debido a su edad. Supongo que siete años es muy pronto para ellos. —Se encogió de hombros antes de continuar. —Su audición llegó a manos del Ballet Real y le hicieron una invitación. Yuri intentó rechazarla, pero su abuelo le convenció de lo contrario y bueno… Ahora él regresa a Moscú durante las vacaciones.

Viktor escuchó en silencio, mirando la flor maltrecha en el suelo. Un hueco en su estómago se hizo presente al identificar el sentimiento que le abrumaba desde que comenzó a dedicarse profesionalmente al ballet; soledad. Si él, quien había dejado San Petersburgo para irse a estudiar a Moscú, había sufrido de un terrible cuadro depresivo por dejar a su familia y su perrita Makkachin, no podía ni imaginar lo que Yuri sentía a sus escasos 11 años; migrando a un país donde no conoce a nadie, ajustándose a un idioma que no es el suyo, comenzando desde cero de un día para otro. Y todo por una simple razón.

Bailar.

Él no podía ni imaginar lo que Yuri sentía, pero podía comprenderlo. Para él era igual, bailar era como el oxígeno en sus pulmones, como la sangre que corría por sus venas. Si no podía bailar, Viktor simplemente prefería dejar de existir.

—Entiendo, debe ser duro. Pero lo admiro. —Susurró al final, alzando la vista del suelo para sonreírle a Yakov.

—Sí, es un niño muy fuerte. Vitya, me gustaría quedarme más tiempo, pero necesito llevar a Yuri con Nikolai. Eres libre de celebrar, pero no te desveles mucho porque mañana tenemos entrenamiento a primera hora. —Palmeó su brazo a modo de despedida y le dio una última mirada antes de salir tras Yuri.

—Ah, sí… Nos vemos.

Viktor se quedó ahí por un instante, mirando su ramo de flores como si estas pudieran decirle que hacer a continuación. Un suave toque en su hombro le sacó de sus cavilaciones y giró el rostro, sonriendo de oreja a oreja al observar al atractivo reportero que le miraba con cierta adoración en los ojos.

—Disculpe, ¿Viktor Nikiforov, cierto? Nos preguntábamos si podía ofrecernos una pequeña entrevista para el periódico local.

—Claro que sí, lo que sea por usted. —Respondió coquetamente, batiendo sus gruesas pestañas plateadas.

El reportero suspiró audiblemente, un gracioso rubor rosáceo coloreándole las mejillas. Viktor apretó sus labios para no reír, era tan fácil incentivar a los alfas. Un par de ojos bonitos y ya estaban besando sus pies. Les envidiaba en realidad, con esa facilidad de caer sin pensarlo tanto. Para él no era nada sencillo, y si lo pensaba con detenimiento, sabía que sólo era su soledad hablando.

Empujó esos pensamientos hacia la parte de atrás de su cabeza y decidió enfocarse en las preguntas dirigidas hacia él, sonriendo a la cámara y apretando el ramo contra sí. Fue una noche larga, sin imprevistos, los regalos casi no cupieron en la cajuela del taxi y una vez más, se encontró nuevamente solo en la amplitud de su departamento en Moscú.

Su vida continuó así por cuatro largos años más, sumiéndose en una rutina que con el tiempo aprendió a soportar.

El sonido del despertador rompió el silencio de la habitación, obligando a Viktor a revolverse perezosamente entre las sábanas y estirar un brazo para apagar el endemoniado aparato. Una maraña de cabello plateado emergió de entre las cobijas, cayendo cual cascada por su espalda ni bien se apoyó contra el respaldo de la cama. Parpadeó con suavidad, acostumbrándose a la idea de estar despierto y miró la hora en el reloj.

5:02 am

Bostezó y, estirándose cual gato, Viktor golpeó sus mejillas para espabilarse y salió de su cama rumbo al baño. A pesar de que faltaban tres horas para que sus prácticas en el teatro comenzaran, él acostumbraba a entrenar con Yakov a primera hora del día, y hoy no era la excepción. Una chispa de emoción mezclada con nerviosismo le recorrió de arriba abajo al recordar que sólo faltaban tres meses para el anuncio de la próxima prima ballerina del Bolshói.

Desde el éxito en su debut, la prensa comenzó a girar en torno a su vida como bailarín. Pronto se le hizo común verse en tabloides impresos o grandes carteleras de su ciudad, y eso no hacía más que inflar su ego desmedido. El orgullo que sentía al ver su imagen ahí afuera era indescriptible, pues muy en el fondo, sabía que eso lo convertía en un fuerte prospecto para el lugar de prima ballerina.

Una vez dentro del baño, Viktor se miró largamente en el espejo y suspiró. Del bailarín de 15 años no quedaba ni un rastro. Los bordes suaves de sus mejillas fueron cambiados por ángulos prominentes y una mandíbula afilada. Su altura rozaba casi el metro ochenta y los músculos de su cuerpo se marcaban notoriamente contra su piel nívea, sobretodo en el área de las piernas. La única parte de su cuerpo que parecía indiferente al cambio eran sus ojos; tan azules como siempre, resguardados tras una gruesa capa de pestañas plateadas.

Pasado unos segundos, desvió la mirada de su reflejo y tomó el cepillo y la crema para peinar. En todos esos años había desistido de cortar su cabello, pues sentía que al hacerlo estaría despidiéndose de una parte de sí mismo. No importaba cuánto tardara en desenredar ni acondicionar sus largas hebras plata; no tenía el corazón de cortarlas, ni siquiera cuando estas rozaban la mitad de su espalda.

Un siseo escapó de sus labios al sentir como el cepillo rozó contra la glándula de feromonas en su cuello. Ladeando la cabeza, Viktor observó la pequeña protuberancia debajo de su quijada. Desde hace una semana que un ardor extraño se había instalado en su cuello y muñecas, específicamente sobre las glándulas de aroma debajo de su piel. Era extraño, pensó, pues desde que se presentó como beta no había tenido ningún tipo de problema hormonal.

Presentó, entre comillas. Realmente no hubo ningún cambio en su cuerpo tras cumplir 16 años, nada que dijera que fuese omega, beta… o alfa. Claro, estuvo su brote de crecimiento y la masculinización de sus facciones, pero vamos; Viktor era un hombre en proceso de pubertad, era normal. Fuera de eso, absolutamente nada cambió. Su cuerpo tampoco segregó esencia alguna, lo cual era extraño incluso para un beta pues era la primera herramienta de reconocimiento en el mundo, sobretodo si de buscar pareja se trataba.

Viktor arrugó la nariz ante eso último. Él no tenía tiempo para pensar en su situación sentimental, no cuando estaba tan cerca de cumplir el sueño de su entera existencia.

—Quizás Yakov sepa algo, él también es un beta…—Murmuró Viktor hacia la nada, abriendo el grifo del lavabo para mojar la punta de sus dedos y colocarlos sobre la irritada piel de su cuello.

Terminó de peinar su cabello y lo ató en una larga cola de cabello, un par de mechones cayendo por su frente. Lavó sus dientes y salió del baño, maldiciendo por lo bajo al ver la hora que era.

5:35 am

¡Demonios! ¿Tanto había tardado? Yakov iba a asesinarlo si no llegaba a entrenar en los próximos 15 minutos. Sin perder ni un segundo más, Viktor salió disparado hacia su clóset, sacando una camisa térmica de cuello alto en color negro y un par de joggers del mismo tono. Se vistió lo más rápido que pudo y estaba en proceso de guardar el resto de sus pertenencias en su mochila de gimnasio cuando el tono de llamada de su celular llegó a sus oídos.

Sabiendo el regaño que le esperaba del otro lado, Viktor dudó un segundo en responder.

—¡Yakov! Eh, sí, ya sé que hora es… ¡No, no me dormí! —Colocando el teléfono contra su hombro, Viktor se dedicó a reunir el resto de cosas faltantes. —¡Ya estoy de salida, lo juro! —Mintió, rebuscando entre los cajones el último objeto que necesitaba.

Sonrió al encontrarlo, ¡las llaves de su departamento! Estiró su mano izquierda para tomarlas, pero un dolor punzante en su muñeca le hizo detenerse, dejando caer su celular contra la cama.

—¿Viktor, me estás escuchando? ¡Más te vale llegar en 5 minutos! —La voz de Yakov resonó por los altavoces del dispositivo. Pero Viktor no respondió.

Un calor insoportable le invadió de pronto y se vio obligado a sentarse al borde de su cama, jadeando como si hubiera corrido un maratón. Tocó su frente y se sorprendió ante la humedad que encontró ¿estaba sudando? Imposible, no con el clima de Rusia. Desconcertado y con el miedo creciendo en su pecho, Viktor intentó ponerse de pie, pero fue acribillado nuevamente por el dolor, esta vez más intenso y proveniente de su abdomen.

Cayó de rodillas al suelo, utilizando su diestra para apoyarse. Dolía, dolía por todas partes. Sus huesos, sus músculos, su rostro.

Todo.

Absolutamente todo.

Haz que pare.

Quería llorar, pero las lágrimas no salían y el sudor escocía sus ojos. Se arrastró como pudo y de un manotazo arrojó su teléfono al suelo.

—Yakov-… Ugh. —No pudo continuar, una nueva oleada de ardor quemándole por dentro.

—¿Viktor? ¿Estás bien? Responde. —El enojo mutó a preocupación y por alguna razón, eso enojó a Viktor.

Un gruñido gutural se coló por entre sus labios y golpeó el celular hasta aventarlo por debajo de su cama. Irguiéndose a pesar del dolor, Viktor caminó hasta el baño; arrastrando sus pasos como si su cuerpo pesara una tonelada.

—Calor… Calor…—Repitió como un mantra. Relamiéndose los labios, tiró del cuello de su camisa en un intento desesperado por arrancarla.

No podía pensar, no sabía qué hacer. Es como si hubiera olvidado cómo utilizar sus brazos. Su mente se vio envuelta en una neblina densa y una necesidad irremediable de… morder.

Rasgar.

Empujar.

MARCAR.

Reencontrándose con su reflejo, se aferró contra el lavabo y entreabrió los labios al reconocerse. Su coleta estaba desaliñada, un rubor que llegaba hasta la base de su cuello cubría parte de su rostro y orejas, perlas de sudor bañaban su piel y sus pupilas estaban tan dilatadas que del azul de sus ojos solo quedaba un anillo diluido entre el negro.

Fue ahí cuando lo sintió.

Tan fuerte como una patada en el estómago y tan aterrador como una sentencia de muerte.

Un aroma.

Un poderoso aroma a menta, pino y almizcle que exudaba de cada uno de sus poros. No, imposible… Él no podía.

Él no debía.

Sintió sus piernas flaquear de la impresión y de nueva cuenta se estampó contra el suelo. Temblando violentamente, Viktor bajó la mirada a su entrepierna y sintió repulsión al reconocer el bulto que se había formado en sus joggers. Mordió su labio inferior hasta romperlo, ignorando el sabor metálico de la sangre que se coló en su lengua. Sin pensarlo más, metió su diestra dentro de su ropa interior y rápidamente la sacó como si el tacto le quemara la piel.

No, por favor.

Por favor.

No era real, nada de esto era real. Sintió su pulso acelerarse conforme gruesas lágrimas inundaron sus orbes, el corazón iba a explotarle en cualquier momento y él no hacía más que llorar como un niño en el suelo de su baño. Continuó hipando, casi al borde de un colapso nervioso.

Estaba tan ocupado aferrándose a la poca sanidad que le quedaba, que no escuchó el sonido de la puerta de su departamento abrirse ni los pasos acercarse hasta que el intruso estuvo a pocos metros de él.

—¿Viktor…? —La voz de Yakov se hizo presente.

Al sentirse rodeado por un aroma desconocido, Viktor se giró violentamente y le gruñó a su entrenador, mostrándole sus afilados caninos como una bestia territorial. Al darse cuenta de lo que hizo, se cubrió la boca horrorizado y las lágrimas continuaron cayendo por sus mejillas.

Yakov simplemente le miró, cubriéndose la nariz debido al potente aroma que había envuelto el departamento. Cuidadosamente se acercó a su alumno, quien no dejaba de sollozar y se hincó a su lado.

—Viktor…—Le habló de nuevo.

—Era un nudo, Yakov… Era un nudo. —Musitó con un hilo de voz, terminando por cubrir su rostro.

Yakov entendió sin necesidad de más palabras.

Se quedaron en silencio por un momento, el llanto de Viktor siendo el único sonido entre ambos. Pronto, un aroma tenue a viñedo llegó a sus fosas nasales. Era sobrio y agradable, funcionando como un manto tranquilizador sobre él. Las lágrimas cesaron y su ritmo cardíaco regresó con lentitud a la normalidad.

Entonces entendió lo que ocurría. Viktor quiso agradecerle, pero no encontró la fuerza suficiente para hacerlo. Se quedó ahí, mirándolo con una expresión sombría.

Los párpados le pesaban.

—Todo estará bien, Vitya…

Fue lo último que escuchó antes de caer en la inconsciencia. El mundo se volvió oscuro y pronto, dejó de doler.

Después de tres días postrado en cama, el celo de Viktor terminó y su presentación tardía como alfa era el secreto a voces más murmurado de toda la academia. Era obvio, su cuerpo, aunque esbelto en comparación a otros de su jerarquía, distaba mucho de la suave y regia apariencia de un omega.

Pero jamás pensó que le pasaría a él.

A todos menos a él.

Sus pensamientos tomaron un rumbo oscuro mientras esperaba a las afueras de la sala de juntas. Su pierna no dejaba de subir y bajar, producto de la ansiedad que lo estaba carcomiendo por dentro. Clavando sus uñas en la mullida tela de la silla, se dedicó a observar el cielo nublado a través del ventanal frente a él.

Desde hace una hora que Yakov había entrado en junta con la directora del Bolshói y el Consejo de Bellas Artes. Viktor no era estúpido, sabía perfectamente la naturaleza de la sesión que se llevaba a cabo justo detrás de él.

Los alfas tienen prohibido incursionar en la rama de artes.

De la misma forma que los omegas no tienen permitido participar en deportes de contacto físico que resultara con ellos lesionados. En muchos países se continuaba perpetuando la idea retrógrada sobre la puridad de la pirámide de jerarquías, y Rusia no era la excepción.

El contexto tradicional en la sociedad dictaba que un omega era la criatura más débil de la cadena, un ser frágil y hermoso que cargaba en su vientre el milagro de la vida, y cuya existencia debían encomendar al más fuerte de la manada. Los alfas, por otro lado, eran los protectores de la familia, seres fuertes y toscos que no dudarían ni un segundo en lanzarse contra la yugular del enemigo con tal de defender a los suyos. Y claro, los betas, eternos trabajadores y pañuelo de lágrimas, su función recaía en ser la balanza entre ambos géneros secundarios; los únicos capaces de mediar entre alfa y omega sin perder la cabeza.

Así era como funcionaba el mundo, al menos para los adultos.

Los fuertes gritos provenientes de la habitación conjunta, sacaron a Viktor de sus cavilaciones, quien no pudo evitar saltar en su lugar ante el portazo que su entrenador dio tras salir de la oficina.

—¡Yakov! ¿Qué sucedió? Les dijiste que llevaba cuatro años sin mostrar indicios, ¿verdad? —Viktor enseguida se colocó de pie, plantándose frente al otro. —Además, nunca he tenido problemas de comportamiento desde que entré al teatro.

—Viktor...

Pero su alumno no le dejó continuar. —Mi rendimiento es uno de los mejores de toda la academia, ¡de todo Rusia, quizás! Este año anunciarán a la prima ballerina y sé que tengo un lugar en la lista. —Continuó, sintiendo como su voz temblaba con cada palabra. —T-También, solo estoy utilizando supresores de esencia hasta que aprenda a controlar mis feromonas, ¡no es nada grave! … ¿Yakov?

Los ojos de Yakov se rehusaban a encontrarse con los de Viktor, hasta que finalmente no tuvo más remedio que alzar la mirada y observar el remolino de dolor e incertidumbre que habían empañado esos ojos cerúleos.

—Vitya, lo siento tanto...

Solo esas palabras bastaron para que el mundo se le viniera abajo. La respiración se le entrecortó y su cuerpo comenzó a temblar violentamente. Quería morir, quería dejar de existir para que el dolor en su alma se detuviera. Las lágrimas no tardaron en hacer acto de presencia, cayendo a borbotones como si alguien hubiese abierto la llave del grifo.

Sintió los brazos de Yakov envolverlo en un abrazo y de pronto la diferencia de altura entre ambos se hizo notoria. Como pudo ser tan estúpido en no darse cuenta antes. Aferrándose al contacto físico, Viktor vació su dolor sobre el hombro de quien había sido su entrenador y docente durante tantos años. Quería despertar de esa pesadilla, fingir que todo había sido un mal sueño producto de la falta de descanso por entrenar tanto.

Quería volver a escuchar la risa de sus compañeros, los regaños de sus profesores, el sonido de las cámaras disparándose para tomar su mejor ángulo, los aplausos de un público que aclamaban su nombre.

Pero, sobre todo.

—Solo quiero bailar... —Musitó con un hilo de voz.

Yakov simplemente lo abrazó más fuerte.

No pasaron muchos días para que el Teatro Bolshói hiciera pública la expulsión de Viktor Nikiforov del cuerpo estudiantil, alegando un "conflicto de intereses" de ambas partes. La noticia se esparció como pólvora, pues durante años, Viktor había labrado una reputación envidiable en el ballet, convirtiéndose en el favorito a prima ballerina de ese año. Pronto, los titulares se llenaron con su nombre y las televisoras se interesaron en su situación.

El Teatro se negó a dar más declaraciones y muchas personas lo apoyaron, pues "hacía lo correcto en mantener el curso natural de las cosas". Reporteros y entrevistadores perseguían a Viktor en cada oportunidad que tenían, pero siempre conseguían una única respuesta.

"No dejaré el ballet"

Siempre eran las mismas palabras exactas que el bailarín de largo cabello plateado tenía para decir. Su actitud decidida y su innegable talento para el baile se volvió un tema de debate general, incluso fuera del país. ¿Era un alfa capaz de dedicarse al mundo del arte e ir en contra de su naturaleza? ¿Realmente existe una única naturaleza? ¿Tan importante era el género secundario que la vida de las personas giraba en torno a él? ¿En qué momento lo tradicional se volvía obsoleto? Esas y más preguntas se volvieron costumbre durante los noticieros matutinos e incluso en exposiciones de cultura, donde cientos de personas se acercaban a escuchar, curiosas o disgustadas; ambas reacciones siempre presentes.

Sin querer, Viktor se convirtió en una especie de ícono dentro de una sociedad hambrienta por el cambio, él era una contradicción andante y muchos lo amaron y odiaron por lo mismo.

Yakov terminó por deslindarse del Bolshói para dedicarse a entrenar a Viktor, quien no dejó de darle las gracias por un mes. Con el tiempo, Viktor hizo las paces con su naturaleza alfa y encontró estabilidad en el nuevo colectivo que luchaba por los derechos igualitarios entre las jerarquías. Se dedicó a grabar vídeos practicando nuevas secuencias de baile e imitando los recitales más conocidos de la época. Su estilo de vida público y apariencia atractiva le hicieron acreedor de una creciente base de fanáticos alrededor del mundo y sin darse cuenta, ya habían pasado tres años.

Tres largos años sin pisar un escenario.

El solo pensamiento lo deprimía.

A sus 22 años no existía cosa que extrañara más que bailar frente al público. El subidón de adrenalina que le recorría antes de una función estelar, la textura de las telas y el ardor de las lentejuelas rozando contra su piel, la voz de sus compañeros, maquillarse a último minuto.

No solamente extrañaba plantarse en el escenario, sino la experiencia que conllevaba pertenecer a una compañía. Era algo íntimo y especial, como formar parte de una familia.

Suspiró largamente y decidió enfocarse en continuar calentando para la práctica del día. El único consuelo que había tenido durante los últimos años era la moción a favor del trato igualitario entre jerarquías que había tomado fuerza alrededor de América y parte de Europa. Había seguido el movimiento de cerca y no podía evitar el cosquilleo que sentía cada vez que grandes tumultos de gente se concentraban en las arterias más importantes de Moscú para marchar en pro a la reforma.

Los tiempos estaban cambiando.

—Viktor. —Una voz rasposa le llamó desde las bancas. A través del enorme espejo del salón de ensayos, el ruso observó como su entrenador le hacía un ademán que le invitaba a sentarse a su lado.

Con curiosidad, Viktor no dudó en acercarse y le miró expectante.

—Haz mejorado mucho estos últimos meses.—Yakov habló, cruzándose de brazos.

—¡Lo sé! La última vez hice 96 fouettés seguidos, todo un récord si me lo preguntas.—Viktor sonrió ampliamente, agitando su larga coleta de cabello para hacer énfasis en su punto.

—Sí, pero no estamos trabajando en estamina y el fouetté lo dominas desde los 13 años.—Gruñó ante la poca humildad de su alumno.—¡Lo que necesitas mejorar es tu pas de bourrée! Flexionas mucho las rodillas cuando cambias a la quinta posición para girar-… ¡Como sea! No es de eso de lo que quería hablarte.

—Tengo las piernas más largas que un bailarín promedio por si lo olvidabas.—Respondió con un puchero que rápidamente se deshizo.—¡Ya dime!

Carraspeando un poco, Yakov sacó un pequeño sobre de entre los bolsillos de su chaqueta y lo colocó sobre el regazo de Viktor. El sobre estaba hecho de un lustroso papel color borgoña con decoración en tonos dorados, dibujando pequeñas campanas navideñas a los costados. En la esquina inferior izquierda se leía en una bella caligrafía cursiva "Para Vitya".

Con la emoción desbordando, Viktor rápidamente rasgó el sobre para vaciar su contenido y contuvo el aliento al darse cuenta de lo que ocultaba en su interior: un pequeño boleto blanco con el logo de la londinense Royal Opera House en una de sus esquinas.

—Sé que tu cumpleaños es en una semana y aunque no es lo mismo que estar en un escenario, es lo más cerca que pude conseguir.—Continuó Yakov, sintiéndose cohibido ante el silencio de Viktor.

El ruso se dedicó a mirar el boleto entre sus manos, sus labios suavemente entreabiertos. La textura de la tinta se sentía extraña entre sus dedos y al bajar la vista, pudo leer el nombre del recital: El Cascanueces.

—Uhm, pensé en Giselle de San Petersburgo pero creo que entre más lejos de Rusia mejor, eh. Además, nada más navideño que El Cascanueces, ¿no, Viktor?—Nervioso al no recibir respuesta, Yakov codeó a su protegido, una sonrisa torcida en el rostro.

Un jadeo emergió de la garganta de Viktor y sin poder evitarlo, ya estaba llorando. Las emociones del bailarín eran como un libro abierto, pues a diferencia de otros alfas, él no tenía miedo a llorar a rienda suelta ni de reír a los cuatro vientos; nunca sintió la necesidad de ocultar lo que sentía. Sin pensarlo dos veces, le dio abrazo aplastante a su entrenador, quien se quejó ligeramente por la fuerza desmedida de Viktor.

—¡Gracias, gracias, gracias! Es perfecto, escuché que la Opera House es uno de los teatros más grandes de europa.—Exclamó emocionado, sacudiendo a Yakov por los hombros.—¿Sabías que Antonio Pappano es el director titular? ¡No me imagino estar en la misma habitación que él!—Cual resorte, Viktor se levantó de la banca y dio pequeños saltos por el lugar como un niño pequeño.

Yakov sonrió ante la escena. Había pasado un tiempo desde la última vez que vio a Viktor así de emocionado.

—¡Oh Dios mío! Es en una semana… Necesito hacer mi maleta, ¿cómo está el clima en Londres? Frío, supongo, no respondas a eso…—Antes de que pudiera distraerse más, Yakov regresó a su posición de entrenador estricto.

—Suficiente, entiendo que estás emocionado pero es momento de comenzar a ensayar.—A pesar de su tono de voz, la leve sonrisa en sus labios no pasó desapercibida para Viktor, quien simplemente sonrió y asintió con energía.

Los días pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y antes de emprender el vuelo hacia Londres con una maleta fucsia que era demasiado grande para tres simples días, Viktor tomó un sinfín de fotografías que subió a su instagram, recibiendo respuesta inmediata por parte de sus miles de seguidores.

Cuatro horas después y ya estaban en suelo londinense. La sensación de dicha era demasiado grande para el cuerpo de Viktor, quien de pronto sintió un tirón hacia la ciudad; como un magnetismo que le instaba a quedarse toda una vida. Era extraño pero excitante, quizás Yakov tenía razón. Entre más lejos de Rusia, mejor.

Al llegar las 7:30 de la noche, ambos abordaron un taxi que los llevaría al teatro de ópera. Los ojos de Viktor no podían creer lo que veían una vez que se encontró cara a cara con uno de los edificios más importantes en la historia del ballet. La fachada del Royal Opera House era bellísima, con un arco en la parte superior que se iluminaba de luces al filo de la noche y grandes columnas que se erguían imponentes. Gente de distintas apariencias iban y venían, el teatro llenándose con cada minuto que pasaba.

Yakov tuvo que llamar la atención de Viktor infinidad de veces, pues el ruso no podía evitar fotografiar todo a su alrededor y de seguir así iban a perderse el espectáculo por el que habían viajado. Una vez dentro, pasaron por el foyer y no fue ninguna sorpresa para el ruso ser detenido por un pequeño grupo de personas, quienes le pidieron selfies mientras le hablaban de lo mucho que disfrutaban sus vídeos de baile. Viktor sonrió con coquetería, divirtiéndose con el vibrante aroma a manzana con canela que emanaba de las omegas frente a él, producto del nerviosismo. Despidiéndose del grupo, Yakov le dio una expresión de reproche a la que Viktor respondió con un simple encogimiento de hombros. No es que como si fuera algo serio, de todas formas.

En sus 22 años de vida, jamás se había interesado en alguien de esa forma. Claro, tuvo una que otra relación efímera pero jamás pasó de los besos y caricias pues, para él, solo existía un único amor en su vida: el ballet.

Pero como a la vida le gusta burlarse de nosotros, poco sabía Viktor que eso estaba a punto de cambiar dentro de muy poco.

Dentro del auditorio, Yakov y Viktor buscaron sus lugares marcados por el boleto. Sentados en la parte baja del anfiteatro, el bailarín estaba vibrando de emoción en su silla y tuvo algo de dificultad en calmar sus feromonas. ¡Pero quién podía culparlo! Nada le causaba más alegría que volver a presenciar un acto en tan prestigioso escenario. Las luces se apagaron y los músicos se acomodaron en su sitio, señalando el inicio del primer acto.

La sinfonía de Tchaikovsky inundó sus oídos y Viktor sintió morir y llegar al cielo. Los actores danzaban con una fluidez envidiable. Sonrió extasiado al ver el baile de muñecas y no pudo evitar suspirar al presenciar el momento en que Clara conoció al príncipe. De nueva cuenta las luces cambiaron y los vestidos con olanes fueron reemplazados por trajes antropomórficos, comenzando así la aventura de Clara. Las notas se mantuvieron al clima de la obertura, sagaces y rápidas durante la batalla de los soldados de jengibre contra los ratones.

Se llevó las manos a los labios, maravillándose con los duetos de Clara y el Cascanueces. Pronto, el baile de los copos de nieve hizo acto de presencia y con ello el arco favorito de Viktor. Las hadas y reinas entraron a escena, danzando con parsimonia para darles la bienvenida. Con la mirada fija al frente, se dejó llevar por la melodía del coro de niños y su corazón se sintió tan cálido que pensó iba a derretirse por entre los poros de su piel.

El telón bajó, finalizando el primer acto y Viktor inmediatamente se giró hacia Yakov, parloteando sobre sus pensamientos con respecto a la obra. Yakov simplemente le escuchó, asintiendo a un par de cosas.

—Si pudiera elegir, me encantaría ser el Hada de Azúcar. Sus trajes son divinos y mis puntas quedan perfectas con su secuencia de pasos.—Afirmó, agitando su larga trenza plateada.—Es más, regresando a Rusia quiero practicar su solo.

Rió al escuchar el bufido de Yakov y regresó su vista al frente el momento en que las luces volvieron a cambiar ante el inminente inicio del segundo acto. Era el momento de brillar del Hada de Azúcar y del reino de los dulces. Los ángeles abrieron paso a Clara y el Cascanueces, quienes se sentaron detrás de una mesa de dulces para observar el espectáculo de los habitantes del reino.

Sonriendo al ver entrar al Hada de Azúcar, Viktor se imaginó así mismo sobre el escenario. La conocida melodía acarició sus oídos y no pudo evitar tararear en voz baja. La bailarina del hada era sumamente hermosa y hacía ver la danza como un suave baile de plumas; aunque la realidad fuera muy distinta, pues el ruso podía imaginar el dolor por el que sus pies pasaban cada vez que se ponía de puntas. Pronto, el acto llegó a su fin y las luces cambiaron a una tonalidad más cálida.

El chocolate español entró en escena y Viktor sintió que le faltaba el aire. Sus uñas se clavaron sobre la tela de la gabardina en su regazo mientras un doloroso nudo se hinchaba en el interior de su garganta. El grupo de chocolate español se posicionó sobre el escenario y en medio, estaba la bailarina más hermosa que había visto en su vida. Por un momento, Viktor olvidó que estaba en un teatro y sintió una corriente eléctrica dispararse por su espina dorsal, obligándolo a apretarse el pecho con desesperación.

¿Qué estaba pasando?

La música se mezcló con el flamenco y un bailarín rubio se acercó por detrás de la bailarina, alzándola por el aire mientras ella se abría en un split de punta a punta. El tocado de lazos color crema se movía sobre su lustroso cabello negro el cual estaba peinado hacia atrás y, con una sonrisa en esos carnosos labios carmín, abrió los ojos y miró al público.

En ese momento, Viktor supo que no existía color más intenso que el castaño cobrizo de esos orbes que parecían querer devorarlo. La danza continuó y el vestido de la bailarina flotaba como reilete con cada giro y pointé que hacía; el corsé haciéndola ver con una deliciosa figura de reloj de arena. La ninfa no se despegó ni un momento del alto bailarín de cabello rubio y Viktor tardó en procesar de que se trataba de una escena en pareja, donde ellos eran los principales.

Cada paso, cada salto, cada giro y Viktor caía más dentro de un abismo sin fondo. El cuerpo del ángel de negros cabellos parecía hacer música con cada tempo. Y aunque pudo notar como su pierna temblaba durante los fouetté, no permeó en la belleza y gracia de su presentación.

A juzgar por las notas, el acto llegaba a su fin y aquello solo generó aflicción en el ruso. Observó la forma en que la pareja se miraba cuando quedaban frente a frente y por un fugaz momento, pensó que prefería ser un chocolate español que el Hada de Azúcar si eso significaba ser mirado con la misma adoración con la que la bailarina miraba a su compañero.

El acto terminó con ella en el medio, posición en croisé con el mentón orgullosamente hacia arriba, mientras su pareja se apoyaba en una rodilla que deslizaba a través del escenario. El público rompió en aplausos y los bailarines hicieron una pequeña reverencia antes de salir de ahí. El rubio de ojos verdes tomó a su pareja de la cintura y al ritmo de pequeños saltos, la condujo fuera del escenario.

Viktor no pudo ni quiso apartar la vista de la doncella, siguiéndola con la mirada hasta que ella desapareció como si de un sueño se tratase. El pobre chico quedó estático en su sitio y no pudo volver a concentrarse en lo que restaba del recital pues su mente continuó vagando hacia esos hermosos ojos de chocolate y la fina figura de porcelana que, bajo la luz de los reflectores, brillaba cual oro blanco. Se sonrojó violentamente al encontrarse pensando de tal forma sobre el cuerpo ajeno, ¡ella solo estaba haciendo su parte de la obra! Y una muy bella, por cierto.

Para cuando regresó en sí, el Cascanueces había terminado y los bailarines se despedían del público. La vio nuevamente entre los brazos de su pareja y juntos dieron la última reverencia de la noche. Sin más, el telón bajó.

Necesitaba aire.

Rápido.

—Y-Yakov, yo-... —Intentó hablar a su entrenador, pero las palabras no salieron. Permaneció quieto, con el rostro enrojecido y un aroma a menta revoloteando a su alrededor.

—Sé que estás emocionado, pero cálmate un poco. Antes de irnos tengo que dejar un recado. —El tono de voz de Yakov no dejó cabida a la discusión.

Derrotado, Viktor mordió el interior de su mejilla y se levantó tembloroso. Jugueteó con su cabello mientras seguía a Yakov por detrás. Su mente continuaba repitiendo el baile del chocolate español y en más de una ocasión chocó contra la espalda de su entrenador, quien le gritó que tuviera más cuidado. El nerviosismo mutó a curiosidad al verse en las bambalinas del Royal Opera House y una oleada de nostalgia y melancolía le golpeó con rapidez.

—Lilia. —Escuchó a Yakov, quien se detuvo abruptamente al verse frente a una mujer de pomposo abrigo amarillo y mirada dura.

En un instante, Viktor alzó el rostro como látigo. ¿Lilia como Lilia Baranovskaya? ¿La primera Prima Ballerina del Bolshói en Rusia? Su boca se abrió en una graciosa "o" e intercaló miradas entre Yakov y ella. Ambos se miraron largamente hasta que Lilia se acercó a ellos.

—Yakov, no pensé que vendrías. —A pesar de ser rusa respondió en inglés, su fuerte acento marcándose en cada vocablo. Alzó el rostro y conectó mirada con el de cabello plateado, dándole un gran escrutinio de arriba abajo. —Tú debes ser Viktor Nikiforov, Yavok me ha dicho mucho de ti... Y también las noticias. Mi nombre es Lilia Baranovskaya.

Lilia era omega, su aroma a buganvilias y cedro intensificándose al tenerla tan cerca. Ella era el vivo ejemplo del porqué la creencia de jerarquías actual era totalmente basura. Baranovskaya no solo tenía la apariencia de una mujer fuerte e implacable, sino que también lo era. Su agria actitud y obsesión con ser la mejor le consiguió el desagrado de muchos de sus compañeros, pero aquello jamás le importó. Viktor bajó la mirada en señal de respeto.

—Es un placer conocerla, he admirado su trabajo desde que tengo memoria. —Sonrió sinceramente.

A su lado, Yakov pareció carraspear un poco y el temblor en sus manos reveló lo nervioso que estaba. Curioso, Viktor se dedicó a observar el intercambio entre ellos, atento al conocido aroma a viñedo que parecía querer fundirse entre las buganvilias.

—Viktor, ella es la directora de la Escuela de Ballet Real en Reino Unido. El recital que presenciaste fue realizado por miembros de su academia.

La sorpresa no se hizo esperar en los ojos de Viktor ante la revelación. Sabía que los teatros operaban con compañías específicas, pero nunca creyó que Lilia fuera la directora de una de estas.

—¡Fue hermoso! Lo mejor que he visto en mucho tiempo.

—Hm, me agrada tu entusiasmo. Y feliz cumpleaños, por cierto.

—¡Gracias! Yakov fue muy amable de volarme hasta aquí. —Le guiñó el ojo a Lilia, ganándose un codazo por parte de su entrenador.

—Compórtate. —Gruñó, aclarándose la garganta para referirse a Lilia nuevamente. —También vine por el asunto pendiente que hemos estado discutiendo durante los últimos meses.

—Lo sé. Es algo complicado de hablar... bajo estas circunstancias. —Comentó, mirando a Viktor sin que este lo notara. —Pero quiero decirte que de seguir en el camino por el que vamos, tendremos noticias positivas de aquí al próximo mes. Hemos estado ejerciendo presión en el congreso y la presión social también está siendo de gran ayuda.

El sonido de risas a lo lejos distrajo a Viktor de la extraña conversación entre su entrenador y la prima ballerina. Ladeó ligeramente su cabeza y observó con infantil felicidad como los bailarines comenzaron a salir uno detrás de otro. La escena le hizo recordar a sus años en el Bolshói y su sonrisa trastabilló ligeramente. Continuó observándoles, reconociendo a cada uno por sus trajes y su papel en el Cascanueces.

Todos reían y jugueteaban entre ellos, comenzando a deshacerse de los apretados hilos de sus vestimentas. El corazón de Viktor se detuvo y su boca se secó al ver como la bailarina de cabello negro salió corriendo detrás de un chico rubio, ojos llorosos y labios fruncidos al no poder alcanzarlo.

—¡Devuélveme mi tocado! —Vociferó con voz aterciopelada, denotando la molestia detrás de sus palabras.

—Si lo quieres, tómalo. —Respondió su compañero con un deje de burla. Era un chico alto, de cabello rubio atado en una trenza lateral y orbes imposiblemente verdes. En su mano derecha estaba un bonito tocado de moños color crema, alzándolo cada vez que la bailarina intentaba arrebatárselo.

—Prometiste que no ibas a molestarme. —Le reprochó, volviendo a hacer el amago de quitárselo.

—No recuerdo.

—¡Yu-…! —Las palabras murieron en su garganta el sentir una mirada calar sobre su espalda. Tímidamente giró el rostro y el mundo se detuvo.

Viktor soltó un jadeo sorpresivo al verse descubierto y como un tirón magnético, se miraron fijamente; castaño cobrizo contra azul oceánico. La bailarina entreabrió ligeramente los labios y un rubor carmín invadió su rostro, viajando desde sus mejillas hasta la base del cuello. Las pupilas de Viktor se dilataron y su corazón quiso escapar a través de su boca, deseoso por desangrarse a los pies de la ninfa. De forma inconsciente, el ruso se lamió los labios y notó como ella bajó la mirada ante el movimiento, provocando que un calor se expandiera por su cuerpo.

Ajeno a la situación, el bailarín rubio notó la mirada distraída de su acompañante y volteó en su dirección. Sus ojos se abrieron de par en par al reconocer al alto sujeto de pie a pocos metros de distancia. Ese largo cabello plata y ojos azules eran imposibles de olvidar. Apretando los dientes ante el inminente gruñido que emergió de su pecho, el chico le entregó el tocado de mala gana.

—Toma, tus lloriqueos me molestan. Anda, apúrate, necesito que me ayudes a quitarme esta trenza antes de que me dé una puta migraña. —Bramó con fiereza, tomándole bruscamente del antebrazo para llevarle consigo hacia los vestidores.

—Ah, ¡s-sí! —Fue lo único que respondió, apartando la vista con el corazón latiéndole a mil por hora.

Tras romper contacto visual, Viktor salió de su ensimismamiento y se sorprendió al notar un par de ojos verdes viéndole con molestia. Pronto, ambos desaparecieron del pasillo, dejándolo sumido en confusión y un latente cosquilleo en el estómago.

—Estaré enviando actualizaciones de todo.

—Muy bien, las esperaré. Fue... un gusto volver a verte, Lilia. Viktor, es hora de irnos. —Ajustando su saco, Yakov llamó a Viktor y ambos salieron del edificio. Cada uno con distintos pensamientos en mente.

En el interior del taxi rumbo al hotel, Viktor miraba a través de la ventanilla. Giró a ver a Yakov, encontrándolo haciendo lo mismo que él.

—Así que... —Comenzó, apoyando su codo sobre la ventanilla del taxi. —Lilia y tú...

—¿Qué? —El color desapareció del rostro de su entrenador, quien le miró estupefacto. —¿Cómo-…?

—Vi como la mirabas, además jamás te había visto así de nervioso en lo que llevo de conocerte. —Respondió su alumno como si fuera lo más obvio del mundo.

—No estaba nervioso, es cansancio. Además, eso fue hace mucho tiempo. Lilia es mi exesposa. —Fue dicho con un sentimiento extraño, y sin más regresó a su posición anterior.

—¡¿Qué?! ¿Exesposa? ¡Pero cómo es que nunca me enteré! Estoy herido... Qué alta traición es esta. —Viktor se llevó la mano a su frente, dramatizando su reacción y apoyándose contra el asiento del vehículo.

—No me gusta divulgar mi vida privada por ahí y como dije, fue hace mucho tiempo. —Sintiendo la incomodidad, Viktor decidió dejar el tema para otra ocasión. Aún tenía otras preguntas que hacerle y con Yakov de malhumor sería imposible.

—Es increíble que sea directora del Ballet Real, es una de las mejores academias fuera de Rusia. ¡El recital de hoy fue maravilloso!

—Sí, lo fue. ¿Notaste algo particularmente distinto en los bailarines? ¿En el acto del chocolate español, quizás? —Yakov preguntó de pronto, encarándolo con la mirada.

—¿A q-qué te refieres? —El ruso tragó duro, sintiéndose acorralado. Maldición, ¿acaso había notado sus miradas hacia la bailarina?

—Hm, veo que sigues siendo un cabeza hueca. —Suspiró. —Yura estaba ahí, el pequeño niño que hace siete años te hizo un desplante después de que intentaste chantajearlo con una flor.

¿Niño? ¿Desplante? ¿Flor? Viktor entrecerró los ojos, buscando entre lo más recóndito de su memoria. Con lentitud, los recuerdos comenzaron a desempolvarse y la comprensión le dio una cachetada en toda la cara.

Una gerbera destrozada sobre el suelo.

Rencorosos ojos verdes.

Cabello dorado, peinado en una trenza.

…La pareja de la misteriosa bailarina.

—¡¿Ese era Yuri?!—Su voz se elevó tanto que incluso el conductor del vehículo los miró por el retrovisor. —Se veía tan… diferente.

Yakov asintió. —Sí, ha mejorado increíblemente desde la última vez que lo viste. Según Lilia, Yuri está en la lista de favoritos a prima ballerina del Ballet Real, justo detrás de su pareja de esta noche.

Al escucharlo, Viktor no pudo evitar removerse en su asiento. —¿Ella también? Digo, no es que sea difícil de creer… Después de como bailó en el recital. —Comentó lo más casual que pudo, girando el rostro hacia la ventana.

—¿Ella?

Viktor regresó la vista a su entrenador, extrañado por el tono de voz que usó. —¿Sí? La chica con la que bailó Yuri.

—Yuuri no es una chica.

—Eso lo sé, Yakov. —Espetó el ruso, rodando los ojos exasperado. ¿Le estaba tomando el pelo?

Ante la infinita estupidez de Viktor, Yakov masajeó sus sienes. —Katsuki Yuuri, la pareja de Yura durante el Cascanueces, es un hombre omega y un gran bailarín.

—Qué.

Viktor se quedó un momento ahí, estoico, observando el rostro de su entrenador quien simplemente enarcó una ceja ante la mirada descompuesta de su alumno. No sabía que era más impactante, que la bailarina resultara ser un bailarín o que tuviera el mismo nombre que Yuri.

—Vaya, eso es… Nuevo.

—¿De dónde demonios sacaste que era una mujer? —Preguntó con total confusión, pues era común que los omegas interpretaran papeles tanto femeninos como masculinos independientemente de su género.

—Ah, yo… N-No sabía que los hombres podían ser tan… hermosos. —Musitó con un hilo de voz, encogiéndose en su lugar.

El silencio reinó en el interior del taxi y eso solamente acrecentó el rubor de Viktor, quien deseó haberse quedado callado por primera vez en sus 22 años de vida. Tras largos segundos que parecieron horas, la estruendosa risa de Yakov resonó por todo el auto e incluso el conductor bajó la mirada en un intento por esconder su sonrisa. El pobre chico escondió el rostro entre sus manos, sintiendo como sus orejas se enrojecían por la vergüenza que estaba pasando.

—Lo que es ser un alfa joven. —Fue lo único que dijo su entrenador, dándole fuertes palmadas en la espalda a modo de consolación.

Tras arribar al hotel, Viktor fue directamente a su habitación y se metió bajo las sábanas. Con celular en mano, escribió "Yuuri Katsuki" en el buscador y devoró todo el contenido que Google le ofrecía. No había muchos datos relevantes, más que fotografías de distintos recitales donde el chico había participado. Frunció los labios, ni siquiera eran fotos individuales.

Cerró el navegador y abrió Instagram, repitiendo el mismo proceso. Cuál fue su sorpresa al encontrar un sinfín de fotografías de Yuuri, la gran mayoría provenientes del usuario phichit+chu. Sus orbes se ensancharon, brillando como si hubiesen encontrado el más grande de los tesoros. Sin pudor alguno, se puso a stalkear la cuenta del moreno, quien parecía ser estudiante de la misma academia que Yuuri.

La madrugada llegó y se forzó a dejar su celular para poder dormir tan siquiera unas horas. Mirando el techo, Viktor continuó repitiendo las imágenes de Yuuri en su mente. Su cabello negro lo suficientemente largo como para rizarse alrededor de sus orejas, la forma en que sus ojos se entrecierran al sonreír a la cámara, la redondez de sus mejillas y lo mucho que le gustaría sentirlas sobre las palmas de sus manos.

Pero sobretodo, pensó en la forma en que parecía hacer música con su cuerpo. Sus fouettés eran delicados y ni hablar de la elegancia con la que realizaba los arabesques. Apretó su pecho, temeroso de que Yakov pudiera escuchar el latir desbocado de su corazón a pesar de que estuviera en la habitación conjunta. Una pequeña punzada de envidia le atravesó y giró sobre la cama.

Los omegas eran perfectos para el ballet. Tan bellos y frágiles, hacían cantar el corazón de cualquiera.

Cerró los ojos y soltó un suspiro, de pronto sintiéndose decaído para siquiera colocarse el pijama y desenredar su trenza. Decidió no pensar más en eso e intentó dormir. Esa noche soñó con dulces, pinos gigantes y una sonrisa sabor a chocolate español.

Viktor no pudo dejar de pensar en Yuuri desde que le vio bailar en la Royal Opera House. Ni siquiera cuando regresó a Rusia y la realidad regresó de golpe. Mucho menos tras pasar un mes desde el maravilloso recital del Cascanueces. Se sentía vacío, extrañaba tanto estar sobre un escenario… Que hubiera dado por tener la oportunidad de bailar con Yuuri bajo la luz de los reflectores.

No fue hasta una mañana de enero que Yakov se acercó a él con una sonrisa en el rostro. Viktor le miró extrañado, frunciendo las cejas al observar la carta que dejó sobre su regazo. Conforme leyó su contenido, un jadeo escapó de entre sus labios y se arrojó a abrazar a su entrenador, llorando de felicidad por primera vez en mucho tiempo. Tras años de debate, marchas y presión social, la Escuela de Ballet Real de Reino Unido decidió romper convenio con el Consejo de Bellas Artes y abrir sus puertas hacia todas las jerarquías, convirtiéndose en la primera academia de ballet en dar el primer paso hacia la inclusión.

Viktor ni siquiera esperó a escuchar lo que Yakov tenía para decirle, empacó esa misma noche y salió rumbo a Reino Unido a la mañana del día siguiente. No podía explicar la sensación de euforia que le comía de adentro hacia afuera, las endorfinas ahogaron su sentido común y con ello su capacidad de pensar con claridad.

Lo volvería a ver.

A Yuuri, el danseur de ojos pardos y brillante sonrisa.

Y esta vez, Viktor estaría bailando a su lado.


¡Hola! Esta es mi primera historia para el fandom de Yuri! on Ice después de un largo hiatus de la escritura. Extrañaba escribir omegaverse y tengo muchísimas ideas para esta historia.

Quiero aclarar que en este universo, tanto alfas como omegas tienen épocas de celo. Me referiré al de los alfas como "celo" y al de los omegas como "estro", pues así es comúnmente conocido en las hembras. También que a pesar de las futuras escenas YuYuu que habrán (ejem), este es un fic 100% Viktuuri, así que sí no les gusta el YuYuu siéntanse libres de saltar esas partes. ٩(。•́‿•̀。)۶

Mis conocimientos con el ballet son limitados y todo lo que sé es gracias a Google, así que si ven algún error sobre eso quiero disculparme de antemano, omg. (ᗒᗣᗕ)

Vivo mucho por el power bottom!Yuuri y aunque Viktor es un alfa en mi mente, su personalidad suavecita lo hace ser completamente distinto al arquetipo de alfa tradicional. ¡Espero que les guste el prólogo! El siguiente capítulo comenzamos con la historia y el comienzo de la pérdida de sanidad de Viktor por siento bailarín de ojos avellana.