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—La muerte es lo único irreversible, no se vuelve de ella, no hay más nada.
Erwin comprendió esas palabras desde la etapa más temprana de su vida. No era el único, pues todos los que allí se habían reunido tenían en común experimentar la muerte de primera mano. Sin embargo, no hacía menos grave el hecho que se estaba discutiendo.
—Yo he matado —el otro quiso refutar aquello, él se adelantó—. Quizás no directamente, pero he condenado a mucha gente.
—Y has salvado a otras tantas.
—Pero he dejado a personas sin familia. He vuelto irreversible la situación de mucha gente.
—No directamente —repitió él y quiso volver a hablar pero Erwin lo detuvo.
—Es lo mismo, matar o dejar morir —sentenció y dio una profunda exhalación—. Debo asumir las consecuencias de mis actos.
—¿Aunque con eso la humanidad pierda uno de sus pilares? —escupió. Él no era la clase de persona que poseía una vena emocional, por otra parte, no podía permitir una baja tan grande en un momento importante como ese, estando tan cerca del final.
—Todavía hay esperanza, con o sin mí. Estarán bien.
Levi calló. No le sorprendía la predisposición de Erwin para morir, aquello no era nuevo.
—Es así como será entonces —concedió—, pero no lo olvides: lo único que no puede enmendarse es la muerte. Matar o dejar morir, en este mundo, es algo que, aunque no tenga redención, puede permitirse. Siempre y cuando des algo más importante que tu propia vida, como salvar a la humanidad, por ejemplo.
Erwin sopesó aquellas palabras. Levi decía la verdad, al menos, la de esa realidad cruel en la que vivían. ¿Quién era él para creer que podía permitirse a sí mismo la redención? No era algo que fuera a conseguir, aunque se muriera en las más viles y deplorables condiciones. Vivo valía más, respirando y luchando estaba lo más cerca que podía de llegar a eximirse.
—Gracias, Levi.
Su final estaba, todavía, demasiado lejos.
Levi sonrió.