ORIGAN

Amanecía sobre las nubes, de nuevo. La luz purificadora se alzaba sobre los vientos y las tierras, cubriendo todas las vidas mortales que se enfrentaban a un nuevo día allá en sus recónditos lugares. Desde los altos vientos se veían insignificantes las vidas de los simples humanos. Pero Origan ya se había acostumbrado. El Aire era su elemento. El aire la había llevado hasta las más altas montañas y hasta los lugares más lejanos desde su infancia, desde que descubriera que podía controlarlo. Pero esa necesidad de control se fue convirtiendo en obsesión, y la obsesión en ambición, hasta que la ambición la había llevado a querer conquistar lo que más anhelaba: el control de todo. El control de todos los elementos. Conquistar el Atohallan.

Ahora, ahí arriba donde se encontraba, en lo alto de una pequeña nube, podía vislumbrarlo todo, y lo que no podía, no pasaba nada, se acercaba ella en un momento, meciendo el viento. Casi sonaba hasta romántico, pensó, torciendo la boca perversamente. Pero en ese momento sólo había una cosa que quería vislumbrar en aquellas tierras norteñas, y brillaba mucho, brillaba en medio de la maleza y de los ríos, brillaba en medio del océano, brillaba allá donde iba, como un rayo de luz en un día lluvioso.

Como un copo de nieve en pleno otoño.

Su sonrisa perversa se acentuó. Conquistar todos los elementos requería quitar de en medio al quinto elemento.

"Al fin y al cabo, yo soy una mejor candidata." Pensó.

Pero ya había observado bastante a esa pequeña mota blanquecina. Un año exactamente. Un año en el que la había visto deambular por el bosque encantado como una northuldra más, la había visto cruzar el mar oscuro al galope sin ningún miramiento, y la había visto bajar a sus tierras arendellianas asiduamente para apoyar a su hermana pequeña.

Conocía bien a Elsa de Arendelle, pero a todas luces, esta no la conocía a ella. Lo cual era la mar de interesante. Se dio media vuelta con las manos entrelazadas en su espalda, caminando lentamente por aquel pequeño tumulto de nubes que hacía las veces de suelo, sin realmente serlo.

-¿No te cansas de mirar ahí abajo?

La voz aguda de Nigari le reprochó desde las escaleras de mármol blanco que adornaban la subida al trono plateado al otro lado de la nube. Por suerte, el poder de Origan era tan fuerte a estas alturas que no tenía que hacer esfuerzo ni que concentrarse en mantener su salón del trono flotante. Prácticamente lo hacía solo.

-Es bastante más interesante lo que sucede ahí abajo que lo que sucede aquí arriba, sin ser interesante en absoluto.

El ave de negro plumaje torció la cabeza, intentando desentrañar la frase enrevesada que había soltado su dueña.

-Y si ni esto ni aquello es interesante, ¿qué sentido tiene todo esto?

-Probablemente no lo tiene, pero algo hay que hacer con la vida, ¿no? - Dijo la chica, alzando la cabeza para mirar por fin al tordo mientras se retiraba un mechón castaño oscuro de la cara.

Este sacudió las alas en señal de no entender a su ama pero también de no importarle. Soltó un graznido.

-¿Y cuándo vas a descender para atacar?

La dueña chistó, abriendo su larga y gruesa capa de plumas negras para abrirse paso y subir las escaleras.

-Las cosas hay que tenerlas bien pensadas antes de actuar, Nigari, todo a su tiempo – se sentó ceremoniosamente en su trono plateado desde el que podía ver todo el cielo -. Pero como tú eres un pajarraco no tienes ni idea de cómo funciona esto – le hizo un guiño insolente.

Sacó de dentro de su capa un pequeño frasco de cristal que contenía una especie de humo púrpura que giraba como si tuviese vida propia en el interior. Origan lo acarició con una devoción maliciosa, como si fuese su pequeña mascota. El ave soltó otro graznido más aterrador que el anterior.

-Dentro de poco estaremos listos, tranquilo.

-Sí, mi señora.

-Bah, Nigari no me trates de señora, por favor, aún me queda para eso – protestó la chica con desdén, alzando elegantemente una mano -. Ahora, centrémonos – carraspeó teatralmente -. Localicemos a mi ex reina favorita.

Su malévola mirada perdida en el horizonte arrancó un graznido despavorido del ave, que salió volando en picado hacia el mundo humano.

ELSA

Nokk la dejó bajar gentilmente de su grupa a orillas del fiordo. Arendelle lucía tan resplandeciente y bullicioso como siempre. Elsa sonrió como cada vez que llegaba a su tierra natal, con nostalgia y júbilo por pertenecer a aquel reino tan honorable y majestuoso. Y al parecer, Anna lo estaba llevando bien. No había, por el momento, carritos ambulantes de chocolate que inundasen las calles, ni una jauría de renos, ni una plaga de flores decorando cada esquina. Su hermana pequeña se estaba comidiendo, y ese pensamiento le hizo sonreír todavía más a la hermana mayor. Las gentes de la ciudad se abrían paso boquiabiertos y la saludaban noblemente a medida que avanzaba con firmeza y seguridad por las calles. Se fijaban en el esplendoroso vestido plateado que llevaba puesto para la ocasión. En el fondo, se sentía como si siguiese siendo la monarca del reino, la gente todavía la respetaba como tal y algunos incluso se atrevían a llamarla "Reina Elsa".

El puente que llevaba al castillo estaba decorado con los adornos de ceremonias especiales, los que sólo usaban cuando un acontecimiento importante y feliz sucedía. Solo que esta vez se notaba el toque detallista de Anna. Al entrar al castillo lo primero que percibió fue un intenso olor a chocolate.

"Aquí empiezan los dominios de Anna"

-¡Elsa! ¡Ya has llegado! Pero cómo… - Anna se interrumpió al mirar de arriba abajo a su hermana – Wow, o sea, estás espectacular.

Elsa sonrió y le hizo un gesto con la mano.

-Anna ya tenemos todo listo en el...wow – Kristoff llegó atropelladamente hasta su prometida y se interrumpió justo al mirar a la visita que deslumbraba en la puerta de entrada del palacio -. Elsa, estás increíble, vamos que estás siempre increíble, pero creo que hoy especialmente – dijo echándose una mano a la cabeza torpemente.

Anna se abalanzó escaleras abajo y se dejó caer en los brazos de la rubia cuatro escaleras antes de llegar al final. Por suerte, Elsa tenía suficiente fuerza para sostener el ímpetu de su hermana.

-Has llegado a una hora perfecta, tenemos al General Mattias muerto de los nervios en los salones, ultimando los detalles de su ropa. ¡En nada tenemos que partir a la ceremonia!

Se oyó la voz de Olaf al fondo del corredor. Apareció cantando y cargado de una cesta de caramelos que enseguida tiró por los aires al ver a Elsa. Esta se agachó para abrazarlo y recibió con cariño todas las pequeñas anécdotas que el muñeco de nieve disparó en menos de un minuto.

La mañana transcurrió jovial y festiva, con la solemne ceremonia del General Mattias y su bondadosa esposa Halima. Las hermanas, Kristoff, Olaf y Sven pasaron todo el rato que pudieron juntos, sumidos en risas e historias que tenían todos que contar. Kristoff se interesó mucho por la vida del bosque y los Northuldra, si habían desarrollado sus costumbres o si algo había cambiado desde que el bosque se había liberado. Olaf preguntó por Galerna, como si fuese su amante perdida. Claramente estaba entrando en la adolescencia de los muñecos de nieve.

-Hace tanto que no viene por aquí...- se lamentó dramáticamente – que casi no me acuerdo de como huele.

-No es verdad Olaf - señaló Anna -, estuvo aquí ayer y nos acompañó en el paseo matutino.

-Pues eso, tanto tiempo hace…

Todos rieron al unísono. Tan alto y con tanta sinceridad que hasta los pájaros que rondaban el castillo pudieron oírlos, especialmente uno, que estaba muy atento. Ya en el Gran Comedor, donde les aguardaban el banquete y la fiesta tras la ceremonia, se tuvieron que dispersar, pues los aristócratas y la nobleza de otros reinos y condados reclamaban la atención de las hermanas. Unos para tratar asuntos políticos y comerciales con Anna, y otros para curiosear a Elsa, aunque seguía sin librarse de los asuntos políticos. Elsa no era la más amiga de las celebraciones, pero esta vez se sentía bien, se sentía a gusto consigo misma. Era la primera vez que de verdad estaba tranquila y en armonía con quien era realmente. ¿Podría decir mucha gente lo mismo? Probablemente no. Lo que sí podía decir la mayoría de la gente que la rodeaba en ese momento era que tenían a alguien que les acompañaba, a un compañero o compañera de vida. Un amor romántico. ¿Pero estarían enamorados de verdad? Miró a su alrededor y vio el Gran Salón repleto de parejas de todas las edades y etnias, cogiéndose de las manos y profiriéndose bellas palabras, o simplemente estando uno al lado del otro. Era una cuestión que Elsa se había empezado a replantear en el último año, desde que abrió su corazón por completo a la naturaleza. Conocía el amor fraternal, conocía el profundo amor de la amistad, conocía muchos tipos de cariño. Pero, ¿alguna vez había conocido el amor romántico? Estaba bastante segura de que no. No era ni el mejor ni el peor de los amores, era simplemente uno más, pero uno que jamás la había sorprendido. Al menos, por ahora. Y siendo honesta consigo misma, tampoco se moría de ganas de conocerlo.

-¡Alteza!

La armoniosa voz del General Mattias la sacó de su ensimismamiento.

-Oh, General. Qué bien verlo libre de tanto bullicio - Elsa le dio un tierno apretón en el brazo -. ¿Cómo se presenta la primera noche de casado?

-Bueno, alteza, no se lo podré decir hasta que no pase tiempo de calidad como hombre casado. Así que mañana hablamos.

Ambos rieron.

-Vamos, ya no soy reina. No merezco tal titulo ya, esa carga recae ahora sobre los hombros de mi hermana – dijo la rubia desviando la mirada hacia Anna, la cual se hallaba haciendo aspavientos ante algún dirigente de algún reino cercano.

El general se acercó lentamente y se puso una mano en la boca cubriéndosela escénicamente.

-Si me permite, es más que eso, vos sois ahora...una semi diosa.

El hombre rió ante su propia idea, pero Elsa sacudió el brazo como borrandola del aire.

La tarde dio paso al anochecer, y Elsa salió a uno de los balcones a tomar un poco el aire. Su vaporosa melena platino ondeó tras ella. La algarabía se iba apagando poco a poco, la gente se iba a sus casas a descansar del alborotado día, el cual había transcurrido magníficamente, pensó Elsa.

"Todo marcha bien, es una sensación rara..."

Vio una corriente de hojas secas flotando sin un patrón común alrededor del palacio.

-¡Eh, Galerna! - Elsa la llamó con entusiasmo.

El espíritu del Aire se revolvió un poco, pero ignoró a Elsa. Esta se extrañó sobremanera, estaba segura de que la había visto. Volvió a llamar, pero el espíritu se alejó.

"Qué raro" Pensó, frunciendo el ceño.

En algún lugar en las alturas, una sonrisa perversa percibió la decepción.