Disclaimer: ¡Nada de FF7/FF7 Remake me pertenece! Ojalá me perteneciera, que ganas tengo de ver más de ese remake :(

Hola! Este es un pequeño fic que escribí, inspirada por la frase que Cloud le dice a Aeris "keep your distance (o mantén las distancias, en español) en el nuevo trailer de FF7 Remake de los Game Awards. Quisiera dedicárselo a mi amiga Lady Yomi, una amiga muy especial que conocí aquí, en fanfiction y que gracias a ella, encuentro ánimos e inspiración para escribir siempre, ¡ERES LA MEJOR! Considera este uno de mis primeros regalos de esta navidad ^^ ¡ESPERO QUE TE GUSTE! *O*

Es un fic un poco triste, pero muy bonito, en su gran mayoría. Creo que en este momento, me sentía en la necesidad de escribir algo de este corte y estilo. UN BESO Y UN SALUDO! GRACIAS POR LEER 3

Mantén las Distancias

-Mantén las distancias – te dije, con cierto tono petulante y amenazador en mi voz. No sabía qué era lo que me hacía comportarme de ese modo contigo, pero algo en mi fuero interno me hacía tener la imperiosa necesidad de advertirte de que, estar cerca de mí, era una decisión peligrosa. Y ni siquiera entendía por qué te lo estaba diciendo a ti en ese entonces, si ni siquiera nos conocíamos de nada.

Tú acababas de poner una flor en mi pecho, bajo los tirantes de mi uniforme de Soldado. Hacía tiempo que nadie me tocaba si no era para pegarme, empujarme o tratar de derribarme. Pero tú lo habías hecho con aquella confianza del amigo que te conoce de toda la vida, aunque tú y yo nos acabábamos de encontrar por primera vez en toda nuestra existencia.

Me miraste extrañada, aunque algo divertida. Sentí como si te estuvieras riendo un poco de mí, de mi advertencia. Como si ni siquiera mi tono o mi mirada desafiante hubiese calado de alguna manera en ti.

Viendo que no ibas a decirme nada más, volví a intentarlo.

-Mira, estoy metido en cosas…cosas peligrosas.

Pestañeaste un par de veces, aunque tu semblante no cambió en absoluto. Seguías mirándome con diversión, como si para ti un hombre con una espada más grande y pesada que su propio cuerpo te supusiera un chiste.

-¿Y qué? – preguntaste, con tono jovial y alegre. Algo jocoso, también.

"¿Y qué?" repetí, para mis adentros. Como que, ¿y qué?

-Que pases de mí. Mantén las distancias. – repetí otra vez, apretando los labios. Aunque el resto de mi cuerpo y de mi cara estaban en tensión, amenazantes, si mirabas mis ojos se me podía caer la fachada de tipo duro en cuestión de segundos. Habías conseguido que estuviera de los nervios, pues yo parecía como un padre que intentaba por todos los medios que su hija pequeña no se metiera en problemas, pero viendo como esa niña pequeña se acercaba aún más al problema.

-¡Vale! – dijiste, con una sonrisa, mientras echabas a andar, con tu canasto de flores colgando del brazo y andares de princesa.

"¿Vale?" me sentí aún más perdido. Cualquier otra persona se habría metido conmigo, me habría mandado a freír espárragos o se habría reído de mí cara. Pero tú habías contestado esa simple palabra y te habías ido, con el rostro sonriente. Me di la vuelta para verte marchar, con el ceño ligeramente fruncido. Tenía ganas de darte dos gritos y de decirte que volvieras, que me explicases a qué había venido ese maldito "vale". Pero entonces me di cuenta de que era un estúpido preocupándose por una desconocida y eché a andar.

Lo reconozco y lo siento. No pensé mucho más en ti después de que nos viésemos esa noche. Por ser Soldado, estaba acostumbrado a ver muchas caras y muchas personas diferentes en todo sitio al que iba. Y en ese momento, tú eras una cara más en un sitio más. Mi rutina diaria.

Pero entonces caí por el hueco del techo de tu iglesia. Podría haberme matado del golpe, de la distancia de la caída. No obstante, por alguna extraña razón, sobreviví a aquel estruendo y cuando desperté, lo primero que vi fueron tus ojos. Tu voz, un poco estridente, aunque ahora estoy seguro de que fue por el golpe.

Inmediatamente me di cuenta de por qué me habías respondido "vale" unas cuantas noches atrás. Estaba en tu carácter, en tu personalidad. Agachada en cuclillas, regando y acariciando las flores, parecía que no tenías ningún problema en el mundo, con nada ni con nadie. A pesar de que luego supimos todo por lo que habías pasado en tu infancia, la inocencia de tu rostro hacía entender que tu vida había sido un camino de rosas.

-¿Te acuerdas de mí? – preguntaste.

Y extrañamente, me acordaba. Nunca he sido muy bueno para las caras. Pero la tuya era y es inolvidable.

-Claro. – decidí mofarme un poco. Nadie me dejaba con un "vale". – Eres la borracha de los suburbios.

Había dado en el clavo. Parecía que estabas un poco acostumbrada a que las personas flirteasen contigo casi inmediatamente. Frunciste el ceño, aunque rápidamente pintaste en tu cara tu gesto habitual, una sonrisa.

-¡Eso ha sido un poco rudo! – bromeaste, con una risa cantarina. Como tu iglesia y tus flores, eras un agradable contraste luminoso para toda la oscuridad pesada y siniestra que suponía Midgar. – Soy la florista. – me recordaste.

Seguiste acicalando tus flores y "¡otra vez!" pensé. Podrías haber aprovechado ese momento para mandarme al infierno como cualquier otro haría, sin embargo, habías respondido con simpleza y habías vuelto a pasar de mí. No me malinterpretes. No es que sea un presumido y arrogante que quiera toda la atención sobre su persona. Bueno, quizá un poco sí. Pero me desconcertaba como me tratabas. Como parecía que nos tratábamos como si nos conociésemos desde hacía tantos años.

-¿Te apetece hablar? – preguntaste. "Pues claro que me apetece hablar, ¡me tienes intrigado! ¿Qué pretendes?" pensé. Sin embargo, recuerdo haberme encogido de hombros, intentando parecer que no estaba hecho un lío. – Vale, no tardaré mucho. Oye, no te he dicho como me llamo. – continuaste, en tu monólogo. Yo solo podía observar y analizarte en aquellos instantes. – Me llamo Aeris, la florista. – tendiste una pequeña mano y casi automáticamente la estreché.

-Yo me llamo Cloud. – de nuevo, adquirí mi pose de chico guaperas. - ¿Yo? Hago un poco de todo, ¿sabes?

Apreté los labios. De nuevo, eras impasible ante mí. Tus ojos miraban hacia la puerta de la iglesia, y entonces miré yo también. Un tipo raro con unas pintas aún más raras se abría paso entre los casi derruidos bancos de madera.

-Permitidme que entre. Gracias. – se pronunció, con toda la chulería y la arrogancia que su persona le permitía tener. Un tipo raro…aunque con un uniforme cien por cien reconocible. Aquél era un Turco.

-Cloud – me llamaste. - ¿Dijiste que hacías de todo, verdad? – vaya, así que estabas escuchándome. - ¿Podrías ser mi guardaespaldas y llevarme a casa?

Hm… llevarte a casa sonaba bien. Sonaba a, al menos, diez minutos más contigo para saber un poco más de ti y por qué había un Turco en tu iglesia.

-Está bien. Pero te va a costar algo, sabes, no soy…

-Tengamos una cita juntos, ¿vale? – me interrumpiste. Risueña, pero algo nerviosa por la nueva presencia que esperaba a que terminásemos nuestra charla.

Ni lo pensé dos veces.

-Hecho.

Y tras una abrupta huida, llegamos a los suburbios. Entonces me contaste que te perseguían, desde hacía bastantes años. Me llamó bastante la atención en aquel momento, ya que no sabía absolutamente nada de ti. ¿Para qué iban a querer seguir Los Turcos a una chiquilla florista de Midgar? Era extraño, pero había algo en tu rostro que denotaba aún más misterio y que a mí me instaba a querer seguir sabiendo más de ti. Pero también, detrás de ese misterio, había cierta preocupación. Te habían seguido otras veces, pero, por tu aspecto, parecía que esta vez habían llegado un poco más lejos que la anterior. Y algo en ti sabía que llegarían más lejos la próxima vez. Y eso te incomodaba.

Bromeé contigo. De repente, sin yo ni siquiera pensármelo mucho tampoco. Cualquier hombre inteligente no habría bromeado contigo en una situación así de delicada. Te habría tomado la mano y te habría dicho "conmigo no tienes nada que temer", pero yo no soy así y ya me había dado cuenta de que tú solita sabías defenderte bastante bien, había visto a los soldados rasos suplicando que no les dieras más porrazos.

-Vas a asfixiarte como sigas corriendo – te solté – Pensé que tenías madera para entrar en Soldado y que por eso te perseguían los Turcos. – y para más inri, chocaste contra mí.

-¡Qué cruel eres! – bromeaste tu también. Y aún hoy no sé exactamente cuál fue el desencadenante. Si fue tu ceño ligeramente fruncido, o tus mejillas rojas del esfuerzo, o esa vocecilla tuya, pero tuve que dejar escapar la risa. Y te reíste conmigo. Y me sentí menos cansado, entonces.

Descansamos en tu casa. Tu madre fue agradable con nosotros, aunque mientras tu preparabas la cama, me pidió que me marchara. Quiero que sepas que estuve de acuerdo con ella en ese momento. Lo estaba pasando muy bien contigo y quería saber más de ti, pero estaba claro que éramos el día y la noche. Tu merecías seguir en un mundo tranquilo y agradable, y no ir tras los pasos de un tipo con una gran espada que solo tenía enemigos allá por donde iba. Eso era causarte problemas innecesarios.

Aunque ahora que lo pienso, estoy seguro de que escuchaste las advertencias de tu madre, si no, ¿cómo apareciste antes que yo delante de los suburbios del Sector 6? Eso, o tu afán por correr riesgos era mayor que cualquier cosa.

Me di cuenta que era imposible convencerte y conseguir que me hicieras caso. Había librado batallas sangrientas y había salido mejor parado que en una batalla dialéctica contigo, créeme. Pero estaba seguro de que, más tarde o más temprano, te querrías ir y no volveríamos a vernos más.

Pensar eso me angustiaba ligeramente. Lo de … no volvernos a ver más. Me lo estaba pasando bien contigo, al fin y al cabo. Y Midgar era una ciudad demasiado grande como para volver a encontrarte una vez hubiera acabado todo, para que me pagases con aquella cita que me habías prometido.

-¡No me puedo creer que todavía esté aquí! – dijiste, de repente. Por un momento pensé que te habías referido a ti misma, por lo que te di la razón. Yo tampoco me lo terminaba de creer mucho. Pero entonces vi que te referías al tobogán viejo y sucio del parque del Sector 6 y deseché aquellos pensamientos de mi mente. Y para cuando me di cuenta, ya estabas en lo alto del tobogán. – Ven, ¡ven!

Y te seguí. Por qué te estaba haciendo caso y no me imponía de una vez era algo que no lograba entender del todo. Pero lo hacía. Me senté a tu lado. Olías bien, como a flores y a algodón.

Entonces me hablaste de él. De tu primer novio o algo parecido. Que te gustaba. Algo en mí se alegró de que fuera en pasado, pero no me dio tiempo a pensarlo mucho, porque para cuando me di cuenta, ya estábamos en Mercado Muro intentando salvar a Tifa de las garras de Don Corneo.

De nuevo te pedí que te marcharas a casa. Todos los sucios y repugnantes hombres que había en Mercado Muro te miraban como si fueras un dulce recién salido del horno, algo que resultaba realmente incómodo y hasta amenazante. Pero de nuevo, a ti no te importaba. Caminabas con la seguridad de quien tiene a todo un ejército a sus espaldas.

-Cloud, ¿por qué no te vistes de mujer? ¡Quieres ayudar a Tifa! ¿No? Entonces…¡hagámoslo! – me dijiste.

Era tan fácil seguirte la corriente que en menos de quince minutos estaba enfundado en unas medias de seda y en un vestido ajustado de color lila. Me sentía ridículo, pero tú me habías hecho entender que el fin justificaba los medios. Evitaba mirarte de todas las formas posibles. Después de haber visto tantas cosas horribles durante batallas y batallas, ver a una preciosidad enfundada en un vestido rojo, como tú, resultaba hasta doloroso.

Y después de haber ayudado a Tifa con Don Corneo, todo pasó deprisa. Tifa, Barret y yo luchamos codo con codo contra Shin – Ra, pero fue imposible evitar que la placa cayera y matase a tantas personas. Que matase a Biggs, a Jessie y a Wedge. Era increíble como aquellas personas con las que había estado luchando y hablando hacía dos o tres días ya no estuvieran a mi lado. Como tú ahora…

Entonces apareció el helicóptero con el sello de Shin – Ra y Tseng, el más taciturno de los Turcos, te agarraba del pelo.

-Tengo una vieja conocida en mis filas – musitó – creo que le vendrá bien una visita a las Oficinas de Shin – Ra.

-¡Tifa! – dijiste entonces - ¡Ella está bien, no te preocupes!

Tseng te dio una bofetada y emprendió el vuelo. Y yo solo podía sentir la rabia subiendo a borbotones por mi pecho. Era como si te hubiese fallado en aquel momento, yo era tu guardaespaldas, se suponía. Y te había quitado la vista de encima y ya estabas rumbo a las oficinas de Shin – Ra.

Ni siquiera me tomé cinco minutos más para pensar en nada, yo solo quería ir a las oficinas de Shin – Ra, subir los sesenta y nueve pisos, hablar con quien tuviera que hablar (o más bien, pegarme con quien tuviera que pegarme) y tenerte a mi lado otra vez.

-¡Cloud! ¡Espera! – dijo Tifa, a mis espaldas. Paré en seco – Barret quiere comprobar si Marlene está en casa de Aeris. Tú…estuviste ahí, ¿verdad? Llévanos, por favor. Estoy segura de que la niña está bien, pero…por Barret…te prometo que iremos justo después a Shin – Ra.

Llegamos a tu casa. Fui un cobarde, lo admito. No podía ni mirar a tu madre a la cara. La había desobedecido, no me había apartado de tu camino y te había llevado a tener más problemas. Entendía que me odiase por completo.

Entonces nos contó tu historia y tuve que hacer un gran esfuerzo para disimular mi asombro. Había estado hablando con una Cetra. Con una mujer perteneciente a una raza legendaria y con una magia espiritual inconmensurable.

Me sentí rápidamente identificado contigo. Sobre todo, por tu infancia solitaria. Yo tampoco hacía buenas migas con los niños de mi pueblo, muchos de ellos pasaban de mí y me sentía hundido en la más profunda soledad.

-Id a buscar a Aeris. Id a buscar a mi niña – pidió tu madre. Y esa vez, iba a obedecerla, costase lo que costase.

Entramos en las oficinas de Shin – Ra. No quería hacer un escándalo, pero sabes cómo es Barret y nos fue imposible pasar desapercibidos. Logramos colarnos en el ascensor y mientras Barret y Tifa mantenían una conversación, yo solo podía pensar en si tendrían represalias contigo ahora que sabían que habíamos ido a buscarte.

-¿Y a ti que te pasa? – me soltó Barret, sacándome de mis pensamientos.

-¿Qué?

-Que qué te pasa. Llevas un rato callado – dijo. Me había girado para responderle, pero volví a mi postura anterior y me encaré con la puerta del ascensor.

-No quería montar un escándalo hasta haber encontrado a Aeris… - murmuré, apretando los puños.

Entonces Barret se hartó a reír.

-Vaya, sí que has cambiado. Hasta parece que te preocupas por la gente y todo – soltó, como siempre, algo impertinente para mi gusto.

¿Que yo había cambiado? Aquella frase me dejó ciertamente tocado. ¿Podía ser que estuviera preocupado por primera vez? En el fondo, si lo estaba. La bofetada que te había dado Tseng resonaba una y mil veces en mi cabeza y no quería pensar que te estuvieran dando más.

-¿Y a quién le importa lo que a ti te parezca o no? – farfullé.

Y te encontramos. Me agaché para darte la mano y que pudieras levantarte, pues aquel enorme animal naranja, Red XIII, te había empujado solo para darnos tiempo y echar a Hojo de allí. Y cuando me miraste, supe que esta vez te habías asustado de verdad. Aunque no quisieras decirlo ni reflejarlo, lo sentí. Y yo te miré, intentando por todos los medios y sin decirte ni una sola palabra, que jamás te volvería a pasar algo así. Pero estaba equivocado.

Huimos de Shin – Ra y emprendimos un viaje hacia el mundo exterior. Parecías una niña pequeña que descubre las cosas por primera vez. No parabas de mirar para todos los lados y yo no paraba de mirarte a ti.

Seguimos avanzando y avanzando en nuestro camino. El objetivo ahora era Sefirot, ahora que sabíamos que estaba vivo y que había vuelto. Pero, mientras tanto, teníamos que seguir nuestra vida. Me sentaba lo más lejos posible de todos, a observar el mapa y trazar los mejores caminos para poder seguir nuestra andadura.

Aunque resultaba imposible concentrarse, de vez en cuando. Solo se escuchaba de fondo tu risa cantarina y tus largas charlas con Tifa y Nanaki. Barret era un poco más desapegado.

Te llevabas tan bien con Tifa… a veces me ponía celoso de que no me contaras todo lo que le contabas a ella. Pero me alegraba, por las dos. Sé que Tifa nunca ha tenido muchas amigas y tu menos todavía, así que veros a ambas hacer buenas migas y entenderos tanto me dejaba con un buen sabor de boca.

Entonces volvía a mis mapas tras haberme dado cuenta de que me había pasado diez minutos observando cada detalle tuyo.

Viajábamos cada vez más lejos. Y cada noche, antes de irme a dormir, me aliviaba saber que todavía seguías aquí. Que no te querías ir, que no querías volver a tu casa. Que querías seguir en nuestro viaje, con todos. Conmigo.

Llegamos a Cañón Cosmo. Bugenhagen nos explicó qué era la Corriente Vital y su significado e importancia para el Planeta. Estábamos destruyendo lentamente el mundo y Shin – Ra tenía una contribución bastante importante en aquel proceso de destrucción. Además, nos habló de los Cetra, de quiénes habían sido y de todo lo que habían aportado al mundo. Tú escuchabas, con una templanza y una curiosidad infinitas. Por primera vez, me di cuenta de que eras sabia, pero también alguien que necesitaba seguir aprendiendo cada día más. Y, por primera vez, presté atención a lo que nos contaban. Algo me decía que tenía que implicarme más por el Planeta, que tenía que hacer algo. Que tenía que demostrarte que yo también me estaba preocupando, que estaba cambiando.

Nos sentamos frente a la hoguera y los observé a todos. Parecíamos una familia, y ahora había nuevos miembros entre nosotros. Cait Sith, Yuffie… cada vez éramos más, pero, a pesar de no demostrarlo mucho, me agradaba la compañía de todos. Se habían animado y hablaban tranquilamente junto al fuego, compartiendo recuerdos de la niñez. Sin embargo, tú, que en cualquier otra ocasión habrías participado, mantenías el silencio, un silencio esquivo.

Mis alarmas saltaron. Algo te pasaba y yo ansiaba saber el qué. Y me acerqué sigilosamente a tu lado. Quería ser Tifa aquella noche y que me contaras a mi lo que te pasaba por la mente.

No hizo falta que te preguntase para que empezases a hablar.

-Hoy he aprendido mucho, ¿sabes? Sobre los Ancianos… parece que soy la última. Estoy…sola en este mundo – dijiste, casi en un susurro.

Te miré de lado. Dolido. ¿Sola? No estabas sola.

-Pero yo…digo, nosotros…¿Estamos aquí, no? – argumenté, nervioso por tu respuesta. Igual de nervioso que un crío que está esperando una regañina de su madre.

Y clavaste tus ojos en mí y de nuevo, aquella mirada del edificio Shin – Ra. Aquella mirada a la salida de tu iglesia. Aquella mirada de que estabas asustada en el fondo, incomprendida, cansada. Y me sentí inútil.

-Si, claro…pero…estoy "sola" – enfatizaste.

-¿Significa eso que no podemos ayudar? – dejaste de mirarme y tu rostro se descompuso levemente. Y yo también dejé de mirarte. No había sido Tifa, no había llegado a ti y eso me dolía y no entendía por qué en aquel entonces, aunque ahora si lo entienda.

Avanzamos un poco más en el camino y con cada sitio que visitábamos, nuestra unión parecía crecer más y más. Te miraba en silencio, deseando pasar más tiempo a solas contigo. Deseaba que hablásemos de cualquier cosa, de cualquier estupidez, solo quería pasar tiempo contigo, eras mi amiga, al fin y al cabo.

Llegamos a Gold Saucer y parecías una niña pequeña. Dando saltitos de allá para acá, queriendo tocar todo. Dabas vueltas sobre ti misma y te reías. Y yo no podía parar de observar tu sonrisa, tus ojos brillantes. Ahí me di cuenta de que…

-Cloud, a ver si dejas de mirar un poco y aterrizas. Tenemos que encontrar la Piedra Angular – me riñó Barret, sacándome de mis pensamientos.

La Piedra Angular. La Piedra con la que conseguiríamos entrar al Templo de los Ancianos y, con suerte, averiguar algo más acerca de Sefirot y sus propósitos, así como de la Materia Negra. También para averiguar algo más de los Ancianos, de tu gente, tus antepasados. Sabía que tenías muchísima curiosidad por aprender más y más de ellos y valía la pena hacer el esfuerzo si eso era lo que te llenaba.

-Será mejor que pasemos la noche en el Hotel Fantasma – dijo Cait Sith, una vez conseguimos la Piedra Angular – no nos conviene emprender un viaje de noche al Templo de los Ancianos.

Pero yo no podía dormir aquella noche. De hecho, a más avanzábamos en nuestro camino y más conocíamos acerca de Sefirot, menos podía dormir y más vueltas le daba a todo en mi mente. Así que me limité a observar a través de la ventana.

Entonces llamaron a la puerta y eras tú. Llevabas la misma ropa de siempre, pero estabas más preciosa que nunca, con tu largo pelo suelo y las manos cruzadas sobre tu falda.

-¿Qué pasa? – pregunté, frunciendo el ceño.

-Tú y yo teníamos algo pendiente, ¿no lo recuerdas?

Muchas cosas pendientes.

-¡Una C-I-T-A! ¿Sabes lo que es? – bromeaste. Pero no, no. De eso nada. Esa noche no iba a permitir que me dejases estupefacto con tus bromas y tu impasividad. Esa noche la batalla iba a ganarla yo.

-Pues claro. No me tomes por tonto – te solté, fingiendo un tono duro y amenazante, pero la batalla la ganaste de nuevo, pues te volviste a reír. Lo cierto es que sabía lo que era una cita, pero nunca había tenido una.

-Venga, ¡vamos! Que se hace tarde.

Y me cogiste de la mano.

Cielos, qué mano. Tú estabas viéndolo todo y asombrándote con cada luz, cada juego recreativo y cada obra de teatro, pero yo hacía tiempo que había dejado de ver las cosas con claridad. Me encontraba un poco mareado, en el fondo, pero era como si no fuera yo. Era tan fácil seguirte el juego que ni siquiera la timidez me impedía hablarte. Nos contamos mil y una historias, de nuestra niñez, de nuestra adolescencia, historias importantes y otras tan poco trascendentales como el primer diente que se nos cayó. Pero me gustaba hablar contigo de esas cosas. Es más, podría haberte hablado de cuantos lunares tenía en el cuerpo si hubiera salido el tema.

-Vamos a la góndola – dijiste. Ni siquiera fue un pedido, una súplica. Nada. Proponías y yo hacía.

Subimos a la góndola. Tu miraste por la ventana, sorprendida con las alturas, con los fuegos artificiales.

-Cloud, mira – dijiste – mira qué bonito.

Tenías razón, los fuegos eran alucinantes. Hacía bastante tiempo que no los veía, casi desde que era un niño en Nibelheim y los lanzaban por las fiestas de verano. De repente me di cuenta de que bajaste la vista y tus manos, apoyadas en la ventana de la góndola, también bajaron.

-Al principio, me recordabas tanto a él… los mismos gestos, las mismas palabras…¡casi las mismas personas! – sonreíste. Una sonrisa amarga que capté al instante.

Tragué saliva y aparté la mirada. Qué rabia. Era nuestra cita y tú…tú estabas nombrándome a otro. Tocaste mi mano, así, de repente y volví a mirarte. Esta vez estabas más cerca que la vez anterior.

-Pero no. – continuaste – Sois tan diferentes… Las personas son diferentes, las cosas son diferentes. Cloud…quiero encontrarte.

Tenías tus ojos clavados en los míos, y yo me sentía tan pequeño e insignificante al estar perdido en aquella mirada tan profunda que solo supe decirte:

-Estoy aquí, ¿no?

Reíste.

-Sí…- dijiste, casi en un susurro – lo que quiero decir es que quiero…conocerte.

Yo también quería conocerte. De entre todas las personas, de todos los sitios y de todas las personalidades del mundo, solo quería conocerte a ti y a nadie más que a ti. Me acerqué más, quería besarte de una maldita vez y dar rienda suelta a todo lo que sentía. Sefirot, la Materia Negra, Soldado, Shin – Ra…nada de eso me importaba, solo te quería tener cerca.

Pero la góndola frenó en seco y las puertas se abrieron y todo lo que pude besarte fue en mi imaginación.

-Volvamos, ¿vale? – dijiste, con una sonrisa, acariciando mi mejilla. Pero yo ya no tenía ganas de decir nada.

El Templo de los Ancianos era un lugar enorme, pero tú empezaste a recorrerlo como si fuera tu casa. Descubrimos cosas demasiado importantes como para ser obviadas. Sefirot tenía un plan maquiavélico. Quería hacerse con la Materia Negra, invocar a Meteorito y mandarnos a todos al infierno.

Y tú diste con la clave como si nada. Lo dijiste con total entereza y seguridad, mientras que yo me volvía estúpidamente débil y me dejaba controlar por Sefirot para hacer otra de mis estupideces.

Y apareciste. En mi sueño.

-¿Por qué no dejas que me encargue de Sefirot? Y tú, te preocupas por ti mismo y por lo que te está "pasando" – dijiste, con ternura. Tú ya sabías que algo no iba bien conmigo. Pero a mi, ¿qué me importaba eso? ¿Cómo iba a dejarte que tú te encargaras de Sefirot?

-Espera, ¡Aeris! – dije, mientras intentaba correr tras de ti. Pero era un sueño, no había nada que pudiera hacer para detenerte. Estaba tranquilo. Cuando despertase ibas a estar ahí y…

-Esa chica quiere entrometerse en nuestros planes – dijo la voz más oscura y siniestra que he oído jamás. – Creo que es mejor detenerla, ¿no es cierto?

Desperté. Tú no estabas cerca y ese sueño había sido tan real como mi propia vida. Y sentí la agonía apoderarse de mí. Era como si me estuviesen arrancando los dedos de las manos uno a uno; yo estaba ahí tumbado en aquella cama y tú lejos de mi alcance, a saber qué podía estar ocurriéndote.

Los segundos, los minutos, las horas parecían pasar demasiado rápido y yo iba demasiado lento. Vamos Cloud, vamos avanza. Era lo único que podía decirme a mí mismo. Algo me decía que nada iba a ir bien, la angustia se estaba apoderando cada vez con más fuerza de mi ser. Me estaba costando respirar y hablar, la cabeza me dolía como si me estuvieran clavando agujas. Aquel sueño había sido una premonición de algo y solo quería encontrarte, abrazarte fuerte y ver que estabas bien.

Atravesamos el Bosque Dormido y llegamos a la Ciudad Olvidada. Ya yo no oía prácticamente nada. Solo sentía como el corazón se me iba a salir del pecho, me había comido las uñas y tenía sangre en los labios de tanto mordérmelos. La ansiedad por encontrarte era demasiado fuerte, porque yo ya sabía, en el fondo de mi ser, que esa vez no era Shin – Ra, ni un Turco. Era Sefirot y la amenaza era aún mayor. Había llegado más lejos todavía y yo solo rezaba por encontrarte primero antes que él.

Pero no fue suficiente. Aunque tú estabas con aquel rostro de paz infinita y yo con el pánico grabado a fuego en la cara, no fue suficiente. En un abrir y cerrar de ojos tú ya no estabas entre nosotros, solo quedaba tu cuerpo entre mis brazos. Tu rostro, aquel precioso rostro que llenaba mis días de luz ahora estaba bañado por mis lágrimas, lágrimas de rabia, de dolor y de tristeza. Eras tan joven y tenías tantas ganas de hacer cosas y tu vida había sido truncada por aquel maldito demonio que tenía a mis espaldas. Ya no ibas a volver a reír, ni a llorar, ni a hacer bromas. Ni a enfadarte, ni a hablar de cualquier cosa. No ibas a acariciarme la cara jamás, ni a sentarte con Tifa a charlar, ni a jugar con Nanaki. La vida era injusta, pues tú te habías ido para siempre, tú que eras bondad y pureza, mientras que aquel ser que era vileza y oscuridad tenía el privilegio de seguir viviendo.

-Cloud…tenemos que marcharnos ya de la Ciudad Olvidada. Sefirot marcha hacia el norte. – me dijo Nanaki, a mis espaldas. Asentí y agarré mi espada con fuerza.

Mantén las distancias. Era lo que te había dicho la primera vez, cuando nos conocimos. Ojalá te lo hubiera dicho con más fuerza, con más seriedad, con más ahínco. Ojalá te hubiese obligado a que mantuvieras las distancias de verdad, a que no viajaras conmigo. Porque, aunque no te hubiera tenido a mi lado, el simple hecho de saber que, en algún lugar seguirías riendo, valía más que cualquier cosa en este mundo.