¡Hola! He visto que no hay muchos fanfictions (sobrevivientes) de YSBLF debido a la eliminación de algunos foros de inicios del año 2k. Así que estoy tratando de crear mis propios fanfics para llenar ese vacío.

Cabe destacar que YSBLF no es mía, sino del grandioso Fernando Gaitán (QEPD) que nos hizo soñar con su ingenio y creatividad. Sin más preámbulos, les presento el primer capítulo de mi historia Antes del Paraíso. Esta se da en el periodo en que Betty y Armando se confiesan su amor y en el momento en que deciden casarse. ¡Espero que les guste!


Capítulo 1: ¿Felices para siempre?

El sueño se hizo realidad. Ambos, tomados de la mano, aún no podían creer que estaban juntos. Cruzaban miradas furtivas, tímidas, hacia el otro. Esto era básicamente parte de la naturaleza de Beatriz, pero no la de Armando. Se sentía como un adolescente ante su primer amor. Aquel que hacía que su corazón latiera a mil por hora, que las hormonas llegaran a niveles desesperados. Él, que junto a su ex-mejor amigo iba de caza y conquistaba a las mujeres más cotizadas de Colombia, sin importar su estado civil o personal, se encontraba tan nervioso como aquella vez que tomó la mano de su primera novia.

Sin embargo, esa reacción no era para menos. Acababan de hablar con el padre de Beatriz, Don Hermes Pinzón Galarza, distinguido señor de clase media quien sentía orgullo por su ascendencia y por los valores familiares que los caracterizaba. Él había observado cómo, frente a toda la empresa, su única hija se besuqueaba con quien era su jefe. Siempre la cuidó como si fuera el tesoro más valioso del mundo. Era casi como un cristal que requería su protección para no resquebrajarse. Verla ahí, con otro que fuera a ocupar su lugar de protector, dando muestras de afecto en público cuando debía ser algo privado, y encima de todo sin pasar por el debido ritual de cortejo, le parecía algo inaudito e imposible. Don Hermes escuchó la historia de boca de sus protagonistas. Le parecía inverosímil, pero no porque no pudiera ser cierta, sino porque no quería creerla. Sin embargo, ante su hija quien solo le había traído orgullo, y ante tan distinguido caballero de buena familia, quien había profesado el amor que sentía por su hija ante tantos testigos, no le quedó más remedio que aceptar que estaba sucediendo todo esto. Resignado, se incorporó en la silla en que estaba sentado escuchando a la pareja frente a él en el sillón marrón.

- Está bien, doctor- dijo Don Hermes levantándose de la silla y extendiendo su mano a Armando. Este se levantó dubitativo junto con Beatriz y estrechó la mano de su ahora suegro. Don Hermes, sin aflojar el apretón, continuó hablando.

– Como usted sabe, a mi hija la hemos criado con los más altos valores y estándares familiares. De igual forma, Betty es muy brillante, la mejor de su clase siempre. Por lo tanto yo confío en su criterio y sé de que la decisión de tenerlo como compañero no está fuera del mismo. De hecho, como lo conozco a usted y a su excelentísimo padre, Don Roberto, estoy seguro que mi niña no puede estar en mejores manos.

Betty y Armando sonrieron ante las palabras de Don Hermes. No obstante, este aún no soltaba la mano de Armando, mirándolo fijamente y poniendo nerviosos a la pareja frente a él. Finalmente, dio un suspiro y soltó la mano de su yerno y colocó sus manos unidas detrás de su espalda. Intercalaba miradas entre Armando y Betty para finalmente dirigirse a la última.

- Bueno, mija, me retiro para dejarlos hablando -Don Hermes levanta un dedo hacia su hija -¡Hablando! Y recuerde de que, aunque la niña ahora tiene novio, sigue siendo una niña de su casa y no puede llegar a la hora que se le dé la gana. Así de que la espero temprano. Con permiso, muchachos.

Don Hermes les dio una mirada a cada uno como gesto de despedida y se dirigió a la puerta. Al llegar al abrirla, volteó en el marco de la misma para darles una última mirada y, finalmente, salió, cerrando la puerta tras él. Como si hubiese sido ensayado, Armando y Betty se sentaron en el sofá soltando el aire que llevaban aguantado en señal de alivio. Ambos voltearon al mismo tiempo a mirarse y soltaron carcajada tras carcajada, liberando todo el estrés y los nervios que habían sentido durante el transcurso de la tarde. Una vez que las risas mermaron, Armando dio un suspiro y tomó una de las manos de Betty, acariciándola con un beso. Esto llamó la atención de Betty quien volteó a mirarlo.

- Mi Betty, no sabe cuánto deseaba que esto pasaba. Aún no me lo creo. Siento que en cualquier momento voy a despertar y no estará más a mi lado- confesó Armando, tomando con ambas manos la de Betty y subiéndola para darle un suave beso en el dorso.

Betty tomó ambas manos de Armando, contemplándolas un momento, para luego subir los ojos y encontrar su mirada.

- Doctor…-Armando interrumpió a Betty.

- No, Beatriz, no me llame así. Llámeme Armando, mi amor, tinieblo, lo que quiera, pero no Doctor – bromeó causándole un leve rubor y una pequeña risa nerviosa a Betty.

- Armando – dijo Betty aún sonrojada, - para mí también es muy difícil de creer. Tiene que entender que fue muy difícil para mí reconocer que sus sentimientos eran reales. Estaba muy herida y sus palabras de amor me trasladaban a la infame carta que ambos conocemos.

Ante estas palabras, Armando hizo un gesto de dolor y remordimiento que no pasó desapercibido por Betty.

- Lamento causarle alguna incomodidad, pero necesitamos hablar de esto – comentó Betty antes de hacer una pausa y respirar profundamente.

- Ya sabe que yo lo amo, profundamente. Nunca pude dejar de hacerlo, aún cuando mi mente me gritaba que no debía hacerlo. Yo quiero creer en usted, quiero ser feliz a su lado, pero tiene que saber que quizá tenga alguna duda, sea consciente o inconscientemente. Las heridas están cerrando, pero siguen sensibles. Esto va a requerir mucho amor y mucha paciencia, pero quiero intentarlo y hacerlo funcionar con todo mi corazón y toda mi voluntad.

Armando miraba atentamente a Betty, examinando todo su rostro. Finalmente, soltó una de sus manos y limpió una lágrima furtiva que corría por su mejilla. Acercó su rostro y la besó con ternura y amor. Apoyo su frente contra la de ella y tomó su cabeza con suavidad con ambas manos.

- Betty, yo entiendo y no sabe lo agradecido que estoy con Dios, con la vida, y sobre todo con usted, por permitirme esta nueva oportunidad. La amo, con todo lo que soy y lo que tengo, y le prometo que haré todo lo posible y lo imposible para probarle que este que ve aquí es un nuevo Armando que las circunstancias crearon, que usted creó. Besaré cada duda que tenga, amaré cada herida que tenga su alma hasta que sanen, hasta que pueda confiar plenamente en mí. La amo, Betty; la amo.

Armando acercó los labios de Betty a los suyos y le entregó en aquel beso todas las promesas de amor que le había hecho. Betty lo abrazó con cierta desesperación, lo cual convirtió el fervor del beso en pasión acumulada. En aquella oficina que había sido testigo de la evolución de su amor y del dolor de la desencanto, sirvió de escenario para el renacer de la esperanza de una nueva vida juntos.

Marcela estaba anestesiada. Encerrada en su oficina, no podía evitar revivir la noche en que terminó su relación de cuatro años con Armando ni el rostro con duda, pero esperanzado de Beatriz al contarle que Armando estaba enamorado de ella. Sentía que había dedicado por varios años un gran esfuerzo a un hombre que era un espejismo, una idealización de su mente. Ese hombre enamorado de ella fue producto de su fe y su deseo de convertirlo en realidad. Mirando al pasado, se dio cuenta que Armando jamás hizo ni vivió por ella lo que le sucedió con Beatriz. Nunca se castigó por las miles de infidelidades ni por las incontables noches que la hizo sufrir. Aún así, a pesar de toda esta carga del pasado que llevaba consigo, conservaba la esperanza de volver con quien ella consideraba el hombre de su vida, hasta que la vida la puso frente a una decisión inevitable. Debía elegir entre dos amores: el amor de un hombre que no la amaba y el amor a la empresa a la cual vio desde sus inicios. Sus padres y los Mendoza se asociaron hace más de 30 años para crear Ecomoda. Empezaron con una pequeña tienda en el centro de la ciudad, donde ella iba desde niña, sintiéndose tan dueña y responsable como sus fundadores. En ella aprendió sobre el negocio de la moda, trabajó hombro a hombro con sus padres, en la forma en la que puede hacerlo una niña y luego una adolescente, porque veía lo importante que era la empresa para su padre. Ni siquiera sus hermanos estuvieron tanto tiempo en la empresa de niños como lo estuvo ella. Al fallecer sus padres en aquel trágico accidente, su refugio fue la empresa. En cada pared, en cada empleado, en cada éxito que cosechaba la empresa, fue capaz de ver el rostro de sus padres, orgullosos de la labor que estaba haciendo. Sentía el amor profundo que solo la familia puede proveer. El legado y la memoria de sus padres latían en cada rincón de la empresa. Si había un amor más grande que el que ella sentía por Armando, ese era el amor a sus padres y a Ecomoda. Si era necesario elegir, no había duda.

Tenía el corazón destrozado y la piel adormecida. Sin embargo, no se arrepentía. Ecomoda es su herencia, es el alma y espíritu de sus padres y de todos los empleados que hicieron de ella una realidad. No podía permitir que su hermano Daniel destruyera algo tan valioso, tan sagrado para ella. Marcela respiró profundo, soltando el último gemido acompañado de lágrimas que bañaron su rostro ya hinchado de tanto llorar. Se limpió los ojos y las mejillas y se sentó frente al computador. Si ya había tomado la decisión de dejar ir a Armando, no podía quedarse ahí, por lo menos no mientras todo estuviese tan fresco y su herida aún sangrando. Los leones se alejan para lamerse las heridas, para que nadie los vea vulnerables. Ella debía hacer lo mismo. Decidida, empezó a teclear rápidamente, como si deseara aprovechar el impulso que la hizo hacerlo. Luego de un par de minutos, cesó el tecleo y leyó lo que había escrito para dar su aprobación definitiva. Imprimió ocho copias para repartir entre los ejecutivos y la junta directiva de la empresa. Pensó en decirle a su mejor amiga y secretaria, Patricia Fernández, que las doblara, metiera en sobres y entregara; pero decidió mejor hacerlo ella. Por mucho que quisiera a su amiga, sabía que no era precisamente eficiente y tampoco obraba con la mayor celeridad. Preparó los sobres y posteriormente escribió a puño y letra el nombre del destinatario. Tuvo que parar momentáneamente para tomar fuerzas antes de escribir los nombres de Betty y Armando en sus respectivos sobres. Una vez terminó, lo tomó y salió de su oficina.

Al salir vio, como siempre, los puestos de las secretarias vacíos, incluyendo el de Patricia. Esto le hubiese molestado en otro momento, pero en el presente agradecía la oportunidad de no tener que explicar el contenido del sobre. Fue a cada puesto a dejar el sobre para sus respectivos jefes, colocando también en el de presidencia los de la junta directiva. Estaba tan sumida en sus pensamientos, que no escuchó que alguien venía cerca.

- Marce, ¿qué haces? ¿Por qué estás en el puesto de Pechugín?- preguntó con sorna Patricia Fernández, refiriéndose de forma despectiva a la secretaria de presidencia.

Marcela volteó a ver a su amiga y se dio cuenta que esta llevaba en sus manos su bolsito de maquilaje y tocaba su cabello constantemente. Frunció un poco el entrecejo y la miró fijamente.

- ¿Qué crees que hago, Patricia? Estoy haciendo lo que tú deberías estar haciendo – recalcó Marcela tomando uno de los sobres para señalarla y luego volvió a dejarlas sobre el escritorio, - pero no te preocupes, ya pronto te liberas del estrés de hacer tu trabajo.

Patricia abrió los ojos en alerta tras escuchar las palabras de su amigas. ¿Qué quería decir eso? ¿La iba a despedir? ¡No, Marce no podía hacer eso! ¡Ella necesitaba trabajar! Además, ¿en qué otro lugar iba a conseguir un trabajo que le pagara lo que le están pagando? Aún le faltaba conseguirse el marido rico. Ella no podía hacerle esto.

- ¡Marce, no! Por favor, mira que pongo ya a trabajar, me quedo hasta tarde; ¡pero, por favor no me despidas, Marce!- rogó desesperada a su amiga juntando las manos.

- Tranquila, Patricia, que no te voy a despedir – dijo Marcela para el alivio momentáneo de Patricia, – la que se va soy yo.

Dicho esto, se fue caminando hacia su oficina con pasos firmes. Patricia, tratando de comprender lo que su amiga le había dicho, la siguió premurosa y, una vez que entraron a la oficina, cerró la puerta tras ella.

- Marce, ¿cómo así que te vas? ¡No me puedes dejar sola en este nido de víboras, Marce! ¡Me van a comer viva, me van a despedazar! ¿Quieres ver a tu mejor amiga en la más completa miseria?

- Patricia, lo lamento, pero no me puedo quedar. Necesito irme.

Marcela tomó su cartera y salió de su oficina obviando a Patricia. Esta última corrió tras de ella, fue a su escritorio y tomó su abrigo y su cartera. Atajó a Marcela por el brazo para detener su marcha. Marcela se volteó y vio a su amiga quien la miraba con ojos enormes, respirando agitada. A su vez, Marcela suspiró. Entendió que su auto exilio no iba a ser solitario. Tendría su cola rubia tras ella. Aún si fuese por conveniencia, sabía que su amiga nunca la abandonaría. Dio una medio sonrisa casi imperceptible mientras se resignaba a la compañía de su mejor amiga.

La fría mañana bogotana despertó a los habitantes de la ciudad. Las calles estaban inundadas de personas con abrigos gruesos para contrarrestar la falta de calor y el sol que aún estaba calentando la temperatura. A pesar de esto, dos personas se levantaron con un calor que irradiaba desde lo más profundo de su ser. Betty y Armando, en sus respectivos hogares, sentían la calidez de los recuerdos vividos el día anterior. Una nueva vida acababa de empezar y, aunque estaban nerviosos, ninguno podía contener la emoción de saber que se iban a encontrar nuevamente en la empresa hoy, esta vez como novios.

La primera en llegar fue Betty. Irradiaba alegría por sus poros, contagiando a quien la vio pasar a esa tan temprana hora en su oficina. Aura María, su secretaria, aún no había llegado por lo que fue directo a su oficina a retomar el trabajo que ayer se vio interrumpido por su reconciliación con Armando. Estaban muy cerca de llegar al punto de equilibrio y de pagar sus deudas, por lo cual debía estar más pendiente que nunca de los ingresos de la colección que acababan de lanzar. Iba a empezar a teclear cuando decidió darse un momento antes de iniciar su trabajo. Abrió en su computadora un archivo que mantenía oculto bajo contraseña. Lentamente se fue cargando en la pantalla la foto de Armando. Había grabado la misma en un disquete antes de partir. Por más que lo intentó, no encontraba la fuerza para borrar el archivo. En ese momento se encontraba agradecida se no haberlo hecho. Tomó una actitud contemplativa mientras admiraba a través de la foto el rostro del hombre que amaba. Respiró profundo y soltó un suspiro lleno de emociones. Debía trabajar, le prometió a Don Roberto y a ella misma sacar a Ecomoda del enredo jurídico y financiero en que ella en parte los había metido. Estaban muy cerca de la meta, por lo cual debía trabajar aún más duro. Minimizó la ventana de la foto y se dispuso a trabajar.

Un par de minutos más tardes, se escucharon unos golpes a la puerta de la oficina. Esto llamó la atención de Betty quien, al levantar la mirada, vio asomada a su secretaria.

- ¿Quiubo, Betty? Llegó muy temprano el día de hoy- recalcó Aura María.

-¿Quiubo, Aura María? Sí, es que dejé muchas cosas pendientes ayer, así que decidí venir temprano a adelantar.

- ¡Uy, sí, mija, pero nadie la culpa, oyó!- respondió soltando una pequeña risa en complicidad, entrando a la oficina y cerrando la puerta para irse a sentar frente a su jefa.

- A ver, cuente. ¿Qué pasó ayer? ¿Qué hicieron? ¡Seguro la pasaron muy rico anoche! Después de la pelea siempre viene: ¡Fo-go-si-dad!- continuó Aura María riendo a carcajadas.

Betty se sonrojó y emitió una risa avergonzada antes de contestarle a su amiga.

-No, fuimos a nuestras respectivas casas. ¿Sí recuerda que mi papá nos vio en producción y habló después con nosotros?- preguntó Betty. Aura María asintió insistiendo para que prosiguiera.

-Pues, estuvo llame que llame a mi celular e incluso al de Armando; preguntando a qué hora iba a llegar a casa. Nos tocó ir a comer y luego ir cada uno a su casa. Fue un día complejo, así que preferimos no presionar tanto.

-¡Uy, mija! Pero no demore tanto en matar ese caso que después se enfría, ¡y es un plato que se come caliente! – dijo Aura María con picardía, haciendo sonrojar más a Betty de lo que estaba.

-Aura María, creo que lo mejor es que sigamos trabajando. Tráigame los últimos reportes de venta, tanto de la colección pasada como de la nueva y la correspondencia, por favor- ordenó

Betty, cambiando el tema y tono de la conversación a uno más laboral.

-Como ordene, jefa.

Aura María se levantó arreglándose la minifalda, dándole una sonrisa a Betty para luego salir de la oficina. Un par de minutos más tarde, tocan nuevamente a la puerta, sacando a Betty de su ensimismamiento.

-Pase- dijo Betty sin levantar la mirada de los documentos que estaba leyendo.

Unas carpetas son colocadas suavemente en su escritorio, permitiéndole ver las manos que reconocería de inmediato. Levantó la mirada y vio a Armando quien le sonreía con ternura.

-Buenos días, mi doctora. Aquí le manda su secretaria los informes que pidió y los sobres con su correspondencia. Creo que por tan buen trabajo el mensajero se merece una recompensa de parte suya- concluyó coqueto Armando.

Betty se paró de su silla y dio la vuelta a su escritorio para sentarse en este y colocarse frente a Armando.

- ¿A sí? ¿Qué sugiere que le entregue como recompensa al mensajero?-preguntó a Armando mientras acercaba lentamente su rostro.

- Bueno-Armando profirió alargando la primera sílaba mientras tomaba de la cintura a Betty,- yo creo que lo mejor será un regalo personal,único...algo como un beso de la presidente de Ecomoda,¿no cree?

Armando miraba los labios de Betty y luego subía a ver sus ojos, en un juego de provocación. No obstante, cuando ya el beso parecía inminente, Betty volteó su rostro hacia la derecha, aterrizando los labios de Armando en su mejilla lo cual lo dejó desconcertado.

- Está bien,si considera que eso es lo correcto-dijo Betty con un tono juguetón mientras se separaba un poco de Armando para mirarlo a los ojos,- vaya, llámeme a Freddy, que le tengo muchas cuentas de mensajería más, ¡se me ocurre algo! Como estamos en plan de austeridad, creo que le puedo decir que sus pagos por el servicio de mensajería ya no serán en dinero, sino en besos. ¡Qué buena idea, Don Armando!

Dicho esto, se intentó alejar de un sorprendido, pero divertido Armando quien no permitió que eso pasara y la atrajo hacía el, besando dulcemente su cuello.

-¡No, mi doctora, ese pago solo se lo puede dar a cambio de mensajería a su novio!

Besó un camino del cuello hasta su boca, empezando por tiernos besos que poco a poco se fueron tornando apasionados. Fue el mismo Armando quien puso un alto al afecto, respirando profundamente antes de alejarse de Betty.

-¡Uf, doctora! Creo que necesitamos parar aquí porque lo que me gustaría hacerle no es conducta profesional

Betty rió avergonzada mientras dió un empujón cariñoso a Armando en el pecho, quien aprovechó para tomar su mano y besarla antes de soltarla.

- Creo que es lo más apropiado - respondió Betty mientras retomaba el asiento detrás de su escritorio.

- ¿Cómo pasaste la noche, Betty?- preguntó Armando sentándose en la silla frente al escritorio de presidencia.

- Muy bien. Dormí como hace tiempo no lo hacía-contestó Betty mmirando a su novio con ternura,-¿y tú?

- También. No recuerdo la última vez en que mi mente estuvo en paz como el día de ayer - Armando tomó las manos de Betty en el escritorio y las contempló un rato hasta que algo llamó su atención.

-¿Un sobre escrito a mano?- comentó Armando intrigado mientras veía el sobre sobre la mesa.

Betty soltó una de sus manos y acercó los sobres hacia ella, sin levantarlo de la mesa.

-Sí, pero no es solo uno, son varios - Betty los tomó y leyó lo que había escrito en ellos,- con los nombres de la jura directiva y el mío.

- Permíteme uno, por favor.

Armando tomó el sobre con el nombre de Betty y lo analizó por un momento. Sus ojos se abrieron en señal de sorpresa mientras le regresaba el sobre a su dueña, quien lo tomó extrañada.

- Betty, esta es la letra de Marcela.

Betty abrió el sobre apurada, sus nerviosos dedos tomando más tiempo del necesario. Una vez abierto, retiró la carta dentro de este y leyó rápidamente el contenido. A medida que lo iba leyendo su rostro reflejaba mayor preocupación.

- ¿Betty, qué sucede? ¿Algo está mal con Marcela? ¿Te está insultando? ¿Qué pasa?- preguntó Armando, tomando poco tiempo entre cada pregunta.

Betty bajó la carta y miró fijamente a Armando antes de responderle.

- Armando, Marcela renunció. Se fue de Ecomoda.

Continuará...