Feliz cumpleaños, mi amor.

DIME QUIEN AMA DE VERDAD


Qué pena que no seas la infinitud

El tiempo desgasta hasta al propio tiempo

Que si algo fuese alguien fueras tú

Ojalá te siga escuchando en el viento


Prólogo

Los ojos le arden y siente que se está quedando sin aire, pero no le importa, debe seguir corriendo, no puede dejar que algo malo le suceda. Siente el sudor empaparla, calándole los huesos, pero no interesa, debe llegar hasta él.

La noche está oscura, tanto como quedó su alma. No hay rastro alguno de la luna en el cielo. Las piernas le fallan y de vez en cuando tropieza y cae de rodillas en la hierba mojada, el barro le ensucia las piernas que además están manchadas de sangre. Siente que el vientre se le está partiendo en dos pero no suelta lo que lleva en los brazos, envuelto en una túnica que encontró al huir. Corre mientras aprieta con más fuerza al bulto contra su pecho. Algo caliente se desliza entre sus piernas pero no le importa nada, absolutamente nada.

Siente un movimiento tras ella y sin dejar de correr libera un brazo y apunta su varita hacia atrás, un rayo verde es disparado y un pequeño animal cae muerto, pero ella no voltea a ver que no se trataba de un peligro, ahora solo debe llegar hasta él. El corazón se le dispara y siente náuseas. Los ojos le arden aún más y aprieta los dientes para no gemir de dolor. Le queman las piernas y la cabeza le da vueltas. No puede caer, no puede quedarse allí. No debe. Y con ese pensamiento acelera aún más sus pasos.

Llega a un claro y busca desesperadamente a alguien, él tiene que estar ahí. El maldito anciano visita ese claro todas las malditas noches, lo sabe, lo ha visto hacerlo cuando ella aún estaba en el colegio.

Una voz proveniente de un costado la sobresalta y ella lo apunta con la varita.

"Debo decir que tu visita me sorprende, querida..." Pero lo interrumpe, no quiere palabrería barata. No tiene tiempo que perder.

"He... He venido sola". Logra articular. No sabe cuán lastimada tiene la garganta hasta que oye su propia voz.

Dumbledore la mira con curiosidad. Ella se ve realmente mal. Está completamente despeinada, el pelo se le pega a la frente, tiene los ojos manchados de maquillaje corrido, la piel de alabastro aún más pálida de lo normal y los labios azules. Tiene pinta de que ha corrido más de lo que su cuerpo puede aguantar bajo la lluvia.

"¿Qué puedo hacer por tí?" Pregunta con voz amable, fijando la mirada en la varita que mantiene temblorosamente apuntándole al pecho.

Ella lo mira fijamente por un momento a los profundos ojos azules. No debe replantearse la situación. Está segura. Esta es su única opción. Traga con dificultad y habla atropelladamente, casi con incoherencia.

"Debe ayudarme. Él va... va a acabar con su vida y tambien con la mía. No puede, nadie puede... nadie debe saber de su existencia. Nadie debe saberlo. Nadie puede enterarse... Nadie puede saberlo".

El anciano abre los ojos con asombro cuando ella extiende los brazos y deja al descubierto un muy pequeño bulto envuelto en lo que parece ser una tela cara y delicada, si no fuera porque está mojada y manchada de sangre.

Dumbledore estira la mano hacia el bulto y lo destapa con cautela. Retrocede un paso cuando encuentra una mata de pelo totalmente ensangrentada. La mujer intenta callar un sollozo y él por primera vez la mira directamente a los ojos. Ella tiene las pupilas dilatadas y la expresión feroz. La tristeza y el miedo que emanan sus ojos son tan palpables que Dumbledore por un momento se siente tan indefenso como ella misma en ese instante.

"¿Por qué?" Pregunta y escudriña más al pequeño bulto.

Ella solloza. Él sabe que no quiere hablar. Pero no se lo puede poner tan fácil. Podría ser una trampa.

"Él piensa... piensa que es su... que es de su sangre". Le explica ella. Aprieta los dientes para no chillar del dolor. Siente que no soportará mucho tiempo más. No sabe exactamente qué es peor, si el dolor físico, el del corazón o la humillación.

"¿Y no lo es?". Ella lo mira con dureza pero Dumbledore no se achica ante su mirada, se la sostiene pacientemente hasta que ella baja la cabeza y niega. "¿Y qué pensará él cuando no encuentre al bebé?".

Ella pega el bulto contra el pecho de Dumbledore y el mago no tiene otra opción que sostenerlo para que no caiga al piso.

"Eran dos" Susurra ella. "Y no lo sabe. Eran dos. Dos bebés. Mis dos bebés".

"¿El otro... murió?"

Ella afirma con la cabeza mientras se muerde el labio e intenta no llorar más, y él siente lástima por la mujer. Estira una mano para tocarle la mejilla. Pero la bruja se aparta bruscamente del toque del director. Dumbledore baja la mano y retrocede dándole su espacio.

"Me matará si..."

El anciano la interrumpe. "¿Qué me darás a cambio?".

Los ojos se le abren con sorpresa y él puede ver en ellos que la joven frente a él no se lo esperaba. La mirada de ella se ennegrece por un momento y él puede notar como aprieta los puños a los costados y su varita suelta pequeñas chispas azules.

"¿Qué...quiere?" Escupe con rabia. Ella no imaginaba que él pediría algo a cambio. No lo tenía pensado de esa manera. Que tonta se siente de repente.

Dumbledore no responde inmediatamente. Descubre más el bulto en sus brazos y se encuentra con un bebé bañado en sangre y en lo que parece ser líquido amniótico. Detiene su inspección y examina a la bruja frente a él. Un gran charco se está formando a sus pies y él cree saber de dónde proviene.

"¿Acabas de dar a luz, querida?". Pregunta suavemente.

Ella no responde. Dumbledore no lo considera necesario, la respuesta es obvia. Y siente todavía más lástima. Ella podría morir en cualquier momento.

"¿Qué es lo que quieres que haga exactamente?". Pregunta el director con un suspiro resignado.

La mujer vuelve a sollozar ahogadamente y se lleva las manos a la cabeza. El dolor en las sienes es terrible y la voz del viejo suena lejana. "Necesita tu protección, un escondite. Cría a esa criatura como... como si fuera parte de ustedes, de... la luz. Apártala de toda esta mierda. Sálvala... sálvala. Debes salvarla. ¡Y jamás le hables de mí!".

Dumbledore asiente pero ella no puede verlo porque ha caído de rodillas, presa del dolor y a punto de desmayarse.

"Debes saber que jamás es jamás, querida". Le explica él. Ella asiente, aún tiene las manos apretándose la cabeza. "¿Es... sangre pura?".

Aquello parece reanimarla y levanta la vista con rapidez. Tiene los ojos inyectados en sangre y el cabello le tapa la mitad de la cara, su aspecto es salvaje y lo mira profundamente ofendida.

"Tiene la sangre más pura del mundo mágico".

Dumbledore asiente con una sonrisa lastimera mientras ella murmura el nombre del verdadero padre, el director asiente, sabe de quien se trata. Debería haberlo sabido desde el principio. Ella se levanta despacio, se apoya en un árbol cercano y con dificultad logra ponerse en pie.

"Nunca nos vimos" Susurra la mujer.

El director asiente de nuevo. Ella se acerca a él y Dumbledore la sostiene para que no vuelva a caer. Se inclina sobre el bulto y le da un beso en la frente.

"Mamá te ama y siempre lo hará, siempre". Reparte suaves besos sobre la carita húmeda y susurra varias veces el nombre que eligió solo para que la criatura la oiga al menos una vez, aunque el anciano puede oirla también. Luego clava los ojos en Dumbledore y lo empuja. No tiene fuerza alguna para moverlo de su sitio pero el director comprende el mensaje y se aparta.

Él retrocede unos pasos y envuelve a la criatura con un vuelo de su túnica turquesa llena de estrellas amarillas.

"Cuídate, querida..." Murmura el director pero el nombre de la bruja muere ante el sonido de su desaparición y lo deja en el más completo silencio. Dumbledore agita su varita sobre el bulto y limpia al bebé, quien tiene los ojos cerrados y duerme plácidamente en sus brazos, ignorante de los primeros acontecimientos de su vida. Sabiendo que no puede aparecerse debido al infante, emprende el paso lento hacia el castillo.

Solo el cielo sin estrellas ha sido testigo de su encuentro con la bruja.