La mancha en la alfombra
Siempre que tengo visitas, no hay quien no señale la mancha en la alfombra. Si bien no con palabras, siempre miran con extrañeza, morbo y puede que hasta desagrado la silueta gravado sobre el suelo. En algunas ocasiones algún que otro ha llegado a sugerirme o (siendo mi madre) ordenarme que tire esa vieja alfombra y compre otra, algunos incluso se han ofrecido a regalarme una. Pero yo siempre les digo que "No" y les agradezco el gesto.
Esa alfombra, guarda una parte de mí, grabada a fuego por siempre para recordarme lo siempre lo fácil que uno puede caer y nunca levantarse.
Fue hace varios años: Tenía que ir a algún sitio de prisa, aunque creo que ya olvide que era tan urgente, solo recuerdo lo importante que era para mí por como bestia, recuerdo el labial y el fuerte aroma a perfume de rosas que rocié sobre todo mi cuerpo, el lindo vestido holgado y el abrigo que intentaba disimular lo que aguardaba. Había perdido tanto tiempo en arreglarme que cuando mire el reloj me apure, pero cuando fui por las llaves la torpe de mí, las tumbo y estar cayeron en el centro de la alfombra.
Intente agacharme para tomar el llavero, pero mi barriga me impidió reclinarme lo suficiente sobre mis rodillas para alcanzarlas, ni siquiera pude rosarlas con los dedos, como si se me hubieran escapado por una alcantarilla, pero no estaban dentro de una alcantarilla, estaban en mi alfombra, burlándose de mi porque era incapaz de tocarlas. No iba a permitir que se siguieran jugando con migo, por lo que me arrodille, y no sé qué paso que termine acostándome sobre la alfombra para por fin tomar las escurridizas llaves. Probablemente cante victoria demasiado pronto, cuando las tuve entre mis manos sentí que había conquistado una barrera más, pero cuando decidí que era momento de ponerme de pie. No pude hacerlo. No podía enderezarme o agarrar impulso para levantar mi cuerpo, no sin lastimarme. Agite los brazos y las piernas, intentando aferrarme a algo u obtener el impulso que necesitaba para darme la vuelta y apoyarme sobre mis rodillas. Pude haber seguido así por siempre pero me detuve cuando comencé a sentir una molestia en el vientre. Tenía ocho meces. Estaba atrapada como una tortuga volteada, incapaz de darme siquiera para retomar mi camino, estaba en suelo como una muñeca olvidada.
Tal vez debí haber pedido ayuda, pero eso no era lo mío desde que comencé a vivir sola, además, era de tarde y todos trabajaban ¿A quién le iba a pedir ayuda? ¿A doña Laura? No por favor… creí que si reposaba, algo se me ocurriría.
Sin que me diera cuenta, los minutos se alargaron, y atardecer me alcanzo, seguía en suelo esperando ¿Qué esperaba? Ya ni lo recuerdo. Nunca se me ocurrió nada, y cuando entre en cuenta que los días pasaban tan rápido como los segundos pensé que mi destino era vivir acostada en la alfombra por el resto de mi vida. Era muy tonto, pero hasta cierto punto me divertía.
Pese a todo, nunca estuve del todo sola, si bien las noches eran frías y oscuras, durante casi todos días alguien me acompañaba:
Mi madre venía a verme los fines de semana, en principio molesta por que había dejado de visitarla. El día que me encontró en el suelo me ordeno que me levantarla, le confesé que no podía hacerlo y ella insistió en que yo debía levantarme sola, como si pudiera ¿Qué no me veía? Nunca le pedí que me ayudara, sabía que no lo aria, después de todo, mi madre siempre fue una mujer recia que se aferraba en sus ideales, si no me ayudo la primera vez que se lo pedí, no lo aria aunque se lo pidiera 1000 meces más.
Mis amigas seguido venían a visitarme, casi siempre me traían regalitos, y hablaban con migo por horas, a veces incluso desde el amanecer hasta la noche. En ocasiones me invitaban a salir pero yo no podía acompañarlas porque estaba aún en el suelo. Muchas veces quise pedirles que si por favor me ayudaban a ponerme de pie, pero siempre me daba pena y nunca llegue a pedírselos.
Vecinos y algún que otro familiar aparecía de vez en cuando, a veces traían pastelitos o flores para refrescar la casa, o simplemente se quedaban a platicar por algunos minutos.
Mi hermana venia algunas veces, aunque no tan seguido, para ayudarme con el aseo de la casa, casi no hablábamos. Nunca fuimos muy unidas debido a diversas circunstancias de las que ninguna tenía la culpa, pero éramos hermanas. Una vez incluso ella directamente me dijo que si quería que me ayudara a levantarme. No sé por qué pero le dije que estaba bien, invente un pretexto; que después de que cumpliera los 9 meces yo sola me levantaría, luego de eso no volvió a preguntármelo. Creo que hasta aquel momento y por mucho tiempo, ella fue la única que llego a ofrecerme la ayuda que nadie más me avía ofrecido, y que ni siquiera yo misma sabía que esperaba.
A mí alrededor se habían instalado la sala, era como si fuera una mesita centro, aun ahora me da gracia siquiera imaginar cómo me veía, solo faltaba que alguien dejase reposar su taza de té o los bocadillos sobre de mi para cumplir con mi propósito. Casi todos los días avía gente, pero nunca se quedaban, siempre venían, platicaban con migo, me daban de comer, ayudaban con el aseo y después se iban para volver días después, y así sucesivamente. Si no era mi madre o mi hermana, eran alguna de mis amigas o primas, a veces alguna vecina o personas que hacía años no veía.
Las noches era eran las no soportaba, estaba sola, tapada por las sombras y el siniestro que me aquejaban, voces que me acusaban, palabras que me insultaban, siluetas que me observaban, nada de eso era real, pero cuando uno está solo, busca la compañía donde no existe. Solo esperaba cerrar los ojos y esperar que cuando los abriera los rayos del sol me iluminaran el rostro.
Cuando se cumplieron los 9 meces, pese a que creí que cuando llegara al mundo podría levantarme al ya no tener su peso dentro de mí, mis piernas no respondía, tampoco mis brazos ¿había olvidado como ponerme de pie? O tal vez ya había vivido tanto tiempo así que ya me avía acostumbrado, recostada, mirando hacia un foco que se enciende cada vez que alguien entra.
Desde que finalizo mi gesta, las noches se volvieron un poco menos sombrías, gracias a que había unas pequeños piecitos gateando todo el tiempo a mí alrededor, un niño de rostro alegre que no era capaz de cuidar. Mi madre vino a quedarse con migo desde entonces, por ello ya no estuve sola en las noches, pero no venía por mí, sino para hacer lo que yo no podía, ser una madre. Desde el suelo le veía jugar con el niño, darle de comer, bañarlo, y yo aquí, siempre tumbada, siempre inmóvil, en una habitación que casi siempre estaba a oscuras, pues los demás comenzaron a olvidarme, puede que incluso mi propia madre lo haya hecho, y como no hacerlo, si no era capaz de luchar por mí misma, porque lo aria por alguien más.
El crecía muy rápido, cuando aprendió a caminar dejo de estar a mi altura, lo comencé a ver enorme, se reía mientras daba sus primeros pasos, luego corría, jugaba, lloraba, y mi madre siempre estuvo para él.
Pasó el tiempo, y comenzó a aprender hablar, su primera palabra, abuela. No sé por qué pero hacía tiempo que algo no me golpeaba tan duro. Yo no era su madre, solo una extraña más, una figura en una habitación sombría, un mueble lleno de polvo y telarañas.
Un día él se me acerco, camino hacia mí, era tan enorme, desde el suelo lo veía eclipsando la luz del corredor.
—Mami… ¿quieres que te ayude a levantarte? —
Me pregunto, con su dulce voz llena de inocencia. Entre lágrimas le dije que sí. El tomo mi mano y me jalo, me ayudo a apoyarme sobre él, me sostuvo cuando me tambalee, sentí como si hubiéramos luchado por horas, tal vez días o meces para que no me callera, hasta que finalmente estaba de pie, después de tanto tiempo. Incrédula, lo busque pero no lo encontré, no al frente mío, si no por debajo, aún era un pequeño, había dejado de ser un bebé hace tiempo, pero era un niño, era mi niño.
Muchos me dicen diciendo por que no tiro esa vieja alfombra donde mi figura se quedó grabada como un fantasma sombrío, ¿Por qué no lo hago? no lo hago, no por me aferre a mi pasado, sino porque aun quiero tenerlo en cuenta para no volver a caerme y siempre estar de pie, por mí, por mi hijo.