Disclaimer: Los personajes de Naruto no son de mi propiedad sino de su creador, el mangaka Masashi Kishimoto. Solo los utilizo para adaptarlos a la historia de Olivia Kiss, La chica y la bestia, que es el tercer libro de la saga Chicas Magazine. La pareja principal es Sasuhina, sus personalidades pueden estar alteradas ya que es una adaptación, sino te gusta no lo leas, todo lo hago sin fines de lucro y por amor al Sasuhina así que si no te gusta esta pareja ¿Qué haces aquí? Solo quiero mostrar los libros que me gustaron a través de esta gran pareja que se robó mi corazón desde que la primera vez que la vi.

Advertencia: este libro tiene contenido sexual y palabras vulgares. Quien avisa no es traidor. Disfruten de la lectura.


CAPÍTULO 12

—Recoge tus cosas. Pasamos la noche fuera —le dijo.

—¿Fuera? ¿Dónde? —Hinata frunció el ceño, mirándolo.

—Es una sorpresa. Vamos, no protestes. —Le guiñó un ojo antes de escabullirse a su habitación y dejarla a ella con una sonrisa tonta en la cara.

Mientras recogía su ropa en la pequeña maleta de mano que había llevado a casa de Sasuke, pensó en las dos noches que llevaban durmiendo juntos y se estremeció cuando un hormigueo le recorrió la piel. La primera, ella se lo había pedido y se habían limitado a dormir abrazados, con las piernas y los brazos enredados. Hinata no recordaba que despertarse al lado de un cuerpo cálido y de un hombre fuese uno de los mayores placeres del mundo, pero lo era, porque no tenía precio encontrarse con sus ojos negros de buena mañana y con esa mirada que siempre había sido dura y que ahora estaba llena de ternura. En cambio, la segunda noche no había sido tan tierna, sino agonizante.

Porque Sasuke la había besado durante lo que parecieron horas, entre las sábanas, y ella casi le había rogado que se desnudase y diesen al fin el paso; sin embargo, a pesar de que Hinata podía sentir su excitación a través de la ropa contra el vértice de su cuerpo, él se había negado a ir más allá y se había limitado a besarla, a hablar en susurros y a acariciarla por todas partes como si desease torturarla.

Claro que ella no imaginaba el ejercicio de control que aquello estaba suponiendo para Sasuke. De hecho, llevaba casi dos noches sin poder pegar ojo, incapaz de dejar de pensar en la chica que dormía a su lado, casi como un adolescente mirándola embobado en medio de la oscuridad y escuchando su respiración pausada. Nunca se había sentido así. Nunca se había contentado con el mero hecho de dormir junto a una mujer, por guapa que fuese. Era la primera vez que, más allá del deseo y de las ganas que le tenía, lo único que deseaba era conseguir que se sintiese segura a su lado, que lo mirase sin dudas ni temor.

Y que solo lo mirase a él, recordó. Porque ese pensamiento empezaba a convertirse en una necesidad. La idea de que sus caminos se separasen cuando aquel noviazgo falso llegase a su fin, lo aterraba. Perderla a ella empezaba a darle más miedo que perder cualquier negocio, cualquier trato, cualquier otra cosa que tiempo atrás fuese una prioridad.

—¿Ya estás lista? —preguntó al pasar por su habitación.

—Creo que sí. ¿De verdad no piensas decirme a dónde vamos?

—De verdad. —La miró divertido y le quitó la maleta de las manos antes de coger la suya y dirigirse hacia la puerta de la salida. Cuando abrió, se encontró allí con sus hermanos, que, al parecer, estaban a punto de llamar al timbre—. ¿Qué hacéis aquí?

—Hace días que no te vemos el pelo y, teniendo en cuenta que vivimos en el mismo edificio, empezaba preocuparnos la situación —contestó Obito.

—¿Os vais a alguna parte? —preguntó Izumi mirando las maletas.

—Eso no es asunto vuestro —respondió Sasuke entre dientes.

—Vaya, vaya, una escapada romántica —se burló Obito.

—Pues sí que se os da bien fingir que sois novios —añadió Izumi.

Sasuke contuvo las ganas que le entraron de estrangular a sus dos hermanos. ¿Por qué nunca podían mantener la boca cerrada en los momentos apropiados? Miró a Hinata de reojo, que parecía incómoda en medio de aquella situación y eso terminó por desestabilizarle.

—No tengo tiempo para vuestras tonterías. Vamos, Hinata. —Tiró de ella con firmeza e ignoró las risas de Obito y Izumi mientras entraban en el ascensor y se alejaban de ellos.

Una vez en el garaje, metió las mochilas en el maletero, encendió la radio para poner música y dejó de pensar mientras recorrían las calles de la ciudad. Poco a poco, Hinata se relajó y él también. Bajó las ventanillas del coche cuando salieron de la ciudad.

—Dame alguna pista —pidió ella.

Le gustó verla con esa sonrisa de niña, porque Sasuke tenía la sensación de que, de algún modo, lo ocurrido le había robado su juventud, la libertad. En cierto modo, él entendía qué significaba ese vacío, la sensación de estar atado de pies y manos, aunque sus situaciones fuesen tan diferentes. Le sonrió y apoyó una mano en su rodilla.

—¿Qué gracia tendría que lo adivinases?

—Toda. Me gusta ganar. Y vencerte a ti.

Sasuke se echó a reír y se puso las gafas de sol.

—De acuerdo. Vamos a un lugar especial.

—¡Eso no me dice nada! —protestó.

—Era justo lo que pretendía —se burló él.

Estuvieron retándose entre risas hasta que un cartel en el que se leía Long Island apareció ante sus ojos. Hinata sintió un vuelco en el estómago y él la miró de reojo, divertido, porque sabía que ella acababa de descubrir la sorpresa. Antes de que pudiese decir nada, se desvió y paró delante de un establecimiento de comida rápida.

—Quédate aquí, voy a comprar algo —le dijo.

Hinata lo vio alejarse a través del cristal, fijándose en su cuerpo esbelto y en lo bien que le quedaba vestir un día informal, con esos vaqueros y esa camiseta que se ajustaba a su torso. Se preguntó cómo era posible que hubiese soportado trabajar durante dos meses para él sin terminar entrando en su despacho y tumbándose desnuda sobre su mesa a modo de ofrenda. Porque pensabas que era un imbécil egocéntrico y sin sentimientos, le recordó una voz en su cabeza. Y era cierto. El problema era que, ahora que sabía que Sasuke Uchiha no era esa Bestia que todos creían, no podía reprimir los sentimientos que ya habían echado raíces antes de que se diese cuenta y que ahora intentaban aflorar rápidamente.

—No puedo creer que estés haciendo esto —le dijo cuando volvió a entrar en el coche y dejó en el asiento trasero la bolsa con la comida que acababa de comprar.

—¿Por qué no? —preguntó mientras arrancaba.

Porque no te pega, pensó Hinata, pero reprimió ese pensamiento y no llegó a decirlo en voz alta. Entendió en ese momento que Sasuke se había pasado toda la vida siendo como los demás esperaban que debía ser; frío, exigente, inaccesible. Un hombre de negocios hecho a medida desde que era solo un niño. Puede que ella fuese una de las primeras personas con las que él se dejase ver en realidad, mostrándose esa otra parte que escondía a diario.

Una sonrisa permanente se instaló en sus labios cuando Sasuke aparcó delante de una casa inmensa, de dos plantas, apenas a unos metros de distancia de la arena de la playa. Hinata bajó del coche y él la cogió de la mano antes de que pudiese subir los escalones del porche.

—¿A dónde me llevas? —preguntó divertida.

—¿Ya no lo recuerdas? Dijiste que tu cita ideal sería algo así, en Long Island, improvisando un almuerzo en la playa. Así que eso es lo que tendrás.

—No me puedo creer que de verdad me estuvieses escuchando aquel día.

—He escuchado todo lo que has dicho hasta ahora —le aseguró.

—De modo que tenemos una cita —dijo ella mientras se quitaban los zapatos antes de internarse en la arena cálida y sentarse frente a la orilla, sin importarles que se ensuciase la ropa o que la brisa del mar les revolviese el pelo. Sasuke pensó que nunca antes había estado tan relajado con otra persona—. Así que, ¿esta casa es de tu familia?

—Sí, veníamos aquí en verano. Ahora hace años que no la frecuentamos demasiado, pero guardo buenos recuerdos —le contó, sacando la comida de la bolsa—. Obito, Izumi, Suigetsu y yo jugábamos en esta playa durante horas y horas. Era divertido. Cuando aún no había responsabilidades ni preocupaciones a la vista. —Suspiró hondo.

—No es justo que hayas cargado con todo ese peso.

—Todo tiene desventajas. También podría considerarse una suerte haber nacido en una familia adinerada y heredar sus negocios —admitió—. Toma. —Le tendió la comida.

Juntos, con la vista fija en el mar y las olas que lamían la orilla de la playa, degustaron las empanadillas y la porción de pastel de queso que Sasuke había comprado. El sol del mediodía relucía en lo alto del cielo azul despejado y, cuando vio a Hinata tumbarse en la arena y cerrar los ojos con los brazos extendidos en alto, él pensó que era la visión más perfecta del mundo, con su rostro cara al sol y las mejillas calientes.

Se inclinó y le dio un beso en la punta de la nariz que a ella le hizo reír. Después descendió hasta atrapar sus labios y sus bocas se fundieron en un beso intenso y enloquecedor.

—¿Sabes una cosa? —Ella lo miró—. Siempre pensé que tus besos serían fríos, distantes.

—Ah, ¿sí? —Sasuke sonrió—. Entonces pensabas en mis besos...

Hinata se sonrojó, pero él la sostuvo por una mejilla para que no dejase de mirarlo.

—A veces. Un poco. Tenía curiosidad —admitió.

—Qué interesante... —susurró seductor.

—Pero llegué a otra conclusión.

—¿Cuál? —Apoyó un codo en la arena.

—En realidad eres todo lo contrario. Quemas.

—Quemo —repitió Sasuke, sintiendo una emoción extraña en el pecho. Durante toda su vida le habían dicho que era perfecto, frío, inalcanzable. Pero nunca que quemase. Le gustó la idea de que tan solo Hinata pudiese verlo de verdad.

Volvió a besarla. Y en esa ocasión el contacto se tornó más íntimo y lleno de necesidad. Las manos de Sasuke se perdieron bajo la camiseta de Hinata y le rozó con los nudillos la piel de la cintura, arrancándole un gemido que acalló con sus labios, robándole otro beso. Hinata sentía su calor por todo el cuerpo, en los puntos en los que se rozaban, en cada pequeño movimiento. Deseó que aquel instante fuese eterno y durase para siempre.

—Quiero más, Sasuke —le susurró.

Él se quedó parado unos segundos, vacilante, pero después volvió a besarla y la cargó en brazos, con las piernas de Hinata rodeando su cintura mientras subía los escalones del porche que conducían a la casa. Se sacó las llaves del bolsillo del pantalón y abrió la puerta con un golpe seco antes de que ambos se precipitasen al interior y la espalda de Hinata chocase con la pared del recibidor al tiempo que seguían besándose con desesperación.

Ella no supo cómo llegaron al dormitorio. Lo único en lo que podía pensar era en las manos de Sasuke acariciándola por todas partes, en esos dedos masculinos desabrochándole el botón de los vaqueros y quitándole después la camiseta, dejándola en ropa interior. Mientras él se desabrochaba el cinturón, se miraron en silencio, estudiándose en medio de la habitación con las pupilas dilatadas y sus respiraciones cada vez más agitadas.

—Eres preciosa. —Él la taladró con esos ojos negros y penetrantes que a ella la hacían temblar—. Eres tan jodidamente adorable que vas a terminar conmigo.

—¿Terminar contigo? —susurró Hinata.

—Volviéndome loco —añadió él.

Volvió a besarla, esta vez con más intensidad, mordisqueándole el labio inferior mientras le desabrochaba el sujetador. Después respiró hondo y le besó despacio el cuello, bajando hasta acariciarle los pechos, acogiéndolos con la palma de la mano antes de acariciarlos con la lengua. Hinata enredó los dedos en el cabello oscuro de Sasuke y gimió bajito, incapaz de pensar en nada más que no fuese en el hombre que tenía delante y en las sensaciones que estaba despertando en ella; no solo en el deseo, también en la ternura y en la esperanza.

La tumbó en la cama. Hinata arqueó las caderas al sentir el cuerpo de Sasuke sobre el suyo, duro y cálido, tan exquisitamente perfecto que sabía de antemano que no iba a tener suficiente de él, porque siempre querría más. Él deslizó las manos por sus caderas hasta llegar al vértice de su cuerpo y acariciarla con los dedos, haciéndola gemir.

—¿Estás segura de esto? —preguntó, hablando agitado, casi sin voz—. Porque no soportaría que te arrepintieses después. Necesito saber qué es lo que quieres.

—Te quiero a ti —le aseguró—. Te quiero dentro de mí.

Sasuke tembló al escuchar esas palabras. Cubrió su boca con la suya y después se hundió lentamente en ella, en la calidez de su cuerpo, en esa conexión que los dos habían encontrado cuando al fin se habían fijado en la persona que habían tenido delante durante todo aquel tiempo. Hinata lo abrazó y él se movió despacio, saliendo y entrando en ella, memorizando el momento y la electrizante sensación de su piel junto a la suya.

Estaba acostumbrado a buscar el placer inmediato, pero en aquella ocasión Sasuke lo único que deseaba era lo contrario, alargar el momento. La besó. Hinata le succionó el labio inferior y él contuvo el aliento, intentando calmarse, porque quería demostrarle que podía ser delicado y dulce, todo lo que ella quisiese. Pero, de algún modo, Hinata logró adivinarlo.

—No te contengas... —le susurró ella.

—No me pidas eso, cariño, porque entonces...

—Quiero saber qué sientes. Que esto sea real.

Sasuke gruñó y se movió más rápido, dejándose llevar por sus instintos, por todo lo que Hinata despertaba en él. Sus cuerpos se rozaban, sus respiraciones agitadas llenaron la habitación. Él le alzó las manos sobre la cabeza, mirándola a los ojos sin dejar de embestirla con fuerza, tanteando su reacción; quería comprobar si de verdad confiaba en él, si era capaz de estar a su merced sin atisbo de temor. Hinata cerró los ojos y le permitió tomar el control mientras un cosquilleo de placer se extendía por todo su cuerpo, sacudiéndola. Empezó susurrando su nombre y terminó gimiéndolo al tiempo que Sasuke se hundía en ella y el clímax la alcanzaba con las manos aún sujetas por la de él contra el colchón.

Sasuke la soltó sin dejar de mirarla.

Era incapaz de apartar los ojos de ella.

Confiaba en él. Confiaba con los ojos cerrados, gritando de placer, entregándose sin pensar en las consecuencias. Y, de algún modo, entendió que esa confianza era recíproca.

Hundió el rostro en su cuello y terminó con un gemido ronco, abrazándola, aferrado a ella como si temiese que fuese a desaparecer si llegaba a soltarla en algún momento.

Ninguno de los dos fue capaz de decir nada durante los siguientes minutos. Hinata hundió los dedos en su cabello oscuro y le acarició la espalda con cariño, con sus cuerpos aún unidos.

—Gracias por regalarme esto —susurró y parpadeó para no echarse a llorar, porque era la primera vez en años que volvía a sentirse como una mujer deseada, joven y que merecía que alguien la quisiese y la arropase entre sus brazos—. Te prometo que no lo olvidaré.

—Claro que no. No dejaré que eso ocurra. —Le rozó los labios—. Porque vamos a repetirlo muchas más veces. Mañana y pasado y la próxima semana...

Sasuke se silenció al notar cómo el cuerpo de ella se tensaba bajo el suyo y terminó levantándose para ir al cuarto de baño. Cuando regresó cinco minutos más tarde, la cama estaba vacía. Al salir al porche, encontró a Hinata cubierta con una sábana y sentada en el balancín que había allí; se acomodó a su lado y a la abrazó.

—¿Qué te ocurre, cariño? —le preguntó.

—Nada. Estoy feliz —le aseguró, pero había un rastro de tristeza en su voz, porque sabía que aquello no era eterno y, aun así, no se arrepentía de haberlo hecho—. Pasado mañana iremos a la casa de campo de los Tsuki —le recordó.

—Sí. —Sasuke se mostró incómodo.

—Y después... —le tembló la voz.

—No pensemos en el después —atajó él, porque aún no sabía cómo confesarle que sentía algo por ella, algo real y sólido, una confianza que le costaba mostrar con cualquier otra persona y una atracción que lo estaba volviendo loco, porque era incapaz de mantener las manos quietas y la boca lejos de sus labios incluso a pesar de que acababan de hacer el amor.

—Está bien, no pensemos más.

Hinata le sonrió y se obligó a dejarse llevar.

Durante las siguientes veinticuatro horas que pasaron juntos, los dos se olvidaron de todo lo demás, de esos factores externos que los condicionaban en el día a día y tan solo fueron ellos mismos, conociéndose, preparando juntos la cena y riéndose mientras compartían una botella de vino, haciendo el amor en todas las habitaciones de la casa, paseando por la playa al atardecer y desayunando juntos tortitas en la terraza cuando llegó el último día.

—¿Te lo has pasado bien? —Le dio un beso.

—Mucho. No recordaba un fin de semana igual.

—Me alegra oírlo. —Él sonrió. Cada vez lo hacía con más frecuencia.

—Pero he estado pensando... —tanteó Hinata mirándolo de reojo—, que quizás deberías dejarme esta noche en mi casa cuando volvamos a la ciudad. Tengo que coger ropa para el viaje y creo que me vendría bien estar un rato a solas antes de ir a Boston.

Sasuke la miró fijamente durante tanto tiempo que pareció que el mundo se había congelado en esa mirada. Quería dejarle su espacio, aunque lo aterrase la posibilidad de que ella no sintiese lo mismo que él y estuviese alejándose.

—De acuerdo. Te dejaré en casa —le aseguró.

. . . . . .

Sasuke se despertó temprano después de pasar una noche de insomnio. La ausencia del cuerpo de Hinata a su lado lo había mantenido pensativo durante toda la madrugada, dándole vueltas a esa sensación que le apretaba el pecho, a esa necesidad de tenerla en su vida. De repente, la idea de que todo volviese a ser como antes, no era una opción.

Pero tampoco tenía claro cómo manejar la situación, porque quería que Hinata se sintiese libre y temía presionarla demasiado si le confesaba que sentía algo, algo más, algo importante.

Intentó no darle más vueltas mientras preparaba la maleta y revisaba que los billetes de avión estuviesen en orden. Después salió de casa, montó en el coche y condujo hacia el barrio en el que vivía Hinata, recordando esa primera noche que fue allí para ensayar con ella su noviazgo y terminó molesto ante la idea de que viviese en esa caja de zapatos y pidiéndole que se mudase a la suya mientras durase todo aquello. Se preguntó si, en el fondo, su subconsciente siempre había sabido lo especial que era para él.

Cuando le abrió el portal, subió las estrechas escaleras de dos en dos y la encontró en la puerta, cargando la maleta a duras penas. Se la quitó de las manos y la miró preocupado. Tenía los ojos enrojecidos, ojeras, la piel pálida y las mejillas encendidas.

—¿Qué te ocurre? —Posó una mano en su frente—. Joder, estás ardiendo.

—Debí resfriarme durante el viaje a la playa —dijo.

—Eso no es un resfriado, es un virus o algo así.

—Luego me tomaré otra pastilla. Vamos. —Pasó por su lado, pero, al ver que Sasuke no la seguía, se giró y lo miró, intentando disimular el escalofrío que la sacudió; llevaba encontrándose mal desde poco después de que él la dejase en su apartamento la tarde anterior—. ¿Qué haces ahí parado? Llegaremos tarde y perderemos el vuelo.

Sasuke la miró y respiró hondo, con el corazón agitado.

No por lo que iba a hacer, sino por lo que estaba sintiendo.

—A la mierda los Tsuki —gruñó malhumorado.

—¿Cómo has dicho? —Hinata lo miró alarmada.

—Que se pueden ir a la mierda. No vas a subir a un avión así. Entra en casa. —Tiró de ella y se metió en el pequeño piso—. Llamaré a un médico —añadió sacando su móvil.

—¿Te has vuelto loco? ¡Tenemos que ir! Todo esto... todo lo que hemos hecho durante estas semanas... ¡no puedes tirarlo a la basura! Sasuke, escúchame...

Pero la frase se quedó a medio camino cuando volvió a sentir las náuseas sacudiéndole el estómago. No le había dicho que esa noche había vomitado un par de veces, pero no pudo esconderlo más cuando fue corriendo al bañó y él la siguió. Se arrodilló en el suelo.

—Ya está. —Le sujetó el pelo.

—Lo siento... —balbuceó Hinata con los ojos llorosos, tras levantarse, mientras él le preparaba el cepillo de dientes antes de dárselo y mirarla con cariño.

—No tienes nada que sentir.

—Voy a fastidiar el trato.

—No te preocupes por eso.

Cuando terminó de lavarse los dientes, él le dio un beso en la frente y ella se tambaleó. Sasuke la sujetó por la cintura y la mantuvo apretada contra su pecho.

—Estoy mareada —gimió Hinata.

—Tienes mucha fiebre. Ven aquí.

La alzó entre sus brazos sin esfuerzo y la llevó al sofá, donde la tumbó. Llamó al médico y después cogió una toalla, la mojó con agua y regresó hasta donde ella estaba para colocársela en la frente con suavidad. Hinata tenía los ojos cerrados y, mirándola en aquellos momentos, Sasuke entendió que se había enamorado de ella. Porque por primera vez en su vida deseó cambiarse por otra persona que lo estaba pasando mal, recibir su dolor y aliviarla del suyo, hacer cualquier cosa a cambio de que volviese a estar bien. Y no había ningún negocio ni nada que en aquellos momentos pudiese importarle más que estar junto a ella, arrodillado delante de ese sofá y apretando la toalla sobre su frente.

Hinata tembló al sentir otro incómodo escalofrío.

—Seguro que me despides por esto... —soltó.

—Espero que estés delirando por la fiebre.

—Siento ser la peor novia falsa del planeta... —siguió y, en esa ocasión, Sasuke no pudo evitar sonreír, porque entendió que en realidad sí estaba algo alelada.

—Yo creo que lo has hecho muy bien. Tanto, que he terminado por creérmelo.

—¿Qué intentas... qué significa...?

—Ya lo hablaremos cuando estés mejor.

—Empezaste siendo La Bestia... —prosiguió ella, desinhibida e incapaz de controlar su perorata por culpa de la fiebre. Sasuke sonrió—, y al final has terminado convirtiéndote en un príncipe o algo así. Ojalá todos supiesen lo increíble que eres en realidad.

—Me basta con que lo sepas tú.

—Y me vas a romper el corazón...

Sasuke frunció el ceño, dudando si la había escuchado bien, pero antes de que pudiese prometerle que eso no sucedería, el médico llamó al timbre y se levantó para abrirle. Se quedó junto a ella mientras el doctor le hacía una revisión y, cuando terminó, se alejó con él hacia la cocina y le preguntó cuál era el diagnóstico.

—Es una gripe, así que debe tomar antibióticos cada ocho horas, además de intentar bajarle la fiebre. Volverá a estar bien en unos días.

Sintió el deseo de sacudirlo por no darle una solución inmediata, porque no soportaba la idea de saber que Hinata iba a pasarlo mal durante otros dos días sin que pudiese hacer nada por evitarlo. Se despidió del médico en la puerta y regresó al sofá.

Se había quedado dormida.

Suspiró y la contempló durante unos segundos, paseando la vista por su melena rubia y por el rostro dulce y aniñado. Se estremeció al recordar todo lo que ya había sufrido y supo que, a partir de ese momento, incluso aunque ella no lo quisiese como algo más que un amigo, él estaría ahí para cuidarla y protegerla. Así que hizo esa llamada que no podía esperar más. Marcó el número de los Tsuki y, por primera vez, ignoró su instinto y se dejó llevar por su corazón. Cuando colgó, aún confundido tras la conversación con Amayo, se entretuvo durante un rato ordenando la casa y fregando algunos platos que había en la pila de la cocina. Después preparó un caldo, tras buscar en internet cómo se hacía e ir a comprar algunas verduras que necesitaba. Cuando Hinata despertó, el aroma flotaba en la casa.

—¿Qué estás haciendo aquí? —gimió ella, aún con el rostro pálido y sin tener buen aspecto. Paseó la mirada por el fuego encendido y por la cocina limpia.

—Caldo. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás mejor?

—Un poco, sí. Pero, Sasuke...

—Dime. —Él se acercó a ella.

Hinata se puso nerviosa ante su proximidad.

—Has perdido el vuelo —confirmó.

De hecho, al mirar por la ventana, se dio cuenta de que ya había oscurecido. Sasuke debía de llevar allí algunas horas y ella había arruinado la mayor fusión de la revista con una cadena y, para más inri, había vomitado delante de su jefe. Si es que seguía siéndolo, claro.

—Ahora no pienses en todo eso —adivinó él.

—Pero ¿qué les has contado a los Tsuki? —Tragó saliva, ignorando el dolor de garganta, y lo miró nerviosa, con la manta aún sujeta sobre sus hombros—. Tengo una idea, aún estamos a tiempo de arreglar todo esto. Podemos fingir que tuve un ataque de pánico justo antes de subir al avión. Me puse muy nerviosa y tuvimos que bajar en el último momento, así que por eso mismo mañana cogeremos un coche e iremos hasta allí y entonces...

—No vamos a ir a ninguna parte —la cortó.

—¿Se te ha ocurrido algo mejor?

Sasuke la miró con ternura y le colocó tras las orejas los mechones de cabello rubio que habían resbalado por su rostro. Le dio un beso en la frente y la estrechó contra él.

—No más mentiras, Hinata. Les he contado la verdad.

—¿Qué verdad? —preguntó temerosa e incrédula.

Él la miró fijamente a los ojos, sin soltarla.

—Que eras mi secretaria. Que hasta que nos cruzamos esa noche aún confundía tu nombre a menudo, algo que a ti te hacía cabrear, y que te pedí que te hicieses pasar por mi novia para conseguir caerles en gracia después de la terrible reunión jugando al golf.

—Dios mío, Sasuke... Has perdido la cabeza...

—Que a partir de ese momento todo fue una locura —siguió—. Que, la mayor parte del tiempo, empecé a olvidarme de que estaba fingiendo. Que no sé cómo, pero me volviste loco. En el buen sentido. Que pasamos los dos mejores días de mi vida que recuerdo en la casa de la playa y que después de eso te resfriaste y te pusiste enferma.

Y que no iba a dejarte aquí para ir a reunirme con ellos, porque tú eres mucho más importante que eso.

Hinata parpadeó cuando se dio cuenta de que tenía la mirada borrosa por las lágrimas.

—No me lo puedo creer... —murmuró Hinata por lo bajo.

—Y como soy un Uchiha y al parecer llevo el gen negociador en las venas, mi confesión ha servido para ablandar el corazón de Amayo Tsuki y está dispuesta a darme otra oportunidad. Bueno, para ser completamente sincero, al principio me ha colgado el teléfono, pero ha vuelto a llamarme unos minutos más tarde para decirme que, al menos, se alegraba de que toda esta farsa hubiese desembocado en algo bueno.

—Inspiró hondo, inseguro, sin apartar sus ojos negros de ella—. Dime algo, cariño, por favor... —le suplicó.

Ella fue incapaz de contestar, porque no le salía la voz, pero se lanzó hacia él y lo estrechó con todas sus fuerzas, abrazándolo. Escondió la cabeza en su pecho, escuchando cómo le latía el corazón rápido y fuerte. Quería llorar y reír a la vez.

—No me sueltes —le rogó.

—No pienso soltarte nunca.

—Pero antes tenemos que negociar...

Hinata dio un paso hacia atrás y Sasuke alzó una ceja en alto, mirándola incrédulo.

Apagó el fuego de la cocina antes de seguirla hasta el sofá y cruzarse de brazos.

—¿Pretendes negociar nuestra relación? —preguntó.

—Creo que es lo justo. Que todo empiece y termine así.

Sasuke se ablandó y le sostuvo la mejilla con dulzura.

—Si buscas una oportunidad para aprovecharte de mí, este es el momento perfecto, porque creo que sería capaz de hacer cualquier cosa que me pidieras.

—Bien, porque quiero conservar este apartamento.

—¡No me jodas! —resopló malhumorado.

—Hace que me sienta más segura, me gusta la idea de poder tener un rincón para mí, incluso aunque pase semanas enteras en tu casa, ¿me entiendes?

Sasuke se pasó una mano por el pelo, mirando aquel rincón diminuto. Que la chica de la que estaba enamorado le pidiese a uno de hombres más ricos de la ciudad que la dejase quedarse aquella caja de zapatos, era casi una ofensa. Pero asintió. Y cedió.

Cualquiera de sus enemigos o de los hombres con los que negociaba normalmente se hubiesen quedado de piedra si lo estuviesen viendo en aquellos momentos.

—Está bien. Pero cambiarás la cerradura.

—De acuerdo, creo que es justo —sonrió.

—¿Qué más quieres? —preguntó impaciente.

—Que busques a otra secretaria.

—¿Quieres dejar el trabajo? Hinata...

—Buscaré otro. Es más, si al final se lleva a cabo la fusión con la cadena de televisión, necesitarán gente en la ciudad, ¿no? Yo podría mandarles mi currículum. No es por nada y no te ofendas, pero poner en primera línea que fui la secretaria de Sasuke Uchiha y lo soporté más allá de los quince días de prueba, ya es suficiente para que muchas otras empresas me contraten sin pestañear. —Él la miró ofendido, ella se echó a reír—. Lo siento, pero es la verdad. Y he pensado que, quizás, el próximo año podría mandar mi solicitud a la universidad y trabajar tan solo media jornada. Creo que lograría cuadrar las cifras.

—Es una idea increíble. —La cogió por las mejillas y la besó—. Yo lo pagaré. Eso y todo lo que tú quieras. Te daré cualquier cosa que necesites, Hinata. Y contrataremos al mejor abogado de la ciudad y conseguiremos ese divorcio, con denuncia incluida. Porque pienso ver a ese tipo entre rejas, te lo aseguro.

Hinata sonrió, porque no podía evitar ilusionarse al oírlo hablar en plural, haciendo planes conjuntos para los dos. Cerró los ojos cuando él le puso una mano en la frente.

—No quiero que tengas que pagarme nada...

—Aún tienes fiebre. Túmbate. —La tapó con la manta y le dio un beso—. Ya iremos negociando más puntos, de momento, creo que bastará con que improvisemos.

—No se nos da mal.

—Nada mal, cariño.

Ella sonrió y se acurrucó contra su cuerpo, mimosa.

—Y así fue como la chica se enamoró de la Bestia.

—Y como la Bestia perdió la cabeza por la chica.