Día 7. Nunca debió ser de otra forma.

George/Fred.

Twincest: práctica de relaciones sexuales entre gemelos.

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Fred: "¿Cómo estás, Georgie?"

George: "Como queso. Tengo agujeros Fred, ¿entiendes?"

Fred: "Hay un mundo de humor en orejas y tenías que decir como queso, das vergüenza."

Después de aquello Fred le abrazó tan fuerte que si la maldición que casi le corta la cabeza no lo hubiera matado, su hermano estaría a punto de hacerlo.

—No me vuelvas a hacer esto—le susurró Fred sobre su oreja intacta con un sutil beso camuflado entre el cabello rojo de ambos.

Después de una visita rápida a San Mungo, su madre había insistido para que ambos se quedaran con ellos, pero volvieron a su apartamento en el 93 del Callejón Diagon. Necesitaban estar a solas después de aquel susto.

Fred le acompañó a la habitación que ambos compartían.

—¿Cómo te encuentras?—le preguntó un muy serio Fred cuando George se sentó en la cama, lucía realmente cansado.

—Bien, bien.—Ya no había bromas, ya solo eran ellos dos, y George debía reconocer que él también se había asustado cuando sintió la maldición en su piel.

Fred le abrazó, y George se agarró a él, un fuerte suspiro contra su cuello, y sintió los labios de su hermano sobre su cuello. Suaves besos que reconocía como lo único que le serenaba y alteraba al mismo tiempo.

Se apartaron levemente, solo para que Fred le besara en los labios, una y otra vez hasta que la tensión que habían pasado fuera sustituida por una diferente, una que solo tenía que ver sobre ellos. Sobre lo que ambos habían sentido durante toda su vida.

Fred le agarró de la cadera para arrastrarlo sobre él dejándolos caer a ambos sobre la cama, la única en toda la habitación.

George, descendió para seguir besando a su gemelo, su sabor y su manos agarrándole con fuerza colocándolo sobre la que ya no era una tímida erección, aquello era la mejor medicina para esa noche.

Pero ambos habían estado en una pelea que había dejado sus cuerpos magullados, y el gemido de dolor cuando Fred clavó sus dedos en su espalda les hizo parar.

—Mañana—gimió Fred acunándolo, sobre él, pero no estaba dispuesto.

—Ahora.

—George.

—Ahora—le hizo un puchero—Casi muero y tienes que consolarme, lo pone en nuestro contrato.

Fred le miró serio, amaba a su hermano, y le conocía mejor que a sí mismo. Hablar de su muerte había traído los miedos que ya había visto en sus ojos cuando aparecieron en la Madriguera.

—Fóllame, Fred.

Fred le besó y supo que había conseguido lo que quería, se dejó caer en la cama y notó como su hermano cambiaba posiciones con él.

George solía ser más explosivo, le gustaba el sexo rápido y riesgoso, por su parte Fred era más de alargar cada caricia, de torturarlos a ambos con preliminares que los llevaban a suplicar.

Juntos eran una bomba, juntos eran perfectos.

La camisa de George fue abierta, y su pecho ancho y blanquecino, no solo tenía su característica constelación de pecas, sino nuevas heridas.

Pero el ceño fruncido de Fred desapareció cuando George alzó sus caderas y le hizo una demostración gráfica del tamaño de su necesidad.

Fred descendió y lamió sus pezones, y aunque George comenzaba a tener verdadera urgencia más hacia el sur, no podía negar que la lengua de su hermano siempre le hacía olvidarse de todo.

Pero como si quisiera contentarle, los dejó bajando el cierre de su pantalón y ayudándole a que estos desaparecieran por sus piernas.

Él mismo se desnudó con ayuda de George que no dejaba de morder y lamer su piel, tan idénticas y diferentes.

Fred sabía cuán afectado estaba pues descendió hasta su polla para lamerla sin dilación, estaba complaciendo la natural urgencia de George, de un modo delicioso. Sus manos enterradas en el cabello rojo le marcaron el ritmo rápido y profundo, y si no fuera por la necesidad de sentir a Fred dentro de él, se hubiera corrido de ese modo, más profundo.

—No, fóllame.

La saliva deslizándose por la barbilla de Fred y sus ojos llenos de deseo, le encendían. Este bajó hasta su culo para lamerle.

—No, usa las pastillas.

Fred torció el gesto, pero no engañaba a nadie, no era su boca la única que estaba salivando, y un fino hilo de preseminal colgaba entre las piernas de su hermano.

—Mañana voy a lamerte durante horas, como si tengo que atarte y amordazarte.

Los dos sabían que era cierto, y que eso iba a ocurrirliteralmente pero no esa noche.

Ambos habían estado trabajando en una nueva sección para adultos y no tan adultos.

Las "pastillas relamedoras para brujas y magos", eran introducidas tanto en anos como vaginas, provocando una sensación de cientos de lenguas en su interior, lubricando y dilatando. Ideales para usar a solas o en pareja, y que a George le gustaban infinitamente más que los básicos hechizos de lubricación, y mucho más rápido que el tradicional método manual.

La colección en la que ellos mismo habían sido los conejillos de indias saldría en ese otoño, habían diseñado una entrada oculta que solo se mostraría a aquellos que estuvieran pensando en sexo con gran intensidad.

Fred abrió el cajón de una de las mesillas, e introdujo una de las pastillas violetas en el interior de George.

La respuesta era inmediata, y no dejó de mirarle mientras él mismo se masturbaba mientras George se retorcía de placer.

El momento exacto, George gritó, no por ningún tipo de dolor, sino porque estaba completamente lleno de Fred mientras la pastilla relamía todo su interior.

Las embestidas se impusieron a la pastilla, que tenían un efecto menos duradero de lo que ellos deseaban. Pero tener a Fred moviéndose rápidamente en su interior, era otro tipo de placer, uno que le había gustado siempre.

Se olvidaron del dolor que ambos llevaban en sus pieles y sus músculos, George acogía a Fred con sus piernas completamente abiertas, mientras sus tobillos eran sujetados. Miró hacia abajo, viendo como se enterraba tan fuerte como a él le gustaba.

—Sí, así—gimió agarrando su olvidada erección sacudiéndosela.

La conexión que ambos tenían era tal que Fred se salió de él, corriéndose sobre la polla de George justo en el momento en el que el primer chorro blanco escapaba de este.

La respiración no fue lo que le alarmó, sino una gota que cayó sobre él, alzó el rostro para ver como otra lágrima caía sobre él desde los ojos de su hermano.

George le abrazó fuertemente enredándolo con su cuerpo.

—George—gimió Fred—George.

—Lo sé, lo siento.

El llanto de Fred y el sentimiento que a ambos les invadía los arrasó, más que el sexo, más que cualquier broma. Porque era amor, tan profundo que nadie podría entenderlo nunca.

—No sé que haría si murieras—confesó en voz alta Fred—No sé como podría vivir, sin ti.

—No pienses en eso, estoy aquí.

Pero él mismo sentía el peso de esas mismas palabras.

Eran ellos desde siempre, desde que estaban en el vientre de su madre, desde que solo siendo bebés el único consuelo que encontraban era estando abrazados el uno al otro.

Siempre fue así, juntos, como un solo siendo dos.

Cuando George le dio su primer beso a Fred y este se lo devolvió, fue como tenía que ser.

Cuando ambos descubrieron juntos la sexualidad, y como nadie era capaz de superar aquel vínculo entre ambos. Fue como tenía que ser.

Habían sido ellos dos siempre, y solo la muerte podría separarlos, y esa noche había estado a punto de hacerlo.

—Prométeme que nada nos separará—le pidió Fred.

—Nada nos separará.

Abrazados y aliviados, sellaron su promesa, para quedarse dormidos poco después.

No había pasado ni un año, y las cosas se habían vuelto mucho más peligrosas, Potter junto a su hermano Ron y Hermione estaban ilocalizable, en una misión secreta.

Las cosas en el mundo mágico se habían vuelto tan oscuras como nunca imaginaron, en el callejón Diagon, solo su tienda permanecía abierta. En épocas oscuras todos necesitaban algo de alegría, pero a veces era incluso difícil para ellos, cuando las desapariciones eran cada vez más frecuentes y preocupantes.

Ambos acababan de cerrar la tienda, había sido un día malo de ventas, pero aún así habían ido algunos magos y brujas para comprar algo a sus pequeños asustados.

Ambos entraron a la ducha para quitarse la opresión sobre sus cuerpos.

George miró a Fred, que le daba la espalda debajo del chorro de agua caliente. Ya no eran idénticos, pero una oreja no haría que la conexión entre ellos no fuera exactamente igual.

Acarició los hombros Fred notando los músculos tensos, lo que le llevó a amasarlos tratando de relajarlo.

Fred gimió de gusto al notar como la tensión se iba poco a poco, y George se pegó a su espalda húmeda.

Deslizó sus manos por el frente amasando sus delgados pectorales y pellizcando sus pequeños pezones que le hicieron reír.

—¿Te apetece una sesión de sexo mojado?—Aquella pregunta era un eufemismo, porque tenía alojada su propia polla dura entre las nalgas de Fred y entre sus propias manos masajeaba la de su hermano que se estaba levantando orgullosa.

Fred asintió, y George inició un suave vaivén entre sus piernas, clavando con la punta de su polla en los testículos de Fred.

Ambos estaban gimiendo cuando un esbelto caballo de humo plateado irrumpió en la ducha llena de vapor.

—La lucha ha empezado, venid a Hogwarts—la voz de Ginny se escuchaba como enlatada. Todos habían aprendido ese hechizo para poder comunicarse llegados el momento.

—¿Ahora?—dijeron ambos al mismo tiempo, pero el caballo se había esfumado, y ambos supieron que no había tiempo para finalizar.

Se secaron y vistieron, y antes de entrar en la chimenea hacia la madriguera desde donde irían a Hogwarts se miraron.

—Luego seguiremos con esto—le tomó fuertemente de la mejilla Fred—Volveremos.

George asintió y sintió como sus tripas se retorcían.

Cuando llegaron a Hogwarts toda la escuela era un hervidero, los Carrow habían sido hechos prisioneros, Snape había huido y Harry estaba allí. Hermione y Ron habían ido en busca de los restos del basilisco.

Había llegado la hora, con Harry allí, Voldemort aparecería, era algo que todos sabían.

A pesar de las protecciones estas cayeron, y la lucha comenzó.

George y Fred se separaron, y ambos supieron que no era buena idea. George corrió con Jordan cuando escucharon como un grupo de carroñeros llegaban. La voz de Fred gritándole algo a Percy, le encogió el corazón.

Pero no hubo más tiempo para pensar en ello cuando la primera maldición la esquivó por los pelos.

Al menos él y Jordan estaban haciendo un buen trabajo, el arsenal de hechizos disparatados pero certeros que él y Fred habían ideado estaban funcionando.

Cuando los cuatro que quedaban en pie salieron corriendo George les lanzó un hechizo hinchador de pies, incapaces de seguir corriendo, ellos les arrebataron las varitas y ataron con varios incarcerous.

En ese momento toda la presión que había sentido volvió, y sin decir nada salió corriendo, escuchó a Jordan a su espalda, en el otro extremo del pasillo, vio dos puntos rojos, y un mortífago haciendo estallar una pared que estaba a punto de sepultar a sus hermanos.

Jordan y él lanzaron varios hechizos de levitación, pero algunos cascotes cayeron hiriendo a Fred.

Percy recuperado lanzó una imperdonable al mortífago acorralado.

George voló más que corrió junto a Fred que sangraba.

—Fred…—gimió asustado—Fred.

Fred sonrió al verlo, pero le dolía la cabeza.

—Casi te dejas matar, estúpido—le abrazó tan fuerte que Fred se quejó.

—Me prometiste que nunca nos separarían, confiaba en ti.

George rió realmente asustado, y bajó a besar los labios de Fred.

Ni Jordan ni Percy se sorprendieron ante aquella muestra de afecto.

Pero aquel lugar seguía sin ser seguro, y salieron de allí para ver, como Harry acababa con Voldemort. Fred se apoyaba adolorido sobre el cuerpo de George, ambos dispuestos a combatir a cualquier mortífago que quisiera atacar tras la caída de su líder, como uno solo.

Cuando todo acabó y Fred fue atendido por la enfermera de la escuela, dándole una asquerosa poción para la conmoción cerebral. Estaban mirando los estragos de la batalla en su antigua escuela.

—Vámonos a casa—le pidió Fred—Teníamos algunos asuntos entre manos que deberíamos acabar.

La sesión de sexo interrumpido en la ducha había sido completamente olvidaba por George que tan solo río y abrazó con fuerza a su hermano que lucía un aparatoso vendaje en la cabeza que le tapaba media cara.

George había sentido lo que Fred había sentido cuando le vio aparecer con la oreja cercenada casi un año antes.

Pero como aquella vez, todo había sido un susto.

Le había prometido que nada les separaría y por los pelos había podido cumplir su promesa.

Un mundo en el que Fred no existiera, no era un mundo para George.

Le ayudó a levantarse, por su puesto que iba a acabar con lo que habían empezado.

Porque ambos estaban vivos y juntos.

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No era tan difícil, Rowling, no era tan difícil.

El incesto es un tema que no me agrada, y el que hay entre padres e hijos me repugna, sinceramente. Porque tristemente es una realidad que muchos niños tienen que sufrir en sus vidas.

Ahora bien, estos dos... es que para mí ni es incesto, sino Fred y George siempre juntos... ya, ya... mi doble moral... Pero bueno, con este último one shot quería cerrar esta serie.

Espero que os hayan gustado todas las perejitas extrañas, sobre algunas me han dado más ganas de escribir y otras no volveré a tocarlas en la vida, jajajaja.

Gracias por leer, gracias por comentar y acompañarme toda esta semana.

Hasta la próxima historia.

Besos,

Shimi.