Disclaimer: Kimetsu no Yaiba pertenece a Gotouge Koyoharu.

I can't hear you

.

.

II

Durante los años que estudio en la ciudad Zenitsu conoció a una gran variedad de personas, entre ellos recordaba a un anciano maestro que tuvo durante su adolescencia. No podía caminar sin su bastón y había perdido la audición en su oído derecho. Cada vez que Zenitsu le hablaba debía asegurarse de repetir sus palabras mínimo un par de veces para obtener una respuesta. Siendo tan joven, pensó en reiteradas ocasiones lo molesto que era tratar con él y pidió a su padre que buscara un reemplazo. Su padre se negó, alegando que ese hombre que rechazaba era destacado en su oficio y Zenitsu estaba siendo inmaduro. No entendió porque su padre quien se jactaba de darle una gran educación contrató a una persona que no estaba en condiciones de trabajar. Una persona incapacitada. Una persona enferma. Una persona que, a sus ojos, era inútil.

Nezuko era sorda, había dicho Tanjirou. Al momento de despedirse ella inclinó la cabeza y agitó la mano. Como aquel niño pequeño que aún no le enseñan modales. Como aquella persona que no podía escuchar y no sabía cómo hablar. Esa persona era Nezuko. Recordó las crueles palabras que salieron de su boca en su etapa de inmadurez y sintió vergüenza de sí mismo. Al llegar a casa de su abuelo corrió a su habitación. Escondió su cabeza bajo el futon y enterró sus uñas en sus palmas. Había sido tan egocéntrico. Habló de una persona que no conocía como si fuese superior, como si Zenitsu fuese mejor que la persona de la que se burlaba. Como si ese anciano que había vivido mucho más que él se mereciera que un niño hablara a sus espaldas. Como si no pudiese sentirse atraído por una persona así. Nezuko había estado en su mente por los últimos días, entrando y saliendo a su antojo incluso cuando no quería pensarla. No quería enamorarse ni tener grandes expectativas. No estaba listo para otro corazón roto, pero albergaba la esperanza de una nueva oportunidad. Cuando la conoció y se prendo de su belleza, Zenitsu pensó que una chica de pueblo era distinta que una de ciudad. Por muchas joyas que colgaran de sus ropas eran muy diferentes entre sí. Si conocía a esta chica quizás se enamoraría. Quizás nacería una bella relación como la que siempre soñó. Quizás al presentarse y preguntarle su nombre ella le respondería con una bella voz y campanas de boda comenzarían a sonar en su cabeza. Quizás él seguía siendo solo un niño confiando en sueños superficiales.

Al día siguiente su abuelo lo regañó por haberse encerrado sin decir nada. Le ordenó que preparara el desayuno y le pidió que cuidara de los discípulos que vendrían más tarde. Zenitsu esperaba que su abuelo estuviera más molesto. Que lo insultara y castigara. Le diera trabajos intensivos y su horario de descanso se redujera. Así no tendría que salir al pueblo con temor a encontrarla. Así no tendría que pensarla. Ocupó su atención en los múltiples chicos que visitaron el dojo a lo largo del día. Chicos pobres, con el cabello sucio y las ropas rotas. Con el estómago rugiendo y los dientes chuecos anhelando masticar más que un duro trozo de pan. Se compadecía de ellos, pensó en su infancia cuando compartía con su madre un pastel luego de que sus clases acabaran. Pensó en cómo ella limpiaba su rostro y lo besaba. Se sentía protegido en sus brazos. Se preguntó si esos niños se sentirían igual. Si sus madres los abrazarían con fuerza y prometerían que el mañana sería mejor mientras racionaban la comida para que durara unos días más. Quería creer que sí.

Su abuelo le contó una vez que al llegar al pueblo se sintió abrumado por el ambiente tan triste. Veía a niños levantándose temprano para ayudar a sus padres, corriendo de un lado a otro cargando con un peso mayor que el de su propio cuerpo. Le dijo, mientras bebía aquella noche, que por un segundo pensó que esos niños eran en realidad adultos diminutos. Adultos en cuerpo de niño que no pudieron crecer, su cuerpo no maduró y su apariencia se estancó. Sin embargo su mente si creció y, si prestabas atención, podías ver pequeños indicios de su edad real. Sus manos callosas y ojos sin brillo no podían pertenecer a un niño. Esas fueron las palabras de un viejo, un viejo que se estremeció al ver los ojos de un pequeño adulto que fue a mendigar a su puerta. Los adultos con cuerpo de niño no buscaban dinero, solo sobras de la cena para poder aguantar hasta el día siguiente. También le contó que al despedirse, el mendigo le había agradecido llamándolo señor, mientras le sonreía mostrando la falta de un incisivo. En ese momento Jigoro recordó que él era un anciano y la persona que le hablaba no era más que un niño. Un niño que necesitaba a los adultos. Su hogar forjado del dinero ahorrado en su retiro se convirtió en un espacio en el que los niños pudiesen disfrutar de un plato de comida y liberar toda la energía que mantenían encerrada para no estorbar en sus trabajos, la energía que los volvía niños, la energía que los diferenciaba de los adultos.

Zenitsu no era más que un intruso en el bondadoso deseo de su abuelo. Los niños que su abuelo le había presentado al llegar tenían una sonrisa en su rostro y el cuerpo magullado de tanto jugar. No había rastro de aquel tiempo en que sus miradas eran tristes y sus corazones vacíos. Los observó estirándose antes de entrenar, no había tantos en comparación a otros días. Se acercó a los presentes, pensaba que incluso no sabiendo artes marciales podría ayudarles como oponente. Deseaba ser útil. Lo recibieron abiertamente, todos eran muy amables. Takeo, uno de los mayores, adopto una posición de ataque listo para lanzarse contra él. Era solo una broma entre ambos, Zenitsu recordaba que la primera vez que el chico había hecho aquello, se asustó tanto que su corazón no volvió a latir con normalidad hasta horas después. Takeo se disculpó repetidas veces luego de eso. Ahora, sonriendo, podía aceptar fácilmente los jugueteos de ese adolescente. Simulando que sabía cómo hacer aquella posición, lo imitó retándolo. En ese momento, con Takeo mirándolo con el rostro serio y su cabello desordenado, Zenitsu pensó que se parecía mucho al chico que vio el día anterior. Quizás demasiado. Tanto su rostro como su cabello le recordaban enormemente a Tanjirou, pero Tanjirou no tenía lunares en el rostro. Parecía mucha coincidencia. Entonces sus ojos cayeron en la bufanda de Takeo, rota, deshilachándose cada día más sin que su dueño decidiera que era momento de tejer una nueva. Verde. Negra. A cuadros. El mismo patrón del haori de Tanjirou. Y volvió a sentirse inútil, porque cuando su abuelo les presentó a sus estudiantes nunca le dijo sus apellidos. Y Zenitsu tampoco pensó que era importante preguntarlo. Pero sabía que Takeo tenía un hermano, Shigeru, un chico que a menudo venía a las clases de su abuelo. Pero Shigeru era menor. Y Shigeru no era Tanjirou.

Si Takeo resultaba ser hermano de Tanjirou y Nezuko, significaba que Shigeru también lo sería, sin embargo la idea de que fueran cuatro hermanos le parecía rebuscada. Donde Zenitsu creció lo común era tener entre uno a tres hijos. Los citadinos no parecían interesados en tener mucha descendencia, por el contrario, preferían tener pocos e instruirlos arduamente. Como si fuesen un recipiente donde verter el conocimiento. Como si los criaran para que siguieran sus pasos. Esa había sido la intención que tuvo su padre con él, pero Zenitsu no cumplió sus expectativas por mucho que derramara lágrimas para lograrlo. Cuando vio que Zenitsu no podría ser un potencial sucesor, su padre volvió a centrar su atención en Kaigaku, su hermano mayor. Había sido muy duro ver como con el paso del tiempo su padre perdía más el interés en él.

−Takeo-kun −lo llamó para que se acercara. −¿Hoy no te acompaña, Shigeru-kun? −preguntó Zenitsu.

−No, Shigeru se quedó en casa ayudando a una de mis hermanas –respondió Takeo.

−¿Una de tus hermanas? −es decir que había más de una, pensó Zenitsu −. Nunca te lo he preguntado, pero Takeo-kun ¿cuantos hermanos tienes?

−Cinco −respondió el adolescente −. Conmigo somos seis, yo soy uno de los mayores.

−¿Cinco? Son muchos −dijo sorprendido. Significaba que había dos hermanos que no conocía.

−Sí, Zenitsu-san solo conoce a Shigeru −dijo Takeo. −La mayoría de mis hermanos trabajan o están ocupados cuidando de nuestros padres.

−¿Están enfermos?

−Mi padre siempre ha sido de constitución débil. Y mi madre comenzó a enfermar luego de que naciera mi hermano menor. Tener tantos hijos puede haber causado estragos en su cuerpo.

Zenitsu sabía, por lo que sus tutores le habían enseñado, lo básico de un embarazo; pero esto no iba más allá de la fecundación y los meses de gestación. Usaban conceptos técnicos, recitándolos de memoria luego de años de haber repetido las mismas palabras. No le explicaban que el proceso era distinto para cada mujer. Que mientras unas lo llevaban con normalidad y podían dar a luz a muchos niños, otras sufrían fuertes repercusiones que podrían acompañarlas por el resto de su vida. Tampoco le dijeron que algunas incluso encontraban la muerte.

De pensar en todo lo que tendrían que haber vivido ellos sentía sus ojos escocer. La familia de Nezuko, los niño del pueblo; era una realidad que no esperaba ¿Que sentirían ellos si supieran que lo habían desheredado, pero le prometieron perdonarlo? ¿Qué pensarían de él si confesara que la vergüenza que lleva en la espalda como castigo es solo temporal? ¿Lo mirarían distinto? ¿Dejarían de tratarlo como el amable nieto del abuelo Jigoro y lo comenzarían a tratar como un extraño?

No, claro que no. Todos allí eran demasiado cálidos. Mucho más cálidos de lo que nunca pensó conocer.

−Takeo-kun –llamó entre sorbos, las lágrimas se reunían en sus ojos y su nariz comenzaba a moquear. −¿Cuál es tu nombre completo?

−Pensé que el abuelo ya se lo había dicho −contestó el chico.

−No, solo me dijo tu nombre −respondió Zenitsu. −Tu nombre y el de Shigeru, solo sé eso.

−Kamado −respondió Takeo. −Kamado Takeo.

Zenitsu sonrió. Ya lo sabía. Claro que lo sabía. Eran idénticos. Su rostro. Su cabello. La próxima vez que viniera Shigeru se aseguraría de observarlo bien. Estaba seguro que notaria más similitudes que le sorprenderían. Si no se equivocaba, Shigeru tenía los ojos más claros... como Nezuko. Nezuko.

Solo había sido un día, pero saber que podría estar más cerca de lo que pensaba le emocionaba. Pensó en cuanto tiempo tendrá que esperar hasta poder verla nuevamente. Se preguntó que estaría haciendo. Si trabajaba o cuidaba de sus padres enfermos. Debía ser duro para ellos. Siendo tan pobres y teniendo que trabajar desde tan jóvenes. Pobre de ellos. Pobre Nezuko. Pobre...

Entonces recordó la primera vez que la vio, con un vestido fino y perlas brillantes y pensó que no tenía sentido. No si ellos eran pobres. No si según las palabras de Takeo, todos debían trabajar. Ella era Nezuko, entonces esas ropas... no podían ser de ella, pero si no eran de ella ¿de quién eran?

.

.

.

Este capítulo en si busca ser un enlace a los sucesos que ocurrirán más adelantes, y como una ayuda a entender el contexto y la personalidad de Zenitsu. La universidad me tiene medio muerto así que la próxima vez que actualice posiblemente será a mediados de mes. Ahí espero poder darle más participación a Nezuko de lo que ha estado teniendo hasta ahora.