Capítulo 1: Tres patitos
Cuando Donald escuchó a Della conversando con los huevos acerca de viajar al espacio no le dio importancia. Consideraba que era en extremo peligroso, pero también algo improbable. No existía un vehículo que pudiera dejar la Tierra y Donald dudaba que su hermana pudiera conseguir uno.
Ir al espacio era algo que había querido hacer desde hacía mucho tiempo y Donald lo sabía. Della era una aventurera, De los dos era quien más se emocionaba en las cacerías de tesoros de su tío Scrooge. A veces Donald tenía la sensación de que el peligro sí le importaba, pero no de la manera en que él lo hacía, que ella disfrutaba del peligro.
Enterarse de que Scrooge había conseguido un cohete para ella cambió las cosas. Lo que le pareció ser solo una inocente ilusión se convirtió en una amenaza tan real como cualquier monstruo al que se hubieran enfrentado en el pasado.
Intentó hacerla razonar. Le explicó los motivos por los que sentía que estaba cometiendo un grave error y todo lo que podía pasar si llevaba esa idea hasta el final. La respuesta que obtuvo no fue muy diferente a la que deseaba, pero sí a la que esperaba. Scrooge y Della solían hacer lo mismo cada vez que él les advertía del peligro durante la aventura de turno.
—Debo hacerlo —insistió Della —. Es el único lugar que me falta por explorar y el único sitio que tío Scrooge no ha pisado.
Donald había escuchado a su hermana quejarse en muchas ocasiones sobre eso. La había visto mirar con aburrimiento el mapa y comentar lo aburrido que era investigar lugares que ya habían sido visitados. Scrooge solía decir que ese no era un problema pues en todos esos sitios podían encontrarse tesoros. Donald no estaba de acuerdo con ninguno de los dos. Disfrutaba de las aventuras, pero dudaba que fuera por el mismo motivo que su hermana y su tío.
También había mencionado el espacio. Para Donald no sería extraño que ese fuera el motivo por el que Scrooge había construido el cohete. No era extraño que Della visitara la biblioteca buscando información sobre el espacio y que comentara con alegría como nadie había ido más allá del cielo.
—¿Crees que vale la pena el riesgo?
—No sería una aventura si no hubiera peligro. Además, debo hacerlo, Donald. No puedo considerarme una aventurera si solo he visitado lugares en donde alguien más a estado.
—¿Por qué es tan importante?
—Porque quiero que mis hijos estén orgullosos, que cuando hablen de su madre tenga algo que contar y no digan que solo repitió los pasos de tío Scrooge.
Donald dudó solo por unos instantes. Entendía lo que su hermana quería decir. Era algo en lo que él también había pensado. Cuando Della le dijo que se convertiría en madre, temió no ser un buen tío para ellos. Tenía su casa bote, pero nada más. Era un pato desempleado y era muy poco lo que podía ofrecerles.
No obstante no estaba dispuesto a ceder. Sí, entendía sus motivos, pero no lo justificaba. Él había empezado a buscar un trabajo y estaba convencido de que había otra forma para ganarse el cariño y la admiración de sus hijos, algo que la distancia no podía darle.
—Eres la aventurera más grande de todos los tiempos, ya tienen muchos motivos para estar orgullosos.
—¿No te lo dije? ¿De qué sirve visitar lugares que ya han sido explorados? No soy una aventurera, solo una… turista. Pero tú nunca lo entenderías, siempre estás demasiado asustado.
Donald no podía negar eso. Tenía miedo de ver a su familia lastimada, de que la imprudencia de su tío o de su hermana los metiera en un problema del que no pudieran escapar y que él fuera incapaz de protegerlos. También temía lastimarse, era algo que solía pasar en la mayoría de sus aventuras. Ser metido dentro de una galleta o congelado hasta formar un bloque de hielo no había sido las peores experiencias por las que había pasado.
—¿Qué hay de tus huevos? —le preguntó Donald —. Pronto nacerán y necesitan de su madre.
—Regresaré en unos días, antes de que rompan el cascarón. Ni siquiera notaran mi ausencia —. Y cuando eso pase, podré entregarles las estrellas.
—Ellos ni siquiera saben lo que son las estrellas, necesitan a su madre,
—Eres un exagerado —Della golpeó la cabeza de su hermano —. Hablas como si nunca fuera a regresar de ese viaje, ni siquiera es el vuelo más peligroso que he tenido ¿o es que acaso olvidaste que aterrice un avión en llamas?
—No —Donald comenzó a alzar la voz —, pero el espacio es diferente ¿tienes idea de las cosas que podrían salir mal?
—Nada puede detener a Della Duck —Della también comenzó a elevar la voz.
—¡Esto no se trata solo de ti! —Donald comenzó a gritar.
—¡Lo sé! —Della le respondió con el mismo tono de voz —. ¡Pero de verdad necesito hacerlo! ¡Quiero que mis hijos estén orgulloso! ¡Quiero tener esta última aventura!
—¡Estás siendo egoísta!
—¡Deja de comportarte como mamá gallina!
No era la primera vez que Della le decía eso a Donald. Para él era inevitable preocuparse cada vez que salía en una aventura con su tío Scrooge y su hermana. No podía ignorar todos los peligros ni dejar de preocuparse por su familia. La abuela Elvira solía decir que era así desde pequeño y que era algo bueno. Donald sabía que era cierto pues desde pequeño su abuela le había pedido que cuidara de sus primos y hermana.
—¡No tendría que hacerlo si no fueras tan imprudente!
—¿Por qué piensas que todo saldrá mal? —Della dejó de gritar y golpeó con fuerza la pared. Eso era algo que tenían en común, un temperamento explosivo. Donald estaba listo para continuar con la discusión, pero ella parecía calmada —. ¡Está bien! ¡Tú ganas! ¡Esperaré a que el cohete esté terminado y a que mis niños rompan el cascarón!
En aquel entonces Donald creyó que había logrado convencer a su hermana. No se detuvo a pensar en lo repentino de su cambio de opinión ni en lo obstinada que podía ser. Solo se sintió tranquilo creyendo que tendría más tiempo para convencerla definitivamente. Tiempo después se reclamaría por no ver lo que en ese momento le parecería tan evidente. El cambio de actitud de Della fue tan repentino, pero él no vio nada extraño en el mismo, ni siquiera sospechó que ella no sería capaz de esperar a que el cohete estuviera terminado. A veces Donald pensaba que si no hubieran discutido, su hermana no habría sentido la necesidad de tomarlo antes de la fecha que Scrooge había elegido para entregarselo.
No volvieron a hablar del tema. Donald pensó que de ese modo era mejor. No quería que Della tomara sus intentos para detenerla como motivaciones para seguir adelante y quería que Scrooge le contara sobre sus planes por iniciativa propia. La realidad lo golpeó de una manera muy fuerte.
Donald se encontraba en el aeropuerto. La visita de sus mejores amigos le provocaba gran emoción. El hecho de que los tres vivieran en países diferentes hacía que el verlos fuera especialmente complicado. Solían escribirse, pero no era algo que pudiera sustituir el verse personalmente y que no podían hacer con la frecuencia que les gustaría.
El primero en llegar fue Panchito. Su sombrero de mariachi hacía que fuera imposible no reconocerlo, incluso en medio de tanta gente.Trató de estirarse para que el cartel que cargaba fuera más visible, algo especialmente complicado tomando en cuenta la cantidad de personas que estaban esperando a alguien y su baja estatura. Contrario a todo pronóstico, Panchito logró encontrarlo.
—¡Donald, amigo! ¡Cuánto tiempo sin verte! —Panchito sacudió con fuerza la mano de Donald para terminar con un abrazo asfixiante.
—Muchísimo —respondió Donald tratando de recuperarse del mareo —. ¿Es bueno volver a verte!
—José no ha llegado.
Donald negó con un gesto de cabeza. Su amigo brasileño había confirmado que viajaría a Duckburg, pero, según había escuchado, su vuelo había tenido un pequeño atraso. No le preocupaba pues sabía que no era nada grave, los retrasos en los aeropuertos era algo que ocurría con bastante frecuencia.
—Estará aquí pronto —agregó después de una no tan pequeña pausa.
José llegó quince minutos después. Al igual que Panchito logró encontrarlos con gran velocidad. Panchito había sido quien sujetaba el cartel de bienvenida, su altura lo hacía más visible que Donald. Contrario a Panchito su saludo, aunque afectuoso, no fue tan energético.
—¡Hola, mis amigos! —los saludó en portugués.
Panchito le devolvió el saludo en español con un fuerte apretón de manos que lo dejó bastante mareado.
Después de los tres amigos buscaron el carro de Donald y una vez que lo encontraron, lo usaron para dirigirse a la casa de Donald. Conversaron durante todo el camino. Recordaron los momentos que habían compartido y hablaron acerca de lo que habían hecho durante el tiempo que estuvieron alejados.
—Tengo pensado dedicarme a la música —comentó Panchito con ilusión —, recorrer el mundo y conocer a bellas señoritas ¿Están seguros de que no podemos volver a ser los Tres Caballeros?
—Estoy comenzando con un proyecto. —le dijo José —, podemos retomarlo cuando se haya consolidado.
—¿Qué hay de ti, Donald?
—Tengo tres patitos a punto de romper el cascarón.
Panchito y José intercambiaron una mirada confundida antes de gritar un "¿Qué?" que se escuchó en toda la calle e incluso en los alrededores. Ellos sabían que Donald tenía novia, pero no habían escuchado de su amigo planes por tener niños o de formalizar dicha relación.
—Son mis sobrinos —continuó hablando Donald, su voz parecía apagarse —. Los hijos de Della, ella… ella se ha ido.
—¿Qué ha pasado?
—Ella quería regalarles las estrellas.
Donald no agregó nada más. Panchito y José decidieron respetar su silencio, sabiendo que su amigo les contaría todo en el momento en que estuviera preparado o los necesitara.
—Sabes que si necesitas algo…
—Cualquier cosa, sin importar lo que sea, puedes contar con nosotros.
—Gracias —les dijo Donald, sus palabras eran sinceras.
Donald no volvió a mencionar el nombre de Della en un largo tiempo. No la odiaba, pero seguía dolido por la partida. Sentimiento que crecía cada vez que los trillizos le preguntaban por su madre. No sabía qué responderles, especialmente a Dewey que era el que más parecía necesitar de su madre. No quería mentirles ni ocultarles información, pero sabía que la verdad podía ser dolorosa.
—¿Dónde están? —preguntó José, no solo era un intento por romper el incómodo silencio, su deseo por conocerlos era sincero.
—En casa, les he pedido a la abuela que los cuide.
—¡Bienvenidos a mi bote! ¡Sientanse como en casa! —les dijo Donald en cuanto llegaron a su casa.
Inicialmente su plan había sido alquilar una casa, plan que descartó al revisar varios precios y darle una pequeña revisión a su bote. Regresar a casa de Scrooge no era una opción, hacerlo sería admitir su derrota y eso era algo que su orgullo no le permitiría. Estaba dispuesto a mostrarle a su tío que no lo necesitaba para cuidar de esos pequeños patitos.
Elvira se encontraba en la cocina preparando la cena. Los tres huevos se encontraban a su lado, colocados sobre varios cojines y envueltos en sábanas. Había sido idea de Elvira, pues se trataba de algo que había usado en el pasado.
Panchito y José saludaron a la abuela de su amigo e inmediatamente le ofrecieron su ayuda. Habían formado una banda durante sus días de colegio por lo que la abuela de Donald estaba bastante acostumbrada a lidiar con los amigos de su nieto e incluso los consideraba como parte de la familia.
Donald les mostró a sus amigos las habitaciones que utilizarían durante su estadía en Duckburg. Ambos habían insistido en quedarse en un hotel, pero Donald sabía que era se trataba de un costo demasiado grande para sus amigos. Además prefería tenerlos cerca, pocas veces podía contar con su compañía.
—Uno de los dos tendrá que dormir en la sala.
José fue quien durmió en la sala. Lo habían decidido con un juego de "piedra, papel y tijeras". Panchito ganó utilizando "papel".