Los personajes le pertenecen a Meyer.

Capítulo I

¿Paris?

Su madre acaba de morir.

Se dice a sí misma que no va a llorar, que ya ha derramado demasiadas lágrimas y que la muerte vino en el momento justo e indicado. Ella había descansado y su adorada mamá también. Recuerda que el día que supo que Renée tenía cáncer comprendió que debía armarse de valor, respirar profundo y simplemente hacer lo que nunca hizo: Luchar.

Dos años después la disputa por la vida de su mamá había terminado y estaba sola, agotada y con un sentimiento profundo de vacío.

—Lo siento mucho, Bella.

Ella no contesta, las conversaciones con su ex esposo eran inútiles y siempre estaban revestidas de hipocresía y desgaste.

—No te preocupes, Jacob, voy a estar bien.

De pronto el grito de un bebé interrumpe el momento. Bella siente en su vientre un dolor agudo, es el grito de la maternidad fallida y una de las causas de que su matrimonio con Jacob haya sido un completo desastre.

— ¿Cuántos meses tiene ya?

—Diez.

—Vaya, corre el tiempo—no quiere sonar amargada, pero lo está.

—Lo siento.

Este último lo siento es la forma como su ex trata de paliar el dolor que sabe que causa la voz de su hijo.

— ¿No te cansas de decirme lo mismo?

— ¿Qué más puedo decir, Isabella?

—No digas nada, Jake, ¿para qué? cuando necesite palabras, callaste.

Hay un silencio entre los dos. Lo incomodo se instala y las palabras que en algún momento pudieron decirse, hoy sobran.

— ¿Necesitas algo, Bella? ¿Dinero?

Bella aprieta sus labios, no quiere compasión, menos de Jacob, ya no lo necesita, el momento de la compasión ha pasado.

—No me ofendas, Jake.

—Solo quiero ayudar.

—No lo necesito, puedo valerme por mí misma, ya no eres nada mío.

—Somos amigos.

Una furia interna sale a flote ¿amigos? ¡Por favor!

—No, no lo somos Jake, hace años no lo somos, llamas porque tú maldita sensación de culpa hace que sientas que debes llamarme ¿no te cansas? no lo haces por mí—su voz es baja y oscura—lo haces por ti, para liberarte y pasar por la vida como un puto santo ¡no lo necesito! Ya no lo necesito, cuando lo hice no estuviste, huiste y me mandaste con tus abogados de tu papi unos papeles de divorcio, así que no me vengas con eso, te conozco, te conozco muy bien, vete con tu esposa nueva y con tu hijo, y déjame sola y no me llames, no sea que Leah piense que soy yo la que te busca.

Tira el teléfono con amargura, tratando de no explotar ¡idiota! ¿Por qué Jake aún tiene ese poder sobre ella? ¡No es justo! Nada lo es ¿Cuándo tendría algo de solaz en su vida?

Abre las ventanas de la vieja casa de su madre y respira con fuerza, tratando de no ahogarse en la auto compasión. Tiene veintiocho años, está completamente sola y debe comenzar de nuevo.

—Siento lo de su madre, señora Black.

—Swan, mi nombre es Isabella Swan, estoy divorciada. Lo sabe.

El gerente del banco intenta no reír, ella le da una mirada asesina y el hombre evita mirarla a los ojos.

— ¿Ya la sepultaron?

—No, ella tenía muchos amigos—su madre era una mujer simpática, llena de gente que la adoraba miembro de la iglesia del pueblo, por lo tanto todos querían rendirle un adiós apropiado, ella odiaba todo lo que la iglesia representaba, desde los diez años sintió que de alguna manera la muerte de su padre tendió sobre ella una oscuridad de la que no podía huir, y que todos en Forks lo juzgaron y que Renée uniéndose a la iglesia trató de que el pueblo olvidara su vergüenza.

Dios no era su asunto.

—Mañana, la enterramos—deseaba cremarla, pero su madre pidió que no lo hiciera, y ella cumpliría su deseo.

Amaba a su madre, más que nada en el mundo, no podía decepcionarla más.

—Mi esposa y yo trataremos de ir a la ceremonia.

Bella sabía que no irían. Sonrío con ironía ante la situación.

—Bueno, dígame ¿Cuánto dinero va a quedar por lo de la hipoteca?

El hombre alarga su mano, tiene las uñas limpias, con esmalte trasparente y un anillo de oro de pocos quilates. Ella retiene un comentario en su interior, se repite:

No voy a ser mala, mamá, no lo voy a hacer, te lo prometí.

—Sólo treinta mil dólares, señorita Swan.

— ¿Treinta mil? Es muy poco, pensé que era más.

—No, su mamá estaba atrasada en unas cuotas y simplemente el embargo será efectivo en un mes, a menos que usted tenga cien mil dólares.

¡Dios mío! Su casa, la casa de sus padres, la casa que papá Charlie había conseguido con tanto esfuerzo. No era justo ¿qué haría ella con esa miseria?

Lleva sus manos a su camiseta y la aprieta con fuerza, por un momento se mira en el vidrio de la oficina del gerente y ve una mujer envejecida, flaca y con grandes ojeras.

— ¿De dónde voy a sacar cien mil dólares? —Trata de contenerse—usted sabe que el dinero de esa hipoteca era para los gastos médicos, la pensión de mi padre nunca alcanzó para nada y ahora no tengo un dólar, sólo la casa.

El hombre frente a ella tamborilea los dedos en la mesa, es seguro que sus tragedias le importan un comino. Mira su reloj con impaciencia.

—Son políticas del banco. Lo sabe.

—No, no sé nada, es mi casa ¡mi casa!

—Puede decirle a su ex esposo.

¡No! ¡Jamás, Jake y sus millones no la humillarían más! Durante años aguantó a su familia y al estúpido de su ex suegro que siempre la vio como una trepadora, no les daría gusto a todos ellos ¡Jamás!

Levanta su barbilla con orgullo y frunce el ceño con sinónimo de un carácter duro y soberbio.

—No.

—Estoy seguro que Jacob Black estaría dichoso de ayudar.

Bella se remueve en su asiento, sabe lo que tiene que hacer. Se levanta, da una vuelta sobre sí misma, agarra los papeles de la hipoteca que hay sobre la mesa y con furia los rompe en dos.

— ¡Jódase! ¡Todos! Quédense con la casa y con el maldito dinero—grita con la fuerza de sus pulmones. Le tira los papeles al hombrecillo en la cara.

Todos la miran.

— ¡Señora!

Pero Isabella ya está en los límites de la puerta y frente a los empleados saca su dedo del medio y hace un gesto grosero que le indica al gerente lo que puede hacer con la casa.

—Púdrase, imbécil.

En la funeraria los amigos de su madre le rinden honores. Su mamá se lo merece, fue una buena mujer, siempre ayudando, tratando de ser la mejor en todo, era una lástima que Renée hubiese muerto tan joven. En los últimos años Bella trató de resarcir el hecho de haber sido una hija problema. Quedarse con ella durante el duro proceso de la enfermedad fue un trabajo de amor y paciencia, y su madre lo agradeció hasta el último suspiro. Nunca hubo reproches, ni la juzgó por sus años como una adolescente tonta y hueca, ni por su fallido matrimonio con un hombre que frente a la vista de su mamá era un niño rico que frente al primer inconveniente iría a esconderse bajo los pantalones de papá. Ella lo sabía, sabía que Jacob era un tipo inseguro, sin carácter y sin la fuerza para sostener un matrimonio.

Pobre mamá, me lo dijo tantas veces, pero yo no fui capaz de entenderla.

Está lejos del féretro, da gracias a la gente de la funeraria que hizo un buen trabajo en el rostro de Renée, los estragos del cáncer no se veían en ella, y allí con sus dos manos sobre su pecho era de nuevo la mujer hermosa que siempre fue. No le importa haber vendido el único valor que ella tenía: el auto que Jake le regaló en su primer aniversario de bodas. Lo único con lo que se quedó después de los terribles trámites de divorcio.

Voltea y ve a Billy Black entrando con su silla de ruedas ayudado por una de sus hijas. Billy y su aire de patriarca, siempre sonriendo, hablando con todos, creyendo que era lo mejor del pueblo. Inmediatamente los dos se miran de hito a hito, Isabella levanta su barbilla ¡Maldito viejo! Sabe que éste viene a seguir atormentándola, entiende que la guerra velada que el viejo decretó con ella no ha terminado y que lo único que lo mueve para estar allí es ver a Bella acabada y humillada por la pobreza.

Ella respira y va hacia la cafetería, necesita un buen trago de whisky que le ayudará a no matar al viejo alacrán.

—Mi pésame, querida

Escucha la voz de su ex suegro tras su espalda. Bella bebé el trago de un tirón y no mueve un músculo. Da la vuelta y tambalea un poco, no es el trago, es el hambre que la carcome, no ha comido por días y ahora es cuando la debilidad se manifiesta ¡maldita sea!

—Pensé que habías dejado de beber.

— ¿Qué quieres Billy?—desvía el golpe de ironía de su ex suegro y se endereza.

—Nada, Isabella, somos familia.

Ella no contesta, mira a su ex cuñada de arriba abajo, tiene una costosa chaqueta y unos zapatos que valen todo el sueldo de un mes. Sin embargo la pobre Bree es digna de lástima, es una mujer sin carácter, aterrada por su padre quien le dicta hasta el ritmo de su respiración. Bree encoge sus hombros y sin que su padre se dé cuenta le dice que siente mucho ese momento.

—No tengo tiempo, señor—da un paso al frente, lo menos que desea es compartir el aire con el maldito viejo cuervo.

Billy la detiene, toma su muñeca y la aprieta con fuerza.

—Papá, por favor.

—No digas nada, Bree—el hombre refunfuña—Puedo pagar la hipoteca, Isabella.

Bella baja hasta el nivel de la silla donde está el viejo, las aletas de su nariz se dilatan, sabe que viene una nueva humillación.

— ¿A cambio de qué?

—Por favor, Bella—la sonrisa ladina lo delata.

— ¿A cambio de qué?

—Es un favor, en nombre de tu madre.

Ella patea el suelo con impaciencia, alarga la mirada hasta el féretro de su mamá, quien siempre fue digna y honesta.

—No lo necesito, Billy, me las arreglo sola.

—No seas orgullosa, niña.

Ella sabe lo que el viejo desea.

—Él está casado, tiene un hijo, lo nuestro acabó hace años.

Billy aprieta su mano, hasta que sus dedos quedan en la piel de la mujer.

—Nunca será un hombre completo mientras tu sombra deambule cerca de él, eres su debilidad Isabella, la casa, dinero y una nueva vida lejos, es lo que te ofrezco.

Bella quiere golpearlo, decirle que no le importa su dinero, y que Jacob es una carga en su vida que no desea tener.

— ¿No era yo una trepadora, alcohólica e ignorante Billy? ¿No temías tanto a que fuera por la fortuna del príncipe Black? Ese siempre fue tu argumento, me ofreces dinero ahora, y cuando estábamos en los trámites de divorcio prácticamente tus abogados me querían dejar en la calle. No quise tu dinero entonces, ahora menos.

—Conozco tu juego, Isabella—la hala hasta que ella puede sentir su aliento en su rostro—quieres vengarte de mí y de mi hijo, sabes que Jake no puede ser feliz y tú se lo impides, años del divorcio y aún guarda el maldito anillo, eres una desgracia, siempre lo fuiste, una mujer ignorante, sin clase, educación ¿qué deseabas? Que mi hijo se quedara con una mujer tonta y alcohólica; pobre Renée que tuvo una hija como tú.

Isabella ha forjado en su corazón una armadura de hierro, de esa manera las palabras venenosas de Billy Black no la lastiman, ni siquiera vocalizando la decepción de su madre hacia ella. Ya se ha auto torturado durante años, no necesita más.

—No puedes lastimarme, Billy, ya no eres tan poderoso en mi vida ¿sabes lo que tengo ahora? Nada ¡nada! y querido ex suegro—hace una mueca ladeada—eso me hace invulnerable, ya no puedo sufrir más, así que no te molestes, no me importas, ni tu hijo, ni tú, por mí que sean muy felices y no te preocupes me iré de aquí, no tengo nada que me detenga, mucho menos Jake.

Se suelta con fuerza y camina segura hasta donde están las amigas de su mamá, quienes la abrazan con ternura. Billy la observa alejarse y traga hiel, da una orden a la debilucha de su hija y sale de la funeraria echando espuma por la boca.

— ¿Qué te dijo?—pregunta Anne, la mejor amiga de su mamá.

—Nada.

Anne la abraza y pone sus manos sobre sus hombros—Renée sabía que esto pasaría, y me dijo que te dijera unas palabras que nunca entendí, pero que estoy segura que tú entenderás—la mujer se acerca y le susurra—siempre tendremos Paris.

Bella se estremece, su cuerpo tiembla ante las palabras que su mamá dejó como regalo en la boca de su amiga. Se deshace del abrazo de ésta y corre hasta los baños. Todas las lágrimas aguantadas por meses no pueden ser contenidas y llora ahogadamente, llora tan fuerte que su garganta duele, se descompone y se fractura molécula a molécula. Sus lágrimas es por todo, por cada momento en que se equivocó, en que no pudo escuchar como el mundo le decía lo tonta que era, por sus padres, por su vida, por sus fracasos y sus sueños rotos, por ese Paris que su madre construyó en su cabeza como la metáfora de la felicidad por alcanzar. Lloró por dos días, en el momento en que su madre descendía hacia la tierra, en ese momento en que guardando su ropa la dejó ir, en el momento en que cerró la casa, tomó sus maletas y se despidió de su pasado.

Lloró y fue libre al fin.

Seis meses después…

— ¡Felicitaciones!

Una Emily dichosa la abraza. Bella se queda estática, no se ha acostumbrado a la alegría festiva de su compañera de trabajo.

—Gracias Emily.

—Sabía que lo lograrías, amiga ¡wow! Ama de llaves del piso cinco y seis ¡en cinco meses! Eso es un logro.

Lo es, llegó a Atlanta con unos pocos dólares, repleta de tristeza y soledad. Desesperada por empezar de nuevo y así espantar sus duelos y fracasos. Repleta de fuerza consiguió trabajo en un viejo hotel y se matriculó en la nocturna para terminar su secundaria. Para ella fue todo un logro, cada día luchaba por no volver al alcohol y la cotidiana rutina de la compasión. A los meses el manager del hotel la recomendó para trabajar en el hotel más prestigioso de la ciudad: Palatino Hotel. Era un trabajo como aseadora, buen pago y le respetaron sus horarios de estudio, cosa que entendió como la forma en que su madre la cuidaba. El trabajo era duro, no se había imaginado cuanto, pero no le importó. Lavar, planchar, cambiar sabanas diariamente, muchas de ellas repletas de los olores, humores y secretos de gente que no le importaba el trabajo tras ellos. Sus manos lastimadas, sus pies hinchados y el deseo de tener un día solo para ella parecían tenerla sin cuidado, cada día era un reto y ella lo afrontaba como tal.

—Estoy feliz, Emily no lo puedo negar—hablaban en susurros en los casilleros para los empleados—pero es mucha responsabilidad.

—Pero tú puedes, amiga. Además es un buen sueldo y si trabajas así como trabajas en unos años puedes ser el ama de llaves de todo el hotel ¡Dios mío!—Emily la abraza—espero que no te olvides de tus amigas.

Ambas sueltan una carcajada, Bella sabe que lo dice en broma, pero espera con ansiedad que el sueño de ascender se cumpla y así ayudar a Emily también, quien al igual que ella era una mujer que sola se había hecho camino en la vida y quien tenía un hijo en Los Angeles por quien velar.

—Con mi primer sueldo como manager te invito a cenar y ver una buena película.

— ¡Hecho!—se dan la mano—nada de alcohol, eso sí.

—No, nada de alcohol.

Bella desabotona su uniforme y suelta su cabello, quiere salir temprano, tiene tareas y un libro por leer ¿Quién diría que ella iba a leerse un libro completo? Cuando estaba en la secundaria odiaba leer, para ella era perder el tiempo. Durante años se resintió de ser casi una analfabeta. Ahora intenta borrar la huella de la chica ignorante que fue hace años.

—Eres un mujer muy hermosa Bella ¿no te lo han dicho?

—Por favor Emily—se coloca su camiseta y recoge su cabello en una coleta suelta.

—Lo eres, chica, tienes un culo de muerte—da una palmada en sus nalgas—si yo fuera un hombre mi amor, estaría loco.

Una ráfaga del rostro de Jacob alabando su trasero viene a su cabeza. Jacob, pobre niño tonto e infantil, casándose con la primera chica que le dio una mamada. Respira, el día que se fue de su pueblo, vio el auto negro que se escondía tras la intersección que dibujaba los límites de su ciudad.

—No me interesa tener un hombre en mi vida.

— ¿Eres gay? No tengo nada en contra—una sonrisa maliciosa de Emily le dice que bromea.

— ¿Te interesa?

— ¡No jodas! Me encantan los hombres, amiga—voltea los ojos y suspira con fuerza—aunque sean unos idiotas, sin embargo tengo la esperanza que un príncipe azul llegue y me lleve a un enorme castillo y ser una hermosa mantenida.

Bella frunce el ceño, quiere decirle que ser una princesa mantenida en un castillo puede convertirse en una terrible pesadilla, incluyendo suegros, cuñadas idiotas y un príncipe que puede convertirse en un simple sapo.

—Yo…quisiera un hombre que me defienda y respete, y que no se avergüence de quien soy ¿no es mucho pedir?

—Claro que no.

—Ser una señora, eso me gustaría Emily.

Ambas callan. Bella siempre lo quiso de Jake, pero aun siendo la esposa, para todos fue una intrusa, alguien que no merecía respeto.

Eran las siete de la mañana. Bella entra por primera vez a la enorme oficina del gerente general del hotel. Se ha maquillado un poco, y ha tratado de lucir un poco mejor, no ha dormido bien y sus ojeras al levantarse parecían dos grandes manchas oscuras, un poco de corrector y polvo hicieron maravillas.

La oficina queda en el primer piso del hotel, es lujosa como todo el Palatino y en ella se muestra la tradición de uno de los edificios emblemáticos de la ciudad de Atlanta, toda ella es vintage, repleta de cortinas de lujos, trofeos ganados a lo largo de ochenta años de historia y las fotos de todos los gerentes que por ella han pasado, al igual que presidentes, estrellas de Hollywood y grandes magnates del planeta. Era intimidante.

Poco a poco los trabajadores principales entran, la saludan con amabilidad pero a la vez con distancia, sigue siendo una sirvienta a la vista de todos, pero no le importa. Nadie le va a quitar sus logros y estar allí es uno de ellos.

El gerente es un hombre mayor, risueño. Vestido de forma impecable quien la recibe con un apretón de manos.

—Fue una buena recomendación, Bella, te felicito.

—Gracias, señor Volturi.

Éste regresa a su asiento, pone sus manos sobre la mesa y toma delicadamente su tasa de té de manzanilla, cosa que es una tradición cada mañana antes de comenzar.

Ejecutivos, administradores, recepcionistas y jefes de piso se alistan a recibir las órdenes. Todos son impecables, con sus uniformes, prestos a escuchar a Aro Volturi. Isabella suspira, está tan insegura de todo y cada segundo teme que la despidan, no por la calidad de su trabajo sino porque temen que descubra que es una mujer ignorante, con pocos modales, a veces mal hablada, y con un genio terrible. Por eso su empeño en estudiar. Mira de reojo a la manager general de todo el hotel y se deleita en todo lo que esa mujer es. La señora Michell es alta y de cabello rojo oscuro, viste de sastre y siempre de color blanco o negro, se mueve con suavidad y su voz es calmada y musical. En sus pocos momentos libres la ve con un libro en la mano y se dirige a sus subalternos de forma impecable, pero segura, nunca perdiendo la compostura y dejando a su paso un halo de perfume.

Quiero ser como ella.

Mira sus manos con sigilo; sus uñas son un desastre y sus manos están llena de callos y maltratadas por los líquidos que utiliza para la limpieza. Se jura que irá al salón de belleza el domingo libre y se hará un lindo corte de cabello y una manicure. Lejos está la época de la chica popular que fue en su escuela ¡Dios! Odia esa maldita época con todas sus fuerzas. Isabella Swan, chillona, maquillada con una mujer grande, creyendo que su cuerpo y cara era lo único importante. Época que la llevó al alcohol y a fiestas sin sentido, donde ella alardeaba ante todos su poder magnético sobre Jacob Black. Detesta haber sido esa mujer sin clase, adicta a los really shows y a la vida basura.

Quiere cambiar, lo necesita para sentirse ser humano.

—Como saben—Aro Volturi comienza a hablar, siempre sonriente y amable—en unos días la CNN hará una convención de medios internacionales y vendrán todos los grandes presidentes de los canales de noticias del mundo, nuestro hotel será el que los recibirá, es un gran compromiso, la relación de esta cadena de noticias con nuestro hotel lleva muchos años y nunca los hemos decepcionado—Aro se levanta de su silla y abre la ventana de su oficina. Una ráfaga de aire fresco entra por ésta mostrando lo agradable del clima—La señora Michell, nuestro Chef Marcus y los manager de los diez pisos del hotel deben estar atentos. Todo debe ser perfecto. Cada uno de ustedes tendrá los esquemas del funcionamiento en estos días, no es nada nuevo, ya lo hemos hecho antes, y si entendemos el compromiso todo funcionara como un reloj.

Volturi se acerca a todos quienes lo observan respetuosos, toma el brazo de Bella y la separa del grupo colocándola delante—Bella—y todos sonrieron—es la más nueva de nuestro equipo, por lo tanto ella tendrá ayuda de todos nosotros—gira su cabeza y la observa, ella se intimida—bienvenida señorita Swan a este equipo de trabajo, le esperan desafíos, pero todos aquí estamos para ayudarte ¿no es así?

Todos aplauden, y el viejo Volturi la abraza por los hombros. Isabella no puede negar una lagrimita en su mejilla. Es una chica dura, pero por primera vez se siente aceptada por algo correcto, no por su habilidad de beber dos botellas de whisky en una hora, o por manejar como loca por la autopista fuera del límite de velocidad.

—Ahora—se aleja y saca su reloj de mano y por segundos se queda observando las pequeñas manecillas. Bella siente como la atmosfera cambia y la señora Michell, como los subgerentes se ponen nerviosos, ella pregunta al hombre delgado y atlético que está a su lado el cual es el jefe de cocina del hotel Marcus Alfonso y él hace un gesto negativo con la cabeza—hace dos días nuestro dolor de cabeza anunció que volverá a este hotel.

Por primera vez el ambiente calmado se tensa y un sonido de disconformidad sale por cada una de las bocas de los empleados.

— ¡No! ¿Otra vez? Ese hombre no se cansa.

Es la señora López, jefe de lavandería—No sé si tendré paciencia ¡señor!

—Te recuerdo Irene, que ese hombre puede arruinar este hotel y dejarnos a todos sin empleo.

—Lo siento.

—Es un hijo de puta—dice el señor Volturi con una alegre sonrisa en su cara. Todos sueltan la carcajada—pero es un hijo de puta poderoso.

Bella está perdida, tose como sinónimo de inseguridad, muerde sus labios y levanta la mano.

— ¿Quién es?

— ¡Un cabrón!

—Señora López—es reprendida por el gerente Volturi—Edward Cullen, Bella.

Los ojos inquietos de Isabella no entienden absolutamente nada. Se siente estúpida.

—Maestro de Cambridge, periodista, escritor de una de las sagas más famosas de libros de este siglo y un hombre que influencia a medio mundo en su columna en dos de los grandes periódicos del planeta, una mala reseña y los ojos de todos estarán sobre nosotros.

—Oh.

No supo porque pero todos aquellos títulos la intimidaron.

— ¿Por qué elige siempre este hotel?—pregunta sin medir la enormidad de la pregunta.

—Porque somos los mejores, Isabella—está vez la señora Michell contesta—por eso y porque nos hemos aguantado sus peculiaridades.

A los quince minutos todos salen de la oficina, Bella tiene bajo sus hombros la enorme agenda de trabajo que vendrá con la convención, miles de informaciones las cuales tendrá pocos días para memorizar. Se para frente al elevador y suspira ansiosa, aprieta el cuadernillo en su pecho y entiende que viene una enorme prueba de fuego para ella. El olor de un perfume se instala a su lado y es la señora Michell que está a su lado, ésta le sonríe.

—No te preocupes, podrás con eso, te tenemos fe.

—Gracias, señora.

Las puertas del elevador se abren y ambas entran, La señora Michell va hacia el piso 3 y ella hacia el piso 5. Una pregunta en la boca de Isabella fluye sin siquiera pensarlo.

— ¿Por qué odian a ese hombre? Al señor…

— ¿Cullen?

—No lo odiamos, es un hombre difícil, eso es todo.

— ¿Tan terrible es?

El elevador se detiene en el piso 3, las puertas se abren y la señora Michell da un paso adelante, voltea hacia Bella con elegancia fluida.

—Es un maldito hijo de perra—su voz es suave y tranquila.

Bella se asusta al escucharla hablar así, la mujer dibuja una sonrisa maliciosa y le guiña un ojo—eres como yo Isabella, ya lo entenderás.

Se marcha casi levitando dejando a Isabella sorprendida y curiosa ¿Dijo una mala palabra? ¡Mierda! Por primera vez siente que si la señora Michell las dice, en ella no puede ser tan malo ¿o sí?

Llega a su piso y reparte el trabajo que sus tres subalternas realizaran ese día. Ella misma toma el trapero y sus suplementos de trabajo. Se dirige a la habitación que ese día le tocaba limpiar. Es una rutina que la aleja de memorias y recuerdos, se concentra en cada cosa con la voluntad de una máquina, cada día es un intento, cada momento en una lucha contra lo que ella es: una mujer que ha dejado todo a medias, su vida, su matrimonio, su maternidad. Todo en Isabella Swan es una prolongación de fracasos y desidia, lo único bueno fue el año de cuidado a su madre y ni siquiera fue capaz de decirle cuanto la amaba.

Abre la ventana de la lujosa habitación y observa el panorama de la impresionante ciudad, cierra los ojos y se promete a sí misma que logrará ser mejor, que algún día será una hermosa mariposa elegante repleta de hermosos colores, un día, quizás, ella Isabella Swan será una dama como Renée y que talvez, talvez pueda ser feliz y sentirse orgullosa de sí misma.

—Sí, algún día tendré a Paris, algún día.

Un mes después Edward Cullen se presentó en su vida y todo en su vida fue un paso irremediable hacia el desastre.

Bienvenidas a mi nueva historia, he estado en una locura, escribiendo dos originales, editando y trabajando. Sin embargo un día agarré mi computadora y empecé a escribir y de pronto el nombre de Bella y Edward aparecieron. Y aquí estoy, intentaré que esta historia sea corta y sencilla.