Hola a todos los que estén leyendo, y gracias por un minuto de su tiempo. Bienvenidos a un fic que, espero, no los decepcione. Prometo sangre, magia, un poco de romance y muchos escoceses.
Disclaimer: Todo pertenece a J.K. Rowling, excepto el drama y los chistes sin gracia, que son solo cosa mía.
1. Rollos de canela y piedras rotas
El jefe de aurores Glassglow lo miraba por encima de sus gafas de media luna, de una forma que le trajo a Harry innumerables recuerdos. Pero Dumbledore, a pesar de sus muchos fallos y sus oscuros secretos, jamás había tenido esa chispa de malicia en sus ojos. Era innegable que Glassgow estaba disfrutando de su frustración, y lo haría aún más de su sufrimiento.
─ Bien, este sujeto está cometiendo un acto ilegal─ planteó el agente veterano, paseándose lentamente por la tarima. Su taza de café todavía humeaba, y el hombre maldijo cuando dio un sorbo y se quemó la lengua. Tosió y la dejó con un golpe sobre el escritorio ─. No sabemos quién es, no sabemos cuáles son sus intenciones, pero ha estado practicando la magia en una comunidad muggle sin autorización ni control.
Una infracción del estatuto del secreto, sin violencia ni artes oscuras de por medio. No era un trabajo para el departamento de aurores, pero Harry sabía perfectamente por qué el jefe estaba explicándoles el caso. Se repitió que, después de casi tres años, debería haberse acostumbrado, pero había una parte de él que todavía se retorcía de rabia.
─ ¿Y bien, auror Potter? ¿Tiene algo que añadir?
Irguiéndose en su asiento de la sala de reuniones, Harry negó secamente con la cabeza. Protestar solo serviría para animar más a Glassgow en su mal disimulado intento de humillarlo. Y, a aquellas alturas, sabía que no merecía la pena. Aunque sus dedos dolieran por sacar la varita y maldecirlo hasta el cansancio.
Sus compañeros le dirigieron miradas divertidas, sin molestarse en disimular el regocijo que les causaba la escena. La rabia de Harry era casi una cosa viva que deseaba escapar de su cuerpo, pero se contuvo y agachó la cabeza una vez más, mientras a su alrededor la reunión proseguía como cada día. Se negó a dejar que vieran cuanto lo afectaba todo aquello. En su lugar, respiró hondo y se concentró en mirar fijamente las puntas de sus botas hasta que aquella hora infernal acabara.
─ ¡Potter!
Sus compañeros ya estaban en movimiento, dirigiéndose a sus misiones asignadas. Harry se levantó de su silla y caminó con paso lento hasta detenerse frente al jefe de departamento. Le tendió una carpetilla de pergamino, que el joven tomó sin mirarla siquiera antes de darse la vuelta para marcharse de una vez de allí.
─ ¡Potter!
La nueva llamada lo hizo volverse antes de llegar a su destino. Glassgow se había recostado sobre el atril y sonreía, de esa forma que hacía que Harry quisiera darle una paliza al peor estilo muggle.
─ ¿Señor?
─ Quiero que lo resuelvas antes de que acabe el fin de semana ─ los ojos del auror veterano centellearon ─. No quiero tener que volver a dar parte de tu incompetencia al Ministro. Es de la reputación de este cuerpo de lo que estamos hablando, y no me gusta cuando la echan por tierra, ¿está claro?
Harry asintió, sin pronunciar palabra, aun cuando sus dedos casi destrozaron la carpeta que llevaba en la mano.
Mientras caminaba hacia su cubículo, tratando de no prestar atención a las miradas burlonas que caían sobre él, se preguntó una vez más en qué momento había empezado todo aquello. La respuesta llegó de inmediato a su mente. El mismo día en el que había entrado en la academia para comenzar su formación. Y no había mejorado con el tiempo.
Así que allí estaba, tres años después, convertido en el saco de boxeo de todo el cuerpo de aurores, soportando las miradas de desprecio que sabía no merecía, y obligado a pasar el fin de semana investigando un caso de magia menor en un pueblo perdido de Escocia, del que ni los propios escoceses sabían el nombre.
─ Ey, Potter ─ John Eagle, unos de sus compañeros, asomó la cabeza por el borde su cubículo y sonrió, mostrando los dientes manchados de café antes de convertir el gesto en un ridículo puchero ─. ¿Qué tal el rescate del gato del otro día? He oído que fue toda una misión de riesgo. Seguro que esa niñita te está muy agradecida.
Harry apretó los dientes, mientras el resto de aurores estallaban en ruidosas carcajadas. No le molestaba tanto la broma, ni siquiera los trabajos ridículos que le encomendaban, como el aire de superioridad del resto de agentes a la hora de insultarlo. En algunos momentos, incluso la hacían pensar en aquellas humillantes clases de Pociones que había sufrido en Hogwarts, pero, donde Snape se había podido permitir ser arrogante debido a su propio talento, aquellos hombres eran el jodido reflejo de la inutilidad humana. Algunos pasaban tanto tiempo en la oficina, evitando cualquier cosa que oliera a trabajo duro, que sus culos se habían fusionado con sus sillas sin necesidad de magia.
El joven se levantó de un salto y salió de la oficina, ignorando una vez más las risas y silbidos que le dedicaban al pasar. Se repitió una y otra vez que debía dejarlo estar, que debía calmarse antes de hacer una estupidez. Pensó que quizás perder el fin de semana en aquel rincón remoto de Escocia le sirviera para algo. Le daría tiempo para relajarse, para pensar.
Y, lo más importante, lo alejaría de sus compañeros aurores, que no tenían ni idea de lo cerca que habían estado de provocar que la magia que apenas podía contener se desbordara y acabara con todos ellos.
Llegó a Stardew la tarde del viernes, vía trasladador desde la sede del Ministerio en Glasgow. El pueblo, de apenas mil habitantes, era una localidad exclusivamente muggle. Después de aparecer en el interior de un pequeño bosquecillo que lo resguardaba de miradas indiscretas, tuvo que caminar cerca de media hora, entre arbolillos y ondulantes colinas, antes de ver el pueblo.
Las casas eran en su mayoría de piedra gris y madera, separadas unas de otras por jardines, y con el aspecto de llevar en pie –y siendo amadas- desde hacía siglos. Desde donde estaba, en la cima de un pequeño promontorio, podía ver resplandecer el arroyo que se perdía en el bosque cercano. Varios puentes de piedra, bajo los que casi esperaba encontrar a los trolls de los cuentos, surgían de sus orillas. Había grandes árboles en las avenidas, que creaban sombras perfectas para refugiarse del suave sol escocés y la lluvia, e, incluso desde la lejanía, distinguía las figuras pequeñas de los niños corriendo alrededor.
Algo dentro de Harry suspiró al ver aquel lugar. Puede que Stardew fuera una comunidad muggle, pero había algo allí que era completamente mágico. Puede que fueran los siglos que llevaba en pie, la naturaleza que lo rodeaba o la calma con la que cada cosa parecía moverse allí, pero el joven sintió que su poder, tan furioso e inestable en los últimos tiempos, se tranquilizaba y cantaba contra su piel.
Mientras caminaba por las calles de la pequeña localidad, se le hacía difícil entender como ningún mago había elegido aquel lugar como su hogar. Lo poco que había logrado averiguar era que, desde mitad del siglo XIX, no se registraba residente mágico alguno en aquella zona. Por eso, el estallido de magia ocurrido hacía algunas semanas había llamado la atención del Ministerio, y Harry debía rastrear su origen. No era trabajo para un agente del departamento, y sabía que solo había recibido aquella misión con el objetivo de hacerlo perder el tiempo, puede que frustrarlo aún más de lo que ya lo estaba, pero, en ese momento, lo agradeció. Necesitaba hacer algo que no implicara violencia ni lucha, y, con un poco de suerte, su mago indiscreto solo sería eso, alguien que no había podido resistirse a usar un poco de magia para facilitarse la vida.
Jugueteó con el rastreador que llevaba en el bolsillo. En origen, no era más que un guijarro sacado del lecho de un río, plano y muy pulido por la corriente, en el que había tallado cuatro runas de forma rudimentaria. Lo sacó y lo examinó. Un rastro de magia, hacia el norte.
Caminó sin prisa por una de las avenidas, con la piedra entre los dedos. Se cruzó con un par de personas, que lo miraron con curiosidad, poco acostumbrados a los visitantes, pero no tardaron en volver a sus quehaceres sin molestarlo. Era obvio que allí la gente estaba acostumbrada a la tranquilidad y Harry, con una media sonrisa y paso lento, no pretendía alterarla de ningún modo.
El rastreador lo llevó hasta la puerta de una pequeña tetería, con apenas tres mesas cubiertas con mantelitos de encaje, por cuya puerta abierta salía un delicioso olor que Harry reconoció como el de los rollos de canela recién hechos. Su estómago gruñó, vacío desde primera hora de la mañana, y el auror titubeó un segundo antes de cruzar el umbral. De inmediato, una mujer de mediana edad y sonrisa afable salió de la cocina, secándose las manos en el delantal.
─ Buenas tardes, jovencito. ¿Recién llegado, cielo? ─ Su acento escocés era denso y dulce como la miel ─: Bienvenido. Siéntate donde quieras. Siempre es un placer recibir visitantes.
Harry se acomodó en la mesa más cercana a la puerta, y, antes de que pudiera decir una palabra, la mujer volvía con una tetera humeante y dos rollos de canela todavía calientes.
─ Muchas gracias, señora.
─ Un placer ─ la señora le sonrió, con las manos en las caderas─. Me puedes llamar Ma O'Malley, querido.
─ Harry.
La mujer aceptó la mano que le tendía e hizo un gesto hacia los dulces de la mesa.
─ Come, tesoro. Recién hechos es como mejor están.
Harry tenía que darle la razón. Solo el olor conseguía que se le saltaran las lágrimas, y el primer mordisco casi lo hizo gemir. Eran lo más jodidamente delicioso que había probado en mucho tiempo.
─ Son increíbles ─ la felicitó, arrancándole a la señora O'Malley otra sonrisa ─. Muchas gracias.
─ Bueno, parece que hacía un siglo que no comías. ¿De dónde eres, querido?
─ Vivo en Londres ─ Harry dio otro mordisco al pastel, sin poder contenerse.
─ ¿Y qué hace un chico de la gran ciudad en el pequeño Stardew?
La expresión de la mujer decía que preguntaba por curiosidad, sin malicia, y que si Harry decidía no contestar no se ofendería. En un lugar tan pequeño como aquel, la gente estaba acostumbrada a tratar a los demás con familiaridad, y a menudo extendían esa actitud a los extraños.
─ Soy inspector de seguridad ─ era lo más cercano a la realidad que podía decir. Se sirvió un poco de té ─. Caminos, bosques, presas. Compruebo que todo es seguro e informo a mis jefes.
─ Con lo alejado que está Stardew de todo, me sorprende que envíen a alguien a verificar esas cosas─ la mujer sacudió la cabeza con asombro ─. Me imagino que no suele acabar en pueblos diminutos de las Tierras Altas.
─ No tanto como me gustaría─ le aseguró Harry. Eso hizo reír a Ma O'Malley.
─ Pues espero que disfrutes de la visita. No sé si ya tiene alojamiento, pero la pensión está justo aquí al lado, sobre el pub ─ comentó, sin dejar de sonreír ─. Solo dígale al camarero que necesita una habitación, y él lo acomodará.
─ Gracias, ma'am.
La mujer tenía que volver a la cocina, pero le dijo al joven que no tuviera prisa en marcharse. Le sirvió otro rollo de canela antes de desaparecer por la cortina que colgaba tras el mostrador.
Dándole un sorbo a su té, Harry sacó el rastreador del bolsillo de nuevo y lo comprobó. Allí seguía, la señal que indicaba la presencia de magia en el lugar. El rastro era débil, como si la magia se estuviera diluyendo por el tiempo, pero era inequívoca. No venía de Ma O'Malley, pero se concentraba en el local. Quizás el mago misterioso había pasado mucho tiempo allí.
Se encogió mentalmente de hombros, intentando decidir cuál sería el próximo paso. Necesitaba rastrear los alrededores. Pero, por el momento, no había magia oscura, ni una chispa, así que también podría informar al Departamento de Regulación de la Magia y dejar que se ocuparan ellos. Estaría en casa en cuestión de horas. Dudó y finalmente decidió que seguiría él con el asunto. En Londres no le esperaba más que un apartamento vacío. Podría llamar a Ron y Hermione, pero ellos estaban constantemente ocupados. Y, aunque no lo estuvieran, tampoco estaría muy seguro de querer verlos.
Se estaba preguntando cuando su vida se había vuelto tan gris cuando un niño entró corriendo en la tetería. Se detuvo frente a su mesa con un resbalón y miró a Harry. Tenía las mejillas muy rojas y le faltaba el aliento, pero su sonrisa era tan amplia que se encontró devolviéndosela casi sin querer. El pequeño, que no podía tener más de cinco años, se acercó y apoyó sus manitas en la mesa, poniéndose de puntillas para ver bien a Harry por encima de ella.
─ Hola.
─ Hola ─ aquellos ojos castaños eran los más enormes que Harry había visto nunca ─. ¿Cómo te llamas?
─ Soy Harry. ¿Y tú?
─ Soy Lyam Charles O'Malley ─ el niño, de repente muy formal, le tendió la mano y el joven notó como su sonrisa se ensanchaba mientras correspondía al gesto ─. Es un placer conocerlo, señor.
─ Puedes llamarme Harry, cielo.
─ ¡Lyam!
La dueña de la tetería salió de la cocina una vez más, y se acercó para revolver el pelo del niño, que se abrazó de inmediato a su cintura y levantó la cabeza sin despegarse de ella, sonriendo de oreja a oreja.
─ ¡He corrido hasta el río y de vuelta! ─ presumió. Luego, para sorpresa de Harry, se volvió hacia él e informó ─. Eso es muy, muy lejos, Harry. Antes no podía correr tanto.
─ Lyam, ¿Qué forma es esa de hablar a los mayores? ─ el tono de la mujer era de regaño, pero la sonrisa no se borraba de su cara. El niño le sonrió a su vez.
─ No pasa nada, abuela. Me ha dicho que puedo llamarlo por su nombre, es mi amigo.
El joven se sintió momentáneamente desconcertado, pero una sensación cálida lo recorrió al recibir la sonrisa del niño. ¿Hacía cuanto que no se sentía bienvenido? En cuestión de un minuto había recibido más amabilidad que en el último año.
─ Está bien ─ le aseguró a la mujer ─. Lyam ha sido muy educado, y yo le he dado permiso para que me llame por mi nombre.
─ Oh, entonces bien. Siéntate y te traeré algo de merendar, demonio ─ se volvió hacia Harry ─ No deje que le moleste, es un preguntón.
─ No se preocupe.
La mujer les sonrió a ambos y se metió otra vez en la cocina, mientras Lyam se sentaba en la mesa con Harry. El niño balanceó los pies en el aire, contento.
─ Yo soy de aquí. ¿Y tú? ¿Puedes contarme de dónde eres?
─ Soy de Londres ─ una sonrisa ─. Eres un niño muy educado.
─ Gracias ─ el pecho de Lyam se infló un poco, con orgullo ─. La abuela me ha enseñado. Dice que cuando sea mayor tengo que ser todo un caballero, y tengo que aprender desde ahora ¿Londres es un sitio muy grande?
Harry sintió ganas de reír ante aquella seriedad tan impropia para un niño, pero Lyam parecía muy contento por ser capaz de hablar como un adulto, y el auror se descubrió conquistado por el pequeño caballero al que le faltaban los dos dientes delanteros. Su abuela le trajo la merienda y se sentó con ellos mientras hablaban.
─ Allí también hay un río ─ le contó Harry al niño, que se inclinaba hacia delante para no perder detalle ─. Se llama Támesis, y es muy, muy largo.
─ ¿Más que el arroyo Dew? ─ Harry asintió y los ojos del niño se abrieron más─. Pues cuando sea mayor, correré todo el camino hasta el Tametis y de vuelta. Puede hacerlo, ¿sabes? ─ se inclinó hacia Harry, como si quisiera contarle un gran secreto ─. Porque ya no tengo bichos creciendo dentro.
El auror lo miró desconcertado, apenas notando que, a su lado, la sonrisa de la mujer flaqueaba por los bordes.
─ ¿Bichos?
─ Aquí dentro ─ el niño se dio un golpecito en el pecho─. Tenía un bicho muy malo que quería comerme. ¡Ñam, ñam! Pero ya no. Ahora el bicho se murió, y yo puedo correr muy, muy, muy rápido…
─ Lyam, cielo, lleva el plato a la cocina.
El niño saltó de inmediato, obedeciendo la orden de su abuela, y se metió tras el mostrador. Ma O'Malley suspiró, ya sin sonreír, y Harry se volvió hacia ella.
─Lo siento, yo no…
─ No importa ─ la sonrisa de la mujer volvió, aunque algo más débil ─. Está tan feliz que se lo cuenta a todo el mundo, pero yo todavía tengo miedo de que vuelva en cualquier momento.
─ ¿Puedo preguntar?
─ Cáncer, en los pulmones ─ la mujer le dio un apretón a la mano de Harry al ver su expresión de horror ─. Es una especie de problema genético, ¿sabe? Mi hija, la madre de Lyam, ella… ─ esta vez fue Harry el que apretó la mano de la señora, que vaciló un momento antes de volver a sonreír ─. Pero Lyam se recuperó. Hace un par de semanas, simplemente empezó a sentirse mejor. Y cada día se encuentra más fuerte. Es un auténtico milagro.
Harry asintió. Se volvió hacia el niño cuando lo oyó volver de la cocina. De inmediato, y con una confianza que hablaba de un niño acostumbrado a sentirse seguro alrededor de los adultos, Lyam le echó los brazos al cuello y Harry lo levantó, sentándolo fácilmente en su regazo. El pequeño le sonrió una vez más, encantado.
─ ¿Quieres venir conmigo a correr hasta el arroyo? ¡Quiero hacerlo muchas veces!
El guijarro vibró en su bolsillo. El hechizo de rastreo reaccionó, calentándose contra su pierna. Había encontrado la fuente de la magia que impregnaba el lugar. La magia no provenía de Lyam, pero estaba fuertemente adherida a él. Salía de su boca, estaba enredada en su piel y entre su pelo, incluso podía ver un leve rastro en sus ojos. Alguien había usado un conjuro, uno muy potente, sobre aquel chiquillo, y seguía activo. El auror supo que, si ponía la mano en su pecho, sentiría la magia trabajando para limpiarle los pulmones.
Su mago misterioso no había usado la magia para fines domésticos. La había empleado para salvarle la vida a aquel niño, y lo había hecho a conciencia. Era el hechizo de curación más potente y extremo que Harry había sentido nunca.
Quien quiera que fuera, era increíblemente poderoso, y asombrosamente hábil.
─ ¿Harry? ─ Lyam lo miraba, con esos ojos enormes y vivos, y el auror sintió que le temblaba el corazón en el pecho.
─ ¿No estás cansado, compañero? ─ le revolvió el pelo con cariño y su corazón se le encogió una vez más cuando el niño apoyó la cabeza contra su hombro. Era el crío más dulce que había conocido jamás y, durante un momento, le hizo recordar un deseo que había enterrado profundamente durante los últimos años ─. Creo que tienes que tomártelo con calma. Si todavía quieres ir a correr mañana, te acompaño.
El niño levantó la cabeza de inmediato, escrutando a Harry como si intentara encontrar un signo de mentira en su cara.
─ ¿Sí? ¿Me lo prometes?
─ Claro ─ Lyam le dio un inesperado beso en la mejilla antes de volver a apoyar la cabeza contra su hombro. Harry miró a la abuela, desconcertado, encontrándose con que la mujer solo sacudía la cabeza y sonreía. Menos de un minuto después, el pequeño dormía profundamente en brazos de Harry.
─ ¿Siempre es así? ─ susurró, sin atreverse a hablar en voz alta. La mujer se encogió de hombros.
─ Solo a veces. Es un niño muy intuitivo, ¿sabe? En seguida reconoce a las buenas personas, y quiere estar cerca de ellas.
Harry lo miró, con un nudo en la garganta, y solo atinó a frotar la pequeña espalda con una mano.
─ Es un encanto. Me alegro mucho de que se esté poniendo bien ─ le sonrió a la mujer ─. Es una suerte que lo descubrieran a tiempo.
Ma O'Malley titubeó un segundo antes de negar con la cabeza, como si tratara de espantar una idea. Luego alargó la mano y comenzó a acariciar suavemente el pelo de Lyam, enredándolo y desenredándolo, intentando encontrar las palabras.
─ No, en realidad… el médico nos dijo… Cuando comenzó, nos dijeron que no era nada ─ susurró la mujer ─. Un poco de asma, un catarro fuerte… No se nos pasó por la cabeza que…
─ ¿El médico no se dio cuenta?
─ No, no hasta que la cosa se puso verdaderamente mal ─ los ojos de la mujer se oscurecieron, y Harry solo pudo imaginar el dolor que era incapaz de expresar ─. Y entonces el doctor Maguire nos dijo que ya era tarde, y que lo mejor que podíamos hacer era llevarlo a casa, y esperar.
Harry apenas consiguió hablar a través del nudo que se había formado en su garganta.
─ ¿Y entonces comenzó a mejorar?
─ Sin más. Una mañana dejó de toser. Ya no le dolía. Y empezó a hablar hasta por los codos otra vez ─ sacudió la cabeza una vez más ─. Creímos que podía ser, ya sabe, una mejoría antes de…
─ Sí.
─ Pero, cuando fuimos a la revisión, nos dijeron que no estaba. La cara del doctor ─ de repente, la mujer dejó escapar una risa amarga ─. Ese maldito viejo. Parecía casi decepcionado.
─ ¿El médico?
─ Ya lo había dado por perdido ─ confirmó la mujer ─. Estaba convencido de que no podía haberse equivocado, y nos obligó a repetir las pruebas para comprobarlo. Como si que el niño se pusiera bien fuera un insulto. El muy canalla.
Harry permaneció en silencio, pensativo. El médico, obviamente, era un inútil, y un mago había intervenido para curar a Lyam, pero no estaba tan seguro de lo que sabía la abuela al respecto. Cabía la posibilidad de que el mago hubiera actuado sin que nadie se percatara, pero ¿y si la mujer lo sabía? La idea de tener que obliviatear a la amable señora lo hizo sentir incómodo, pero estaba obligado a mantener el Estatuto del Secreto… y, de repente, se le ocurrió que pasaría si el Ministerio quisiera borrar todo rastro de magia de aquel asunto.
Inconscientemente, sus brazos rodearon con más fuerza el cuerpo dormido del niño.
─ Ese médico es un imbécil ─ concluyó. Y su mago misterioso había cometido un acto ilegal con un buen propósito.
Y, sabiendo eso, ¿qué hago ahora?
Tenía que seguir con el rastreo. Dejó a Lyam, todavía dormido, en brazos de su abuela, y salió de la tetería. Todavía era temprano, y el sol pegaba tan fuerte y tan gris como solo podía hacerlo en Escocia. En comparación con Londres, donde el aire estaba tan caliente y contaminado que era casi denso en la boca, allí la brisa cortaba como una navaja.
Sacó el rastreador de nuevo y lo recalibró, eliminando el rastro que dejaba el hechizo de Lyam. De inmediato, las runas cambiaron y señalaron en una nueva dirección. Harry se metió la piedra en el bolsillo y se puso en marcha. No sabía si era por la hora o por el calor, pero no encontró a nadie en las calles.
Sus pasos lo llevaron a una puerta a solo unas calles de la tetería. La empujó, revelando una habitación estrecha, poco más que un pasillo en el que se apretujaban estantes llenos de tarros etiquetados a mano. Harry prácticamente tuvo que pasar de lado, temeroso de tirar algo al suelo, para llegar al mostrador, tras el que una mujer regordeta leía una novela romántica. Levantó la cabeza para mirarlo y una pequeña sonrisa le asomó a los labios.
─ Buenas tardes.
─ Buenas tardes ─ el rastreador en su mano estaba hirviendo, casi quemándole la palma. El rastro era mucho más fresco y constante allí. Se inclinó un poco sobre el mostrador, correspondiendo a la sonrisa de la mujer, e intentó captar alguna señal en ella. Colocó la mano cerrada sobre el mostrador, esperando que la piedra reaccionara, pero no hubo cambios.
Intentó que la decepción no se reflejara en su cara. Se volvió, fingiendo examinar las estanterías, y sintió que la temperatura de la piedra oscilaba. La magia estaba impregnada en el ambiente, al igual que en la cafetería, y se desprendía ligeramente de los productos a la venta.
─ ¿Sabe lo que necesita?
─ En realidad, solo tenía curiosidad… ─ la vendedora asentió, el ceño ligeramente fruncido ─. Verá, soy inspector de seguridad rural. Y me preguntaba si usted podía ayudarme. No conozco los alrededores, y dado que lleva una tienda de productos naturales…
─ Oh, bueno. En general es una zona muy segura ─ le aseguró la mujer, sonriendo ─. Los senderos en el bosque están señalizados, y hay cancelas cerrando las partes peligrosas. El lago, el camino al acantilado.
─ ¿Saca de los alrededores todo lo que vende aquí?
La mujer lo miró, suspicaz, y paseó la mirada con nerviosismo por los frascos y las bolsitas. Harry comprendió que había metido la pata, y trató de tranquilizarla al decir:
─ No es que me importe, en realidad. Solo quiero saber qué tipo de plantas hay por aquí, por si hay algo venenoso o algo así─ improvisó ─. Es algo de lo que tendría que informar, ¿sabe? Para enviar antídotos o medicamentos especiales al hospital local, y cosas de ese tipo.
─Oh, ya. Supongo que tiene sentido. Todo lo que hay en esta tienda lo hacemos yo, o mi madre ─ le comentó, encogiéndose de hombros ─. Son los típicos ungüentos de hierbas, los de toda la vida. Ninguna de las plantas tiene nada de especial. Hay algunas que te sientan mal si las comes, pero nada que la gente no sepa, o que fuera a comer a propósito.
─ Eso es tranquilizador ─ rio Harry, aliviado al verla relajarse de nuevo ─. Entonces, ¿es todo artesanal?
─ Hasta el último frasco ─ le aseguró ─, es decir, todo lo que hacemos mi madre y yo, seguro. Hay una cosa o dos que nos prepara otra persona, pero él también lo hace con productos naturales…
Harry no tenía que preguntar cuales no habían sido hechos por ella y su madre. Se movió, apenas unos pasos, y ni siquiera necesitó el rastreador para sentir el poder que emanaba de la hilera de frascos. No parecían diferentes al resto, pero, una vez diferenció el rastro de la magia ambiental, prácticamente pulsaba contra su piel.
─ ¿Y esa persona conoce bien el bosque? ─ Harry pestañeó, tratando de parecer inocente ─. Necesito un guía.
─ ¿El señor Rogers? Bueno, supongo que podría─ la chica se encogió de hombros ─. Es británico, pero lleva unos meses viviendo aquí, así que…
Harry quería rogarle que continuara, pero en ese momento entró un hombre mayor, que le dirigió una sonrisa amigable antes de preguntarle a la mujer por lo que necesitaba. Harry observó en silencio como la joven envolvía uno de los frascos hechos por el tal señor Rogers y se lo entregaba al hombre, que salió con una gran sonrisa en el rostro.
─ Para la artrosis ─ le aclaró la vendedora a Harry, que la miraba con curiosidad ─. No sé que le pone, pero hacía años que no veía al señor Wallace tan activo. Le digo que Rogers hace milagros.
─ ¿En serio?
─ Bueno, es un tipo extraño. Solitario, pero a veces la gente es así. No tiene nada de malo ─ argumentó. Durante todo ese tiempo, había mantenido la novela romántica sujeta entre los dedos, y en ese momento la levantó, señalando a Harry con ella ─. Y dimos gracias de que estuviera cuando perdimos a los chicos Smith. A saber qué hubiera pasado con esos niños si no hubiera estado él.
─ ¿Qué pasó?
─ Casi se matan, eso pasó ─ resopló la mujer, agitando el libro en el aire ─. Decidieron que querían vivir una gran aventura, y se metieron en el bosque. Cuando sus padres se dieron cuenta de que no estaban, se estaba haciendo de noche, y había empezado a llover.
«Los buscamos por todas partes, durante horas. Creo que todo el pueblo ayudó. Era casi media noche cuando oímos gritar a Clay en el bosque y… ─ la mujer cerró los ojos y respiró profundamente, como si intentara darse valor para continuar ─. Joder, nunca había visto tanta sangre junta. Le juro que casi puedo olerla todavía.
Harry la miró sacudirse, como si intentara quitarse los recuerdos de encima, y espero a que continuara. Finalmente, la mujer fue capaz de hablar otra vez.
─ Robby se había abierto la cabeza contra una roca. El chico estaba inconsciente, con una brecha en la frente y frío como un témpano, pero al menos respiraba. Lo llevaron al médico tan rápido como pudieron, pero el doctor Maguire apenas lo miró ─ la chica apretó los labios ─. El viejo dijo que no podía hacer nada, que era evidente que había sufrido lesiones cerebrales y no había manera de ayudarlo.
─ A ver si lo adivino, ¿les dijo que se lo llevaran a casa y esperaran?─ murmuró Harry, a través de los dientes apretados. Ella asintió.
─ Su frase favorita ─ confirmó la chica con amargura. Sin embargo, una pequeña sonrisa no tardó en dibujarse en su boca ─. Entonces apareció Rogers, todo lleno de barro y con uno de sus mejunjes. Les dijo a los padres que se lo pusieran en la herida…
─ Y el niño se recuperó.
─ Después de eso, le pedimos que comenzara a participar en el negocio ─ la herborista sonrió ─. La lesión de Robby no era tan grave, ¿sabe? Solo necesitaba un buen antiinflamatorio y contener la hemorragia, eso nos dijo Rogers. Seguramente el niño hubiera sobrevivido de todas formas, pero…
─ Lo entiendo.
Mejor que ella, de hecho. Harry dudaba de que Robby Smith hubiera sobrevivido sin la intervención de Rogers, y tuvo la sensación de que la chica pensaba lo mismo, pero no se atrevía a decirlo en voz alta.
─ ¿Y se venden mucho, sus productos?
─ Mucho ─ confirmó ella, haciendo un gesto hacia el estante ─. ¿Ha ido al salón de té de Ma O'Malley? Debería, sus rollos de canela son impresionantes. Ella se lleva por lo menos un bote semanal del ungüento para la congestión de pecho…
Harry salió de la herboristería con las señas para llegar a la cabaña de Rogers. Ya no cabía duda de que se trataba de su mago misterioso.
Su mirada vagó por el manto verde que rodeaba Stardew, pensativa. Estaba oscureciendo con mucha rapidez, y la idea de adentrarse en el bosque, en busca de la casa de Rogers, no le parecía atractiva ni con toda la magia a su alcance.
Quizás debería instalarse en la pensión, y esperar al día siguiente. Rogers no era un mago violento, ni llamaba la atención de forma excesiva, pensó. Se había limitado a usar su magia para ayudar a unos niños, y eso estaba muy lejos de poder considerarse maligno.
Podía esperar un día para decirle a un tipo que intentara ser más discreto. Porque Harry ya había decidido, dijera lo que dijera su jefe, que no iba a hacer nada en contra de Rogers. Que se joda el Estatuto. Que se joda el departamento.
¿No tenían magia justo para lo que hacía Rogers? ¿Para usarla en algo que mereciera la pena?
Había comenzado a caminar calle abajo, en dirección al pub, cuando el rastreador de su bolsillo, todavía activo, comenzó a vibrar. Literalmente, la piedra comenzó a sacudirse, como un ser vivo al que le hubiera aplicado descargas eléctricas. Harry cerró los dedos alrededor de ella, y no pudo evitar gritar y dejarla caer. Estaba fría, tanto que su solo contacto le había dejado una marca de quemadura en la mano.
Con el corazón desbocado, el auror vio como la piedra rebotaba por el pavimento varias veces antes de detenerse, todavía vibrando. Se agachó, sacando la varita. Nunca había visto una reacción tan violenta del objeto, ante ningún tipo de magia. Con cuidado, empujó el rastreador con la punta de la varita, dándole la vuelta para dejar las runas talladas hacia arriba y vio, estupefacto, como el rastreador se partía en dos con chasquido antes de dejar de moverse.
Desde la esquina de la calle, Ely Rogers observó al joven agacharse y comprobar el objeto que había caído de su mano. Lo vio recoger las partes rotas, y mirar alrededor, sin dejar de sujetar firmemente la varita, y luego examinar las sombras cada vez más oscuras con el ceño fruncido, como si esperara que algo surgiera de entre ellas, antes de sacudir la cabeza y echar a andar calle arriba.
Harry Potter.
Admitía que había sido un shock. Después de tanto tiempo, lo último que esperaba era verlo a él allí, en ese rincón, su rincón, perdido de las Tierras Altas, pero se dijo que tenía sentido. De alguna manera, el destino siempre se las apañaba para ponerlos a los dos en primera línea, frente a frente, como si esperara de ellos una suerte diferente a la que siempre los había acompañado.
Aunque esta vez, reconocía que su imprudencia había tenido mucho que ver. Lo del pequeño Lyam había sido algo estúpido, fruto de un momento de debilidad, pero no podía arrepentirse de ello. Lo de Robby… no había podido dejarlo estar, y había sido como ponerse una señal luminosa en la frente. Pero tampoco se arrepentía.
Eran sus elecciones, sus decisiones, y estaba dispuesto a vivir con ellas. Que hubieran traído hasta su puerta al salvador del Mundo Mágico era un efecto secundario, inesperado, al que no tardaría en ponerle remedio.
Aunque eso supusiera dar la cara por primera vez en mucho tiempo.
Ya era de noche cuando Harry llegó a su destino. Las farolas eran eléctricas, pero, mientras bajaba la calle principal, el auror tuvo la extraña impresión de que tintineaban como llamas y que cada paso lo llevaba más lejos de la realidad. Se estremeció de forma involuntaria bajo el aire frío, y apretó el paso.
La única pensión del pueblo estaba muy cerca de la tetería, en la calle donde se congregaban los negocios. Estaba encima del pub local y, cuando Harry empujó la puerta del pequeño bar, todas las voces se acallaron y las miradas cayeron en él. En silencio, el joven se abrió paso hasta la barra atestada y le sonrió al camarero, un hombre moreno de mediana edad tan grande como una montaña.
─ Buenas noches. Quisiera saber si tiene habitaciones libres.
El hombre lo miró de hito en hito durante un largo minuto, deteniéndose en la mochila que le colgaba del hombro, las gafas y el pelo que, a aquellas horas, parecía un nido de pájaros.
─ ¿Eres el nuevo amigo de Lyam?
Harry pestañeó como un búho unos segundos, hasta que la pregunta consiguió entrar en su mente, y sintió que una pequeña sonrisa le tiraba de los bordes de la boca. Bajo la atenta miraba de los clientes del pub, que parecían expectantes, asintió, y fue como si el enorme e intimidante escocés sufriera una metamorfosis. Sus ojos se volvieron cálidos al instante, como pequeños trocitos de chocolate, y su boca dibujó una amplia sonrisa.
─ ¡Eres Harry!
Fue como un pistoletazo de salida. Los parroquianos –que debían ser la mitad de la población local ─ comenzaron a hablar de nuevo, todos a la vez, pisando las conversaciones ajenas y riendo tan fuerte que hacían temblar las vigas del techo.
─ Soy Jack ─ le dijo el camarero, con una voz potente que ni siquiera tenía que forzar para hacerse oír entre el gentío. Sacó una jarra limpia de debajo de la barra y la llenó de cerveza antes de plantarla delante de Harry ─. Lyam nos dijo que su amigo vendría. Tenemos una habitación preparada, pero primero hay que cenar.
─ ¿Cuándo…?
─ Todo el mundo conoce a Lyam. Es el futuro Primer Ministro de Gran Bretaña─ Jack se rió entre dientes ─. Y si dice que tenemos que tratar bien a su nuevo amigo, que le ha prometido correr mañana con él hasta el río y de vuelta, lo hacemos sin rechistar.
Harry lo miró con asombro, pero se sentó y le dio un trago a la cerveza, mientras Jack se volvía y gritaba en dirección a la cocina. Una mujer, tan menuda como el camarero enorme, se asomó por la puerta, con el ceño fruncido. Su expresión se suavizó al fijar los ojos en Harry y desapareció en la cocina, solo para salir tres segundos después con un plato de estofado que puso delante del chico.
─ Ma O'Malley no mentía. Flaco como un palo, con ojos bonitos pero tristes ─ recitó la mujer, con un acento escocés tan marcado que Harry tardó casi un minuto en entender el sentido de la frase. Cuando lo logró, sintió que enrojecía, y la mujer estalló en carcajadas ─. Tranquilo, tesoro, que nadie va a comerte.
El joven le sonrió, luchando contra la vergüenza, antes de que la señora le guiñara un ojo y volviera a la cocina. Salió poco después, llevando platos que fue repartiendo por la sala con la agilidad de una atleta.
─ Bueno, Harry, ¿qué has venido a hacer a nuestro rincón de las Tierras Altas?
El chico tragó de golpe, casi ahogándose con el estofado. Dio un sorbo de cerveza, bajo la mirada divertida del camarero, y se encogió de hombros. A su espalda, alguien rió con fuerza. La puerta se abrió y se cerró a su espalda, y alguien saludó a gritos.
─ Trabajo para el gobierno.
El silencio volvió a instalarse en el pub. Harry intentó ignorarlo, a pesar del escalofrío que corrió repentinamente por su espalda.
─ Verifico la seguridad de los pueblos pequeños ─ aclaró, satisfecho con su mentira a medias ─. Básicamente, si creen que puede hacer falta una carretera nueva, más efectivos de policía o unos cortafuegos, me mandan a mí a ver qué se puede hacer. Me paso la vida de un lado a otro.
Aquello pareció ser suficiente. Unos segundos después, las conversaciones se retomaron, y Harry sintió que su cuerpo se relajaba. La gente de Stardew, como la de la mayoría de los pueblos aislados, era acogedora, pero precavida por naturaleza. A nadie le gustaba que alguien viniera de fuera a cambiar su vida, y menos en los lugares donde se habían desarrollado sus propias rutinas y formas de hacer las cosas.
─ Así que vienes a ponernos una carretera nueva, ¿eh?
─ O no ─ se encogió de hombros, volviendo a atacar su plato. El estofado estaba increíblemente bueno ─. Mi jefe nunca gasta un centavo a menos que sea estrictamente necesario. A menos que os invadan los irlandeses con tanques, creo que voy a limitarme a escribir un informe y pasear por el bosque.
Jack dejó escapar una estruendosa carcajada, y Harry sonrió a su vez. Una ventaja de haberse criado en el mundo muggle, y seguir pasando tanto tiempo en él, era que podía hacer su trabajo sin miedo a que lo tomaran por loco. La mayoría de sus compañeros tenían que recurrir al camuflaje –ridículo, en el mejor de los casos ─ y a los hechizos de manipulación para conseguir lo que necesitaban. A él le bastaba con sentarse y ser simpático.
─ Bueno, si es por pedir, podrían enviarnos un pediatra nuevo ─ gruñó Jack, sin dejar de servir cervezas ─. El doctor Maguire tiene como cien años, y el viejo haría más jubilado que en la consulta. No sé si tienes algo que decir sobre eso, pero…
─ ¿El pediatra?─ preguntó Harry. Recordó las conversaciones que había mantenido aquella tarde y sintió que su irritación crecía por momentos ─ ¿El médico que da los casos por perdidos antes de tiempo?
─ Ese mismo. Viejo cabrón.
Harry asintió. Tratando de mantener la calma, y su magia bajo control, volvió a centrarse en su plato. Evidentemente, no tenía autoridad sobre quién ejercía la medicina en Stardew, pero podía deslizar mágicamente la sugerencia de que el doctor Maguire debía jubilarse en la mente de las autoridades locales. No era la opción más ética, y ni siquiera legal, pero había cosas, decidió, que no podían permitirse. De no haber intervenido ese misterioso mago, no sería uno, sino dos niños muertos, y todo por la incompetencia del médico. Y eso era solo la parte que Harry sabía.
─ ¿Cómo es que lleva tanto tiempo ejerciendo aquí?
─ No siempre fue tan malo ─ intervino la cocinera, sentándose junto a Harry en la barra ─. Hace como veinte años, o treinta, cuando todavía se pagaba con gallinas y se usaban sanguijuelas para tratar la neumonía, era bastante decente.
Harry no sabía si reír o indignarse por completo. La mujer le dirigió una sonrisa torcida, como si entendiera su dilema, y sacudió la cabeza.
─ Stardew está muy lejos de todo. No hay muchos médicos recién licenciados que quieran ejercer la medicina en mitad de ninguna parte.
Se oyeron voces dándole la razón desde todos los rincones del bar. Alguien soltó un taco muy florido con la palabra "médico" en medio, y estallaron las carcajadas.
─ No, no es eso ─ un hombre mayor intervino desde el extremo de la barra. Golpeó su jarra contra la madera, obviamente irritado, y la multitud guardó silencio ─. Es culpa de los Flaers. Esos imbéciles pretenciosos.
─ Harold…
─ ¡No me digas que no, Roger! ─ le gritó al hombre que había querido interrumpirlo ─. Tú eres demasiado joven para recordarlo, pero pusieron al viejo Maguire de médico. Le dieron el puesto de por vida, y él se lo pasó al idiota de su hijo ─ miró a Harry, que debía parecer muy confuso, porque aclaró, bajando el tono ─. Eso fue hace cuatro generaciones. Van pasándose el puesto de padres a hijos, los muy inútiles. Y ninguno ha sido ni medio decente haciendo su trabajo. Lo mismo pasará cuando Tom Maguire se muera, ya veréis.
─ Pero… ─ Harry sacudió la cabeza, incapaz de comprenderlo ─. ¿Por qué siguen manteniendo el puesto, si son tan terribles?
─ Pues porque nadie más puede tenerlo ─ aclaró Harold. Atento a las palabras del anciano, Harry apenas notó las miradas nerviosas que se intercambiaban a su alrededor ─. El último, la pobre Susanne…
─ Déjalo, Harold ─ la cocinera se levantó y se acercó a Harold, colocándole una mano en el brazo con delicadeza y usando la otra para hacerle soltar la jarra casi vacía de cerveza ─. Es tarde, y no hay necesidad de remover el pasado. Te acompaño a casa.
─ Pero, Mimi…
Alguien más se levantó, ofreciéndose a acompañarlos. El joven tomó el otro brazo de Harold y entre los dos lo sacaron con delicadeza del pub. Mimi, la cocinera, le rodeó la cintura con el brazo y dejó un beso en su mejilla arrugada mientras salían por la puerta.
─ Disculpa al viejo ─ susurró Jack, cuya voz no podía evitar resonar por toda la sala ─. Su nieta, Ally, murió el año pasado, y eso lo dejó hecho pedazos. Necesita buscar culpables.
Hubo un seco murmullo generalizado antes de que la gente empezara a salir del pub, como si el triste recuerdo fuera la señal de cierre. Harry apartó su plato todavía a medias, incapaz de comer ni un bocado más.
─ ¿Qué fue? ─ se atrevió a susurrar, sin mirar a Jack. El camarero, que había comenzado a recoger las jarras abandonadas en el mostrador, ni siquiera lo miró.
─ Una neumonía. No la trataron a tiempo.
Y Harry no tenía que preguntar quién no la había tratado a tiempo.
Sintió un acceso de náusea. Lo poco que había podido tragar se convirtió en una bola densa y agria en su estómago. Su magia ondeó contra su piel, inestable de nuevo, y tuvo que cerrar los ojos un momento para contenerla. Necesitaba una ducha y dormir unas cuentas horas. Al día siguiente retomaría su búsqueda del mago misterioso, aunque no estaba seguro de con qué fin. Él, o ella, había salvado la vida de varios niños. ¿Se suponía que tenía que detenerlo por ello?
Ahora no puedo volverme loco con esto.
Se volvió para preguntarle a Jack donde estaba su habitación, y se sorprendió al verlo mirando a un punto a espaldas de Harry, con el ceño fruncido. El joven siguió su mirada. El pub tenía sistema de calefacción, pero, como buen edificio antiguo, tenía también una enorme chimenea de piedra en la que cabría un hombre de pie. Al entrar, había estado rodeada de parroquianos bebiendo, pero ya se habían dispersado y Harry tuvo el primer vistazo a la figura de pie junto al hogar, mirándolo fijamente.
Era él. Y no era él. Y Harry Potter sintió como su cabeza oscilaba como si le hubiera dado un martillazo, cuando los ojos que nunca había esperado volver a ver se clavaron con calma en los suyos.
─ Ely, ¿no te vas? ─ la pregunta de Jack pareció llegar desde muy lejos, mucho más que la voz sedosa y oscura que respondió.
─ No, Jack. Tengo que hablar con el señor Potter un momento.
Los primeros capítulos, evidentemente, nunca tiene demasiada gracia. Eso sí, recomiendo encarecidamente los rollos de canela recién hechos. Son buenos para el alma.
Nos vemos pronto. Que tengan días y vidas felices.
