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Epílogo

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Florencia, Toscana, Italia. 16 de junio de 2018.

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Terminando de beber su café sin prisa, se levantó de su asiento y dejó el dinero sobre la mesa, marchándose a paso lento hacia la Plaza de la Señoría. Los turistas se reunían siempre en aquella plaza para apreciar el arte que decoraba hasta el más mínimo lugar. Mucho de la ciudad había cambiado desde 1530, pero seguía teniendo en esencia ese carácter que lo había atrapado hacía años. Admiró una vez más la estatua ecuestre de Cosme I de Giovanni da Bologna y caminó en dirección de la Fuente de Neptuno de Ammannati, cuando observó a un anciano que vendía retratos y paisajes realizados en carbonilla. Se detuvo a apreciar aquel arte, que le pareció sumamente hermoso.

-Disculpe, buen hombre- lo llamó en perfecto italiano- ¿Qué precio tiene los retratos?

-¡Oh, no señor! Estos no son míos- le aseguró con una gentil sonrisa- Sólo los estoy cuidando mientras regresa la pequeña.

Suspiró con sus manos escondidas en los bolsillos del pantalón de su costoso traje, estudiando aquellas piezas por unos minutos más. Muchos de los paisajes pertenecían a diversos sitios de Europa que él había conocido a través de los años. Cansado y melancólico, se despidió del hombre con la misma amabilidad y comenzó a caminar hacía la Loggia de Lanzi, con destino a su hogar.

-¡Señor, espere! Allí viene- escuchó al anciano gritar a su espalda.

Se giró sobre sus talones para observar a una muchacha correr hacía ellos. Sus cabellos rubios se agitaban con su veloz andar, aún cuando estaba atados en una simple cola. Y al ver su rostro se quedó sin aliento.

-Buenos días- lo saludó notoriamente agitada la rubia cuando estuvo al frente suyo, sin poder evitar apoyarse en sus piernas para recobrar la respiración- Disculpe la espera, estaba almorzando- le sonrió con los ojos cerrados.

Pero cuando los abrió, apreció su hermoso tono aguamarina mirándolo con atención. No perdió tiempo para examinarla con detenimiento. Su piel blanca era el lienzo perfecto para sus rasgos perfectos, destacando sus labios llenos, de ligero tono ciruela. Sus ojos turquesa eran enmarcados por abundantes pestañas negras, que le daban la apariencia de una muñeca. Su cuello era largo como el de un elegante cisne, haciéndolo sentir una intensa necesidad de probar de ella. Su curvilíneo cuerpo llevaba puesto una holgada camiseta color azul cobalto, unos shorts de jeans y unas zapatillas simples de color blanco.

-No hay problema- le sonrió con galantería, aún con sus manos en los bolsillos del pantalón- Me gustaron muchos sus trabajos.

Aquella sonrisa aceleró aún más el corazón de Serena, quien lo observaba absorta. Aquel hermoso y elegante sujeto, rodeado de esa intensa aura de masculinidad y misterio, se parecía tanto a… Descartó aquel pensamiento, ya que era absurdo. Su belleza clásica debió confundirla, pero algo en ese apuesto pelinegro le parecía muy familiar. Era imposible no sentirse profundamente cautivada por él, como si de un imán atrayendola se tratara.

-Déjeme que se lo enseñé mejor...- lo invitó, caminando hacía sus trabajos.

-Darién- dijo tras ella, siguiéndola de cerca.

-Mucho gusto, mi nombre es Serena.

El parecido con Serenity era espectacular, en tal grado, que parecían gemelas. Mientras ella le hablaba animadamente de sus trabajos, la estudió buscando similitudes y diferencias. Pero cuando más lo intentaba, menos lograba hallar una diferencia. No sólo eran iguales en su físico, sino en sus expresiones y manera de hablar. Quizás la única diferencia era que él había detenido el tiempo para Serenity a los dieciocho años, mientras que Serena parecía superar los veinticinco.

Conversaron agradablemente como viejos conocidos hasta que comenzó a caer la tarde y aquel amable anciano, quien le brindaba alojamiento a la rubia, se despidió de ambos retirándose a su hogar. Serena le comentó que provenía de Pensilvania y que había decidido dejar su cómoda pero solitaria casa para explorar sus dotes artísticos en aquella ciudad, cuna del arte renacentista, aún cuando el viaje había sido largo y difícil con su limitado presupuesto.

-Aunque no nací aquí, siento que esta es mi tierra- le comentó mientras levantaba sus retratos, ayudada por él- Quizás sea mi ascendencia italiana.

-Es comprensible, esta ciudad tiene mucha magia- le aseguró, quitándole la mayoría de las cosas para cargarlas él- Me gustaría mostrarte un lugar, si me permites. Creo te encantará.

Serena lo estudió por unos segundos, indecisa. Por regla general, no hablaba tanto tiempo con extraños ni aceptaba una propuesta tan arriesgada. Huerfana, habia aprendido a ser cautelosa y desconfiada. Nunca nadie le habia regalado nada, y todo lo que era se debía a su esfuerzo y trabajo. Pero Darién le resultaba magnético, irresistible y, por alguna razón que no comprendía, se sentía segura a su lado.

-No lo sé…- dudó, mirando sus ojos azules, buscando una razón para confiar.

-Si no te sientes cómoda a mi lado, te dejaré ir inmediatamente. Tienes mi palabra.

Aún cautelosa, aceptó con un suspiro y emprendieron viaje. Caminaron por las hermosas calles, aún conversando sobre sus vidas hasta llegar a una propiedad que estaba dentro de lo que se conocía como los límites de la primera muralla. La casa le pareció hermosa y extrañamente familiar, pero fue el jardín lo que la dejó sin aliento. Por su parte, Darién habló con el personal doméstico y les solicitó que prepararán una cena sencilla en el jardín y se retirarán cuando estuviera todo dispuesto.

Sonrió ampliamente, observándola recorrer el primer hogar de Serenity. Hacía muchos años que había comprado la propiedad, de alguna manera para sentir a su esposa más cerca de él. Sólo la ocupaba en aquella época del año, cuando necesitaba tomar distancia de la familia para poder sufrir en paz. A diferencia del Sudeley Castle, del cual se habían ido al poco tiempo ya que representaba su pérdida, aquella casa florentina era como revivir los primeros días de su amor.

Observó a Serena abrir su morral de cuero gastado y sacar una carpeta, buscando rápidamente entre sus trabajos. Separó una hoja y la sostuvo, notoriamente confundida.

-Es la primera vez que entro a esta casa- le aseguró con la voz débil- Pero he dibujado esa pérgola de hierro que jamás había visto- se dio la vuelta y lo miró con atención- No es lo único que veo por primera vez que ya he dibujado.

Buscó nuevamente en su cuaderno y extrajo otro boceto. Darién lo aceptó, curioso, ya que la notaba intranquila y templorosa. Observó el papel, quedándose inmóvil. Cómo antaño, allí había un retrato antiguo de él dónde llevaba el cabello más largo, igual a los que hacía Serenity en vida. Le devolvió la mirada, comprendido que, de una manera que no podía explicar, aquella rubia era sin lugar a dudas la reencarnación de su esposa.

-Puedo explicarte lo que sucede, algo que sospeché en cuanto te vi en la plaza principal- admitió mirándola con cautela- Pero temo que no me creas y pienses que estoy loco.

-Intentalo.

Aquella respuesta, la misma que le dio Serenity siglos atrás, lo hizo sonreír con nostalgia. Le pidió que fueran hacía un banco de cemento que estaba en medio de los árboles y comenzó a contarle todo lo que había ocurrido más de cuatrocientos años atrás, rogando a todos los dioses existentes que le creyera.

Serena permaneció quieta y atenta, observándolo hablar y escuchando atentamente su increíble historia, asombrada ya que muchas de las cosas que le contaba las había soñado alguna vez. Y, aunque era completamente descabellado el relato, para ella era sincero. Mientras lo escuchaba, sintió como su corazón latía desenfrenado, como si reconociera las emociones que había vivido aquella mujer de nombre Serenity.

-¿Sufriste mucho cuando murió?

-Como nunca imaginé que se podía sentir- admitió bajando la mirada- Mi arrogancia me jugó en contra. Con el tiempo, comprendí que no amaba a Melissa, sino que tenía miedo de aquel amor eterno que me regalaba Serenity.

Permanecieron en silencio por unos minutos, en los que Serena lo descubrió quitando de su rostro una furtiva lágrima. No entendía porque, pero su sufrimiento le resultaba angustioso y en su pecho se formó la necesidad de consolarlo, aunque no se atrevía a hacerlo.

-¿Qué tiene esto que ver conmigo?- consultó cuando tomó coraje.

-Creo que tú eres la reencarnación de Serenity- le dijo mirándola con atención- Son como dos gotas de agua, física y espiritualmente. Esta era su casa y tú la tenías en tu mente. Jamás nos habíamos visto y me dibujante. Tu alma es la suya y de esa manera, conoces lo que ella conoció.

Serena se quedó súbitamente sin aire, poniéndose de pie ante el golpe de la noticia. El pelinegro la imitó y sin contenerse, la tomó por su estrecha cintura y la beso con deseo y ansiedad. En cuanto tocó sus labios, sintió una sacudida, el reconocimiento de su cuerpo frente a ella. Por su parte, la rubia se sorprendió notoriamente pero se dejó llevar, guiada por el instinto. Besarlo era como estar donde siempre debió, era encontrar lo que inconscientemente había buscado, sentirse plena y completa. La pasión que transmitía ese beso no era simple deseo, sino la máxima expresión de amor hecho acto. Gimió saturada de tantas sensaciones, encerró su cuello entre sus brazos y lo instó a que aumentará la intensidad.

Sabiendo que no tendría mucho más control si continuaba, abandonó sus labios intentado respetarla, pero al ver sus ojos celestes cargados de deseo no pudo contenerse. La tomó en brazos y caminó hacía el balcón de la habitación de Serenity, que ahora era su dormitorio. De un salto sobrehumano, entró a la habitación y reanudó el beso, acariciando todo su cuerpo.

Aquel salto era, de alguna manera, la última prueba de Serena que confirmó su naturaleza oscura. Sin embargo, aquello pasó casi desapercibido, siendo hechizada por las caricias de sus manos por debajo de su ropa. La desnudó con velocidad y necesidad, mientras ella intentaba hacer lo mismo torpemente. Podía apreciar la experticia del pelinegro en el arte amatorio y se sintió feliz de saber que él había amado a su yo del pasado, cumpliendo un tortuoso celibato como luto y demostrando su amor. Porque, aunque sonara descabellado, ella sabía que era Serenity, podía sentirlo al experimentar sus besos en su cuello y el gozo de sentirlo nuevamente. No importaba que ella fuera ahora Serena, él podía conocer su nuevo yo, ya que creía en el amor eterno y aquella historia era una prueba de ello.

Los recostó a ambos sobre la cama adoselada, dejando sus labios y su hermoso cuello para depositar ardientes besos en todas su piel, en cada uno de sus rincones.

Serena se sentía escandalosa al no poder contener sus gemidos y arqueando su espalda por las sensaciones que él le regalaba. Todo encuentro sexual del pasado le resultaba mediocre e insulso ahora. Impaciente, lo atrajo nuevamente a sus labios y abrazó su cintura con sus piernas, exigiendo que acabara aquel agónico prólogo. Lo necesitaba dentro suyo como si fuera el aire que respiraba.

Comprendiendo su impaciencia, su lado salvaje le exigía que la hiciera suya. Por extraño que fuera, esa mujer era y a la vez no Serenity, pero le estaba devolviendo la vida que pensó había perdido para siempre, por lo que le estaría eternamente agradecido. Por volver a su existencia.

Fuera de sus esquemas normales, Serena tomó su miembro entre sus manos y después de acariciarlo un poco, lo guió hacia su interior, impaciente. Debía admitir que no había estado preparada para el sentimiento de plenitud y gozo que le regaló el sólo hecho de sentirlo profundamente dentro, y su corazón saltó de felicidad al reconocer a ese hombre como suyo. Por su parte, Darién necesito quedarse quieto por unos instantes, sobrecogido por la magnífica sensación que pensó jamás volver a sentir.

A continuación, se amaron con pasión y completa entrega. Nada a su alrededor les importaba, sólo aquel instante que se regalaban mutuamente. Darién se movió con esmero, disfrutando de cada estocada mientras ella lo acompañaba sensualmente, regalándole una mirada profunda de placer y sus hinchados labios jadeando como el canto de sirenas. El orgasmo los sorprendió por igual, aferrándose mutuamente para sobrellevar aquella descarga sensorial enloquecedora.

Darién la contempló, feliz, apreciando como cerraba sus ojos exhausta por aquel arduo encuentro de sus cuerpos. Cuando le devolvió su mirada celeste, le sonrió mientras acariciaba con ternura su mejilla.

-Pensé que nunca más sería así de feliz- le confesó sobre sus labios, depositando pequeños besos.

-Jamás me había sentido de esta manera- reconoció acariciando ahora ella su rostro, apreciando el ángulo de su quijada con su dedo, besando su cuello- Te conozco hace sólo unas horas, pero siento que mi lugar es a tu lado. Lo sé en mi corazón.

-No quiero que sientas que estoy contigo solo por...

Serena elevó su rostro hasta besarlo apasionadamente. Darién gruñó, sintiendo como su miembro volvía a la vida en su interior. La rubia dejó de besarlo, soltando un jadeo al sentirlo revivir.

-Mi alma es una sola- sentenció sonriéndole, apresando nuevamente sus caderas con sus piernas- Tendrás que conocerme porque seguramente no soy la misma. Pero estoy dispuesta también a redescubrirte. Después de todo, eres un extraño. Un ardiente y excitante extraño.

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Jora, Mikonos, Grecia. 6 de junio de 2019

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Todo el clan transitaba ansioso el barrio de Alefkándra, agitada por el retorno de su líder, regresando al hogar familiar para tener todo listo. Hacía un año que Darién se había ido a Italia y no había vuelto como era costumbre, un mes después. Setsuna y Rei disponían todo a su alrededor en la hermosa propiedad blanca de puertas azules. En su última llamada, el pelinegro les había dicho que volvería aquel día, en compañía de alguien. Todo aquel enigma había sorprendido a las pelinegras, por lo que todos anhelaban respuestas.

-¿Donde se supone que van estas rosas?- consultó Nik, quien había tomado el mando durante la ausencia de Darién.

-Las pidió expresamente en su habitación- le informó Rei, mirando con melancolía aquellas flores carmines que le recordaban a Serenity.

Con mal humor por tener que ayudar en esas tareas por orden de Rei, Nik desapareció de la sala de estar. La pelinegra repaso mentalmente todo: Lita se encargaba de la comida que había ordenado -por lo que sospechaban que la visita misteriosa era un humano-, Mina hacía decorado la terraza con vista al mar turquesa donde cenarían, con la ayuda de Malaquite. Setsuna y Armand limpiaban con esmero la vajilla griega, y así el resto de los miembros con sus pequeñas tareas de tener la casa perfecta.

-¡Ya llegaron!- anunció Amy desde la ventana.

Todos dejaron lo que estaban haciendo al escuchar aquel anuncio y salieron hacía el jardín delantero, donde observaron cómo un automóvil negro se estacionaba. De este, salió primero Darién, quien les sonrió. Rei se sorprendió al ver aquella expresión tan sincera de felicidad que no asomaba hacía siglos en el rostro del líder y escucho los murmullos, ya que todos habían notado lo mismo. El pelinegro rodeó el vehículo hasta la puerta del acompañante y la abrió, dejando salir a una mujer de cabellos rubios al viento.

-¡Oh, por Dios!- exclamó con un jadeo Setsuna, llevando una de sus manos a su boca al ver por primera vez a Serena, quien les sonreía a todos, tomada de la mano de Darién.

Rei se apoyó en Nik, aturdida por la impresión de ver a la rubia mientras que el resto reaccionaron de diversas maneras, aunque todas representaban la sorpresa. Mina, siempre dramática, se desvaneció pero fue rescatada oportunamente por Malachite.

-Familia- habló orgulloso Darien cuando estuvieron al frente de la comitiva de bienvenida- Quiero presentarles a Serena- miró a la rubia, quien asintió sonriendo- Es la reencarnación de Serenity.

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Superada la impresión inicial, toda la familia la recibió con inmensa alegría. Debía admitir que cuando Darién le había solicitado que dejaran Florencia para volver con los miembros de su clan, había estado nerviosa por cómo reaccionarían. Se habían tomado casi un año para estar solos, aprendiendo uno del otro y redescubriendo aquel amor del pasado.

Con la ayuda del pelinegro, había aprendido muchas cosas: que significaba realmente ser un vampiro, sus gustos y todos los lugares que habían recorrido en el pasado, entre muchas otras cosas. Inversamente, Darién se había tomado el tiempo para conocer a Serena y aprender sus nuevos pasatiempos, las dificultades que había atravesado y algunas sutiles diferencias. Habían decidido ir lento y disfrutar de las pequeñas cosas, esperando por el momento para la transformación en inmortal de Serena, aun cuando ella le había permitido beber de su sangre en algunas ocasiones.

Rei se colocó a su lado, aprovechando que Serena se encontraba admirando el paisaje del mar, sola por primera vez desde que habían llegado ya que Darién había salido unos minutos para alimentarse, ya que el viaje no se lo había permitido.

-¿Es un poco extraño todo, verdad?- le consultó con una sonrisa de comprensión.

-No, me siento por primera vez como en casa- le aseguró, devolviéndole la sonrisa- Todos ustedes aparecieron en mis sueños alguna vez. Aunque es la primera en que están todos juntos.

-¿Me recordaste?- consultó sorprendida y a la vez emocionada- Nunca nos habíamos encontrado con la reencarnación de una persona del pasado. Esto también en nuevo para nosotros.

-Creo que mi alma se negaba de alguna manera a dejarlos- Serena se encogió de hombros- Te soñé algunas veces, tocando un antiguo piano mientras te acompañaba con un violín.

La pelinegra le regaló una sonrisa nostálgica, en tanto una lágrima furtiva resbala por su mejilla. Sin perder tiempo, tomó su mano en gesto de consuelo.

-Estamos ansiosos de conocerte, Serena- le aseguró Rei, más animada- Te amamos en el pasado y no dudo que lo haremos nuevamente.

-Debo advertirte que Darién ya me dijo que he cambiado. Según sus palabras, soy aún más terca y rebelde.

-Entonces, eres aún más perfecta para él- rió con diversión.

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Una vez que cayó la noche, Darién le propuso que recorrieran la playa y Serena aceptó gustosa. Caminando descalza por la arena, sentía la agradable brisa de primavera ondera su vestido blanco y tomados de la mano, conversaron de sus impresiones.

-¿Te gusta la idea de vivir un tiempo aquí?- consultó Darién.

-Si, este lugar es realmente hermoso- respondió con voz soñadora, admirando el cielo repleto de estrellas.

-Vinimos aquí hace seis años, por insistencia de Mina quien lo descubrió viendo un catálogo de viajes turísticos- le comentó, atrayéndola aún más para abrazarla- El dinero no es problema, ya que hemos acumulado mucho durante los siglos, pero ya no podemos pasar demasiado tiempo en un lugar sin llamar la atención. Desventajas de la tecnología y las grandes ciudades.

-Me alegra que la han escuchado- rió deteniéndose, para abrazarlo más y elevar su rostro para que la besara, lo que él hizo sin que se lo pidiera.

Lo que pretendía ser un beso tierno, se transformó rápidamente en la ardiente pasión que sentían siempre que estaban juntos. Serena soltó un gemido, mientras Darién la recorría con sus manos, a través de aquel vestido suave y liviano.

-Creo que ha llegado el momento- le aseguró entre besos.

-¿Estas totalmente segura? Esta vez quiero que sea completamente tu decisión. He comentado muchos errores en el pasado y quiero...

-Lo estoy- le sonrió, acariciando su rostro- Deja de culparte por lo que sucedió tiempo atrás, ya has pagado con siglos de soledad y sufrimiento. Ahora, quiero que estemos juntos para siempre y seamos felices.

-No tienes idea lo que tus palabras significan para mí- le aseguró, conmovido, acariciando su rostro con extremo cuidado.

Tomándola en sus brazos de manera nupcial, el pelinegro regreso a su hogar sin ningún esfuerzo. Saltando, entró por el balcón de su habitación.

Entrando por primera vez en la recámara del pelinegro, observó un magnífico óleo dónde Serenity y él había sido retratados juntos. Aunque había aceptado que era su reencarnación, aquel cuadro la dejó súbitamente sin aliento, como la evidencia más absoluta de que cada palabra de Darién había sido verdad.

-¿Puedo verlo?- le consultó con voz entrecortada.

El pelinegro obedeció sin vacilar hasta la chimenea, dejándola en el suelo para permitirle apreciar el cuadro. Serena se perdió en el retrato, sobrecogida por la sensación de estar observándose a sí misma en un espejo. Sólo la hermosa vestimenta de época las diferenciaba.

-Ella te amaba realmente- le dijo, admirando el talento del artista en plasmar una sonrisa tan transparente y repleta de felicidad.

-Creo que aún lo hace- se atrevió a decir, observándola fijamente con una sonrisa que reflejaba su vulnerabilidad.

Sin mayores prólogos, la tomó por su estrecha cintura y la besó con hambre animal. Serena correspondió, apresando su cuello entre sus brazos.

La recosto en la cama y sin paciencia rompió su vestido, sonriendo ante aquella vieja costumbre de no poder esperar para verla desnuda. Se deshizo de sus ropas con velocidad, con tanta torpeza que también la desgarró. Lejos de permanecer pasiva, Serena lo obligó a que se recostara, para ella colocarse sobre él.

Lo beso con hambre, sintiendo que jamás se cansaría de sentir el sabor de sus labios. Sin perder tiempo, busco su rígido miembro para estimularlo. Su pasión era tan urgente que perdió la paciencia al poco tiempo, mientras Darien gruñía saboreando uno de sus pechos con esmero. Lo recibió profundamente, soltando un gemido poco pudoroso, satisfecha por fin de sentir su exquisita longitud enterrada, estableciendo ese vínculo tan primitivo y definitivo que aún seguía sorprendiendola.

Tomándose unos instantes, el pelinegro observó con veneración la expresión de inmenso placer plasmado en su perfecto rostro. Aún a pesar de haber estado un año juntos, le era difícil aceptar que estaba nuevamente en su vida y que no desaparecía como un sueño hermoso pero cruel. Estaba decidió a resarcir todas las estupideces de su pasado, dedicándose exclusivamente a compensar su amor y su retorno. Serenity había tenido razón y aún después de la muerte, había vuelvo a su lado para amarlo infinitamente. Así de inmenso había sido su amor por él, y ahora Serena le regalaba la maravillosa oportunidad de compartir nuevamente la eternidad a su lado. Más sabio, apreciaba el valor de su amor.

Serena gimió en protesta por su falta de respeta, por lo que la compenso con un beso hambriento y tomó sus caderas para guiar el ritmo del asalto. Se entregaron con esmero a la lujuria, ajenos al mundo que los rodeaba. Nada importaba más que aquel encuentro, que reconfortaba sus existencias. El placer escaló vertiginosamente por sus cuerpos, obligándolos a aumentar progresivamente la cadencia, empujandolos al cenit del orgasmo. Sin perder un instante, Darién hundió sus colmillos con premura, empujandolos a ambos a una nueva oleada de placer que obligó a gemir fuertemente a Serena. Se apartó suavemente y cortando su dedo, se lo tendió para que ella probara de su propia sangre. La rubia sostuvo con su brillante y sensual mirada celeste mientras saboreaba aquel que sería su nuevo alimento, llenando de erótica satisfacción a su amante.

Cómo era de esperarse, Serena cayó en un profundo sueño para comenzar con el proceso de transformación a su especie. Sin cambiar de posición, la acunó contra su amplio torso mientras se recostaba contra las almohadas. La luna resplandecía afuera, filtrando su luz para bañar su femenino cuerpo. La admiró con amor y respiró el narcótico aroma de cabello de oro.

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Mikonos, Grecia. 10 de junio de 2019

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Al abrir sus ojos, observó embelesada al hermoso dios griego que la sostenía prisionera entre sus brazos. Debía admitir que aún después de largos días de pasión, resultado de su mutación, aún no se cansaba de hacer el amor con él.

Recorrió perezosamente el contorno de su mandíbula, pensando en su nueva vida desde su encuentro en Florencia casi un año atrás. Sabía que ahora estarían unidos por siglos, en los cuales intentaría calmar su maltrecho corazón. Aún a pesar del tiempo compartido, Darién seguía soportando la culpa de su muerte en su vida anterior. Habían sido centurias de tristeza y sabía que era difícil para él perdonarse, sin importar cuántas veces ella había intentado disculparlo. Pero aquello no la desesperaba, ya que sabía que con el paso del tiempo lograría sanar su corazón con el bálsamo de su amor infinito.

Percibió el momento en que sus profundos ojos zafiros la quemaron con su atenta mirada. Le sonrió ampliamente, mientras depositaba un suave beso en su esculpido pecho.

-Buenos días pequeña- la saludó regalándole también una sonrisa.

-Buenos días mi amor- se levantó lentamente para ahora depositar otro beso, esta vez en sus labios.

-¿Estás lista para salir de este cuarto?- le consultó apretando aún más su cintura, estrechando sus cuerpos desnudos- Ayer Rei y los otros volvieron a quejarse porque estoy monopolizado tu tiempo.

-Pobres- sentenció, aún con una sonrisa- Deberíamos complacerlos.

-No soy un líder benevolente- bromeó Darién, acariciando su espalda con parsimonia.

-No te preocupes, mi amor- le susurró sobre sus labios, mordiendolo ligeramente, cuidando de no usar sus nuevos colmillos- Planeo estar a tu lado para toda la eternidad. Puedes compartirme un poco.

Aceptando su promesa, Darién la besó con renovada ansiedad. Ignorando cualquier protesta, giró con su cuerpo, colocándose sobre ella.

-Solo te haré el amor una vez más antes de dejarte ir- le aseguró sensualmente feliz.

Serena aceptó su orden, abrazando su cuello para guiarlo a sus labios. No podía evitarlo: el mundo desaparecía a su alrededor cuando él la miraba de aquella manera.

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¿Pensaron que sería tan malvada de dejarlos con ese final?

Lo soy, pero no con ustedes!

Espero, ahora si, que les guste este final y gracias nuevamente por acompañarme en este proceso ya que no sería nada sin ustedes.

¡Besos y abrazos!