[Mini-Fic]


Corazón Sangrante


—Familia Himura—

Aunque Kenji y su padre no tengan la mejor de las relaciones fraternales, el joven Himura deberá depositar su inquieto espíritu en las manos de su progenitor si desea conocer las respuestas a las dudas que lo atormentan desde que no pudo mantener la promesa que le hizo cuando él, por decisión propia decidió aprender el Hiten Mitsurugi Ryū.

Disclaimer:

Rurōni Kenshin © Nobuhiro Watsuki.

Corazón Sangrente © Adilay Fanficker.

Notas:

¡Hace demasiado tiempo que no he escrito nada para el fandom de Rurōni Kenshin! Pero traigo un mini-fic ya casi terminado. Con capítulos cortos pero cada uno muy interesante. Se los aseguro.

Siendo honesta no veo muchos fics donde tomen como punto de partida la relación entre Kenji y Kenshin. Comprendo que el romance entre personajes sea importante y completamente una delicia, sin embargo me encanta los fics donde toman tramas familiares.

Debo decir que a pesar de que me gustan los diseños de los personajes del último OVA donde Kenji es mayor y Kenshin junto a Kaoru mueren de forma dramáticamente horrible, no lo pienso tomar en cuenta.

¿Qué diablos con ese final?

Qué Kenji no quisiera estar con su papá cuando era niño no creo que sea motivo suficiente para pensar que en su adolescencia sea igual. Además de que el OVA antes mencionado pecaba de ser demasiado deprimente, tanto que según tengo entendido… ni a Watsuki le gustó. Cosa que me alegra.

En cuanto a las parejas principales, estas son: Kenshin x Kaoru y Kenji x Chizuru.

Sin más palabrería. ¡Ojalá les guste este escrito!



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LA BESTIA VUELVE A CASA

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—¡Muy bien, eso es todo por hoy! —decía la firme matriarca Kamiya, la flor del kendo—. ¡Mañana continuaremos a la misma hora!

—¡Sí, Kamiya-sensei!

—¡No olviden todo lo que aprendieron hoy, porque mañana practicaremos un nuevo movimiento!

—¡Sí, Kamiya-sensei!

Las clases en el Dōjō Kamiya terminaron como siempre a las 4:00pm, cuando el sol bajaba por el horizonte y repartía su luz a la otra mitad del globo terráqueo. Los 23 alumnos de Himura Kaoru, que aún la llamaban Kamiya-sensei, abandonaron la propiedad con completa calma, todos con su respectivo bokken en manos y hablando entre ellos sobre sus planes futuros.

Cada uno de los jóvenes aprendices, se encontró en la entrada con el señor Himura Kenshin, el esposo de su tan respetada instructora.

—Hasta mañana, señor Himura —se despidió uno.

—Qué tenga buena tarde, señor Himura —se despedían otros.

Pero a diferencia de otros días, en los que Kenshin respondía con una reverencia sencilla de cabeza y una sonrisa amigable, el antiguo Hitokiri no se movía ni para ver a los alumnos de su mujer; varios lo atribuyeron a que seguramente el señor Himura tenía cosas más importantes en qué pensar, quizás un nuevo caso en el que la policía necesitaba su ayuda, por lo que nadie se sintió ofendido por ser ignorado.

Solitario, apoyado en la pared, Kenshin descruzó los brazos cuando poco después de la partida del último alumno, advirtió una presencia a lo lejos; miró a su derecha y visualizó una no muy alta figura remarcada por la luz del atardecer, acercándose con pasos cortos al dōjō. Sin prisas ni perturbación aparente.

¿Quién lo diría? El día que volvería a ver a su hijo sería el mismo día en el que debía comenzar a maquillar un engaño perfecto para la mujer de su vida. El primero…

—Bienvenido a casa, hijo.

Y el último.

—Estoy de regreso, padre.

Ambos hombres, uno de 47 y el otro de 20 años recién cumplidos.

Si alguien los viese juntos diría que eran idénticos salvo por la cicatriz con forma de cruz en la mejilla del mayor y los hermosos ojos azules del menor. Por el otro lado, ambos vestían atuendos parecidos sólo que las yukatas exteriores eran de diversos colores. Kenji Himura había adoptado el color azul marino y gris mientras que su padre llevaba uno verde olivo aunque no dejaba de sentir aprecio por el rojo y el vino, tonos que todavía usaba comúnmente.

Kenshin dejó que su primogénito entrara a la casa, sin abrazos emotivos ni palabras bellas dignas de un retorno después de 12 años fuera de casa. Fuera de Tokyo.

No eran necesarias.

—¿Tu madre sabía que venías?

Pronto conocerían la respuesta cuando Kaoru Himura de 37 años de edad tiró su bokken impresionada por ver a su hijo al lado de su padre, entrando juntos a casa como si Kenji no hubiese pasado más de una década en las montañas de Kyoto entrenando para ser… oigan esto, el quinceavo sucesor de la escuela Hiten Mitsurugi Ryū.

El único problema es que Kaoru no sabía eso último.

—¡Kenji! —exclamó como toda una madre que al fin recuperaba parte de su alma al mirar el regreso de su precioso retoño.

Lejos de su esposa e hijo, Kenshin sonrió un poco cuando miró a su energética mujer correr casi a trompicones hacia donde estaba Kenji. Ella se arrojó literalmente a sus brazos tirándolo al piso junto con ella.

—¡Kenji! ¡Has vuelto, has vuelto! —reía Kaoru tan feliz que el hasta entonces estoico rostro del joven Himura se ablandó.

—Perdóname por tardar tanto, querida madre.

No correspondió el afectivo abrazo, pero no por lo que Kaoru se imaginó.

—Mmm, ¿acaso Hiko-san te hizo un amargado igual a él que no abrazas a tu madre? —refunfuñó ante la frialdad de su hijo.

—No es eso —musitó el chico.

Sin dejar el ceño fruncido, levantándose del piso, Kaoru desligó el tema. Liego tomó las manos de Kenji con una suavidad que hizo estragos en el alma del joven.

—Bienvenido a casa —musitó con el puro amor de una madre benevolente.

Kenji solo asintió tratando de sonreír un poco para ella. Eso ayudó a que Kaoru mirara a su esposo, prestándole atención a él.

—¿Sabías que regresaría hoy y no me lo dijiste? —reprendió con una sonrisa sin sentirse de verdad molesta.

—Sorpresa —dijo Kenshin alzando los hombros, sonriendo más amenamente que su hijo.

—Vamos adentro —Kaoru miró a Kenji—, debes estar agotado por el viaje. Seguramente ni tu padre ni el desconsiderado de tu abuelo te dieron dinero para que vinieras en tren.

Haciendo poco caso de ello, Kenji trató de no darle importancia. Hace ya mucho tiempo desde Kaoru había considerado al viejo Seijûro como un padre para Kenshin lo que a sus ojos lo hacía el actual abuelo de Kenji.

—Mamá, está bien.

—¡No! No está bien. Vamos, te prepararé agua caliente para que te des un baño y luego prepararé la cena.

—¿Tú cocinas…? —masculló entre dientes.

Formando una mueca de ofensa, Kaoru palmeó el brazo de Kenji.

—No te burles de tu madre, niño. He mejorado bastante, pregúntale a tu padre.

En una situación normal, Kenji se habría girado para contemplar a su padre, quien le pediría que aceptase de buena gana la comida de su madre. Pero esta no era una situación normal, ni siquiera su precipitado regreso a Tokyo lo era. Kenji no se sintió con el valor de encarar una vez más los ojos de su padre, temía que si lo hacía, se desmoronaría ahí mismo donde estaba.

Y estaba esforzándose mucho por mantener una cara estoica.

—Tendré que confiar en ti, madre —dijo sonriendo levente, desviando la mirada al piso.

Recogiendo un pequeño morral donde llevaba una muda de ropa y dinero, Kenji tampoco se atrevió a decirle a su amada madre que desde que cumplió los 13 años, había trabajado arduamente como un esclavo en el Aoiya mientras entrenaba con Hiko-sensei, todo al mismo tiempo. Todo bajo la extrema discreción del Oniwabanshū y su maestro quienes no tuvieron problemas en guardar el secreto de Kenji con respecto a su entrenamiento real, con el viejo espadachín.

Kenji había hecho todo eso con las intenciones de darle una sorpresa a su madre cuando regresase; demostrarle que no sólo había salido de casa para aprender el estilo de espada que empuñó una vez su padre en una sádica guerra. Sino para hacerle ver que como hombre podía ser más de lo que ella pensaba que sería. Incluso le había pedido a las chicas del Aoiya que le enseñaran a leer y escribir, para asombrar a su querida progenitora con conocimientos más allá de la fuerza física.

—Entonces no perdamos tiempo —Kaoru codeó a su hijo con una sonrisa pícara—, tú tienes mucho que contarme, jovencito.

Kaoru le quitó la bolsa que su hijo llevaba y la lanzó a Kenshin, quien la atrapó por suerte, y con sorpresa.

—Tú lleva eso —ordenó llevándose a su hijo sin dejar de mirarlo de arriba abajo—. Qué bien que creciste alto, por un segundo pensaba que serías tan bajito como tu padre —bromeó riéndose sola. Después de todo padre e hijo no diferenciaban mucho en altura.

Kenshin ignoró ese comentario, perdiendo el poco sentido del humor que había podido recolectar para no preocupar a su esposa. Le agradaba verla emocionada. Aunque estuviese siendo consumido por la angustia, él no iba a perturbar la felicidad de Kaoru. Quizás en eso su hijo y él se pareciesen bastante.

»Kenshin-san. Llegó esto para ti desde Kyoto, tiene instrucciones específicas de que sólo tú lo recibas —le había dicho Tae hace un par de días cuando le explicó que una caja misteriosa llegó al Akabeko y dentro de ella se encontraba el sobre y una nota adherida a él.

La nota decía:

"Tae-sama, lamento mucho causarle estos inconvenientes. Sin embargo no deseo que mi madre sepa de mi próximo regreso y quiero darle una sorpresa.

Por favor, le pido de la manera más atenta que entregue la carta a mi padre y sólo a él.

Gracias.

—Himura Kenji".

Kenshin pudo ver que la caligrafía no pertenecía a nadie que él conociese lo que le hizo deducir que de alguna forma su hijo había logrado aprender a escribir impecablemente. Incluso él tenía problemas a veces para representar diversos kanjis en papel pero sin duda Kenji había sido bendecido con la sabiduría de su madre… y ciertas habilidades de su padre. Habilidades que Kenshin hubiese preferido enterrar junto a su cuerpo maltrecho.

»Su madre es una kendoka. Su padre un Hitokiri que por motivos obvios ya no ejerce esa profesión —recordó las palabras de su maestro. Hace años cuando él llegó de improviso para visitar a su nieto y nuera.

En esos momentos, Kenji estaba jugando en el dōjō mientras Kaoru hacía las compras aun cuando lo tenía prohibido. Lo que él no sabría hasta los 16 fue que Kenshin y Hiko lo encontraron infraganti y vieron con la misma mirada seria, la destreza con la que el niño de entonces 8 años manejaba el bokken.

»¿Tu esposa le ha dado clases?

Muy para su pesar, Kenshin no pudo mentir.

»No.

La deducción de Hiko Seijûro fue que Kenji Himura había nacido con el mismo don de su padre para el manejo de la espada. Sin ser entrenado, el niño podía copiar a la perfección las posturas y los movimientos básicos del estilo Kamiya Kasshin Ryū. Todos sus ataques no eran un juego a pesar de que el niño se reía como si lo fuesen, incluso sostenía sin error el bokken el cual era demasiado grande para él.

Y lo peor es que era probable que el niño, por su inocencia, ni siquiera se diese cuenta de que estaba haciendo los movimientos a la perfección.

»Sabes que ese talento no puede desperdiciarse.

»Sí, sí puede —espetó Kenshin siendo cuidadoso de que su hijo no lo escuchase—. No permitiré que mi hijo adopte una técnica de asesinato, shishou. No en estos tiempos.

Hiko entonces se burló.

»No puedes ir contra su destino. ¿Acaso estás ciego? Ese niño salió del vientre de su madre con una katana en la mano, listo para pelear. Si tú o tu mujer no le enseñan a manejar esas cualidades, ellas lo devorarán vivo —la mirada del treceavo Hiko Seijûro lo taladró—. Esto no es algo en lo que Kaoru o tú puedan intervenir. Su don, es como aprender a caminar: lo aprenderá algún día. ¿Y quién mejor para enseñarle que yo? Quizás él sea el sucesor que tu no quisiste ser.

Kenshin siempre supo que permitir tal cosa sería una mala idea, pero vio con sus propios ojos a su hijo.

Su niño de 8 años manejaba el bokken como un alumno avanzado, energético y fascinado con los ejercicios. Kaoru no había querido darle lecciones hasta que cumpliese los 10 años y hasta entonces lo mantuvo sólo como un espectador en el dōjō.

A veces Yahiko o el propio Kenshin juraban con él fingiendo enseñarle algo. Ambos concordaban en que para ser un niño de esa edad golpeaba con certeza.

El padre no advirtió a su hijo consumir el conocimiento que veía diario con atención. Su método de aprendizaje era asombroso, con tan solo verlo y siendo tan joven, Kenji podía copiarlo todo sin errores. Entonces tomó su decisión. Bajo la promesa de Hiko que no le enseñaría la técnica Hiten Mitsurugi, Kenshin permitió que el hombre se llevase a Kenji para instruirlo si es que su esposa estaba de acuerdo. Kaoru, por obvias razones protestó en contra de la idea como una fiera, dictando que su hijo todavía era muy joven para salir de casa sin ella, y que no era necesario que nadie educase a su bebé cuando ese era su trabajo.

Lamentablemente tanto padre como madre tenían responsabilidades que los dejaban lejos de su bebé; Kaoru enseñando kendo en el Dōjō Maekawa y en el propio. Kenshin atendiendo muy frecuentemente las peticiones de la policía para ayudar en casos que el afamado cuerpo de la ley no podía. Tae estaba ya demasiado ocupada con sus propios negocios, Yahiko la ayudándole al 100% además de que solía tomarse parte de su tiempo para auxiliar a Kaoru con el Dōjō Kamiya. Y la pobre Tsubame estaba constantemente ayudando al Doctor Genzai, quien con cada año que pasaba, se debilitaba más y más por su edad; eso y su trabajo como camarera en el Akabeko.

La situación, aunque era tolerable, no podía seguir así. Necesitaban ayuda. Kenji no podía quedarse solo y aparentemente no era muy sociable con otros niños, de cierto modo parecía rehusarse a simpatizar con otros.

Rápidamente las dudas de Kaoru con respecto a que s hijo fuese educado por Seijûro fueron apaciguadas cuando Kenshin le juró llevarla cada 6 meses a las montañas de Kyoto para verlo. Además, cerca de Kenji estarían sus tíos Aoshi, Sae, Misao y el resto del Aoiya junto al Shirobeko para vigilar el bienestar del niño.

Cartas constantes de sus progresos en su disciplina y visitas semestrales hicieron que Kaoru soltara a su hijo un poco y viera con asombro cómo el niño, cada vez que la veía, se arrodillaba frente a ella y la llamaba "honorable madre".

Ya no "mami" ni "Kaoru-fea", como su tío Yahiko la llamaba también para hacerla enojar de vez en cuando.

Kenji cumplía los 14 años el día que Kaoru decidió darle una sorpresa yendo sin anunciarse a las montañas. Cuando Kenshin y ella vieron que el joven tierno y educado que una vez fingía cocinar pasteles de lodo, ahora cargaba 4 baldes grandes de agua sobre su espalda sin protestar, ambos tuvieron que aceptar que ya no era su pequeño.

Obvio, Kenji y Hiko se vieron anonadados con la inesperada llegada de los padres del muchacho, pero pese a los comentarios irritados del mayor por no anunciarse antes, la pequeña familia de 3 decidió bajar al Aoiya y reunirse en el Shirobeko para celebrar.

Ese día Kenshin detectaría algo inusual en Kenji.

»Dime una cosa —lo interceptó en solitario.

»¿Qué es, padre?

»¿Qué es lo que Shishou está enseñándote?

Himura Battōsai no sobrevivió al Bakumatsu siendo un idiota. Kenshin alcanzó a ver la destreza con la que su hijo había evitado que Sae tirase la tetera después de resbalar; la rapidez, los movimientos, todo perfecto. Menos mal que Kaoru había tenido que ir al baño por lo que no presenció lo que su marido sí.

Las caras pálidas de Misao, Sae e incluso del propio Aoshi, al detectar la mirada pensativa de Kenshin sobre Kenji lo dijeron todo.

Él sólo necesitaba la confirmación.

»No te atrevas a mentirme, Kenji. ¿Acaso shishou te está enseñando el Hiten Mitsurugi Ryū?

Sin mostrarse avergonzado o temeroso Kenji retuvo la mirada severa de su padre, afirmando que no estaba en desacuerdo en que lo hiciera.

»Yo así lo elegí —declaró—. Seré fuerte, pero tú tranquilo. No es mi meta usar ese estilo para matar a quien se me cruce por el camino. Sé que mi madre jamás me lo perdonaría.

»Peor que eso, le destruirías el corazón —le advirtió—, lo peor es que te destruirás a ti mismo.

Kenji chasqueó la lengua pensando que su padre hablaba de su condición física; después de todo Himura Kenshin por sus años batallando incesantemente había acabado con su vida de samurái en poco tiempo, obsequiando su preciada Sakabatō a Myōjin Yahiko, eligiéndolo a él como un sucesor para la creencia de la "espada que protege la vida".

»Estaré bien, además, ¿de dónde sacaría yo una katana que pueda cortar en estos días? Relájate, padre, Shishou sabe que no estoy interesado en matarlo para ser su sucesor. Sólo aprendo esto porque… —Kenji dudó un poco, al final sólo suspiró—. Escucha… voy a estar bien. No usaré esta técnica para hacer daño, te lo prometo.

Confiando en la determinación que vio en los ojos azules de Kenji, Kenshin suspiró y le dijo que lo mejor era no mantener informada de esto a Kaoru. Qué siguiese fingiendo que sólo estaba siendo educado por Hiko y ante todo, fuese cuidadoso.

»Por último; promete que cuando termines tus enseñanzas vas a volver a casa y dejarás de preocupar a tu madre.

Kenji no objetó contra esa promesa, después de todo, Kaoru seguía insistiendo en que su hijo debería heredar el dōjō y seguir con el camino Kamiya Kasshin, cuando fuese el momento de hacerlo, y era muy probable que ese momento fuese "ya mismo".

Qué pena que la misma maldita fortuna que cayó sobre Kenshin, cuando él tuvo la suerte de ser acomodado en las filas de los Ishin Shishi por sus prodigiosas habilidades, persiguiese ahora a su propio hijo con el mismo objetivo: hacerlo perderse en la oscuridad.

Porque si bien, el chico cumplió su segunda promesa. Hiko, como resultado, se irritó demasiado porque Kenji no quiso matarlo para ascender a maestro justo como su estúpido padre. Kenshin se sintió aliviado cuando pudo sentir el regreso de su hijo a casa, lamentablemente esos emocionantes pensamientos de dicha fueron suplidos por el horror cuando leyó la carta que el muchacho había dejado para él.

"Papá, lo siento.

Rompí mi promesa."

Con esas simples palabras Himura Kenji fue explícito, después de todo su padre sólo le hizo prometer dos cosas la tarde que descubrió que su hijo estaba aprendiendo el Hiten Mitsurugi Ryū.

1.- Regresar a casa.

2.- No usar el Hiten Mitsurugi para hacer daño.

Si había cumplido una de esas promesas y falló en la otra, Kenshin tuvo que prepararse mentalmente para encarar a su hijo. Al verlo a los ojos cuando se encontraron, el antiguo samurái sintió que retrocedió en el tiempo cuando él mismo había regresado a la posada donde se ocultaban los miembros del Ishin Shishi, posterior al éxito de su primera misión, viéndose la cara manchada de sangre en un espejo.

Kenshin dejó con cuidado la bolsa de su hijo en la habitación que el infante mismo cerró al irse con Hiko Seijûro y desde entonces sólo su padre limpiaba para evitar que ésta acumulase polvo. Kenshin no pudo evitar notar que en uno de los bordes del nudo que lo mantenía cerrado estaba delineado con una suciedad conocida, seca, rasposa. Oscura y casi reciente.

Entrecerrando sus finos ojos color violeta, Kenshin salió del cuarto dispuesto a evitar que su esposa quemase la cena. Kaoru estaba demasiado emocionada; feliz, por el retorno de su hijo como para darse cuenta de buenas a primeras que los ojos que el chico heredó de ella junto al cabello rojo de él, ocultaban un justificable temor.

Una aplastante vergüenza que él no pensaba delatar.

—CONTINUARÁ—


¡Muchísimas gracias por leer!

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