Disclaimer: Los personajes de Naruto no son de mi propiedad sino de su creador, el mangaka Masashi Kishimoto. Solo los utilizo para adaptarlos a la historia de Kayla Leiz, Cinco para una. La pareja principal es Sasuhina, sus personalidades pueden estar alteradas ya que es una adaptación, sino te gusta no lo leas, todo lo hago sin fines de lucro y por amor al Sasuhina así que si no te gusta esta pareja ¿Qué haces aquí? Solo quiero mostrar los libros que me gustaron a través de esta gran pareja que se robó mi corazón desde que la vi.

Advertencia: este libro tiene contenido sexual y palabras vulgares. Quien avisa no es traidor. Disfruten de la lectura.

SINOPSIS

Hinata deseaba huir de su pasado, dejar atrás aquello que tanto daño le había hecho e iniciar de cero. Cuando llega a un pueblo desconocido, un travestí la invita a un local exclusivo para mujeres.

Los 5 strippers, a cual más atrayente, que allá trabajan la acogen en su casa y le ofrecen un trabajo en el club. 4 de ellos están encantados de compartir su casa con ella y le enseñan las exquisiteces del sexo. El quinto se resiste pues se ha enamorado de Hinata y la quiere en exclusiva. Mas antes de gozar de su amor, ella tiene que poner en orden su pasado y solucionar el tema que la hizo huir de casa.

¿Y si el pasado vuelve justo en el mejor instante de su vida?

CAPÍTULO 1

Tenía problemas. Graves problemas. Tremendos problemas. No era sólo haberse ido de casa dos días antes con lo puesto y el dinero que llevaba encima: la situación era mucho peor. Mucho, mucho peor…

¿Dónde se encontraba? ¡No tenía ni idea! Se encontraba totalmente perdida. Miró a su alrededor tratando de asimilar algo, de encontrar una pista de su paradero. Cualquier cosa, para que en su mente se le encendiera una bombilla y le dijera dónde podía estar... ¡algo! Pero ésta parecía tener un cartel en su lugar: «Cerrado por vacaciones, o por tonta», lo que más le conviniera.

Tembló escondiéndose dentro de su chaquetón. Esa noche iba a hacer frío. Y ella estaba en apuros. Dejando a un lado el hecho de no saber dónde estaba —esto tenía una buena solución si lograba encontrar un alma, a poder ser viva y calentita para robarle algo de calor, mientras le preguntaba dónde se hallaba—, el problema era que no tenía ni un céntimo en el bolsillo.

El dinero se había esfumado a pesar de que había llevado cierta cantidad. ¿Y por qué? Por ser una crédula y confiar en las personas.

Pero es que ¿Cómo iba a saber que esa ancianita octogenaria iba a tener las manos tan largas? Gimió ante el recuerdo de los ahorros perdidos. Adiós a una comida decente, adiós a un billete de autobús hacia un lugar más tranquilo, adiós a... a todo.

El viento helado la hizo sisear y se enfundó más en el abrigo, arqueándose para calentarse un poco los muslos, pues los dedos de los pies ya no los sentía hacía rato. Necesitaba encontrar un sitio donde poder pasar la noche, uno donde no hiciera frío; no lo soportaba y ahora éste se tomaba la revancha atormentándola a conciencia.

Sacó la mano para sostener el móvil. Podía llamar por teléfono, quizá la estuvieran buscando o se alegraran de saber de ella. Como un rayo, el grito apareció en su mente deteniendo cualquier avance para encender el teléfono. Suspiró y lo enterró de nuevo en su chaquetón. Mejor continuar andando y mantenerse despierta que quedarse quieta y morir de hipotermia.

O estaba en un pueblo desierto o algo pasaba en aquel lugar. Eran las doce de la noche, sábado o domingo, dependiendo de los segundos que llevara ya la hora, ¿no había jóvenes por ahí? Necesitaba saber dónde se encontraba, y no sólo para dejar de sentirse como una auténtica recién llegada.

Entonces un sonido vulgar y digno de un bruto le llamó la atención.

Se volvió lo suficiente para ver a un hombre... ¿O era una mujer? Ya se preocuparía por el género después. Parecía un gigante bostezando mientras cerraba con llave la puerta de su casa. Las luces de las farolas, encendidas desde que llegó, no le dejaban apreciar mucho de esa persona, pero le llamaban poderosamente la atención dos cosas: el color tan blanco de su piel y el hecho de llevar un tocado de mujer y un vestido a juego. Se quedó mirando embobada sin saber por qué. Era un poco y larguirucho, con maquillaje de color morado que enmarcaban sus ojos. Además, llevaba un vestido rojo, escotado por delante, con dos rellenos para simular pechos, y el pelo largo negro recogido en un moño del que sobresalían mechones discretos pero simétricos unos de otros, como si hubiera dedicado bastante tiempo a ello.

Llevaba zapatos de tacón de color rojo, no demasiado altos; tampoco creía que los necesitara tanto, a pesar de que no era tan alto estaba segura de que entraba en la media. Los ojos eran de un color ocre, refulgente ante tanta oscuridad; tenía una peca al lado de la comisura izquierda... Un momento, esas cosas no se podían ver desde lejos...

Reaccionó cuando el hombre prácticamente estaba en su delante y le zarandeó levemente la mano.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó una voz claramente de hombre, aunque intentaba darle un toque «femenino» sin demasiado éxito.

Levantó la cabeza y observó a ese hombre, segura ya de que era de sexo masculino, que la miraba con amabilidad.

—Disculpe.

—¿Eres nueva aquí? —preguntó.

«Aquí...» Era curioso como todo el mundo empleaba este adverbio para referirse al lugar donde se encontraba. ¿No podía decir simplemente el nombre de la localidad? La primera persona, que se encontraba y tenía que decir «aquí».

—¿Dónde...?

—¿Tienes...?

Se miraron los dos callando las preguntas que iban a hacer, estallando en risas de repente. ¿Cuántas posibilidades había de que dos completos desconocidos fueran a hablar al mismo tiempo?

—¿Qué haces aquí sola? ¿Te has perdido?

Negó intentando sonreírle. ¿Por qué no estaba nerviosa con él? Era un desconocido que nunca había visto, podía ser un ladrón o un estafador. Y, sin embargo, el hecho de ir vestido como una mujer le quitaba esa aura de posible criminal.

—Ven conmigo, iremos a un sitio donde calentarte —agregó cogiéndola del brazo.

Ella afianzó sus pies en el suelo ejerciendo algo de resistencia. Una cosa era sentirse bien a su lado, otra ir adonde él quisiera.

—Me llamo Orochimaru. Ésa es mi casa y, si no nos damos prisa, todos estarán pillados.

—¿Todos? —preguntó frunciendo el ceño.

—Date prisa, cariño. Hoy quiero que Kiba sea sólo para mí. ¿Me harás ese favor? ¿Sí?

Ver a un hombre más alto que ella, con las manos unidas en un rezo y una de sus piernas levantada hacia atrás, no era la idea de un macho, desde luego.

—Te prometo que no te llevo a ningún lado malo, sólo es el Fever Club.

—¿Fever Club?

Orochimaru abrió los ojos y levantó las cejas. Se tapó la boca abierta con la mano. ¿Acaso había dicho algo grave?

—¿No lo conoces? Dios Santo, una mujer como tú debería ver eso, y a los cinco. Tienes que ir, vamos —contestó; esta vez tirando sin ningún pudor. No es que ella pudiera ganar en fuerza ante un hombre, pero esperaba que por su aspecto no fuera tan fuerte, más estaba convencida de que aquel hombre era mucho más fuerte de lo que uno se podría llegar a esperar.

Caminaron —si se podía llamar así a tener que dar tres pasos por cada uno de Orochimaru— por las intrincadas calles, todas desiertas en esos momentos salvo por alguna que otra mujer que corría adelantándolos.

¿Qué pasaba allí para que las mujeres... y los gais se pusieran histéricos?

—No me has dicho tu nombre —puntualizó Orochimaru—. ¿Tienes nombre?

—Por supuesto... Puedes llamarme Hi.

Él la miró de reojo arqueando una ceja.

—No es muy normal que digamos.

—Tampoco lo es un hombre como tú vestido de mujer —replicó ella, pero rápidamente se arrepintió.

Levantó la vista hacia Orochimaru y vio que sonreía.

—Les vas a gustar a los chicos, no suele haber mucha sangre fresca por aquí.

Otra vez el aquí...

—¿Y aquí es...? —preguntó en un intento por saber adónde demonios había ido a parar.

El grito de varias mujeres le hizo apartar la mirada de Orochimaru para centrarse en lo que había frente a ella. Un edificio de color crema cuyo cartel decía Fever Club estaba iluminado de arriba abajo y una larga cola de féminas esperaba para entrar mientras un hombre en la puerta les permitía hacerlo o las rechazaba, normalmente cuando parecían más niñas que otra cosa. Seguro que, a ella, con su estatura, no le permitían ni acercarse.

No parecía anunciarse qué clase de club era, pero una cosa estaba clara: no había hombres aguardando en la entrada, sólo mujeres. ¿Un club exclusivo para ellas? Sí, iba a tener esa suerte. El cartel en letras de fuego ya presagiaba que eso sería como entrar en el infierno, tentaciones por doquier.

La cola de mujeres, todas ellas bien arregladas, algunas haciendo estremecer de frío a Hi al verlas tan ligeras de ropa, esperaba pacientemente para pasar. Y parecía que podían hacerlo sin pagar nada, pues las dejaban seguir sin más.

—¿Qué es esto? —susurró.

—El paraíso, cariño —contestó Orochimaru empujándola sin hacer caso de la fila, avanzando como si nada, a pesar de los insultos, imprecaciones y demás intentos por llevarlo al final.

Observó al hombre frente a la puerta con el ceño fruncido. Iba a detenerlos, seguro, ella no iba para nada bien como para entrar en un lugar como ese.

—Hoy estás preciosa, Orochi —dijo éste sonriéndole de una forma que semejaba más un intento por no echarse a reír allí mismo.

—Gracias, primor. Dime que Kiba está libre hoy, ¡por favor! —exclamó con una voz tan lastimera que a la misma Hi le dieron ganas de decirle que sí.

—Hoy le toca barra, así que estará libre toda la noche.

—¡Sí! —Orochimaru gritó tan fuerte que Hi se alejó de él, por eso y por el salto que pegó. Sin darse cuenta, la empujó a un lado abrazando a ese portero con todas sus fuerzas, que eran muchas—. Ya verás, Jugo. Hoy sucumbirá a mis encantos, me voy a pegar a él como su sombra y deseará poner sus manos en este cuerpazo... Y lo que no sean sus manos —terminó guiñando un ojo.

—Sí, sí, lo que quieras. Luego no vengas a mí con el rímel corrido porque te ha dicho algo.

Orochimaru hizo un puchero... ¡Un puchero! Hi no salía de su asombro y se preguntaba qué clase de ocupación tendría por el día. ¿En qué trabajaría un hombre como aquel con tendencia al victimismo?

—¿Ésta va contigo? ¿Es una amiga?

—Algo así. La dejarás pasar, ¿verdad? Está helada y yo sé que tú no dejas a una mujer pasando frío, ¿no? —insistió acariciándole el pecho.

Varios resoplidos y protestas de las mujeres los hicieron mirar hacia atrás—. ¡Vamos, lagartas! Vosotras os podéis congelar, pero ella necesita un sitio calentito, y a los cinco mucho más.

Los gritos de las mujeres hicieron que Hi se tapase los oídos. De no ser por Orochimaru, que la protegió con su cuerpo, o del tal Jugo, que abrió la puerta, se hubiera generado una buena pelea.

Entrar en el club la dejó ciega por un momento debido a la oscuridad, en contraste con tanta luz como había fuera. El pasillo estaba casi a oscuras, pero había un haz tenue al final del mismo. Daba la impresión de que las paredes estaban pintadas con terciopelo, pues no parecía que estuvieran recubiertas de tela.

—¿Estará bien?

—¿Jugo? Sí, no le harán nada. A lo sumo disfrutará tocando a alguna de ésas. Saben que es quien puede permitirles entrar o no. Dudo que alguna se quiera enemistar con él. —Definitivamente Orochimaru era único en su especie.

Cuando llegaron al final, el pasillo se abría por completo en una sala llena de sillones apoyados en la pared y algunas mesas. Varias mujeres estaban sentadas tomando bebidas mientras otras se acercaban a una tarima de donde salía música y parecía haber alguna clase de espectáculo. Las paredes estaban pintadas en tonos salmón y rosado, con una decoración fiestera; parecía que había burbujas flotando por el ambiente. La misma pared donde estaban los sofás tenía espejos enormes. Frente a ella se encontraba la barra y...

—¡Kibaaaaaaaaa! —gritó Orochimaru lastimeramente para llamar la atención de un hombre tras la barra.

En cuanto los ojos del muchacho apuntaron hacia ella, o él, dependiendo de cómo lo vieran, suspiró alzando la mirada al cielo como si rogara.

Hi se quedó atrás mientras veía cómo Orochimaru se metía detrás de la barra y magreaba con ahínco al tal Kiba, mucho más alto que él, con una camiseta negra de manga corta que, bien le estaba pequeña, al no poder contener todo su musculoso cuerpo, o lo hacía aposta para deleitar la vista. No le veía los pantalones, pero, si eran como la camiseta, seguro que le quedaban ajustados. Llevaba el pelo corto castaño, y hasta que Orochimaru se le echó encima, una sonrisa evidenciaba sus hoyuelos en el rostro. Ahora intentaba controlar a aquel hombre.

—Orochimaru, ¿qué quieres?

—Oye, no me llames así cuando voy vestida de mujer... —protestó con un mohín.

Kiba salió de la barra seguido por el otro.

—Además, sabes que te gusto... —añadió siguiendo el contorno de su espalda, el vientre y algo más abajo. Se detuvo justo antes de poder siquiera rozar su miembro.

—Sí, sobre todo con las manitas quietas —replicó el otro sujetándole.

Orochimaru dibujó una sonrisa traviesa.

—Si me dejaras probar ese manjar escondido... —protestó relamiéndose con erotismo delante de él. Avanzó tratando de besarlo, mientras Kiba se esforzaba en mantenerlo alejado de su boca y de otras partes del cuerpo.

—¿Quién es ella? —inquirió, mirando de arriba abajo a la joven, de tal forma que Hi sentía un cosquilleo cada vez que los ojos de aquel hombre se posaban en alguna parte de su cuerpo. ¿Cómo se había fijado en ella, teniendo en cuenta el acoso y derribo de Orochimaru? ¿O las mujeres que había por allí?

Orochimaru se separó de él para coger a Hi y ponerla frente a Kiba. Sus manos en los hombros parecían clavarla en el sitio y le impedían cualquier tipo de retroceso.

—Oh, es una gatita que recogí en la calle y la traje para calentarla... —Kiba la miró esbozando una media sonrisa—. Y como sigas así vas a hacerla hervir, ricura—dijo Orochimaru divertido.

—¿Una gatita? ¿Y tiene nombre?

—Hi —contestó Orochimaru antes de que ella pudiera hacerlo.

La sorpresa por ese apodo también intrigó a Kiba, pero no dijo nada después de mirar a Orochimaru. Echó mano al bolsillo trasero del pantalón y extrajo una tarjeta que le tendió. Era de color blanco con dos líneas curvilíneas en rosa y azul, el logo del club y un mensaje: What a lovely way to burn («Qué encantadora forma de quemarse»). Desde luego, con Kiba ya podía empezar a hacerlo.

—Bienvenida al Fever Club.