Lucius le miró fijamente, y Remus no supo qué hacer. Le echaba de menos, pero ni siquiera sabía dónde vivía, tenía claro que empezar a preguntar por él no iba a ser algo que no levantara sospechas.

Ambos se dirigieron a la sección infantil, pero Lucius no dejaba de mirarle y Remus era incapaz de apartar la mirada de él.

El niño miraba los libros y en ese momento se acordó de que él podía acercarse sin levantar sospechas, trabaja allí. Podía ayudarle.

—Buenas tardes—les saludó—¿Están buscando algo en concreto? ¿Puedo ayudarles?

Era incapaz de apartar la mirada de Lucius, le echaba tanto de menos, se arrepentía tanto de lo que había dicho, de despedirse del modo en el que lo habían hecho.

Aún seguía pensando en los que dijo, pero estar sin él era muy duro.

—Estamos buscando un libro un tanto raro—habló el padre, Remus le hubiera besado si se hubieran encontrado a solas, añoraba su voz, todo.—La antigua edición de Sirenas, guía de supervivencia.

A Remus le costó reconectar, hasta que los cuatro ojos grises le devolvieron a la realidad.

—Tenemos la actual versión, Sirenas, criaturas incomprendidas.

¿Podrían conseguirnos una copia antigua?—Eso serían días, pero significaría que volverían a la librería, volverían a verse.

—Claro, creo que en un par de días podríamos tenerla.

—¿Podrían hacérnosla llegar a casa?—preguntó, y Remus se desilusionó, ¿había querido ver en aquella visita un acercamiento?

—Tendría que hablarlo con el dueño—dijo algo dubitativo.

—Si usted nos lo trae a Malfoy Manor le estaría muy agradecido—¿Era aquello una invitación a su hogar?

Remus solo asintió, le quemaban las manos de no poder tocarle, pero allí estaban.

—¿Tiene algún libro sobre como tener un dragón de mascota?—le preguntó el niño y Remus abrió muchísimo los ojos sorprendido.

—Creo que nadie ha vivido lo suficiente para escribir una historia verídica sobre ese tema—le sonrió Remus—, pero tenemos un libro sobre las 1001 precauciones si un dragón entra en su casa de Artorius Weasley.

—Papá, lo quiero—dijo completamente excitado el niño.

—Lo tienes en aquel montón de allí—le señaló una pila que sorprendentemente nunca llegaba a caerse.

Draco salió corriendo sin decir palabra y ellos dos se quedaron a solas.

—Sigue empeñado en tener una criatura sumamente peligrosa como mascota, no sé qué voy a hacer con él—dijo sonriendo mirando a su hijo.

—Te he echado mucho de menos—confesó Remus en voz baja, la mirada de Lucius que había estado fija en su hijo se posaba ahora en él, no sabía qué pensar.

Pero fueron sus dedos lo que le dijeron más de lo que algunas palabras podían expresar, sutilmente acarició su mano, sentía su calor.

Rápidamente se separaron porque Draco venía con las mejillas sonrojadas y con un libro enorme sobre dragones.

—Esta es nuestra dirección, estaremos encantados de que venga a visitarnos cuando tenga nuestro libro.

—Por supuesto, creo que solo serán un par de días.

Lucius sacó una pequeña tarjeta de visita y se la dio a Remus, sus dedos volvieron a tocarse más tiempo del debido y Remus sonrió ampliamente.

—Le estaremos esperando, señor Lupin—se despidió Lucius.

Draco le sonrió y movió su mano libre cargando con la otra el gran libro de dragones, el señor Blotts les cobró y luego se quedó mirando a Remus de un modo peculiar.

Buscó el libro sobre sirenas en todas la librerías que conocía, no fue fácil, pero él mismo fue a comprarlo para poder ir a casa de Lucius, como le había dicho tardó dos días, y cuando se encontraba en la entrada de aquella imponente casa se quedó impresionado, nunca había estado en un lugar tan elegante.

Tragó duró y llamó a la puerta, tenía el libro en la mano y esta le sudaba, no fue Lucius quien le recibió sino un pequeño elfo doméstico.

Le hizo pasar por demasiados salones para su gusto, cuando la criatura se detuvo supo que había llegado.

En un salón más pequeño y acogedor que los que había dejado atrás encontró a padre e hijo.

La imagen familiar le encantó, aquel Lucius que tan poco conocía era de los que más le gustaban.

Con su hijo era un hombre distinto, cariñoso y atento pero también severo y disciplinador.

No era como su propio padre, pero Draco tampoco era él.

—Señor Lupin—gritó el niño al verle, levantándose del sillón donde hablaba con su padre—¿Ha traído mi libro?

Remus se lo mostró y los ojos de felicidad del niño le enternecieron, se lo ofreció y este rasgó el papel en el que lo había envuelto para protegerlo.

No se le escapó la mirada que le dirigía Lucius, ¿podrían estar un momento a solas?

El niño volvió a su lugar y se enfrascó en la lectura del libro, Remus había podido comprobar como ambas versiones poco tenían que ver. Entendía lo que Lucius quería hacerle ver, las sirenas no eran seres a los que tener como mascotas.

—Blin—llamó Lucius al elfo que aún seguía allí—¿podrías traernos un poco de té?

La criatura desapareció con un simple ploff, en realidad Remus había tenido poco trato con aquellos seres, solían servir a familias adineradas y en instituciones que él jamás había regentado.

Un poco apartados de Draco, ambos se miraron, si con una mirada pudieran contarse cientos de cosas, esa hubiera sido la que ambos se estaban dirigiendo en esos momentos. Pero todo quedaba resumido a una sola frase.

"Te he echado de menos."

Cuando Lucius se fue de su casa temía que ni llegado septiembre le vería, por lo que estar ahora a su lado era todo un regalo.

—Draco, el señor Lupin y yo vamos a charla sobre algunos libros en el porche de fuera—le dijo Lucius a su hijo que no levantó la cabeza del libro pero sí asintió con la cabeza, supo que aquel gesto no le gustó a Lucius, pero en ese momento querían estar a solas.

Ambos anduvieron juntos, a solo un roce de dedos pero sin tocarse, si el interior le había asombrado el exterior era maravilloso. Los jardines de la mansión eran pequeñas obras de arte, setos con tantas formas y flores por doquier. Remus se quedó con la boca abierta.

—¿Te gusta?—le preguntó Lucius.

Remus no contestó, solo se acercó a él y le besó, Lucius se abrazó con fuerza a él.

Su ausencia le había desinflado como un globo después de días abandonado tras una fiesta infantil, y con sus labios, su olor y su sabor, sentía que volvía a estar lleno de vida.

Se olvidaron de todo, de Draco, de los jardines y de todo lo que no fueran ellos dos.

Cuando fueron capaces de separarse un juego completo de té había sido depositado sobre una pequeña mesa.

El sonrojo en las mejillas de Lucius, un hombre hecho y derecho, valieron la pena, cualquier pena.

—Me alegro de volverte a ver—confesó sincero Remus.

—Te he echado mucho de menos. —Ambos lo habían hecho—Siento muchísimo cómo me fui de tu casa, me asusté.

—Lo comprendo—le susurró volviéndole a besar.

—No sé cómo hacer esto, Remus, pero que no estés en mi vida empieza a no ser admisible.

¿Podían ser unas palabras más dulces que la miel?

Sin duda aquellas lo eran.

—Estaré en ella siempre que tú lo quieras, no hay nada que me haga más feliz.

Ambos sonreían, sin duda Remus no había imaginado un reencuentro así, pero no lo cambiaría por nada. Sabía que Lucius tenía sus ritmos, era su vida la que más iba a cambiar, era él quien tenía familia y una clase social donde estar con Remus supondría graves problemas. Pero mientras le quisiera en su vida, mientras fuera sincero, Remus estaría con él.

Se habían separado escasos momentos antes de que Draco irrumpiera completamente indignado con sus rubias cejas fruncidas de un modo que a Remus le resultó tierno.

—Este libro no me gusta—dijo dejando el libro sobre la mesa.

—Así son las sirenas, hijo—dijo serio Lucius.

No se habían separado, y para Remus el gesto significaba mucho.

—Las sirenas son criaturas extraordinarias, pero no suelen convivir con los magos—le explicó Remus—Son reservadas y bastante territoriales, y a menos que fueras algún tipo de pez dudo que te aceptaran en sus ciudades.

—Pero en Hogwarts hay sirenas y todos hablan de ellas—se quejó—, Potter dice que él va a sumergirse una noche y va a ir a visitarlas, le escuché que se lo contaba a sus amigos.

—Quizás no vuelvas a ver con vida a Potter—sentenció su padre, a lo que el niño palideció completamente.

Remus recordó al niño que le había defendido en la librería en Navidades, y esperaba que alguien le quitara aquella atroz idea de la cabeza.

Las sirenas eran realmente temibles.

—Papá, tienes que decirle que no lo haga—le pidió a Lucius, Remus había presupuesto por el trato que se habían dado que aquellos dos niños no eran precisamente amigos. Al parecer, se había equivocado.

—Quizás puedas enseñarle tu libro nuevo—le sugirió Remus después de un rato.

A Draco se le iluminó la cara.

—Gracias, señor Lupin.

—Puedes llamarme Remus.

Draco sonrió levemente sonrojado, y Remus le devolvió la sonrisa, a su lado, Lucius le apretó la mano sutilmente, en su rostro también había una sonrisa.

Cuando el niño fue a sentarse en el césped del jardín, los adultos se miraron.

—Draco no hace más que hablar del dichoso Potter—dijo algo exasperado—. Cuando se obsesiona con algo es muy intenso.

—Creo que con las sirenas ya no insistirá más—le dijo cogiéndole la mano.

Aquella fue una tarde muy agradable, tuvieron poco tiempo para volver a estar juntos, pero saber que Lucius le aceptaba en su vida era la antesala para atesorar aquella tarde como la primera de muchas.

Durante aquel primer verano, Remus fue un invitado más que habitual en la mansión Malfoy, Draco había comenzando a hacerle las más variopintas preguntas.

Y Lucius reía sin que su hijo le viera.

Pero la más peculiar, a su modo de ver, fue la que le lanzó a su padre.

—Papá, ¿podemos quedarnos a Remus en casa?

Remus miró a Lucius, aquella pregunta podía ser ofensiva si el niño la hubiera hecho con mala intención.

En ningún momento le habían ocultado su condición, era más que evidente y aunque aún no los habían estudiado en la escuela, Draco era un amante de las criaturas altamente peligrosas. Gusto que parecía compartir con su padre.

—Eso se lo tienes que preguntar a Remus, Draco—le contestó Lucius.

—¿Remus te quieres quedar con nosotros?—A pesar de la arrogancia que aquel chico era capaz de mostrar, a veces no era más que un niño—Por favor.

—Bueno, puedo venir más veces aún, pero quedarme creo que no es buena idea—dijo con sinceridad.

—¿Por qué? Con nosotros siempre te diviertes, puedes pedirles a los elfos que te preparen cualquier cosa que te guste. Además cuando estás Papá está siempre sonriendo, yo creo que es bueno que te quedes con nosotros.

Lucius contra todo pronóstico emitió una sonora carcajada, Remus sonrió algo avergonzado.

—¿Y qué pasa si me transformo en hombre lobo, Draco? Podría comerte de un solo bocado.

Sin darse cuenta Draco dio un paso atrás, pero Remus se arrepintió de haberlo asustado.

—Nunca te haría daño.

—¿Sabes? Una vez vi a Remus como lobo y es realmente bonito—dijo Lucius atrayendo la atención de ambos—Es color miel, y me protegió de dos personas horribles.

—¿En la cárcel?—preguntó el niño.

—Sí, en Azkaban.

La familiaridad con la que ambos hablaban le dio mucha paz a Remus, una que pocas veces había disfrutado en su vida, nunca se había sentido tan aceptado.

—Pero de cualquier manera, cuando sea luna llena lo mejor es que esté lejos de vosotros.

—¿Entonces qué nos dices, pasarías más tiempo con nosotros?—Aquella pregunta no fue formulada por Draco, sino por Lucius, ¿le estaba de verdad pidiendo que formara parte de sus vidas?

—Sí.—Nunca habría otra respuesta ante esa pregunta.

Los adultos se tomaron de la mano y Draco corrió a abrazar a Remus.

Era septiembre, y Draco se había marchado a Hogwarts con su copia de Sirenas bajo el brazo dispuesto a convencer a Harry Potter de no bajar a visitarlas, contento porque no dejaba a su padre solo y lleno de ilusión por comenzar su segundo año de escuela.

Los primeros días suplieron la ausencia del niño con largas sesiones de sexo, sin duda era una satisfacción no tener que encontrarse furtivamente como habían estado haciéndolo ese verano en los rincones más apartados de la mansión.

Remus iba a trabajar a la Librería utilizando la chimenea de Lucius, se despedían con un cálido beso antes de marcharse cada uno a su puesto de trabajo, y volver a ese hogar, a uno que de verdad empezaba a serlo después de tantos años. Remus podía atreverse a confesar que era feliz.

Para Remus todo estaba bien así, pero la propuesta que esa noche durante la cena le hizo Lucius le sorprendió.

—¿Qué te parece si mañana vamos a cenar al callejón Diagon?

—Lucius…

—Han abierto un nuevo sitio.

—Lucius, no es necesario, para mí está bien estar aquí contigo.

Sabía que una cosa era aquello que sucediera tras aquellas pareces y otra muy distinta lo que sucedería si hacían lo suyo público.

—No voy a esconderme más, Remus, estoy contigo, aquí y fuera de aquí, que te quede claro.

Lucius le miraba como si fuera Remus el que estuviera cuestionando su relación, este se levantó y se acercó hacia él, no hacía falta más pero aquello le asustaba y alegraba a partes iguales.

—Claro que iré contigo a cenar—le besó Remus, Lucius sonrió y siguió cenando y hablando de su día.

Pero Remus sabía que aquello era un paso más en su relación, le había dejado entrar en su familia y ahora iban a salir al exterior, juntos.

La noche llegó y Lucius esperó a Remus en la puerta de la Librería, Thomas les despidió con una sonrisa y cerró la tienda.

Si alguien le hubiera preguntado a Remus que aquello pudiera suceder algún día, él no lo hubiera creído.

Ambos entraron en el nuevo restaurante, no era ni suntuoso ni una taberna, el lugar le agradó desde el primer momento. Había parejas cenando y reuniones más grandes, Remus evitó mirarlos, estaba claro que ellos ya habían llamado la atención.

Aunque ya era sabido que en Flourish y Blotts había un hombre lobo trabajando y se podía ver al dueño y a lobo tomando una copa de vez en cuando juntos. Verlo con Lucius Malfoy era diferente, muy diferente.

—Olvida al resto, Remus—le dijo Lucius sabiendo lo que le ocurría.

Le costó pero ambos se embarcaron en sus típicas conversaciones y pronto Remus se evadió del resto solo enfocado en Lucius.

Aquello no tendría que ser diferente a las cenas que ambos compartían, pero lo era, el camarero que los atendió no dejaba de mirarlos, y aunque nadie dijo nada Remus estuvo más tranquilo una vez que salieron de allí.

Aquellas cenas se repitieron, acompañándolas de salidas a tiendas y paseos.

Lucius gozaba de un estatus social muy elevado además de ser uno de los hombres más ricos del mundo mágico, quizás por eso nunca fueron molestados, quizás a los demás no les importara que ambos estuvieran juntos.

Quizás Remus seguía siendo un iluso, y de ello se dio cuenta cuando Lucius le invitó a una gala benéfica, aquello estaba lleno de gente del mismo nivel que Lucius, y estos no se abstuvieron de mirarlo mal, de murmurar con desprecio cosas que Remus prefirió no oír, pero Lucius se notaba tenso, muy tenso.

—Quizás lo mejor es que me vaya, Lucius—le propuso en un momento donde sabía que algo peor podía llegar a suceder.

—Te quedas—dijo realmente molesto.

Como había vaticinado, el momento llegó de la mano de una anciana bruja que recriminó a Lucius haber llevado a una bestia a un lugar así.

Pero ambos permanecieron juntos, y aunque Remus agradecía lo que quería hacer con ello, no quería volver a vivir un momento así. No estaba en su naturaleza enfrentarse a toda una sociedad elitista. Aquel no era su mundo, sino el tranquilo lugar en la librería, en la tranquilidad del hogar de Lucius.

Además temía que aquello no solo le acabara afectando a él, Lucius saldría dañado, también Draco.

Pero no le hizo el más mínimo caso, se dio cuenta de que su pareja no solo era alguien orgulloso, sino también tenaz.

Aquello lo estaba llevando hasta su máximas consecuencias, lo supo cuando uno de sus amigos irrumpió en la mansión.

Severus Snape no era alguien agradable, pero no podía estar más de acuerdo con lo que le había dicho a Lucius.

—Deja esto, estás arruinando tus negocios—Lucius no decía nada—Tus acciones han caído, sabes que es con ellos o contra ellos.

—Pues que sea contra ellos.

—Piensa en Draco.

—Draco quiere a Remus—aquellas palabras enternecieron a Remus que aunque les había querido dejar a solas fue obligado a quedarse.

Así es como supo que Lucius estaba arruinando sus negocios por él, y que aquello era una lucha absurda.

—Déjalo, Lucius.

—Te dije en su día que esto era complicado, y no me equivocaba—le recordó Lucius—pero eres mi pareja, ¿no puedo salir contigo? ¿No puedo hacer mi vida normal porque a cuatro imbéciles les parezca mal? Tengo dinero para vivir cuatro vidas, y Draco también lo tendrá.

Remus solo le abrazó, ¿qué tenía que decir a aquello?

—Estás loco, pero te quiero.

Ambos se dieron cuenta que nunca se habían dicho aquellas dos palabras.

Escucharon un exasperado suspiro y la chimenea chisporrotear, Snape se había ido.

—Yo solo puedo seguir si tú me apoyas—confesó Lucius—. Si estás a mi lado.

Remus nunca se separó de su lado, y la alta sociedad mágica tuvo que acostumbrarse a verle en todos sus actos.

Pero no todos fueron tan desagradables, a pesar del talante áspero de Snape, él fue uno de los que rápidamente le aceptó.

Un maestro pocionista que dirigía una de las empresas de los Malfoy encargada de elaborar pociones para todos los bolsillos.

A él le siguieron los Potter, estaba claro que no eran grandes amigos de Lucius, pero sí eran de los menos conservadores de aquel selecto grupo.

Pronto las vacaciones de Navidad llegaron, y con ellas la vuelta de Draco.

Cuando el niño se había marchado a Hogwarts ellos no eran tan evidentes, pero ahora, establecidos como pareja oficial pensaron que lo mejor era contárselo al niño.

—¿Novios?—les preguntó mirándolos con dudas.

—Somos pareja—le corrigió Lucius, y Remus sonrió, pareja, novios, lo que fuera.

—¿Y os dais besos y esas cosas?—les miró con asco—Pansy y Blaise se dan besos.

Ambos rieron, quizás mejor dejar ese tipo de cosas para más adelante.

Pero para Draco mientras no se hablara de besos todo estaba bien.

Así es como llegaron a la tarde anterior a la Navidad, delante de un enorme árbol donde numerosos regalos envueltos fueron depositados para los tres integrantes de la mansión. Para Remus era la primera Navidad que no pasaba a solas, o rodeado de gente que no significaba nada para él como en Azkaban.

El ambiente festivo, la emoción de haber encontrado una familia con la que compartirla sobrepasó a Remus por un momento y una lágrima corrió por su mejilla.

—¿Qué le has hecho?—corrió hacia él Draco y hablándole a su padre.

—No me ha hecho nada—reconfortó Remus al niño, que le miraba sin comprender—¿Sabes lo que es llorar de felicidad?

—Cuando eres feliz ríes, no lloras—le dijo como si a Remus le faltara un tornillo.

—A veces cuando eres muy muy feliz también puedes llorar—le corrigió su padre que acariciaba la mano de Remus.

—Gracias—dijo muy bajo Remus no queriendo volver a llorar.

Lucius se inclinó para besarle suavemente en los labios, y una sonora expresión de asco les llenó a ambos los oídos hasta hacerlos reír.

—Besos, no, besos, no—se fue corriendo Draco de allí.

—Bueno, ya que se ha ido y dudo que le veamos reaparecer hasta la cena—le dijo Lucius—¿Qué te parece si te doy un pequeño regalo como anticipado?

El cariz sexual de la frase dejó listo a Remus para cualquier acción que pudiera acontecer.

Ambos corrieron hasta su habitación casi del mismo modo en el que lo había hecho Draco, las risas y sonidos de besos iban a ser algo a lo que el pequeño de los Malfoy iba a tener que acostumbrarse, porque de ahí en adelante esos no iban a parar.

FIN

Pues hasta aquí llegó la historia, hace meses la idea de un Lucius en la cárcel y con Remus de carcelero salió en una de mis historias, si os digo la verdad, no sé en cual XDDD

No veía el modo de que ambas cosas cuajaran, y en unas mini vacaciones hace casi dos meses se presentó, como siempre, medio dormida soy lo más parecido a una marmota, me encanta dormir.

Entre sueños y fantasías siempre me vienen las ideas, oye, hay gente a la que le viene en el baño, cada una con lo suyo.

Total, que yo pensaba tendría seis capítulos y bueno, llegó hasta el trece.

Gracias a las que me habéis acompañado cada lunes y jueves.

Nos vemos en otra historia.

Besos, Shimi.