Remus estaba haciendo su ronda habitual, llevaba en Azkaban un año y medio y podía decir que ya no había lugar de aquella cárcel que él no conociera.

Hacía décadas que la seguridad de la prisión no la llevaban los dementores, un cuerpo de aurores era el encargado de ello pero lo normal en los últimos tiempos es que estos dirigieran la prisión mientras que un grupo de carceleros contratados fueran los que se ocuparan de los presos personalmente.

Los compañeros de Remus no eran mucho mejor que los que habitaban aquellas celdas. Criminales, ladrones, magos venidos a menos y grupo pequeño hombres lobos como él.

Los de sus especie, entre todos ellos, eran los que siempre se llevaban la peor parte, ciudadanos de segunda sin posibilidades, criminales solo por el hecho de ser una criatura.

A Remus le parecía injusto, pero él no hacía las reglas y estas decían que él era peligroso y no debía estar en los mismos lugares que el resto de magos.

Y después de todo, este era uno de los mejores trabajos que había tenido.

El sueldo no era malo, tenía alojamiento y comida gratis, y el trabajo en sí, si acababas acostumbrándote no era tan malo.

Eso intentaba decirse cada día, cuando empezó su ronda por la zona 3 A, tuvo que tragar y seguir como si nada.

Otro carcelero tenía a un preso de rodillas delante de él, mientras le hacía una mamada. Favores sexuales a cambio de otro tipo de favores, miró al suelo junto al preso. Esa vez habían sido huevos con tocino.

Recordaba la primera vez que había visto algo así, no llevaba ni tres días en Azkaban. Y después de ver algo muy similar fue a ver al Alcaide.

La respuesta de este dejó aún más impresionado a Remus que casi el acto en sí.

—Lupin, en esta cárcel no hay hombres perfectos—le dijo MacNil—¿sabe usted lo que es el trueque?

Remus asintió sin entender bien.

—Pues esto es un trueque, nosotros tenemos unas cosas y ellos tienen otras, mantiene a los hombres tranquilos y evitamos otro tipo de altercados—explicó.

El pragmatismo de MacNill le dieron ganas de vomitar.

—Un hombre sin libertad no puede intercambiar libremente, no es justo.

—Esa es solo la teoría, nadie obliga a nadie, hay presos que jamás entran en estos acuerdos.

—¿Realmente cree en lo que está diciendo?—se cuestionó Remus.

—Es usted demasiado joven, Lupin—cabeceó su jefe—El sexo es mejor tenerlo cubierto o esto podría ser un auténtico infierno, para nosotros y para ellos, es una buena solución.

—Pero...

—Si no le gusta, puede irse y buscar otro trabajo...—cerró el tema de vuelta a sus papeleos—cierre la puerta al salir.

Remus estuvo días asqueado al rededor de sus nuevos compañeros, algunos que había considerado no tan malos, solo personas con necesidad en un trabajo de mierda, aparecían ahora ante él como verdaderos monstruos.

A partir de ese momento, no pudo mantenerse ciego. Actos sexuales de toda índole se daban en aquel lúgubre lugar.

En los dormitorios comunes, sobre su litera se planteó qué hacer.

Su vida no había sido fácil, fue mordido a los cuatro años por un hombre lobo que los atacó a él y a su madre. Ella murió y él quedó maldito.

Su padre no le abandonó como le proponía el Ministerio, y aquello le salvó de un destino mucho peor.

Todo lo que sabía, todo lo que era fue gracias al esfuerzo de su padre. Los hombres lobos no tenían derecho de ir a la escuela, ni de acceder a determinados puestos de trabajos.

Remus creció solo con un adulto que se pasaba gran parte del día trabajando, tenían que mudarse continuamente pues cuando sus vecinos se enteraban de su condición rápidamente avisaban a los aurores.

Recordaba como con 16 años le dijo a su padre que quizás lo mejor sería que él fuera a uno de esos reformatorios para los de su especie, y él pudiera vivir tranquilo.

Nunca pasó, pero con 20 años su padre murió y él se quedó solo en el mundo.

Había aprendido a leer gracias a su padre, algo de contabilidad y usaba su magia de un modo algo rudimentario.

Su padre le había regalado la varita de su madre, al menos eso era legal en el mundo mágico. Aunque la realidad era que nadie le vendería una varita.

Su primer trabajo fue como lavaplatos, saber que le pagaban menos que al resto de sus compañeros fue como un jarro de agua fría. El resto de trabajos no fueron mucho mejores, limpieza, mantenimientos, trabajos poco cualificados donde era admitido a regañadientes.

Sobrevivía a duras penas, pero no necesitaba mucho para vivir, lo que más añoraba era la compañía. Su padre le había protegido de una realidad mucho peor.

A veces se preguntaba si no hubiera sido mejor haberse adaptado antes a ella, había sido criado con unas ideas que jamás podría llegar a alcanzar: coml un mago y no como una bestia. Pero solo era él quien se veía así mismo así, para el resto no era más que una bestia a la que de buena gana apartarían de la sociedad.

Quizás fuera lo que tuviera que hacer, pero desafortunadamente aún tenía que vivir bajo un techo y comer todos los días.

Por eso cuando se enteró de aquel trabajo en el que el sueldo era bueno, no se lo pensó mucho. Dejó a unos muy aliviados caseros que no veían la hora en la que lobo se fuera.

¿Cuáles era sus opciones? Irse con su dignidad a perderla en cualquier rincón de Inglaterra o hacer la vista gorda cómo todos hacían allí.

Y tomo la decisión que bajo sus ojos dorados era la menos honrosa, hizo la vista gorda. Pasaba de puntillas ante los actos que veía día a día, presos vendiendo su cuerpo por minucias. Una comida mejor, unas sábanas más suaves, algunos recibían cartas de sus familiares.

¿Por qué lo hacían?

Remus siempre pensó que él nunca entraría en aquel sucio juego, obviamente tenía necesidades como cualquier otro. Pero estaba acostumbrado a solventarlas con su mano. No era virgen, pero sus únicos actos sexuales habían sido con una bruja que había visto tiempos mejores y se vendía en el callejón Knocturn. Después de un par de veces se dio cuenta que aquello tampoco estaba hecho para él, y en cualquier caso su bolsillo tampoco podía permitírselo.

Remus tenía 30 años, decenas de cicatrices y el corazón contaminado de bonitas historias de amor cuando le conoció.

Sirius Black era un preso que había entrado cuando Remus llevaba solo dos meses en Azkaban, era de buena familia y había estado involucrado en el comercio ilegal. Su condena era de tres años. Todos sabían que no cumpliría tantos.

Era de los hombres más guapos que él había visto en su vida, su pelo largo oscuro y rizado parecía no sufrir la pérdida de brillo tan propia de aquel lugar. Sus ojos grises y astutos eran muy hermosos; su boca jugosa y rosada. El cuerpo delgado y lleno de pequeños músculos fueron las pesadillas de los sueños de Remus durante semanas. Veía como se daba una rápida ducha cada día, el acto no era erótico en sí, pero aquella imagen despertaba deseos ocultos en Remus que jamás hubiera pensado tener.

Le deseaba, era hermoso, joven. Le miraba cada vez que lo tenía a tiro, deseaba tocarlo, besarlo, pero se contentaba solo con mirarlo.

Poco a poco la presencia de Sirius se había convertido en el mejor momento del día. Se despertaba pensando en él y respiraba aceleradamente cuando le llevaba la comida, lo vigilaba en los veinte minutos de aire libre que podían disfrutar al día, o el mejor de todos, en la ducha.

Su cuerpo era el escenario de todas sus fantasías, a solas y en el baño, las dejaba volar.

Uno de los días en los que le llevaba aquellas gachas grisáceas que servían como desayuno, Sirius se le quedó mirando. Casi nunca le miraba directamente, Remus era consciente de que su aspecto no era el más agradable.

Sus ojos dorados era su primera carta de presentación, sus ojos de lobo que no podía ocultar. Las cicatrices que marcaban su rostro y su cuello, eran las únicas visibles. Pero bajo el uniforme se ocultaban las más grotescas. Todas se las había provocado a sí mismo en noches de luna llena cuando las cadenas con las que se inmovilizaba no habían sido apretadas los suficiente.

Si quedaba cualquier duda sobre su naturaleza, un tatuaje en su mano izquierda lo marcaba como tal.

Los ojos grises le recorrieron de arriba abajo terminando en ese punto. Remus tuvo ganas de taparse la mano, nunca había querido ser más otra cosa que en ese momento.

—¿Tienes un cigarrillo?—No le había escuchado hablar antes, no al menos delante de él.

El tabaco era de los pocos placeres que podía costearse, sacó un paquete de tabaco barato y algo aplastado de su pantalón con manos temblorosas y le ofreció uno.

El preso se lo llevó a los labios aprisionándolo entre ellos mientras le miraba con la mirada más seductora que Remus había visto nunca.

Tardó en reaccionar hasta que vio la luz, o quizás mejor dicho, la llama. Sacó un encendedor y prendió en cigarrillo sin dejar de mirarle.

Como si de un espectáculo se tratara vio como Sirius lo fumaba con tranquilidad, el humo entrando profundo hasta sus pulmones y exhalándolo por sus labios entreabiertos mientras entre sus dedos sostenía el cigarrillo.

Una vez acabado Remus quiso ofrecerle otro, pero Sirius declinó la oferta.

—Quizás mañana—dijo y a Remus le costó tragar.

Tenía que llevarse la bandeja y seguir con el siguiente pero antes de marcharse Sirius se le acercó dejándole un beso en la comisura de los labios.

Fue rápido y suave, y era el primer beso que le daban a Remus.

Aquel día aunque quedaría grabado en su memoria no era capaz de recordar cómo continuó.

Solo quería que llegara el día siguiente.

Otro cigarrillo y otro beso, esta vez fue sobre sus labios. Aquella rutina de tabaco y besos se prologó durante un par de semanas. Sus lenguas impactaban cada vez más furiosas, más anhelantes. Remus se sentía enfermo, enfermo de Sirius y lo que le hacía sentir.

—Cuándo me besas así no tengo frío—le confesó Sirius con los labios hinchados, no había visión más hermosa para Remus que ese hombre entre sus brazos.

Remus le llevó al día siguiente una manta gruesa de las que ellos usaban. Sirius le sonrió dándole un suave beso, dulce e incitador.

Lo tomó de la mano hasta llevarlo a su camastro. Remus no tenía mucho tiempo, pero siempre perdía la noción de él cuando estaba con Sirius. Este se sentó a horcajadas sobre él y volvió a besarle.

Remus acarició su espalda, tenerle sobre su regazo era un sueño, quería tenerlo siempre así, sobre él, besándolo y acariciándolo. No podía negar su excitación y menos cuando el moreno no dejaba de refregarse contra él.

De mala gana tuvo que dejarle en la celda, un último vistazo a la celda donde Sirius le miraba envuelto en la manta que le había llevado le hicieron sentir que su corazón se expandía.

Nunca había sentido algo así, solo pensaba en Sirius, en sus besos, en sus sonrisas cuando acariciaba su cuerpo, en la suavidad de su piel, en como le miraba como si solo él existiese.

Cada día le llevaba algo, comida, tabaco, un jabón mejor, un cepillo para su melena.

Cuando lo veía en las duchas desnudo le costaba controlarse y no ir a su encuentro, Sirius no enjabonaba su piel, sino que la acariciaba para él.

Cuando lo tuvo por primera vez bajo su cuerpo desnudo, estaba nervioso, Sirius era todo lo que necesitaba, todo lo que quería. Le hacía sentir bien, deseado, querido y él quería darle todo.

Entrar en su interior fue maravilloso, prieto y húmedo, jadeante, su deseo escalaba hasta desbordarle. Las manos de Sirius le buscaban, le tomaban le pedían más.

Y Remus se lo hubiera dado todo.

Se había enamorado por primera vez en su vida, ideaba escenarios en los que poder estar con Sirius fuera de allí. Su familia no lo consentiría, estaba seguro. Iba a ahorrar todo lo que pudiera para poder llevárselo con él.

Sus ilusiones eran como una montaña rusa, tan alta y baja según los momentos.

—¿Sabes qué echo de menos, amor?—le dijo una noche en la que Remus estaba de guardia y se escapó para verle.

Le tenía abrazado contra su pecho, y Sirius descansaba su cabeza en él mientras acariciaba sus cicatrices.

—Dímelo—pidió Remus sonriente.

—Un poco de poción ecstasis.

Remus se quedó muy quieto, Sirius le estaba hablando de una de las drogas más fuertes que había en esos días en el mercado.

—¿Por qué quieres tomar eso?—le preguntó sorprendido, no solo por su ilegalidad sino por su alto precio.

Sintió como Sirius se revolvía contra su cuerpo para mirarle.

—Dicen que el sexo con esa poción pasa a otro nivel—sus ojos grises brillaban—quiero vivirlo todo contigo.

Remus llevaba días tratando de localizar la sustancia, era muy cara, se llevaría un buen pellizco de sus ahorros, pero quería darle cualquier cosa que le pidiera. Era para ellos.

Finalmente pudo hacerse con una pequeña dosis. La cogió entre sus manos, le había costado pero al fin podría presentarse ante Sirius.

Entre la reciente luna llena que le tuvo fuera de combate dos días y uno más que uso para ir a la ciudad más cercana a por ella, llevaba tres días sin ver a Sirius.

Casi corría por los pasillos para verle, necesitaba verle, estaría preocupado por su ausencia. Tres días sin verle y echó a correr.

Jamás olvidaría lo que vio cuando llegó a su celda.

Sirius no estaba solo, dos carceleros a los que ni siquiera vio el rostro estaban con él.

Sirius estaba sobre sus rodillas y sus manos siendo embestido por un de ellos, el sonido viscoso, el choque de los cuerpos era escandaloso para sus oídos. Con su boca chupaba la polla del otro que la introducía hasta producirle fuertes arcadas.

La imagen grotesca de Sirius siendo follado de ese modo le dieron ganas de vomitar. Cuando iba a apartarlos de él, golpearles, acabar con ellos, el que esta en su boca sacó su polla corriéndose en su cara.

El líquido blanco cubrió sus labios, sus mejillas y la lengua de Sirius salió para lamerlo todo.

A su espalda el otro se corrió brutalmente en su interior.

Remus cayó al suelo dentro de la celda mientras Sirius jadeaba de placer.

Ni siquiera se había percatado de su presencia cuando acarició su propio ano y el semen que escurría por él.

Sus compañeros le miraron y reconoció quienes eran, en sus ojos un rastro de lástima y en el suelo un tarro con la poción que a él tanto le había costado conseguir. Sirius la tomó acabándose los líquidos sobrantes de esta.

—Lupin, es mejor que nos vayamos.

En ese momento Sirius se levantó y le miró, no había nada allí, ni arrepentimiento, ni vergüenza. Solo un hombre drogado y cubierto de fluidos corporales.

Después de aquello se enteró que Sirius nunca había estado con él en exclusividad, otros le habían llevado regalos, le había hecho favores y él como había podido comprobar aquel día se entregaba gustoso.

Al día siguiente fue a llevarle el desayuno, y Sirius actuaba exactamente igual que cualquier día.

El corazón de Remus se rompió, tan alto fue el amor que sintió como el dolor al ser roto.

No le importaba nada a Sirius, nunca había sentido nada por él. Remus solo era uno más de sus proveedores, y el dolor de darse cuenta a esas alturas le destrozó. Rompió lo poco que quedaba de estúpida inocencia en su interior.

Dejó el minúsculo tarro de poción en su cama, los ojos grises que siempre pensó que brillaban por él, lo hicieron para su droga.

—Gracias, amor—trató de besarle pero Remus se separó, se sentía ridículo. Había creído que alguien como Sirius se enamoraría de él, que lucharían contra todos por su amor.

—Adiós, Sirius.—Salió de la celda sintiéndose un anciano que ya no tenía nada más que hacer en este mundo.

Pero nadie muere de amor y tampoco de desamor.

Sirius no volvió a mirarle, Remus trataba de cambiar sus prisioneros para no tener que verle.

Y un día se fue, como todos habían pronosticado, solo pasó allí dentro seis meses.

Seis meses en los que Remus acabó siendo otra persona, una versión más triste, más desconfiada, más acabada de sí mismo.

De eso había pasado un año, nunca más tuvo tratos con otros presos. Hacía su trabajo, ahorraba todo para poder irse de allí, lejos, quizás se fuera a otro país. Solo un poco más y tendría una cantidad suficiente para intentarlo.

—¿Sabéis quien ha entrado hoy?—escuchó a varios de sus compañeros hablar—esto va a ser una rifa, id ahorrando.

—Déjate de misterios, Gale.

—Lucius Malfoy.

Todos se callaron, Remus no sabía quién era ni le importaba. Otro rico más por las caras de sus compañeros, todos allí disfrutaban cuando alguien importante llegaba y caía en sus juegos.

La sensación de poder sobre personas que ni les mirarían en cualquier otra situación era un fuerte afrodisiaco para algunos.

Este debía ser uno de esos. Le daba completamente lo mismo al menos hasta que al día siguiente fue a llevarle el desayuno como a los demás.

Era alto, rubio con una melena larga que parecía blanca con la poca iluminación del lugar. Era un hombre atractivo pero no fue eso lo que llamó su atención, sino la profunda tristeza que emanaba.

No es que la desesperación fuera poco común en ese lugar, pero en él era tan fuerte que le abrumó por unos instantes en los que sintió algo que hacía tiempo no sentía. Le dieron ganas de abrazarle y consolarle.

Pero cuando se dio cuenta de que Remus estaba allí, como si de una cortina se tratara todo aquello desapreció. Ante él, alguien fuerte, duro y que le miró con desprecio.

Remus le dejó la bandeja sin decir nada, pero en doce meses no había sentido más que indiferencia y asco por aquel lugar.

Al parecer, eso iba a cambiar.

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Esta semana acabaré con "Engañado" y me queman las manos por una historia nueva.

No será muy larga, y espero que pueda ser de publicación semanal.

Espero que os guste.

Shimi.