Yuri! on Ice pertenece a sus respectivas creadoras y a los dueños de sus derechos. Moi sólo escribe esto por simple pasatiempo y para evadir responsabilidades. Nada más y nada menos.

Título: Desire.

Idea Original: Juls.

Portada: Sternenhimmel の世界

Beta: Miss Lefroy Fraser

Advertencias: Romance homosexual. Mucha cursilería, drama, crisis existenciales y cositas varias. Si entraste aquí por alguna clase de extraño error, huye de inmediato. Si sabes perfectamente que estás en el lugar correcto. ¡Bienvenido seas! Dicho está. Sobre aviso no hay engaño.


⁂⁂⁂

Desire

Por:

PukitChan

[Deseo, del latín vulgar desidium, a su vez, del latín clásico desidia, cuya raíz es el verbo desidere, añadiéndose así el influjo analógico Desiderare. Este verbo se compone de sidus, sideris con el prefijo «de-». Se agregan los vocablos franceses désir y désirer. Se cruzan las raíces francesas e inglesas, dsiderate. En l verbo latino, probablemente proviene de la expresión «de sidere».

En las raíces antiguas, se relacionaba con los fuertes anhelos y los dioses a los que se les pedían:

«Lo anhelado, lo querido. Lo buscado.

Aquello que es anhelado por Dios»

8

El festival de las estrellas

El débil aroma que anunciaba una pronta tormenta se coló en la habitación a través de una ventana apenas abierta, mezclándose dulcemente con el fragante olor del incienso. Allí, sentado en el centro, frente a una mesa baja de una curiosa tonalidad cobriza, donde un pequeño cuenco de dulces japoneses parecía darle silenciosos ánimos, Victor aguardaba incómodo por el regreso de Hiroko. A su lado, Vicchan se había acurrucado y aunque dormitaba, de vez en cuando gimoteaba en dirección hacia al altar, donde la imagen de un joven japonés que apenas parecía rozar la mayoría de edad, permanecía inalterable al paso del tiempo.

Al principio, Victor había querido escapar de esa habitación, pero aquella la fotografía le abstrajo, deteniéndolo. De soslayo, casi con un inexplicable temor naciendo desde su estómago, el ruso examinó aquel rostro juvenil de oscuros cabellos y la mirada café, vibrante de emoción; parecía que aquella fotografía había capturado un momento de su vida muy importante. Y al final de aquella encantadora composición, bajo la sombra de un gran árbol, la sonrisa que enmarcaba el rostro de Yuuri era tímida, al igual que el delicado abrazo con el que sostenía al pequeño caniche que también aparecía.

¿En verdad era él a quien Yuri tanto buscaba? ¿Esa persona cuya vida se había detenido en su adolescencia para siempre era quien, en palabras del joven ruso, consiguió robarle su corazón? ¿Él era... Yuuri Katsuki?

—Yuuri… —pronunció débilmente, llamando así la atención del pequeño caniche, quien levantó una de sus orejas al oír el nombre de su amo. Conmovido por la acción, Victor deslizó su mano hacia la cabecita del perro, rascando detrás de sus orejas, porque era el sitio favorito de Makkachin, a quien repentinamente se encontró echando de menos. Y, siendo su caniche tan cariñoso como era, no pudo evitar preguntarse si su versión pequeña, a la que ahora mimaba, pasaba muchas de sus horas en esa habitación, recostado, sabiendo que allí era el lugar donde su dueño era recordado—. ¿Cómo te llamaron, mini-Makka? ¡Ah, cierto! Vicchan. ¿Él, como yo con Makkachin, también inventó ese nombre para ti, Vicchan?

—En realidad, su nombre es Victor. —La puerta corrediza se deslizó hacia un lado, dejando entrar esas palabras. Hiroko, que traía entre sus manos una bandeja lista para servir té y un libro, bajó uno de sus brazos, caminó hasta el extremo contrario de la mesa donde Victor se encontraba y se sentó enfrente, sonriéndole. Sus palabras eran lentas, cuidadosas y procuraba articularlas correctamente, y él, que creció toda su vida rodeado por diferentes patinadores cuyo inglés era modificado por sus fuertes acentos, comprendió que esa era la manera en la que Hiroko buscaba darse a entender—, pero Yuuri hablaba tanto de ti, Victor, que todos nos confundíamos. Ahora es Vicchan por eso.

Tomando entre sus manos una pequeña tetera, Hiroko pacientemente comenzó a servir el té. Todo en ella, en sus movimientos y en la suavidad de su mirada, su pequeña sonrisa que parecía nunca desaparecer, te hacía pensar que era el lugar perfecto en el cual refugiarte cuando todas tus fuerzas se habían acabado. Y mientras más tiempo pasaba con ella, Victor más se preguntaba si Yuuri alguna vez fue (¿habría sido con él?) igual de cálido que ella.

¿Yuuri habría logrado derretir ese hielo que un buen día congeló todas sus emociones?

—Yuuri siempre fue un niño muy tímido —dijo Hiroko, ocasionando que Victor diera un ligero respingo. No imaginaba cómo resultaba tan fácil para ella deducir algo, incluso mientras deslizaba una taza de té hacia él. Parecía divertirle sus expresiones, así que Victor terminó sintiéndose la persona más torpe del mundo, incluso cuando Hiroko giró su rostro hacia la fotografía y continuó hablando con calma—: No era bueno relacionándose con otros niños y a menudo prefería pasar las tardes en casa ayudando que afuera, jugando. Yo confiaba que, con el tiempo, él lograría abrir su personalidad poco a poco. Entonces, lo que a mí en verdad me preocupaba era que Yuuri no pudiera conocer algo que le gustara mucho. Algo que le hiciera esforzarse e incluso algo por cual pudiera hacer un berrinche. Algo que pudiera amar, incluso siendo tan pequeño.

Hiroko se movió una vez más, aunque ahora colocando sobre la mesa el libro con el que había llegado y que en realidad se trataba de un álbum fotográfico. Sus dedos rechonchos acariciaron con ternura la cubierta y una fuerte añoranza se desprendió de su voz cuando, al abrirlo, las imágenes de Yuuri lo mostraban en diferentes facetas de su vida: desde que era un bebé hasta que poco a poco fue convirtiéndose en un pequeño niño.

—Míralo. Este fue el primer día de Mari en ballet. La acompañamos porque estaba nerviosa, pero, al final del día, era Yuuri el verdadero emocionado. El ballet lo había cautivado.

Victor buscó la fotografía señalada. Yuuri en ese entonces tenía el rostro redondo y no usaba lentes. Parecía más incómodo frente a la cámara, pero la emoción que emanaba era casi palpable. En verdad lucía diferente. No era como las anteriores fotografías, que parecían haberse limitado a capturar la esencia de un niño que crecía, sino que su mirada se asemejaba más a la que había en el altar. De pronto, Victor entendió que ese había sido el momento en el que la vida de Yuuri había cambiado y que Hiroko le estaba entregando dulcemente algo más que simples palabras y una historia pasada: le estaba dando la razón de ser de la vida de su hijo. De Yuuri.

Ella cambió la página. Ahora las imágenes eran sobre un pequeño Yuuri practicando ballet, siendo ayudado por una atractiva mujer castaña, que sin duda alguna debía ser su mentora, por esa delicada complexión tan propia de las bailarinas, llena de elegancia y de fortaleza.

—Minako-senpai lo educó. Llegó un momento en el que Yuuri pasaba más tiempo en su estudio de ballet que en casa. Pensé que había encontrar finalmente algo que podía llenarlo y al mismo tiempo animarlo a relacionarse con el mundo.

—Pero eso no fue todo, ¿verdad? —adivinó Victor, sin apartar la vista de las fotografías. En verdad podía notar el gran cambio que había en la mirada de Yuuri; no sólo porque era más decidida, sino porque reflejaba una fuerte personalidad que hasta ese momento el niño tímido se había negado a dejar salir—. Hubo algo… más.

Victor jamás comprendió por qué pronunciar aquella última palabra le dolió tanto, pero lo cierto es que su corazón palpitó intranquilo, no sólo por la nostalgia que desprendía cada palabra de Hiroko, sino por la terrible certeza de que la vida había perdido uno de sus colores ahora que Yuuri ya no estaba allí, para ellos.

—Minako-senpai lo animó a practicar el patinaje artístico. Es difícil explicarlo, pero creo que tú lo podrás entender: Yuuri amó al hielo de inmediato. —Hiroko levantó su rostro y, cuando sus tristes miradas se encontraron, Victor supo que estaba a punto de escuchar la parte de su vida que se había perdido en algún lugar inexplicable, entre las casualidades que nunca lo fueron y la seguridad de que nada era para siempre—. Y fue cuando tú apareciste.

Hiroko pausó un momento su relato para beber el té que Victor hacía mucho tiempo había olvidado. El silencio en el que repentinamente se sumergieron fue interrumpido con las primeras gotas que dieron paso a una intensa lluvia que consiguió bajar la temperatura del ambiente. Al animarse a cambiar la página, Victor se sorprendió al descubrir cómo ese pequeño niño empezaba a entrar a la adolescencia con una expresión más decidida. No era sólo un cambio físico o emocional. Yuuri lucía tan diferente en sus expresiones, en sus sonrisas y en sus miradas en cada una de las fotografías que eran tomadas cuando estaba con unos patines y sobre una pista de hielo, que era difícil creer que se trataba de la misma persona.

—Yuko-chan fue su primera compañera de pista con la que pudo relacionarse y pronto se hicieron muy buenos amigos. Ella, también, fue quien te presentó con Yuuri. Estaba tan agradecida… —Victor quiso decir algo, lo que fuera, pero no podía. Simplemente no podía. Mientras más escuchaba esa historia, veía las fotografías y entendía todo lo que había llevado a Yuuri hacia el hielo, más se preguntaba por el momento en el que sus caminos se separaron por completo—. Tú siendo ya un adolescente ganaste el oro. El patinador que obtuvo la puntuación más alta de la historia en el mundial junior. —Hiroko pausó un momento para reír suavemente y añadir—: Lo sé porque Yuuri no dejaba de repetirlo, de hablar de ti. De tus logros. De lo mucho que le gustabas.

De manera inevitable, Victor recordó su juventud. Su versión adolescente de ese entonces veía al patinaje artístico como aquello que más amaba; en su vida no había tiempo para nada ni nadie más. No había soledad, ni vacío ni vidas que no recordaba. Todo lo que había era talento, el interminable sonido de los aplausos, récords mundiales superados y un futuro lleno de éxito. En ese entonces no sabía que hacía falta alguien en su vida. No estaba Yuuri Katsuki. ¿Cómo podría haberlo sabido? ¿Cómo saber que mientras él era grabado por las cámaras al realizar un nuevo salto, al otro lado del mundo había alguien tratando de alcanzarlo? De haberlo sabido, él habría caminado más despacio…

—Yuuri pronto comenzó a participar en las competencias de patinaje. Se dedicó años a ello. Pero para él era fácil ponerse nervioso y ansioso antes de una competencia. Había ocasiones en las que todo salía mal y todo lo que podía hacer era llorar en mi regazo. Temía no poder alcanzarte.

Hiroko negó con la cabeza y emitió un profundo suspiro. Al parecer, las palabras iban haciéndose más difíciles y pesadas a medida que las pronunciaba. Tanto para ella como para él.

—Aun así, logró ser un patinador artístico. Su carrera estaba comenzando. Había florecido un poco tarde. —Como si quisiera ejemplificar sus palabras, Hiroko señaló otra fotografía. Los años habían pasado y ahora frente a Victor se encontraba una imagen adolescente de Yuuri. Una muy parecida a la que había en el altar—. Yuuri tenía diecisiete años cuando todo ocurrió. Victor nunca conoció a Yuuri, pero estuvo a punto de hacerlo en una competencia… fue en marzo del 2011, durante el Campeonato Mundial del Patinaje Artístico.

Victor frunció su ceño, tratando de que su memoria trajera recuerdos del año señalado. Aquel año, el Campeonato Mundial se había llevado a cabo en Rusia y el oro se quedó en casa. Sin embargo, la sede había sido improvisada. Rusia en realidad no esperaba recibir al Campeonato, por lo que tuvo que retrasarse un mes. Normalmente, como bien había dicho Hiroko, se celebraba en marzo, pero ese año fue hasta finales de abril y principios de mayo. ¿Por qué habían cambiado la sede a Rusia? ¿Qué había pasado? ¿Qué pasó en marzo de aquel año?

Entonces, recordó.

Marzo del 2011. Victor Nikiforov comenzaba a escribir su leyenda. La sede del Campeonato Mundial de Patinaje Artístico era en Tokio, Japón. Sin embargo, doce días antes de que diera inicio, un terrible terremoto, el más fuerte en la historia del país según dijeron después, seguido por un tsunami, azotó Japón. Las noticias mundiales cubrieron los hechos. Las personas de todo el mundo miraban incrédulas las imágenes, los gritos, el horror, el llanto. Millones de lágrimas se derramaron… en Japón, más de quince mil personas murieron.

Entendió todo.

—Él… —dijo, y su voz fue apenas un murmullo entrecortado. Aun así, Hiroko logró escucharlo y asintió, con una expresión que le rompió el corazón.
—Viajó dos semanas antes del Mundial, con algunos otros patinadores de distintas regiones. Habían organizado prácticas; todo tenía que ser perfecto y él podría verte, aunque no como competidor directo contra Victor, pero podría, sólo un poco… no podía decirle que no. —Hiroko cerró los ojos y sus siguientes palabras fueron arrancadas desde su corazón—. Nos dijeron que murió ahogado.

Estando tan cerca de encontrarte, de dejar de verte a través de la distancia…

Now we're here, it's been so long.

Two strangers in the bright lights.

Él no lo sabía. Él simplemente lo sentía. Pero no podía, ni siquiera sabía cómo decirle a esa amable mujer que desde hacía un tiempo su corazón se sentía incompleto. No se sentía capaz explicarle que deslizarse sobre el hielo ya había perdido su sentido, al igual que las competencias y el deseo de ganarlas o perderlas. Porque en algún punto, las cosas habían dejado de ser hermosas, apasionadas y brillantes. En algún punto de su vida, Victor no sabía en cuál exactamente, su amor hacia el patinaje artístico, había desaparecido.

—Vicchan… —Las cálidas manos de Hiroko lo sacaron de sus caóticos pensamientos. Antes de comprender qué ocurría, ella ya estaba limpiando las lágrimas que corrían por su rostro y hacían temblar sus labios. De pronto, Victor se descubrió una vez más llorando por la pérdida de alguien que ni siquiera conocía mientras se dejaba envolver por los brazos la serena mujer que lo acurrucó tiernamente en su regazo. Se dejó consolar porque su llanto, sinsentido y silencioso, dejó al descubierto la herida de un alma solitaria que, de haber seguido correctamente su destino, habría sanado con la llegada de Yuuri a su vida. Sin embargo, ahora eso nunca pasaría. Esa herida continuaría sangrando toda su vida porque en el fondo, muy dentro de sí, sabía que ahora una parte de su vida nunca estaría completa.

—Ojalá lo hubiera conocido…

Orihime lloró profundamente ante la pérdida de su verdadero amor.

Orihime lloró tanto, tanto, que inclusive el corazón del cielo fue conmovido por su dolor.


⁂⁂⁂

Oh, I hope you don't mind,

we can share my mood.

Su respiración, pesada y agitada, lo obligó a bajar la velocidad de una desesperada carrera que, desde un principio, no tenía sentido alguno. Todo lo que Yuri había hecho era seguir sus instintos que le ordenaron escapar cuando la realidad lo golpeó con tanta fuerza que lo dejó paralizado por unos cuantos segundos. El caos de su mente sólo era capaz de gritarle que Yuuri estaba muerto, que todo eso, ese estúpido viaje, esa maldita realidad, todo eso… todo eso…

…era su culpa.

La muerte de Yuuri Katsuki era su culpa.

Yuuri estaba muerto por su culpa.

Yuuri… él…

Hubiera querido gritar hasta quedarse sin voz y golpear cualquier cosa que tuviera enfrente hasta romperse las manos, pero lo único que consiguió fue sujetarse a la orilla de un barandal y buscar desesperadamente el oxígeno que sus pulmones tanto habían necesitado. Intentó tranquilizar esa desesperada sensación de ahogo y, con una patética y casi lamentable esperanza, miró hacia atrás: nadie lo seguía. Temblando, mordió su labio inferior mientras cerraba fuertemente los ojos. ¡Qué estúpido! ¡Por supuesto que nadie lo seguía! El único lo suficientemente idiota para seguirlo cuando uno de sus berrinches le hacían recordar que era un adolescente era Yuuri. ¿Acaso no había sido así desde que sus caminos se cruzaron? Persiguiéndose cuando el otro necesitaba alejarse, forzándose a continuar. ¿Acaso no era siempre Yuuri quien corría tras él cuando Victor hacía una de sus estupideces? Yuuri era siempre quien corría a disculparse, le sonreía y también perdonaba sus errores. Yuuri había sido aquel que nunca lo había subestimado por ser un adolescente e inclusive le había pedido ayuda porque reconocía su capacidad. Nunca lo había mirado como un niño sino como el patinador que era. Incluso, y ridículamente, siempre estaba allí para apoyarlo…

Rápidamente, al sentir sus ojos arder, Yuri se frotó los ojos y continuó caminando sin dirección. Vio caer una gota que cambió el color de la acera, a la que siguieron muchas más, pero optó por no prestarles atención. Después de todo, ni siquiera se había percatado de la enorme cantidad de nubes grises que habían ensuciado el cielo. Todo lo que había en su mente en ese momento era la imagen de Yuuri, sus recuerdos que comenzaban a desvanecerse y la aterradora idea que iba tomando un desagradable gusto a realidad cuando empezó a comprender que ya no se trataba de tomar un avión, buscarlo por el mundo y obligarlo a volverse a enamorar de Victor. Ahora, no importaba lo que hiciera: Yuuri ya no estaba ahí para alcanzarlo.

Yuuri estaba...

Con una nueva punzada de dolor asfixiando sus emociones, Yuri volvió a acelerar sus pasos. Era estúpido, no sabía en qué dirección estaba corriendo y, cuando en su camino tropezaba con alguien, las personas le miraban con reproche por haber alterado unos segundos de su apasible vida. Para ellos, quizá sólo era un extranjero más que cometía una locura, incapaces de comprender que algo se había roto en su alma y nada ni nadie podría arreglarlo.

Tal vez deberíamos curar nuestras heridas con polvo de oro.

Para el momento en el que Yuri se detuvo una vez más, sus pasos los habían llevado hasta el castillo de Hasetsu. Una amarga sonrisa se dibujó en su rostro al recordar que antes, en la realidad en la que Yuuri continuaba vivo, había sido justamente ese lugar el que lo había empujado a viajar a Japón. Una fotografía cualquiera de un imponente castillo posteado en el Instagram de Victor fue suficiente para que Yuri tomara sus maletas y buscara al idiota que se había marchado de Rusia sin cumplir su promesa. Y de pronto, sin planearlo siquiera, Yurio había llegado y había sido acogido de inmediato por la familia y los amigos de Yuuri, volviéndose parte de ellos. Así de absurdamente fácil esas personas habían entrado a su vida…

Agotado y con una sonrisa temblorosa, Yuri miró a su alrededor. Desde donde estaba podía verse el mar, la hermosa ciudad de Hasetsu y la nostalgia de un lugar que se parecía mucho a San Petersburgo. Las gotas, que hasta ese momento no eran más que un diminuto recordatorio de las nubes de tormenta, pronto se volvieron en una cortina de lluvia que lo empapó completamente. Yuri rio pesadamente. No era justo. ¡Nada de eso era justo! ¿Acaso su condena por aquel absurdo deseo sería ser el único en recordar a Yuuri y aquella realidad alterna? ¡No quería! ¡Él también quería olvidarlo! No era justo que su corazón se estremeciera y que sus sentidos se ahogaran cada vez que aquel nombre se colaba hasta sus pensamientos. Si en verdad había muerto, ¡¿por qué no simplemente le permitían olvidarlo?! Si lo enterraba en lo más profundo de su corazón, si se negaba a pronunciar su nombre, si fingía con todas sus fuerzas que en realidad nunca se habían conocido, ¿podría dejar de sentirse de esa manera, con esa terrible incertidumbre, día tras día, en toda su maldita vida?

Si fingía que Yuuri nunca había existido, ¿sería capaz de perdonarse a sí mismo?

—¡YUURI!

No supo cuánto tiempo estuvo en esa posición, de rodillas sobre el suelo mientras finalmente las lágrimas se desbordaban de su alma. Todo ese tiempo se había negado a llorar porque había sido lo bastante ingenuo para pensar que encontraría una solución. Que la vida era algo que podía sostener entre sus manos y no como algo que estaba más allá de su control. Todo ese tiempo fingiendo ser un adulto, cuando en realidad no dejaba de ser un niño… un triste y solitario niño.

—Detente, por favor. Podrías lastimarte y enfermate.

Tardó unos segundos en levantar la vista y enfocarla. Tardó aún más en limpiar sus ojos y darse cuenta de que, de cuclillas frente a él, una hermosa y joven mujer sostenía un paraguas y lo miraba con preocupación. La conocía. En verdad la conocía. Ella era su amiga, la forma más fácil de encariñarse con alguien y la dulzura vuelta torpeza. No sólo era Yuuri. También estaba ella, la que había corrido tras él cuando perdió una competencia y le regaló una de sus sonrisas más hermosas. La que le mandaba fotografías y mensajes de texto, contándole sobre Yuuri. Su amiga y también la amiga de él.

—Eres… tú eres Yuri Plisetsky, ¿verdad? —preguntó ella y, por alguna razón, los labios de Yuri temblaron antes de lanzarse a sus brazos, llorando.

—¡Lo siento, Yuko! ¡Lo siento tanto!

Y, aunque para ella era un completo desconocido, Yuko entendió de inmediato que Yuri necesitaba ayuda porque en ese momento estaba completamente destrozado.

Las personas amables deberían vivir en un mundo mucho más amable, ¿no lo crees?


⁂⁂⁂

Sí, está conmigo. Lo encontré en el castillo, cuando regresaba de la pista... ujum. Lo sé. Ahora está bien, pero de verdad me asusté mucho cuando lo vi en ese estado. Mjm. ¡Claro! Te esperamos. Gracias, Mari-chan.

De soslayo, Yuri miró en dirección hacia Yuko, quien en ese momento hablaba en voz baja por teléfono. La conversación era rápida y en japonés, pero consiguió distinguir el nombre de la persona con quien conversaba. Por supuesto, no podía culparla. No importaba quién fuera él o bajo qué circunstancias lo había encontrado: para Yuko, Yuri no dejaba de ser un desconocido. Además, todo había resultado demasiado confuso como para dejarse llevar. Inclusive, mientras ella acariciaba sus cabellos empapados y lo guiaba hasta su hogar, animándolo a tomar un baño, Yuri no dejaba de preguntarse si, para ella, la muerte de Yuuri había cambiado tan drásticamente su vida.

—Mari-chan vendrá a por ti —dijo finalmente, regresando a su lado y sentándose frente a él—. Está muy preocupada. ¿De verdad saliste corriendo de Yutopia? —preguntó y, sin pedir permiso, estiró sus manos para sujetar la pequeña toalla que aún cubría la cabeza de Yuri, ayudándole a secar su cabello—. Lamento que la ropa de Takeshi te quede tan grande, espero no sea una molestia. —Al ver que el adolescente no decía nada, ella se animó a decir—: ¿Puedo preguntar por qué estabas así? ¿O por qué estabas allí? Es decir, no sabía que conocías a la familia Katsuki. Tú eres…

Yuri desvió la mirada hacia la fila de juguetes que se reunían sobre una mesa desordenada. Las trillizas de Yuko no parecían estar en casa, así que ese ambiente se sentía inexplicablemente tranquilo.

—Pedí un deseo —dijo de pronto Yuri, con la cabeza agachada. La presencia de Yuko no sólo lo tranquilizaba, sino que le animaba a hablar sobre todo aquello que había estado destruyendo sus emociones—. Fue un estúpido deseo, maldita sea. Ni siquiera era en serio. ¡Y todo salió mal! No quería… esto. No quería que él…

Yuko ladeó el rostro. Era evidente que no entendía nada, pero le sonrió y alejó la toalla de su cabeza cuando murmuró:

—Hoy es el Festival de las Estrellas. No sé qué tipo de deseo es el que habrás pedido, pero… ¿sabías que, en Japón, hoy se celebra el Tanabata? —Y, al decirlo, señaló hacia la ventana, donde un diminuto bambú lucía lleno de tiras de papel de colores—. Pedimos deseos a….

—...a Orihime y Hikoboshi —dijo de repente Yuri, mirándola sorprendido—. Ellos se reencuentran cada año y conceden nuestros deseos.

—¡Sí! Y creo que, si existe un día donde podemos remendar nuestros errores, es este —dijo Yuko, entusiasmada, pero pronto su ánimo y su sonrisa se desvaneció al decir—: Aunque me temo que esta noche está lloviendo...

Si llueve, Orihime y Hikoboshi no podrán encontrarse.

Sería muy triste si lloviera toda la vida.

Las hojas del bambú susurran, susurran...

Mari también había cambiado. Yuri lo sabía porque, mientras caminaban de regreso a Yutopia, ella ya no lo miraba entusiasmada, ni parecía preocuparle su aspecto. No lucía como esa mujer de antaño y, asombrado, Yuri recordó que ella había sido la primera que le había dado aquel estúpido sobrenombre que nunca le había gustado: Yurio. Mari Katsuki fue quien, demasiado confundida con su nombre y el de su hermano, arbitrariamente lo señaló, llamándole de tal forma y con tanta seguridad, que inclusive toda la familia Katsuki y Victor le habían seguido el juego.

Realmente nunca le había gustado ese nombre. De hecho, le ponía de mal humor ser llamado así. Sin embargo, y a pesar de cuánto lo había intentado, nunca consiguió que el cerdo y el anciano lo dejaran de llamar así. Era extraño darse cuenta de las cosas pequeñas a las que se había acostumbrado y ahora lo echaba de menos.

No sabía que inclusive las cosas que más le irritaban podían ser extrañadas de esa manera…

—¿Cómo pasó? —preguntó en voz baja, rompiendo el silencio. Mari, que en ese momento fumaba y sostenía el paraguas que protegía a ambos de la lluvia, le dedicó una mirada expresiva, que le hizo a Yuri añadir—: Su muerte… ¿cómo murió Yuuri?

Mari miró el cielo lleno de nubes. La desagradable lluvia y las luces de las casas que permanecían cerradas. Entonces, suspiró.

—Fue hace algunos años, cuando intentó alcanzar a Victor…

No fue una historia fácil.

Para ninguno de los dos.

En Yutopia, Hiroko los esperaba. Amable como ella sola, la mujer tenía lista la cena para él. Le dijo que Victor estaba esperándolo y le permitió preguntar sobre Yuuri, sin cuestionarlo ni juzgarlo. Hablaron sobre cómo había sido de niño y, cuando la noche comenzaba hacerse más profunda, fue cuando Yuri preguntó:

—¿Puedo escribir un deseo?

Hiroko lució sorprendida. Miró hacia la ventana, donde se podía escuchar las pesadas gotas de lluvia golpear la ventana. Aun así, ella asintió y extendió hacia Yuri una tira de papel de un bonito color azul, junto un marcador negro.

—Espero que Orihime y Hikoboshi puedan escucharte. ¿Sabes, Yuri? Vicchan también pidió un deseo. Sería muy lindo si ambos pudieran ser concedidos, ¿no crees?

Yuri sonrió. Una sonrisa suave, pequeña y hermosa. Esa sonrisa suya que siempre sorprendía a Yuuri, pero que era quien más la lograba colocar en sus labios.

—Sí.

Esa noche, Yuri regresó a la habitación donde el altar de Yuuri permanecía intacto. Allí, al parecer, alguien había improvisado una pequeña maceta con un bambú en su interior, porque no recordaba haberla visto antes. Además, sólo tenía una tira de papel y, de inmediato, Yuri reconoció la fea letra de Victor. Pausadamente, colgó su propia tira de papel en las delgadas ramas del bambú, miró la fotografía de Yuuri y cerró los ojos, suplicando por un deseo que en una noche de lluvia, esperaba ser escuchado, a pesar de que la leyenda contaba que los amantes separados no podrían encontrarse si el cielo continuaba llorando.

—Regresa… —pronunció en voz baja, siendo sus palabras una copia exacta de aquello que había escrito en la tira de papel—. Por favor, regresa.

«Regresa.

Por favor, regresa.»

«Déjame conocerte, una vez más.»

I wish I knew you...


Autora al habla:

Primero, antes que nada: la mención al terremoto/tsunami que aconteció en Japón en marzo del 2011 es tratado en esta historia con muchísimo respeto. Mis pensamientos para todas las familias que perdieron a quienes más amaban en este trágico y lamentable suceso. De ninguna manera se pretende faltar al respeto a lo ocurrido con la mención en esta historia.

La muerte de Yuuri fue decidida desde la concepción básica de la historia. En un principio, se planteó la posibilidad de que fuera cuando era niño, cuando recién iniciaba en el patinaje, pero, para ser sincera, sentía que debía ser de manera diferente. Al final, buscando razones, recordé este suceso. Luego, al investigar más a fondo, descubrí que efectivamente el Mundial de Patinaje Artístico se iba a realizar en Tokio en ese año, mas por lo ocurrido, la sede fue cambiada a Rusia. Digamos que todo terminó concordando para la base de esta historia.

También se pensó en que Yurio, cuando saliera corriendo, terminara en las cascadas a las que habían sido llevados en el anime. Al investigar, me di cuenta de que era una distancia demasiado lejana para un impulso (al menos una hora de viaje xD), y un día, navegando por maps para orientarme, terminé en el castillo de Hasetsu y admirando su hermosa vista. Fue ahí donde todo terminó.

Estos son pequeños detalles que quería aclarar sobre el capítulo de hoy, que espero hayan disfrutado. Es pausado y demasiado emocional, pero todas las intervenciones me parecieron justas y en el momento adecuado. Ojalá haya sido así para ustedes también.

¡Muchas gracias por su hermoso review a Zryvanierkic! ¡En verdad te lo agradezco mucho!

¡Muchas gracias por leer! ¡Les deseo una hermosa semana!