Prompt: Fall
[KyokoRen Week 2019] Día 1
Descargo de responsabilidad: Skip Beat! no me pertenece.
… …
Así como hacen las hojas de los árboles en otoño, llega un momento en la vida que nos llama a soltar sentimientos sin ningún arrepentimiento para dar cabida a nuevas emociones.
FALL
Kuon siempre había amado el otoño, casi tanto como amaba el verano, pero los otoños de su tierra natal, nunca podrían compararse con los otoños japoneses y el embrujo que causaban con su inimitable transformación cromática, y su excelsa exposición de tonos e intensidades. Había algo intrínsecamente bello y nostálgico en cómo el brillante verde estival de tantos y tantos árboles de hoja caduca se transformaba de forma sutil e insospechada en nuevos colores, amarillos que parecían dibujar caminos dorados en el suelo, rojos embriagadores cual vino, ocres, lilas, violáceos y púrpuras que daban alas a la imaginación.
Su completa atención regresa de nuevo a Kyoko que parece una niña mirando con fascinación aquí y allá, dando uno que otro brinquito emocionada y señalando cosas por doquier.
Había sido una total coincidencia que los dos hubiesen estado grabando en exteriores en Kibune para dos producciones totalmente diferentes. Era una de esas casualidades que le hacían querer mirar al cielo y agradecer a los dioses.
Había supuesto también erradamente que dada la cercanía de Kioto a Kibune, Kyoko conocería la zona, pero cuando ella lo negó durante una de sus comidas, sintió otra flecha dolorosa clavarse en su corazón pensando en la infancia que Kyoko debió tener, y fue entonces que una idea terminó de crecer en su mente.
—Kyoko-san —llama, y Dios sabía que odiaba el honorifico, incluso cuando el uso de su nombre de pila y no de familia significara pasos de gigante—, algunos compañeros me han recomendado la ruta de senderismo de Kibune a Kurama. Estaba planeando hacerla mañana, me preguntaba si te gustaría acompañarme.
—No quisiera molestar, Ren-san.
No era la primera vez que lo llamaba así y sin embargo su corazón dada vueltas en su pecho cada vez lo hacía, ¿cómo sería cuando lo llamara por su otro nombre?
Una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Si lo fuera, no te extendería la invitación, además —dice rascándose la nuca—, estos planes son mejor acompañados, y, ¿qué mejor compañía?
El sonrojo que coloreó las mejillas de Kyoko mientras asentía poco tenía que envidiarle al rojo otoñal de las hojas de arce.
Y Kuon tiene que reconocer que esta mini-exploración y descubrimiento de una pequeñísima parte de Japón había sido de los mejores momentos de su vida adulta, porque había despertado esa conexión con otra parte de su ser que había olvidado entre el autocastigo, la culpa y la obsesión con alcanzar la cima. Hoy estaba conociendo y entendiendo por primera vez pedazos de la cultura de ese país que lo había adoptado hace años, de la mano de ella, y aunque ella no lo sepa, eso hace un mundo completo de diferencia.
Sonríe al leer la fortuna que se revela en su omikuje al remojarlo en agua en el santuario de Kibune, y si la sonrisa de Kyoko es algo por lo que guiarse, su fortuna debe leer algo parecido a la suya. Y vaya que la fortuna de ambos había sido grande con seguridad, porque ella logró que él comiera lo que ella creía necesario para su travesía en la preciosa terraza sobre el río y él logró que ella lo dejara pagar la cuenta sin rechistar y también logró entre muchos reclamos y ojos de cachorro abandonado que lo dejara pagar el paso en la puerta de entrada de Nisho no mon para iniciar el sendero a Kurama.
No había sido un sendero fácil al comienzo, con una pendiente más bien empinada, eso tenía que admitir, pero el caminar sobre todas esas hojas manchadas de colores otoñales, caminar bajo su baile mientras caían, y la sonrisa de ella, de su Kyoko, mientras danzaba entre las hojas o señalaba emocionada las gotas del rocío de la mañana colgar sobre alguna tela de araña, era un lienzo único, soberbio. Y de alguna forma, casi que mágica, como la transición del verano al otoño, la distancia que parece separarlos siempre, se desvanece en el aire.
Kyoko habla y habla sin parar, a ratos sus largas retahílas recuerdan a las guacamayas y pericos amazónicos, pero ni Ren ni mucho menos Kuon lo cambiarían por nada en el mundo, porque la emoción en su voz, el brillo en su mirada y el afecto y cercanía de su trato, son simplemente perfectos y le hacen sentir más ligero de lo que jamás se ha sentido, cercano, feliz, valiente...
Toma su mano entre la suya y ella le mira sorprendida un momento antes de confirmar el agarre de sus manos y seguir adelante, y él, sintiéndose osado, más osado de lo que se sintió jamás, la estrecha una y otra vez a su lado para inmortalizar por siempre el momento en fotografías, con las estatuas sekibutsu, con los preciosos cedros gigantes o simplemente haciendo tonterías mientras reposaban para retomar fuerzas y continuar con su ruta, una llena de templos, de historia, de preciosas vistas a la montañas, de magníficos parajes naturales como el paseo de las raíces de cedros, que entretejían sus raíces como el telar del destino o la fuente de agua natural Ushiwakamaru no chikaramizu, donde luego se salpicarían el uno al otro, y de eso…, de eso que siempre ha parecido tan lejano y ahora pueden rozar con los dedos, con el corazón.
—Bebe —ordena Kyoko pasándole una botella mientras recorren los alrededores del templo Kurama, en las cercanías del santuario Yuki y Ren se obliga, porque si algo ha aprendido es a no llevarle la contraria a Kyoko cuando de su salud se trataba, o en casi cualquier cosa para el caso.
Mira las pilas de hojas y una sonrisa se dibuja en sus labios, cuando niño solía rastrillar las hojas para luego saltar sobre las pilas y esconderse.
—¿Buenos recuerdos? —pregunta Kyoko.
Kuon asiente y sonríe contándole sus juegos de infancia.
—Deberías hacerlo —dice segura—, salta.
Ren abre mucho los ojos.
—Soy un hombre adulto.
—¿Y?
—Es en serio.
Kyoko sonríe y asiente, antes de lanzarse a por la pila de hojas. Ren espera un par de minutos a que Kyoko salga pero ella no lo hace.
—Muy graciosa señorita, pero es hora de que salgas debajo de todas esas hojas.
—…
—¿Kyoko? —vuelve a llamar y niega con la cabeza al no obtener respuesta—, que conste que te lo buscaste —dice lanzándose a la pila de hojas un poco más a la derecha de donde se ha lanzado Kyoko, no le fuera a caer encima.
—Ufff —deja escapar Ren cuando siente el impacto contra el piso.
—Estás aquí —exclama Kyoko aliviada y Kuon la voltea a mirar, la incredulidad dibujada en sus ojos, ¿llevaba Kyoko puesto un jûnihitoe?
—¿Cuándo tuviste tiempo para cambiarte a eso? —pregunta mientras ella lo ayuda a levantarse, sin dejar ir su mano.
—Supongo que en el mismo momento en que tú te colocaste eso —dice señalando lo que Kuon nota son vestimentas de tipo agekubi.
—Pero, ¿dónde estamos? Estoy seguro que estábamos haciendo senderismo.
—Si tengo que adivinar —dice Kyoko mirando a la multitud que sostiene antorchas iluminando un camino a lo que supone debe ser el santuario Yuki—, debimos caer por algún hueco temporal.
Kuon mira a Kyoko como si le hubiese crecido una segunda cabeza, no podía estar hablando en serio y con tanta serenidad, como si hablara del clima.
—Más bien nos quebramos el cuello cuando caímos en la pila de hojas.
—Porque estar muertos es mejor que haber caído por un hueco temporal —se mofa Kyoko.
—¿No te estas tomando toda esta locura con demasiada calma? No es propio de ti.
Kyoko ríe.
—Créeme, ya tuve tiempo de perder los estribos cuando llegué —confiesa con el rubor coloreándole las mejillas—, es una buena cosa que nuestras acciones parezcan no alterar nada en este lugar o tiempo…, o lo que sea. Además esto se parece demasiado a la historia.
—¿Cuál?
Kyoko lo mira fingiendo decepción.
—He escuchado más historias japonesas hoy que en toda mi vida —se defiende—, no puedes esperar que las recuerde todas.
Kyoko niega con la cabeza pero sonríe.
—La del festival del fuego que se celebra en el santuario Yuki.
—Oh, ¿la de la deidad que se vino a vivir desde el palacio imperial al santuario para proteger la zona de los malos espíritus y los habitantes iluminaron con antorchas para guiar su camino al santuario?
Kyoko asiente.
—Pensé que era solo una historia…
—Ya viene —les susurra alguien a sus espaldas y ambos dan un brinco.
—¿Quién? —preguntan a coro mirando al hombre de rostro amable que les habló.
—El Dios que ha decidido habitar entre nosotros.
—Oh.
… …
—¿Tuvieron una buena siesta? —pregunta una voz cercana y Kuon se levanta espantado, no recordaba haberse dormido.
—Usted —dice mirando fijamente al cuidador del templo que los ha encontrado—, usted estaba —dice y señala a la pila de hojas mientras Kyoko mira a su alrededor desorientada murmurando cosas inteligibles, alguna disculpa supone.
El hombre sonríe.
—He estado todo el tiempo aquí.
—Pero usted —replica Kyoko con los ojos muy abiertos sin saber muy bien cómo terminar su afirmación.
Y Ren no puede evitar la sonrisa que se asoma en sus labios porque esta Kyoko arrebolada, confundida, desorientada y con hojas de colores y tronquitos enredados en el cabello, era una vista para ser atesorada.
El hombre mira hacia las montañas y los colores otoñales que la bañan.
—Una época hermosa, ¿no lo creen?
Ambos asienten.
—Espero que su visita haya sido interesante…, y no olviden rezarle al cedro sagrado antes de marcharse, después de todo dicen que cumple los sueños de aquellos que le rezan.
Cuando el hombre ha desaparecido en la distancia Kyoko vuelve a hablar.
—Tuve el sueño más extraño —confiesa Kyoko.
—Yo también —reconoce Kuon.
—¿Vamos a rezarle al cedro sagrado?
Kuon se encoge de hombros.
—¿Por qué no?
… …
De pie en la puerta de los guardianes, el final de su recorrido, Kuon no puede evitar hacer la pregunta que le ronda.
—¿Qué deseaste? Si no es un secreto —agrega.
Kyoko mira el piso y un sonrojo se apodera de sus mejillas.
—No tienes que decirme si no quieres.
—Si quiero, pero es tonto y me da vergüenza —dice antes de tomar aire—. Solo quisiera que este día nunca acabara —confiesa con las mejillas coloradísimas.
Ren sonríe con el corazón galopándole en el pecho.
—No tiene que hacerlo —responde entrelazando sus dedos con los suyos, su otra mano colocada suavemente sobre su mejilla, esperando por esa confirmación, esa que llega cuando ella se pone de puntillas y cierra sus ojos.
Un sueño hecho realidad.
…
—¿Qué deseaste tú? —pregunta Kyoko mientras bajan las escaleras hacia el pueblo.
—Es un secreto —responde dándole un golpecito en la punta de la nariz.
—No es justo —reclama haciendo un puchero.
—Necesito contarte otras cosas antes de contarte mi sueño, solo dame un poco de tiempo.
—Todo el que necesites.
…
Deseo poder volver a casa con ella a mi lado.
… …
NA. Como siempre me he tomado mis libertades de autor. Los terrenos de los templos y santuarios mencionados son sagrados, no son lugares para jugar.
El sendero de Kibune a Kurama existe y los lugares que se mencionan del recorrido también, entre otros santuarios, templos y lugares de valor histórico que se omitieron.
El mismo recorrido se puede hacer en tren.
El festival del fuego de Kurama (Kurama no hi matsuri) es el tercer festival más importante de Kioto, se celebra el 22 de octubre. Su objetivo es escenificar la recepción de la deidad en Kurama.