Ray tenía casi nula expresión. Casi, porque al estar en compañía de Zack, empezaba a notarse unos pequeños, pero visibles cambios en sus expresiones faciales.

Ya no era una muñeca sin vida. Queriendo solo morir.

No obstante, a pesar de que sus ojos relucían en vitalidad, sonreía sinceramente. No era alguien que liberara amor por los poros.

No quería que se le pegara. Ya había pasado por eso, en esos días que sus tornillos se le zafaban, solo quería esos pequeños momentos que Ray raras veces le otorgaba, que le hacía sentir felicidad con estar a su lado, sentir sus caricias a sus cicatrices que ella no consideraba asquerosas, sus escasas y verdaderas sonrisas que le dedicaba únicamente a él.

Zack quería el amor de Ray. Cariñoso, cómodo, familiar, sencillo, a veces fogoso, pero no pegajoso. Tenían algo, pero a veces parecía que no tenían nada. Si se trataba de ella, era difícil saber lo que estaba pensando. Si ni siquiera podía entrar en su cabeza ¿Cómo podía entrar en su corazón? Sabía que estaba ahí, se lo había dicho y ella no podría mentirle, pero a veces se sentía el único tonto enamorado.

—¡Hey! Ray—llamó, carraspeó, sus mejillas se sonrojaban debajo de las vendas.

—¿Qué pasa?

—Yo quiero que me hagas sentir que estoy en el cielo, hazme ver las estrellas, hazme reír de la nada. —sus ojos no se apartaban de los azules de ella.

Las palabras brotaron rápidamente, palabras que había sacado de una novela romántica ¡Que no estaba mirando! Pero que al protagonista le había funcionado a la perfección, había conseguido que la chica le expresara lo que sentía.

Ella lo miró fijo, él se puso cada vez más nervioso. Ray parpadeó. Zack tragó saliva.

—No te voy a dar droga.

Zack gruñó y pateó la pared en molestia, largándose de ahí. Quedándole claro, que Ray no era para nada romántica, tenía la misma sensibilidad de una piedra.