Shingeki No Kyojin no me pertenece. Mis respetos a su respectivo creador.

Comisión para Cerisier Jin

[AU] [RivaMika] [Omegaverse]


Yuanfen: destinados


I

De dinámicas, voces y negaciones


Era un hecho, el mundo era un misterio en sí mismo, impredecible en vaguedades. Los motivos para que la gigantesca rueda del destino se moviera a voluntad, eran impredecibles también.

Entender que un alma nacía halada a otra, era algo tan cruel como divino. Era maravilloso e inquietante.

El humano había evolucionado, si, más lo primitivo de la naturaleza humana seguía vigente. Lo hacía desde los cimientos del ser. La conclusión siempre sería la misma: en el fondo, todos éramos bestias.

Cuando los llantos de una niña inundaron la humilde cabaña del matrimonio Ackerman en pleno apogeo de la primavera, la alegría, el anhelo, la felicidad absoluta no cabía en los corazones del alfa y la beta que la habrían engendrado. La mujer sostuvo a la pequeña en brazos y teniéndola le susurró:

—Mikasa—Dijo, rebosante de orgullo—Te llamarás Mikasa.

[…]

Los pasillos silenciosos del deteriorado complejo de habitaciones se mantenían lúgubres, vacíos, atestados de un aroma a humedad y fluidos humanos capaces de perturbar el olfato hasta de un beta resfriado. Detrás de las muchas puertas que eran los aposentos de mujeres, en su mayoría betas y omegas, olvidadas por la sociedad y el tiempo, una de ellas, la más peculiar de todas peinaba los cabellos azabaches de su amado hijo.

El pequeño apreciaba la escena en que se hallaba sumido con su madre; la mujer tarareaba, con la voz más melodiosa del universo, una canción que le lisonjeaba el hipocampo y endulzaba su sentido del olfato con una grata serenidad, acariciándole de vez en vez la tierna glándula ubicada en su nuca.

Y él no se atrevería por nada del mundo a interrumpir las hermosas melodías cantadas por su madre.

Para él eran momentos mágicos. Y mientras cerraba los ojos, embelesado con los versos, rogaba a algún ser misericordioso que inmortalizara a su madre.

—¿Por qué siempre me dices que te irás? —Le preguntó una tarde a su madre, después de tomar un baño y ésta lo acunaba entre sus brazos. Ella, ahora más delgada que en el pasado, le sonrió de esa forma que con solo él era capaz de hacerlo.

—Estoy enferma, mi amor.

El niño lo entendía. Era un niño inteligente, la madre daba fe de ello. Era capaz de comprender que la vida antecedía a algo ineludible. Algo natural. Su madre siempre le recalcaba que era algo que tarde o temprano tenía que pasar con todo ser vivo. Y esas feromonas que se iban debilitando de a poco, se lo recordaban.

Pero el pequeño lo ignoraba la mayor parte del tiempo. Era un niño; y los niños siempre viven el presente mejor que cualquier otro.

Día a día, era una esponja que absorbía los conocimientos dados por su amada progenitora. Para él, ella era una fuente de sabiduría. La mujer omega siempre le relataba historias sobre la naturaleza humana, sobre el mundo afuera de esas sucias paredes, sobre lo maravilloso y doloroso que era vivir allá afuera.

—Algún día serás un alfa—. Le contaba su madre, hablándole sobre esa casta que desarrollaría en el futuro. Él, en ese entonces, no lo entendía muy bien.—Y cuando llegue el momento, te ligarás a algún o alguna omega o beta para toda la vida.

Las palabras de aquella que le dio la vida lo seguirían por siempre, como cada momento que hubo compartido con ella, de entre muchas otras cosas. Todo lo concerniente a ella quedaría eternamente grabado en él, prueba discreta de la falta y el vacío de perderla. A veces, por inevitable que sean las cosas, nadie está verdaderamente preparado para afrontarlas.

[…]

El panorama desolador era un recordatorio magno de lo cruenta que podía llegar a ser la madre naturaleza. Concurrió a él un pensamiento de Isabel y en lo consternada que se sentiría de presenciar aquello; los pinos derrumbados y arrastrados, el manto de barro compacto recubriéndolo casi todo por completo, los distintos animales sin vida hechos pedazos cada tantos metros. Esa chica no lo soportaría.

Desechó los pensamientos para ponerse manos a la obra y seguirle el paso a su compañero, hundiendo las botas en el desbordante lodo que parecía querer tragárselo. Delante de él, su compañero llevaba las crías de unas golondrinas rescatadas y malheridas por el desastre.

—Es una pena —.Escuchó la rasposa voz del rubio de lentes perforar en el silencio, mientras se valía de las cuerdas estáticas por una pequeña ladera. —Al menos no hay personas cerca ¿No?

No respondió al comentario retórico, ni miró a su compañero. Sus olfatos alfas no percibían más que la naturaleza misma, así que la respuesta estaba de más. Era más importante continuar con su trabajo.

Dejó que el rubio se encargara de las avecillas y siguió subiendo por lo que quedaba de la montaña. Un desliz por la rocosa cuesta y sería él quien necesitaría rescate.

El aire, tradicionalmente puro, ardía al entrarle en el sistema respiratorio. Estaba impregnado de la vegetación y él agradecía en su interior que fuera así a un olor metálico y ferroso. Miró alrededor, en búsqueda de algún venado o conejo lastimado. Más solo hallaba troncos y ramas arrancados, algunos desde las raíces.

Siguió por el medio de los árboles y frunció el ceño; la campiña comenzaba a presentar un patrón anormal. Miró sus pies, encontrando una zapatilla de hombre, restos irregulares de amachimbre, implementos de cocina abollados, trozos metálicos pertenecientes a una escopeta…

Se apresuró en moverse, temiendo lo peor cuando en el rastro salteado de objetos de uso personal halló una muñeca de trapo. La tomó confundido ¿cómo era posible? No había civilización tan adentro de las montañas.

Buscó con desesperación, mirando en todas las rotativas posibles, teniendo cuidado de por donde pisaba, esperando hallar alguna forma irregular entre la masa de lodo, piedras y madera. Bingo. Ahí a cuatro metros logró ver lo que era sin dudas una mano.

Escarbó tan rápido como pudo, movió los restos de lo que alguna vez fue una cabaña y develó un cuerpo femenino cubierto por el barro, con un aroma atosigándole el olfato. Era obvio que la persona, quien quiera que fuera, no volvería en sí. La ausencia de signos vitales así lo dictaminó.

Continuó en búsqueda de algo, de alguien, con la respiración marcando un ritmo irregular. Los minutos pasaron y nada, caminó sin rumbo y luego se dio por vencido. Se dio media para llamar a su compañero con el fin que éste le ayudara con el cuerpo, tenían que agilizar el procedimiento de reconocimiento con los forenses. ¿Era posible que esa mujer beta viviera sola en medio de la nada?

—Ma… má...

No, no vivía sola.

—Pa… pá…

Cuando siguió con la mirada de donde procedía la voz infantil, no logró ver nada. Tuvo que meterse entre varios troncos, siguiendo más el instinto que cualquier otra cosa y el olor débil de la niña le hizo saber que hubo dado con ella. La sacó de aquel barrial, hallándola en condiciones no muy diferentes de cómo había encontrado a la que de seguro era la madre, pero pudo respirar tranquilo cuando confirmó el pulso de la pequeña.

Estaba enteramente sucia, con el vestido convertido en un harapo, hasta le fue difícil dar con que su piel era blanca. Casi sintió el corazón en la garganta. Apartó algunos mechones de la carita herida y manchada y entonces el amago de un color grisáceo le dio una sensación que solo pudo etiquetar de escabrosa. Sintió la mano arderle al rozarle la nuca y confuso comprendió que lo primordial era salvarla.

—¡Zeke! —. Exclamó el nombre de su compañero cuando volvió en sí—¡Zeke, ven rápido!

[…]

Ella y Eren caminaban tranquilamente por el borde del río que cruzaba a la ciudad de Shinganshina, cada uno centrado en sus propios pensamientos. Eren pensaba en cómo convencería a su madre de dejarlo entrar en el equipo de fútbol de la escuela y Mikasa reflexionaba sobre la creciente sensibilidad de sus sentidos; en ese momento, su nariz reconocía las ansias impresas en los sentimientos de uno de sus hermanos.

Ambos niños quizás iban tan absortos que ignoraban que llevaban varias calles siendo seguidos. Y Mikasa sí que se odiaría por su descuido.

En un abrir y cerrar de ojos, unos completos desconocidos les estaban apuntando con una pistola a cada uno entre ceja y ceja con la intención de obligarlos a subir a un auto.

—¡No! ¡Suéltenme, bastardos! —El pequeño Jaeger no dejaba de gritar palabras impropias para alguien de su edad—¡No iré con ustedes!

—¡Cierra la boca maldito niño!

—¡Eren!

El dolor la tomó como si ella hubiera recibido el puñetazo que ese miserable hombre, de feromonas irascibles, dio en la boca del estómago del castaño. Forcejeó con los hombres que le impedían moverse domada por la desesperación. Sabía que tenía la suficiente fuerza para soltarse y salvarse a ella de su hermano de ese aprieto. Se libró de los tipos, los golpeó con todas sus fuerzas dispuesta a ir por Eren, pero una voz –ese tipo de voz- se lo impidió.

El hombre le ordenó no moverse y ella así lo hizo, odiándolo con cada átomo de su cuerpo, contemplando como golpeaba a su querido hermano. Mikasa solo lloraba furiosamente. Sabiéndose en una situación desesperante, su glándula y la de Eren vibraron casi a la vez.

—Oi, bastardo.

Una voz grave cortó el aire.

—Suelta a ese niño.

Frente a ellos pasaba un hombre de baja estatura, pero cuyo rostro era meramente amenazante y helaba a cualquiera que tuviera la osadía de verlo mucho tiempo; infundía el respeto propio de un alfa. El otro alfa que retenía a Eren le apuntó con el arma y dando por perdido al hombre que intentó salvarlos, grande fue la sorpresa de los hermanos cuando el azabache desarmó al sujeto y lo dejó tendido en el suelo inconsciente.

—Tch—Chistó mirándolos impertérrito—Tengan más cuidado, mocosos de mierda.

Ella guardó silencio y Eren, tembloroso a su lado, no tardó en salir del estupor del momento.

—U-Usted… ¡Cielos, señor, usted es increíble! —Mikasa miró a su hermano en el asombro de verle los ojitos brillar hacia ese extraño—¡Es demasiado fuerte!

Tuvo la intención de detener a su hermano cuando éste se acercó al desconocido ¿qué acaso no sabía Eren lo peligroso que era? Sí, podía haberlos salvado, pero Mikasa no dejaba de sentir la desconfianza hacia aquél alfa. Y ella se arrepintió con creces y se recriminó intensamente el no haber detenido a Eren.

—¡Señor, muchas gra…!

Detente, estúpido mocoso.

La azabache percibió la tensión inmediata de su inocente hermano y la ferocidad de la mirada zafiro del desconocido. Su cuerpo se estremeció al oír la voz alfa a pesar de no haberse dirigido a ella y se odió por eso.

Sintió un escalofrío recorrerle cada vértebra y foramenes de su espina dorsal. Un montón de sentimientos indescriptibles la crisparon; su dinámica entera le estaba trastornando la razón y juró estar mal de la cabeza, al percibir la mirada del alfa traspasarla.

Váyanse a su casa. Ahora.

Ella y Eren obedecieron y dieron media vuelta en silencio, dominados por la voz alfa. Sintió los zafiros puestos en ella hasta que estuvieron lo bastante lejos como para que aquél desconocido ya no pudiera verle más.

Y, desde ahí, odió a los alfas. Juró odiarlos siempre. Y sobre todo, odió el dominio de ese alfa en ella y en su hermano.

[…]

—Él es Levi Ackerman.

El día que el padre de Eren trajo un invitado a casa, Mikasa maldijo su suerte. Su sentido del olfato y el del castaño identificaron un tremendo aroma a alfa que ya habían percibido semanas antes. Mientras Eren se alegraba y se dirigía contento a saludar al amigo de su padre, ella solo pudo sentir una gran aversión por el nuevo invitado. Las furiosas feromonas expelidas por la azabache le hicieron saber a Levi del irrefutable rechazo, más no se inmutó.

Levi era un hombre aparentemente exento de emociones; era difícil distinguir algún tipo de emoción tanto por su rostro inexpresivo como por su olor. Era la nada misma, a excepción de lo que Mikasa consideraba un apestoso olor a alfa.

El rechazo insondable de la hermana de Eren no sólo fue obvio para Levi. Grisha la miró entre el asombro y la confusión, Carla le dio una mirada de advertencia y Eren frunció el ceño. Nada la haría cambiar de opinión. Estaba claro, ella no quería a ese alfa ahí.

—Vaya ironía. —Apuntó el padre de la familia tratando de desvanecer la creciente tensión. —Mikasa también se apellida Ackerman. ¿No serán ustedes familia de algún lado, Levi?

El hombre no contestó, solo se quedó ahí mirando a la pequeña azabache. Mikasa y los Jaeger se miraron extrañados y Grisha tuvo que volver a replicar.

—¿Levi?

—¿Ah? No.

"¿Cómo lo sabía?" Ninguno se atrevió a preguntar.

El resto de la visita los mayores hablaron entre ellos sobre las cotidianidades habituales de los adultos, con alguna que otra intervención de Eren feliz de tener la presencia del pelinegro en su hogar. Mikasa, en cambio, se mantuvo arisca y en silencio, molesta con las constantes miradas del alfa encima de ella y aún más molesta consigo misma por sentirse extraña cada que sentía el color zafiro sobre ella.

Cuando Levi se hubo despedido tras agradecer la hospitalidad de la familia, ella siguió a Carla hasta la cocina para ayudarle con los platos.

—Mikasa, ¿sucedió algo con el joven Ackerman? —Ella negó sin mirar a su madre adoptiva, a pesar de que tenía toda la atención de los ojos dorados puestos en ella y que la mujer expelía un aroma a preocupación.

—Él no me agrada, es todo.

—No deberías juzgar a un libro por la portada. Parece un hombre amenazante, pero es una buena persona. —Pero Mikasa era una niña terca.

—No lo creo.

—Él era el compañero de Zeke cuando era rescatista. —Recordó la mujer—. Mikasa, Levi fue quien te encontró.

Esa información fue de más reveladora. Los orbes plateados de la niña se abrieron de par en par tras oírle y Carla siguió con sus tareas como si nada. De repente, la joven azabache experimentó un sentimiento parecido a la culpa y se preguntó si se habría pasado de la raya, hasta llegó al punto de considerar el disculparse con el otro Ackerman.

Pero el sonido de la voz alfa utilizada en ella y en Eren más la frialdad con la que ese sujeto se dirigía a su hermano le recordaron que no, que Levi Ackerman realmente no era una buena persona, que removía en ella cosas inexplicables ligadas a su género y que parecía que nada era capaz de conmoverlo. No había mayor trasfondo en que la encontrara, después de todo, él hizo lo que exigía su trabajo.

[…]

Una de las cosas que Mikasa más maldecía, era la creciente fascinación de su hermano adoptivo por aquel azabache. Levi no había vuelto a poner un pie en la propiedad de los Jaeger, motivo que mientras Mikasa lo agradecía, Eren se sentía inmensamente entristecido. Un picor nacía en ella cada vez que Carla afirmaba que la fascinación de su hijo era porque quizás aquel hombre sería su alfa predestinado.

¿Cómo habían llegado a esa conclusión? ¿Por qué Grisha no decía nada por las sandeces que comentaba su esposa? ¡Pero por amor a Dios, si ese tipo les llevaba muchísimos años a ella y a Eren!

No, error, ella no entraba en esa ecuación.

Así que con un desagrado que no se molestaba en ocultar gracias a sus feromonas, Eren la arrastraba consigo para visitar el café en que Levi trabajaba haciendo deliciosos smoothies.

Poco después, Armin, un pequeño beta rubio sin ningún aroma en particular, se les había sumado a la rutina de todos los jueves después de la escuela –rutina que Mikasa aborrecía a raja tabla-. El rubiecito era agradable, vivía junto a su abuelo a unas casas de la de ellos y la distraía de su tórrida aversión por el azabache. Mikasa sentía celos de que Armin no se mareara con olores particulares ni percibiera las autoritarias feromonas del molesto alfa.

¿Cómo podía Eren sentirse fascinado por ese tipo?

Después de las visitas al café, Armin siempre quería decirle algo. Pero el rubio no lo hacía, parecía no encontrar las palabras adecuadas para hacerlo. Y Mikasa, intuyendo que era algo referente al displicente alfa, no lo animaba a decir nada tampoco.

—¡Hola, señor Levi!

—Buen día, señor Ackerman.

—Mocosos—Levi daba un asentimiento de cabeza para saludar mientras estaba ocupado con la máquina cuando los veía entrar en el local. Eren lo saludaba animado y Armin con cierta timidez. Mikasa ni siquiera lo determinaba.

Pero, para sorpresa de los niños, ese jueves los smoothies vinieron de parte de la casa. Desde entonces, siempre vinieron de parte de la casa. Los de Eren y Armin con dibujos de hojitas y el de Mikasa con una flor.

Meses más tarde, los olores de cualquier tipo se le hicieron insoportables a Mikasa, se mareaba de la nada y experimentaba fuertes fiebres. La salud de Eren también comenzó a ser afectada, así que Carla, madre dedicada por su naturaleza omega, los cuidó con fervor durante esa tediosa temporada, donde sus glándulas omega comenzaron a picar y a doler trayendo prolongadas punzadas.

Eren y Mikasa sabían lo que se avecinaba. Así que una mañana, cuando después de una infernal noche Mikasa fue al baño y encontró una gran mancha roja en sus braguitas, supo que ya había entrado a una insufrible etapa.

Vinieron muchos cambios. Mikasa se hizo más cercana a su hermano, éste atravesaba las mismas penurias de la dinámica después de todo. Mikasa se sentía asqueada también con el olor de Grisha en cada esquina de la casa, atravesaba inesperados cambios de humor y los sentimientos se hicieron más volubles para ella. Muchas noches lloró con la cara hundida en su almohada.

Así que no volvió al café, a pesar de que fueron dos semanas de revolución hormonal, Mikasa no quiso volver a acompañar a su hermano y a Armin a ese lugar. Esa decisión trajo problemas a su relación con Eren y culpó y odió a Levi Ackerman por ello.

—¿Cuál es tu problema con el señor Levi, Mikasa? —La confrontó indignado el muchacho Jaeger. Pensaba que su hermana era una tonta que estaba llegando al extremo.

—¿Cuál es el tuyo, Eren? ¿Por qué ese tipo es tan importante para ti?

—Él nos salvó, Mikasa. A ti más de una vez. Yo no sé tú, pero yo si pienso en ello.

Eren no le habló por semanas, calificando su actitud de absurda e infantil. Sabía que su hermana no toleraba a los alfa –algo contradictorio a su naturaleza- y con más razón a Levi, algo a lo que el niño no le veía ni pies ni cabeza. Él veía en el Ackerman a un ejemplo a seguir, a alguien asombroso.

Era una tarde de esas en que los tres amigos se reunían para terminar sus deberes de la escuela, Armin y Mikasa se hallaban solos puesto que Eren había tomado un momento para ir al baño; el rubio aprovechó el momento para mencionar algo que rondaba en su cabeza.

—El otro día cuando fuimos al café vimos a Levi. —Mikasa no se molestó en verlo, claro que habían visto a ese hombre—. Creo que ha estado decaído desde hace algún tiempo.

—¿Decaído? Armin, no bromees—-. Ella tuvo la necesidad de chistar. A su criterio, Levi era una cosa sin sentimientos.

Eren regresó y ninguno volvió a tocar el tema. Para Mikasa era absurdo, pero ¿Por qué otro motivo Armin le diría aquello? …. Armin no decía mentiras.

Los días transcurrieron, y Mikasa lamentó la condición beta de su amigo, pues de ser alfa u omega podría haber sabido por su humor si éste mentía o no. Pero ella lo conocía lo suficientemente bien ¿Habría sido cierto? De serlo, ¿qué podía perturbar la inexpresividad de Levi? Se obligó a sepultar su curiosidad, a ella ese alfa no le importaba.

—El señor Levi se fue—. Dijo un día un triste Eren mientras daban vueltas en una rueda del parque. —Ya estarás feliz, renunció al café.

Mikasa no supo que decirle a Eren. Desconoció incluso a qué le supo la noticia; su hermano juraba que ella sentía felicidad, más no era así. No sintió ningún atisbo de alegría y, por el contrario, su instinto arraigó en ella una profunda e inexplicable tristeza.

¿Por qué? ¿Por qué se le aguaron los ojos en lágrimas al saberlo?

Ella odiaba a Levi Ackerman. Ella lo odiaba.

[…]

Un dolor espantoso de esos que arrancan alaridos de dolor hasta del más macho de los alfas lo hizo gruñir exasperado. Su vientre y su espalda sufrían como si reviviera algún tipo de tortura de los tiempos de la inquisición; el aire quemaba sus pulmones y la boca la sentía seca como si hubiera dormido en algún desierto a la deriva.

El azabache se levantó débilmente de la cama y rebuscó en su encimera el frasco de píldoras que siempre mantenía cerca para esos casos. Cuando dio con el frasco y sacó la píldora ni siquiera se molestó en buscar agua. Cerró los ojos cuando una nueva oleada de dolor golpeó sus entrañas, pero como en todos esos años, soportó lo insoportable. Era el mismo deprimente monólogo de toda su jodida vida.

La imagen de sí mismo frente al espejo le causó más aborrecimiento que hallar un lugar desordenado y lleno de polvo y para él eso era decir mucho. Se veía más muerto que vivo que nunca, sus pómulos casi huecos y las remarcadas ojeras lo convertían en un perfecto cosplay de un personaje de Tim Burton.

Se llevó unos dedos temblorosos a la nuca y forjó una mueca lastimera nada más rozarlos ahí. Su glándula alfa estaba intocable, como si la tuviera venenosa. Se sentía como si la encarnación de su género hubiera sido mutilada, perforada, quemada, arrancada y cosida al mismo tiempo. Era una pesadilla vivir así.

Pero él ya estaba acostumbrado a las pesadillas.

Cuando el ringtone de su celular rompió el silencio quiso enviarlo a la mismísima mierda, pero por sobre su infierno personal, habían obligaciones que cumplir. Cuando leyó el contacto en la pantalla en serio consideró el no contestar.

—¿Qué quieres, maldita cuatro ojos? —. Espetó con la voz más ronca que de costumbre.

—Wou, ¿mala noche, enano? ¿Cómo te sientes?

Meditó la respuesta.

—Como la mierda. —Casi pudo oír el suspiro interno de su amiga, pero prefirió desviar el tema de conversación aclarándose la voz—. ¿Cómo están las cosas en la oficina?

—Mejor ahora que apareció el nuevo listado de Mitras, así que falta la concesión de Nile y cerraremos el trato con Rod. Erwin está mejor ahora, se huele más tranquilo. —Esas eran buenas noticias, así que no todo estaba de la mierda—. Aún así faltas en la oficina, Mike extraña que lo asfixies con tu aura de alfa mayor.

Levi soltó lo más parecido a una risa. Alfa mayor, eso sí sonaba como una estupidez.

—Tch, sí que piensan estupideces.

—Así nos adoras, no puedes vivir sin nosotros—. Añadió la mujer al otro lado de la línea tratando de prolongar las bromas. Pero de un momento a otro se tornó seria —. Levi, me preocupo por ti.

—Lo sé, Hanji.

—Erwin también se preocupa por ti.

—Lo sé.

—Si tan sólo…

—No lo digas.

La de lentes hizo un grato esfuerzo por complacer a su amigo, soltando solo un gran suspiro desganado.

—Está bien.

"No, no está bien"

—Nos vemos mañana. —No dio espacio a la respuesta de ella y colgó.

Miró nuevamente su lecho de dolor, el sufrimiento paulatinamente empequeñecido por los supresores pinchando molestamente el pináculo de su glándula. No había nada por hacer...

[…]

—Mikasa…

—Dime.

—No te huelo. —Resaltó el castaño, mirándola con reproche y frunciendo el ceño. —Y no estás en celo. —La susodicha se encogió de hombros.

—Eren. —Lo frenó ella mirándolo en la vacuidad. —Llegaremos tarde.

Fin de la discusión.

No era problema de su hermano a qué oliera.

La escuela, al juicio de Mikasa, era molesta e interesante. Tenía el mejor promedio de la clase seguida de Armin, casi sin poner mayor interés. Sus compañeros le envidiaban, temían y respetaban. La mayoría eran betas, con la regularidad de algún alfa u omega entre los grupos.

La pubertad le ayudó a comprender los dos polos de los géneros de la población y Mikasa llegó a la conclusión de que la vida hubiera sido más fácil si la hubieran bendecido al nacer bajo la dinámica beta, sin preocuparse por olores e instintos, como era el caso de Armin, Annie, Connie y Reiner.

Desde que comenzó a vivir con los Jaeger, tanto los niños de la escuela como los del vecindario siempre le temieron. Todos a su alrededor, desde Grisha y Eren hasta sus maestras creyeron que sus indicios eran claramente alfas, hasta que su lado omega salió a relucir. Carla fue la única que pudo preverlo. Sabiendo que su temperamento era más propio de un alfa o hasta de un beta, Mikasa no queriendo que la tomaran como menos, hizo a creer a todos que era así.

Eso hasta que su imprudencia y Jean Kirchstein frustraran esa visión al verse atraído por sus feromonas.

Cuando el muchacho alfa se vio atraído y nervioso a ella, no tardó en declararle su amor. Eso la enfureció: su farsa se venía abajo. Así que controlando sus ganas de golpear a Kirschtein, arrastró consigo al de cabello bicolor y lo obligó a jurar que no le contaría a nadie de su verdadero género.

Jean pensó que era una broma; "Mikasa, nadie puede ocultar su verdadera naturaleza" fue lo que le dijo, como el sincero muchacho que era, pero ella estaba comprometida consigo misma a ocultarla. Lo había hecho durante cuatro años y lo haría cuanto tiempo fuera necesario.

La llamaban literalmente "la beta que parece alfa" quien en realidad era una omega.

Así que en su afán por negar su género, la azabache consumía inhibidores y se inyectaba cada tanto para neutralizar el aroma característico. Hasta llegó a utilizar perfumes de esos que usaban los betas, acción que cualquier alfa u omega consideraría una bajeza total.

Carla intentó hacerla razonar: le habló hasta el cansancio del porqué debía enorgullecerse de ser una omega y de las grandiosas virtudes que conllevaba serlo. Pero ella no veía nada de maravilloso en ello ¿Someterse a un alfa? ¿Pertenecer a un alfa? Ni hablar.

Armin intentaba hacerle ver que todo aquello no era tan malo, que enlazarse con un alfa pondría fin a lo que ella catalogaba como un martirio. Pero el verdadero martirio para Mikasa era el tener que enlazarse con esa repudiable raza.

Claro que los años le hicieron ver que no todos eran así, que dejando de lado lo territoriales y demandantes que eran esos seres, podían ser hasta agradables. Aprendió a tolerar a Jean, Reiner y Bertholdt eran unos verdaderos caballeros y Ymir una sarcástica y graciosa muchacha, además, estaba Sasha: la alfa de oído iónico. Sasha era amable, austera como todo alfa, pero especialmente comprensible con Mikasa. Después de todas esas experiencias la Ackerman no estaba segura de seguir odiando a los alfas, no cuando su mejor amiga era uno. Era ya más una costumbre que un odio en sí.

—Oí que habrá un nuevo vecino. —Mencionó Armin a ella y a Eren cuando regresaban de la escuela.

—¿En serio? —Relució su curiosidad el castaño.

—Sí, mi abuelo me dijo que un hombre alfa compró la ciento dieciséis y que se mudará ésta misma tarde. —Ella rodó los ojos tras el comentario.

"Genial, más alfas pestilentes"

La ciento dieciséis era una de las casas más grandes y lujosas del suburbio donde vivía el trío de amigos, asediada por años por agentes inmobiliarios. Era una zona exclusiva donde vivían los económicamente acomodados: el padre de Eren era uno de los doctores más conocidos de Shiganshina y los padres de Armin unos famosos betas investigadores que viajaban por el mundo descubriendo nuevas especies.

Así que el que había comprado la ciento dieciséis tenía que ser un sujeto adinerado. No era raro que se tratara de un alfa.

El chisme iba de boca en boca en el suburbio. Durante el almuerzo, Carla no dejó de hablar sobre las especulaciones del misterioso hombre que habría comprado la propiedad. Los jóvenes de la familia se miraban hostigados por la habladuría de la madre y Grisha guardaba un silencio sepulcral.

—Todos los omegas esperan que esté soltero—Decía una enérgica señora Jaeger—La señora Forster espera que sí, ¡si vieran la algarabía que hay aquí desde que se supo la noticia! —.Rió la mujer; al estar siempre en la casa, su vida se limitaba mayormente a lo que acontecía en el suburbio. —Bueno, lo único que sé es que está relacionado con la agencia ReSmith.

Guarda silencio, Carla. —Grisha interrumpió usando uno de los tonos de la voz de alfa tensando a los omegas en la mesa y haciendo que su esposa obedeciera en el acto. Pocas veces le habían escuchado usarla y Mikasa odiaba cada vez que lo hacía. —El alfa que tiene a esta zona aromatizada a pura curiosidad ya lo conocemos, querida.

—¿Qué? —Vociferó incrédula la mujer. —¿Y quién es?

—Paciencia, querida, ten paciencia. Después de todo llega ésta misma tarde ¿No es así? Pronto lo sabrás.

Carla aceptó a regañadientes la escueta respuesta de su marido y un insatisfecho Eren balbuceó entre dientes algunas palabras que se ganaron una mirada petulante del padre. Mikasa se mantuvo discreta, pero también ella comenzaba a sentir cierta curiosidad por el nuevo vecino.

A las cuatro de la tarde el ruido de la calle y la concentración de feromonas omega distrajeron a los Jaeger y a la joven Ackerman de sus tareas. Al asomarse por una ventana, Mikasa sintió un escalofrío al percibir un imponente aroma a alfa llenarle las fosas nasales; frente a la ciento dieciséis vio la figura de un pequeño hombre bajar de un automóvil negro. Frunció el ceño al verse la piel de los brazos chinita.

—¡Ya llegó! ¡Ya llegó! —Su hermano llegó emocionado a asomarse por la ventana, gritando entre susurros. Se apoyó en el alfeizar y quedó boquiabierto. Mikasa se alejó sumida en una incomprensible controversia interna.

"¿Por qué él?"


¡Cerisier Jin, con todo mi corazoncito para ti! Espero que el fic sea interpretado de la mejor manera :D hace un tiempo había pensado en Omegaverse entre éstos dos, pero fue una idea pasajera ya que me fijé más en algunos borradores que guardo por ahí. Al final, me enamoré de ésta idea, asi que créditos a Cerisier por eso.

No puedo evitar hacer mis dramas (?) así que éste fic tendrá mucho de eso, como pueden ver los Ackerman están luchando contra sus instintos pero cada uno por sus distintos motivos, que serán desarrollados en los siguientes capítulos.

Se despide

MioSiriban.