Mientras Gohan acariciaba el brazo de Videl de forma lenta, entrelazó sus piernas con las femeninas para juntar mucho más sus cuerpos. Ambos, desnudos en la cama de su habitación, se habían quedado en completo silencio después de hacer el amor.

Notaba la respiración tranquila de la mujer a su lado y un aura de felicidad inundaba las almas de los dos.

Aunque estaban callados, ninguno de los dos se sentía incómodo, no si estaban juntos, no si tenían la posibilidad de compartir algunas horas de aquel viernes. Ese día, el cielo estaba bastante nublado, pero les daba igual.

Dentro del cuarto, con los cuerpos y los espíritus encajados, en perfecta sincronía, Videl pensaba que no quería despertar de aquella epifanía extraña que estaba viviendo.

En lo que menos pensaba en ese momento era en el mundo exterior. No le importaba nada que no tuviera lugar en aquella habitación; ni su trabajo, ni su esposo, ni su entorno, nada. Absolutamente nada.

Se dio la vuelta despacio y empezó a acariciarle el rostro a Gohan. Le sonrió solo por el simple hecho de verle la cara. Seguían abrazados porque los dos sentían que les faltaría algo si llegaban a soltarse.

¿Qué? —le preguntó Gohan al verle la sonrisa mientras el gesto se le contagiaba.

¿Qué de qué? —dijo, ante lo que los dos soltaron una leve risita.

¿Por qué sonríes así?

En efecto, Gohan no entendía por qué sonreía de esa forma tan limpia, tan pura, mientras lo miraba a él, quien se veía totalmente insignificante al lado de una persona que irradiaba tanta verdad, tanta luz.

«¿Por qué me sonríes así, si yo soy tan poca cosa?»

Porque eres muy guapo —le contestó Videl con simpleza mientras seguía acariciando su rostro y sonriendo.

Gohan la estrechó mucho más contra él y la besó de forma cariñosa. Decía eso porque no podía verse a ella misma desde sus ojos, desde su perspectiva, porque si lo hiciera, se daría cuenta de que la persona más maravillosa y hermosa del planeta y de todo el universo era Videl Satán.

Después, Gohan rozó su nariz con la de la mujer y ella siguió riendo. Cómo le gustaba verla reír. Tenía una risa inquieta, melodiosa, preciosa. Quería verla siempre así, siempre feliz y riendo.

Se quedaron de nuevo en silencio, pero esta vez mirándose a los ojos; azul y negro bailando en la penumbra de la habitación sin poder despegarse el uno del otro.

¿Puedo preguntarte algo un tanto… personal? —dijo Videl con un poco de picardía.

Claro.

¿Cómo fue tu primera vez?

Gohan se puso un poco nervioso porque no se esperaba algo así. Sin embargo, cuando se recompuso de su sorpresa y del bochorno le contestó.

Fue… un verdadero desastre.

Los dos rieron. Gohan porque sabía a ciencia cierta que así había sido y Videl porque justo se imaginaba que había ocurrido de ese modo, pero le hacía gracia que él mismo se lo confirmara.

En cambio, el semisaiyajin no le preguntó lo mismo a ella porque lo más probable era que hubiese sucedido con su esposo y no quería conocer esa información.

Me lo imagino.

Gohan la abrazó para hablarle al oído.

Pero me hubiera encantado que fuera contigo.

Videl, ante tales palabras, se emocionó mucho. Ella se sentía exactamente igual. Estaba segura de que, en otro tiempo, en otra época, en otro lugar, Videl y Gohan, otros Videl y Gohan habían estado juntos desde el principio. Para su mala suerte, su vida no se había desarrollado de ese modo.

A mí también —susurró con sinceridad—. ¿Puedo preguntarte otra cosa? —Gohan solo asintió—. ¿Te da miedo la muerte?

Eso sí que pilló a Gohan desprevenido. Realmente, Videl era alguien enigmática e interesante, que pasaba de un tema trivial a uno completamente serio en cuestión de segundos.

Gohan pensó bien la respuesta antes de contestar. Había estado al borde de la muerte en varias ocasiones por su linaje saiyajin, por su deber como heredero del protector de la Tierra. Sin embargo, también recordaba que había visto morir a gente fundamental en su vida y eso sí dolía de verdad.

No realmente. Me da más miedo perder a quienes quiero.

Videl comprendió enseguida porque pensaba exactamente igual. Sin embargo, no le dio importancia al significado de esa conversación; a algo que le parecía tan lejano.

Porque, en ese instante, los dos, uno en brazos del otro, estaban a salvo.


-Vía de escape-

Capítulo 14. Apagón


Sharpner se levantó aquella mañana muy temprano. Era bastante extraño, pues, comúnmente, era una persona a la que le gustaba dormir de más.

Sin embargo, aquella noche casi no había dormido pensando en la noticia que su esposa le había soltado la noche anterior como si fuera una bomba. Una bomba cuya detonación había arrasado con su estabilidad emocional.

Intentaba mantener la cabeza fría, siendo consciente de que no debería meterse en los asuntos de su amiga. Pero no era una amiga cualquiera. Era Videl, una de sus mejores amigas de toda la vida, una de las personas más especiales que había conocido y alguien a quien amó profundamente; la primera a quien amó, de hecho.

No quería, bajo ningún concepto, verla sufrir. Y sabía que si estaba alejada de Gohan, ese sería motivo para no ser ella misma al cien por cien.

Por otro lado, saber que se le estaba ocultando algo tan delicado e importante al primogénito de la familia Son lo tenía trastocado. Porque, en el fondo, era alguien empático. Se ponía en la piel de Gohan, pensaba en que Ireza le ocultara algo de tal calibre, y se le erizaba el vello de todo el cuerpo.

No sabía si debía hacerlo y tampoco estaba seguro de que lograra contarle a Gohan que Videl estaba embarazada. Lo único de lo que estaba seguro era de que iba a ir a verlo. Quizás, una vez que lo tuviera enfrente las palabras fluirían con facilidad o, por el contrario, se acobardaría y no sería capaz de verbalizarlo.

Después de más de media hora despierto, acarició el brazo de Ireza lentamente para avisarla de que tenía que salir.

La mujer rubia se dio la vuelta entre muecas de cansancio. Abrió uno de sus ojos para ver entre la penumbra de la habitación y se asombró mucho de que Sharpner estuviera despierto tan temprano aunque ese día no tenía que ir a trabajar.

—¿Dónde vas tan temprano? —susurró mientras escondía su rostro en el pecho de su esposo, sintiendo la calidez que su cuerpo desprendía.

—Tengo que ir a solucionar el tema de esos papeles de mi madre, ¿recuerdas?

—¿Tienes que ir hoy? Es la primera vez en meses que los dos tenemos un día libre.

Sharpner le acarició el cabello, sintiendo algo de pena. Ireza tenía razón. Era la primera vez en mucho tiempo que podrían pasar todo el día juntos los tres, así que intentaría tardar lo menos posible en resolver el asunto con Gohan.

—No te preocupes, tardaré poco y después podremos pasar el día los tres juntos. ¿Quieres que vayamos a ese restaurante del centro que te gusta tanto?

Ireza solo asintió, regalándole a su esposo una caricia de su mejilla contra su pecho. Él la apartó un poco y le besó los labios brevemente antes de levantarse y susurrarle un tenue «sigue durmiendo».

Se vistió, desayunó algo rápido y, justo antes de marcharse, pasó por la habitación de su hija. Abrió la puerta un poco, mirando solo por la rendija entreabierta para no molestarla. Riu estaba durmiendo en una posición un tanto extraña, bocabajo y sujetando la almohada entre sus manos. Tenía el rostro completamente relajado.

Mientras miraba a la niña, se quedó pensando en cómo un hijo te cambia la vida. Sharpner siempre se había caracterizado por ser alguien bastante egoísta, alguien a quien no le importaba prácticamente nada que no estuviese directamente relacionado con él. Sin embargo, desde que Riu había llegado a su vida, todo había cambiado.

Ya no había nada, nadie que le importara más que su hija. En su lista de prioridades ella era el número uno y lo sería siempre. Y solo de pensar que alguien pudiera haberlo privado de sentir, de vivir la paternidad, hacía que le entraran escalofríos por todo el cuerpo. En cierta medida, era por ese motivo por el cual sentía la increíble necesidad de hablar con Gohan.

No era justo. Nada lo era. Ni que se metiera en los asuntos de Videl ni tampoco que Gohan no lo supiera. Se encontraba en una total encrucijada que lo tenía bastante inquieto.

Cerró la puerta con cautela para no perturbar el sueño de su hija y posteriormente salió de la casa que compartía con Riu e Ireza desde hacía años.

Era un día laborable, así que supuso que Gohan estaría dando clase, pero rezaba para que tuviese trabajo de despacho o algún rato libre para poder hablar.

Se encontraba más inquieto que nunca porque, a pesar de sus convicciones, de su moral, de lo que pensaba que era lo correcto, estaba seguro de que no sabría qué hacer hasta que tuviera a su antiguo compañero de instituto frente a frente.

Si Ireza se enteraba de que él había sido el que había revelado ese gran secreto, estaba seguro de que le tocaría dormir un par de semanas en el sofá, pero se encontraba en ese momento entre la espada y la pared. Entre lo que se supone que un amigo debe hacer y entre lo que su ética personal le gritaba con fuerza que era lo mejor, lo correcto, lo adecuado.

Sin darse apenas cuenta, llegó a la facultad donde Gohan trabajaba. Entró al edificio y buscó a alguien que pudiera indicarle dónde podría encontrarse. Divisó en una especie de habitación pequeña a una conserje que miraba con desdén unos papeles mientras los rellenaba desganada.

La mujer, de unos cincuenta años, llevaba el pelo recogido en un moño medio deshecho y unas gafas pequeñas sujetas al puente de su nariz. Mientras escribía con hartazgo letras descuidadas sobre el papel, golpeaba la mesa en la que estaba apoyada con el dedo de la mano que tenía libre.

Sharpner se acercó hacia la mujer y se quedó mirándola con insistencia, en un vano intento de que se diera cuenta de que alguien solicitaba su atención y le dirigiera, al menos, la vista, pero no llegó a suceder.

Por lo tanto, el hombre rubio carraspeó algo nervioso y se decidió a llamar directamente la atención de la mujer.

—Disculpe…

La conserje alzó sus pequeños ojos verdes un poco. Suspiró pesadamente y después se incorporó, haciéndole un simple gesto para que comenzara a hablar, sin soltar ni media palabra.

Sharpner se rio con nerviosismo. Nunca se le habían dado bien aquellas situaciones incómodas en las que su interlocutor era más antipático que de costumbre. Además, ¿por qué iban a dejar entrar a alguien ajeno a la universidad de forma tan deliberada, sin siquiera saber quién demonios era o qué quería?

—¿Podría saber dónde se encuentra el profesor Gohan?

—¿Quién? —preguntó contrariada la mujer.

Sharpner hizo una mueca rara con los labios, intentando recordar cuál era el apellido del semisaiyajin. Lo consiguió algunos segundos más tarde.

—El profesor Son. Son Gohan. Me gustaría hablar con él un momento.

Sin contestar con palabras, la mujer empezó a buscar en uno de sus cajones el listado de horarios de los profesores para saber si aquel por el que preguntaba ese joven rubio se encontraba dando clase o realizando otro tipo de actividades.

Muy despacio, empezó a buscar en el cuaderno, tomándose todo el tiempo del que Sharpner no disponía. O sí, pero realmente los nervios y la incertidumbre se lo estaban comiendo por dentro. Necesitaba sacar todo lo que sabía o tal vez explotaría de desasosiego. Ojalá Ireza nunca le hubiese contado nada.

La conserje tardó unos diez minutos en encontrar el nombre de Gohan. Leyó su horario de clases y luego miró hacia el reloj de pared que tenía colgado en la habitación.

—Su primera clase empieza a las ocho. Tienes quince minutos para tu visita —informó mientras volvía a rebuscar en un cajón para esta vez coger una revista y ponerse a leerla, dejando abandonada su anterior labor.

—¿Podría decirme dónde está?

—En su despacho.

—¿Y su despacho está…? —preguntó Sharpner algo incómodo.

La mujer se limitó a chistar con cansancio y a levantar su vista de la revista para contestarle con tono de pocos amigos.

—Segunda planta, tercer pasillo a la izquierda, tercera puerta.

El hombre musitó un débil «gracias» que ni fue contestado y se dirigió a paso ligero al despacho de Gohan. Con quince minutos le sobraba para decir lo que tenía que decir. ¿Lo que debía decir? ¿Lo que sería capaz de decir? No estaba seguro.

Tocó la puerta con sus nudillos levemente y, al escuchar la invitación a pasar al interior del despacho, lo hizo.

Gohan estaba sentado enfrente de su escritorio leyendo algunos libros. Alzó la vista y sonrió de forma inmediata al ver a su visita que, aunque inesperada, le alegraba mucho que se hubiese producido.

Se levantó de la silla y se dirigió hacia la puerta, donde Sharpner le sonreía tenuemente, con la culpa reconcomiéndole cada célula de su ser, aunque sabía ocultarlo muy bien.

—Sharpner, qué sorpresa. Me alegra mucho que hayas venido —le dijo mientras se acercaba hacia él. Después, le ofreció la mano y el hombre rubio se la estrechó—. ¿Quieres sentarte?

—No —respondió escueto.

—Bien. ¿Qué te trae por aquí?

Sharpner le desvió la mirada un segundo, pero después se la devolvió para que Gohan no se diera cuenta de su estado de nervios. Todavía no estaba seguro de si debería contarlo o no.

—Quería saber si te gustaría venir un día a cenar a casa —comenzó tanteando el terreno, sin ocuparse directamente del asunto que lo había llevado hasta allí.

—Por supuesto. Me encantaría —respondió Gohan con sinceridad, porque no había visto a la pareja rubia desde que habían ido aquel día a cenar todos juntos. Videl también.

—¿Se lo dirás a Videl?

Gohan agachó la cabeza y el semblante le cambió por completo, mostrando una seria tristeza melancólica.

—Sharpner —dijo con pesar, como si no quisiera materializar aquellas palabras—, no creo que Videl pueda acompañarnos.

—¿Por qué? —preguntó extrañado.

El semisaiyajin suspiró antes de contestar. Le costaba afrontar que aquella era su nueva realidad; una en la que Videl no estaba y no volvería a estar jamás.

—Porque Videl se va a mudar de la ciudad con su esposo.

Sharpner se quedó sin habla. Eso lo cambiaba absolutamente todo. Porque si Videl había decidido hacer eso, era porque quería alejarse de Gohan o porque el padre de su bebé era su esposo. Tal vez no le había contado todo a Ireza.

—¿Cómo que se va a mudar?

—Sí. Van a trasladar a su esposo por cuestiones de trabajo y se van a mudar.

Gohan miró el reloj de pulsera que llevaba aquel día para apartar su vista de los ojos desconcertados y demandantes de su amigo. También, para que no notara que algunas lágrimas se habían acumulado en su mirada.

—Pero… ¿No estabais juntos?

El mayor de los Son no pudo ocultar la sorpresa que se dibujó en su rostro. No pensaba que Videl se lo hubiera contado a absolutamente nadie por la situación tan atípica y compleja que vivían. Imaginó que, en todo caso, le habría comentado a Ireza, pero no se esperaba que Sharpner también lo supiera.

—¿Cómo lo sabes? ¿Videl…?

—No —negó rápidamente el rubio para no crear malentendidos—, ella no me lo ha contado. Solo lo supuse. Y, sinceramente, me alegré mucho.

Parecía contradictorio que alguien casado dijera que le parecía bien que se produjera una relación adúltera, pero esta era una excepción que estaba más que dispuesto a hacer.

Desde que Gohan había reaparecido en sus vidas, Videl había recuperado el contacto con sus mejores amigos de toda la vida. Se la veía feliz, con el brillo de su mirada recuperado por completo y, si eso se debía a que mantenía una relación clandestina con Gohan, lo aceptaba sin reparos.

—Ya da igual… Me vas a disculpar, pero tengo clase en cinco minutos. Debería irme.

Shapner, al observar cómo Gohan pasaba a su lado dispuesto a marcharse, lo sujetó por el antebrazo.

—¿Tú quieres a Videl, Gohan?

—¿Por qué me preguntas eso?

—¿Qué más da? —dijo clavándole la mirada con insistencia—. Contéstame, por favor.

—Sí —respondió Gohan sin duda alguna en su voz—, pero eso da igual porque ella ya ha elegido. Y no ha sido a mí.

El semisaiyajin se zafó cuidadosamente del agarre de Sharpner y se dirigió hacia la puerta. Le hizo un gesto a su acompañante para que abandonara la habitación. Ambos hombres salieron, pero Sharpner lo siguió por el pasillo hasta llegar al aula.

—Deberías hablar con ella —le aconsejó en la puerta de la clase.

—Sharpner, ya te lo he explicado. Videl no me quiere en su vida. Y eso es algo que debo respetar.

—Gohan, puede que nunca me hayas considerado tu amigo o alguien que pueda aconsejarte sobre lo que debes hacer. Pero, de verdad te lo digo, habla con Videl antes de que se marche, por favor.

Gohan lo miró de nuevo, esta vez bastante serio. No entendía bien a qué venía esa visita, esas palabras, pero no iría en contra de lo que le había dicho a Videl la última vez que se vieron, de eso no tenía duda alguna. Ella había decidido su rumbo y él no entraba en sus planes de futuro. Era duro de aceptar, estaba sufriendo mucho, eso era obvio, pero era lo que debía hacer.

—Lo pensaré —mintió.

No tenía nada que pensar porque ya había decidido.

Sharpner vio a su amigo despidiéndose de él, entrando a la clase y cerrando la puerta posteriormente. No había sido capaz de contárselo y no estaba seguro de que hubiese errado o acertado.

Quizás lo mejor era dejar que el futuro lo escribiese el destino.


Hiro, sentado en el sofá de su apartamento, miraba con los ojos furiosos la foto que sostenía entre sus manos. Llevaba con la vista allí clavada minutos enteros, que probablemente se habían convertido en horas desesperantes y agónicas.

En la fotografía se mostraba a Videl besándose con un hombre; un hombre que no era él. Lo reconocía bien: se trataba de ese imbécil al que se habían encontrado meses antes en un parque, el que Videl le presentó como un antiguo compañero que iba a clase con ella cuando eran adolescentes. Gohan se llamaba, si no recordaba mal.

Al ver aquella imagen, le habían dado ganas de destruir todo el apartamento por completo, pero se había contenido porque había pensado en que era mejor esperar. Esperar a que Videl asumiera las consecuencias de lo que había hecho.

Aquel día, ella tenía que trabajar, pero su jornada laboral estaba a punto de acabar y, por lo tanto, llegaría pronto.

Hiro, por su parte, había recibido las fotos ese mismo día por la mañana muy temprano. El sobre le había llegado a su despacho a la hora acordada, pero había decidido esperar a abrirlo en su casa, donde pudiera descargar su furia completamente. Después de todo, en la oficina tenía una imagen que preservar.

Esperaba ver algo que no le gustara, pero presentía que serían fotos de su esposa con ese par de estúpidos de los que había conseguido alejarla años atrás. Estaba incluso dispuesto a dejarlo pasar, ya que, desde que consiguió el ascenso y que Videl aceptara la mudanza, estaba de muy buen humor.

Sin embargo, lo que nunca imaginó era que la hija de Mr Satán la estuviese engañando con otro. Había traicionado su confianza, había roto sus pactos de amor podrido que él mismo se había inventado. Eso no se lo perdonaría jamás.

Era cierto que Hiro había sido infiel a Videl en más de una ocasión, pero habían sido encuentros puntuales, con mujeres distintas y solo se trataba de sexo. Sin embargo, en el beso entre Videl y aquel nerd de gafas inocentes, había algo más. Había mucho más.

Según él, no era lo mismo. Porque seguía convencido de que la amaba. Pero ¿cómo se puede llamar amor a someter, a maltratar, a drenar el alma de alguien hasta que no sea la misma persona? El concepto de ese sentimiento que el hombre de ojos verdes tenía era muy distorsionado de la realidad, pero su locura, sus celos, su enfermiza obsesión por Videl no se lo dejaba ver.

Desde siempre, había pensado que, cuando se casara le gustaría que su mujer estuviera en casa, que le hiciera caso en lo que dijera, que lo escuchara y consolara cuando fuera necesario, tal y como su madre hacía con su padre. Después de todo, lo que uno ve en casa es lo que luego practica.

Al principio, cuando conoció a Videl, tuvo que moldearse a ella, porque tenía un carácter muy fuerte. Tuvo que entretejer un Hiro que realmente no existía porque nunca nadie le había llamado tanto la atención ni le había gustado tanto. La quería para él y no descansó hasta conseguirla.

Mientras recordaba los albores de su relación con Videl, escuchó la puerta abriéndose.

Su esposa entró desganada, con el semblante serio que tenía desde que había logrado el objetivo de que se mudaran. No lo saludó, como solía hacer, y después se fue al dormitorio. Se sentó en la cama y se quitó los zapatos.

Miró hacia abajo, se posó la mano en el vientre y sonrió por primera vez desde que se había enterado de su embarazo.

Tenía todo bastante pensado ya. Seguiría fingiendo que todo iba según el curso de las cosas, según lo que debía suceder. Pero, en realidad, lo haría para no levantar ninguna sospecha, para que su esposo creyese que la tenía atrapada. Un día de los que saliera más tarde de la oficina, Videl iría a ver a Gohan, le contaría todo, obtendría su comprensión —de eso estaba completamente segura— y su ayuda para no tener que regresar con su esposo. Incluso podrían mudarse ellos a otro sitio juntos, pedir un traslado de sus trabajos, lo que fuera. Pero quería estar con él.

Claro que esos eran sus planes, pero no sabía que Hiro contaba con una información que a ella se le escapaba.

—Videl, ¿te importa venir un momento? —escuchó la voz de su marido desde el salón. Decidió ignorarlo.

Hiro, ante la falta de respuesta, se levantó del sofá y se dirigió hacia el dormitorio. Al llegar vio a Videl sentada en la cama y el primer pensamiento que se le vino a la mente fue el de ella, el de su esposa, quien le pertenecía, acostándose con ese hombre. Con alguien que era claramente inferior a él.

La sangre le ardió, la cordura se le fue por completo y se acercó hasta ponerse enfrente de Videl, quien lo miraba expectante, sin entender muy bien qué estaba sucediendo.

El hombre sujetaba entre sus manos una especie de fotografía. De repente, la miró a los ojos y sonrió macabramente. Y aquel gesto le dio verdadero terror a Videl.

Hiro le dio la vuelta a la fotografía para que ella pudiera observarla. Un sudor frío le recorrió la nuca al hacerlo. En la imagen aparecía ella besándose con Gohan en la puerta de la casa del semisaiyajin.

Recordaba que ese día se reencontraron después de dos semanas sin verse y no pudieron reprimir las ganas de sentir los labios de uno contra el otro. Además, Videl sintió una especie de presencia persiguiéndola, pero después no le dio más importancia y no se lo comentó a Gohan. Después de todo, aquel mal presentimiento era cierto.

—Es interesante esta foto, ¿verdad, Videl? ¿Te gusta? —preguntó con un tono de voz extraño mientras le acercaba la imagen a la cara para que pudiera verla bien.

—Hiro, yo…

—Me has engañado, Videl. Me has traicionado. Todo este tiempo yo tenía razón. Eres una ramera que no vale nada.

—Escúchame, Hiro, yo… yo… tengo que hablar de algo contigo, así que, por favor…

El hombre no le hizo caso, tiró la fotografía al suelo y después la empujó para que se tumbara sobre la cama de forma brusca. Se sentó encima de ella sin cuidado y llevó sus manos hasta la garganta de Videl, apretándolas después con fuerza e insistencia.

Todo pasó tan rápido que la mujer no pudo reaccionar adecuadamente. Simplemente de un momento a otro estaba tumbada en la cama, con su esposo presionando su garganta y sintiendo cómo le faltaba el aire y, en consecuencia, cómo le faltaba también a su hijo.

Mientras apretaba el agarre, los ojos de Hiro se llenaron de lágrimas de rabia, de frustración, de odio, que cayeron sobre el rostro de Videl.

La mujer intentaba zafarse de su agarre sin mucho éxito, llevando sus manos hasta las de su esposo, que rodeaban su cuello, incluso clavándole las uñas y haciéndolo sangrar. Pero nada le daba resultado. Hiro no paraba y Videl se sentía mareada, ahogada y sin fuerzas.

—Tú me has obligado a hacer esto, Videl —dijo en voz alta para autoconvencerse de que lo que estaba haciendo era lícito, tenía justificación—. Me has obligado. Yo te amaba. Te amaba tanto… Pero tú…

Los ojos de Videl también se llenaron de lágrimas, intentó seguir clavando sus uñas más fuerte, pero no lo consiguió porque el oxígeno ya no le llegaba bien al cerebro.

Lo último que recordó fue una conversación que tuvo con Gohan hacía tiempo, en la que le preguntó si le daba miedo la muerte. Él no le cuestionó sobre sus percepciones sobre ese tema tan complejo y Videl realmente pensaba que le daba igual la muerte porque incluso muchas veces había pensado que le gustaría acabar ella misma con su vida. Sin embargo, en ese momento, se dio cuenta de que le daba auténtico pánico morir.

Después de un rato más en el que Hiro siguió presionando sus manos en la garganta de su esposa, los brazos de Videl cayeron a cada lado de su cuerpo, lánguidos, sin fuerzas, y él observó su rostro, que había cambiado de color, y sus ojos cerrados.

Se levantó jadeando, temblando y sudando ligeramente y se decidió a irse para siempre del apartamento que había compartido con Videl durante los últimos años de su vida.

Lo último que vio antes de marcharse fue el cuerpo inerte de su mujer sobre la cama.


Respuesta a los reviews anónimos:

Sandy: Pues sí, no era una mala idea que hubiese sucedido eso tal y como lo has comentado, pero esta humilde autora tenía otros planes... ¡Gracias por comentar!

Como sabéis, los reviews de los que tenéis cuentas ya los he contestado en privado y así lo seguiré haciendo.


Nota de la autora:

Bueno, hoy no voy a comentar yo nada de lo que ha ocurrido en este capítulo, os lo dejo todo a vosotras y vosotros.

Solo escribo esta pequeña nota para agradeceros por todo el apoyo que viene recibiendo esta historia en los últimos tiempos. Gracias, de verdad, gracias. Vuestros comentarios me provocan mucha alegría y calidez. Este capítulo ha sido muy complicado, lo sé, pero espero que os haya gustado.

Por cierto, este fic llegará a su final en el capítulo 17. Como podéis ver, ya queda poquito para que acabe y eso, la verdad, me pone muy triste.

Muchos besos, cuidaos y nos leemos en la próxima.

*Salgo huyendo despavorida antes de que me matéis*