Notas Iniciales: El inicio está basado en Desbelief Papyrus de Games at Flames donde Sans impide que su hermano enfrente a Frisk en Snowdin con una obvia alteración hacia Dusttale. Te recomiendo aprender un poco de los AU's del fandom antes de leer esto, de otro modo podrías perderte entre los nombres clave que reciben los hermanos esqueleto. Si los conoces, debo aclarar que elegí a mis universos favoritos así que ciertos personajes muy queridos por el fandom han sido descartados para participar en el combate.

Advertencias: Mentes Rotas.


Introducción.

Vaho sobre sus labios. El frío de Snowdin y la sensación de adrenalina estrechando su sistema nervioso. Esto era todo lo que necesitaba, pensó mientras se sujetaba el pecho y miraba a su oponente quien no parecía lucir cansado a pesar del agitado combate. No podía hacer nada. No tenía más que ofrecerle. El humano que alguna vez fue un amigo se presentaba ante los monstruos como algo mucho peor que el eterno confinamiento en el subsuelo. La sonrisa en el rostro del niño aumentó tan lento que parecía doler mientras Sans se esforzaba en mantener materializados los gasters blaster. ¿Cuántas veces lo había asesinado? ¿Y cuánto más pensaba pelear? El esqueleto sabía que esta era una batalla inútil. El humano regresaría para luchar las veces que fueran necesarias hasta vencerlo, por lo tanto no podía ganar. A estas alturas el número de rutas genocidas eran incontables. Pero, aunque sea, quería desahogar la frustración que estuvo arrastrando consigo desde la primera vez que aquel genocidio había ocurrido. Por lo menos no quería que su hermano muriese nuevamente frente a sus ojos sin ser capaz de hacer todo lo que tenía a su alcance para impedirlo. Esperaba que no estuviera cerca para verlo morir como otras veces. Al pensarlo un repentino choque de electricidad lo hizo recrear esta batalla de nuevo en su cabeza; una memoria hasta entonces perdida llenó su mente para hacerlo consciente de que esta no era la primera vez que aplicaba el mismo metodo suicida. Cuando sintió el filo del cuchillo atravesar sus huesos lo recordó todo como en un deja'vu.

Estaba repitiéndose. De nuevo. Una y otra vez.

Recordaba haber impedido que Papyrus se enfrentara al humano en Snowdin antes. No era la primera vez que moría antes del juicio final y despertaba nuevamente en su puesto como si nada hubiera pasado. Lo recordaba. Recordaba también haber intentado adueñarse de la vida de los otros monstruos, robándose la experiencia del humano, competir por esta, incluyendo la experiencia obtenida al darle muerte a su hermano. Recordaba a su fantasma flotando a su lado en el transcurso de su exterminio. Recordaba el tacto del polvo entre sus falanges. Los gritos. La locura. Lo hilarante. El placer y el miedo de haberlo hecho.

Recordaba al poder fluyendo a través de su cuerpo, materializándose en su resistencia. Un monstruo tan débil capaz de morir con un golpe intercambiado por aquel que recibe daño constante por horas sin llegar a morir. Pero había perdido como tantas veces. Se suponía que estas memorias se hicieron polvo junto con él, ¿por qué las estaba recuperando justo ahora? ¿Qué estaba rompiéndose en el universo que la anormalidad volvía a presentarse? Con un último suspiro dejó al humano irse, envolviéndose entre sus propios brazos esqueléticos en un vano intento por imitar la sensación de la bufanda fantasmagórica de Papyrus rodeándolo, consolándolo de todas las masacres sin sentido, sanandolo de la culpa que siempre arrastraba igual que cadenas por el suelo. Pecados imperdonables. Acciones enfermizas.

Levantó la mirada y lo visualizó tras los arboles, completamente atonito con lo sucedido, y Sans no pudo pensar en otra cosa mas que en dedicarle una sonrisa, pues había visto a una de esas cuencas normalmente negras lanzar un destello anaranjado, liberar su propia magia como un grito luctuoso. Aunque nadie lo había reconocido directamente, Sans sabía que Papyrus era fuerte, incluso más que él. Podrían enfrentarse cara a cara y aún usando todas sus fuerzas, Papyrus lo vencería como era actualmente. Sin embargo, su bondad era un impedimento crucial para este despiadado universo que escupía seres corruptos como el infante que avanzaba a Hotland. Ahora estaba furioso pero si osaba enfrentarse al humano, su hermano menor probablemente moriría en sus manos como siempre. No había escapatoria, era inevitable, y esto a Sans lo llenó de frustración, cólera y desesperanza. Quería gritar al olvido su condena, romper el espacio-tiempo con disparos infinitos de sus gasters blaster. Quería desaparecerlo todo.

¿Por qué era capaz de recordar sino podía reiniciar por si mismo, si todas las muertes que ocasionaba y podría causar no le daban la suficiente fuerza para ganar por una vez? ¿Por qué debía ser espectador de estas lineas de tiempo y no ignorante como todos sus amigos? ¿Por qué era el único que debía sufrir esta condena? ¿Con qué objetivo además de lastimarlo?

—Odio esto... —susurró, sintiendo cómo dos lagrimas sangrientas manchaban sus mejillas y el brillo blanco de sus pupilas se tornaba carmesí—. ¡Lo odio, lo odio, lo odio! —exclamó en medio de su agonía. Sus huesos comenzaban a desintegrarse pero el dolor físico era lo que menos le importaba cuando ya lo había padecido tantas veces. Las grietas que atacaban su sanidad mental eran mucho más letales que las heridas corpóreas que imitaba la flama purpura expulsándose fuera de su cuenca izquierda. Alzó su brazo entero, conjurando huesos mágicos y gasters blaster masivamente, sobresaturando su capacidad—. ¿¡Por qué!? ¿¡Por qué no puedo superar el destino!? ¡Reinicia! ¡Reinicia, maldita sea! ¡Reinicia!

Los disparos plasma fulminaron el terreno, destrozando arboles y formando huecos entre la espesa nieve sin control. Huesos perforaron todo a su alcance, formando una lluvia destructora más potente que los desastres naturales que habían cobrado grandes cantidades de vida dentro del subsuelo. Los sentimientos de Sans eclosionaron junto a sus acciones, rompiendo la barrera de cordura que le quedaba a su sistema. Sólo quería que ese universo desapareciera.

—¡SANS! —el llamado de Papyrus no lo detuvo a tiempo, pues los filosos huesos que emergieron de la tierra atravesaron las costillas del joven esqueleto que se había impulsado en su dirección para detenerlo. Las extremidades de Sans se congelaron con espanto, reviviendo la sensación de cometer aquella misma estupidez al ver el rostro aterrado de su querido hermano mirándolo a los ojos, tan asustado como él.

—Paps... —Sans se arrastró sobre la nieve, deteniendo con sus casi deshechos huesos el cuerpo herido de su hermano en el momento que sus conjuraciones desaparecieron para dejarlo caer. Papyrus estaba tosiendo sangre cuando la gravedad los obligó impactar entre sí—. Lo siento. Lamento que todo siga siendo de esta manera. Si tan sólo pudiera resolverlo... por favor, quédate conmigo, hermano —suplicó—. Recolectemos experiencia juntos como antes, busquemos la manera de parar todo esto de una vez por todas.

—S-Sans, de... ¿de qué estás hablando?

—Shhh. —Sans cerró sus cuencas, ocultando el brillo enfermo de sus pupilas carmín. Sintió calma al estar agonizando junto a su hermano; había olvidado lo que se sentía este maravilloso sentimiento—. No dejaré que continué... Paps, ¿estás dispuesto acompañarme?

Aún sin comprenderlo, Papyrus asintió débilmente, inspirando en el hermano mayor una sonrisa conmovida. Sans usó lo que quedaba de su poder para abrir una puerta entre el espacio-tiempo, el cual sabía no lograría controlar, sus huesos siendo rodeados por la magia de teletransportación. No le importaba cuál sería su siguiente destino mientras se fueran lejos, muy lejos de esta realidad. Uno a lado del otro.

.

Derritiéndose hasta volverse simples gotas, ambos monstruos se deslizaron por aquel panorama negro sin ninguna dificultad, descendiendo lento, absorbidos por una fuerza indescriptible que no era ni violenta ni pasiva. No había sonido filtrándose. No había más dolor. No existía la culpa ni los padeceres que ofrecía la vida. Pero de algún modo él era consciente, pues podía percibir el peso de su hermano contra su pecho. Ya casi no era nada más que polvo, igual que él, pero esa percepción le resultaba familiar, cómoda, porque era parte de su naturaleza. Una dependencia hacia lo fraternal imposible de ignorar a pesar de todo. Una conexión que forjaron con el curso de los reinicios como un amuleto que le hace ver lo que realmente importa de los retorcidos ciclos de muerte. Sans era capaz de notar hacia donde se dirigían sin la necesidad de abrir sus cuencas, pues mientras el espacio sin tiempo les dejaba caer por el abismo, sus almas quemaban sus huesos desde adentro, abandonando únicamente las prendas que se convirtieron en su sello característico de mortalidad. La bufanda roja se enredó en sus articulaciones faltantes sin descuidar la postura en que se encontraba el cráneo de Papyrus contra las costillas del mayor, y la chamarra azul impidió que las cenizas de Sans se dispersaran demasiado.

Pronto no quedaba nada de ellos. Habían desaparecido dejando como indicio de su existencia el par de prendas de color que descendieron por su cuenta, dispuestas a tocar el fondo de la nada. Dos manos con orificios aparecieron entonces, sujetando ambos objetos entre sus gigantescos dedos antes de que comenzaran a desintegrarse igual que sus dueños. Y una voz entre el vacío les llamó. Un lamento que reunió las cenizas dispersas antes de expulsarlas fuera de la oscura dimensión con el silbido de una ventisca.

.

Sans despertó bajo el efecto de la somnolencia. La sensación de flotar en el agua por horas persistiendo en sus huesos temblorosos cuando un copo de nieve entró en sus cuencas entreabiertas. Quiso levantarse pero el mareo le impidió sólo tratar de removerse en su sitio sobre la nieve. Dónde estaba y qué había sucedido eran interrogantes sin respuesta. Al menos conservaba todas sus memorias hasta ese momento; él había caído en manos del humano y dentro de su alebresto de ira mató a Papyrus accidentalmente. ¿Dónde estaba él? El recuerdo de su cuerpo desintegrándose junto al suyo lo ayudó impulsarse hacia arriba para levantarse de su lecho de un solo movimiento, buscando con la mirada alrededor cualquier rastro de su inconfundible figura así que -ignorando cualquier reacción de los huesos conformando su cuerpo- emprendió una marcha por su búsqueda; nada le importaba más que encontrarlo antes de que enloqueciera de soledad.

—Papyrus... —susurró, tambaleándose torpemente de momentos.

Le hubiese gustado gritar su nombre pero debido a su estado poco podía solucionar la situación. Caminó por lo que parecieron horas cuando se percató de que había algo diferente en el ambiente. El sendero que recorría parecía no tener fin; el paisaje seguía siendo el mismo, carente de un distintivo que le indicara que seguía avanzando y no estaba andando en círculos. Miró a sus costados descubriendo que no había más que arboledas interminables y nieve. Se preguntaba si ese lugar era el bosque de Snowdin ya que no conocía en su mundo otro terreno más largo, hostil y confuso. Sin embargo, tampoco tardó en reconocer la inusual tormenta que abrazaba el escenario, sabiendo de antemano que el bosque Snowdin no gozaba de una atmósfera tan considerable, la neblina que arrastraba el viento se hacía cada vez más espesa, al grado que no lograría diferenciar nada en cuestión de segundos. Decidió buscar un refugio lo más pronto posible, pero la caricia de una voz contra su cráneo lo incitó paralizarse; algo a sus espaldas lo llamó por su nombre. Girándose sobre sus talones notó con miedo que no había nadie detrás de él, nada más que esa densa niebla blanca. Sans trató restarle importancia para autoconvencerse que aquella voz fantasmagórica había sido su imaginación, que esta era producto de la soledad que le rodeaba estando tan preocupado como estaba por su hermano.

Sans...

El susurro impactó en su espalda con mayor fuerza que antes y en ese momento el pánico se había cernido en cada una de sus extremidades de forma total. Atónito se atrevió a girar su cabeza un poco por sobre su hombro, dándose cuenta enseguida de que el espectro que lo seguía no era otro que el fantasma de su hermano que se presentaba frente a él nuevamente con aquella espeluznante sonrisa combinando con sus inquietantes cuencas rojas vacías, nicho y protagonista de sus peores pesadillas.

—Papy-

Sans —El fantasma de Papyrus -compuesto por la cabeza, bufanda y dos manos- lo interrumpió, pareciendo amplificar la careta sonriente con la que estaba impregnado su rostro cadavérico—, he preparado un combo de EXP muy especial para ti. Estoy seguro de que si derrotas a esos monstruos, tu nivel de AMOR sobrepasará al del humano sin necesidad de que destruyas la población de nuestro mundo. ¿Sabes? Ahora mismo conservas el nivel que alcanzaste matando a todos los monstruos del subsuelo pero al mismo tiempo el daño que ocasionaste fue revertido junto con el reinicio así que no tienes nada de que preocuparte.

—¿Qué... ?

El hombre que habla con las manos lo dijo... —Papyrus flotó hacia Sans y rodeó su figura—. Dijo que él se encargaría de reunirlos aquí, en este lugar que existe en medio de las dimensiones que separan a los diferentes universos. Aunque no estoy seguro de lo que eso significa, al parecer no hay nadie aquí que pueda interrumpir un combate tan grande. ¡Le pedí que trajera a los más fuertes! —exclamó, entusiasta—. ¡Y él aceptó! ¿Estás feliz?

—Oh, Paps, yo... no sé qué decir... —admitió bajando la mirada.

Nyehehe.

El espectro sonrió, estimando la falta de reacción de su hermano como algo positivo ya que desde que se transformó en fantasma dejó de importarle bondad o maldad después de todo, pues mientras la sonrisa de Sans estuviera ahí poco valía el factor que estimulara sus acciones, se daba cuenta de eso siendo materia intangible. El universo era más puro sin huesos físicos hundiendo la nieve. Sans levantó la vista tras un momento de reflexión interna, dejando emerger la risa maníaca que aprendió a emitir después de que su cordura se rompiera en mil pedazos gracias al humano que persistía en sus recuerdos. Ahora estaba ansioso por volver a luchar, sentía la obscena necesidad de elevar sus brazos en declaración de guerra. Nada le haría más feliz que terminar lo que inició por fin.