—Acepto.

Involuntariamente su cuerpo se tensó al oír la palabra que brotó de sus labios, él soltó un suspiro resignado y se obligó a mantener sus emociones a raya.

Ella estaba preciosa, a sus ojos era tan etérea y perfecta.

Sus cabellos largos de un intenso negro estaban firmemente sujetos con una peineta plateada y estos caían en suaves bucles a través de su espalda, en sus hombros el delicado vestido estaba sujeto con finos tirantes culminando en una vaporosa falda que abrazaba su menuda figura.

El escote y los detalles en piedreria de la parte alta acentuaban su delicada figura, ella por supuesto no llevaba ni una pizca de maquillaje después de todo era hermosa por naturaleza y no lo necesitaba.

En su cuello aquel dije de la estrella y la luna le recordó fríamente el lugar donde él estaba.

Su corazón dio un vuelco al verla sonreír como sólo ella podía, aquella mirada repleta de amor fue la gota que derramó el vaso.

Sus ojos se desviaron a la persona frente a ella, su cabello que en un tiempo estaba alborotado ahora estaba firme en su lugar,

Él portaba el mejor traje que el dinero había podido pagar, un oscuro smoking de la más fina y delicada seda italiana, en el ojal una rosa blanca a juego con el ramo de ella.

Y al igual que la joven su mirada repleta de amor y dulzura.

Los vio sellar su amor con un suave beso y segundos después los aplausos resonaron con fuerza en los muros de aquella catedral, todos y cada uno de los presentes se habían levantado de sus asientos para aplaudir a la feliz pareja, por supuesto que él no fue la excepción.

Después de eso el resto de la noche pasó en una serie de flashazos.

Su primer baile oficial como marido y mujer, la partida del pastel, el lanzamiento del ramo (el cual por supuesto atrapó la mejor amiga de ella), hasta su marcha a una lujosa limosina que los llevaría a un jet privado y este a su vez a las bellas playas del Caribe para su bien merecida luna de miel.

Cuando su mente salió de ese letargo mental y volvió a la realidad, el estaba cómodamente sentado en una silla del comedor de su casa con una copa en las manos y una botella de whisky frente a él.

Dió un trago más y dejo que el líquido quemara su garganta en un vano intento de olvidar todo.

Su celular sonó y el con desgano miró la pantalla notando un mensaje de ella.

–Sunbae... Muchas gracias, no sabes lo que significó el que hubieras estado ahí hoy...

No se molesto en responder, no tenia caso.

Quizás ella pensó que no iba a asistir, por un breve instante él lo consideró pero ya le había dado su palabra a ella y no es como si ellos se hubieran podido casar sin el padrino.

Un trago más y noto que su copa estaba vacía, la volvió a llenar y frunció el ceño al notar que la botella estaba prácticamente vacía.

Ni siquiera noto cuánto había bebido.

El sonido de un interruptor siendo encendido seguido de pasos lo hizo mirar hacia el pasillo de las habitaciones.

–Ji Hoo.– Exclamó su abuelo al verlo en tan lamentable estado, este suspiro profundamente y lo miró con un poco de lástima.

La ira bullio en el ante esto, odiaba la lástima.

Pero admitía que en verdad debía verse patético, con la corbata deshecha el saco del traje azul abierto y el cabello ligeramente revuelto.

Se levantó de la silla y por un momento el suelo bajo él se tambaleó y entonces comprendió que si estaba borracho, su abuelo se acercó de inmediato para detenerlo en caso de que cayera pero no lo hizo y con una seña de su mano lo detuvo.

Lentamente se dirigió a su habitación a dormir, debía trabajar temprano.

Y mientras sus ojos se cerraban lentamente sólo un pensamiento cruzó por su adormilada mente.

–Jan Di... Espero que seas muy feliz.