Nota de autor: ¡Hola! Esta historia no tenia que contar con una actualización. En un principio, iba a ser un único capítulo, y terminó de esa manera. Pero pensé que podría añadir otro más, profundizando en las consecuencias. Creo que el resultado es bueno.

Los personajes pertenecientes a la gran JK Rowling.


Capítulo 2

Minerva McGonagall paseaba por su despacho, terminando de colocar una bandeja con galletas de chocolate y dos tazas de té. Se quedó mirando los cuadros que adornaban las paredes. Algunos de sus integrantes miraban curiosos, otros dormían, y también los había que visitaban a sus vecinos, pasando de cuadro en cuadro.

Se detuvo en uno en particular, cuyo integrante no estaba. Frunció el ceño. Intentando no pensar en donde andaría Albus Dumbledore, de dirigió al cuadro de Severus Snape que estaba a su izquierda.

- Severus, sé que ese es tu semblante normalmente, pero podías alegrar un poco la cara…

- Captaron muy bien mi esencia, Minerva. Culpa de ello al artista, no a mí – un toquecito a la puerta le hizo rodar los ojos – Ahí tienes al lobo.

- ¡Severus! – amonestó McGonagall - ¡Adelante!

- Permiso – Remus Lupin entró al despacho – Buenos días Minerva.

McGonagall se acercó a él y le dio un maternal abrazo, provocando la mirada de desagrado en Snape. Le hizo sentarse haciendo ella lo mismo.

- ¿Té y una galleta?

- No, gracias – Minerva McGonagall siempre había tenido en su despacho galletas y té y por Merlín, que Remus había comido muchas de niño.

- ¿Cómo está la familia? Espero que bien.

Estuvieron un rato hablando de cosas banales, desde el número de visitas a San Mungo debido a los accidentes de Teddy a los intentos de Dora por ayudar a Andrómeda con su jardín, para desgracia de sus plantas.

- No sé porque no me sorprendo de nada en absoluto – dijo McGonagall

- Ni tú ni nadie… - susurró el retrato de Snape.

- Bueno, supongo que estarás intrigado por la carta que te envié – Minerva hizo oídos sordos al retrato.

- Muchísimo. Lo reconozco.

- Me dijo una lechuza que dejaste el trabajo en el ministerio.

- Así es.

- ¿Puedo saber por qué?

- Salud mental, básicamente.

McGonagall asintió con la cabeza. Removió un poco su té y le dio un sorbo. Se relamió los labios y volvió a dejar la taza sobre la mesa.

- Voy a ser directa, Remus. Quiero que seas mi nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.

- ¿Perdón? Pero como… ¿El puesto está vacante?

- ¿Tú que crees Lupin? La edad te está pasando factura – Snape sonreía.

- Gracias por la valoración, Severus – miro de mala gana a Snape – Me refiero a ¿Qué ha pasado con el profesor que había hasta ahora?

- ¡Pues que se ha ido! – Snape estaba exasperado. Remus entrecerró los ojos sin dejar de mirarlo.

- Severus, haznos un favor, vete a buscar a Albus y quédate con él – dijo McGonagall – El profesor Hopkins se ha marchado para enseñar en Ilvermorny. Y junto a Pomona que acaba de jubilarse, me habían creado un vacío en el profesorado. El puesto de Herbología lo tengo ya solventado, con la incorporación de Neville Longbottom, pero aún tenía el problema con el puesto de Defensa…

- Longbottom. Que Dios nos asista - Snape se llevó una mano a la frente.

McGonagall lanzó un hechizo silenciador al cuadro de Snape. El mago gesticulaba por todo el cuadro. Ella se colocó bien el sombrero y se relajó sobre su asiento.

- Harry me escribió, informándome de que habías dejado tu actual trabajo y de que tenías total disponibilidad para volver a ocupar tu antiguo puesto – abrió un cajón y sacó varios papeles y una pluma – Todavía tiene que aceptarlo el Consejo Escolar, pero no habrá problema ninguno. Si quieres volver a Hogwarts, el puesto es tuyo.

Remus se quedó callado por un momento. Volver a Hogwarts como profesor. Era un sueño, pero tenía miedo por la reacción de los padres a su presencia en el castillo y algo se tuvo que reflejar en su cara.

- Escúchame, Remus. Las cosas han cambiado. No habrá una sola persona que se oponga a tu nombramiento, no hoy en día. Y si lo hay, se va a tener que aguantar, pues llevará las de perder. Entonces ¿aceptas? – le tendió la pluma.

- Acepto – cogió la pluma dándole a Minerva McGonagall una mirada de puro agradecimiento.


Harry se pasó la mano por el pelo y por enésima vez volvió a repetir las instrucciones. Los aurores se reían. Estaba empezando a cabrearse.

- A ver Proudfoot, Savage, por última vez. Tenéis que ir a todas las tabernas donde se incautó la bebida adulterada ¿De acuerdo?

- Podían ser todas las misiones así. Interrogar entre copa y copa – Savage chocaba la mano con su compañero – Que suerte tienen algunos…

- De todas formas, este no es nuestro trabajo. Nosotros somos la élite – contestó Proudfoot – Los delitos diarios son para los de Operaciones Mágicas Especiales.

- Tomároslo en serio. La gente casi muere envenenada. ¡Vamos marchaos ya de una vez! – Harry suspiró cansadamente.

- ¡No te preocupes Potter! Te traeremos algo – dijo Proudfoot.

- Respira hondo, jefe. Acabas de empezar y ya te va a dar un infarto.

- Eso traer algo, y si pueden ser evidencias mejor – Dora estaba sentada al borde de la mesa donde Harry estaba apoyado mirando los papeles. La bruja apretó los labios fuertemente – Vaya dos.

Los aurores se marcharon entre risas. Harry se dejó caer en la silla del cubículo de Dora. Solo hacía tres días que era el Jefe de los Aurores y sus compañeros lo tomaban en broma. El niño que sobrevivió, el Elegido, el salvador del Mundo Mágico ¿Cómo no iba a ser el Jefe? Estaba harto de llevar siempre esa etiqueta sobre su cabeza. Miró el periódico que tenía encima de la mesa. Rita Skeeter lo había vuelto a hacer. En letras bien grandes en la primera plana de El Profeta se podía leer: LA INFLUENCIA DE EL ELEGIDO FUNCIONA OTRA VEZ. HARRY POTTER, NUEVO JEFE DE LOS AURORES.

Dora chasqueo con la lengua y tiró del periódico, para hacer con él una bola estrujada de papel. La tiró directamente a la papelera.

- Deja de leer esa mierda, Harry. Parece que eres masoquista.

- Lo malo de todo, es que Skeeter tiene parte de razón ¿O no ves cómo me tratan?

- ¿Cómo te tratan? ¿No recuerdas mis inicios? Le tuve que patear el culo a más de uno. Son así, pero creen en ti, por quien eres.

- Si tú lo dices… Además ¿Para esto hemos quedado los aurores? ¿Bebida envenenada? – dijo exasperado Harry.

- Deberías de alegrarte de que no tengamos casos sobre magos tenebrosos o de piraos de las Artes Oscuras. Pero es un caso de envenenamiento del que no sabemos los fines.

Dora había cogido su chaqueta, remangándose las mangas. Era mediodía y ya había terminado su turno.

- No lo pienses más ¿De acuerdo? Nos vemos mañana, Harry. Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme – atravesó las grandes puertas de roble y desapareció de su vista.

Cuando iba por el pasillo antes de girar hacia los ascensores se encontró a Remus con las manos en los bolsillos.

- ¡Hey! ¿Qué haces aquí? – le dio un beso.

- Nada. Pensé, esta semana que tiene un horario normal, voy a darle una sorpresa – dijo Remus inocentemente.

- Pues sí que me la has dado. Eras la última persona que esperaba aquí, sinceramente.

- Esa no es la sorpresa – musitó - ¿Quieres que vayamos a comer? Hace un día estupendo.

- Me has convencido. Estoy muerta de hambre – le agarró de la mano y tiró de él.

Tras salir del ministerio, llegaron mediante la red flu, al Caldero Chorreante. Ambos saludaron a Hannah Longbottom, que se encontraba detrás de la barra y a Neville, que, al no estar ahora ocupado, hacía las veces de camarero. Se dirigieron a la parte trasera, donde los esperaba una pared. Tocaron los ladrillos apropiados y se presentó ante ellos el Callejón Diagon.

- Voy a quitarme la insignia. Nadie tiene por que saber que soy un auror – se la guardó en el bolsillo del pantalón y se agarró del brazo de Remus - ¿Y dónde piensas llevarme?

- Oh. A una pequeña taberna llamada El Cerdo Quisquilloso. Hacen las mejores costillas asadas que he probado en mi vida.

- ¿El Cerdo Quisquilloso? No lo había escuchado nunca.

Paseaban lentamente por el callejón, parándose de vez en cuando en el escaparate de alguna tienda, cuando Remus, finalmente se detuvo.

- Es aquí – dijo Remus.

- ¿Esto es El Cerdo Quisquilloso? – Dora le dio una mueca escéptica.

La taberna por fuera no tenía nada que envidiar a Cabeza de Puerco. Casi podia pasar desapercibida entre los demás comercios. El cartel, con un cerdo de espaldas enseñando el culo con su enroscada colita, colgaba de la puerta balanceándose y chirriando.

- No te dejes engañar por las apariencias, Dora.

Remus abrió la puerta, haciendo que una pequeña campanilla sonará, dejando pasar a Dora y cerrándola tras él. Su interior no tenía un aspecto tan malo como el exterior y al menos no olía a cabras como la taberna de Aberforth Dumbledore.

Se sentaron en una pequeña mesa redonda de madera que estaba en un rincón al lado de una ventana con una cristalera bastante sucia. Se quitaron las chaquetas y las colocaron en los respaldos de las sillas.

En seguida se les acercó un regordete camarero, con una libreta en la mano. La pluma levitaba a su lado.

- ¿Qué van a tomar?

- Medio costillar para cada uno, con patatas asadas y de beber, dos pintas – dijo Remus.

La pluma empezó a apuntarlo todo muy deprisa. El camarero la cogió, se la guardó junto a la libreta en el bolsillo del delantal y se marchó.

- ¿Y cómo has dado con un sitio como este? – preguntó Dora, sabiendo que no era para nada de su estilo.

- Sirius, lo descubrió él. Un día me obligó a venir. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido.

- ¿En serio? No sé, le pega más a alguien como Mundungus Fletcher…

Dora apartó los brazos de la mesa cuando dos jarras con la cerveza aparecieron levitando. Los dos le dieron un sorbo.

- Te aseguro que la gente viene por la comida. La decoración y el estilo no les importa demasiado.

- Ya, ni la limpieza. Sinceramente con el hambre que tengo, me da exactamente igual como sea la comida – dijo mientras se relamía los labios – Por cierto ¿Qué quería McGonagall?

- Eso, pues… – no pudo terminar la frase.

A Dora se le iluminaron los ojos cuando llegaron dos bandejas con las costillas y las patatas. La carne tenía ese olor y toque que solo se conseguía cuando se hacía en un horno de leña. Cogió un trozo de costilla y la mordió.

Tuvo que cerrar los ojos y taparse la boca con la mano mientras la otra la movía exageradamente.

- ¡Por las pelotas de Merlín! Oh Dios mío… – miró a su esposo con los ojos muy abiertos – ¡Está comida es orgásmica!

Remus se atragantó, teniéndole que dar un buen trago a su cerveza entre risas, lo que no ayudaba demasiado. Dora seguía comiendo con los ojos cerrados.

- No tengo palabras.

- Creo que sí. Una en particular y ya la usaste, Dora.

- No me puedes decir que no ha sido acertada – levantó una ceja de forma que, las normalmente pálidas mejillas de Remus cogieron un tono rosado y más cuando noto el pie de Dora por su muslo.

Remus dio un pequeño respingo que hizo reír a Dora. El mago miró para todos lados con vergüenza.

- Me encanta cuando consigo sacarte esa cara – cogió un poco de salsa con un dedo y se lo llevó a la boca – Vale, vale, ya paro – rio exageradamente.

Siguieron comiendo casi en silencio, degustando el sabor del asado. Se estaban poniendo las manos perdidas de grasa.

- Esta comida le vendría ahora a Harry sensacional – siguió royendo un trozo de costilla con avidez – Dejaría de golpe de pensar en tonterías que no le llevan a ningún sitio.

- ¿Qué le pasa? ¿Dificultad de adaptación? – apuró al máximo la costilla que se estaba comiendo. La dejó sobre el plato y la risa de Sirius le vino a la mente, martilleándole el cerebro. Cuando estuvieron aquí, dijo que esa comida estaba sacando su lado lobuno. Maldito chucho. Él sí que era experto en huesos.

- No, si se va adaptando. Es algo casi innato en él. Pero creo que siente mucha presión. Presión auto infligida. Los compañeros están todo el día riéndose. Piensa que no lo toman en serio, por ser precisamente Harry Potter.

- ¿No están de acuerdo en que Harry merecía ese puesto por méritos propios, más allá de ser quién es?

- ¿Qué? No que va. Todos saben que está ahí por su valía. Solo son bromas – le hizo un gesto a Remus en dirección a las patatas asadas de su plato - Pero ya sabes cómo es Harry, es bastante susceptible y ¡Maldición! Se me terminaron las costillas…

Se bebieron otra cerveza más, mientras bajaban un poco la comida. Dora intentó sonsacarle al camarero el secreto del sabor de las costillas, pero el hombre se fue bastante indignado con la pregunta. Pagaron y se marcharon siendo observados por el enfadado camarero.

- Gracias por el plan. Me ha encantado – caminaban de la mano, andando lentamente, ignorando a la gente que había a su alrededor. Solo eran ellos dos. De golpe, Dora se paró en seco – Oye, no terminaste de contarme para qué te había llamado McGonagall, ahora que me acuerdo.

- Ah, si – se giró para quedar justo frente a ella – pues, nada reseñable. Me ha contratado como nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.

- Vale y… espera ¿Qué? ¡No puede ser! ¿Si? ¡Siiiiii! – saltó sobre él abrazándolo, haciendo que casi cayeran los dos de espaldas – Pero eso es magnífico ¡Oh Remus! – lo besó apasionadamente – Que feliz estoy por ti – ahora le daba besos cortos, uno detrás de otro.

- Resulta… que… el anterior… profesor – intentaba hablar y respirar a la vez mientras Dora le seguía dando besos – había dimitido… y Harry habló con Minerva… para que me diera el puesto – terminó entre risas.

- ¿Harry? – había dejado de besarlo, pero aun lo tenía abrazado.

- Él se enteró de la vacante en Hogwarts, mediante Neville. Y le escribió una carta a McGonagall diciéndole que no buscará a nadie más para el puesto – le acarició la mejilla.

- Ese hombre se merece todo, independientemente de que sea el Elegido – le pasó los brazos alrededor del cuello - ¿Sabes? Cuando lleguemos a casa te voy a devorar como hice con esas costillas.


La Oficina de Aurores estaba tranquila a primera hora de la mañana. Muchas patrullas estaban en la calle haciendo tareas de campo y los que quedaban escribían informes o cotejaban pruebas.

Harry estaba delante de un panel colgado en una pared. Tenía varias fotos, algunas de presos en Azkaban, varios mapas con lugares marcados. Una lista con nombres tachados estaba en medio de todo.

Tenía la mano en la barbilla, mientras con la otra repasaba las marcas en uno de los mapas. Asintió lentamente con la cabeza y tachó otro nombre de la lista. Decidió marcharse a su despacho.

Mientras caminaba entre los distintos cubículos, vio a Dora entrar por las puertas. Saludó efusivamente a Williamson y a Walder. Hoy estaba muy sonriente. Harry abrió la puerta de su despacho y entró.

No le había dado tiempo a sentarse cuanto Dora entró sin llamar. La observó extrañado. Ella lo miraba con los ojos entrecerrados.

- Harry James Potter – se acercó a él y le abrazó – Gracias – dijo suavemente.

- ¿Porqué? – Harry estaba un poco asombrado.

- Por ser como eres.

- Sigo sin entender…

- Remus es el nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. Y es gracias a ti.

- Oh, eso. De verdad, no hice nada. En todo caso, es gracias a McGonagall – Harry se había sonrojado un poco – Remus se lo merece.

- Es la intención, Harry. Eso es lo que apreciamos – le agarró de los brazos – No sabes lo que significa para él, para mi…

- Es lo mínimo que podía hacer por mi familia.

Dora lo soltó y se pasó la mano por los ojos. Se puso bien erguida y cruzó los brazos.

- Bien Potter. Es hora de ponernos manos a la obra ¿Tenemos ya los análisis de las bebidas adulteradas?

- Si. Ayer trajeron las muestras Proudfoot y Savage. Según los sanadores, los que resultaron envenenados tenían gran cantidad de tármica en sangre. Seguramente encontraremos restos de esa planta en las bebidas.

- Genial. Entonces deberíamos hablar con los proveedores. Ellos tienen que saber de dónde vienen los barriles de hidromiel que distribuyen a las tabernas.

- Gran idea. Esto, Tonks – se acercó a ella y le subió el cuello de la camisa.

- ¿Qué haces?

- Para que disimules un poco…


- El hidromiel nos viene directamente de Escocia. De una destilería familiar, Mckibben e hijos. Llevamos muchos años trabajando con ellos y nunca ha habido problemas. Últimamente tenemos mucha demanda de su hidromiel, de echo.

- Señor Slaven, ¿sería tan amable de darnos la dirección? – dijo Harry.

- Claro, ahora mismo se la buscó.

El señor Slaven buscó debajo de un mostrador y sacó un gran libro de aspecto gastado. Lo abrió y fue pasando las paginas mientras con el dedo revisaba hoja por hoja.

Harry esperaba pacientemente sobre el mostrador de madera, observando. Dora decidió dar una vuelta por la bodega que estaba llena de barriles de madera. Todos tenían una marca con la procedencia y lo que contenía cada uno.

Vino de saúco, ron de grosella, cerveza de mantequilla, whiskey de fuego, whiskey añejo de Ogden, hidromiel…

Se detuvo delante de los barriles que contenían la bebida que había acabado envenenando a la gente. Al menos treinta barriles, pudo contar. Los que estaban en las primeras filas parecía que llevaban menos tiempo en el almacén que los otros, que se veían algo más viejos. Cogió un decantador alargado que había colgado y le quitó el tapón a uno de los barriles.

Metió el decantador y sacó una muestra de la bebida. La acercó a su nariz y la olió. Después observó el color, moviendo el hidromiel. Visto ya lo que necesitaba, arrojó la bebida al suelo y se dirigió a uno de los barriles más lejanos. Hizo exactamente la misma operación que antes.

Harry se acercó a ella. Iba doblando un papel que acabó guardándose dentro de la túnica.

- Ya tengo la dirección. Podemos ir a visitar la destilería – arrugó un poco la nariz - ¿Has descubierto algo?

- No exactamente.

- ¿Y bien? – andurreaba entre los barriles.

- Son distintos. El hidromiel de esos barriles, respecto a aquellos.

- ¿Puede ser la antigüedad? Que uno esté más envejecido que otro - Harry se detuvo para observar bien los barriles.

- Si puede ser. Pero normalmente la mayor diferencia es en el sabor. El olor, tienes que ser un auténtico experto y aquí a simple vista se nota. ¿Qué era lo que se encontró en los análisis?

- Tármica. Me suena mucho pero no recuerdo exactamente los efectos que producía – dijo Harry.

- Yo tampoco.

- Bueno. Nos toca un viaje a Escocia.


Las tierras altas de Escocia eran dignas de admirar. No podían evitar rememorar sus días en Hogwarts, los viajes en el expreso atravesando sus montañas, valles y castillos. Debían ir a Mallaig, situado al noroeste. Un pueblo costero.

Caminaban por las calles rodeadas de casitas pesqueras, la mayoría blancas y de tejados oscuros. Dora metió los pies en un gran charco dejado por la lluvia que había caído.

- Mierda… Menos mal que llevó botas – movió los pies como si fuera un perro sacudiéndose el agua – Así que, esa planta…

- La tármica es una planta que inflama el cerebro, por eso se usa en pociones de confusión y desconcierto. Quien use ese ingrediente en una poción quiere conseguir que quien la tome sufra atolondramiento y perdida de la noción, a veces incluso de la voluntad – dijo Harry.

- ¿Y cómo fue a parar al hidromiel? Difícilmente fue un descuido.

- Eso es lo que intentamos averiguar. Según el informe completo recibido por parte de los sanadores, resulta que además del envenenamiento hay otros síntomas. Muchos de los pacientes no tenían la capacidad de discernir por ellos mismos, así como una apremiante necesidad de beber hidromiel.

- ¿Sabes cómo suena eso? - Dora levantó mucho las cejas.

- Exactamente cómo estás pensando tú.

Caminaron un poco más hasta que al final llegaron a su destino. La destilería era un edificio de piedra gris lleno de hiedra por las paredes. Era bastante pequeña, aunque tenía añadidos al edificio principal, edificaciones que parecían graneros. Le recordaba un poco al diseño de la Madriguera, salvando las distancias.

Encima de la puerta de entrada había un viejo letrero en el que se podía leer: Mckibben e hijos, desde 1750.

Harry llamó a la puerta dando con los nudillos. Tardaron un poco en abrirla. Un hombre pelirrojo, de mediana edad y con una abundante barba los recibió.

- Siento molestarle ¿señor Mckibben? – el hombre asintió – Somos los aurores Potter y Lupin. Necesitamos hacerle unas preguntas, sobre su hidromiel.

- Pasen, pasen – abrió del todo la puerta y se apartó para que entraran.

- ¿Es Mael Mckibben? – preguntó Dora.

- Era mi padre. Yo soy Niall Mckibben.

- ¿Era? ¿Ha muerto? – Harry miró de reojo a Dora.

- Hace un mes, sí.

- Sentimos mucho su perdida, señor Mckibben – dijo Dora - ¿Quién lleva el negocio, ahora que su padre no está?

- Mis hermanos y yo llevamos la empresa familiar. Aunque realmente quien manda y dirige el negocio, soy yo ¿Pueden decirme que está pasando?

- Hemos detectado que al menos más de una docena de personas ha resultado envenenada, así como otra cantidad de personas que han sufrido otros síntomas. Y todas habían consumido hidromiel. Su hidromiel. – dijo Harry.

- ¿Podemos entrar a la bodega? ¿O donde preparen las bebidas? – preguntó Dora.

- Por supuesto.

- ¿Podría dejarme el libro de cuentas, señor Mckibben? – Dora no perdía vista del lugar.

- El libro de cuentas ¿Para qué? – Mckibben se puso un poco a la defensiva.

- Simple rutina – la bruja estiró el brazo.

Mckibben se marchó rápidamente, subiendo unas escaleras de caracol metálicas. Harry miró a Dora.

- Se puede averiguar mucho de la cuenta corriente de alguien – Dora levantó los hombros.

Niall Mckibben volvió caminando lentamente revisando el libro. En cuanto se lo tendió a Dora, ella se lo quitó de las manos.

- Yo voy a revisar la destilería y el almacén donde guardan los ingredientes ¿Te quedas aquí? – le preguntó Harry.

Dora le asintió con la cabeza sin dejar de mirar las hojas del libro. Harry se marchó con Mckibben.

- Dígame señor Mckibben ¿Han cambiado la receta de la bebida? Entiendo que quizás no quiera revelarme los secretos de su familia.

- Oh no tengo problema ninguno. Lleva siendo la misma receta desde hace siglos. Miel, agua y algunas especies y plantas. El secreto es la zona de donde conseguimos los ingredientes.

- ¿Puede mostrármelos? Quiero… olerlos – Harry apretó los labios mientras sonreía.

- Si, no hay problema – pero la cara de Mckibben decía lo contrario.

Harry empezó a oler los ingredientes, que en realidad eran todos distintas variedades de miel, y algunas otras plantas que sin duda serian parte de la receta de los Mckibben

Mientras, Dora se había sentado en un taburete alto y había dejado el libro en la mesa de madera. Con su varita iba señalando las filas de cuentas, reintegros, ingresos y pagos. Algo no le cuadraba…

- Revelio – apuntó con la varita al libro.

En las hojas empezaron a salir nuevas numeraciones, la mayoría en rojo y con muchos tachones. Se fijó en las fechas de los pagos y los cobros y se quedó pensando.

Harry estaba oliendo una planta que parecía que era ruibarbo cuando escuchó como Dora le llamaba. Miró a Mckibben un momento y se fue corriendo a su encuentro, sin terminar de olfatear todos los ingredientes.

Mckibben suspiró y se apresuró a seguirlo, no sin antes echar un vistazo a las plantas. Observó cómo los dos aurores hablaban en voz baja y gesticulaban durante un rato. Harry se giró para mirarlo y se acercó a él.

- Señor Mckibben ¿Por qué ha modificado las cuentas? – el pelirrojo balbuceaba. Harry no le dio tiempo a contestar - ¿Cómo han logrado superar el gran agujero que tenían antes de que usted y sus hermanos se hicieran cargo de la empresa?

- Siempre intentamos innovar. Además de abaratar costes para poder distribuir la bebida a un precio más competitivo.

- No me ha contestado a la primera pregunta, señor Mckibben – Harry movía en sus manos la varita – si es todo legal, no entendemos el que tenga que esconder esas cuentas.

- No quería que vieran como… – se detuvo un momento – como nuestro padre había estado llevando a la bancarrota la empresa, en sus últimos años no entraba en razón. No quería, usar, nuevos métodos para sacar a flote la destilería.

- ¿Nuevos métodos como el de usar una planta que crea, además de adicción, la modificación del cerebro, de forma que el sujeto pierde totalmente la voluntad? Eso sin contar que una ingesta prolongada produce envenenamiento – Dora había sacado su varita.

- No me extraña que su padre no quisiera usar esos métodos. ¿Cómo vender más? Creando adicción y controlando a la gente. Empiezo a pensar que deberíamos comprobar si la muerte de su padre fue accidental – susurró Harry.

- ¿Qué? Como se atreve… No tienen pruebas de nada.

- Tenemos suficientes indicios. Y por las pruebas no se preocupe Mckibben, las encontraremos y…

Mckibben sacó la varita y con un movimiento hizo estallar todos los frascos de cristal que tenían alrededor, haciendo que cientos de cristales volaran por todas partes. El pelirrojo salió corriendo mientras Harry y Dora se protegían.

Harry se agachó y levantó la varita - ¡Incarcerous! – largas cuerdas salieron de su varita y se enroscaron en Mckibben haciéndolo caer.

- Me parece Mckibben, que va a hacer un viajecito hasta Londres – Harry lo levantó del suelo, tirando con fuerza.


Al día siguiente, todos los aurores habían sido llamados a la sala de instrucciones. Harry entró con una carpeta en la mano y se subió al atril.

- Buenos días a todos. Me alegra decir que hemos dado por finalizado el asunto del envenenamiento por hidromiel. Necesito las diligencias del caso y podremos archivarlo. Savage, por favor, intenta tenerlas para la tarde – Harry se volvió a aclarar la garganta algo nervioso, al ser observado por todos. No estaba acostumbrado a esto – A raíz de este caso, puede que hayamos dado con un asesinato del que no se tenía constancia. Pero eso ya no es asunto nuestro. Así, que, buen trabajo. Muy bien todos.

- Enhorabuena Potter. Tú primera misión al mando, resuelta – Proudfoot se había levantado de su silla – Tengo razón al decir, que todos aquí estamos orgullosos de ti. Eres el mejor jefe que podíamos tener. Has llegado hasta aquí, por méritos propios. Luchando día a día, desde que entraste como un aprendiz, sin que nadie te regalará nada.

Harry escuchaba todo con la boca abierta. No había esperado para nada algo como eso. Dora lo observaba con una mueca triunfal.

- El mérito no es solo nuestro. No podríamos haber conseguido nada sin nuestro jefe y ese eres tú. Nada del niño que sobrevivió, o del Elegido, solo Harry, Harry Potter – y empezó a aplaudir sonoramente.

Los integrantes de la sala imitaron a Proudfoot y empezaron a aplaudir mientras se levantaban de sus sillas. Harry tenia a toda la Oficina de Aurores a sus pies.

Dora se acercó a Harry, que seguía en shock. Parecía que lo habían petrificado. Ella le pasó el brazo por encima.

- Vete acostumbrándote al cambio, Potter – dijo entre risas dándole un beso en la mejilla.


Dos meses después. Primero de septiembre.

Se había anudado muchas corbatas a lo largo de su vida, pero esa noche, Remus no sabía qué demonios le pasaba.

Consiguió, después de varios intentos, hacer un nudo decente. Cogió el chaleco, se lo abrochó y se colocó la chaqueta encima. Se volvió a mirar ante el espejo. Tocaba los botones, nervioso. Tras mirarse un rato, se arregló bien el pelo y rascó la fina barba del mentón.

Pensó en el reflejo que mostraba el espejo. Que distinto era, si lo comparaba con el que se vería, si su yo de hace quince años, se mirara en él.

Más joven, casi sin canas ni arrugas y vistiendo como un elfo doméstico, como bien le hizo saber Draco Malfoy. Sonrió. Ahora, era el típico "gentleman" inglés, de pelo canoso, arrugas convenientemente situadas, barba muy bien recortada y elegante traje gris. Pero interiormente, se encontraba igual o incluso más nervioso que cuando enseñó la primera vez.

Decidió que ya era hora de bajar. Tomo su varita de encima de la cama y se la guardó dentro de la chaqueta.

- Será una noche memorable. Y conociendo a Neville, sería capaz de dejarse olvidada la cabeza si no la llevara encima – Harry vio a Remus bajando las escaleras - ¡Aquí viene el nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras!

Harry, Dora y Teddy le observaban expectantes mientras caminaba hacia ellos.

Remus se pellizcó el puente de la nariz mientras negaba – No hace falta tanta euforia, Harry.

- Bah, no le hagas ni caso – Dora le sonrió a Harry y se interpuso entre ambos – Llevas la corbata torcida.

- Da igual, Dora. En clase iré con cardigans, jerséis de lana y pantalones de pana, llevar la corbata torcida no es un drama.

- Por eso mismo. Hoy vas elegante a la presentación. Que se vea al guapo profesor que van a tener a partir de ahora – le puso bien la dichosa prenda.

- Querida, la gente no tiene la misma percepción de la belleza que tú – miró su reloj de pulsera – No puedo pararme más, no quisiera llegar tarde.

- Escríbeme contándomelo todo ¡Ah! Y saluda a Neville, y a Hagrid, también a McGonagall y bueno, salúdalos a todos y terminaras antes – Harry le dio un abrazo mientras le hablaba a la oreja – Tranquiliza esos nervios, profesor.

Cuando se separó de Harry, Dora simplemente se acercó y le abrazó, dándole un beso. Le despeinó un poco el pelo para que fuera más casual.

Todavía con Dora al lado, Remus se giró hacia Teddy. Su hijo lo observaba impertérrito. Había estado sorprendentemente en silencio todo el rato. Remus miró de reojo a Harry y a Dora desconcertado, cuando el niño saltó sobre su padre, colgándose de él con los brazos alrededor de su cuello.

- Estoy muy orgulloso de ti, papá – le miraba directamente a los ojos – Siempre lo he estado, pero ahora más.

Remus no supo que contestar a la afirmación de Teddy. Simplemente lo estrechó fuertemente contra él.


Neville corría como si la vida le fuera en ello. No podía creer que incluso hoy, tenía que llegar tarde por su despistada cabeza.

Las puertas del Gran Comedor estaban abiertas, lo que significaba que todavía estarían alumnos entrando. Se paró en seco y se acomodó su traje marrón. Cruzó las puertas y ante él estaba el Gran Comedor en todo su esplendor. Las cuatro mesas estaban preparadas con la lujosa vajilla, las velas flotaban por todo el techo, el cual seguía imitando al cielo estrellado y las chimeneas a los lados estaban encendidas. Al fondo, la mesa de los profesores presidia la sala. Cientos y cientos de recuerdos empezaron a amontonarse en su cabeza.

Los alumnos que ya se encontraban sentados en las mesas de sus respectivas casas le observaban, mientras cruzaba hacia la mesa principal, con curiosidad.

En la mesa de los profesores, aun había algunas sillas vacías, pero reconoció a la profesora Sinistra, sentada junto a la profesora Vector. Sybill Trelawney estaba en la esquina contraria totalmente sola. De pie, la señora Hooch hablaba alegremente con Poppy Pomfrey. Binns pululaba entre todos.

Había tres magos y una bruja a los que no conocía, que debían de ser los profesores de Transformaciones, Runas Antiguas, Pociones y Estudios Muggles. Lentamente se fueron sentando en sus asientos. Los que quedaban vacíos eran obviamente los de McGonagall, grande y en el centro, Hagrid que tenía que estar llevando ahora mismo a los de primero en las barcas, Flitwick, el subdirector, que los estaría esperando para recibirlos y Remus Lupin el profesor de Defensa Contra las Artes oscura.

Pasó al lado de un taburete de madera en el que reposaba el Sombrero Seleccionador y finalmente llegó a la mesa. Hooch y la señora Pomfrey dejaron de hablar cuando lo vieron. Ambas mostraban una cara difícil de descifrar. Cuantos accidentes tuvo en clase de vuelo y como la enfermera lo atendió.

- Neville Longbottom. Es magnífico tenerte aquí – la señora Hooch le dio un golpecito en el hombro.

- Espero que visites menos la enfermería, Longbottom. La Herbología no es una asignatura propensa a accidentes. Aunque recuerdo perfectamente a dos o tres antiguos alumnos que tenían la capacidad de que, cualquier tarea que realizaran, fuera peligrosa.

Neville sabía que uno de los alumnos a los que se refería, era él. Decidió hacer un asentimiento con la cabeza y se fue a sentar, cuando se dio cuenta de que no sabía cuál era su sitio.

- Perdón, pero ¿Podrían indicarme cual es mi asiento?

- Por supuesto, es ese de ahí – le indicó una silla que estaba más o menos a mitad de la mesa – estarás al lado de Hagrid y del nuevo profesor de Defensa - Y Longbottom, empieza a tutearnos.

Volvió a asentir educadamente con la cabeza y se sentó. Empezó a sentir vértigo. El Gran Comedor se veía imponente desde ahí. Su cabeza comenzó a dar vueltas, y su vieja inseguridad volvió ¿Y si no estaba preparado para enseñar? Un nudo se le hizo en la garganta cuando sintió una mano en su hombro.

Se giró sobre su asiento para ver a Remus sonreírle. Debía de haber llegado por otro lado, seguramente por el pasillo que daba a la parte de atrás.

- ¡Remus! – se levantó enseguida y le dio un gran abrazo.

- Por favor Neville, quita esa cara de terror que tienes.

- ¿Se me nota mucho? Ha sido sentarme aquí y…

- Te entiendo, créeme. Pero has pasado por cosas peores que esto. Has sido auror. Que unos cientos de adolescentes estén pendientes de ti no es nada – Remus hizo una mueca divertida.

- Eso no me tranquiliza en absoluto.

- Te enfrentaste a un boggart transformado en Snape. Si pudiste con eso, puedes con cualquier cosa.

- Ayudaba verlo con vestido, sombrero y bolso – una nostálgica sonrisa se dibujó en su cara – Se me hace extraño que estemos los dos aquí, juntos, enseñando.

- Eso se llama el paso del tiempo. Yo todavía creo voy a ver sentarse a la mesa a varios pelirrojos junto a cierto trio inseparable – miró en dirección a la mesa de Gryffindor.

Una de las puertas del Gran Comedor se abrió del todo, dejando entrar a Hagrid, viniendo muy apresurado. Filch cerró las puertas después de que entrará. La señora Norris estaba enroscada en sus pies.

Hagrid se dejó caer en su silla, no sin antes darles a Remus y a Neville sendos golpes en la espalda que casi los empotra contra la mesa. Entonces apareció McGonagall por el mismo sitio por donde había llegado Remus. Como siempre, elegante e imponente. Retiró su asiento y se sentó.

A los cinco minutos, las puertas del Gran Comedor se abrieron de nuevo. El diminuto profesor Flitwick, quien llevaba un pergamino enrollado, caminaba muy erguido y una fila de niños que andaban de dos en dos le seguían. No era una promoción demasiado extensa. Los años más duros de la guerra no produjeron muchos nacimientos.

Los niños estaban embobados mirando hacia el techo encantado, a los fantasmas paseando entre las mesas o incluso a los alumnos que ya se encontraban allí.

Flitwick se colocó al lado del taburete, dejando que los nuevos alumnos se amontonaran delante, impacientes. Entonces el Sombrero empezó a recitar su tradicional canción de bienvenida.

Remus estaba divirtiéndose, observando la cara de los pobres niños. Se imaginó a Teddy y a Eric en esa misma situación al año siguiente y tuvo que taparse la boca para que no se escuchará su risa.


La selección pasó bastante deprisa y tras esperar a que los nuevos alumnos se acomodaran en sus respectivas mesas, McGonagall se puso en pie.

- Bienvenidos a Hogwarts un año más. Este va a resultar ser especial. Se conmemoran diez años desde que este colegió volvió a abrir sus puertas al renacer como un fénix tras vivir in situ, una cruenta batalla.

Todo el Gran Comedor se había quedado callado, escuchando a su directora. Solo se notaba el sonido de los fantasmas al moverse.

- A lo largo del curso, se realizarán algunas actividades para recordar dicha fecha. No son válidas para la Copa de la Casa, por lo que no se ganarán ni perderán puntos, pero si se tendrá muy en cuenta el comportamiento. Muchos hombres y mujeres dieron su vida ese día y no vamos a consentir ninguna falta de respeto – se aclaró la garganta – como siempre, los de primer año deben tener en cuenta que el Bosque Prohibido está como su nombre indica, prohibido para los alumnos. Sin excepción.

Neville miraba a McGonagall mientras se movía nervioso. Remus le puso una mano en el hombro para calmarlo, pues estaba poniéndolo a él histérico.

- Las pruebas de Quidditch comenzaran en dos semanas. Los que estén interesados en jugar para sus casas deben informar a la señora Hooch. Como siempre, les recuerdo que el señor Filch estará vigilando para que se cumplan las normas y no se haga magia en los pasillos o el recreo y me recuerda que todos los artículos de Sortilegios Weasley serán confiscados. Y ahora quiero presentarles las novedades en el profesorado.

En ese momento, Neville terminó de colapsar. Se había quedado petrificado.

- La profesora Sprout ha decidido jubilarse, tras muchos años de dedicación a Hogwarts. Su puesto como profesor de Herbología será suplido por el señor Neville Longbottom.

Señaló con la mano hacia Neville quien al oír su nombre pareció despertar y se levantó para hacer una simple reverencia mientras los profesores y los alumnos aplaudían. Hagrid a su lado daba sonoras palmas con sus grandes manos.

- La marcha de la profesora Sprout ha conllevado a otro cambio obligado, ya que era la jefa de Hufflepuff. A partir de hoy, la profesora Vector será la jefa de la casa de los tejones. Y ya, por último, la otra vacante en el profesorado la ha dejado el profesor Hopkins, al marcharse a enseñar a otra escuela, así que, en este caso Defensa contra las Artes Oscuras será impartida por el señor Remus Lupin.

Remus se levantó sin mucha ceremonia, pero con clase. Estaba teniendo lo que los muggles llamaban un déjà vu. Notaba las miradas de sus compañeros de mesa sobre él, así como las de los alumnos mientras le aplaudían como a Neville. McGonagall le miraba fijamente ante lo cual, él inclinó la cabeza hacia ella.

Cuando se hubo sentado, McGonagall prosiguió con su discurso – ¡Les deseamos a ambos toda la suerte del mundo! Y ahora, sin nada más que añadir ¡Que comience el banquete!

Las cinco mesas se llenaron de comida por arte de magia o gracias a los elfos domésticos, según se viera. Las exclamaciones y los gritos se escucharon por todo el Gran Comedor. Los alumnos de primero no cabían en si del asombró.

Hagrid, que ya se había bebido una jarra de hidromiel, sin adulterar entera, hablaba con Neville animosamente. El nuevo profesor de Herbología había cambiado por completo tras el discurso. Parecía que llevará toda la vida ahí.

Remus sin embargo estaba comiendo en silencio. Simplemente observando el Gran Comedor. El Barón Sanguinario estaba persiguiendo a Peeves como de costumbre. Algunos alumnos reían mientras bebían sus zumos, otros estaban empezando una guerra de comida para desagrado de los prefectos. Filch daba vueltas como un energúmeno por las mesas intentando pararlos, con la señora Norris bufando detrás de él, y con el consiguiente intento de algún chico de pegarle una patada al gato.

Levantó la vista al techo estrellado. Sonrió sonoramente, esta vez sin intentar evitarlo, haciendo que Neville se girada para mirarlo. No se arrepentía para nada de su decisión. Ese cambio lo había devuelto a su otro hogar.


Ahora si, el fin. ¡Reviews! ^^