¡Hola a todos! Para los que ya habéis leído mi otra historia, tengo noticias como habréis podido deducir por esto, y para los que acaban de encontrar esta nueva historia, espero que os guste.

He tenido un problema en otra página web en la que estaba publicando la otra historia porque alguien me denunció, diciendo que, al no tener permiso expreso de J. K. Rowling para escribir este fanfic, estaba violando los derechos de autor. Hasta donde yo sé, siempre y cuando esté referenciando que Harry Potter no me pertenece y no me esté llevando ningún beneficio, no estoy haciendo nada malo. Así que he decidido que como esto es solo para que quien quiera leerla la disfrute, voy a volver a publicarla.

Sin embargo, hacía tiempo que quería cambiar muchas cosas con las que no estaba contenta. Cuando empecé la otra historia, 'Leyendo la vida del chico de la cicatriz del rayo', en realidad no sabía hacia donde quería dirigirla. Ni siquiera me lo planteé. Ahora que me han borrado esa historia, he pensado que no había mejor momento para hacer esos cambios que quería hacer. No voy a borrar la historia de ninguna de las páginas web en las que todavía está por si hay alguien que prefiere la anterior, pero me voy a dedicar a la… versión reformada, por así decirlo.

Y otro cambio que he hecho es que voy a escribir esta historia tanto en español como en inglés. Leo y escribo más en este segundo idioma, pero no quería dejar colgados a los que empezaron leyendo mi primera historia en español y no están cómodos leyendo en inglés así que la solución era escribir la historia en los dos idiomas.

¡Espero que disfrutéis de la historia!

Todo el texto en negrita y los personajes pertenecen a J. K. Rowling. Esto es solo una historia escrita por una fan que no se lleva ningún tipo de remuneración excepto algunos comentarios de vez en cuando.

Tiempo de jugársela

¡Sorpresa!

El tiempo es una cosa muy curiosa.

El tiempo parece que pasa a veces demasiado rápido mientras que en otras ocasiones parece que tarda una eternidad en que caiga otro grano de arena en el reloj. El tiempo cambia tu percepción de las cosas. El momento en el que ocurre algo puede cambiar muchas cosas y tener muchas consecuencias.

Quizás por eso los siguientes eventos en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería ocurrirían esa noche en vez de años antes o mucho después, cuando todo ya hubiera pasado. Si hubieran pasado más tarde, no habría servido de nada, pero habría hecho más mal que bien si hubiesen tenido lugar antes.

Por supuesto, ninguno de los magos y brujas presentes en el Gran Comedor sabían eso o que algo inesperado iba a ocurrir. ¿Cómo podrían? Solo sabían que ese año iba a ser especial por el Torneo de los Tres Magos y que los tres campeones iban a ser elegidos en cualquier momento. Los alumnos estaban esperando impacientemente a que Dumbledore terminase de cenar, muchos de ellos lanzándole miradas a las llamas azules y blancas del Cáliz de Fuego.

Lo que se esperaban era que un fogonazo de luz que los cegó a todos de pronto iluminase el Gran Comedor. Cuando los puntos brillantes desaparecieron de delante de los ojos de todos, no encontraron nada fuera de lugar. Todo el mundo estaba de pie con las varitas preparadas para defenderse, pero nada más.

Bueno, sí que había una cosa.

— ¿Qué…? —dijo una voz en el Gran Comedor, haciendo que muchas cabezas se giraran en esa dirección. Pertenecía a un chico con despeinado pelo azabache y gafas redondas que todos conocían—. ¿Un paquete? ¿Recibo ahora un paquete?

— ¿Señor Potter? —dijo el director, sus ojos azules acerados y el brillo que normalmente tenían completamente ausente.

— Esto ha aparecido, profesor —dijo Harry, usando su varita para golpear la caja de cartón con desconfianza.

— Pone tu nombre en ella —dijo Hermione, mirando la parte superior donde ponía 'Harry James Potter' con unos garabatos familiares. Los conocía de algún sitio, pero no caía de dónde.

Dumbledore rápidamente fue hacia a la mesa de Gryffindor, los estudiantes apartándose para dejarle acercarse a la caja. Le seguían de cerca McGonagall, Snape, Moody, Crouch, Bagman, Karkarov y Madame Maxime mientras los demás profesores trataban de mantener un mínimo de orden cuando los alumnos empezaron a murmurar entre ellos.

— Señor Potter, todos, atrás —ordenó McGonagall inmediatamente. Sus estudiantes se apresuraron a obedecer, sabiendo que era mejor no ignorarla cuando sonaba así.

El anciano director agitó su varita sobre la caja con movimientos complicados, susurrando por lo bajo y frunciendo el ceño confundido cuando no ocurrió nada.

— Creo que no hay ningún hechizo o encantamiento dañino en ella —dijo después de un rato. Lo había comprobado de todas las maneras en que sabía y todos los resultados habían salido negativos. Manteniendo su varita preparada por si acaso, alargó una mano y trató de abrir la caja. Para su desconcierto, permaneció firmemente cerrada.

— ¿Algún «pgoblema», «Dumbledog»? —preguntó Madame Maxime secamente, mirando la caja con desconfianza. Había tenido cuidado de colocarse entre la caja y los estudiantes de su escuela, que estaban a dos mesas de distancia.

— No realmente —dijo el director pensativo—. No puedo abrir la caja.

— Creo que eso se considera un problema, Dumbledore —gruñó Karkarov impacientemente.

— Puede que no, si no soy yo quien debe abrirla —dijo Dumbledore, clavando su mirada en Harry. El chico estaba a un par de pasos de distancia, junto a sus amigos y a los otros Gryffindor que habían sido alejado por su jefa de la casa.

Harry parpadeó sobresaltado cuando encontró un par de brillantes ojos azules clavados en él.

— ¿Yo? —soltó en shock, señalándose a sí mismo. Miró detrás de él, medio esperando que el anciano estuviese mirando a alguien más.

— ¿Quieres que sea un niño en edad escolar el que abra una caja cuyo contenido desconocemos y que aparecido de repente en mitad de tu escuela, Albus? —preguntó Crouch, que no parecía muy contento con la idea.

— Su nombre está en ella, Barty. Es claramente para él —asintió Dumbledore—. Lo lógico es que quien quiera que se tomase tantas molestias en enviarle este paquete, consiguiendo pasar las protecciones del castillo, se aseguraría de que solo él pudiese revelar su contenido.

— Fantástico —maldijo el chico por lo bajo. Esto era lo último que necesitaba. Él solo quería ver quiénes eran los campeones y celebrar con sus amigos, tratando de adivinar a qué tendrían que enfrentarse.

— Vamos, colega —dijo Ron, dándole una palmada en el hombro como apoyo—. Mejor hacerlo cuanto antes.

— Eso es fácil para ti decirlo —bufó Harry, agarrando su varita con más fuerza mientras se acercaba.

Alcanzó la caja y la abrió sin ningún problema. No hubo ningún tipo de resplandor místico ni nada. No sabía qué le había impedido a Dumbledore abrirla, pero él no sintió nada. Miró dentro con aprehensión, una parte de él esperando encontrar algo horrible y otra parte esperando un tesoro. Lo último que pensó que se iba a encontrar eran…

— ¿Libros? —exclamó—. ¿Me envían libros?

— ¿Qué clase de libros? —preguntó Hermione con curiosidad, echando un vistazo por encima de su hombro.

— No estoy seguro. Dice… —Harry cogió el que estaba en la parte de arriba, uno rojo, y miró la cubierta, dejando la frase en el aire cuando leyó el título—. Harry Potter y

— ¿Y? —soltó Moody cuando no continuó.

— No lo sé —Harry frunció el ceño, dándole la vuelta al libro para enseñárselo—. Está borroso. No puedo leerlo.

Le recordaba a cómo veía él cuando no tenía las gafas puestas.

— Todos los libros son así —dijo Ron, sacándolos de la caja y examinando uno azul oscuro. Todos eran de distintos grosores y colores, pero el título era el mismo.

— Y están todos en blanco —observó Dumbledore, que había abierto uno púrpura. Snape estaba estudiando uno verde y McGonagall sostenía con el ceño fruncido uno negro con el título en blanco.

Si era sincero consigo mismo, Harry estaba contento con eso. Con ese título, tenía pinta de que esos libros eran sobre él y eso le ponía los pelos de punta. No quería ningún libro —ningún libro más al menos— escrito sobre él. Ya se le mencionaba en demasiados y no le gustaba.

— ¿Qué significa esto, «Dumbledog»? —preguntó Madame Maxime, empezando a parecer mosqueada al hojear las páginas de un libro naranja y encontrarlas todas en blanco también.

— ¿Tiene algo que ver con el Torneo? —preguntó Karkarov con el ceño fruncido. Estaba observando un grueso libro rosa con una expresión de asco.

— Nada —dijo Ludo Bagman, más interesado que desconfiado.

— Nosotros no hemos planeado esto, Karkarov —le aseguró Crouch—. No es cosa nuestra.

— ¿Qué se supone que vamos a hacer entonces? —preguntó McGonagall perpleja.

— Hay algo más, profesor —dijo Hermione. Estaba echando dentro de la caja, que estaba vacía excepto por un sobre—. Tiene tu nombre también —dijo, tendiéndoselo a Harry.

El chico se quedó mirándolo entre molesto y asustado. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Qué eran esos libros? ¿Quién los había enviado? ¿Por qué los había enviado? Supuso que mirar su nombre escrito con esos garabatos familiares no le iba a dar las respuestas.

— ¿Lo leo en alto, profesor? —preguntó en un tono cansado mientras lo abría.

— Por favor, señor Potter —asintió Dumbledore.

Hola, Hogwarts, Durmstrang y Beauxbatons:

Puede que esto sea una sorpresa para la mayoría de vosotros y a muchos no os va a gustar lo que vamos a decir. Bueno, mala suerte. Esto es más importante que el Torneo que está tan solo empezando.

Lo primero es lo primero, van a llegar unos cuantos invitados, algunos de los cuales ya conocéis, algunos que no conocéis. Solo hay una cosa que debéis saber y es que no se debe hacer daño a NINGUNO DE ELLOS.

— ¿Invitados? —interrumpió Karkarov—. ¿Qué invitados?

Otro fogonazo de luz cortó cualquier respuesta que pudiese haber recibido. Cuando se extinguió una vez más, dejó tras él varias personas, todas ellas muy diferentes.

— Creo que se refiere a esos invitados —dijo Dumbledore tranquilamente.

— ¡SIRIUS BLACK! —chilló la señora Weasley, alejándose de un salto del hombre al lado de quien había aparecido. Su marido la apartó, lejos del asesino, y se plantó delante de ella y sus hijos mayores

Hubo un revuelo caótico cuando los estudiantes entraron en pánico, los adultos sacaron sus varitas y un sorprendido fugitivo trataba de descubrir cómo escapar.

— ¡Arréstenlo! —gritó Crouch, haciendo que Moody, un mago alto de piel oscura y una joven bruja con el pelo de un rosa brillante se abalanzasen sobre él.

— ¡NO! —gritó una voz antes de que le alcanzasen. Un borrón pasó a su lado y se detuvo en frente del sorprendido asesino.

— ¡Potter, échate a un lado! —bramó Moody bruscamente, la punta de su varita brillando ominosamente.

Harry le fulminó con la mirada, no pensando amedrentarse.

— Ni hablar. Es inocente —declaró con firmeza.

— Harry, vete de aquí —le instó Sirius. Intentó empujar a su ahijado lejos, pero el chico era cabezota y se negaba a moverse.

— No voy a dejar que se te lleven y te den el Beso, Sirius —dijo Harry, ignorando el creciente pánico en su pecho. ¿Por qué había aparecido su padrino en mitad del Gran Comedor? ¿A qué estaba jugando quien quiera que le había enviado ese paquete? ¿Es que querían verle muerto o algo?

— Potter, deja de hacer el imbécil y deja a los aurores hacer su trabajo —espetó Snape con una pizca de frustración en sus ojos negros.

— Es inocente —repitió Harry.

— No sabía que toleraba esta desobediencia en su escuela, Dumbledore —se burló Karkarov.

— Es «ciegtamente» «indecogoso» —bufó Madame Maxime con arrogancia.

— Señor Potter, si no se aparta usted en este instante, será arrestado por conspirar con un conocido fugitivo y resistirse a la autoridad —avisó Crouch.

— Harry, apártate —le ordenó Sirius con urgencia. Lo último que quería era que su ahijado se metiese en problemas por su culpa.

— No —Harry sacudió su cabeza—. Puedo demostrar que eres inocente. Podemos contarles lo que pasó el año pasado. A lo mejor nos creen, no como Fudge.

— ¿Qué pasa con el Ministro? —preguntó el mago alto de piel oscura, sin bajar su varita pero pareciendo reacio a maldecir a un niño.

Viendo que este hombre parecía un poco más dispuesto a escuchar, Harry no dejó pasar la oportunidad y se apresuró a explicar.

— Intentamos decirle el año pasado que Sirius no mató a esas personas hace trece años, pero se negó a escucharnos.

— Potter, es un hombre muy peligroso el que estás tratando de proteger. Ha hecho cosas que no sabes —dijo Crouch cautelosamente.

— Sí las sé —le contradijo Harry—. Sé que es acusado por haber traicionado a mis padres y haberles entregado a Voldemort —espetó, ignorando el escalofrío que recorrió el Gran Comedor como una onda y los chillidos de los alumnos más jóvenes— y por haber asesinado a Peter Pettigrew y a doce muggles hace trece años.

— ¿Cómo sabes eso? —preguntó Crouch con los ojos entrecerrados. Que él supiera, todo el mundo había estado de acuerdo el año anterior en que cuanto menos supiese el chico Potter sobre eso, mejor para él.

— Tengo un don para descubrir cosas por accidente —replicó Harry—. Tal y como descubrí que Sirius no hizo ninguna de esas cosas.

— El trozo más grande que encontramos de Peter Pettigrew fue un dedo. Dudo mucho que pueda estar vivo después de eso —discutió Crouch.

— Disculpe, señor —intervino Hermione mientras Ron y ella iban hacia Harry y se colocaban cada uno a un lado, demostrando a quién apoyaban—, pero creo que esa sería la primera pista de que algo no cuadra con la historia que usted cree. ¿Qué clase de maldición podría hacer eso? Incluso con la explosión más poderosa, tendría que haber quedado algo más, no solo un dedo.

Eso hizo dudar a unas cuantas personas. Era cierto. Explosiones dejaban tras de sí un desastre, no solo un dedo.

— Podemos mostrar nuestros recuerdos —dijo Remus, saliendo de su estupor y colocándose al lado de Sirius.

— ¿Usted estuvo ahí cuando Potter supuestamente descubrió la verdad sobre esos eventos? —preguntó Crouch con una ceja alzada.

— Sí, señor. Soy Remus Lupin. Era un amigo cercano de los Potter y fui profesor aquí el año pasado —asintió el hombre lobo—. Estaría dispuesto a testificar bajo Veritaserum para contar lo ocurrido.

— Eso no sería mala idea —dijo el mago alto de piel oscura pensativamente, aunque no relajó su posición alerta.

Crouch apretó los labios.

— Quizás —concedió. Sabía que él no le había dado a este hombre el juicio que se merecía legalmente.

— Tengo Veritaserum en mi despacho —ofreció Snape—. Podría ir a por él ahora mismo.

— ¿Qué pasa con el «Togneo»? —preguntó una chica de Beauxbatons.

Muchas cabezas se giraron hacia las llamas azules y blancas. Se habían olvidado completamente de el acontecimiento histórico que supuestamente iba a ocurrir en cualquier momento.

— ¿No «tendgía» que «habeg» «ocuggido» algo ya? —preguntó Madame Maxime con el ceño fruncido en confusión. A no ser que hubiesen perdido totalmente la noción del tiempo, el Cáliz ya tendría que haber escupido los nombres de los tres campeones.

Dumbledore frunció el ceño.

— Sí, así es.

— ¿Qué está ocurriendo aquí? —demandó Karkarov.

— Podemos averiguarlo cuando nos hayamos ocupado de Black —dijo Crouch firmemente, apenas apartando la vista del fugitivo.

— Si algo ha manipulado el Cáliz de Fuego, tiene que haber sido algo serio, Barty —intervino Dumbledore—. No es algo que podamos dejar para luego.

— ¿Y un asesino lo es? —preguntó el hombre incrédulo.

— Esto es más importante, Bartemius —dijo McGonagall impacientemente—. Alguien ha enviado a Potter una coja con libros y ha traído a estas personas a Hogwarts cuando tú sabes muy bien que es imposible aparecerse aquí dentro. Y luego el Cáliz, un poderoso artefacto mágico, empieza a no funcionar correctamente. ¿No crees que puede estar relacionado con la caja y los libros?

— Bien dicho, Minerva —dijo Dumbledore con una pequeña sonrisa.

— Deberíamos arrestar a Black y mantenerle bajo custodia por lo menos —insistió Crouch testarudamente.

— ¿Y a dónde iría sin que alguien se diese cuenta? —no pudo controlarse Sirius, su voz cargada de sarcasmo. Hizo un gesto con la mano a su alrededor—. ¿Piensa que podría escabullirme entre cientos de estudiantes, dos aurores, un ex-auror paranoico y dos oficiales del Ministerio?

— No vamos a jugárnosla, Black —espetó Crouch.

Remus le dio un codazo a su amigo de la infancia antes de que pudiese replicar.

— Dales tu varita, Sirius. Esta podría ser tu única oportunidad de tener un juicio y ser libre —le rogó.

Eso calló al animago rápidamente. Con un suspiro, sacó su varita y se la dio a la bruja de pelo rosa.

— Hala. ¿Mejor ahora? —preguntó, sintiéndose desnudo y desprotegido sin la varita que había conseguido hacía tan solo un par de semanas. Puede que no hubiese funcionado tan bien como la que le había elegido en la tienda de Ollivander cuando tenía once años, pero era su única defensa.

— Mucho —soltó Crouch—. Albus, sigue con esto.

— Señor Potter, si fuese tan amable de seguir leyendo la carta… —le invitó el director, clavando la mirada en el pergamino en la mano del adolescente.

Harry se había relajado al oír que le iban a dar una oportunidad a Sirius. Con un poco (un montón) de suerte, su padrino sería libre y él podría irse a vivir con él, pero apenas se atrevía a pensar en ello. Había dejado que creciesen sus esperanzas el año anterior solo para que fuesen destruidas.

Todavía estaba de pie delante de Sirius con su varita en la mano, pero ya no estaba preparado para atacar o defender a su padrino. Tal vez, solo tal vez, quien quiera que le hubiese escrito la carta habían sabido lo que estaban haciendo cuando habían traído a Sirius.

Bueno, eso ha sido intenso, ¿verdad? Solo por si acaso, es verdad que Sirius Black es inocente and encontraréis las pruebas que necesitáis en el tercer libro. No os molestéis en intentar leerlo ahora. Seguirá en blanco hasta que sea el momento.

Dumbledore, quizás quieras ir al despacho de Alastor Moody y abrir su baúl. Encontrarás una sorpresa. Y, Crouch, sabemos que tienes ganas de arrestar a alguien así que te vamos a dar un verdadero culpable y una oportunidad de corregir tu error. Empieza con el impostor haciéndose pasar por el ex-auror a tu lado.

— ¡Esto tiene que ser una broma! —bramó Moody furioso, su ojo mágico girando en todas direcciones.

— ¿Alastor? —preguntó Dumbledore bruscamente, su voz gélida mientras miraba a quien consideraba un buen amigo.

— ¡Albus, esto no son más que tonterías!

— ¿De verdad? —preguntó el director calmadamente, su varita en su mano, pero apuntado hacia el suelo—. Todo lo demás que ha dicho esa carta es sorprendentemente cierto. Encuentro pocas razones para no creerla ahora.

— Moody, entrega tu varita —ordenó Crouch con firmeza, pero sus ojos estaban llenos de aprehensión.

Durante un minuto, nadie se movió. Los alumnos se habían alejado del enfrentamiento que podían sentir llegar y Sirius, Remus y los señores Weasley habían alejado a Harry, Ron y Hermione. Solo quedaba el supuesto impostor rodeado por los profesores y los oficiales del Ministerio, todos ellos con las varitas preparadas.

Con un rugido de desesperación, Moody alzó su varita y disparó un brillante haz de luz roja. Por suerte, Dumbledore agitó su varita en un gran círculo que hizo aparecer un escudo que absorbió la maldición antes de que pudiese dañar a algún de los estudiantes. Treinta segundos después, el ahora claramente impostor estaba inconsciente en el suelo.

— Registrad sus bolsillos —ordenó Crouch.

El mago alto de piel oscura se acercó para hacerlo, sacando la petaca que Moody cargaba consigo a todos lados. En cuanto olió sus contenidos se echó hacia atrás con una mueca.

— Poción Multijugos —dijo, levantándose de nuevo—. Creo que esto es prueba suficiente de que este hombre no es Alastor Moody.

— ¿Entonces dónde está el de verdad? —preguntó la bruja de pelo rosa, frunciendo el ceño con preocupación. Claramente tenía una relación cercana con el ex-auror, por lo menos el de verdad.

— El baúl —se dio cuenta Dumbledore con los ojos como platos al recordar lo que había dicho la carta—. Decía que encontraría una sorpresa en el baúl de Alastor.

— El impostor tiene que haberle mantenido cerca para seguir preparando la poción —dijo Snape entre dientes.

— Severus, Poppy, conmigo —dijo Dumbledore de inmediato, saliendo del Gran Comedor con largas zancadas.

— «Dumbledog», «espege» un segundo —exigió Madame Maxime—. ¿Qué pasa con este «hombre»?

— Recuperará su apariencia en una hora como mucho y espero que estemos de vuelta mucho antes que eso con el verdadero Alastor Moody con nosotros —dijo el anciano, apenas aflojando el ritmo. Antes de que alguien pudiese discutir, ya se había ido.

— Por el amor de… — maldijo Karkarov enfadado—. Ha sido él quien ha dicho que deberíamos averiguar qué está pasando con esos malditos libros y con el Cáliz primero y ahora se va.

—Merlín, Igor, la vida de Alastor podría estar en peligro —espetó McGonagall, perdiendo la paciencia con las quejas del hombre. Estaba vigilando al hombre que Flitwick estaba atando tras asegurar que no tenía encima ningún traslador de emergencia para que no pudiese escapar.

— A lo mejor deberíamos enviar a los alumnos a sus salas comunes, Minerva —dijo la profesora Sprout sombríamente. No le gustaba que los niños estuviesen presenciando estos acontecimientos. Eran cosas por las que ningún niño debería preocuparse.

— Sí, tienes razón, Pomona —asintió la jefa de Gryffindor.

— No estoy seguro de que enviar a los alumnos lejos sea la mejor opción ahora mismo —dijo Flitwick con una expresión seria—. Ya hemos encontrado a un impostor entre nosotros, alguna magia poderosa ha manipulado el Cáliz y esa carta parece saber demasiado… Preferiría tener a todos los estudiantes donde podamos vigilarlos. Sería más fácil protegerlos si están todos en el mismo sitio.

McGonagall suspiró preocupada. ¿Por qué había tenido que ocurrir todo esto? Filius tenía razón. Además, tenía la sensación de que no podrían mandar por lo menos a Harry a su sala común ya que la maldita caja estaba dirigida a él. Y no sería justo distinguirlo de los demás otra vez, o más bien distinguirlo todavía más.

Hablando de Harry…

— Sirius —dijo el chico, girándose hacia su padrino aliviado—. ¿Cómo es que estás aquí?

— Esperaba que me lo dijeses tú —dijo el animago—. Estaba escondido y sin ninguna intención de entrar en Hogwarts.

— No sé lo que está pasando —dijo Harry ansioso—. Esta, esta caja ha aparecido de la nada y la carta decía que íbamos a tener invitados y…

— Harry —le interrumpió Hermione, poniéndole una mano en el brazo—, no pasa nada. Puede que esto sea algo bueno.

— ¿Entonces por qué tengo un mal presentimiento sobre todo esto? —replicó Harry.

Hermione se mordió el labio.

— No lo sé. Pero pase lo que pase, por lo menos esto le ha dado una oportunidad a Sirius.

— ¡Ron! —les interrumpió una voz. La señora Weasley se dirigía hacia ellos con cara de enfadada—. ¿En qué estabas pensando? ¡¿En qué estabais pensando todos?! ¡¿Cómo podéis proteger a un asesino del Ministerio?!

— ¡Mamá, es inocente! —protestó Ron.

— ¡¿Y tú cómo sabes eso?! —chilló su madre.

— ¡Lo descubrimos el año pasado! —dijo Ron con las orejas rojas—. ¡Y la carta también lo ha dicho!

— ¡Ni siquiera sabemos quién ha enviado esa carta! —discutió ella.

— Señora Weasley, tenían razón sobre Moody —se atrevió a decir Harry. No podía dejar que su mejor amigo defendiese a su padrino él solo.

El enfado de la mujer flaqueó.

— Esa no es prueba suficiente…

— Pero es suficiente para que haya algunas dudas sobre la inocencia de Sirius, ¿no? —presionó Harry.

— Señora Weasley, están diciendo la verdad —dijo Remus cansado—. Yo estaba con ellos el año pasado cuando lo descubrieron. Sirius es inocente.

La señora Weasley dudó antes de ponerse firme de nuevo.

— Quiero saber toda la verdad. Ahora —exigió ella.

Sabían que era mejor no enfadar a la pelirroja. Estaban listos para contarle todo cuando un grito les interrumpió.

— ¡Está cambiando de vuelta! —avisó la bruja de pelo rosa a todos. Estaba fulminando con la mirada llena de odio al impostor, apuntándole con la varita.

Todos se giraron para hombre inconsciente. Su cara comenzó a transformarse, suavizándose mientras desaparecían las cicatrices. Su pelo se volvió rubio pajizo y su pata de palo y su ojo mágico se cayeron cuando crecieron su pierna y su ojo de verdad. En tan solo unos momentos, un hombre completamente distinto estaba donde antes se encontraba Moody.

— ¡Barty Crouch Jr.! —gritó McGonagall anodada.

Muchos se giraron hacia el pálido Barty Crouch Sr., que estaba mirando a su hijo con horror.

— Barty, ¿qué está ocurriendo? —preguntó Ludo cautelosamente, alejándose del hombre.

— A mí también me gustaría saberlo —dijo Dumbledore, volviendo con Snape pisándole los talones.

— ¿Dónde está Moody? —preguntó la bruja de pelo rosa en cuanto le vio.

— En la enfermería con la señora Pomfrey. Está inconsciente, pero en general ileso. Estará bien por la mañana después de una noche de descanso —le aseguró el director.

— Bien —dijo el mago alto de piel oscura antes de volver a mirar a Crouch—. Nos debe una explicación. Y creo que es su turno de entregar su varita.

— Yo… Uh… —dudó.

— Barty —dijo Dumbledore con firmeza—, tu varita.

— Dumbledore… yo… mi culpa… Bertha… —murmuró el hombre, pareciendo en guerra consigo mismo.

— ¿De qué está hablando? —espetó Karkarov—. ¿Qué son esas tonterías?

Dumbledore se acercó al hombre, con la varita preparada por si acaso.

— ¿Barty?

— Dumbledore… él… más fuerte… avisar… —farfulló Crouch, agitándose más y más.

El director estaba de pie en frente del hombre. Le estudió cuidadosamente antes de abrir los ojos como platos.

— Está bajo la maldición Imperius —murmuró.

— ¿Qué? Eso es «gidículo», «Dumbledore» —bufó Madame Maxime.

Dumbledore frunció el ceño sin apartar la vista de Barty, quien seguía murmurando cosas por lo bajo.

— ¿Qué hacemos? —preguntó el mago alto de piel oscura.

El director frunció los labios.

— Creo que lo mejor será dar al pobre Barty un descanso de todo esto —decidió, moviendo su varita. Un haz rojo le dio a Crouch en el pecho y el hombre se desplomó en el suelo—. Le llevaremos a la enfermería cuando terminemos aquí.

— Albus, ¿qué está ocurriendo? —preguntó McGonagall, empezando a estar sobrepasada. Se supone que tan solo iba a descubrir quiénes iban a ser los campeones. En vez de eso, habían encontrado a un impostor, al padre de dicho impostor bajo la maldición Imperius, un poderoso artefacto mágico no funcionando correctamente, algo que podía ignorar las protecciones de Hogwarts como si no existiesen, un asesino que había aparecido en el Gran Comedor y esos malditos libros en blanco.

— No lo sé, Minerva —respondió Dumbledore sombríamente—. Espero que la carta que tiene el señor Potter pueda darnos algunas explicaciones. Señor Potter, si pudiese continuar leyendo…

Harry tomó una bocanada de aire temblorosa, una parte de él deseando que no se hubiese levantado de la cama esa mañana. Después de los últimos tres Halloween en Hogwarts y ahora esto, estaba empezando a pensar que ese día estaba maldito.

Ahora que hemos acabado con eso, creemos que debemos daros algunas explicaciones. Más os vale asegurar a Barty Crouch Sr. porque está bajo la maldición Imperius y más os vale encerrar a Barty Crouch Jr. aún mejor porque necesitaréis su confesión en el futuro, y no solo para ayudar a limpiar el nombre de Sirius. No os molestéis en interrogarles, ni a Sirius Black. Recibiréis una explicación detallada para ambas cosas en los libros.

Ahora, sobre los libros. Quizás hayáis notado que están en blanco excepto por la mitad del título. Se quedarán así hasta que la persona cuya historia cuentan esté de acuerdo con leerlos. Sí, Harry, ese eres tú. Siete libros sobre siete años en Hogwarts, un libro por año. Tus años en Hogwarts hasta ahora han sido difíciles, pero no son nada comparados con lo que serán de ahora en adelante. Este año, tu cuarto año, marcará la diferencia para todo el mundo, y todo empezará a irse a pique inevitablemente.

Por eso hemos enviado los libros. Son una advertencia de lo que va a llegar para que podáis prepararos. Tienen todo lo que necesitáis para derrotar a Voldemort para siempre esta vez. Él va a volver antes de lo que pensáis y mucha gente morirá, gente que está ahora mismo en el Gran Comedor.

Un silencio sepulcral se creó en la habitación. ¿Quién-Tú-Sabes iba a regresar? Eso tenía que ser una broma. No podía ser cierto. Ya llevaba trece años desaparecido. Harry Potter le había derrotado, el mismo Harry Potter que ahora estaba mirando al pergamino entre sus manos con la cara pálida.

No podían saberlo, pero él estaba recordando el sueño que había tenido ese verano, el sueño sobre Voldemort planeando su regreso al poder y su asesinato con Colagusano. ¿Iba a conseguirlo? ¿Cómo de pronto era antes de lo que pensaba? ¿Cuánto tiempo tenían para prepararse?

— Harry —murmuró Ron, igual de pálido—, sigue leyendo.

Harry se aclaró la garganta y sacudió la cabeza.

Muchas de esas muertes se podrían haber evitado si la gente hubiese dejado de ser tan idiota antes. Esperamos que estos libros les den la patada en el trasero que necesitan para empezar a prepararse y, con suerte, salvar muchas vidas. No solo eso, sino que a lo mejor algunas personas evitarán tomar un par de horribles decisiones que tomarán y tratarán de hacerlo mejor. Aparecerán muchos secretos, secretos que harán daño, pero os pedimos a todos que NO JUDGUÉIS hasta que terminéis de leer la última página del último libro. Las cosas no son siempre lo que parecen y probablemente tendréis que comeros vuestras palabras si acusáis antes de tiempo porque hay mucha gente que será juzgada demasiado duramente durante los próximos cuatro años. Esta es una segunda oportunidad para todos vosotros. Esperamos que no la malgastéis.

Sabemos que no quieres que nadie lea tu vida, Harry, y lo sentimos, pero esto es necesario. Tú eres quien estuvo en el mismo centro de todo y vivió todo lo que pasó. Por eso hemos creado estos libros desde tu punto de vista, lo que, desafortunadamente, incluye tus pensamientos y sentimientos y unos cuantos sueños. Hemos eliminado algunos que no estaban relacionados con Voldemort y la guerra, pero no estamos seguros de haber encontrado todos.

Sabemos que eso ya es suficientemente malo, pero no es lo peor.

¿No lo era? ¿Cómo podía no serlo?

Todo Gran Comedor se preguntaba lo mismo. Sus pensamientos, sentimientos y sueños, sus vidas enteras plasmadas en las páginas de siete libros. Eso era una pesadilla hecha realidad. Nada podía ser peor que eso.

El hechizo necesario para crear estos libros tiene un gran inconveniente. Son desde tu punto de vista porque están conectados contigo, literalmente. Eso significa que lo que te ocurra en el libro te ocurrirá también de verdad. No intentéis corregir esos efectos. Puede que podáis reducirlos en algunos casos, pero no desaparecerán hasta que pasen en la historia o hasta que terminéis el libro que estéis leyendo en ese momento.

Lo sabemos. Horrible.

Podíamos haber intentado incluir diferentes puntos de vista para que por lo menos no fueses el único conectado a esos libros y no fuesen solo tus pensamientos lo que leyeseis, pero eso era una mala idea. Como hemos dicho, no todos en el Gran Comedor sobrevivís y no queremos que haya gente que se muera de pronto en medio de la lectura.

Estaban todos horrorizados. ¿Conectado con los libros? ¿Sintiendo lo que sea que leyesen que le iba a pasar? La carta tenía razón. Esto era infinitamente peor. ¿Quién había creado estos libros? ¿Habían querido torturar a Potter?

De cualquier forma, no podían evitar sentirse secretamente aliviados por que no todos estuviesen conectados a los libros como Potter. Sabiendo que no todos iban a sobrevivir los siguientes cuatro años si la carta tenía razón en que era un libro por año, no querían arriesgarse a ser los que se muriesen sin previo aviso. O, bueno, con aviso pero sin posibilidad de recibir ayuda.

La otra opción que habría permitido obtener toda la historia habría sido desde el punto de vista de Voldemort, pero creemos que todos estamos de acuerdo en que eso habría sido mucho más espeluznante. Nadie quiere eso.

Un escalofrío colectivo recorrió el Gran Comedor al imaginárselo.

No. Nadie quería meterse en la cabeza de ese psicópata. Pensar en esa posibilidad ya era suficientemente malo. Hacía que se les pusiesen los pelos de punta.

Otra cosa, nadie puede entrar ni salir de Hogwarts hasta que hayáis terminado de leer todos los libros. Estáis dentro de una burbuja temporal como quizás hayáis notado cuando el Cáliz de Fuego no empezó a anunciar los campeones del Torneo de los Tres Magos. No os preocupéis, nadie os echará de menos afuera. Será como si no hubiese pasado el tiempo cuando salgáis.

Por último, todos los presentes tienen que realizar un juramento de no revelar a nadie de fuera la existencia de los libros ni sus contenidos. Cualquiera que intente escuchar o leer sin haber realizado este juramento será transportado al instante a la enfermería, donde permanecerán inconscientes hasta el final de la lectura, y no recordarán nada cuando despierten.

Antes de que alguno de vosotros discuta, este conocimiento que os estamos dando es peligroso. Hay cosas que ya están empezando a cambiar y ni siquiera habéis empezado a leer los libros. No podemos correr el riesgo de que esta información caiga en malas manos. Sería desastroso para todos.

Habrá una única excepción a esto y será Harry ya que los libros van sobre él. Y antes de que digáis que no es justo que Harry no tenga que realizar el juramento, necesitaréis un seguro por si os hace falta contarle a alguien todo esto. Como todos estamos de acuerdo en que, siendo los libros sobre su vida, no irá por ahí hablándoles a todos de ellos, será él el único que esté exento del juramento y no hay discusión que valga. No podemos oíros y no cambiaremos de opinión.

Harry, nos hemos asegurado de que los libros permanecerán en blanco hasta que estés de acuerdo con leerlos. Es tu decisión. Es tu vida la que cuentan y serás tú quien sufrirá. Si no quieres leerlos, tan solo vuelve a colocar todo dentro de la caja y dale un toque con tu varita. Desaparecerá junto con vuestros recuerdos y todo volverá a como estaba antes del primer fogonazo de luz. Está diseñado para tu magia en concreto así que solo funcionará si lo haces tú voluntariamente.

Es tu decisión y solo tuya, Harry.

Buena suerte a todos.

Unos amigos de un futuro que con suerte mejorará

Nadie sabía qué decir cuando Harry terminó de leer la carta. ¿Qué se suponía que tenían que decir?

— Creo que es hora de que los alumnos se vayan a sus salas comunes —Dumbledore rompió el silencio.

— ¿Qué? —preguntó McGonagall todavía en shock.

— No vamos a empezar a leer esta noche sin importar cuál sea la decisión del señor Potter —dijo el director con firmeza— y esto no es algo que se pueda decidir sin pensar. El señor Potter debe tener tiempo para pensárselo bien y nos dirá cuál es su decisión por la mañana. Mientras tanto, creo que tenemos dos hombres que debemos asegurar que no escapen.

— ¿Qué pasa con Sirius Black? —preguntó el mago alto de piel oscura tranquilamente.

— No puede ir a ningún sitio y no tiene una varita —respondió Dumbledore—. Creo que no será una amenaza.

— ¿Estás seguro, Dumbledore? —preguntó el hombre, no pareciendo demasiado contento.

— Estoy seguro, Kingsley —asintió el director resueltamente—. Tenemos otras cosas de las que preocuparnos que un hombre que fue condenado por algo que no hizo. En vez de eso, será mejor que llevemos a estos hombres a las mazmorras. Hace mucho tiempo que no se usan con ese propósito, pero estoy seguro de que todavía serán un buen sitio para asegurar que no escapen.

— ¡Mis estudiantes! ¡Al «cagguaje! —anunció Madame Maxime, de acuerdo con la decisión de Dumbledore. Ella quería a sus alumnos a salvo donde pudiese vigilarlos.

— ¡Estudiantes de Durmstrang! ¡Al barco! —ordenó Karkarov, más pálido de lo normal.

— ¡Y el resto de los estudiantes a sus salas comunes! —dijo McGonagall sin dejar opción a protestas.

— Harry, vamos —dijo Hermione en voz baja, agarrándole del codo suavemente para guiarle de vuelta a la mesa de Gryffindor para coger los libros.

— Albus, Sirius y yo iremos a la torre de Gryffindor también a no ser que nos necesites para algo —dijo Remus, inusualmente serio.

— Por supuesto, Remus —asintió Dumbledore.

— Nosotros también vamos —dijo la señora Weasley, frunciendo los labios mientras miraba a Sirius con desconfianza.

— «Dumbledog» —le llamó Madame Maxime cuando estaba a punto de salir del Gran Comedor detrás de sus estudiantes. Estaba mirando a Harry, que tenía la caja con los libros, con desaprobación—, ¿vamos a «dejag» a ese niño «llevargse» los «libgos»?

— Cuentan su historia, Madame Maxime —dijo el director —. Creo que está en su derecho de hacer con ellos lo que él quiera.

— ¿Incluso cuando contienen información importante como la vuelta y derrota del Señor Tenebroso? —preguntó Karkarov, que también se había detenido en la puerta. No parecía nada contento.

— Es mi vida —intervino Harry antes de que Dumbledore pudiera abrir siquiera la boca. Estaba fulminando con la mirada a los otros dos directores. No le gustaba cómo estaban sugiriendo que no debería ser él quien se llevase los libros—. Estos libros me los enviaron a , cuentan mi vida y es mi decisión si los leemos o no.

Karkarov se enfureció.

— Tú…

— Vigila tu lengua, Karkarov —intervino Sirius, dando un paso adelante. Le mandó una mirada de advertencia al hombre.

El director de Durmstrang frunció el ceño, pero no vio ningún signo de apoyo al mirar a su alrededor. Sin decir otra palabra, se dio la vuelta y se fue fuera de su vista rápidamente.

— Vamos a la torre, Harry, cielo —dijo la señora Weasley suavemente.

Nadie habló mientras andaban por los pasillos y subían las escaleras. Cuando llegaron al retrato de la Señora Gorda, estaba acompañada por otra bruja mientras las dos cotilleaban.

— ¿Quiénes han sido elegidos como campeones? —preguntó la Señora Gorda con entusiasmo.

— Tonterías —dijo Ron en lugar de responder.

— ¡No lo son! —exclamó la otra bruja indignada.

— Tan solo es la contraseña, Vi —la apaciguó la Señora Gorda, girando sobre sus goznes para dejarles entrar a la sala común.

Parecía como si todos los Gryffindor estuviesen esperándoles dentro. Era casi suficiente para que Harry se diese la vuelta y huyese en la dirección opuesta, pero simplemente ignoró todas las miradas con facilidad y se sentó en el sofá que normalmente ocupaba con Ron y Hermione. Dejó la caja a sus pies y dejó caer la cabeza entre sus manos, resistiendo el impulso de soltar un gruñido y gritar en frustración. Sintió a sus dos mejores amigos sentarse cada uno a un lado.

— Así que —dijo Ron después de un minute en el que nadie habló—, eso ha sido inesperado.

Hermione se inclinó hacia delante para lanzarle una mirada fulminante.

— ¿En serio, Ron? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

— ¿Qué más quieres que diga? —replicó Ron molesto.

Hermione puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos mientras se echaba hacia atrás.

— No sé por qué me molesto —bufó.

Ron fue a intercambiar una mirada desconcertada con Harry, pero su mejor amigo no estaba escuchando. Estaba demasiado ocupado fulminando la caja a sus pies con la mirada. Le dio una palmada en el hombro y le sacudió un poco para captar su atención.

— ¿Qué vas a hacer, colega? —preguntó, poniéndose más serio.

La mirada fulminante de Harry se hizo más intensa.

— No lo sé —dijo apretando los dientes—. Todo esto es una mierda.

— ¡Harry! —exclamó la señora Weasley escandalizada. Jamás le había oído hablar así.

— Mamá, creo que tiene derecho a maldecir y decir unas cuantas palabrotas después de la bomba que le acaban de soltar —dijo Bill secamente. Estaba de pie de brazos cruzados, apoyándose en el sofá ocupado por su hermana y los gemelos.

— Yo ya estaría maldiciendo a los cuatro vientos desde hace rato —estuvo de Charlie, de pie junto a su hermano mayor con las manos en los bolsillos de sus vaqueros.

— No importa lo que vosotros dos estarías haciendo —se metió en la conversación Ginny, pareciendo molesta—. Creo que lo que Harry va a hacer es un poco más importante.

— Va a quemar esos libros —dijo Sirius de forma decidida. Estaba de pie detrás del sillón donde estaba sentado Remus, sus manos agarrando el respaldo con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

Muchos se giraron hacia él de golpe, pillados por sorpresa. Casi todos seguían con miedo de tenerle ahí, pero Dumbledore no parecía tener ningún problema con ello y la carta que había tenido razón en todo decía que era inocente así que… Nadie había protestado ni una vez por el momento. Aunque eso no significaba que confiasen en él.

— ¿Quemar los libros? —repitió Harry, pensando que tenía que haberle oído mal.

— Sí —asintió el animago—. Ahora mismo, de hecho.

Harry apretó los dientes.

— No —respondió él, parando a todos en seco.

— ¿No? —preguntó la señora Weasley. No podía creerse que estuviese pensando esto, pero estaba de acuerdo con Sirius Black en esto. Quería quemar esos libros hasta que no quedasen ni las cenizas.

— No —confirmó Harry—. No sé qué quiero hacer con ellos, pero quemarlos antes de que decida no es una opción.

— Harry, esos libros —dijo George, mirándole con una expresión seria.

— Son una horrible obra de arte —terminó Fred por él. No sabían todo por lo que había pasado Harry, pero sabían suficiente como para saber que hacerle sentir todo de nuevo, ni que pensar en lo que pasaría en el futuro, no iba a ser divertido.

— No estoy diciendo que quiera leerlos —dijo Harry, apretando la mandíbula.

— Harry, no tienes muchas más opciones que esas —intervino Percy, sentándose en el brazo del sofá al lado de George. Era un riesgo por su parte, pero supuso que la situación era demasiado seria como para que incluso George tratase de gastarle una broma en ese momento.

— Tiene razón —asintió Charlie —. O lo leemos o no.

— No vamos a leerlos —espetó Sirius, fulminándoles con la mirada furioso.

— Esa no es tu decisión —dijo Harry, entrecerrando los ojos al mirar a su padrino. Estaba molestándole oír a tanta gente tomar decisiones en su lugar.

Sirius se giró para mirar boquiabierto a su ahijado.

— Harry…

— Tenemos que leerlos —le cortó el chico—. No podemos no leerlos. Mucha gente morirá si no lo hacemos.

Nadie respondió entonces. Estaban mirándole con una mezcla de pena y simpatía y media docena más de emociones que Harry no quería siquiera empezar a descifrar.

— Eso no es justo para ti, Harry —dijo Remus tristemente.

— La vida no es justa —contestó él amargamente. Había aceptado hacía mucho que tenía un don para sacar la pajita más corta una y otra vez.

— Tú no tendrías que hacer esto, Harry —dijo Sirius con tristeza.

Harry estaba comenzando a molestarse.

— No tenéis que estar presentes si no queréis —dijo, teniendo que hacer un esfuerzo para no sonar demasiado borde—. Es más, preferiría que nadie lo oyese.

— Así que no quieres leerlos —resumió Bill.

— Claro que no —bufó Harry—. No quiero que nadie esté escuchando mi vida como si fuese una historia. No está bien. Si pudiese, los leería yo solo —se detuvo pensativamente—. A lo mejor puedo. La carta decía que necesitaban mi permiso para que los libros dejasen de estar en blanco.

— No vamos a dejarte que los leas solo, Harry —dijo Hermione firmemente, mandándole una mirada acerada.

— Vamos a leerlos contigo, Hermione y yo —dijo Ron, apretando la mandíbula en un gesto testarudo.

— Hey, no podéis hacer esto vosotros tres solos —intervino Ginny enfadada—. Siempre estáis haciendo las cosas a vuestra manera, con vuestros secretos que nunca le contáis a nadie. Pero ahora podemos ser parte de eso.

— Cierra el pico, Ginny —escupió Ron.

— ¡Ron! ¡No hables así a tu hermana! —le regañó su madre.

— ¡Solo está metiendo las narices en cosas que no son de su incumbencia! —protestó él.

— Técnicamente, tampoco es de tu incumbencia —dijo su hermana ácidamente—. Es de Harry. Y tú te has invitado a la lectura también cuando él ha dicho que no quería que nadie escuchase. No entiendo por qué nosotros no podemos hacer lo mismo.

— ¡Tú no tienes ni idea de por lo que ha pasado! —gritó Ron—. ¡De por lo que todos hemos pasado!

— ¡Ese es el problema! ¡Vosotros tres nunca contáis con nadie más! —espetó Ginny, perdiendo los estribos.

Era algo que siempre la había frustrado. Cuando se había enterado de que Ron era el mejor amigo de Harry Potter, había estado segura de que era su oportunidad de acercarse a él. Por supuesto, eso no había funcionado como ella había esperado ya que no había sido capaz de hablar delante de él a pesar de lo educado había sido él. Pero había superado eso y había esperado ser incluida en sus aventuras entonces, ser parte de esos rumores que los estudiantes susurraban en los pasillos.

Eso nunca había sucedido. Los tres se callaban abruptamente cada vez que ella trataba de incluirse en una de esas conversaciones entre susurros. Nunca le contaban nada, como si fuese tan solo una niña pequeña a la que no se le podía contar nada importante.

Era algo que molestaba un poco a todos los Weasley, pero a ninguno tanto como a Ginny. Ella era la que estaba más cerca en edad a ellos, tan solo un año más pequeña que Harry, y aun así no le contaban nada. ¿Por qué no podían ver que ella quería ayudar, que quería ser parte de eso?

— ¡No es asunto tuyo! —gritó Ron, sin importarle que fuesen el centro de atención de todos en la sala común.

— ¡¿Y lo es tuyo?! —discutió ella—. ¡¿Por qué no podemos ayudar nosotros a Harry también?!

— Ese no es el punto, Ginny —intervino Harry antes de que Ron pudiese continuar con la discusión a gritos con su hermana.

— ¿Entonces cuál es el punto, Harry? —preguntó molesta.

Harry suspiró y se pasó la mano por el pelo, evitando las miradas clavadas en él.

— No sabes de lo que estás hablando. No sabes…

— Entonces déjanos averiguarlo —espetó impacientemente—. ¿Por qué no quieres que lo sepamos?

Ahora Harry se estaba molestando también.

— Yo no tengo que dejar a nadie leer mi vida. Yo lo he vivido y no es divertido y lo que no sepas es que no necesitas saberlo.

— ¿Por qué no quieres dejarnos ayudarte? —preguntó ella, esforzándose por no gritar de nuevo—. No puedes hacer todo tú solo, Harry.

— No hago todo yo solo —dijo enfadado—. Siempre tengo a gente que me ayuda.

— Te refieres a Ron y Hermione, ¿no? —dijo ella entre dientes.

— Sí —asintió Harry sin una pizca de vergüenza en su rostro. Sus dos mejores amigos le habían ayudado a superar todo y le ayudarían con todo lo que no sabían, pero se negaba a contárselo. No quería que supiesen todavía más de lo que ya sabían sobre los Dursley. Ya era demasiado tal y como estaban.

— Nosotros también podemos ayudar —discutió Ginny.

— No quiero que nadie más lo sepa —replicó Harry cabezota. ¿Por qué no podían haber aparecido los libros cuando estaba solo o con Ron y Hermione? ¿Por qué no había escondido la caja en vez de anunciar al Gran Comedor que había aparecido? Todo sería mucho más fácil ahora.

— ¡¿Po qué?! —espetó ella.

— ¡Porque sí, Ginny! —dijo él impacientemente. No era tan difícil de entender—. Es mi vida y hay algunas cosas que no quiero que nadie sepa. No hablo sobre ellas igual que tú no hablas sobre lo que ocurrió en tu primer año.

Eso calló a la pelirroja rápidamente. Era cierto que ella odiaba que cualquiera le mencionase siquiera su primer año. No quería hablar de ello y no quería que nadie lo averiguase. Pero no era lo mismo. Harry no era la víctima en esas aventuras que tenía, él era el héroe y Ron y Hermione estaban ahí a su lado, justo donde ella quería estar también.

— Ginny, creo que Harry tiene razón —dijo Arthur suavemente. Puede que no le gustase y puede que a veces se muriese de preocupación cuando no sabía que les había pasado a esos tres, pero sabía que no podía exigir respuestas, no cuando dos de ellos no eran realmente sus hijos. Y Merlín sabía que Ron era muy reservado con todo lo que tenía que ver con esas… 'aventuras', a falta de otra palabra mejor, que tenían.

— Pero también es cierto que queremos ayudar —dijo la señora Weasley con determinación. Estaba de acuerdo con su hija, por lo menos en parte. Aunque creía que Ron, Harry y Hermione no deberían estar involucrados con esas cosas en absoluto. Deberían decirle a un adulto lo que encontraran y dejarles manejarlo a ellos. Solo eran niños.

Harry suspiró cansado y se frotó la cicatriz distraídamente.

— Sé que queréis, señora Weasley. Es solo que no es posible la mayor parte del tiempo. Y este caso… bueno, no sería de mucha ayuda, ¿sabe? Solo es leer unos cuantos libros y podemos deciros lo que tenga que ver con Voldemort.

— Harry, no me vas a dejar fuera de esto —dijo Sirius testarudo. No pensaba permitir que su ahijado leyese esos libros sin él. No sabía qué había pasado exactamente que solo Harry y sus dos mejores amigos sabían, pero quería averiguarlo.

Harry empujó su pánico a un rincón de su mente. Si había una persona que no quería que lo descubriese, era Sirius. El hombre era sobreprotector, casi tanto como la señora Weasley, pero de una forma totalmente distinta. Él no asfixiaba con cariño, pero se preocupaba y se volvía imprudente y hacía idioteces y quería que siguiese siendo un niño cuando él no podía hacer eso. Hacía mucho tiempo que no era un niño.

— A mí tampoco —dijo Remus, mirando a Harry cautelosamente. Sabía que la relación que tenía con Harry no era nada comparada con la que tenían Ron y Hermione, pero creía que se merecía saberlo. Si las cosas hubiesen sido un poco distintas, Harry habría crecido llamándole tío Lunático y eso, en su opinión, le daba derecho a saber por lo que su sobrino honorario había pasado.

Harry tenía ganas de tirarse del pelo. Él no quería esto. No quería que nadie supiese lo que había ocurrido en la pelea contra Quirrell en su primer año, ni lo cerca que había estado de morir en la Cámara de los Secretos, ni lo que oía cuando se acercaban los dementores. No quería que nadie oyese lo aterrado que había estado en todas esas ocasiones, o lo que pensaba cada segundo del día, o cómo era su vida con los Dursley.

Era su vida y no quería que nadie metiese las narices en ello. Él no iba molestando así a otra gente, ¿verdad? Él no iba tratando de averiguar lo que pensaban ni lo que hacían y todo, así que, ¿por qué el resto del mundo pensaba que tenían derecho a hacer eso con su vida?

— Me voy a dar un paseo —anunció de golpe, levantándose y saliendo de la sala común antes de que pudiesen detenerle.

— Bueno, no ha ido mal —comentó Bill sarcásticamente.

— ¿No deberíamos traerle de vuelta? —preguntó Percy, mirando hacia la puerta con desaprobación—. Ha pasado el toque de queda y el profesor Dumbledore ha ordenado a todos los alumnos que vayan a sus salas comunes.

Ron resopló.

— Puedes intentarlo si crees que puedes encontrar a Harry y traerle de vuelta ahora.

— No lo entiendo —dijo Sirius frustrado—. Podría entender que no quisiese leer los libros, pero simplemente no quiere que nosotros los leamos. ¿Por qué?

— Esa es la pregunta que mucha gente se ha hecho desde que Harry vino a Hogwarts —se encogió de hombros George.

— No es una pregunta que tenga respuesta todavía —dijo Fred.

Les molestaba un poco, pero lo entendían. Ellos también tenían secretos que no querían que nadie supiese y Harry siempre lo respetaba así que, a cambio, ellos hacían lo mismo. Saber que, igual que Harry los ayudaría al instante si se lo pedían, el chico sabía que ellos estaban ahí para apoyarle en cualquier momento era suficiente para ellos. Una palabra y le ayudarían con cualquier cosa que necesitase. Sin embargo, también sabían lo capaz e independiente que era.

— Pero, ¿qué está tratando de esconder exactamente? —insistió el animago con su frustración en aumento—. Me refiero, ya sé qué es lo que hizo el año pasado con los dementores y todo eso y no puede ser peor que eso…

Dejó la frase en el aire cuando todos se giraron hacia Ron y Hermione, los únicos que podían juzgar con precisión cuánta verdad había en las palabras de Sirius. Los dos adolescentes estaban evitando todas las miradas, negándose a girarse hacia ellos.

— ¿Ron? ¿Hermione? —preguntó Arthur en voz baja cuando no dijeron nada.

Ron suspiró.

— ¿Qué quieres que te diga, papá? —preguntó cansado—. ¿Que no estoy seguro de que Harry cuente los dementores como su peor experiencia? Porque no lo estoy. Hemos pasado por mucho más de lo que cualquiera de vosotros sabéis y Harry por todavía más.

— Y estamos seguros de que Harry no nos ha contado todo —añadió Hermione—. Siempre hay muchos detalles que faltan.

— Así que, ¿también os oculta cosas a vosotros? —preguntó Ginny, sintiéndose un poco aliviada. Era bueno saber que Harry no les confiaba todo. Quizás había incluso algunas cosas de la Cámara de los Secretos que ella sabía y ellos no. La hacía sentir mejor, más cercana a Harry.

Ron la fulminó con la mirada, su genio creciendo con rapidez. Abrió la boca para soltarle cuatro cosas, harto de ella y de la envidia que tenía de su amistad con su mejor amigo. Sin embargo, se sorprendió cuando alguien se le adelantó.

— Ya vale, Ginny —espetó Hermione con los ojos entrecerrados y enfadados. Era suficiente para hacer que la pequeña pelirroja retrocediese sorprendida. Era la primera vez que Hermione, quien era normalmente tan paciente y amable con ella, la hablaba así—. Claro que hay cosas que no sabemos sobre Harry. Hay una cosita llamada privacidad que respetamos, pero basta con que Harry sepa que estamos ahí para él. Sabemos lo suficiente y hay una buena razón para que no nos haya contado nada más.

La pelirroja estaba atónita ante el fiero brillo protector en los ojos de la morena.

— Pero tenéis que querer saberlo… —protestó débilmente.

Hermione apretó los dientes.

— No importa si queremos saberlo o no. Lo que importa es si el que nosotros lo sepamos ayuda a Harry —dijo ella—. Como Harry ha dicho, tú no quieres hablar de tu primer año y nadie te está obligando. Tienes que haberte dado cuenta de que, si leemos esos libros delante de todo el colegio, descubrirán lo que te pasó, toda la verdad. Y no será menos horrible solo porque sea desde el punto de vista de Harry. Él tuvo un año tan malo como el tuyo.

Ginny palideció en cuestión de segundos. No había pensado en ello. Todos sabían que ella había sido llevada a la Cámara de los Secretos y rescatada por Harry y Ron, pero nadie sospechaba que estaba involucrada más allá de eso. Los que lo sabían lo habían mantenido en secreto, pero si leían los libros, se descubriría y ella no podía saber cómo iban a reaccionar los estudiantes. ¿La culparían y darían de lado?

— No es tan divertido ahora, ¿verdad? —dijo Ron, su voz bastante menos cortante que antes. Él no quería que nadie averiguase lo que le había pasado a su hermanita más de lo que ella quería.

Hubo un largo silencio. El resto de los Gryffindor estaban mascullando entre ellos mientras que su pequeño grupo estaba simplemente incómodo. Sirius y Remus se morían de ganas de preguntar de qué estaban hablando, qué había ocurrido en el primer año de Ginny y el segundo de Harry, pero las caras a su alrededor no invitaban a preguntas.

— ¿Y entonces? —preguntó Sirius finalmente—. ¿Qué se supone que tenemos que hacer? ¿Dejar que Harry se vaya con los libros por su cuenta y esperar que nos diga lo que cuentan?

Él quería formar parte de la vida de su ahijado desesperadamente. No solo porque Harry era lo último que le quedaba de James y Lily, pero también porque quería a ese niño. Quería estar ahí para él y le frustraba saber que Harry le estaba ocultando secretos, grandes secretos. ¿Por qué Harry no confiaba en él?

Cuando Harry había nacido y Sirius le había cogido en brazos por primera vez, el animago se había imaginado cómo sería el futuro. Cómo sería el tío favorito de Harry y cómo el chico acudiría a él con los problemas que no se atrevía a contar a sus padres. Harry confiaría en él por completo y nunca dudaría que su tío Canuto estaría ahí para ayudarle a meterse y salir de líos. Por supuesto, las cosas no habían sucedido exactamente así. Harry solo le había conocido hacía unos pocos meses y se había pasado más tiempo creyendo que había traicionado a sus padres que sabiendo que era inocente.

… Cuando lo planteaba así, no le sorprendía que a Harry le costase un poco confiar en él. Aunque eso no significaba que no le frustrase a Sirius menos. Su ahijado tendría que poder acudir a él con cualquier cosa. Si era sincero consigo mismo, le apenaba y le daba un poco de envidia que Harry parecía confiar en Ron y Hermione más que en él.

Dichos adolescentes estaban intercambiando una mirada que dolía ver tan solo por lo mucho que le recordaba a las que los Merodeadores solían compartir entre ellos antes de que la vida los rompiese.

— Sí —dijo Hermione, resignada, pero con determinación—. Hacéis exactamente eso si es lo que quiere.

— ¿'Hacéis'? —repitió Charlie con una ceja alzada.

— No vamos a dejarle leer solo —dijo Ron cabezota.

— ¿Y por qué vosotros podéis leer con él y nosotros no? —preguntó Sirius. No le importaba lo infantil que sonaba. Era su ahijado de quien estaban hablando y él tenía todo el derecho a saber qué estaba sucediendo en su vida.

Ron le fulminó con la mirada.

— Primero, porque tú no sabes ni la mitad de lo que aparece en esos libros y te pondrás de los nervios, lo que no ayudará a Harry en absoluto.

— ¡No me pondré de los nervios! —exclamó el animago indignado.

— Sí lo harás —le contradijo Ron. Sirius se volvería loco tan solo con el primer año.

— Y segundo, hemos dicho que no vamos a dejar que lea solo, no que vayamos a leer con él —añadió Hermione. Por mucho que le dolería hacerlo, simplemente se sentaría al lado de Harry haciendo otra cosa mientras él leía por si necesitaba ayuda. E iba a necesitarla—. ¿Podéis decir en serio que seríais capaces de estar en la misma habitación que él y no intentar echar un vistazo a lo que él estuviese leyendo? —preguntó severa.

Todos los demás en la sala común, incluso aquellos a los que no iban dirigidas esas palabras, se desinflaron al mismo tiempo. No, no podrían hacer eso.

— Pues ahí lo tenéis —dijo Ron cuando no hubo respuesta.

— ¿Y si pudiésemos? —se preocupó la señora Weasley, retorciendo sus manos hasta que su marido las cogió entre las suyas.

La cara de Hermione se suavizó.

— Señora Weasley, usted sabe una pequeña parte de lo que ha ocurrido los últimos tres años. Sabe que Harry ha sido herido muchas veces y que sentirá como si volviese a estar herido cuando esté leyendo —dijo por lo bajo—. Nosotros le hemos visto herido y sufriendo antes, pero no le gusta que la gente le vea así. A nadie le gusta eso. Solo…

— Intenta no ponérselo más difícil de lo que ya va a ser para él —terminó Ron por ella cuando ella no podía encontrar las palabras.

— Nosotros nunca… —empezó Molly consternada.

— Mamá, pasaron meses antes de que Harry admitiese delante de nosotros que le dolía algo —la interrumpió Ron— y todavía no le gusta hacerlo. Puede que no signifique mucho para vosotros, pero para él lo es. Así que, no importa si decide dejarnos leer a todos o no o solo a algunos, todos respetaremos esa decisión. ¿Está claro?

Un silencio atónito siguió a las palabras del pelirrojo palabras, pero nadie se atrevió a cuestionarlas. No sabían que el chico pudiese tener esa autoridad, pero no había ni una protesta a pesar de que nadie estaba contento. En el fondo sabían que la decisión era de Harry, pero la curiosidad y la preocupación les estaban volviendo locos. Necesitaban oír esa historia. Tal vez entonces pudiesen entender a Harry un poquito mejor, como lo hacían Ron y Hermione.

— Bueno, nosotros nos vamos a la cama —anunció Fred cuando la sala común estaba ya medio vacía.

— Ha sido una noche muy intensa y posiblemente tendremos un día aún más intenso mañana —asintió George.

Hubo algunos murmullos mientras subían las escaleras hacia su dormitorio hasta que los señores Weasley se levantaron también.

— Vamos a ver dónde podemos dormir —dijo Molly, cogiendo a su marido de la mano.

— Chicos, ¿venís o lo averiguaréis más tarde? —preguntó Arthur, mirando a sus tres hijos mayores, quienes ya no tenían un dormitorio en la torre de Gryffindor.

— Yo voy —dijo Percy, poniéndose de pie cansado.

— Sí, creo que nosotros también vamos —bostezó Charlie, estirando sus manos por encima de su cabeza. Había tenido un día ajetreado eligiendo los dragones que iban a traer para la primera prueba y estaba agotado.

— Buenas noches —dijo Bill por encima de su hombro al resto del grupo.

— Yo también me voy a la cama —dijo Ginny, pareciendo malhumorada y decepcionada mientras desaparecía escaleras arriba sin mirarles.

— ¿Sirius? ¿Vienes? —preguntó Remus. Se había levantado para irse, pero su amigo de la infancia estaba mirando a Ron y Hermione medio enfadado y medio devastado—. ¿Sirius?

— ¿Por qué no confía en mí? —les preguntó a los dos adolescentes, ignorando a su amigo.

— No es que no confíe en ti —trató de explicar Hermione de forma apaciguadora—. Sí que lo hace.

— No como confía en vosotros —replicó él simplemente. Porque era cierto. No había nadie en quien Harry confiase como confiaba en Ron y Hermione.

Hermione frunció los labios, intentando no mirarle con pena.

— Más bien es que… no quiere contarte algunas cosas.

— ¿Por qué? —preguntó él frustrado. ¿Qué había hecho mal? Harry sabia que no era su culpa que no hubiese podido estar ahí para él durante casi doce años, que había estado en Azkaban, ¿verdad? Tenía que saber que Sirius estaba intentando hacerlo lo mejor que podía ahora.

— Eso tendrás que preguntárselo tú —dijo Ron, apretando la mandíbula de forma testaruda, dando a entender que no iban a dar su brazo a torcer en esto.

Sirius apretó los dientes molesto.

— ¿Podéis decirme por lo menos por qué confía en vosotros entonces? —preguntó desesperado. ¿Qué habían hecho ello que él no había hecho?

Ron y Hermione compartieron una mirada. Sabían la respuesta. Ellos habían sido los primeros en estar con Harry en las buenas y en las malas y no le habían juzgado por quien era. Pero sabían que esa respuesta no satisfaría a Sirius ni le gustaría.

— Tiene que ser él quien te lo explique si él quiere —contestó Hermione con un tono tajante que hizo al animago enfurecerse. Se dio la vuelta y salió de la torre de Gryffindor deprisa.

Remus soltó un suspiro cansado. Entendía la frustración de Sirius, pero no podían hacer nada al respecto.

— Hasta mañana —les dijo a los dos adolescentes antes de ir tras su amigo.

Ron y Hermione se quedaron ahí sentados uno al lado del otro durante un minuto. La chica soltó todo el aire de sus pulmones.

— Gracias a Merlín que eso por fin ha acabado —suspiró aliviada.

— Sí que pueden ser persistentes —dijo Ron, arrugando la nariz—. ¿Crees que deberíamos ir a buscar a Harry?

Hermione frunció los labios.

— Todavía no —decidió—. Vamos en esperar un rato. Podemos ir si no está de vuelta en una hora.

— Encontrarle con el mapa será fácil —asintió Ron. Entonces sonrió—. ¿Una partida de ajedrez mientras tanto?

Hermione sonrió divertida y puso los ojos en blanco.

— Disfrutas demasiado con ese juego —gruñó, pero aceptó.

*** TJ ***

— ¡Sirius, espera! —gritó Remus desde atrás, pero el animago no aflojó el paso para nada. Con un bufido descontento, el hombre lobo corrió para alcanzarle—. ¿En qué estás pensando?

— Ya sabes en qué estoy pensando —escupió Sirius sin mirarle.

Remus le estudió durante un momento. Su amigo estaba frunciendo el ceño y estaba claramente molesto y dolido y enfadado.

— ¿De verdad te molesta tanto que no eres el primero al que acude Harry cuando tiene un problema? —preguntó en voz baja.

Sirius se detuvo tan de repente que Remus tuvo que dar un par de pasos marcha atrás. El animago le estaba mirando fijamente, furioso, pero sabía que ese enfado no estaba dirigido hacia él.

— Debería, Remus —gruñó—. Cuando tiene un problema como los que está insinuando todo el mundo que tiene, debería haber acudido a James y a Lily. Y como ellos no están, tendría que ser a mí a quien acudiese a por ayuda, o a ti.

— Pero nosotros no estábamos ahí —dijo Remus con tristeza.

— ¡Pero estamos aquí ahora! —exclamó Sirius molesto.

— Ha crecido, Sirius —le recordó suavemente—. Ha tenido que encontrar otras personas que le ayudasen.

— Lo sé —dijo Sirius con una mueca, apartando la mirada. Su enfado desapareció, dejando solo el dolor—. Es solo que no entiendo por qué no puede incluirnos en eso. Pensé… Pensé que entendía por qué no pudimos estar ahí para él, que no nos culpaba.

— No creo que nos culpe —le discutió Remus, sonando mucho más confiado de lo que se sentía. La verdad era que no estaba seguro de que una pequeña parte de Harry no se lo reprochase en absoluto. Suspiró y le puso una mano en el hombro a Sirius—. Vamos, Canuto. Vámonos a la cama por hoy. Podemos hablar con Harry por la mañana.

*** TJ ***

La sala común ya estaba vacía salvo por Ron y Hermione. Estaban terminando la partida de ajedrez, que el pelirrojo por supuesto ganó por mucho, cuando el retrato se abrió de nuevo y Harry entró con los hombros caídos y las manos cerradas en puños. Le observaron dejarse caer en el sofá, descansando su cabeza en el respaldo. Parecía mucho más mayor de lo que era.

— ¿El paseo no ha ayudado mucho? —preguntó Ron, guardando el tablero.

Harry suspiró con la vista clavada en el techo.

— No —dijo. Se inclinó hacia delante para mirarlos—. No sé qué hacer.

Ron y Hermione intercambiaron una mirada, tratando de decidir qué decirle.

— No te lo tomes a mal, Harry —empezó Hermione—, pero no creo que debas leer esos libros tú solo. Vas a pasarlo mal en algunas partes y…

— Lo sé —la cortó Harry. Tan solo tenía que recordar el dolor de su cicatriz cuando había tocado a Quirrell, o cómo se le había nublado la vista cuando el colmillo de basilisco se le había clavado en el brazo, o que se desmayaba cuando se acercaban los dementores, para saber que no sería capaz de seguir leyendo cuando llegase a esas partes—. Sé… Sé que no puedo hacerlo solo —admitió. Dudó y les miró medio avergonzado y medio suplicante—. ¿Podéis…?

— No tienes que pedirlo, colega —dijo Ron de inmediato, no dejándole terminar siquiera. Se levantó y se sentó a su lado, dándole una palmada en el hombro.

— Ya sabemos lo que pasa de todas formas —dijo Hermione, mandándole a Harry una pequeña sonrisa.

Harry intentó devolverla, pero se parecía más a una mueca.

— No todo. Hay muchas cosas que no sabéis.

— ¿Sobre lo que ha pasado todos los años? —preguntó Hermione—. Harry, ya sabemos que no nos has contado todos los detalles. No importa.

— No solo sobre eso —Harry sacudió su cabeza. Sabían la mayoría de los detalles, más que nadie y más de lo que creían.

— ¿Sobre los Dursley? —adivinó Ron. La forma en que se encogió Harry fue respuesta suficiente—. Sabemos suficiente. Nada de lo que aparezca en los libros va a asustarnos. Te olvidas de quién fue a rescatarte el verano antes de segundo curso.

— Eso no era lo peor, Ron —admitió Harry sin mirarlos. Odiaba hablar de eso, pero tenía que advertirles. Se merecían por lo menos eso—. No sé qué aparecerá exactamente porque no sé cuándo he estado pensado el qué y no sé qué partes leeremos, pero…

— No importa, Harry —dijo Hermione en voz baja. Trató de sonar normal a pesar del nudo en su garganta. Harry y Ron le habían contado qué había pasado ese verano, cómo habían encontrado Ron y los gemelos a Harry, y no quería imaginarse qué podía ser peor que eso.

— No cambia nada —prometió Ron fieramente. Excepto lo mucho que quería darles un puñetazo a los Dursley, pero eso no era importante. Nada iba a cambiar entre ellos tres.

— ¿Y los otros? —preguntó Harry cautelosamente.

— ¿Qué pasa con ellos? —replicó Ron con el ceño fruncido.

— Van a querer estar presentes y escuchar.

— Bueno, sí —admitió el pelirrojo. No servía de nada intentar negarlo—. Tienen curiosidad.

— Es tu decisión, Harry —dijo Hermione firmemente.

— Pero no lo va a ser. No realmente —dijo el chico, enfadado y molesto—. Esto, esto es sobre Voldemort y sobre derrotarle y Dumbledore y los profesores y los oficiales del Ministerio van a querer saber todo. No se van a contentar a no ser que puedan leerlo de los libros.

— Como tú has dicho, ellos no pueden leer los libros a no ser que tú se lo permitas, Harry —le reconfortó Hermione—. No pueden obligarte.

— ¿Qué pasa si no me dejan leer a no ser que estén presente?

— Entonces no lees —respondió ella simplemente.

— ¡Pero tenemos que leerlos! —exclamó Harry, poniéndose en pie y empezando a pasearse de forma agitada—. Necesitamos todas las ventajas posibles contra Voldemort —se detuvo y pareció deshincharse—. No es solo que no quiera que lean mi vida o que estén ahí cuando vuelva a pasar por ello —confesó, girándose para darles una mirada angustiada—. ¿Habéis pensado en cuántas normas y leyes hemos roto en los últimos tres años?

Ron y Hermione palidecieron ligeramente cuando se pararon a pensarlo. Ese era un problema que no habían considerado, pero era uno muy real. Tan solo con el año anterior —usar un giratiempo de esa forma, rescatar a una criatura mágica sentenciada a muerte, ayudar a un fugitivo a escapar— era suficiente para que los expulsaran y metieran en Azkaban y rompiesen sus varitas.

— Por lo calzoncillos de Merlín, mi madre me va a matar si lee esos libros —dijo Ron aterrado.

Hermione le mandó una mirada de exasperación.

— Creo que nos enfrentamos a algo un poco grave que el enfado de tu madre, Ron.

— Eso es porque nunca ha estado dirigido a ti —se estremeció. Después le sonrió burlonamente—. Además, mira quién habla, señorita 'O peor, ¡expulsados!'.

Hermione se sonrojó al recordar esa ocasión y le golpeó el brazo con fuerza.

— No seas idiota —murmuró, pero también estaba sonriendo divertida.

Harry no pudo evitar que sus labios se curvaran hacia arriba. Ojalá pudiesen volver a cuando lo más excitante que les había ocurrido era haber encontrado a Fluffy por accidente. Pero eso no resolvía sus problemas.

Hermione miró a Harry y su rostro se suavizó ante la preocupación que podía ver a pesar de la sonrisa.

— No te preocupes, Harry. Ya lo solucionaremos mañana. Siempre lo hacemos, ¿no? —le consoló.

La sonrisa de Harry se volvió algo triste.

— Siento haberos arrastrado a esto. No estaríais en este lío si os hubieseis hecho amigos de alguien más —dijo con un deje de tristeza. Odiaba que ponía a la gente que quería en peligro tan solo con existir.

Ron puso los ojos en blanco.

— Ahora es cuando sé que necesitas dormir. Estás siendo dramático otra vez —bufó. Recogió la caja con los libros y se puso de pie para empujar a Harry hacia las escaleras que llevaban hacia su dormitorio—. Buenas noches, Hermione. Y tú, cabezota estúpido, te hemos dicho un millón de veces que podemos tomar nuestras propias decisiones así que deja de decir esas idioteces y vete a dormir. Vas a necesitarlo mañana.

Hermione se rio, viendo a Ron forzando a Harry a irse a la cama y dejar de pensar. Ella sabía que iba a conseguir lo primero y fallar miserablemente con lo segundo. La gente decía que ella tenía un cerebro muy grande, pero era Harry quien tenía problemas a veces para desconectar el suyo.

Su alegría se desvaneció cuando se quedó sola. Harry tenía toda la razón preocupándose. Ella también estaba muerta de preocupación y también lo estaba Ron. A pesar de todas las veces que habían repetido que era decisión de Harry si leían o no los libros y quién podía leerlos, todos sabían en el fondo que no tenían muchas opciones. No en esto.

Cualquiera que conociese a Harry sabía que él querría leer esos libros sin importar el coste a sí mismo. Los profesores y oficiales del Ministerio solo tendrían que seguir presionándole y Harry cedería. No podía no hacerlo.

Con un suspiro, se levantó para irse a la cama. Esperaba fervientemente que lo que le había dicho antes a Harry fuese cierto y de verdad estuviesen bien.

*** TTC ***

Harry no podía dormir. Se había pasado horas medio dormido durante unos minutos antes de despertarse abruptamente por una pesadilla u otra. Su mente no paraba de imaginarse lo que contarían los libros o cómo reaccionarían unos u otros o en cuántos problemas se iban a meter si alguien descubría la mitad de las cosas que aparecían en ellos.

Cuando el cielo por fin empezó a clarear, Harry decidió que ya era suficiente y se quitó las mantas de encima. Necesitaba salir ahora. Poniéndose un uniforme del colegio y metiendo los pies en sus deportivas, fue de puntillas hacia la puerta y salió.

Los pasillos estaban completamente vacíos a esa hora. Podía ver el barco de Durmstrang y el carruaje de Beauxbatons fuera a través de las ventanas, sin ninguna señal de que ningún estudiante estuviese despierto tampoco.

Estaba sumido en sus pensamientos, sin prestar atención a dónde estaba yendo, cuando se encontró con qué sus pies le estaban llevando hacia la lechucería. No tenía ninguna razón para cambiar de rumbo. Ya que estaba, podía ver si Hedwig había descansado después de haberse dado tanta prisa para llevarle la carta a Sirius el día anterior.

La lechucería estaba en silencio, roto tan solo por el ocasional ulular de una lechuza o el susurro de las plumas. Mirando hacia arriba y buscando durante un minuto, encontró a Hedwig posada en una de las vigas más cercanas al techo, con la cabeza bajo un ala mientras dormía tranquilamente. Sabiendo lo mucho que Hedwig odiaba tener su sueño interrumpido sin una buena razón, decidió dejarla dormir y se apoyó contra el alféizar de la ventana para mirar afuera.

Se estaba en calma en ese sitio. Dudaba que nadie le molestase tan temprano y podía disfrutar del paisaje de los terrenos de Hogwarts siendo lentamente iluminados. Podía ver el Bosque Prohibido desde ahí, y también la cabaña de Hagrid. No había humo saliendo por la chimenea todavía así que el guardabosques estaba todavía durmiendo. Los enormes caballos de Beauxbatons estaban también dormidos, si se fijaba en que estaban casi totalmente quietos.

Harry no supo cuánto tiempo estuvo ahí arriba. Tal vez una hora o así, suficiente para poder ver afuera con más claridad y que algunos pájaros empezasen a sobrevolar las copas de los árboles del Bosque Prohibido. Fuese el tiempo que fuese, le hizo sentir mejor a Harry.

No se sorprendió siquiera cuando un ruido de alas sonó detrás de él y unas garras familiares se apoyasen en su hombro.

— Buenos días, Hedwig —murmuró, no queriendo romper la calma. La lechuza ululó adormilada y le pellizcó la oreja cariñosamente como saludo—. Sí, ya sé que te vi ayer mismo. Solo necesitaba un poco de calma. Ayer fue una locura un poco más grande de lo habitual.

Hedwig se removió para ponerse cómoda y ululó otra vez, haciendo a Harry sonreír. Se quedaron en silencio de nuevo hasta que Harry vio a un estudiante de Beauxbatons salir del carruaje. Si los alumnos ya se estaban levantando, ya era hora de volver a la torre y prepararse para todo el día.

— Te veré pronto, ¿de acuerdo, chica? —dijo Harry, acariciando a Hedwig con cariño—. Y traeré algunas chucherías, ¿vale?

La lechuza ululó en aprobación, pellizcando su dedo suavemente y echando a volar para encontrar algunos ratones que cazar afuera. Sonriendo mientras la veía convertirse en una mota blanca sobre el Bosque Prohibido, se dio la vuelta para volver.

Sin embargo, lo último que se esperaba era chocar con alguien que estaba subiendo las escaleras, aparentemente tan sumido en sus pensamientos como él.

— ¡Ua! ¡Cuidado! —exclamó, agarrando el brazo de la otra persona antes de que se pudiese caer de espaldas. Tuvieron que moverse algo incómodos hasta que ambos recuperaron el equilibrio—. ¿Estás bien? —le preguntó, soltándole el brazo.

Era una chica más o menos de su altura, a lo mejor un par de centímetros más baja que él, con largo y despeinado pelo rubio, como si se acabase de levantar de la cama y no se hubiese molestado en cepillárselo —como el propio Harry. Le estaba observando con ojos grises que parecían resaltar en su rostro, dándole una apariencia extraña. Destacaba especialmente por el collar de corchos de cerveza de mantequilla, los pendientes de rábanos naranjas y la varita detrás de su oreja izquierda.

Harry siempre había creído que nada podía desconcertarle tanto como algunos de las túnicas más excéntricas de Dumbledore o las decoraciones para la final de la Copa de Quidditch, pero esta chica estaba ganando muchos puntos.

— Estoy bien —sonrió ella amablemente—. Muchas gracias por ayudarme. Creo que no me habría gustado tener que volver a subir las escaleras.

Harry parpadeó.

— Eh… claro. No, supongo que no —reconoció.

Ella le observó sin pestañear e inclinó su cabeza.

— Tú eres Harry Potter —dijo. No era nada que Harry no hubiese oído mil veces antes cuando conocía a alguien nuevo, pero esta chica lo dijo distinto. No había asombro ni desdén como normalmente acompañaba a su nombre. Estaba simplemente declarando un hecho, como 'hace un día precioso, llevo rábanos colgando de las orejas y tú eres Harry Potter'.

Harry parpadeó otra vez, totalmente confundido.

— Lo soy —dijo, preguntándose qué debía hacer con eso—. ¿Quién eres? —preguntó de golpe sin pensar.

La sonrisa de la chica se hizo más ancha, al parecer sin darle importancia a su falta de modales.

— Soy Luna Lovegood.

— Bien, eh, encantado de conocerte —farfulló Harry. Esta chica era desconcertante, por ponerlo de alguna forma—. Perdona por casi empujarte por las escaleras. No estaba mirando por dónde iba.

Luna asintió pensativa.

— No, supongo que no. Estás en un verdadero aprieto, ¿no? Creo que no me gustaría que hubiese unos libros escritos sobre mí.

Harry se desinfló, sus hombros caídos.

— No era para nada lo que estaba esperando que pasase ayer —dijo disgustado.

Luna le observó una vez más.

— Aunque supongo que tiene sus ventajas —dijo ella.

— ¿Las tiene? —preguntó Harry escéptico.

— Dicen que en retrospectiva se ve todo perfectamente. Estos libros te darán eso, ¿no?

— Supongo… —Harry tuvo que estar de acuerdo ya que esa era la única razón por la que quería leer los libros. No hacía que fuese más fácil—. Aunque no me gusta lo que voy a tener que hacer para conseguir es retrospectiva de la que estás hablando.

— Nosotros Ravenclaw siempre decimos que el conocimiento a veces tiene un precio —asintió Luna pensativa.

— ¿Estás en Ravenclaw? —soltó Harry. Por alguna razón, no se había imaginado a esta chica soñadora en la casa de gente que persiguen el conocimiento.

Luna asintió de nuevo.

— Es una casa interesante, ¿no crees? Aunque supongo que tú preferirás Gryffindor.

Harry sonrió un poco.

— Sí que lo hago.

Hubo un silencio después de eso que empezó a alargarse de forma incómoda, por lo menos para Harry. Estaba a punto de despedirse de la extraña chica y seguir con su camino cuando Luna habló de nuevo.

— El conocimiento es poder, Harry Potter —dijo—. A veces demasiado poder para dejarlo al alcance de cualquiera que lo quiera, pero a veces no es nuestra decisión quién lo consigue y quién no.

Harry se quedó mirándola confundido.

— ¿De qué estás hablando? ¿Te refieres a los libros?

— No quieres que nadie los lea.

— ¡Claro que no! —exclamó con el ceño fruncido—. Es mi vida lo que están contando. No es asunto de nadie excepto mío.

— Puede, pero quizás deberías darles un poco más de crédito a los escritores de la carta —replicó, sin que su estallido la perturbase.

Harry se calmó, pero estaba todavía más confundido.

— ¿Qué quieres decir?

— Bueno, yo creo que saben lo que están haciendo, ¿no crees? —dijo ella tranquilamente—. Podrían haberte enviado la carta y los libros cuando estuvieses solo en vez de en medio del Gran Comedor con estudiantes de tres colegios diferentes y oficiales de Ministerio presentes. Pero no lo hicieron, y trajeron a más gente todavía.

— Así que… estás diciendo que querían que leyese los libros con todo el mundo —declaró Harry más que preguntó. Lo peor era que las palabras de Luna tenían sentido. Y eso le molestaba porque significaba que todos los planes que había estado medio creando en su cabeza toda la noche para poder leer los libros solo con Ron y Hermione no servían para nada.

— Eso parece, ¿no? —Luna canturreó distraídamente—. La carta decía que ayudarían a mucha gente a no tomar algunas malas decisiones. Estos libros son su segunda oportunidad de alguna forma, sin que tengan que hacerlo mal la primera vez.

Harry se paró a pensarlo. ¿Podía ser que quien quiera que le hubiese enviado la carta de verdad supiese lo que estaban haciendo? Él había creído que estaban locos por haber traído a Sirius, pero ahora su padrino a lo mejor iba a tener una oportunidad de limpiar su nombre. Leer los libros con todo el mundo parecía una idea todavía peor, pero quizás… quizás sabían lo que hacían. No era tan raro pensar que ellos sabían algo que él ignoraba cuando ellos eran del futuro.

Con un gran suspiro, se resignó a que su vida fuese el tema de conversación recurrente durante los siguientes días. ¿Por qué tenían que pasarle esas cosas a él?

— Gracias, Luna —dijo, pasándose la mano por el pelo.

— De nada, Harry Potter —respondió, sonriendo amablemente.

— Puedes llamarme Harry, ¿sabes? —sonrió divertido—. ¿Qué estás haciendo aquí arriba tan temprano de todas formas? Creía que todo el mundo estaría durmiendo.

— Oh, estaba buscando mis zapatos —respondió despreocupadamente.

Harry parpadeó, pillado por sorpresa. Sus ojos se fueron hacia abajo hasta encontrar diez pálidos dedos sobresaliendo por debajo de la túnica de Luna.

— ¿Has perdido tus zapatos? —preguntó. Levantó la vista confundido—. Espera. ¿Por qué iban a estar tus zapatos en la lechucería?

— Alguien los ha cogido. La gente coge mis cosas a veces y las esconden. Mis zapatos estaban aquí la última vez así que pensé que a lo mejor volvían a estar aquí —explicó Luna, al parecer no molesta por ello.

Harry se quedó boquiabierto. No era como si los bullies fuesen algo nuevo para él, él mismo había sido el objetivo en algún u otro momento, en especial antes de venir a Hogwarts. Le habían molestado, claro, pero tan solo oírlos mencionados no había hecho que se enfureciese nunca tanto como cuando Luna le dijo que la gente la estaba molestando. ¿Cómo podían meterse con esta chica? Buen, podía ver por qué era un blanco, con su extraña apariencia y todavía más extraña personalidad, pero, aun así. ¿Cómo se atrevían a meterse con Luna? Durante el corto tiempo que había hablado con ella, ella no había sido más que dulce y amable con él y le había ayudado a aclararse la cabeza.

— ¿Quién te hace eso? —preguntó enfadado.

Ella hizo un gesto despreocupado con la mano.

— Solo gente —dijo—. Aunque a lo mejor han sido los nargles. Les gusta esconder cosas de vez en cuando. Por eso he empezado a llevar eso —dijo, tirando de su collar de corchos de cerveza de mantequilla—, para mantenerlos alejados.

— ¿Nargles? —repitió Harry confundido. Estaba empezando a preguntarse si eso era lo que la gente solía sentir alrededor de esta chica—. ¿Qué son los nargles?

— Oh, son unas pequeñas criaturas a las que les gusta robar las cosas de la gente y devolverlas mucho después, pero necesito mis zapatos ahora así que estaba buscándolos —dijo alegremente.

Decidiendo dejar los nargles para otro momento, Harry volvió al principal problema.

— ¿Y crees que están en la lechucería? —preguntó escéptico.

— Puede. Tanto la gente como los nargles lo encuentran divertido por alguna razón.

Mirando a los pies descalzos de Luna y recordando cómo el suelo de la lechucería estaba cubierto de excrementos, Harry solo podía pensar que era más cruel que divertido. No era para nada divertido. Y si esos nargles, lo que fuera que fuesen, estaban de acuerdo con bullies, a lo mejor Harry iba a empezar a llevar corchos de cerveza de mantequilla colgados del cuello él también para mantenerlos lejos.

— Acabo de estar ahí, pero no he visto ningunos zapatos, Luna —dijo, tratando de mantener su voz normal—. Voy a echar otro vistazo por si acaso, ¿de acuerdo? Tú solo… no entres en la lechucería hasta que te encontremos unos zapatos, ¿vale?

Luna sonrió.

— Eso es muy caballeroso por tu parte, Harry. Gracias —dijo mientras él volvía adentro.

Registró la habitación entera, asegurándose de que no se le escapaba nada, pero los zapatos de Luna no estaban ahí.

— No los encuentro, Luna. Lo siento —se disculpó con el ceño fruncido al volver. Sabía que no era su culpa, pero no podía evitar compadecerse. Ella no se merecía esto.

La chica frunció el ceño durante un instante antes de sonreír de nuevo.

— Da igual, Harry —dijo—. Los buscaré más tarde, cuando hayamos terminado de leer por hoy.

Harry apretó la mandíbula. Era el primer día de noviembre y, aunque el interior del castillo no estaba tan frío como el exterior, seguía siendo un castillo de piedra en Escocia. Los pies descalzos de Luna tenían que estar congelados y se iba a poner enferma a este paso.

— Vamos —decidió sobre la marcha, cogiéndola de la mano y guiándola en dirección contraria—. Vamos a conseguirte unos zapatos hasta que podamos encontrar los tuyos.

—Oh —parecía sorprendida ante esto—. Eso es muy amable por tu parte, pero no es necesario.

— Lo sé —dijo Harry, apretando los dientes—. Aun así quiero hacerlo.

— Oh. Vale —dijo, enganchando su brazo con el de Harry y caminando a su lado, medio brincando cada dos pasos.

Harry sonrió divertido y la guio hasta la torre de Gryffindor.

— Buenos días —saludó a la Señora Gorda cuando llegaron al retrato—. Tonterías.

— Buenos días —bostezó ella—. Y buenos días a ti también, querida —añadió, sonriendo a Luna.

— Buenos días, señora —sonrió la chica amablemente mientras el retrato giraba sobre sus goznes.

— ¡Harry! —les recibió una voz al entrar. Hermione estaba en la sala común con una expresión de contrariedad en su cara—. ¿Dónde estabas?

— No podía dormir —se encogió de hombros—. ¿Y Ron? ¿Sigue durmiendo?

— No. Solo ha subido a por el mapa para buscarte —explicó.

— ¡Hermione! —la voz del pelirrojo bajó por las escaleras—. ¡No tiene sentido! Dice que está… —dejó la frase en el aire cuando entró y sus ojos se clavaron en su mejor amigo—. Aquí —terminó con voz inexpresiva.

— Buenos días —sonrió Harry sarcásticamente.

Ron le mandó una mala mirada.

— ¿No podías haber dejado una nota antes de desaparecer?

— No sabía que os levantaríais antes de que volviese —se defendió Harry—. Solo me encontré con Luna y…

— ¿Luna? ¿Quién es Luna? —preguntó Ron perplejo.

— Yo soy Luna. Luna Lovegood —la chica saludó con la mano alegremente.

— Y estos son Ron y Hermione —les presentó Harry rápidamente.

— Eh, vale —dijo Ron despacio. Sus ojos fueron desde los rábanos en las orejas a los corchos de cerveza de mantequilla a la varita detrás de la oreja al escudo en su pecho. Frunció el ceño—. Harry, ¿por qué has traído a una Ravenclaw a la torre?

— Necesita zapatos —declaró Harry firmemente.

Los ojos de Ron y Hermione fueron a los dedos que estaba moviéndose a plena vista bajo el uniforme del colegio.

— Vale… —dijo el chico despacio. A lo mejor se estaba perdiendo algo en todo esto—. ¿Por qué no tiene zapatos? ¿Por qué tiene que venir aquí para conseguir un par?

— Los nargles se los han llevado. O a lo mejor ha sido la gente —contestó Luna distraídamente, mirando a su alrededor con curiosidad—. Tenéis una sala común bonita. Me gusta —declaró.

Ron parpadeó y miró a Harry, que solo se encogió de hombros. Devolvió la vista a la chica rubia.

— ¿Gracias? —dijo dubitativo.

— ¿Has dicho que alguien ha cogido tus zapatos? —preguntó Hermione con el ceño fruncido.

Luna asintió, todavía mirando a su alrededor.

— Puede. Todavía creo que pueden haber sido los nargles. Estoy segura de que también han sido ellos quienes se han llevado mi camiseta favorita también.

Hermione abrió la boca para preguntar qué eran los nargles. Nunca había oído hablar de algo así. Pero Harry la interrumpió.

— Hermione, ¿puedes hacer algo respecto a los zapatos? —le suplicó. No tenía ni idea de dónde conseguir un par que pudiese usar Luna ya que el único otro par de zapatos que él tenía eran las deportivas que le habían dado los Dursley más o menos seis años antes y se estaban cayendo a pedazos. Pero si alguien podía encontrar otro par de zapatos, esa era Hermione.

Su mejor amiga le observó durante un segundo. Suspiró y puso los ojos en blanco.

— Ahora vuelvo —dijo, yendo hacia su dormitorio. Volvió un minuto después con un par de deportivas blancas y calcetines blancos—. Toma. Puedes usar las mías hasta que encontremos las tuyas. Estas me están empezando a quedar un poco demasiado justas así que creo que te valdrán.

— Gracias, Hermione —sonrió, cogiéndolos y poniéndoselos—. Me valen bastante bien.

— De nada —dijo Hermione, sonriendo educadamente.

— ¿Dónde están los demás? —preguntó Harry.

— Ginny y los gemelos ya han bajado a desayunar. Supongo que los demás también —se encogió de hombros Ron, sus ojos volviendo a la chica rubia, que estaba tarareando por lo bajo. ¿Qué la pasaba?

— Deberíamos ir yendo —suspiró Harry—. Solo dejadme coger el primer libro.

Corrió escaleras arriba y abrió su baúl, donde había puesto los libros la noche anterior. Sus ojos se fueron hacia la carta. Él conocía esa letra de algún sitio, pero no conseguía acordarse de dónde. Era como si hubiese cambiado mucho desde la última vez que la había visto. Esperó que de quien quiera que fuese supieran lo que estaban haciendo y que Luna tuviese razón al decir que los libros debían ser leídos por todos.

Cuando miró los libros de nuevo, preguntándose cómo iba a saber cuál era el primero ya que los habían desordenado la noche anterior, casi jadeó en sorpresa. Ahí, en la portada del libro más delgado, el rojo oscuro de Gryffindor, habían aparecido palabras doradas donde estaba borroso la noche anterior.

Harry Potter y la Piedra Filosofal.

Bueno, eso eliminaba el problema. No quedaba ninguna duda sobre de qué año hablaba ese libro. Lo cogió y cerró el baúl de nuevo antes de bajar. La imagen que le recibió abajo casi le hizo echarse a reír. Luna seguía tarareando por lo bajo, balanceándose en la punta de sus pies, mientras que Ron la observado perplejo y divertido y Hermione fruncía el ceño confundida.

— ¿Listo? —preguntó la morena cuando le vio.

— Listo —asintió Harry—. Vamos. Mejor no dejarles esperando más tiempo.

Ron y Hermione se quedaron mirando a su espalda en shock.

— ¿Esperando? —repitieron, corriendo tras él para alcanzarle.

— ¿Has cambiado de idea? ¿Les vas a dejar leer los libros con nosotros? —preguntó Ron. No estaba seguro de si estaba de acuerdo o no. Los demás seguro que estaban más contentos y dejarían de preguntarles sobre los libros, pero Harry, Hermione y él iban a meterse en muchos problemas.

— Sí —asintió Harry simplemente, lanzándole una breve mirada a la rubia caminando a su lado. No pasó desapercibida por sus mejores amigos.

— ¿Ella te ha convencido? —preguntó Hermione, sin molestarse en ocultar su sorpresa—. ¿Tú le has convencido? —le preguntó a la chica, entrecerrando los ojos suspicaz.

— Yo tan solo he dicho que quien quiera que haya mandado los libros debe de haber tenido alguna razón para enviárselos en frente de todo el mundo en vez de hacerlo cuando supiesen que iba a estar solo —la rubia se encogió de hombros tranquilamente.

— ¿Quieres decir que querían que todos se enterasen de lo que hemos hecho? —preguntó Ron escéptico.

— Tiene sentido —dijo Hermione a regañadientes—. Si son lo suficientemente poderosos para meter a Hogwarts en una burbuja temporal, crear estos libros y traer a gente al castillo a pesar de las protecciones, podrían haberle dado los libros a Harry en cualquier momento. Querían que la gente los conociese, y probablemente los leyese también.

— Pero, ¿por qué? —preguntó Ron frustrado.

— Segundas oportunidades —contestó Harry.

— ¿Qué?

— Para dar segundas oportunidades a la gente sin que tengan que fastidiarlo la primera vez —dijo el chico, repitiendo las palabras de Luna. Más o menos.

— ¿Y tú tienes que pagar el precio para que esta gente tenga una segunda oportunidad? —gruñó Ron, para nada contento.

Harry flaqueó, pero reforzó su determinación.

— Puede que valga la pena.

— Y puede que no —dijo su mejor amigo. Ya iba a ser suficientemente difícil leer esos libros sin tener a todo el mundo como testigo y queriendo dar su opinión.

— Puede —se encogió de hombros Harry—. Pero creo que voy a fiarme de quien quiera que haya enviado la letra. Sirius tiene una oportunidad de ser libre gracias a ellos.

Eso hizo que fuese el turno de Ron de dudar.

— Colega, esa lógica es retorcida…

— Toda la situación es retorcida, Ron —señaló Harry. No había normal en todo esto, y, teniendo en cuenta lo vaga que era su definición de normal, eso ya era decir mucho.

— No me gusta, Harry —dijo Hermione, frunciendo los labios.

Harry dudó.

—Yo tampoco. Pero tengo una idea para que por lo menos no nos metamos en problemas, ¿vale?

— ¿Qué idea? —preguntó la chica cautelosamente. Las ideas de Harry solían ser un poco… drásticas.

— Una buena. Ya lo verás —prometió mientras entraban en el Gran Comedor.

Estaba a rebosar de estudiantes. Parecía que todo el mundo había madrugado por la posibilidad de averiguar qué habían hecho Harry Potter y sus dos mejores amigos los últimos tres años y lo que harían en el futuro. La mayoría de las cabezas se giraron hacia ellos al entrar, incluso pertenecientes a los que llevaban túnicas azules o rojas, pero hicieron lo posible por ignorarlo.

— Hasta luego, Harry. Gracias por los zapatos, Hermione. Ha sido un placer conocerte, Ron —dijo Luna soñadoramente, brincando hacia la mesa de Ravenclaw.

Ron sonrió divertido.

— Es rara, pero creo que me cae bien.

— Vamos —dijo Harry, que había localizado a los Weasley, Sirius y Remus. No era difícil encontrar a la masa de pelirrojos entre todos los estudiantes.

Las cabezas se iban girando a su paso de camino a la mesa de Gryffindor. Harry prácticamente podía sentir los cientos de ojos clavados en el libro entre sus manos, pero tuvo cuidado de mantener la portada con el título cubierta. Ya había comprobado que las páginas seguían en blanco mientras que la portada seguía del mismo color rojo Gryffindor.

— Buenos días —dijo, tomando asiento. Quedaban tres sitios libres, como si se los hubiesen guardado a ellos tres. No le habría sorprendido.

Hubo varios saludos de vuelta, pero todas las miradas estaban puestas en el libro rojo descansando en su regazo bocabajo.

— Harry… —empezó Sirius dubitativo. Quería preguntarle si había cambiado de idea, o se había decidido o lo que fuese. Necesitaba saber si Harry les iba a dejar unirse a la lectura.

— ¿Puedes pasarme la mermelada, Sirius? —interrumpió Harry, cogiendo una tostada.

El animago suspiró, pasándole el bote y cerrando el pico sobre el libro. Podía pillar una indirecta de vez en cuando.

El desayuno fue un asunto raro, lleno de murmullos y conversaciones forzadas. La gente no paraba de lanzarle miradas al plato de Harry para ver si ya estaba vacío. Era suficiente para que el chico se plantease comer más que de costumbre solo para molestarles y retrasar la lectura, pero incluso él no era tan cruel. Y puede que se estuviese viendo un poco influenciado por el hecho de que la noche anterior él había estado igual de impaciente mientras esperaba a que Dumbledore terminase su cena. Puede que no estuviesen en este lío si el director hubiese terminado antes.

En cuanto Harry dejó su vaso de zumo de calabaza vacío sobre la mesa y no fue a coger nada más, Dumbledore se puso en pie. Parecía que incluso los profesores y los oficiales del Ministerio habían estado esperándole. Le sorprendía que nadie hubiese tratado de meterle prisa.

— Buenos días a todos —dijo el director amablemente—. Lo primero de todo, me gustaría presentaros a los recién llegados que aparecieron ayer. Kingsley Shacklebolt y Nymphadora Tonks…"

— Solo Tonks —dijo la bruja de pelo rosa con un gruñido por lo bajo mientras se ponía en pie al lado del mago alto de piel oscura.

— Quienes son aurores del Ministerio —continuó Dumbledore como si no hubiese sido interrumpido—. Arthur Weasley, que trabaja de el Departamento Contra el Uso Incorrecto de Objetos Muggles, y su esposa Molly Weasley. Sus hijos William Weasley, quien trabaja para Gringotts rompiendo maldiciones; Charles Weasley, que trabaja con dragones en Rumanía; y Percival Weasley, que trabaja en el Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

Dumbledore tuvo el tacto suficiente para no mencionar que su jefe era el mismo hombre que habían encontrado el día anterior bajo la maldición Imperius. El pobre chico ya se estaba torturando él solo sobre ello sin tener que añadir más leña al fuego.

— Muchos de vosotros quizás recordéis a Remus Lupin, quien fue el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras el año pasado aquí en Hogwarts… —Dumbledore fue interrumpido nuevamente, esta vez por los muchos estudiantes que ovacionaron a su antiguo profesor.

Remus se ruborizó ante esta reacción, una sonrisa avergonzada pero contenta apareciendo en su rostro. Jamás se habría imaginado que casi ninguno de los alumnos tuviese un problema con su 'pequeño problema peludo'.

— ¿Quién iba a decir que el profesor Lunático sería tan popular algún día? —le pinchó Sirius, dándole un codazo en las costillas.

— Sirius Black, de quien estoy seguro que todos o casi todos habréis oído hablar el año pasado —siguió Dumbledore el ruido se redujo—. Si la carta tenía razón, aprenderemos todos la verdad sobre él y su pasado en uno de estos libros.

Harry apretó la mandícula. No le gustaba cómo Dumbledore ya estaba dando por hecho que iban a leer los libros. ¿Qué pasaba con su opinón? ¿No contaba para nada? Lo quisiera o no Dumbledore, el director iba a escucharla y la iba a respetar.

— Y por ultimo, Alastor Moody, el verdadero esta vez —terminó el anciano.

El ex-auror estaba sentado no muy lejos de Dumbledore. Estaba más delgado de lo que lo había estado el impostor, lo que tenía sentido al pensar que se había pasado unos cuantos meses prisionero, y le faltaban algunos mechones de pelo, probablemente usados para la Poción Multijugos. Estaba lanzado malas miradas a todo el mundo a su alrededor y tenía una mano enterrada en su bolsillo. No les hacía falta pertencer a Ravenclaw para saber que estaba agarrando con fuerza su varita. Si el hombre había estado paranoico antes, todos decidieron al instante que sería un suicidio intentarle cogerle por sorpresa ahora.

— Pobre hombre —murmuró Hermione por lo bajo.

— Y pobres nosotros —gimió Ron—. Va a ser una pesadilla como profesor si se queda cuando las clases comiencen de nuevo.

— Yo no pienso acercarme a él por detrás —declaró Harry. No quería llevarse una desagradable maldición en lastripas solo porque el hombre no le hubiese visto venir o no le hubiese oído.

— Ahora que hemos terminado con las introducciones, procederemos a leer los libros… —dijo Dumbledore alegremente, dando una palmada como si no hubiese nada que le hiciese más ilusión que lo que iban a hacer.

— No —interrumpió Harry firmemente, haciendo que se giraran para mirarle.

La sonrisa del director flaqueó.

— ¿No?

— No —repitó el chico—. Mi vida, mis decisiones. Es asi de simple, profesor. Y, sinceramente, no quiero que nadie la lea…

— ¡Ridículo! —le cortó Karkarov, golpeando la mesa con el puño—. Chico, esto no es algo sobre lo que tú puedas opinar.

Harry entrecerró los ojos ante el desafío.

— ¿No? Creo que la carta decía que necesitáis mi aprobación para leer los libros.

— «Dumbledog», vas a «tolegag» esta desobediencia? —cuestionó Madame Maxime con desaprobación.

— El señor Potter siempre ha gozado de algunos… privilegios que le permiten salirse de la raya mucho más a menudo que cualquier otro estudiante —dijo Snape con una mueca.

— Excepto que esta no es una situación normal, Severus —McGonagall salió en su defensa—. No estoy segura de que podamos considerarlo siquiera parte de las actividades escolares.

— Aun así «debegía» «gespetag» a su «digectog» —bufó Madame Maxime.

— Sí que respeto al profesor Dumbledore —intervino Harry de nuevo—. Es solo que no me gusta cómo estáis asumiendo todos que estaréis presentes en la lectura.

Hubo un instante en calma antes de que estallase el caos en el Gran Comedor. Los Gryffindor ya habían oído esto la noche anterior en la sala común, pero el resto del colegio estaba sorprendido e indignado. Al final, Dumbledore tuvo que disparar fuegos artificiales con su varita para calmar a todos.

— Señor Potter —dijo cuando todo estaba en silencio de nuevo—, estoy seguro de que usted sabe que esto es un tema de vital importancia para el que deberíamos estar presentes por lo menos el profesorado y los oficiales del Ministerio.

Eso hizo que todos los estudiantes comenzaran a protestar otra vez. ¿Qué quería decir con eso? ¿Que no podían estar presentes? Ni hablar. Esta era su ocasión de averiguar qué había estado ocurriendo en Hogwarts con Harry y sus dos amigos.

Cuando Dumbledore consiguió que todos se callaran de nuevo, continuó.

— No puede pretender en serio mantener esa información en secreto, señor Potter.

— La verdad es que ese era el plan inicial —admitió Harry, ignorando todas las protestas—. Había planeado esconderme con Ron y Hermione hasta que terminásemos los libros y después compartiríamos la información importante con todo el mundo. Estoy seguro de que podríamos haber permanecido escondidos y evitando a todo el mundo el tiempo suficiente.

Y habrían podido. Conocían el colegio muy bien y tenían la capa invisible y el mapa del merodeador. Habría sido muy difícil que cualquiera les pillase.

— Sin embargo —continuó, alzando la voz para hacerse oír por encima del ruido que estaba creciendo. Todos se callaron al instante—, alguien me ha recordado que si los libros me los enviaron delante de tres escuelas y varios trabajadores del Ministerio y encima trajeron a más personas, era probablemente porque querían que esas personas escuchasen.

Muchos miraron a Ron y a Hermione, especialmente a esta última. Si había alguien apaz de hacer cambiar de opinión al testarudo Gryffindor, solo podían ser ellos. Nadie parecía recordar a la Ravenclaw rubia que había llegado al mismo tiempo que ellos.

— Eso está bien —sonrió Dumbledore satisfecho—. Entonces podemos proceder con la lectura…

— Todavía no, professor. Lo siento —le cortó Harry de nuevo. Le gustaría que dejasen de adelantarse para que él pudiese dejar de interrumpir al director. Hacer eso era incómodo y él estaba empezando a sentirse bastante maleducado.

— ¡Dumbledore! —exclamó Karkarov indignado ante esa falta de respeto.

Harry le ignore.

— Tengo una condición primero —dijo—. Nadie sufrirá ningún tipo de consecuencias por nada que leamos en los libros. Fueron enviado aquí para ayudar y arreglar errores, no para castigar por algo que hicimos o haremos.

— Has hecho algo lo suficientemente gordo para meterte en problemas, ¿verdad, Potter? —sonrió Snape triunfante. Todavía podía hacer que expulsaran a ese mocoso.

— Tal vez —contestó Harry—. Tendrá que leer los libros para averiguarlo y ninguno de vosotros lo hará a no ser que jure que no habrá consecuencias para nadie aquí presente.

— Mocoso insolente, no puedes chantajearnos así —el jefe de Slytherin le funminó con la mirada furioso.

Harry le devolvió la mirada, no dejándose intimidar en absoluto.

— No es chantaje, profesor —dijo. Le costó todo su autocontrol dirigirse así a él, pero sabía que no podía jugársela todavía más de lo que ya lo estaba haciendo—. Se llama poner límites para que estos malditos libros no puedan ser usados contra mí y los que me importan. Es mi vida y no me va a gustar que esté a disposición de cualquiera que quiera comentar sobre ella. Lo último que quiero es tener que atenerme a castigos o expulsiones por cosas que he tenido que hacer por una u otra razón. Y siempre han sido buenas razones.

— «Dumbledog», no puede «estag» de «acuegdo» con esto —dijo Madame Maxime furiosa. Si un estudiante había hecho algo lo bastante malo para merecer una expulsión, tenía que ganársela sin importar cómo hubiese salido a la luz esa infracción.

Dumbledore estaba observando a Harry pensativo. Conocía esa mirada de pura cabezonería en su alumno. Sabía que Harry no cedería en esto. Ya había sabido que iba a tener que pelearse con Harry para conseguir leer los libros y el adolescente ya había accedido a ello. No iba a dar su brazo a torcer en nada más.

— Muy bien —accedió, acallando a cada persona que estaba opinando.

— ¿Qué? —siseó Snape furioso.

— Es una petición razonable —respondió el director—. Esta es una ocasión única y no sería justo usarla para castigar a nadie cuando su propósito es justo el contrario, dar segundas oportunidades —miró a su alrededor con las cejas alzadas—. Además, ¿hay alguien aquí que pueda estar totalmente seguro de que no habrá nada… comprometedor sobre ellos en estos libros?

Nadie habló. La verdad era que nadie estaba seguro sobre lo que iban a encontrarse. Todo el mundo en Hogwarts sabía que Harry desenterraba secretos casi por accidente y que normalmente estaba en el meollo de todo. No querían arriesgarse a que algo malo fuese sobre ellos.

— Supongo que estamos de acuerdo entonces —sonrió Dumbledore después de un minuto en el que nadie habló. Volvió a mirar a Harry—. ¿Algo más, señor Potter?

— Solo que paremos la lectura si yo, o alguien más, necesita un descanso —dijo el chico después de pensarlo un momento.

— Por supuesto —asintió el director. Eso era sentido común—. Ahora, por favor, si todos pudieseis sacar vuestras varitas y repetir conmigo para realizar el juramento. Recordad que cualquiera que no lo haga no podrá escuchar y olvidará lo ocurrido.

Hubo un sonido de túnicas cuando todos se apresuraron a sacar sus varitas. Nadie quería perderse esto a pesar de que no estaban contentos con lo del juramento.

— ¡Esperad! ¡Yo no tengo una varita! —exclamó Sirius en pánico. Si no tenía una varita, no podría hacer un juramento. Y si no podía hacer el juramento, no podría averiguar qué había estado haciendo su ahijado.

— Toma —dijo Harry, sacando la suya para prestársela—. Puedes usar la mía para hacer el juramento.

El animago de relajó, cogiendo la varita con cuidado y examinándola. Era una buena varita, una muy buena.

— Gracias, Harry —dijo aliviado.

— Muy bien, todos. Repetid conmigo, cambiando mi nombre por el vuestro —dijo Dumbledore, atrayendo la atención de todos—. Yo, Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, juro por mi magic que no revelaré la existencia de los libros conectados a Harry James Potter ni sus contenidos a nadie que no sepa ya de ellos.

Hubo una cacofonía de voces cuando todos repitieron el juramento, palabra por palabra, y todos se quedaron en silencio otra vez. Se estaban removiendo incómodos porque era el primer juramento mágico para muchos de ellos. Aquellos que no habían sabido lo que era habían aprendido la noche anterior las consecuencias de romper uno y no les habían gustado. Ninguno de ellos quería perder su magia y arriesgar su vida en el proceso.

— Creo que eso será suficiente, ¿no, señor Potter? —preguntó Dumbledore, mirando a su alumno. Sonrió satisfecho al recibir un asentimiento como respuesta—. Maravilloso. Entonces, si fuese usted tan amable de traer ese libro que está sosteniendo para que podamos empezar a leer.

Harry suspiró y se levantó para darle el libro a su director.

— Traeré el siguiente cuando terminemos este. ¿Le parece bien, profesor? —preguntó. La verdad era que se sentiría mejor si supiese que los libros estaban a salvo y que nadie podía robarlos y empezar a leerlos por su cuenta, lo que no sería nada divertido para él.

Dumbledore asintió.

— Si está más cómodo así, señor Potter —replicó, adivinando hacia dónde estaban yendo sus pensamientos.

— Gracias, professor —asintió Harry aliviado antes de regresar a su sitio.

— Si podéis levantaros todos un momento, por favor —pidió Dumbledore, mirando también a sus compañeros y a los aurores para incluirlos a ellos también en su petición.

Todos obedecieron con diversas reacciones, desde curiosidad a molestia y a impaciencia. Sin embargo, no hubo más que exclamaciones de alegría cuando las mesas y los duros bancos fueron sustituidos por cómodos sofás, sillones y puffs de diferentes colores.

— Eso está mucho major —dijo el anciano director satisfecho mientras tomaba asiento en un sillón granate con un alto respaldo. Observó divertido a los estudiantes apresurándose a coger sitio al lado de sus amigos y empujando los sofás juntos.

— Hey, Charlie —dijo la bruja de pelo rosa, acercándose a los Weasley, Harry, Hermione y los dos merodeadores—. ¿Te importa si me uno? Si me quedo con Kingsley y los otros un minuto más, me voy a volver loca.

Charlie se rio y empujó a Bill, con quien estaba compartiendo un sofá, para que hiciese sitio.

— Lo que pasa es que me has echado de menos. Venga, admítelo —la chinchó. Habían estado en el mismo año en Hogwarts, pero no habían hablado mucho desde que se habían graduado.

La metamorfomaga resopló divertida.

— Esos dragones te han tenido que dar más de un golpe en la cabeza para que te creas eso.

Charlie sonrió.

— Auch —fingió jadear, llevándose la mano al pecho—. Si no lo supiera, diría que no me has echado de menos.

Tonks sonrió, no dándole una respuesta.

— Mejor acaba con su sufrimiento —gruñó Bill—. Sino no se callará.

— ¿Os conocéis? —preguntó Ginny. Ella había elegido un sillón en el que estaba acurrucada, sentada sobre sus pies.

— Éramos amigos en Hogwarts —sonrió Charlie—. Probablemente tú no te acuerdes de ella. Ni siquiera estoy seguro de que la hayas conocido.

— Soy inolvidable, Charles Weasley —bufó Tonks, su pelo cambiando a un intenso púrpura y su nariz transformándose en un hocico de cerdo.

Ginny hizo un sonido de sorpresa.

— ¡Me acuerdo de ti!

Tonks sonrió y volvió a su apariencia de antes.

— Claro que lo haces —dijo, sonriendo de forma orgullosa a Charlie—. ¿Lo ves? Inolvidable.

— ¿Cómo has hecho eso? —preguntó Harry con los ojos como platos.

La bruja le sonrió.

— Soy una metamorfomaga. Puedo cambiar mi apariencia cuando quiera. Es útil para un auror.

— ¿Cualquiera puede aprender a hacer eso? —pregunto interesado.

— Es una habilidad que se hereda, Harry —explicó Hermione, sabiendo lo que estaba pensando. A veces Harry tan solo quería desaparecer y dejar de ser observado, mezclarse con la multitud para que le dejasen en paz. Había dejado de ser tan molesto con el paso de los años, pero le seguía poniendo de los nervios.

Harry se desinfló desilusionado.

— Oh.

— Lo siento, Harry —se encogió de hombros Tonks—. Tiene razón.

Poco a poco, cada estudiante encontró un sitio con el que estaba contento y se giraron a mirar a Dumbledore. Fue entonces cuando él cometió un error.

— ¿Quién quiere empezar a leer? —preguntó.

Explotó una cacofonía de voces, se levantaron manos en el aire, se pusieron estudiantes de pie en sus asientos para poder ser vistos mejor, empezaron discusiones, algunos niños acabaron en el suelo tras ser empujados accidentalmente o no tan accidentalmente.

— ¡Ya basta! —la voz de Dumbledore retumbó en el Gran Comedor, silenciando todas las discusiones al instante—. Esto así no va a funcionar —suspiró. Iba a decir que sería mejor si solo los adultos leían ya que no eran capaces de ponerse de acuerdo en nada, cuando una voz chillona le llamó la atención.

— Si me permites, Albus —dijo Flitwick, alcanzando con una mano para coger el libro—, conozco un hechizo que sería perfecto para esta ocasión.

— Gracias, Filius —suspiró Dumbledore agradecido, tendiéndole el libro. Las cosas serían muchos más fáciles si no tenían que discutir sobre quién leía qué.

El diminuto professor agitó la varita por encima del libro, que se elevó en el aire hasta quedarse flotando un palmo por encima de las cabezas de todos.

— Ya está —dijo satisfecho—. Es un hechizo que he utilizado en más de una ocasión cuando quería leer un libro mientras hacía algo más. Ahora el libro se leerá a sí mismo en voz alta y, de la misma forma que una persona se detiene cuando la interrumpen, también se detendrá si alguien habla.

Hermione hizo un sonido de sorpresa.

— ¡Eso es increíble! —exclamó, muriéndose de ganas de ir a preguntar al profesor de Encantamientos cómo se hacía ese hechizo. Sería muy útil y podía ver que ella no era la única interesada en aprender a hacerlo.

Ron puso los ojos en blanco.

— Loca, eso es lo que está —murmuró por lo bajo para que solo Harry, que estaba sentado entre los dos, le oyese.

Harry sonrió divertido. Sabía que el hechizo podía ser útil, pero estaba de acuerdo con Ron en que Hermione parecía un poquito demasiado entusiasmada con ello.

— ¿Está todo el mundo preparado? —preguntó Dumbledore.

— ¡«Espegen»! —exclamó una chica de Beauxbatons. Era la chica veela que se había acercado a por la bouillabaisse a la mesa de Gryffindor—. ¿Cómo sabemos que se «tgata» del «pgimeg» «libgo»? Usted dijo «ayeg» que estaban en blanco.

— Très bien, «señogita» Delacour —sonrió Madame Maxime con aprobación. Miró a Dumbledore con una ceja alzada—. Et bien, «Dumbledog»?

— Disculpe, Madame Maxime —intervino Harry—. Soy yo quien ha sabido que ese es el primero. Era el único con el título completo esta mañana y, bueno, ya he pasado por eso y el título lo dice todo.

— ¿Y cuál es ese título? —preguntó la directora.

Harry Potter y la Piedra Filosofal —respondió Harry. Los murmullos se extendieron por el Gran Comedor—. Sé que no tiene sentido ahora mismo, pero lo tendrá más adelante en la historia.

— Está bien —asintió Madame Maxime.

— Entonces, comencemos —dijo Dumbledore satisfecho—. Filius, por favor —dijo, haciendo un gesto con la cabeza hacia el libro.

El diminuto professor agitó la varita alegremente en dirección al libro y este se abrió por la primera página.