— A PLACE FOR ME —

Prólogo


Koda sintió la mirada ajena sobre él sin necesidad de abrir los ojos. En camino entre el sueño y la vigilia, eso no le parecía extraño, no lo sentía como una presencia amenazante, si no como una cálida y arrolladora. Le recordaba a cuando era un osezno y su madre comprobaba si realmente estaba dormido. No lo estaba, por lo menos creía no estarlo. Raro el mundo de los sueños, donde todo era posible, nada era cuestionable, ni siquiera que tu madre se pusiera una noche cualquiera a vigilar que no hacías trampas con tus horas de sueño, incluso años después de su muerte.

Esperó con paciencia a que la presencia se fuera, pero no lo hizo por lo que parecía ya demasiado tiempo. Finalmente, el oso adolescente se rindió ante el sentimiento de candor que le embargaba y sonrió. Supo que quien fuera que le estuviera viendo le sonreía también de forma juguetona de "te he pillado". Aun sin abrir los ojos, solo lo supo. Finalmente los abrió para encararla, pero en cambio fue golpeado con la realidad de las paredes de la cueva.

Estaba consciente, el cerebro se le había vuelto a conectar y parecía reírse de él, de su momentánea ilusión de que su madre podría estar viva. Sin embargo la sensación de candor no abandonó su pecho. La vida sin su madre no era mala. Tenía a Kenai, Nita y, ahora también, a Beku. Acomodó la cabeza entre sus patas, tratando de volver a conciliar el sueño, cuando una bolita de amor temblorosa se apego a él como si fuera su única salvación.

— Tío Koda —susurró el pequeño—, ¿estás despierto?

— Buenos días —dijo en broma entonces, con un bostezo, pero todo el positivismo se fue de su cuerpo al ver directamente al pequeño—. Beku...

Había estado llorando.

— Tuve una pesadilla —dijo el osezno de pelaje claro heredado de su madre—. Te ibas, se te llevaban los hombres...

Koda sintió un escalofrío recorrerle por entero. A pesar de sus múltiples quejas, insinuaciones y bromas con doble sentido, la pareja se negaba a que su osezno supiera la verdad... que en realidad era hijo de humanos. Koda no estaba de acuerdo con ellos, ocultarle la verdad a ese pequeño rayo de luz que lo miraba directamente con ojos tan tiernos se lo estaba comiendo desde dentro, como si le estuviera traicionado con cada día de silencio. Pero en su posición no podía hacer otra cosa más allá que ser el compinche de la pareja. Él no estaba dentro de un cuerpo que no le pertenecía, él no podía saber...

— Tenía mucho miedo —sus ojitos marrones se cristalizaban de nuevo—, no te vayas...

El adolescente pasó una pata a su alrededor y lo cobijo contra sí.

— Estoy aquí —arrolló—, no me voy a ninguna parte.

Beku volvió a hacerse bolita contra su pelaje y lloró en silencio hasta quedarse dormido a su lado.

Fue cuando sintió la mirada somnolienta de Nita sobre él. Su cuñada siempre se despertaba cuando no sentía el calor de Beku a su lado. Instinto de madre. Él le devolvió la mirada y negó sonriente con la cabeza, no hacía ninguna falta que apartase al osezno de él.

Nita asintió y volvió a dormir. Sabía que podía confiar en Koda, cuando se trataba de Beku era incluso más sobre protector que ella. Tenía un don para los oseznos, la mayoría le buscaban por sus divertidas historias y él, por supuesto, encantado de contarlas.

"La osa que te caze se llevará el premio gordo" Nita solía burlarse de él, pero a quien más pinchada era a su esposo. Sabía que no le hacía ninguna gracia el hecho de que su hermanito estaba creciendo, y cuando pillaba a alguna osa quedándosele viendo por un tiempo sospechoso, él la espantaba. Oh, pero ella bien sabía que Kenai no era el único culpable, perfectamente podía señalar a Bucky, don "Koda es solo mi amigo", como compinche. Su negación, la de ambos, era realmente chistosa.

"Es demasiado joven para chicas" aseguraba Kenai, poniendo un puchero, porque en el fondo sabía que no era cierto. Él muy sensible soltaba "lágrimas de hombre" cada vez que Koda o Beku pegaban un estirón. De hecho, cuando a Koda le cambió la voz, el ataque de "lágrimas de hombre" le duró una semana entera cada vez que el osezno-no-tan-osezno abría la boca, que tratándose de él, no fueron pocas veces, y en su inocencia llegó a creer que su hermano mayor estaba enfermo. Parecía imposible de creer que no fuesen hermanos de sangre, eran igual de despistados.

Con esos recuerdos, ella se dejó arrullar de nuevo por el silencio de la noche y durmió al lado de su esposo con una sonrisa en los labios, inconsciente de que esa no sería la última vez que su hijo volvería a soñar con humanos, ni la última noche a la que Koda le visitasen fantasmas.